La tolerancia en cuotas. Por regla general las denominadas “comedias populares francesas” funcionan muy bien en tierra gala, algunos países de Europa y debemos parar de contar. Para el resto del mundo resulta más que evidente que el subgénero suele quedarse corto en su pretensión de acoplar la sensibilidad romántica local con los engranajes más simplones de su homóloga norteamericana, una dinámica que en teoría promete pero en términos prácticos desemboca una y otra vez en opus fallidos que toman lo peor de cada uno de los extremos (pensemos en el humor chabacano e ideológicamente inerte de los estadounidenses y todos los clichés de la nación del “oh là là” alrededor de los vaivenes temperamentales de la alta burguesía). Casi para compensar la andanada de propuestas anodinas de siempre y con una eficacia que contradice su pedigrí, hoy por suerte tenemos un pequeño film que dignifica al cine masivo del viejo continente y demuestra que con un poco de perspicacia la misma combinación de ingredientes puede llegar a generar un resultado bastante superior al promedio acostumbrado. El mérito de Dios mío, ¿qué hemos hecho? (Qu’est-ce qu’on a fait au Bon Dieu?, 2014) es doble porque no sólo fue un éxito de taquilla en un mercado tan copado por Hollywood como el nuestro, sino también porque toca temas sumamente delicados por aquellas comarcas, léase el racismo, la petulancia y la alienación de las clases acomodadas. La película en sí posee dos partes bien diferenciadas, con leitmotivs semejantes aunque independientes: la primera mitad está centrada en el proceso de “acondicionamiento” que atraviesa una estirpe tradicional católica, encabezada por Claude (Christian Clavier) y Marie Verneuil (Chantal Lauby), cuando tres de las cuatro hijas del matrimonio se casan con un árabe, un judío y un chino; el segundo capítulo se mete de lleno con la señorita restante, su intención de desposar a un africano y el rechazo de sus progenitores, quienes ven en la unión la puñalada final a las esperanzas de cobijar en el clan a un francesito de pura cepa. Así las cosas, la lógica del conflicto va mutando de familiar/ religiosa a cultural. Sin dudas los mayores aciertos del convite, aún por encima de los diálogos filosos y el excelente desempeño de Clavier y Pascal N’Zonzi como el padre del prometido, pasan por la vitalidad irónica que enmarca la relación entre los personajes y la agilidad que impone el guionista y director Philippe de Chauveron en lo que respecta al desarrollo narrativo. El tono jocoso y liviano evita caer en las típicas estupideces o bravuconadas de tantos productos norteamericanos similares, lo que termina jugándole muy a favor a una obra sencilla y de corazón cándido que curiosamente decide analizar los límites de la paranoia de la derecha europea, frente a la cual propone una tolerancia escalonada, en módicas cuotas…
Un poco de amor francés Las críticas al multiculturalismo y a la mirada de la burguesía francesa en su afán de conservar los nacionalismos más retrógrados hacen blanco aunque de manera inofensiva -pero no por ello menos irónica- en esta taquillera comedia que supera en algunos segmentos a la media de productos comerciales europeos que pretenden, sin éxito, quitarle terreno a los consumados tanques norteamericanos, fronteras afuera. La premisa resulta por lo menos interesante al instalarse en el seno de una familia prototípicamente francesa, Los Verneuil, constituida por marido y mujer sin mayores crisis en la pareja que las de la rutina y la incompatibilidad de caracteres ante la idea de tolerancia frente a los futuros yernos. Es que sus hijas deciden cortar de cierta manera el linaje galo para casarse y así incorporar a un árabe, un judío y un chino a sus vidas, motivo por el cual el sueño de sus padres queda hecho añicos. No obstante, la esperanza de inclinar la balanza nuevamente hacia el lado de Francia se deposita en la única hija soltera, quien anuncia con bombos y platillos la existencia de un pretendiente. Entre la adaptación y la tolerancia forzada de ciertas culturas no afines a la francesa, Claude (Christian Clavier) y Marie Verneuil (Chantal Lauby) a veces deben soportar que sus respectivas hijas casadas los tilden de racistas ante cualquier comentario de desagrado o que suene políticamente incorrecto, hecho que conlleva un distanciamiento lógico a pesar de los esfuerzos y los propios conflictos entre los mismos yernos en cualquier reunión familiar. Sin embargo, todo se exacerba al conocerse la novedad del noviazgo de la última hija soltera, quien por motivos que aquí no revelaremos dilata la presentación de su futuro esposo a la familia para evitar mayores conflictos con los padres del pretendiente. La religión y la familia como eje de los conflictos son utilizados como disparadores reflexivos en esta jocosa propuesta del director Philippe de Chauveron, oportuna y paradójica teniendo presente los lamentables sucesos acaecidos hace muy pocos días en Francia, donde la intolerancia primó sobre todo tipo de raciocinio y pensamiento libre. Algo que solamente por el título de esta cinta francesa, que emplea el nombre de Dios, hubiese sido suficiente para desatar otra tragedia.
