Entre la apatía y la complicidad De la mano de Dogman (2018) el director y guionista Matteo Garrone regresa a lo mejor de su carrera, por un lado unificando a aquellos personajes tan bizarros como cotidianos de El Embalsamador (L’Imbalsamatore, 2002) con el mundo criminal de la recordada Gomorra (2008), y por otro lado construyendo una reflexión muy cáustica e impiadosa sobre las nulas posibilidades de progreso que hoy ofrecen las grandes ciudades del capitalismo hambreador y tenebroso de nuestros días, enfatizando asimismo la doble vida que deben llevar muchos para sobrevivir y la pasividad del grueso de la población ante el ascenso de figuras desdeñables al poder en una actitud que emparda el “dejar hacer” de siempre con la colaboración abúlica para con el energúmeno fascistoide, caprichoso y voraz de turno. Apelando a los engranajes de la fábula camuflada para adultos, el italiano crea un film muy prudente que utiliza su crudeza de base para explicitar su mensaje y desparramar verdades. La trama gira alrededor de Marcello (Marcello Fonte), un peluquero canino que tiene un pequeño negocio en la Magliana, uno de los barrios de Roma, y que para ganar algo de dinero extra trafica cocaína entre los miembros del hampa y la oligarquía comercial del lugar. Al mismo tiempo padre amoroso de su joven hija Alida (Alida Baldari Calabria) y gran defensor de los animales, a los que respeta y trata con cuidado y cariño, el protagonista gusta de participar en competencias de belleza de perros y hace lo que puede para quedar bien con los otros dueños semi mafiosos de locales, con quienes juega regularmente al fútbol, y con los exponentes delictivos más clásicos, entre los que se destaca un violento ex boxeador llamado Simone (Edoardo Pesce) que se siente el mandamás de la zona porque nadie tiene el coraje de parar sus arrebatos y antojos varios. Marcello es el principal dealer del zombificado Simone y suele acompañarlo en saqueos nocturnos a casas de ricachones. Cuando el maleante tenga la simpática idea de hacer un agujero en la pared del negocio de Marcello para entrar a robar al local de al lado, perteneciente a un repugnante usurero que se especializa en la compra y venta de oro, Franco (Adamo Dionisi), el peluquero canino no podrá negarse y así terminará “pegado” al hecho y con una sentencia de un año de prisión, luego de la cual -y a su vuelta a la Magliana- descubrirá que se transformó en un paria a ojos de los comerciantes del barrio y que Simone lo ningunea negándole su parte del botín y para colmo paseándose con una moto lujosa que compró con la totalidad de lo sustraído: desesperado y también envalentonado por la estadía en la cárcel, el protagonista decidirá que es momento de abandonar la sumisión que marcó su vida hasta entonces. Garrone deja de lado el tono lúdico de la interesante Reality (2012) y la muy fallida El Cuento de los Cuentos (Il Racconto dei Racconti, 2015) para recuperar el nerviosismo apesadumbrado de la década pasada y así redondea un trabajo estupendo que va de lo singular a lo general implícito de manera maravillosa y con enorme seguridad, haciendo que la anécdota central se magnifique a medida que la tragedia y la sed de venganza se van extendiendo sin freno. El desempeño de Pesce y en especial de Fonte, el cual con su solo rostro soporta minutos y minutos de metraje cargado de angustia, es extraordinario y saca a relucir lo mucho que necesita el cine contemporáneo de la sinceridad, brío y autenticidad que Garrone consigue en Dogman desde un minimalismo expresivo prodigioso que despoja a El Embalsamador de su trasfondo romántico y a Gomorra del laberinto de la corrupción mafiosa capitalista actual con el objetivo de remarcar el lamentable ciclo de explotación mutua al que están condenados los marginados, ese que a su vez responde a las necesidades de los oligarcas autóctonos y sus socios en las elites gubernamentales y empresariales. El anhelo de Marcello en pos de ganarse el respeto de su comunidad y en esencia vivir tranquilo para poder llevar de vez en cuando a su hija a bucear choca primero con la indiferencia corporativista de sus vecinos y segundo con un “monstruo humano” imparable que él mismo ayudó a crear, ese Simone que se mueve a sus anchas entre la apatía pusilánime de la Magliana y una complicidad silente, generalizada y culposa que mantiene a cada habitante menesteroso en la inequidad de siempre cual compartimento estanco y eterno…
La perra vida. Resulta interesante en esta propuesta de Matteo Garrone sumergirse en el mundo del protagonista. En los papeles, un hombre sencillo y “buenudo”, cuya afinidad con los canes se describe desde un vínculo completamente empático mientras que su némesis es todo lo contrario y el operativo empatía se disuelve por completo al ser artifice de innumerables humillaciones para con el protagonista. Sin embargo en esta relación tóxica hay una necesidad compartida y desde ese lugar, sin proponerse juzgar las acciones de estos dos personajes, el director saca a relucir su capacidad para comenzar a teñir de mayor complejidad una trama que parecía demasiado jugada a lo binario. Desde ese lugar y sin avanzar en la trama, podemos decir que Dogman apela al recurso de intercambio de roles, reformula la idea de domesticación humana a la par de manipulación para tensar los resortes del thriller psicológico, a niveles extremos y sin golpes de efecto que alejen al espectador de un principio empático conseguido desde el inicio de la película.
En primer plano un perro feroz ladrando, la cabeza atada a una cadena y su mandíbula al descubierto amenaza atacar a un hombre que intenta lavarlo. En otro, un hombre violento patea sin cesar las paredes de la jaula donde está encerrado. Con planos generales y repetidos paneos, Garrone desnuda un barrio marginal de alguna ciudad italiana. Calles deterioradas, un baldío que quizás alguna vez fue playa, ahora reciclado en medio parque medio lodazal, parece dividir en dos un feo arrabal en donde se ubica Dogman, la peluquería de perros que con afán y ternura atiende Marcello, un hombre pequeño, temeroso e ingenuo. Al lado, un cartel anuncia un negocio de compra y venta de oro que regentea Franco, amigo del peluquero de perros. Al mediodía, a un costado de la explanada, un grupo de amigos almuerza al aire libre y prepara el partido de fútbol que jugaran en la noche. En lo que parece un ritual diario, Alida cruza el baldío, tapa los ojos de Marcelo y luego se abandona a las expresiones cariñosas de su padre. Simoncino, un ex boxeador gigante visita periódicamente a su amigo Marcello. Compinches por momentos, complementarios en otros, estableciendo relaciones de subordinación o de dominio de uno sobre otro, tejen la historia y protagonizan un drama con urdimbre social. Marcello se arriesga cuando escala peligrosamente una casa para salvar una perrita a punto de congelarse en una heladera. Planea amorosamente las vacaciones que comparte con su hija. No vacila ante los peligros con tal de auxiliar a un amigo. Acaricia, regaña y a veces acuna a los perros que atiende. Ellos son sus compañeros y al mismo tiempo testigos de los sucesos que acontecen en el local. La película está filmada en color, con tonos apagados y abundantes claroscuros. Más de una vez, con planos generales y abiertos la cámara sorprende al peluquero viendo a la gente y a los perros que pasean por el baldío que colinda con su comercio. A lo largo de la película, el director se afana en seguir las idas y venidas de Marcello, retratando una y otra vez a ese hombre de expresión cándida y algo tímido que parece gozar plenamente de su paternidad, de los amigos, su oficio y, en general, de la rutina diaria que transcurre en esa barriada ruinosa donde trabaja y vive. ‘Dogman’ en una película que deja constancia de un trabajo fotográfico de una gran calidad. Una cámara en movimiento registra los diálogos que se sostienen en el local comercial y en distintos lugares. Evitando el uso convencional del plano y contraplano, Garrone mueve la cámara, rodea a los interlocutores, se acerca y aleja en función de lo que se conversa y de ese modo nos acerca a los intercambios y las acciones que se producen en esos momentos, convirtiéndonos de algún modo en testigos in situ . La cámara recorre el arrabal, da cuenta del comportamiento de los animales o con la minuciosidad de primeros planos da cuenta de la emotividad y en general de los cambios del estado de ánimo de Marcello. Dogman es también una obra donde el desafío constante de alcanzar una progresión dramática satisfactoria se supera con creces. Lo que en un inicio eran pinceladas testimoniales que fisuraban el retrato de una pequeña comunidad que vive con cierta armonía, se transforman en trazos gruesos que se multiplican, aceleran los acontecimientos y desencadenan rupturas decisivas en el pequeño tejido social. Marcello transita toda la película. Garrone lo incluye en cada una de la escenas que componen el relato. Los numerosos primeros planos de su rostro dan cuenta de las diferentes facetas de su personalidad pero además contribuyen de manera decisiva en el avance dramático. Los sucesos que aceleran y soportan el drama tienen su correlato en la gestualidad y las acciones de Marcello. El director recurre a una aparente repetición de escenas. Así, lo que en un principio lo embarga de alegría y placer al compartir con su hija una excursión del fondo marino, bajo nuevas circunstancias de su microcosmos, un recorrido muy similar con Alina se traduce en preocupación y angustia en su rostro. Su participación temprana en un partido de fútbol es atenta y entusiasta. Su rostro manifiesta la alegría de participar en la velada futbolera con sus amigos. Por el contrario, cuando los conflictos se han desatado, Marcello vuelve al campo de juego, pero ahora sin el ímpetu de su intervención anterior, suscitando así el reclamo de sus amigos pidiéndole más intervención. Su su actitud y su semblante denuncian a un hombre desconcentrado, dominado por algo distinto al propio partido. En la madrugada, Marcello que parece alucinar, grita a sus amigos que juegan al fútbol: “Chicos…eh…Francesco, Vitorio Soy yo Marcello ¿me escuchan, soy Marcello? Vengan a ver lo que he hecho (…) Esperen, yo lo soluciono … ”
Marcello, un peluquero canino que tiene su negocio en las afueras de Roma, en el humilde barrio de Magliana, se enfrenta a uno de sus amigos, Simoncino, un antiguo boxeador, violento al extremo, criminal reincidente y cocainómano, que un día puede ser amable con él y al día siguiente meterlo en un lío. Su amor por los perros y el cariño por su pequeña hija, lo conectan con su lado luminoso y feliz, pero su amigo lo va sumergiendo poco a poco en situaciones de peligro cada vez más complejas. Mateo Garrone, el director de Gomorra (2008), vuelve a construir acá un drama asfixiante que transcurre con un tiempo y una narración impecables, moviendo cada una de las piezas para que el camino del protagonista se sufra de manera clara y creíble. La película consigue meter al espectador en ese universo, en sus personajes, y con la ayuda de dos actores fuera de serie que nunca parecen estar actuando, la película atrapa completamente. El pequeño Marcello, mitad dentro del mundo civilizado, mitad sumergido en el infierno, intenta navegar en ambos lugares y todo el drama del film consiste en saber si logrará salir airoso de ese juego. Simoncino, por el contrario, es el personaje sin arreglo, una constante carga de peligro y violencia, presionando al pequeño peluquero cada vez más. Garrone sabe cómo tensar las cuerdas de la historia y cada elemento que utiliza le sirve para armar una historia de violencia y encierro, donde todo cada escena abre una nueva compuerta de conflicto que compromete al espectador y no lo deja indiferente. Bella estéticamente, inteligente en la elección de actores y situaciones, la intensidad de Dogman la convierte en una gran película.
