El nuevo film del director Juan Dickinson parte de una interesante idea y posee soberbias interpretaciones de Luis Machín y Manuel Vicente, pero serios problemas de ritmo y estructura terminan por jugarle en contra. El camino a la redención Pocho es un solitario y un tanto introvertido chofer de micros de larga distancia que está cercano a la jubilación. Lleva una vida monótona que divide entre la ruta y hoteles al paso. Junto con Olivo, su compañero de viaje, siempre se detienen en la misma estación de servicio camino a Salta. Es allí donde entabla una pequeña amistad con Clarita, una joven de un pueblo cercano que trabaja como moza en el bar de la estación. Pero un día Clarita ya no está y nadie parecer saber que fue de ella. De esta manera Pocho se obsesionará con encontrar y así poder redimirse de un hecho que ocurrió tiempo atrás y lo marcó de por vida. A mitad de camino Destino Anunciado tiene un comienzo prometedor. Rápidamente conocemos a Pocho, con quien no nos cuesta demasiado simpatizar. El guión hace un gran trabajo trazando a este personaje con sus hábitos y sus mañas. Durante gran parte del relato todo pasa por él, y lo que en un principio fue una interesante introducción lentamente se transforma en el foco de la historia. Pocho lleva un vida monótona y con pocos sobresaltos, y eso en eso mismo comienza a convertirse la película. Dickinson nos va entregando muy de a poco las pistas que finalmente le darán sentido a la historia y también los hechos que comenzarán por desarrollarla. Tal como dije antes, no le lleva demasiado tiempo al espectador llegar a conocer a Pocho, ya que durante los primeros minutos el guión hace un gran trabajo presentándonoslo. Pero a pesar de esto Dickinson parece empecinado en seguir mostrándonos lo rutinario de su vida, y la realidad es que llegado un momento deja de ser interesante para convertirse en frustrarte. Uno comienza a sentir que hay escenas innecesarias o redundantes y que la historia nunca termina de arrancar. Durante gran parte de su duración el film se comporta como un estudio de personaje para, en los últimos minutos, convertirse en una película de género. Repentinamente, Destino Anunciado entra en el terreno del thriller y todo ocurre de manera apresurada hasta llegar a un final que se siente forzado. Aunque la historia siempre va por el camino correcto, sin lugar a dudas se encuentra perjudicada por estos problemas de ritmo y estructura que nunca la dejan desplegar todo su potencial. Lo mejor de Destino Anunciado está en el plano interpretativo. Machín es siempre un placer de ver y aquí no es la excepción. Ayudado por un personaje bien escrito, el actor se transforma fácilmente en Pocho y le pone su cuota de soledad y melancolía. Al mismo nivel se encuentra Manuel Vicente, quien interpreta a su compañero de viaje y a la vez en su opuesto absoluto. Los mejores momentos llegan cuando ambos actores comparten la pantalla. Cercanos, pero a la vez distantes, ambos brillan gracias a la buena química que hay entre ellos. Resulta un verdadero placer verlos interpretar estos personajes, sobre todo durante el tercer acto. Conclusión Me hubiera gustado disfrutar de Destino Anunciado mas de lo que verdaderamente lo hice. En el fondo, hay una buena película luchando por salir a flote. El film pareciera no tener en claro que historia quiere contar ni de que manera hacerlo, lo que termina causando que la trama avance a los tumbos y que, aun en su climax, no termine por despegar. Por otro lado, Machín y Vicente entregan dos fantásticas actuaciones que sin lugar a dudas son el punto mas alto de una película que se queda a mitad de camino.