Una comedia francesa, que a la luz de los terribles hechos del terror, adquiere hasta otro significado. No deja de ser una amable y divertida mirada sobre la diversidad cultural de la sociedad francesa, a través de un a familia donde las cuatro hijas eligen maridos de distintas etnias con distintas religiones (un judío, un chino , un argelino musulmán, un negro católico) para disgusto de sus progenitores. Agradable y significativa
Una efectiva comedia que aprovecha todo lo que su conflicto tiene para ofrecer. En 1967 el director Stanley Kramer, reunió a Sidney Poitier, Katherine Hepburn y a Spencer Tracy para realizar ¿Adivina Quién Viene a Cenar?.En dicha película una pareja de padres que se dicen modernos deben hacerle frente a la verdadera intolerancia que los domina cuando su única hija les presenta a su futuro marido: un caballero afroamericano. Yo procuro, en la medida de lo posible, tratar de no hacer referencia a otras películas cuando reseño la película de turno. Pero la enorme similitud de Dios Mío, ¿Qué Hemos Hecho? a reseñar con la trama base de aquella película hace la comparación algo inevitable como la gravedad. Dios, Alá, Buda, los amo a todos Claude y Marie Verneuil son un matrimonio francés católico de pura cepa, cuyas tres de sus cuatro hijas se han casado, muy a su pesar, con un Chino, un Musulmán y Judío. Su única esperanza es que su hija menor, la única que todavía no ha contraído matrimonio, sea la que finalmente lo haga con un francés católico como ellos. El conflicto surge cuando la señorita en cuestión les anuncia a los padres que se va a casar, y que el candidato es un francés católico como ellos esperan. El único detalle es que este caballero es de piel negra, lo que pone al matrimonio, y en extensión a toda la familia (tanto política como de sangre) en jaque. Si hay algo que no puede achacársele a esta película es que no tenga guión. Como ya dije mas arriba, toman la premisa de la película de Kramer, solo que le agregan a la mezcla un Chino, un Judío y un Musulmán. Lo que trae como resultado que esta peli desborde de conflictos a resolver, ya sea de índole religiosa o de dinámica suegro-consuegro-yerno/cuñado-concuñado. Esto garantiza que la película sea, por lo menos, entretenida y llevadera. En ese frente, la historia triunfa y con creces. No obstante, a pesar de su efectividad, hay algo en la estructura de su guion que no me cierra del todo. Es como que esperan hasta la mitad de la película para establecer el conflicto principal. Pero es algo que se llega a perdonar ya que la historia se toma las suficientes molestias para establecer su tema de entrada y antes de que te des cuenta de este “tropiezo” ya sucedieron miles de situaciones cómicas que nacen mas del tema que de la trama, lo que es, en cierto modo, un curso de acción adecuado para el viaje que hacen los personajes. La Familia Benetton Del costado técnico no hay mucho que decir: Una fotografía en clave alta que se limita a que la escena se vea bien y un montaje fluido que ayuda al ritmo sostenido de la película. Por el costado actoral, los actores que dan vida a los hijos entregan interpretaciones adecuadas. En el costado interpretativo los que verdaderamente destacan son Christian Clavier y Chantal Lauby que dan vida a la pareja de padres que ven desafiada su percepción de la tolerancia. Conclusión Dios Mío, ¿Qué Hemos Hecho? es una comedia que aprovecha todo el potencial que su premisa tiene para ofrecer y el resultado final es una comedia que, si bien no es lo que se dice completamente desopilante, es definitivamente disfrutable.