Poco más de un año después de su estreno en Cannes —donde se alzó con dos premios actorales: a la mejor interpretación masculina y a la mejor canina—, Dogman finalmente arriba a los cines argentinos. Inspirado en una cruenta historia real, el largometraje más reciente de Matteo Garrone (Gomorra) comienza con su protagonista, el humilde veterinario y peluquero canino interpretado por Marcello Fonte, intentando bañar a un perro bastante agresivo. Dicha escena —que bien podría ser exhibida en las universidades de cine como claro ejemplo del “montaje prohibido” de Bazin— satisfactoriamente anticipa buena parte de la trama del film: poniendo su vida en jaque, un temeroso hombre intenta lidiar con una bestia salvaje y fracasa varias veces hasta que, en algún momento, triunfa por sobre ella. El cuidadoso trazado, casi matemático, de este arco narrativo es uno de los mayores méritos de Garrone: hay una paulatina acumulación de situaciones y un progresivo incremento de los niveles de tensión que prueban ser muy efectivos y llevados a cabo con rigor. Sin embargo, el desenlace de ese arco (sutilmente anticipado en la escena inicial y explícitamente evidenciado por el mismo devenir del relato) se ve afectado —inevitablemente— por su previsibilidad. Es decir, en la misma medida en que la vida de Marcello se va lentamente desmoronando a causa de su relación con Simone (Edoardo Pesce), el puerto al que su historia arribará se hace cada vez más visible. Pero ese norte tan obvio para nosotros, espectadores, no lo es así para el personaje; lo que desencadena que aquel proceso acumulativo tan bien llevado a cabo se vea, de pronto, diezmado por la previsibilidad de las postergadas resoluciones del protagonista y, en consecuencia, del relato. Tomemos el caso de El Padrino. La transformación de Michael, su lenta transición de hombre respetable y ajeno a los “asuntos” de su familia a nuevo y despiadado mandamás de los Corleone, funciona a la perfección porque tal previsibilidad nunca se hace presente. Al comienzo del relato su personaje es caracterizado de tal manera, el contraste moral e ideológico respecto de su padre y hermanos es tan notorio, que la sola idea de que Michael eventualmente ocupe el puesto de padrino es tan remota que resulta irrisoria. Por el contrario, en Dogman no notamos tal contraste: sí, sabemos que Marcello es un buen padre, querido por los vecinos y con un enorme amor por los perros. Pero nada de esto prueba ser impedimento suficiente para evitar que, en algún momento, Marcello decida equilibrar la balanza y reclamar, violencia mediante, lo que es suyo (dinero según él, dignidad y respeto según su rostro). Por otra parte, Marcello también vende cocaína y está a la merced (contra su voluntad, pero a la merced al fin) de uno de sus clientes: el hombre más odiado e inestable de todo el suburbio. La elección de caracterizar a Simone de esta manera es sumamente curiosa ya que, lejos de complejizar el dilema del protagonista, pareciera —en cambio— facilitarlo. Imaginémonos, por ejemplo, qué pasaría si Simone fuera un personaje entrañable, que lamenta su accionar pero que, pese a ello, no puede evitar comportarse de la manera que lo hace o, mejor aún, si tuviese algún tipo de vínculo afectivo con el protagonista. De este modo, el conflicto interno de Marcello se vería enriquecido, su descenso a los infiernos potenciado y su resolución final, además de no sentirse dilatada, se tornaría mucho más desgarradora. Dicho en otras palabras, mientras que Michael Corleone debió prácticamente suicidar a su propio ser para poder tomar las riendas de la mafia y vengar a su padre, Marcello, en cambio, simplemente debió vencer el miedo que le tenía a un hombre malo y mucho más fuerte que él. Probablemente, al reducirla de esta manera y compararla con la obra maestra de Coppola, no esté siendo muy justo con la película de Garrone, pero —en mi defensa— ella tampoco lo fue consigo misma; mucho menos con la impecable interpretación de Fonte.
Dogman: Instinto Básico. La última película de Matteo Garrone (Gamorra), nos mete de lleno en una historia de crueldad, violencia y una venganza atípica. El más reciente trabajo de Garrone tuvo su paso por el prestigioso Festival de Cannes el año pasado y se alzó con el galardón a Mejor Actor por el increíble trabajo de Marcello Fonte. Nuevamente nos encontramos ante un relato que busca hacer un análisis sobre la violencia y la crudeza en la sociedad italiana en sus estratos sociales más bajos. Igualmente, Garrone aclara que su deseo era destacar la universalidad de los temas tratados y en aquel detalle explica su vuelta a la locación de Villaggio Coppola. La historia gira alrededor de Marcello (Marcello Fonte), el dueño de una peluquería canina a las afueras de Roma que vende cocaína a conocidos del barrio para ganar un dinero extra. Lleva una vida austera, en la que divide su tiempo entre su hija pequeña con la que tiene una relación entrañable, el negocio donde demuestra tener un sumo respeto por los animales y su cuidado, y sus amigos con los que juega al fútbol regularmente. El problema está en otra de sus amistades, Simone (Edoardo Pesce), un violento ex boxeador que lo tiene al pobre Marcello a maltraer. Si bien este pugilista devenido en delincuente local, parece tener cansados tanto al protagonista como al resto de los habitantes de la zona, nadie parece hacerle frente por temor o quien sabe por qué otra cosa. Marcello tolera todo tipo de abusos de este individuo pero parece tenerle afecto ya sea por cuestiones del pasado o no, no obstante, su vida personal comienza a complicarse y decide tomar las riendas de la situación. El film se beneficia de su completa sinceridad, de la economía de recursos tanto técnicos como interpretativos y de una narración sobria que busca hacernos empatizar con el pobre personaje principal, y luego ir cambiando de posición a medida que se desarrolla la trama. Marcello tolera todo tipo de crueldad y agravio hasta que dice basta, el problema es que quizás sea demasiado tarde y se vea obligado a recurrir a la misma violencia con la que fue aporreado tanto tiempo. Un drama interesante con tintes de thriller psicológico que nos muestra ese contraste entre la amabilidad del protagonista y su coqueteo con la vida delictiva que lo llevan a codearse con individuos despreciables y a recurrir a los mismos mecanismos de los cuales es víctima. Una historia atípica, cinematográficamente hablando, pero universal en la temática. La búsqueda de Marcello de poder ganarse el respeto de sus pares comerciantes, de la comunidad en general. Al igual que poder juntar el suficiente dinero para llevar a su hija a bucear se contraponen con la falta de sensibilidad de sus vecinos que buscan sacarle ventaja con los productos que vende ilegalmente o con las cosas que empeña. El aprovechamiento que hace su “amigo” Simone mediante la cocaína que le termina sacando a cuenta y la imposición de llevarlo a delinquir sin darle la parte que le correspondía por su trabajo. La dudosa moralidad de todos los involucrados se yuxtaponen con la bondad de Marcello como padre y su especial cuidado y respeto hacia los animales. Respecto, a lo factura técnica de la obra podemos decir que se destaca la cuidada fotografía de Nicolai Brüel que nos muestra esa comunidad de una forma desoladora tanto desde la paleta de colores empleada como por el trabajo compositivo que se hace. Los momentos de agrado se dan con el contraste que nos da la relación de Marcello con su hija Alida. Por otro lado, si bien el trabajo narrativo y la progresión que realiza el director respecto a la evolución/transformación del protagonista es más que acertada, si puede resultar por momentos redundante o algo previsible y extensa. Sin embargo, «Dogman», termina redondeando una experiencia cinematográfica diferente que se nutre del talento tanto delante como detrás de cámaras y de su austeridad en términos narrativos. Un film que mezcla la brutalidad con lo apacible, la violencia y el lado primitivo de los seres humanos con el tierno trato que le da el protagonista a los animales. En definitiva, esa complejidad característica del ser humano cuando transita entre su costado más racional y aquel más básico y aterrador.