El infierno en medio de la tranquilidad El tema de la trata de blancas aparece reflejado en esta película nacional de suspenso cuya trama gira en torno a un chofer de micros de larga distancia (Luis Machín), próximo a jubilarse, y atormentado por pesadillas recurrentes. Destino anunciado, de Juan Dickinson, va construyendo con el correr de los minutos una historia que juega con el mundo de un hombre común y corriente, que sigue las reglas de su exigente trabajo, y cuya vida da un vuelco significativo en una carrera que podría enfrentarlo con la muerte. La película va mostrando a lo largo de su desarrollo un sueño que no deja en paz al protagonista hasta el final y cuando una muchacha desaparece de manera misteriosa, le da la posibilidad de enmendar sus errores del pasado. Si bien el flashback resulta confuso en su resolución con la historia, Destino anunciado tiene buenos rubros técnicos, una atmósfera que se va transformando y pone en peligro al personaje central (el escape en medio de los festejos del pueblo). Luis Machín, Manuel Vicente y Celeste Gerez aportan solvencia actoral en esta realización que recuerda a La mosca en la ceniza, de Gabriela David, que también abordaba el tema de la esclavitud sexual. En tanto, la pantalla se puebla de apariencias engañosas y traiciones en medio de la tranquilidad del pueblo. Pueblo chico, infierno grande.
Destino anunciado es una de esas películas que dejan sabor a poco, de esas que cuando terminás de verla no podés objetarle muchas cosas pero que tampoco podés decir que te gustó. Si bien las actuaciones son buenas, con un sólido Luis Machín a la cabeza, y el guión en torno a los personajes está muy bien e incluso tiene un par de vueltas inesperadas, le falta algo que no se puede dilucidar bien qué es. El director Juan Dickinson crea buenos climas a base de la intriga y logra poner nervioso con como maneja lo que sucede en un pueblo del interior del país. Sin embargo, no logra conciliar de buena manera los flashbacks de la última dictadura militar, que le vienen constantemente (en forma de sueños) al personaje principal con el resto de la cinta. Tal es así que parecería una película diferente. Tal vez es su desordenada estructura narrativa la que la hace fallar porque el resto de los aspectos técnicos y artísticos encajan de forma muy correcta. Destino anunciado tiene bastante potencial y hace que te quedes con las ganas de lo mismo pero contado de forma diferente. Aún así es una buena producción y merece que cada uno evalué por cuenta propia.
La Reina de Salta Hay una película de John Huston de la década del 80’ que se llama Bajo el volcán (Under the Volcano, 1984) que comparte, junto a la nueva presentación de John Dickinson, sus mejores y peores características. Primero, sólidas interpretaciones por parte de sus protagonistas: Albert Finney hace de un diplomático británico radicado en México con una debilidad pronunciada por la bebida y la incapacidad de conciliar su pasado involuntariamente belicista y su presente de apariencias y burocracia. La guerra, la civil española, lo tortura y entumece en regresiones regulares. Luis Machín es un chofer de micro argentino, nada que ver. Pero Machín también es un ser humano al borde del abismo, sumergiéndose en un submundo sórdido que intenta repelerlo con cada recurso y artilugio que posee. Machín también se mortifica por resabios de su pasado. Ambos subliman un deseo suicida con la alienación de una rutina, ya sea perfectamente estipulada o caótica y arbitraria, aunque también, y por si fuera poco, en los dos se asoma una prerrogativa de redención. De purificación a través del sufrimiento. Ambos, Machín y Finney, Luis y Albert, clausuran su debacle de forma idéntica. Pero primero una coincidencia positiva: La mano del director. John Huston no es John Dickinson, aunque sí es verdad que comparten primer nombre y terminación de apellido, una coincidencia para nada relevante. Los dos incursionaron en el documental durante sus primeros años de carrera, lo cual no carece del todo de significado siendo que el documentalista quizá goce de una aproximación más genuina a la gente y sus idiosincrasias. Dickinson conoce y ejecuta con mucha gracia y coherencia estética todas las herramientas visuales a su disposición y compone con más y menos éxito, un panorama bucólico siniestro no completamente desprovisto de inquietud y misterio. Eso es un logro. En Bajo el volcán el criterio reverenciable de Huston también está presente pero de alguna manera resulta relegado de la historia del cine por la redundancia de su propia genialidad. Aquella era una adaptación de una novela de Malcolm Lowry, Destino anunciado es un guión original de Enrique Cortes, sobre una idea del director. La premisa sobreexplotada lo limita en sus puntos de acceso; se cae en repeticiones y encuentra recovecos acertados. Lo que pasaba con el guión de Huston era que empezaba con fuerza e iba languideciendo hacia el final. Acá pasa todo lo contrario, la apertura es un tanto genérica y el desarrollo lo enriquece con detalles y momentos de inflexión.