Lugares comunes Pocas veces una película europea llega a la Argentina cargada con una actualidad tan vigente como Dios mío, ¿qué hemos hecho? Es que el film de Philippe de Chauveron aborda las tensiones raciales puertas adentro de Francia, las mismas que prometen tensarse aún con más fuerza a raíz del atentado a la revista Charlie Hebdo. Claro que lejos de catalogarlo como una de las cuestiones más apremiantes de la política interna gala, lo hace a través de una comedia construida desde la tipificación más llana, apelando a todos los prejuicios, estereotipos y lugares comunes sobre las distintas comunidades habidos y por haber. Éxito extraordinario en la taquilla francesa con más de ¡doce! millones de espectadores (20 millones contando toda Europa), Dios mío… jamás esconde su reduccionismo racial galopante, encarnado aquí en una pareja conservadora (Chantal Lauby y un Christian Clavier, empecinado en calcar los gestos de Robert De Niro en La familia de mi novia), cuyas hijas están casadas con representantes de distintas minorías étnicas: un judío, un árabe y un chino. Todos ellos, claro, delineados con la misma fineza con la que lo haría cualquier hijo de vecino. Las reuniones familiares serán una excusa para un pase constante de facturas, con el yerno árabe cargando contra el israelí y éste, a su vez, contra el chino, todo ante el beneplácito del patriarca. El cartón se llena cuando la cuarta hija arranque a planear su casamiento con un…africano. Hasta que de buenas a primeras todos se dan cuenta que, tal como lo explicita la película, no importa en qué Dios se crea sino que todas son personas. El desenlace, sorpresa y media, es una oda a la igualdad, la conciliación y la familia.
Cada familia es un mundo El film de Philippe de Chauveron retrata la vida de un matrimonio muy tradicional que espera que su hija menor se case con un hombre católico, dado que las tres mayores contrajeron enlace con un musulmán, un judío y un chino. Nominada a los Premios Goya 2015 como Mejor Película Europea, Dios Mío ¿Qué hemos hecho? (Qu'est-ce qu'on a fait au Bon Dieu?, 2014) es una comedia que logra lo que se propone. Puede parecer que ya se realizaron todas las películas posibles en base a bodas. Indudablemente, es un tema bastante trillado que cuenta con exponentes diversos como La boda de mi mejor amigo, Mi gran casamiento griego y Amores, enredos y una boda, entre muchas otras. Pero el director francés Philippe de Chauveron presenta una historia divertida que no se centra en el romance, sino que indaga sobre la difícil tarea de aceptar las diferencias culturales. Claude y Marie Verneuil (Christian Clavier y Chantal Lauby) conforman un matrimonio católico practicante que tuvo que aceptar que sus hijas se casaran con hombres que no comparten las mismas creencias que ellos. Después de que la primera se uniera en matrimonio con un musulmán, la segunda con un judío, y la tercera con un chino, los Verneuil tienen la esperanza de que la benjamina de la familia sí se case por Iglesia. Claude y Marie intentan acercarse a sus hijas para no perder el vínculo, aunque las diferencias a veces se transforman en discusiones que no llegan a buen puerto. Pero cuando todo parece estar solucionado, la hija menor anuncia su boda con un joven de color. A partir de entonces se inicia una debacle familiar que origina situaciones entretenidas y descabelladas. Dios Mío ¿Qué hemos hecho? es una comedia efectiva, que presenta todas las características del género. Por momentos cae en lugares comunes, pero en otros se destaca por presentar diálogos que reflejan, casi siempre con tono de humor, la intolerancia que tienen los seres humanos hacia lo diferente. Buenas actuaciones y excelentes escenarios completan el film. Es probable que la película de Chauveron deje pensando al espectador sobre los valores impuestos y la importancia de conocer otras culturas. Puede que sea así, o puede que no. Pero lo que es evidente es que le asegurará un rato entretenido. Y no es poco.
El gusto francés, en una comedia de enredos. Según algunas estadísticas, los franceses son los campeones del mundo en bodas mixtas. Y para muestra está aquí el tradicional matrimonio integrado por Claude y Marie Verneuil, ambos católicos practicantes y padres de cuatro hermosas hijas a las que han inculcado sus valores y costumbres, y aceptaron a regañadientes y con sorpresa que sus hijas se casaran con un musulmán, un judío y un chino, respectivamente. Los Verneuil tratan de mantener una mente abierta para sobrellevar lo que sienten como una carga, tanto social como familiar, y depositan su confianza en su cuarta heredera y esperan que contraiga nupcias con algún francés apuesto, adinerado y simpático. Pero no fue así: el jovial candidato es negro. El director y coguionista Philippe de Chauveron logró construir una comedia tan entretenida como salpimentada. Hay en el film un toque profundamente francés que une la ironía con la picardía y la sonrisa con cierta dosis de burla. Christian Clavier y Chantal Lauby aportan su simpatía y también su malhumor a esta unión de parejas, mientras que el resto del elenco y los rubros técnicos se plegaron con entusiasmo a esta senda que demuestra que el amor salva todas las diferencias.