Dogman, un relato potente por las peculiares actitudes de sus personajes. El bullying está fundado en la idea de que la víctima no se va a defender. Esa quietud le da cabida al perpetrador de ver, por morbosa curiosidad, hasta dónde puede llegar. La víctima, por temor reverencial o al daño físico, lo acepta pasivamente, perpetuando el ciclo. Dogman toma este concepto y nos muestra cómo una víctima puede aprovechar las pocas luces de un abusador para su propio beneficio. ¿La cola mueve al perro? Simone, el abusador de la zona, se gana el desprecio inmediato del espectador por su absoluta brutalidad, arrogancia y egoísmo. No le importa el daño que provoque a otros siempre y cuando tenga su dinero y su droga; y si alguien se le opone, lo destruye, físicamente desde luego. Una fuerza imparable de intimidación y, por lo tanto, un antagonista perfecto. Por otro lado tenemos a Marcello, el hombre de los perros, el Dogman al que alude el título, quien por contraste se gana nuestra simpatía por el cariño que les tiene a los animales que peina para ganarse la vida, e incluso los salva de las maldades perpetradas por Simone. Pero esto es un policial (o si no, le pega en el palo) y Marcello no es ningún santo: cuida perros amorosamente, pero vende cocaína a quien se lo pida; soporta estoicamente que Simone lo ataque, pero se suma a sus salidas con prostitutas; Simone lo obliga a ser cómplice de un robo, pero Marcello todavía quiere su parte del botín como si la complicidad hubiese sido su idea. Si hay algo que atrae sobre esta bola de nieve abusiva que va creciendo y creciendo, es el hecho de que Marcello no haga nada para frenarla, incluso teniendo a mano los recursos para sacarlo del camino, tanto legítimos como ilegítimos. ¿Por qué el protagonista se inclinaría a este extremo de sumisión? En particular por una lealtad que no existe, por un tipo que no va a cumplir con su deuda, más allá de que exista o no. Nada está puesto al voleo en esta película, y ese estoicismo responde a una clara necesidad: dinero. El dinero que necesita para llevar a su hija a navegar a lugares lujosos. Es precisamente este amor por el que atraviesa la prisión y el ostracismo de sus colegas comerciantes, quienes por otro lado tampoco son lo que se dice unos santos, ya que contemplan la contratación de un sicario cuando la policía no puede ofrecer otro freno para Simone que no sea la cárcel por dos meses. No pocas veces el espectador sentirá impotencia de gritar a la pantalla y decir “Marcello, date cuenta, ese bruto no va a cumplir con su palabra”. Esa ingenuidad, más que cualquier inmoralidad, es lo que hace que el espectador le pase juicio al personaje, o como mucho sienta lastima. Una ingenuidad que no solo se basa en la esperanza de que los códigos sean respetados (cuando solo hay uno: “cada cual cuida su pellejo, los demás que se arreglen”), sino por la creencia de Marcello de que puede dominar a Simone.
Marcello es un hombre tranquilo con un perfil bajo, separado con una hija, que pasa sus días trabajando en una peluquería canina. Pero también vende y consume cocaína, y tiene un amigo que regresa de la cárcel y que se transforma en un dolor de cabeza para todos los vecinos. De esta manera, el protagonista comenzará a transitar un camino sinuoso en donde los límites entre la ética y la auto preservación serán muy difusos. “Dogman” es una película que habla sobre las condiciones humanas. Cómo un evento o una sucesión de hechos pueden modificar la personalidad y el accionar de alguien, o revelar su verdadero ser; como así también mostrar hasta dónde está dispuesta ir una persona para cuidarse a sí mismo o a quienes lo rodean. A medida que la película avanza, la historia va creciendo en intensidad, manteniendo durante todo momento un clima tenso y de ebullición. Uno de los grandes aciertos fue la elección del casting. Marcello Fonte compone a un personaje con muchos matices, porque por un lado podemos ver la bondad en su persona, el amor con el que trata a su hija y a los distintos perros con los que trabaja, pero por el otro recae constantemente en acciones delictivas o poco justificables para apoyar a su amigo, tal vez por una cuestión de preservar el vínculo o para no tener consecuencias peores, debido a la presencia imponente y amenazante de Simone. Con el correr del largometraje vamos viendo una transformación en su personalidad, que se adapta a las necesidades particulares de los distintos momentos por los que transita. Un manejo de los códigos bastante peculiar que permitirá mantener una constante tensión en el aire. No por nada Fonte recibió un premio como Mejor Actor durante el Festival de Cine de Cannes. Por otro lado, también se destaca Edoardo Pesce, quien interpreta a Simone, que se rige más por lo físico y la violencia. Y su figura es el punto de partida para la transformación del protagonista. En cuanto a los aspectos técnicos, nos encontramos con una ambientación minimalista y austera. Son pocas las locaciones que se muestran y cada una de ellas es muy sencilla y precaria, como la misma vida de los personajes. Dentro de la fotografía se juega con los tonos fríos y oscuros y el silencio prima en cuanto a la banda sonora. Se buscan captar principalmente los sonidos ambientes para otorgarle a la historia un mayor realismo. En síntesis, “Dogman” es una película que busca retratar distintas condiciones humanas y cómo uno reacciona a lo que sucede alrededor y lo que llega a hacer por el amor propio y hacia los demás. Una historia intensa que va mejorando con el correr de los minutos y que nos deleita con la magnífica interpretación de sus protagonistas.
Escrita y dirigida por Matteo Garrone, “Dogman” nos introduce en la vida de Marcello (Marcello Fonte) un hombre común, de aspecto bondadoso y muy contenedor con los animales que cuida y baña en el local que posee en el pequeño barrio La Magliana, en Roma. Está divorciado y el trato con su ex mujer es casi nulo pero tiene una hija, Alida (Alida Baldari Calabria) por la que se desvive, es muy cariñoso con ella y siempre está pensando en llevarla de viaje; también su hija lo asiste en las competencias caninas en las que su padre participa. Marcello tiene, además, un grupo de amigos del barrio con los que se ve seguido, ya sea para comer o jugar al fútbol. Ese es un aspecto de su personalidad, que cambia completamente cuando aparece su amigo Simone (Edoardo Pesce) un matón, cocainómano y delincuente que arrastra a Marcello en todas sus locuras, desde pedirle drogas, hasta robar por él. El comerciante va entrando en un espiral sin salida, metiéndose en problemas cada vez más grandes por no poder decirle que no a Simone, es su víctima, miedoso, crédulo y menudo al lado del gigante que propone y obliga a éste a todo tipo de hechos nefastos. Pero un hecho puntual hace que sus amigos le den la espalda y la tensión crezca, una promesa incumplida será otro punto para que Marcello tome el camino de la violencia. Con excelentes actuaciones, especialmente de Fonte, ganador del Premio al Mejor Actor en el Festival de Cannes y un guión sólido basado en un hecho real ocurrido hace años, Dogman tiene todo para ser una buena elección para ver en el cine. Los rubros técnicos, con sus colores sepia y la ambientación, son un punto a favor. https://www.youtube.com/watch?v=PJgz-RQ4JEw ACTORES: Marcello Fonte, Edoardo Pesce, Nunzia Schiano. GENERO: Thriller , Drama . DIRECCION: Matteo Garrone. ORIGEN: Italia. DURACION: 103 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años FECHA DE ESTRENO: 01 de Agosto de 2019 FORMATOS: 2D.
En las afueras de las grandes urbes se viven historias que asfixian a sus protagonistas. Mateo Garrone nos muestra una realidad en la que la droga, los excesos, la marginalidad y la falta de oportunidades, configuran un panorama cíclico del que nadie puede salir ileso.
El siempre talentoso, muchas veces controvertido y por momentos provocador director italiano regresa al universo de sus primeras películas (este nuevo film puede verse como una mixtura entre Gomorra y El embalsamador) con una historia inspirada en el caso real de Marcello (excelente trabajo de Marcello Fonte), un hombre bastante patético, divorciado y con una hija de 9 años, que regentea una peluquería para perros en un desolado pueblo cercano a Nápoles. El protagonista -anithéroe perfecto- parece ser un buen tipo, honesto y leal, pero con una doble vida, ya que también consume y vende cocaína. Además, la presencia de Simone (un también notable Edoardo Pesce), gigantesco y violentísimo gángster local, complica cada vez más su ya precaria existencia y lo va sumergiendo en el submundo del hampa (y en una creciente crisis personal). Más allá de cierta crueldad y de algunas alegorías un poco obvias (los perros resultan mucho más simpáticos que los humanos), Dogman devuelve a Garrone a los terrenos de los dilemas morales, la tragicomedia social y el cine de género que tan bien maneja y en los que es capaz de construir universos únicos y fascinantes.
El hombre y la bestia Matteo Garrone regresa al universo que mejor conoce con Dogman (2018), una fábula sobre un pequeño dueño de una veterinaria y el prepotente matón del barrio. En la descripción precisa de cada personaje está lo mejor de este film que participó del 71 Festival de Cannes. Marcello (Marcello Fonte) tiene una veterinaria llamada Dogman. En ella dedica su tiempo al cuidado, curación y adiestramiento de los perros. Este personaje solitario, una especie de Camilo Canegato, el protagonista de Rosaura a las diez (1958), tiene un vínculo con el resto de los comerciantes del barrio, y una adoración especial por su pequeña hija, a la que su ex mujer le deja ver esporádicamente. Pero Simone (Edoardo Pesce), el matón del barrio al que le vende cocaína, se vuelve violento e incontrolable. Por alguna extraña razón, el único que tolera su comportamiento es Marcello, hasta que lo mete en problemas con la ley. Dogman es la mejor película de Matteo Garrone, porque fusiona la descripción exacta del hostil sur de Italia con una narración poderosa. El contexto invita a pensar en el western como el género que mayores coincidencia tiene con los tópicos utilizados por la película: el espacio definido como territorio a defender, personajes de pocas palabras y una evidente ausencia de la ley. Las cosas se arreglan con códigos internos que acuerdan los habitantes del lugar. De esa forma los comerciantes deciden mandar a matar a Simone luego de que su conducta se torna intolerable. También hay códigos de lealtad que no se acuerdan pero están implícitos y quienes los rompen, son condenados a la expulsión del grupo. Garrone traza paralelos entre los perros que el hombrecito aprende a dominar y el matón, siendo la razón del vínculo entre dos seres opuestos. Pero en ese control que uno cree tener sobre el otro aparece el conflicto del film. Porque como en el western, el protagonista debe tomar decisiones claves para su destino y se equivoca por exceso de confianza, por ceder ante la prepotencia de Simone. El hostigamiento físico acosa al hombrecito desde la presencia corporal, fundamental en la película. Sentimos el peso de los cuerpos a través de la pantalla, en un contexto donde la ley del más fuerte se impone. A diferencia de Gomorra (2008), la genial ópera prima de Garrone, Dogman cuenta un cuento específico, articulando de manera eficaz los elementos del relato para dar su visión desesperanzada de una zona acosada por la delincuencia.