Que misterio la vida de los conductores o choferes de micros de larga distancia en Argentina!, ¿no?, porque mientras en otros países nos los venden de una manera simpática, agradable en películas como “Máxima Velocidad”(elijan ustedes si quieren ser “conducidos” por Keanu o por Sandra) o hasta en dibujos animados: Otto de “Los Simpsons” , el cine nacional elige mostrarlos como seres grises, tímidos, aburridos y atrapados en sus rutinas, sino me creen chequeen “El Frasco”(Argentina, 2008) de Alberto Lecchi y ahora “Destino Anunciado”(Argentina, 2013) de Juan Dickinson. En “Destino…” Luís Machín (enorme intérprete, generoso) es Luis Furno, un cincuentón chofer que diariamente realiza viajes al norte del país junto a Oiva (Manuel Vicente), un mujeriego que contrasta y se diferencia en todo con él (que es estricto, incorruptible, controlador y obsesivo). A Luis en un momento Oliva lo define como un “tipo sin proyectos y esclavo de sus reglamentos”. Su antítesis. Viaje va, viaje viene, conoce a Clara (Celeste Gerez), moza de un desolado parador. Con ella creará un vínculo de acercamiento hasta donde su moral, timidez y estructuración le permiten. Un día Clara no está más en el parador y decide tomarse vacaciones (¡osadía!) porque cuando comienza a preguntar si alguien sabe de ella, las respuestas no lo satisfacen o no son de su agrado. Se sube a un micro, pero ahora para ser pasajero, y llega a “El Fraile”, una pequeña colonia quedada en el tiempo y con pocos habitantes (que se nutre más que nada de los peones golondrinas que trabajan en las cosechas) en la que sabe que Clara vivía. Allí no encontrará muchos amigos, “acá nadie quiere que esté acá” le dicen, y mucho menos rastros sobre la joven. Pero aguerrido, continuará conociendo el lugar y a la vez tratando de obtener más información sobre su “amor” que nunca fue, para toparse con una red de prostitución encubierta por todo el pueblo. Verdes apagados/aridez/cactus, polvo mucho polvo, para mostrar la intimidad del lejano lugar, estático (excepto por unos niños que lo rodean con sus bicicletas) y azules y grises para las secuencias oníricas, hipnóticas, intrigantes. Secuencias que irán de a poco dar a entender el porqué de la decisión de Luis de viajar a la intimidad del pequeño pueblo y conocer el paradero de Clara. Desea cerrar cuentas pendientes. Porque en la superficialidad del relato de este “sherlock holmes”, que tratará de rearmar los últimos días de una joven desaparecida se esconde la profundidad de una denuncia (trata de mujeres) y también un pasado que sigue doliendo (dictadura).En ese pueblo, está la metáfora de una sociedad que cuando pudo decir algo no lo hizo porque decidió no hacerlo. Y “El Fraile” está lleno de gente que tiene ganas de hablar pero no dicen nada. Y Dickinson lo cuenta con cámara por momentos fija, presentando, sin tener injerencia sobre los hechos las imágenes que plasma, dejando la interpretación para el espectador. “Destino Anunciado” retoma la línea del clásico de Jorge Luis Borges “El Sur” principalmente en la impronta de decidir hacer algo que seguramente terminará no en el mejor de los finales, o el deseado, porque acá Luis es otro Juan Dahlmann, a quien un impulso lo hará tomar una decisión que cambiará su vida y torcerá su suerte. Gran realización que principalmente se apoya en las notables actuaciones de esos eternos secundarios en TV y cine, Machín y Vicente. Altamente recomendable.