Infelizmente la comedia del año pasado en Francia Claude Verneuil (Christian Clavier) y su mujer Marie (Chantal Lauby) pertenecen a la buena burguesía provincial francesa, conservadora (sobre todo él, gaullista en este caso), católica y practicante (sobre todo ella). Entonces no debería sorprender mucho: les costó un poco ver a sus tres hijas mayores casarse sucesivamente con un musulmán, un judío y un hijo de inmigrantes chinos. Pero lo aceptaron, porque son tolerantes o así se imaginan. Por suerte, les queda la hija menor y esperan que esta encuentre un buen católico para que una se case por fin por Iglesia. Es lo que pasará, pero no será exactamente el católico que esperaban y se preguntarán qué han hecho a Dios (el titulo francés original es Qu’est-ce que nous avons fait au bon Dieu?) para pasar por ese “calvario”. Esta comedia ha sido el mayor éxito en Francia en el 2014, con poco más de doce millones de espectadores. Infelizmente, ser popular no es necesariamente un índice de calidad, y en este caso, definitivamente no lo es. No lo es porque Dios mío, ¿qué hemos hecho? retoma, sin cuestionarlos, sin darles vuelta, los clichés que existen sobre las distintas comunidades que aborda, incluso convalidándolos. No lo es porque ratifica una concepción restrictiva de la nacionalidad, muy de moda actualmente en Francia, racista en sus motivaciones. Como se lo sugiere en una escena emblemática, donde el padre termina aceptando a sus tres yernos, un buen francés es un francés que canta el himno nacional de memoria cuando la oportunidad se presenta. Ahí se valida esa deriva observada desde hace unos años cuando se empezó a criticar a los jugadores de fútbol de origen árabe de la selección francesa, por ejemplo Benzema, por no verlos cantar el himno antes de un partido. Cuando Platini jugaba, no cantaba la Marseillaise y nadie le decía nada. Otros tiempos, otra inmigración, europea y católica en el caso de Platini, árabe y musulmana en el caso de Benzema… Además, en Francia el himno no se aprende en las escuelas ni tampoco se lo pasa por radio diariamente a determinado horario. De hecho, yo soy francés, pero sinceramente no conozco más que las dos primeras estrofas de la Marseillaise (e incluso esas creo que me las olvidé un poco…) al igual, me parece, que la mayoría de los franceses. En otras palabras, para ser un “verdadero” francés, algunos tienen que ser más “franceses” que otros. No lo es porque -peor aún si fuera posible-, ratifica en cierta medida el racismo. Uno de los personajes lo dice con todas las letras: “todo el mundo es un poco racista en el fondo”. Si es así, entonces no puede ser muy grave, hasta se puede excusar un poco. Se podría replicar que la película hace de abogada de los casamientos mixtos. Es cierto, pero se debería también mencionar que los yernos pertenecen todos por lo menos a la clase media. En fin, no lo es porque las actuaciones de las hijas y de sus maridos son en su gran mayoría pésimas, lo que a esta altura ya parece secundario. Casi el único que se destaca es Clavier. Es que ese tipo de papel siempre le va como anillo al dedo. Dios mío, ¿que hemos hecho? se pensó como una comedia popular consensual, unificadora, y el resultado no deja de asustar por lo que refleja y revela de la sociedad francesa actual, lo que fue muy probablemente una de las claves de su éxito.
INADI, buenas tardes! Dios Mío, ¿Qué Hemos Hecho? No solo es el título de esta nueva comedia francesa sino también un sentimiento de culpa, un supuesto error cometido que ahora se cobra venganza. Claude y Marie, son un matrimonio católico, por supuesto burgués, que se consideran maldecidos ya que tuvieron la desgracia que sus primeras tres hijas se hayan casado con un árabe, un judío y un chino. Tres culturas y religiones diferentes sentadas en la misma mesa explosionan antes del plato principal. Todo parece mejorar cuando su hija menor declara que su novio Charlie -festejado por llevar el mismo nombre que Gaulle- es católico y pasaran por la iglesia para sellar su amor pero todo empeora cuando conocen a su nuevo yerno. Charlie es africano de piel morena y su padre defensor de su tierra detesta a los franceses por ser “los invasores”. De este modo comienza la travesía entre los consuegros en impedir la boda y de los yernos en demostrar que este nuevo integrante es un caníbal sexual. Seis culturas en un enfrentamiento forzado. El film trata con humor, un tanto forzado, el choque multirracial pero cuenta con algunos gags atractivos como la representación cultural unificada en un muñeco de nieve o en un sacerdote poco ortodoxo. Por supuesto, happy end para esta comedia ultra taquillera en su país laico.