Matteo Garrone es de los muy buenos directores que ha dado en los últimos tiempos el cine italiano. Sabe manejar las historias que cuenta, que siempre mantienen al espectador al filo del asiento, sean o no thrillers, porque en realidad se especializa en dramas. Cuando nos preocupamos de verdad por un personaje, es porque éste llegó de alguna manera a conectar con nosotros. Marcello atiende una peluquería canina en un pueblito del sur de Italia, cercano a Nápoles. Es una ciudad que, se ve, ha conocido tiempos mejores. Allí, subsiste. Es de contextura física pequeña, y algunos perros son más grandes que él. Pero tiene, digamos, ángel. Con unos amigos juega al fútbol 5 alguna noche. Está separado, tiene una hija de 9 años y, además de atender a los perros, está metido en el tema de la droga. Consume y vende cocaína. Antes que situarse en la vereda de enfrente y enjuiciar a su personaje, Garrone lo pone ante situaciones que al espectador le pueden hacer transpirar las manos. Hay un mafioso local (Simone, interpretado con bravura por Edoardo Pesce), de gran complexión y pésimo genio, y más que la moralidad de las acciones de uno u otro, lo que prima es el seguir y dirigir la vida de acuerdo a sus sentimientos, convicciones y hasta necesidades. No ha de ser fácil vivir o sobrevivir en el lugar donde está parado Marcello. Y habrá que ver cómo se las arregla. Que la película se encuentre inspirada en un caso de la vida real, lo hace todavía más horripilante. Marcello sin quererlo -o porque realmente no sabe cómo no hacerlo- se ve inmiscuido en una serie de asaltos en lo que Simone los hace partícipe directo. Y nada será igual. En el comportamiento de Marcello, y en la película. Y el filme le permite a Garrone regresar al mundo mafioso que experimentó en Gomorra (2008). Pero, centrado en Marcello, pasamos de ver su apacible vida a tener que sufrir amarguras y humillaciones. No será ésta la primera vez que en las comparaciones entre los humanos y los perros, por su comportamiento, los segundos resulten más dignos que los primeros. Marcello Fonte ganó en la edición del año pasado del Festival de Cannes merecidamente el premio al mejor actor. Y no interesa cuánto lo haya ayudado Garrone haciéndole filmar las escenas en orden cronológico. Es su rostro, su andar entre cansino y preocupado el que, decíamos, nos hace sentirnos cercanos a él, y preocuparnos por su destino. Una gran y noble película.
Hace diez años, con la adaptación cinematográfica de Gomorra, Matteo Garrone tuvo la oportunidad de volverse uno de esos cada vez más escasos directores italianos que se aseguraban el estreno allende los mares. O más bien el cine tuvo la oportunidad, o mejor dicho los espectadores, pero fue una década perdida para el afianzamiento y la expansión del público de los directores más singulares, de los autores contemporáneos. Le pasó a Paolo Sorrentino más allá del Oscar para La grande bellezza, le pasó a Garrone con su cine más reciente, y con este muy postergado estreno de Dogman. Así y todo, es un lujo poder ver esta película en una sala de cine. Garrone, con los aires enrarecidos y absurdos de su propia El embalsamador(que se dio en el Bafici hace dieciséis años), hace otra película sobre la amistad, la sangre, la bestialidad y la violencia. EnDogman tenemos a un peluquero de perros -y dealer- de un barrio nada apolíneo de la costa del sur de Italia, que tiene algo así como un amigo adicto y bestial. Esas y otras conexiones criminales, y un sentido moral, de lealtad y de pertenencia orientan sus acciones con una lógica particular que dispara y tensa un relato encuadrado, montado, iluminado y actuado con esa clase de convicción estética, contundencia narrativa y pasión por la intensidad que le ha permitido al cine italiano fascinar y convocar tantas veces en su historia. Ojalá Dogman convoque, lo otro ya lo hizo.
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Matteo Garrone es el director que vuelve a brindarnos un film tan intenso, tan bien actuado, con un hombre que por momentos parece una víctima pero resulta también un victimario en un ambiente violento, crudo, con una mirada sobre las camorras, las mafia napolitana, sobre una situación de extrema pobreza, egoísmos, ignorancia. Una historia aparentemente sencilla, la de un hombre que cuida y lava perros para vivir, los ama, los respeta. Pero un vecino bruto, gigantesco, fuera de todo límite lo obliga a robar. La tienda Dogman queda en un barrio marginal, con vecinos tan feroces como cualquier perro de presa. Toda la película tiene un argumento que plantea situaciones entre muy crueles y delirantes, entre cierta compasión, del pequeño hombre que puede calmar al gigante, pero juega con fuego, con el mismísimo mal. El protagonista tiene la dimensión de la piedad hacia esos animales, a su hija, hasta a ese vecino atado a la locura. Pero ese contacto con una realidad desolado, esencialmente injusta, lo atrapara en toda la dimensión filosófica que plantea el film. Cuatro guionistas Ugo Chiti, Maurizio Raucci, Massimo Gaudioso y el mismo director le dieron forma a este film de extrema realidad pero con un costado imaginado, una intensión simbólica y reflexiva. Con un trabajo de iluminación de cámara muy ajustado, una paleta de colores expresiva y opresiva. Y además dos enormes actores. Marcello Forte absolutamente increíble. Edoardo Pesce en el rol brutal del gigante. Un elenco que brilla. No se pierda esta película.
"Dogman", más que un cuento de hadas La obra del romano Matteo Garrone fluctúa entre dos tendencias dominantes. Por un lado la crónica realista de Gomorra, su obra más premiada, que una década atrás le dio un nombre definitivo en el mundo del cine. Por otro, lo contrario: la revisitación del cuento de hadas, tanto en la por aquí desconocida El cuento de los cuentos(2015) como en la versión de Pinocho que anuncia para fin de año. Fábula atemporal de rasgos neorrealistas, Dogman es la exacta fusión de ambas líneas creativas. ¿Podría servir de antecedente Milagro en Milán, donde los habitantes de un barrio pobre volaban? No, porque Garrone no practica el neorrealismo mágico en Dogman. Escribe un cuento realista que puede leerse como fábula. ¿Qué fábula? La del hombre pequeño que intenta sobrevivir, apelando a una astucia que hay que ver si le resulta. Una historia de venganza mal encaminada, un relato de pérdida de la inocencia, un cuento terriblemente pesimista. Tiene razón Garrone al asegurar (ver entrevista) que la escena inicial prefigura lo que vendrá. Lo primero que se ve es la boca bien abierta de un perro bravo, gruñendo y ladrando con la dentadura bien a la vista. Su oponente es un Pascualito Pérez en pelea con Tyson: un tipo pequeñito, cuya sonrisa frente a esos dientes parecería la de un disminuido mental. Todo lo contrario, el hombrecito, que casi se pierde en el plano general que lo cobija, no se arredra ante el fiero oponente. Por el contrario, lo “trabaja”, como un boxeador listo frente a otro más fuerte. La escena tiene lugar en un local lleno de perros, todos en sus jaulas, y el hombre pequeño quiere lavar a la bestia, que no deja de tirar mordiscones al aire. Como una Scherezade sin cuentos para contar, el curioso personaje va amansando al pitbull (¿o es un dogo?) con palabras suaves y una caricia con el secador de pelo que resulta una forma dulce de noqueo. La bestia está encantada, la paciencia y la astucia surtieron efecto. Pascualito Pérez le ganó a Tyson. Enseguida aparece el pitbull humano, un ropero con la nariz partida que le reclama a Marcello una dosis de cocaína y no hace ningún caso del pedido del otro, de irla a consumir a otro lado. Marcello (Marcello Fonte) vive del lavado y peinado de perros, y por lo visto hace algunos pesos extra vendiendo polvo blanco. Con menos de 1.60 de altura y sonrisa llena de dientes, Marcello es un uomo gentile, que adora a su hija y parece feliz así como está, con su vida de separado solitario y su trabajo de coiffeur animal. Pero es un hombre frágil, que no podrá decirle que no a la bestia humana de Simone (Edoardo Pesce, una presencia terrible), que quiere hacer un boquete en la medianera de la peluquería, para llegar a la joyería de al lado y levantar lo que haya. De allí en más es la historia de David, derrotado por Goliat y reclamando revancha. Otra vez Pascualito contra Tyson, con la diferencia de que ahora Pascualito cree que puede ganar por vía de la viveza, en un terreno demasiado próximo al del rival. Para mantener el símil pugilístico (son tiempos de Monzón) podría decirse que en su puño derecho Garrone lleva a Marcello Fonte, uno de esos actores que son de por sí media película. Con enormes ojos tristes, Fonte es una especie de arlecchinocaído sobre un balneario en desuso. Marcello es demasiado dulce para el mundo contemporáneo, el punto exacto en el que lo funámbulo choca contra lo real. Con la izquierda el realizador de Gomorra trama la puesta en escena, asentada en una esquina, a la que da el negocio de Marcello, que parece, en el desierto de su mínima zona de juegos, una ochava de la luna. Triste y desolada. Esa tristeza, esa desolación anticipan la expresión de Marcello cuando descubra, como un gato que ofrenda la presa al dueño, que el suyo es un regalo que nadie espera. Garrone sostiene largamente el plano sobre ese rostro, el de alguien constatando que la vendetta no es un juego con ganadores, y en la expresión de Fonte halla la callada moraleja de esta fábula.