El horror, según pasan los tiempos Veterano artesano de la industria (sobre todo en Venezuela y Argentina), Juan Dickinson dirigió una película que vincula -de manera poco convincente- los horrores del pasado (la represión durante la última dictadura militar) con los presente (la trata de personas). Lo mejor del film (más allá de las buenas intenciones que guiaron a todo el proyecto) tiene que ver con la actuación del protagonista Luis Machín, que interpreta a Pocho, un conductor cincuentón de micros de larga distancia que cubre las rutas del norte del país. En sus distintos viajes (generalmente acompañado por otro chofer llamado Olivo que encarna Manuel Vicente) este hombre tímido, solitario, obsesivo y metódico conoce a Clarita (Celeste Gerez), una atractiva moza de un parador. Cuando la joven desaparece ante la indiferencia generalizada, Pocho sale de su encierro interior y empieza a buscarla en pueblos chicos con infiernos grandes. En su travesía no tardará en descubrir que casi todo el mundo está ligado de una u otra forma a actividades ilícitas. El film maneja durante la primera mitad un medio tono acertado que le permite describir la psicología del personaje principal, el contexto en el que se desarrolla la historia y el conflicto central. Sin embargo, esa solidez se derrumba en la segunda parte, cuando Dickinson intenta imprimirle tensión y acción a la trama, mientras amplifica de manera muy obvia y subrayada los paralelismos entre los represores de ayer y los abusadores de hoy. Una pena porque Destino anunciado luce prolija, tiene buenos intérpretes y merecía un desenlace más convincente.
El viaje interior Le dicen Pocho, pero lo tratan de usted. Señor Pocho. El detalle importa para conocer a este personaje metódico y obsesivo, un chofer de micros de larga distancia con muchos kilómetros sobre las espaldas. Un tipo solitario, que lleva por la ruta una vida monótona pero apacible: se conoce el país, conoce gente. Pero Pocho también es un sujeto acosado por el fantasma de una culpa, vieja e insistente, que ocupa sus silencios. Una desaparición, un misterio, partirá en dos esa existencia rutinaria y gris. Luis Machín, un actor siempre interesante, parece perfecto para dar cuerpo a este señor prolijo que se envuelve en el peligro. Destino anunciado invierte una primera mitad en la observación de su protagonista atado a sus rutinas, como corresponde a quien va y viene por el mismo camino. El mundo de esos conductores, despiertos cuando todos duermen, genera interés. El director Juan Dickinson, experimentado documentalista, los recorta de los paisajes y los sonidos para centrarse en el paso cansino de Pocho. Es evidente que algo tiene que pasar, porque estamos ante un largo de ficción y no frente a un documental antropológico. Y la acción se concentra en la segunda mitad del filme. Que es cuando estallan también sus principales problemas. Cuestiones de verosimilitud, de continuidad, de dirección/convicción de intérpretes y de puesta en escena, hieren de muerte a diálogos inspirados e ideas atractivas. Desde su timidez y su formalidad, Pocho intenta llegar a la verdad. O eso parece, porque la historia se vuelve cada vez más arbitraria y cuesta empatizar con el personaje. Sí queda clarísimo que es una búsqueda vinculada a las deudas personales: se repite una serie de flashbacks con la misma escena, para que el punto no escape a la inteligencia del espectador bajo ningún concepto. El chofer anota un registro de todos los pasajeros que pasan por su micro. Así, aunque pasen nomás, permanecen. Destino anunciado, en cambio, se percibe como uno de esos proyectos con buenas ideas que no logran cristalizar en iguales resultados.
Héroe accidental Furno (interpretado por Luis Machín, siempre impecable) es chofer de micros de larga distancia, un trabajo que comenzó como temporario pero al que terminó dedicándole toda su vida. En uno de los paradores de su ruta habitual conoce a Clarita, una de las mozas del lugar, y entablan una amistad. Pero cuando ella desaparece sin aviso ni explicaciones, él se propone ir a su pueblo a buscarla, sin tener idea de lo que puede llegar a encontrar allí. Uno de los logros de este filme es la inteligente evolución del personaje central. Furno comienza siendo ese hombre tranquilo, esquemático, de los que siempre cumplen las reglas, para terminar devenido en el héroe menos pensado. De a poco la necesidad de reaccionar frente a una situación que involucra a todo un pueblo, y un recuerdo de su pasado que lo atormenta, darán lugar a un personaje más osado, lúcido. Juan Dickinson dirige muy bien esta película, que comienza en apariencia como un filme costumbrista más, para tomar vuelo y desarrollar con ritmo interesante la trama del suspenso. Hay pocos personajes, pero bien actuados, especialmente el de Machín, que sabe estar a la altura de los sutiles cambios en su rol, central para la historia en todo momento. Una propuesta interesante, en esta película de suspenso sin grandes despliegues de acción, pero con momentos de tensión muy acertados, y un mensaje no proselitista sobre la importancia de involucrarse, de no quedarse estanco, de salir de la abulia.