Comedia con toda la mezcla de sabores de la vida moderna. Viene a la memoria "La jaula de las locas", cuando Michel Galabrú, caracterizando a un burgués de provincia, llega al hogar y le cuenta horrorizado a su esposa: "Murió el presidente de nuestra Liga de la Decencia. En un burdel. Con una mujerzuela. Menor de edad. ¡Negra!". Ese remate es antológico. Lo mismo, las salidas de Louis de Funes como empresario (también de provincia) enardecido contra cualquier persona que no fuera francesa de pura cepa en "Las aventuras del Rabbí Jacob". Pero el burgués terminaba casando a su hija con el hijo de un italiano de "dudosa moral", y el empresario se metía en la piel de un judío y ayudaba a un rebelde árabe (ambos vestidos de rabinos). Ahí también había un casamiento poco convencional. Esas eran dos comedias locas de los 70, políticamente incorrectas pero brillantemente avanzadas, gozoso antecedentes de la que ahora vemos. Acá las bodas se multiplican y la anhelada pureza racial y cultural de otras épocas se difumina todavía con mayor fuerza. Son los tiempos que corren. Y los dueños de casa deben resignarse y darles la bienvenida a los novios de sus hijas: un judío, un musulmán, un chino, ¡un negro! Pero católico. El problema es el consuegro, un negrazo de mal carácter tremendamente racista y francófobo. La horma del zapato, la pesa que equilibra el platillo, y no diremos la imagen que devuelve el espejo porque eso ya sería demasiado oscuro. En suma, una comedia costumbrista con toda la mezcla de sabores de la vida moderna. Doce millones de espectadores tuvo esta película en Francia, siguiendo la estela de aquel megaéxito que fue "Amigos intocables", casualmente sobre la linda relación entre un blanco rico pero lisiado, y un morocho pobre pero bien dinámico. Protagonistas, Christian Clavier y Chantal Lauby. ¡Hay que ver las caras que ponen a medida que la familia crece! No practica el histrionismo de Louis de Funes, pero es muy expresivo este Clavier. Atención también a Pascal Nzonzi, el consuegro, que de zonzo no tiene nada, y pulgas tampoco. Y al autor de todo, el comediógrafo Philippe de Chauveron. Y a las cuatro hijas casaderas de esta historia, que son una francesitas preciosas (de pura cepa).
Yernos de todos los colores. A partir de los atentados ocurridos hace tres semanas en Francia, mucho se viene hablando de la multiculturalidad de ese país, que en las últimas cinco décadas recibió una fuerte corriente inmigratoria proveniente de sus ex colonias africanas y asiáticas y cuenta, por ejemplo, con una población de cinco millones de musulmanes. Al director Philippe de Chauveron le llamó la atención un dato vinculado lateralmente a este tema: Francia es el país con más casamientos mixtos en el mundo (el 20% del total). Ese fue el disparador de Dios mío, ¿qué hemos hecho?, que intenta mostrar, con humor, el choque de culturas. Un matrimonio rico, católico y gaullista -encarnación de la vieja Francia- ve con horror cómo tres de sus cuatro hijas se casan sucesivamente con franceses de origen árabe, judío y chino. Y todavía le falta enterarse de la sorpresa que le reserva la menor. La película -por lejos, la más taquillera del año pasado en Francia- da la sensación de oportunidad desaprovechada: a De Chauveron le faltaron unas cuantas dosis de audacia y provocación como para tirar más de la cuerda y llevar el planteo al extremo. Si al principio da la impresión de tratarse de una comedia urticante, incómoda, enseguida todo se torna edulcorado y políticamente correcto. Las de-savenencias raciales desaparecen y aparecen conflictos menores, que se apartan de la interesante premisa inicial y se acercan a los de cualquier comedia romántica del montón. Hay cantidad de chistes infantiles y redundantes. Los momentos más logrados están en el contrapunto ente el padre (Christian Clavier, un prócer de la comedia francesa) y su futuro consuegro (el congoleño Pascal N'Zonzi, toda una revelación). Ellos son los que mejor exponen los prejuicios que existen entre los diferentes grupos étnicos, y muestran que el racismo no es patrimonio de ningún color o religión en particular