En los primeros minutos de "Dogman", filme dirigido por el afamado director Matteo Garrone ("Gomorra", "Tale of Tales"), su protagonista, Marcello (Marcello Fonte), nos recuerda al Mario Ruoppolo de "El cartero", excepcional trabajo de Massimo Troisi. Un hombre simple, bonachón, que de su humildad hace el pilar de sus relaciones. Adora a su hija, se aleja de su ex mujer sin reproches. Amigazo de sus amigos, con su dialecto romano, teje redes de confianza. Sin embargo, tiene un lado B que muestra a la brevedad y es que trafica drogas para darse algunos lujos con su hija como, por ejemplo, ir a bucear, placer que con su local de guardería y peluquería canina nunca podría. De ese costado oscuro surge su vínculo con Simone (Edoardo Pesce), un violento e irascible ex boxeador que atemoriza al barrio con sus robos y maltratos. Una dicotómica relación que lo aleja de la bondad diaria y que lo acerca a sus zonas más oscuras por las noches. Una cuerda que se tensa en base a la locura de ese bravucón, y que cede ante la pasividad de este pequeño héroe. RUEDA LA TABA Con las excepcionales actuaciones de Fonte y Pesce (entre los dos ganaron la mayoría de los premios europeos del año a Mejor actuación protagónica y de reparto), el filme disimula lo obvio. Y mientras esperamos ver cuándo la taba se da vuelta y el pichón se convierte en un animal salvaje, disfrutamos de una narrativa oscura y latente, con escenas shockeantes de violencia, como también de una ternura infantil, como cuando el protagonista mira la tele mientras le da de comer a su perro de su mismo plato de pastas. Porque este peluquero canino ama a los perros y su paciencia no tiene límites, ya sea con un caniche enrulado al que tiene que lookear para un concurso o con un dogo depredador al que tiene que enjabonar. Garrone sale ileso y aunque no logre la revolución de "Gomorra", tampoco defrauda. Todo en su punto justo. Y llegamos al final luego de haber pasado por escenas intensas, anodinas, suaves y violentas. Nos queda un guion claramente original (basado muy libremente en el real homicidio del criminal y boxeador amateur Giancarlo Ricci en Roma, en 1988), paisajes inolvidables que nos acercan a la Rimini de "Los inútiles" (Federico Fellini) y postales de esos pueblos aledaños a Roma que muestran la comunión entre sus vecinos resignados de antaño, en oposición con la nueva y disidente camada.
“Dogman”, de Matteo Garrone Por Mariana Zabaleta A orillas del río Tibet se cuentan historias ancestrales, el paisaje contagia la nostalgia de los parques de diversiones abandonados. Dogman resulta una buena puerta de acceso a la pujante obra de Matteo Garrone, otra historia cargada de opaca sensibilidad. La trama sencilla gira en torno del peluquero canino Marcelo, su vida transcurre en un clima pueblerino cargado de momentos gratos. La búsqueda de verosímil construye personajes que rozan los arquetipos más populistas: los tonos elevados, tanto en el amor como en la enemistad, parecen los propios del pulso italiano. Rozando lo caricaturesco Marcelo recuerda el lánguido y afectuoso rictus de Buster Keaton. Las mejores escenas lo muestran vinculándose con su hija, una relación espontánea y afectiva que busca continuamente crecer a través de la experiencia. Este y tantos otros vínculos construyen a Marcelo como un tipo cuya transparencia se ve hostigada por el pandillero del pueblo. El personaje de Simone se presenta como la contracara de Marcelo, un Remo para nuestro Rómulo pone en conflicto el hábito y estatus del protagonista. El relato se torna conflictivo luego de que la ilegalidad irrumpe y convive lentamente con Marcelo. Una cosa lleva a la otra y lo que parece que culmina en un estallido nunca termina por explotar. Marcelo pierde su vida (excepto el vínculo con su hija), para terminar encontrándose en un final totalmente díscolo. Resulta difícil imaginar una satisfacción ante el final propuesto, pero la suma de tensión remarca el componente psicológico que es destacable. Tan salvajes y sometidos, hasta el final fieles con los nuestros, al igual que los perros. DOGMAN Dogman. Italia/Francia, 2018. Dirección: Matteo Garrone. Guión: Matteo Garrone, Massimo Gaudioso y Ugo Chiti. Intérpretes: Marcello Fonte, Edoardo Pesce, Nunzia Schiano, Adamo Dionisi, Francesco Acquaroli, Gianluca Gobbi, Alida Baldari Calabria, Laura Pizzirani, Giancarlo Porcacchia, Aniello Arena. Duración: 103 minutos.
Basado en un caso real que sucedió a fines de los 80, Dogman, de Matteo Garrone, narra una historia de violencia que transcurre en las afueras de Roma. Marcello es dueño de una tienda para mascotas y, por lo tanto, una persona que se entiende muy bien con los animales, en especial con los perros. En su pequeño pueblo no tiene altercados con nadie, se muestra como una persona algo tímida y torpe pero también simpática y dispuesta a dar una mano. Como negocio paralelo y oculto, vende drogas. Y uno de sus clientes es un tipo grandote y bruto, Simoncino, un hombre a simple vista imposible de domar. El maltrato por parte de ese despreciable ser lo lleva a perder su libertad y el respeto de la gente del pueblo, porque además termina siendo considerado un traidor. Es como que todo lo que puede salir mal, a él le saldrá peor, la suerte nunca está de su lado y en algún momento se cansará de agachar la cabeza y tomará al toro por las astas. Para sobrevivir hay que elegir entre ser domado o ser domador. Si anduvieron por el Blood Window Fest o por la Semana de Sitges que se dio en el Gaumont, es probable que les resulte demasiado conocida la trama. La película que vino a presentar el propio Sergio Stivaletti, Rabbia Furiosa, está también basada en este caso real aunque esta, menor en muchos sentidos, se centra más en la violencia del final. En cambio, Garrone construye a fuego lento y de manera más sutil la transformación que va sufriendo su protagonista, entre fracaso y fracaso. Marcello Fonte es el actor que se pone en la piel de este complejo personaje que, en un principio, lo conocemos en su agradable faceta, pero el tiempo y el abuso hacia él lo van tornando un personaje más callado y contenido hasta que explota de la única forma que encuentra. Su interpretación le aporta muchísimo a la película, entre las escenas con su hija, con los perros que cuida como si fueran hijos, y soportando cada una de las cachetadas que la vida (o el delincuente Simoncino) le propician. Es que Marcello es un buen tipo. Aun en la faceta criminal, no logra la frialdad que lo hará sobrevivir. Eso queda demostrado en un principio cuando, en un atraco a una casa, él escucha al volver que comentan entre risas que la mascota no paraba de ladrar y entonces lo metieron en el congelador. Después de cumplir con su rol, de manera sumisa y silenciosa, Marcello vuelve y se mete solo en la casa para revivir al pobre animal con un cuidado y una ternura notables. A la larga, estamos ante la historia de un hombre leal que sólo quería ser querido y respetado y se aprovechan de él, pero que no engañe esa actitud pasiva que lo caracteriza. Es un film también sobre la venganza, aunque la retrata de un modo realista y no espectacular o artificioso, sin necesidad de apelar a golpes de efecto. Porque no estamos ante una historia impredecible, ya que ciertas historias no pueden tener otro final. Dogman es un drama violento y descorazonador dirigido de manera sobria y eficaz. Garrone aprovecha esos escenarios grises y sucios, muchas veces desolados, y termina de plasmar así una fábula sobre un hombre corriente llevado al límite. Sorprende la labor de Marcello Fonte con un protagónico que transita este viaje personal hacia los infiernos.
Con el espaldarazo que significa el reconocimiento a mejor actuación a Marcello Fonte en Cannes 2018, se estrena en las salas argentinas Dogman, noveno largometraje de Matteo Garrone. A once años de haber ganado la Palma de Oro con Gomorra y tras haber arrasado en los premios David di Donatello, Garrone retoma el submundo marginal de una Italia gris, en lo que es, indudablemente, una vuelta resonante a las carteleras. - Publicidad - En un pueblo italiano costero, lúgubre y desolador, Marcello es dueño de una perrería. Juega al futbol con sus vecinos del barrio, ve esporádicamente a su hija, con quien planea viajes para bucear, y tiene un cariño sobresaliente por los perros. Su presunta inocencia y bondad comenzará a mancillarse con el accionar desmedido y brutal de su amigo Simone. La fragilidad de Marcello le impidirá oponerse a las actividades delictivas de su amigo, quien lo arrastrará hasta la perdición. ¿Cuántas relaciones asimétricas conocimos en las que alguien ejercía un daño absoluto sobre la otra persona que, a pesar de todo, seguía junto al otro? Dogman se encabalga sobre esta cuestión para centrarse en el devenir de un personaje secundario, hegemónicamente relegado por su carencia de temperamento. La endeblez física de Marcello se condice con su incapacidad de tomar decisiones por su propia cuenta. La necesidad de aceptación será la causa de la fidelidad que le prodigará a Simone, aun cuando tomar determinadas decisiones le puedan llevar consecuencias funestas. Paralelamente Garrone indagará en las singularidades de su personaje, que resultan las escenas más logradas de la película. En especial, la relación que guarda con Alida, su hija, y con los perros ( a los que cuida y a otro al que intentará salvarle la vida a riesgo de perjudicar la suya). La ternura de estas escenas es contundente, e incluso simbólicamente explícita: en un mundo de ventajeros y machos, la sensibilidad de Marcello solo aflora ante una niña y/o animales. El amor que encarna Marcello Fonte en estos tramos es conmovedor. Dogman, entonces, desprende una misantropía, que llegado un punto determinado de la película, puede resultar tediosa. Ningún humano adulto lo respeta y de ahí la dependencia de Marcello hacia Simone: la sonrisa genuina que le despierta su amigo, cuando lo une a la fuerza con una prostituta en un cabaret, representa el gesto de interés que Marcello clama desesperadamente. La escena final, maravillosa en su construcción sonora, será elocuente con respecto a esto último. Para quien disfrute de aquellas películas que exponen un mundo en descomposición, que irá degenerando a sus personajes, y donde el único gesto de rebeldía es la venganza; Dogman es una obra contundente y sutil sobre cómo un hombre solitario es capaz de cualquier cosa a cambio de un gesto de amor. Para aquel que no se sienta cómodo con una visión pesimista del mundo y confíe en que la sociedad tiene reservada una dosis de humanismo salvable, Dogmanpuede resultar una experiencia densa y lacerante. Más allá de ambas visiones, el film posee una cualidad indesmentible: Garrone, sin tener que recurrir a trucos alevosos, todavía es capaz de cortarle la respiración a su espectador.