La historia de un hombre gris, que reduce su vida al registro meticuloso de su trabajo de chofer, pero que un poco por casualidad busca la redención a una noche de miedo y falta de responsabilidad. El film tiene buenos climas y un trabajo muy bueno de Luis Machin.
El penar de un chofer de larga distancia La idea parece buena. Un hombre solitario, de vida módica, chofer de ómnibus de larga distancia, sin mayores pasiones ni aflicciones, salvo algún sueño recurrente, llegado a su retiro se obsesiona por saber qué pasó con la empleada de un parador de la ruta, que un día desapareció de buenas a primeras. Dicho así, podría pensarse en el melancólico "Viaje a los senos de Duilia", hermoso cuento de Aníbal Machado que Carlos Hugo Christensen llevó al cine hace como 50 años. Pero acá no hay melancolía, hermosura, senos, ni tampoco cosenos o hipotenusas. Lo que hay es una básica y morosa descripción de personajes (el chofer, su compañero de dudosa catadura, ciertas rutinas), seguida por una intriga de creciente inquietud cuando nuestro personaje se mete donde nadie lo llama, para culminar confusamente en un fácil hallazgo y una fuga de mediano éxito con remate inesperado Según gacetillas, la historia refiere el intento de redención de un hombre que no ayudó a una mujer perseguida bajo el gobierno militar y ahora se juega por ayudar a una víctima de la trata de blancas. Lo cual explica la figura de una joven huyendo en la noche, revólver en mano, y las actitudes disuasorias con que los lugareños tratan a un tipo preguntón que llega al pueblo diciendo que viene a pescar pero no trae aparejos. Suerte que existen las gacetillas, porque también podría pensarse que la referida joven es una delincuente común y los del pueblo en vez de trata de blancas habrán hecho algún ritual diabólico, quién sabe. En fin. Luis Machin y Manuel Vicente salvan sus partes. Del resto, cabe apreciar fugazmente alguna vista del tricentenario pueblo de Cobos, en Salta, que en la película figura con otro nombre. Autor, Juan Dickinson sobre guión de Enrique Cortés (la dupla de "Un día en Constitución").
Ningún desatino. Cuando un chofer taciturno, parco y poco elocuente encuentra un motivo -¿el amor?- para salirse de su propia rutina, comienza a tomar forma la idea principal de Destino Anunciado, un thriller pueblerino protagonizado por un muy centrado Luis Machín. Hablamos de la tercera película del director Juan Dickinson, cuya filmografía incluye dos documentales situados en el mundo del transporte: Un Día en Constitución y Había una vez un Tren. Aquí no se aleja demasiado desde lo temático, dado que elije de protagonista a un chofer de micros, manteniéndose de alguna manera dentro de un ámbito similar, aunque desde la ficción...