Multirracial y camuflada. Hace un mes, a propósito del estreno de La familia Beliér, se expresaban las más que obvias y rancias características del cine industrial francés, en este caso, sostenidas desde lo económico por su impresionante éxito en el país de origen. Con Dios mío, ¿qué hemos hecho? vuelven a manifestarse los mismos objetivos: historia familiar, tono de comedia leve, taquilla asegurada. Pero, a diferencia de aquella, que trataba con bastante recato y sutileza las idas y vueltas de un clan sordomudo, la película de Phillipe de Chauveron agrega algunos tópicos, por lo menos, criticables. El matrimonio Verneuil, católico, ricachón, conservador y reaccionario, ve cómo tres de sus hijas se casan con un judío, un chino y un musulmán. Queda la menor, quien mantiene una relación de pareja con un negro africano, sin que los padres se enteren de la noticia. Pero habrá casamiento, peleas, reconciliaciones y, claro está, el hecho terrible de que los Verneuil deban conocer al novio y a su familia, con un padre ex militar, una esposa que lo reta y una hija que habla poco y nada. Pues bien, la trama avanza con simpatía, a través de chistes obvios sobre credos, religiones, colores de piel e ideas básicas y ramplonas sobre el mundo. Hasta acá, todo en orden: los personajes son funcionales y un par de situaciones hasta provocan algún efecto. Sin embargo, la mirada xenofóbica del film, no solo por papá y mamá Verneuil sino también de parte del resto de los personajes, construye un discurso que parece escrito por Jean Marie Le Pen y su hija, heredera ideológica del veterano político. El aspecto curioso es que las veinte, treinta referencias xenofóbicas, graciosas en su mayor parte, están concebidas dentro de una comedia familiar, es decir, bajo la protección de un género que permitiría pasar por alto la crítica. Si los gags verbales, en cambio, se dispararan desde otro género, allí la condena sería contundente. Es que Dios mío, ¿qué hemos hecho? es una película amable, siniestra y reaccionaria en dosis similares: un típico ejemplo de comedia multirracial e ideológica camuflada por un falso progresismo, tan clásico y francés al mismo tiempo.
El amor y otras cuestiones. Esta comedia parece provenir de una idea buena que no pudo transmitir en el guion lo que fue la experiencia directa con el tema. Vienen a la memoria los casos de tantos cineastas que aprenden sobre realismo en el documental para recién entonces poner un pie en la ficción. No es el único camino, aunque a esta película sin duda le sobran esquemas, personajes y situaciones demasiado prefabricados. Un matrimonio de ricos burgueses debe acompañar el casamiento casi consecutivo de tres de sus hijas. Pero lo que podría ser motivo de encabalgadas emociones no lo es. Ellas se han enlazado con un chino, un musulmán y un judío, respectivamente. Aunque el suegro tripartito asegura admirar a DeGaulle (paladín de la democracia en Francia), una parte de su corazón le juega recurrentes malas pasadas. Le nace la xenofobia, la enfermedad de la pureza, y la mecha empieza a correr. En un parpadeo, los semitas (el árabe y el israelí) se están peleando en mitad del almuerzo, mientras el chino espera su turno para tomar partido en la discusión. Religión, dinero, política, nada les sienta bien y no encuentran una manera diferente de compartir. La suegra, un poco más consciente, acude al psicólogo para desentrañar el "miedo ciego a lo desconocido" sin intuir aun que se acerca un nuevo desafío. La cuarta y última heredera también tiene sentimientos y está compartiéndolos en la cama con un africano. Para colmo, también con amor en el medio, por lo cual el secreto se empieza a correr y el anuncio de una nueva boda termina de cargar el ambiente. Rápidos de reflejos, los distribuidores de cine le abrieron la puerta a este filme que decora sumisamente los tiempos de Charlie Hebdo. Es un pasatiempo aceptable, pero tal vez los méritos propios no le hubieran alcanzado para ganarse el mismo lugar en las salas del planeta. El filme busca algunas variantes para entretener como son la lujosa escenografía, la música, la vestimenta, la fotografía de paisajes de la campiña y hasta una incursión por la cultura africana que se parece a un montaje de escenarios más que a una genuina excursión a la diferencia.