Rabia humana. Dogman es la última película de Matteo Garrone quien, casi jugando con su reconocimiento de gran director realista italiano, declaró que la audiencia ideal es “la que no sepa nada de los hechos reales en los que se basa este film”. Ciertamente vemos que, tanto la realidad como la ficción, funcionan aquí a modo de umbral inestable entre las tomas donde conviven el sometimiento alevoso y violento, conversaciones de vecinos, chicos jugando al fútbol y baños caninos. La historia se basa en hechos sucedidos en la Italia del 88´, más precisamente en Roma, y la ficción los traslada a un barrio aislado de la actualidad, cierto lugar de excepción —haciendo un guiño al coterráneo Giorgio Agamben— escenario de la verdadera pesadilla que proyecta la trama de Dogman. Marcello (Marcello Fonte, premiado como mejor actor en el Festival de Cannes de 2018) encarna al peluquero de perros, pequeño, debilucho, quien accede a vender drogas por dinero y una droga mayor: el cariño y aceptación de los demás. Entre sus compradores aparece, enorme y macabro, Simoncino (Edoardo Pesce) con un perfil cocainómano y de una brutalidad desesperante. Aquél, preocupado por la aprobación y pertenencia social. Este, despiadado y dueño de una crueldad sin límites. Entre Marcello y Simoncino se desenvuelve el drama de la sumisión física y psíquica en una especie de lealtad retorcida, mientras que para la comunidad el problema se transforma en qué hacer con el matón que tiraniza el humilde barrio de las afueras de Roma. Un aspecto a destacar de la película es que la animalidad es presentada como una conexión a la ternura que reconocemos entre Marcello y Alida (Alida Baldari Calabria), su hija de nueve años. Por otra parte, la bestialidad se refleja en ambos hombres fuera de sí, en los ataques de ira, las adicciones y el exceso de la venganza. Por momentos escalofriante, con escenas de suspenso muy intenso, esta película genera el efecto de cautiverio del mínimo Marcello —quien parece disminuir su tamaño mientras avanza la narración— y hasta nos hace sentir cierta simpatía por él. Si bien es difícil identificarse con el sadismo (de entrada o que resulta) de los personajes principales, el film interpela insidioso sobre qué empuja y desata la destrucción entre dos hombres, qué puede enajenar y arrojar a semejante escalada de violencia compleja y contradictoria a dos personas. Estas preguntas se abrirán sin dar respiro a los espectadores y manteniéndolos atrapados hasta el final.
En la escena inicial de Dogman, noveno largometraje dirigido por el multipremiado Matteo Garrone, vemos a un perro enfurecido e indomable que no deja que el protagonista, interpretado por Marcello Fonte, lo bañe. Gran parte de lo que sucederá en la película se define en esta primera situación, que funciona como una intriga de predestinación precisa. La cuestión fundamental simbolizada en el comienzo es la relación entre Marcello y Simone (Edoardo Pesce), un brutal expeleador que se encuentra implicado en el mundo de las drogas y el crimen, y quien al mismo tiempo que comparte una amistad con el personaje principal, no deja de atormentarlo y humillarlo. En este nexo conflictivo podemos apreciar una de las decisiones más acertadas del realizador, al construir a Marcello como un individuo ambiguo, y no simplemente como víctima. Por un lado es un sujeto amable, querido por sus vecinos, bondadoso con los animales y muy afectuoso con su hija Alida (Alida Baldari Calabria). A su vez, tiene una “segunda vida” en la que participa en robos, es testigo de asesinatos y vende cocaína -sin llegar a ser un narcotraficante profesional o de peso-.
Una película muy humana: entra en los personajes, en sus partes más oscuras, y los vuelve tridimensionales, mucho más que herramientas para el relato. Aún con una gran carga de violencia “Dogman” resulta una película muy humana. Hay dos personajes contrapuestos: un tipo normal, tranquilo, que tiene una peluquería para perros, una hija, y poco que hacer en un pueblito costero y un pequeño mafioso violento, con un pasado pesado, alguna vez amigo del protagonista. El abusador lleva las cosas al límite y quiebra al tranquilo: violencia que genera más violencia, en una espiral que no tiene solución. Como hizo en Gomorra, aún su mejor película, Garrone combina la observación social con el drama personal, la violencia con el paisaje. (Te puede interesar: Cine: cuáles son las películas imprescindibles que hay que ver) En algún momento opta por alguna metáfora poco agradable y golpea al espectador con momentos incómodos. Más allá de sus defectos, entra en los personajes, en sus partes más oscuras, y los vuelve tridimensionales, mucho más que herramientas para el relato. La conmoción es mucho mayor: entendemos el drama.
El incorregible Dogman (2018) es una película dramática italiana dirigida y co-escrita por Matteo Garrone (Gomorra). Inspirada en hechos reales ocurridos en un suburbio pobre el 18 de febrero de 1988, el reparto está compuesto por Marcello Fonte, Edoardo Pesce, Alida Baldari Calabria, Nunzia Schiano, Francesco Acquaroli, Adamo Dionisi, entre otros. La cinta fue seleccionada para competir por la Palma de Oro en el Festival de Cannes, lugar en donde Marcello Fonte recibió el premio de Mejor Actor. La historia se centra en Marcello (Marcello Fonte), un peluquero canino en el barrio de Magliana que le vende droga a su corpulento amigo Simone (Edoardo Pesce), ex boxeador y criminal reincidente. Marcello está separado pero mantiene una buena relación con su hija Alida (Alida Baldari Calabria), con la cual comparte viajes y competencias de peluquería para perros. No obstante, la violencia de Simone para que Marcello le venda más cocaína o para que se una en los robos de joyas (metiéndose en casas por la noche) irá en aumento, llegando a que prácticamente Simone obligue a su amigo a que le dé la llave de su negocio para poder meterse en el local de al lado que se dedica a la venta de oro. De esta manera, Marcello poco a poco descenderá a los infiernos: cansado de esta relación de amistad ultra tóxica, el amante de los animales tratará de hacer justicia por mano propia. Con detalles que hacen recordar al cuento bíblico de David contra Goliat, en esta película Garrone nos presenta a un protagonista flaco, de baja estatura y buenas intenciones, que se lleva bien con sus vecinos y ama su empleo. Por otro lado está Simone, cocainómano robusto con el que es imposible razonar: cuando a Simone se le mete una idea en la cabeza, él hace lo que sea para llevarla a cabo, muchas veces utilizando la violencia para intimidar al prójimo y obligarlo a que accione como él quiere. Con semejantes personajes que se desenvuelven por un barrio decadente, el director consigue que la película sea sumamente atrapante, logrando que los 102 minutos de duración se pasen volando sin siquiera sentirse. La cinematografía, a cargo de Nicolai Brüel, abarca de manera amplia el vecindario marginado donde se desarrolla la trama. Con poca luz, cielo nublado y viento, la ambientación se contrasta con la relación de opresión que vive Marcello. También tenemos varios planos centrados en su cara, en donde el actor Marcello Fonte demuestra con sus expresiones y forma de mirar por qué es el gran merecedor del premio a Mejor Actor en Cannes. A pesar de que el protagonista cometa varios errores, el espectador logra empatizar con él, lo que hace dar cuenta de cuán bien está construido su personaje. Totalmente crédulo, ingenuo y esperanzado, al final del día Marcello solo busca volver a ser aceptado y respetado por sus propios vecinos, sin darse cuenta que esa confianza que anhela recuperar nunca la tuvo en primer lugar. Aunque Dogman contenga escenas físicas violentas, el director prefirió centrarse más en la violencia psicológica que ejerce el dominante e incontrolable Simone. Con un último acto que puede considerarse precipitado en comparación al primero, la película plantea una problemática social interesante que invita a preguntarnos: ¿cuál es la solución ante un hombre incorregible que por ningún medio puede ser domesticado?