Inquietante pacto de silencio Del director Juan Eduardo Dickinson se ha conocido "Un día en Constitución". En esta segunda película, igual que en la anterior, se ocupa de personas que trabajan, que pasan por situaciones a veces trágicas, que casi nunca tienen trascendencia. Este es un policial dramático, en el que sus protagonistas son dos choferes de micros de larga distancia, a los que la vida llevó por distintos caminos. Olivo (Manuel Vicente) más comunicativo que su compañero, esconde varios secretos. Conoce a todos en la ciudad de San Pedro de Jujuy, cerca de Río Grande, donde a veces va a pescar con Pocho (Luis Machín). Este es más minucioso, detallista y disciplinado. Mientras, Olivo se dedica a seducir a la chicas que suben al micro, es amigo de la policía de la zona y tiene una camioneta que no se sabe cómo adquirió. EL PARADOR En un parador de la ruta, en el que se detienen en cada viaje para comer, Pocho simpatiza con una joven camarera que lo atiende, Clarita (Celeste Geréz). Una noche en que se hizo tarde, Clarita le pide a Pocho y Olivo que la acerquen por la ruta hasta la entrada deln pequeño pueblo en el que vive: El Fraile. Pocho está a punto de jubilarse y es un hombre que no parece pedirle nada más a la vida. No es ambicioso, ni tampoco aspira a casarse, pero con Clarita le ocurre algo. Se interesa por ella, hasta que la muchacha un día es reemplazada y en el parador no le dan detalles. LAS MENTIRAS Ese acontecimiento no se sabe por qué le cambia la vida a Pocho. Se toma unos días de vacaciones y se acerca hasta El Fraile. Va a un hospedaje precario del lugar y le dicen que ese pueblo de pocos habitantes, en su mayoría, vive de lo que dejan los trabajadores "golondrina", que muchos llegan de Bolivia. Algunos datos oscuros, gente que miente, otros que lo amenazan, lo llevan a descubrir que en el lugar existe una encubierta prostitución de chicas, que todos intentan disimular. A partir de ese momento su búsqueda de Clarita se hace más intensa, con los riesgos que so implica. Juan Eduardo Dickinson tiene un correcto manejo de situaciones, pero no ahonda demasiado en los personajes y muchas de sus escenas no quedan claramente resueltas. Lo meritorio de su trabajo es esa atmósfera misteriosa, en la que se presiente un peligro latente y le sirve para sostener la tensión entre los distintos personajes. Son convincentes los desempeños de Luis Machín (Pocho), Manuel Vicente (Olivo) y Celeste Geréz (Clarita).
A redimir el pasado Pocho es un hombre gris y obsesivo hasta la médula. Es chofer de un micro de larga distancia, acusa 55 años, y parece que tiene todo bajo control. Pero no. Hay algo que lo persigue. Y es un recuerdo. Se remonta a los años de plomo, cuando tuvo una chance de salvarle la vida a una joven y no lo hizo. Cada vez que su mente descansa, ese momento lo desvela. Una y otra, y otra vez más. Juan Dickinson, el director de “Destino anunciado”, tomó como nudo dramático esa angustia del personaje protagónico, encarnado con simpleza y efectividad de recursos por Luis Machín. Y partió desde ese trauma para contar el presente de Pocho, que viaja diariamente hacia el norte del país, en compañía de Olivo, un colega impresentable aunque aparentemente la va de simpático (logrado rol de Manuel Vicente). El respiro que tiene ese andar por las desoladas rutas es ese ratito en el parador, a veces al mediodía, otras a la hora de la merienda. Allí la verá a Clarita (Celeste Gerez), una moza joven que siempre le tira buena onda y hasta es capaz de cambiarle el humor opaco de rutina con su sonrisa plena. Ella le devuelve con su afecto una imagen que él desconoce de sí mismo. Pero un mediodía, casi como cualquier otro, Clarita no está más en el parador rutero, y nadie le explica por qué. Para Pocho, a partir de allí, nada será igual. La búsqueda de la verdad de esa ausencia lo llevará por caminos insospechados, pero, sin embargo, lo ayudará a encontrarse con lo mejor de sí y, quizá, a saldar aquella vieja deuda del pasado. Dickinson hilvanó un relato austero e intimista, que no pierde la dinámica, y tuvo la habilidad para pintar a través de los roles protagonistas dos valores morales antagónicos de la condición humana.