CÓNCLAVE FAMILIAR La comedia francesa es un género efectivo (o efectista) que casi siempre funciona. La fórmula se vale de altas dosis de humor, con gags y pasos típicos de enredos, que muestran la buena y mala ventura del conjunto de personajes que las habitan. En Dios mío, ¿qué hemos hecho? todos estos elementos se mezclan para dar como resultado un filme entretenido en el que se pondera como tema central la diversidad religiosa. Todas las hijas de una acomodada familia católica contraen matrimonio, pero lo que tendría que ser un encadenamiento de celebraciones termina siendo una seguidilla de eventos desafortunados que ponen en jaque la tranquilidad familiar. Tres de sus cuatro preciosas hijas se casan con miembros de distintas religiones: budista, musulmán y judío. La esperanza de los padres es la cuarta, es decir, la única y última posibilidad de que la familia, por fin, pueda celebrar una boda católica. Pero, ¿lograrán el cometido? Más allá de lo que podría imaginarse que suceda (que de hecho sucede), el gancho de la película es el morbo pasatista de ver hasta cuanto podrá un padre soportar la tensión de tener que convivir íntimamente con personajes como sus “raros” yernos. ¿Quién es el distinto? ¿Ellos o él? Y es tal vez, aquí donde el film se pone prejuicioso al querer centrar el punto de vista del lado más conservador y reaccionario. Es obvio que alguna posición debía tomar, pero lo cierto es que, sin entrar, en profundidades ideológicas, lo que aparece en la superficie fílmica es una melange cultural pintoresca. ¡Mon Dieu! dirán los padres mientras que la decepción los abraza fríamente, y como buenos católicos lo que sigue es la culpa. Qué hemos hecho como padres para merecer esto, se preguntan todos los días hace más de seis años. Acostumbrándose o forzados a, la gran familia disfuncional logra despertar complicidad y una dosis justa de risas, siempre y cuando, la burla se comprenda sin ofensas. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Un matrimonio católico de clase alta en Francia y sus hijas que eligen maridos de otras religiones. Narra los terribles momentos que pasa una pareja católica francesa: Claude y Marie Verneuil (Christian Clavier y Chantal Lauby), que llevan varios años juntos, con valores muy tradicionales, la vida les ha otorgado tener cuatro hijas hermosas, pero no se sienten favorecidos porque tres de sus hijas se han casado, la mayor con un argelino musulmán; la segunda, con un judío, y la tercera, con un chino. Ellos pese a todo intentan llevarse bien aunque se sienten incómodos. Van participando de los distintos acontecimientos junto con sus hijas y yernos. Las cosas en un principio no resultan, inclusive entre los cuñados que poseen distintas opiniones uno de otro. Pero Marie quiere pasar la navidad en armonía junto a sus hijas, nietos y yernos, y que nadie confronte, ella hasta cocina tres pavos tradicionales a las costumbres de ellos. Luego llega su hija menor Laure (Elodie Fontan), esta se encuentra viviendo en pareja hace 18 meses con un apuesto joven que es actor, y les comunica que se van a casar, los padres se sienten mejor cuando se enteran que es católico pero lo que no saben es que Charles Koffi (Noom Diawara), es africano. El título de esta historia está relacionado con lo que sienten estos padres, pero la cuestión no termina ahí. Conocen a Charles que es simpático, amable y gracioso y ellos haciendo un chiste dicen que ya tienen los colores del arco iris a lo que Charles se suma al comentario diciendo que menos mal que no tienen una quinta hija porque se casaría con un gitano. Esto se va a tornar más caótico cuando llegan los padres del novio. Se dice que este film ya lo vieron más de doce millones de espectadores en Francia y otros tres en Alemania y continúa sumando público, (casi logra igualar el récord de la película “Intocable” de Olivier Nakache y Eric Toledano, 2011; aunque esta me pareció muy superior). Es una comedia sencilla y divertida por momentos; existe una escena bien jugada cuando Claude y André Koffi (Pascal N'Zonzi) los futuros consuegros, pasa una noche de borrachera en la ciudad y pasan una pastelería y André quiere el postre “cabeza de negro”. En pequeños momentos existen buenos diálogos y tiene los toques del cine francés, pero los gags se encuentran tan cuidados por tocar temas difíciles como son: racismo, religión, inmigración, la variedad cultural, los prejuicios, la tolerancia y no supieron explotarlos. Las actuaciones son desparejas y casi todo es previsible. Tiene alguna similitud al film “La familia de mi novia” de Jay Roach protagonizada por Ben Stiller y Robert De Niro; “Bienvenidos al país de la locura” de Dany Boon. Por otra parte creo que no todos nos reímos de lo mismo.