BREAKING BAD Qué duda cabe, Dogman es una película terrible, inspirada en un caso real mucho más terrible aún (de ser eso posible). Pero el último film del romano Matteo Garrone aprovecha de lo real una cáscara, una superficie sórdida y putrefacta sobre la que aplica estilizados toques de violencia y una oscuridad que se expresa por medio de herramientas puramente cinematográficas y alejada del sensacionalismo. Lo que cuenta en Dogman es la eterna lucha del débil contra el poderoso, sintetizada aquí en un par de personajes algo patéticos: Marcello, un esmirriado peluquero de perros que se hace la diaria vendiendo algunos gramos de cocaína, y Simoncino, uno de sus clientes -también un amigo-, un mafioso de aspecto bestial que impone temor a partir de lo físico. Esa lucha, desigual, se irá quebrando por el lado de lo psicológico, cuando Simoncino abuse de la confianza de Marcello y éste construya una impactante venganza. Como en Gomorra, Garrone pone su mirada en lo más prosaico del bajo mundo italiano, en lo barrial y en el barro; sobre todo en el barro. Sin embargo, sobrevuela aquí una intención mucho menos realista (o ilustrativa), casi una caricatura -incluso una sátira- de un mundo oscuro y terminal del que no parece haber escapatoria. Es verdad que en Dogman hay una atmósfera sórdida y asfixiante, pero el director se aleja del efectismo de maestros del miserabilismo contemporáneo como Alejandro González Iñárritu o Yorgos Lanthimos para encontrar las razones, los motivos, la huella digital humana que pone la tragedia en movimiento. Lejos del regodeo, Dogman es una película que provoca, que sacude y que intranquiliza durante todo su metraje: como film de género, como thriller, es impecable. Como decíamos, hay un personaje pequeño pequeño que está cansado de perder, pero también de los abusos de su “amigo”; un protagonista que además asimila aquello que lo circunda de una manera inadecuada. El gran conflicto que narra Garrone es el de la modernidad, el de los vínculos destrozados y el de la necesidad de imponerse y conseguir cierto reconocimiento social. Marcello cree que con aquello que va a hacer logrará la aceptación de quienes lo han hecho a un lado. Por cierto que Dogman tiene algunas metáforas algo obvias (especialmente con la omnipresencia de esos perros enjaulados), pero también que Garrone da clase en el uso de la elipsis y la síntesis narrativa. Y si su película merodea algunos trazos gruesos, las presencias de Marcello Fonte (Marcello) y Edoardo Pesce (Simoncino) se encargan de poner todo en su lugar. Fonte construye la ira de su personaje paso a paso, o en todo caso nos revela que esa furia final estaba calma a la espera de la chispa que la encendiera. Con su aspecto, Fonte contribuye a lo bufonesco, a ese subtexto que Garrone edifica durante toda la narración, pero también a lo sórdido en ese giro con el que su personaje estalla interiormente y se quiebra para nunca más volver. Y Pesce aporta lo físico, la potencia de una masa humana que atemoriza con la sola presencia: cada vez que aparece en la película se impone la violencia de una manera decidida. Ese vínculo, la tensión, el ida y vuelta, la confianza y la traición; Fonte y Pesce como artesanos de esa relación que a partir del desprecio se vuelve tóxica; y Garrone con un ojo sabio para contar la historia más terrible ocultando lo necesario y mostrando aquello que resulta indispensable. Todavía hay quienes saben hacer que lo real se vuelva sustancia cinematográfica, y Garrone lo logra en este climático y asfixiante drama.
Aunque llega a pocas salas y con pocos horarios, el estreno de "Dogman" en Rosario es para celebrar. La última película del director y guionista Matteo Garrone ("Gomorra", "El embalsamador", "Reality") expone lo mejor del cine italiano actual. Es un cine intenso y áspero, que jamás deja indiferente al espectador. Esta vez Garrone regresa a las costas del sur de Italia, a un pueblo abandonado por Dios. Ahí vive Marcello (Marcello Fonte, premio al mejor actor en el Festival de Cannes), un peluquero de perros sumiso y trabajador que mantiene una doble vida: por un lado ama a los perros y a su pequeña hija, y por otro vende cocaína al menudeo y es amigo de un ex boxeador violento, bestial y adicto. La historia se tensa en la peligrosa relación entre estos dos personajes, donde prima la ley del más fuerte como principio natural de un mundo no civilizado. Es que "Dogman" no habla de la amistad, ni la lealtad ni los códigos mafiosos. Habla de un lugar sin ley escrita, un paisaje que muchas veces recuerda al western. El miedo, la desesperación, las ganas de revancha y la violencia explícita o latente se sienten a través de la pantalla, y los pocos momentos de ternura son absolutamente luminosos en ese contexto. Uno imagina varios finales posibles para esta historia, pero Garrone no elige caminos obvios ni moralizantes para el final. Su visión desesperanzada se condensa en las últimas escenas, donde la venganza ya no alcanza y la redención es imposible.
Excelente mirada sobre víctimas y victimarios “Dogman” de Matteo Garrone (“El taxidermista”, 2002, “Primer amor”, 2003, “Gomorra”, 2008”, “Reality”, 2012) es un filme realizado en una pequeña ciudad costera, cercana a Nápoles, en la provincia de Caserta, Castel Volturno. En esa ciudad en los años ‘80 se proyectó un centro turístico en el que se concentraban las ambiciones de especuladores inescrupulosos, de los que no eran ajenos los políticos. Entre los programas para ese espacio floreció el de la creación de rascacielos frente al mar, como el paseo marítimo “Villagio Coppola”, flanqueado por edificios cayendo a pedazos, con una plaza arenosa en la cual se puede ver el abandono de lo que parece haber sido un parque de diversiones que incluye un columpio y un paseo adornado con un dragón, un emblema orgulloso de días mejores. Ese universo abandonado de centros comerciales y caminos que no llevaban a ninguna parte, que integraban ese folklore exhibicionista que caracterizó a los ‘80, fue la escenografía ideal para el filme de Matteo Garrone. Castel Volturno en la actualidad es una pequeña y apocalíptica ciudad abandonada, sin alcanzar el estatus de villa miseria, en la cual sus habitantes, clase media baja, subliman amargura y desesperanza. Matteo Garrone, en “Dogman”, cataloga la vida de hombres que parecen no haberse recuperado por completo, pero ¿de qué?: de la guerra, economía, mafia, drogas, gobierno. Esa pregunta subsiste cada vez que la cámara se mantiene en el escenario principal de la historia y también como un cierto homenaje al cine neorrealista. La visión Garrone sobre la Italia actual se instala en una atmosfera parecida a la época de la Italia devastada por la guerra y luego su reconstrucción que fue, excelentemente, fotografiada y representada por el cine de Luchino Visconti, Roberto Rossellini, Vitorio De Sica, Giuseppe De Santis, etc. La Italia actual, como gran parte de Europa y del mundo, vive (por las crisis económicas, y los malos manejos políticos) realidades similares a las de las décadas del ‘40 y ‘50. “Dogman” está basada libremente en un hecho real que tuvo gran repercusión mediática y fue conocido como: “il canaro della Magliana”, un asesinato que ocurrió en la periferia de Roma en 1988, en el que estuvieron implicados un ex boxeador, Ricci, y un cuidador de perros, De Negri (alias “Canaro”). El filme de Garrone es una alegoría entre animales y hombres. Se centra en la historia de Marcello (Marcello Fonte: “Concorrenza sleale” , 2001, de Ettore Scola, “Gangs of New York” , 2002), de Martin Scorsese), quien ganó el premio del Festival de Cannes al mejor actor y el Premio del Cine Europeo al mejor actor europeo, y su peor pesadilla: Simone. Marcello es un hombre que se gana la vida dedicado a la belleza de perros, les corta el pelo, los acicala, los pasea, y alguna vez gana un concurso canino, pero a la vez le agrega un extra a su magra economía vendiendo droga. Pero además pasa parte de su vida soñando con llevar a su hija Alida (Alida Baldari Calabria, “Guarda in alto”, de Fulvio Risuelo, 2017), que es como un oasis para él, a bucear en las aguas azul baraja del Mediterráneo, u otro mar más lejano. La actuación de Marcello Fonte es excelente. Su físico sin lugar a dudas le ayuda a interpretar ese rol, sin tener la necesidad de exagerar demasiado. Ese aspecto aparentemente débil y esos ojos lánguidos permiten que el espectador sienta lástima por su personaje y rabia con Simone. El ex púgil Simone (Edoardo Pesce) es su sombra negra, y como todo ser violento encuentra en Marcello la víctima propiciatoria a sus tropelías. Porque como decía León Tolstoi: “La violencia consiste en gente forzando a otra gente, bajo la amenaza de sufrimiento o violencia, para que hagan cosas que no quieren hacer.” El personaje de Simone es el un tipo tosco, violento y déspota, sin escrúpulos, muy bien interpretado por Edoardo Pesce (“Se Dio vuole”- “Si Dios quiere”, de Edoardo Falcone,2015), ganó el David di Donatello como mejor actor de reparto y el Nastro d'argento al mejor actor, empatando con el protagonista Marcello Fonte. Si bien el filme pretende hacer una reflexión sobre la amistad desde distintos niveles, y especialmente sobe esa extraña pareja que conforman Marcello y Simone, es más bien la mirada del otro lo que importa. Y el deseo de ser aceptado por la manada, los supuestos amigos de Marcello, con los que va a la “trattoria” a comer sus “spaguettis” o jugar a la noche a la pelota.