El viaje hacia alguna parte Un viaje, dos viajes, muchos viajes. El chofer de micro de larga distancia que interpreta Luis Machín está acostumbrado a la travesía sin sorpresa, presentada en la primera parte del film, donde la rutina y las manías de Pocho cobran protagonismo. Su compañero es casi siempre el mismo –el eficiente Manuel Vicente– y hasta el sueño entrecortado parece el habitual. Pero algunas imágenes rondan por su cabeza, que Destino anunciado se dedica a registrar en un obvio blanco y negro, y que la película presenta con cierta ambigüedad: no se sabe si son flashbacks o futuros flashforwards. Pero en los descansos entre viaje y viaje, Pocho muestra su costado tierno al encontrarse con una joven mesera salteña que, repentinamente, desaparece de un día para el otro. Y allí empieza la trama policial del film, sanguínea, turbia, confusa en su exposición visual. Destino anunciado está dividida en dos partes: la primera, descriptiva, excedida en minutos, pero transparente en la concepción de un personaje central, habituado a una vida mediocre, y que padece una zona oscura del pasado. La otra mitad, donde las máscaras se derrumban y adquiere protagonismo la corrupción policial y el silencio temeroso de un pueblo, intenta con poca suerte volar alto, acumular temas, invadir otras áreas que se relacionan con el pasado cruento de la dictadura. Allí confluyen los dos segmentos, donde de manera borrosa se aclaran el pasado y el presente de Pocho (atendible performance de Machín, mejor en los tiempos muertos que en los instantes catárticos) y la búsqueda infructuosa de la joven desaparecida. Viaje interior dirigido a la redención de un personaje con conflictos sin resolver, Destino anunciado obtiene sus mejores instantes cuando Pocho conoce a los pocos habitantes de un pueblo y pretende hospedarse en una pensión con la excusa de que se dirige a pescar a una laguna. Allí la tensión se transmite al espectador de manera eficaz, sin tanto alarde temático y mostrando que el mundo es un lugar inseguro, agresivo, de permanente desconfianza hacia el otro.
Pueblo chico, infierno grande Hay una primera parte de Destino anunciado que funciona aceitadamente. Es la que nos cuenta con precisión y sin subrayados la vida de Pocho, un chofer de ómnibus de larga distancia enfrascado en una vida plagada de soledad y rutina. En la descripción minuciosa de los pequeños rituales de este hombre sin atributos evidentes, Juan Dickinson es efectivo: a la vez que pinta un personaje con trazos claros y detalles en apariencia nimios, plantea un enigma con mucha perspicacia. En esa etapa inicial de la historia, ambientada en el norte de la Argentina, hay un clima de tensión bien logrado, un ambiente que luce calmo, pero, por alguna razón, despierta sospechas de que puede transformarse en cualquier momento. Cuando finalmente se transforma, empiezan los problemas. Para el protagonista, un Luis Machín tan solvente como siempre, y para la película, que se empecina en una trabajosa vinculación pasado-presente entre las miserias de la represión en la última dictadura y la extendida práctica de la trata de personas en el país, que se puso de manifiesto en los últimos años a partir del trabajo perseverante de varias ONG y las denuncias en la prensa. Ahí fluyen algunos lugares comunes del esquema "pueblo chico, infierno grande" y ominosos flashbacks recargan de explicaciones a una película que respiraba mejor en la sugerencia, el recato y la economía de recursos. El tópico del lugar donde todos saben algo que no pueden ni quieren decir también denuncia cierta ligereza en el guión. El trabajo de Machín es notable: el arco que describe en su actuación va del empleado riguroso y alienado al hombre enamorado que no repara en riesgos en su afán de justicia. Con solidez, logra hacer creíble ese recorrido que en los papeles suena algo improbable.
Luego de ofrecer como ópera prima el documental Un día en Constitución, un retrato abarcativo sobre esa estación de trenes y su jungla urbana, en su primer film de ficción Juan Dickinson se anima a un mix entre el road movie, la pintura costumbrista y el thriller. Demasiados objetivos quizás, para un Destino anunciado que cuenta con un arranque auspicioso, momentos con buenos climas, una intriga lograda y un par de sorpresas, pero que en su último tramo prácticamente descalifica sus virtudes parciales. Ese buen desarrollo inicial, que además muestra un universo poco conocido -el de los choferes de micros de larga distancia-, cuenta con un suspenso que se va intensificando y promete un último segmento intenso. Allí deberían confluir las dos o tres líneas narrativas presentadas, que integran la trata de personas y la dictadura, pero un desenlace trunco y algo apresurado, que puede llegar a sorprender y nada más que eso, desaprovecha ese entramado correctamente presentado. Queda la sensación que en el guión de Enrique Cortes, sobre ideas de Dickinson, cae en un vacío narrativo y expresivo en el que se diluyen sus propuestas. Una pena, pero estas falencias no hacen mella en el formidable protagónico de Luis Machín, que logra una caracterización impecable, muy bien acompañado por un Manuel Vicente con un personaje con dobleces. Y vale la pena disfrutar de las escenas en las que actúan juntos.