Reír contra los prejuicios En principio hay que aclarar que esta comedia se rodó hace dos años, antes de los últimos atentados en París y del ascenso del Frente Nacional de Marine Le Pen (que empezó antes de los atentados, valga aclarar). También hay que decir que es fácil reír con humor sobre el racismo y los prejuicios de otro lugar; lo difícil es hacer ese humor en el propio contexto. Y el caso francés es especial: con no menos de cinco millones de musulmanes, con las más diversas etnias provenientes de un pasado colonial, la sociedad francesa vive la crisis entre la “pureza” y una composición cosmopolita. A esto debemos sumarle cierto componente “culpógeno” muy francés (crearon a Robespierre y los dos Napoleón, pero los depusieron; admiraron a De Gaulle pero lo deploraron; cada generación sale a quemar París, tomar la Sorbona y hacer barricadas, pero luego reprime a la siguiente). Decepciones En ese contexto Philippe de Chauveron desarrolla “Dios mío, ¿Qué hemos hecho”, una comedia liviana en su tono pero que se mete con temas complejos. En su momento fue un éxito de taquilla, junto con “Amigos intocables” (basada en un caso de real de un blanco rico y un inmigrante que lo cuidaba). Aquí, la historia nos habla de la familia Verneuil, integrada por Claude y Marie y sus hijas Isabelle, Odile, Ségolène y Laure (todos nombres muy franceses); oriunda de Chinon, en el centro de Francia: allí Claude se declara “católico y gaullista”. De entrada vemos los matrimonios de las tres primeras con, respectivamente, el descendiente de argelinos Rachid Benassem, el judío sefaradí David Benichou, y el chino-francés Chao Ling. Demasiado para este matrimonio conservador, que no pudo casar sus hijas por la Iglesia. El relato humorístico va por dos lados: por un lado, el tironeo con los yernos y éstos entre sí. Por otro lado, la esperanza puesta en la soltera hija menor, Laure, que tiene por novio a Charles Koffi, un negro marfileño... pero de familia católica. Así, todo parecerá derrapar, más cuando se sume la familia de Charles. Familia global El humor se mueve en diálogos y situaciones políticamente incorrectas, entre la acidez del humor judío de Woody Allen y la dupla Jerry Seinfeld-Larry David (“a ver, cuál de los dos es el más semita...”), pero con cierto candor europeo. Hay algo de picaresca en las acusaciones “reales” (el que atiende el restaurante chino pregunta, ante la visita inesperada, “¿inspección de salubridad?”). De todos modos, es de notar que los tres primeros yernos, más allá de su origen, son (además de buenos ciudadanos franceses) de buen pasar y profesión (abogado, empresario y banquero, en el orden en que los nombramos): cualquier madre argentina los aceptaría... Charles es el único que desafía la cosa, porque es extranjero y actor. Uno de los temas pasa por aprender, aggiornarse en “la nueva Francia”, pero algo deben haber hecho bien Claude y Marie, porque de última sus hijas apuestan al matrimonio y la familia, en tiempos en que los europeos “puros” están un poco en otra (quizás eso tienen estos conservadores de provincia con las culturas de sus yernos). Christian Clavier, con una sonrisa forzada, ya alcanza para meternos en la comedia. Él es el eje que mueve la historia, haciendo interesantes y dinámicas duplas con Chantal Lauby (Marie) y Pascal N’Zonzi (André, el padre de Charles). Ary Abittan (David), Medi Sadoun (Rachid) y Frédéric Chau (Chao) forman un equipo imposible, tratando de salvar a la peculiar familia. Frédérique Bel (Isabelle), Julia Piaton (Odile), Emilie Caen (la hipersensible Ségolène) hacen otro tanto; Elodie Fontan (Laure) logra construir una buena química con Noom Diawara (Charles), para que sí, tengamos happy ending con triunfo del amor. ¿Cuántos de los que rieron en las butacas francesas votaron por el Frente Nacional en las últimas elecciones? ¿Cuántos lo harán en las próximas? Enigmas sin respuestas. Sólo queda reír para superar las diferencias... mientras el mundo nos lo permita.