Furno vuelve a la ruta y al pasado La película protagonizada por Luis Machín, que pasó inadvertida en su estreno, regresa a una sala local. El rosarino encarna un chofer de ómnibus de larga distancia asaltado por pesadillas que vienen desde los años de la dictadura. En la misma semana en que el último film de Sofía Coppola, Adoro la fama, otro de sus caprichosos retratos e híbridos divertimentos, alejado de aquellos, sus primeros films, se presentaba a fines de octubre del año pasado en cinco salas, y que la notable obra de Margarethe Von Trotta, Hannah Arendt se podía ver sólo en dos salas, Destino anunciado de Juan Dickinson sólo estaba presente en el cine Del Centro, habiéndose dado a conocer, como tantos otros films independientes, en un espacio altamente competitivo, eclipsados por una resonante maquinaria publicitaria. Afortunadamente, tras un largo silencio, volvió a la cartelera este muy inadvertido film. Y lo hizo de la mano de su actor, admirado por todos nosotros, no sólo por ser rosarino, por haber finalmente encontrado un lugar en el teatro, en la televisión y en el cine; sino, sobre todo, por su talento y su modo de ser, actitudes y comportamientos, que, en el caso de Luis Machín, se conjugan de manera inusual. El pasado jueves, en una función abierta para todos los públicos, el actor, en la sala de Arteón, abrió la función con sus sinceras palabras, antes de la exhibición del film, la que fue coronada con grandes aplausos. Si en un programa especial para la televisión de hace algunos años, su director, Juan Dickinson, cuya trayectoria merece ser conocida, nos acercaba el declinar y ocaso de los ramales ferroviarios que durante décadas permitieron los diferentes vínculos entre tantos pueblos del interior en un programa especial para la tevé, en formato documental, conocido como Había una vez un tren, ahora en Destino anunciado el espacio que vamos a transitar es el de las carreteras, las autopistas, que conectan a la estación central de Retiro con la ciudad de San Pedro de Jujuy. Y en esa larga trayectoria, que nos va alejando de la Capital, iremos conociendo a Furno, un hombre ya cincuentón de una rigurosa conducta, que se manifiesta en actos rituales, repeticiones, forma de vida estoica, moral indeclinable. Pero que al mismo tiempo se ve asaltado en sus sueños, que lo visitan como recurrentes pesadillas, por un cierto hecho ocurrido en los años de la dictadura. Por esos territorios desolados, en ese repetir los mismos kilometrajes y anotar el número de pasajeros en un descolorido cuaderno, la opacidad de una luz acompaña la existencia de Furno, cuyo acompañante Olivo, se mueve de manera acomodada entre los agentes del orden y las mujeres del lugar. Es en ese mismo parador, donde tiene lugar ese alto, que allá la historia comienza a tomar un cauce diferente, donde el conocer a una amable y joven moza del lugar, llamada Clarita le permitirá a Furno reconocerse desde otra manera de ser. Desde un tiempo dilatado, que parece duplicar el tiempo detenido de esos espacios, lo inquietante y lo perturbador llevarán a nuestro personaje, desde una destacada composición admirable en matices, a llegar a las puertas de un pueblo fantasma. Así, Luis Machín compone a un antihéroe que se empezará a mover en un espacio amenazante de miradas esquivas y de rechazos, de silencios forzados, en el espectral escenario de lo que podría ser un western crepuscular. De esta manera, el film de Juan Dickison a partir de una estructura que se abre en el espacio de la vivencia de un pasado, que se mueve entre la imposibilidad, la ignorancia y la culpa, proyecta su flecha hacia una riesgosa búsqueda, en un territorio de fronteras, que llevarán a que nuestro personaje se vea rodeado por niños que conducen bicicletas hasta cercarlo; antes de que las máscaras de una colorida, tensionante y grotesca mascarada de Carnaval lo desdibujen en la misma escena.