Dogman es el nuevo largometraje del director de cine y guionista italiano Matteo Garrone, reconocido a partir de realizar la cinta Gomorra de 2008, gracias a la cual obtuvo el Gran Premio del Jurado en Cannes, el Premio Cesar a mejor película extranjera, 7 premios en la entrega de los David Di Donatello y 5 en los premios del cine europeo, ganando en ambas el galardón a mejor filme. En esta ocasión Garrone obtuvo 9 premios David Di Donatello, obteniendo nuevamente mejor película, mientras que Marcello Fonte, protagonista de la misma, se llevó el reconocimiento a Mejor Actor en el Festival de Cannes 2018. La historia de Dogman está basada en el caso de Pietro De Negri, conocido como el delitto del Canaro, acontecido en 1988 cuando De Negri asesinó al boxeador Giancarlo Ricci, al margen de ciertas modificaciones que introduce Garrone a lo largo del filme. Interpretado por Fonte, la cinta trata sobre la vida de Marcello, un apacible peluquero canino que vive en una pequeña ciudad de Roma, dedicado a su trabajo y al cuidado de su pequeña hija (Alida Baldari Calabria). Mantiene una cordial y pacífica relación con sus vecinos, lo que le permite una vida más relajada. No obstante, debe recurrir a la venta de cocaína para poder ganar un dinero extra y sostener una cierta estabilidad. Esta actividad lo llevará a relacionarse con Simone (Edoardo Pesce), un violento y problemático ex boxeador, que utiliza métodos poco ortodoxos para conseguir sus objetivos, y que por ello lleva una complicada relación con los demás vecinos, quienes lo tienen en la mira, ya cansado de sus actitudes. Marcello logrará mantener las cosas con cierto orden, hasta que Simone lo involucra en un robo por el cual terminará preso un año y tras el cual, obtendrá el rechazo de todos sus conocidos y una aún más precaria situación económica, que lo llevara a buscar una salida diferente. Garrone se sirve de una historia verídica como la de Pietro De Negri, para construir su propia narración, retratando en Dogman como puede un hombre de buenas intenciones y una pasividad admirable, transformarse y terminar optando por el peor camino posible, arruinando su propia vida; esto sin duda invita a la reflexión posterior. La actuación de Fonte es más que acertada, aunque a veces parezca que tan solo aporta con la misma singularidad de su rostro, y sus expresiones naturales. La trama está delineada con justeza, y la narración avanza a paso firme y sin pausa, demostrando un gran trabajo de Garrone desde el guión, para el contó con la colaboración de Ugo Chiti y Massimo Gaudioso. Se destaca de igual manera una impecable labor desde la fotografía, encuadres, y puesta en escena. Quizás se pueda cuestionar el exceso de violencia en determinados pasajes, subidos un poco de tono, aunque en esencia no dejan de ser necesarios para darle credibilidad y fuerza a la historia.
Esta historia cuenta con la gran interpretación de Marcello Fonte al que observamos cómo se comporta con sus vecinos y sus amigos, su dedicación al trabajo (cuida perros, los baña, los alimenta y le pone toda su entrega), el amor a su hija y esos momentos de relax junto a ella mientras comporten ciertos lapsos de tiempo y el buceo donde la paz la encuentra en esos instantes. Su personaje está lleno de matices y buenos tonos como así también el tratamiento desde lo corporal. La vida de Marcello es monótona: una vez a la semana tiene un partido de fútbol con sus vecinos además comparten comidas y noches de bar, vende cocaína y se relaciona con un hombre grandote y peligroso llamado Simoncino (Edoardo Pesce, muy bien su papel, consigue lo que se propone) un cocainómano, inescrupuloso, irresponsable y algo peligroso. Su relato resulta intimista, realista, creando interesantes atmósferas y climas, donde se va mezclando el melodrama con thriller y con toques de western. El director Matteo Garrone (“Gomorra”) nos trae una historia basada en hechos reales pero con algunos cambios que conmocionó a Italia a fines de los ochenta.
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Marcello (Marcello Forte) es un peluquero canino. Entre escobillones, cadenas y jaulas, el hombre maneja las técnicas propicias para lograr llevar su trabajo a cabo dentro de Dogman, un local humilde, sucio y oscuro. Respetado en su pueblo, este padre separado aprovecha los tiempos libres para compartir momentos junto a su hija pero también, a esos amigos con quienes conversa, alcohol por medio, sobre los problemas que aquejan a la comunidad. Especialmente lo que ocurre con Simone (Edoardo Pesce), un matón que pone en suspenso la tranquilidad del lugar.
Entre la mansedumbre y lo bestial sin chances Galardonada con el David di Donatello y también en Cannes, la última del director de Gomorra se hunde en el fango tras una dignidad que parece perdida. Pareciera que luego de la periferia en la que habita Marcello ya no hay más. Un límite. Los edificios arrumbados, con vigas a la vista como si fuesen el esqueleto de un cuerpo roído. El mar circunda. Hay juegos infantiles olvidados, un trencito con óxido. La niñez parece ausente. Llueve y el camino se enlodaza. Las fachadas de los pocos comercios son demodé. El bar ofrece su nombre escrito en un neón desprolijo. La trattoria parece quedada en el tiempo, como un resabio de spaguettis en grupo, en tanto costumbre adherida al cuerpo social. Hay una casa que se dedica a la compra de oro. A su lado, una peluquería canina. "Dogman", se llama. Es de Marcello. LEER MÁS Wos por partida doble | Presentará su disco debut con dos fechas en Groove LEER MÁS Quiénes tocan este fin de semana | Recitales del jueves 29 al domingo 1o Marcello es pequeñito. El actor Marcello Fonte lo interpreta ensimismado, contraído, con la mirada escurridiza, buenazo pero nada ingenuo. Vive separado de su mujer, tiene una hija pequeña que a veces le visita. Con su ex no hay siquiera intercambio de palabras. A la hija la cuida, la lleva a bucear, le planifica viajes. Para ella pareciera que Marcello pensara un mundo diferente, precisamente más allá de su peluquería canina, que parece de otra época, como si el tiempo se la hubiese tragado y sostenido en una miseria latente. Allí conviven los perros de dueños que vienen de otros lugares, quizás de ese más allá que la periferia impide. La distancia entre la decrepitud en la que se sobrevive y el fulgor de otra vida posible, aparece de modo hiriente en el concurso de caniches, en donde Marcello hace su mejor esfuerzo y obtiene con su peinado canino un segundo puesto. Un reconocimiento que no deja de situarlo donde debe ser: por debajo y después de alguien más. Por eso, para llegar a esa otra realidad, el robo está al alcance. Alhajas de mansiones o casas adineradas, que luego son malvendidas. De todas maneras, Marcello queda atenazado por estas jugarretas que el destino le juega, porque él no quiere robar, aun cuando se haga un tanto el distraído. Porque si bien lo obligan a participar de alguna fechoría, no pierde la oportunidad de reclamar lo que le corresponde; así, lo que se dibuja es un equilibrio social malherido, en donde Marcello pareciera ser el más débil, contraído como lo es su físico y bajo de estatura. Ahora bien, Marcello reparte cocaína. Simone (Edoardo Pesce), gigante y granítico, una mole de carne con ojos, es uno de sus clientes. Simone es un bruto sin escrúpulos. Y en el barrio quieren dar una solución final al problema. Cuando los representantes de ese entramado que es el barrio se reúnan entre spaguettis a pensar soluciones, lo que emerge es algo bien raro, en donde el pensar más letal puede decirse desde una complicidad compartida. Una serpiente que espera paciente. Los personajes están alienados, viven y sobreviven en el juego injusto que les toca. Se sienten presos sin saberlo, buscan modos de sobresalir. Por su parte, Marcello baña y peina con esmero al perro más simpático así como al más temible. En algún momento, el mismo barrio que a él lo mira de modo amable o por lo menos cómplice, comenzará a darle la espalda, a segregarle y despreciarle. Habrá que tomar medidas. Porque, a recordar, más allá de esa periferia no hay más. Un fin del mundo. Un último lugar donde estar, entre el concreto rajado y el barro. En este sentido, hay un planteo de fondo que hace de Dogman una película cercana al despertar tribal de Dustin Hoffman en Los perros de paja: caídos los últimos estamentos civilizados, habrá que dejar que aflore lo que queda. El residuo último. La solución desesperada. Marcello parece endeble. Pero también el film de Matteo Garrone hace de él un individuo acorde a lo que el filósofo Thomas Hobbes señalaba, acerca de la perspicacia humana para amoldarse al contexto. Lo irónico estriba en que, con ley o sin ella, para Dogman el hombre es lobo del hombre. Este acento en el costado natural, originario, bestial, hace de Dogman una película cinematográficamente consciente, porque se sabe consecuente con su inocencia perdida. Al respecto, hay un plano suficiente. Ocurre cuando Marcello y Simone buscan al dealer. Éste trabaja con muñecos de feria, viejos, vaya a saberse para qué los guarda entre sus trastos de taller. Una melancolía que convive como residuo. Cuando se desate la golpiza de Simone, el bruto, el rostro estrellado contra uno de estos muñecos dejará rastros de sangre. El plano permanece quieto sobre esa figura de otra época, que gotea rojo. Sorpresa: son los rasgos de Oliver Hardy. Por detrás, se perfila la figura de Stan Laurel. El Gordo y el Flaco. Reminiscencias de lo que el cine alguna vez fue, en contraste chirriante con esta imagen cruel. LEER MÁS Una calle Corrientes antipatriarcal | De Petróleo a las series de Netflix, la nueva cultura reconstruye la idea de masculinidad Si se tiene en cuenta que el próximo film de Garrone es Pinocchio (con Roberto Benigni), lo aludido cobra una connotación mayor, seguramente desencantada sobre el devenir del cine, mientras abre suposiciones acerca de cómo el realizador retratará la vida del muñeco de madera: ¿estará la salvación en la mirada infantil? Lo cierto también es que este desencanto ya es elemento consustancial a la poética de Garrone, habida cuenta de títulos como Gomorra y Reality, repartidos entre la organización mafiosa y la supra-realidad televisiva. Sus personajes están alienados, viven y sobreviven conforme al juego injusto que les toca. Lo que no quiere decir que accionen de una manera que altere tales normativas. En todo caso, se sienten presos sin saberlo, buscan modos de sobresalir, y reinciden en el círculo vicioso que les mantiene anestesiados. La violencia, lamentablemente, surge como moneda de cambio. Como garante de la misma escisión social en la que ellos ocupan los peldaños más bajos. Marcello, personaje patético, con principios que nadie respeta, algo heroico y criminal, surge finalmente como una radiografía inclemente, cuyos puntos suspensivos no prometen resolución feliz posible. Víctima y victimario, Marcello es síntesis de un sentir desesperado, sobre el cine y sobre la vida.
El hombre que amaba a los perros Matteo Garrone vuelve a construir con barroquismo un retrato de la violencia en Dogman, un policial basado libremente en un crimen de Italia en los 90. “No demanda mucho esfuerzo el transformar a un ´perro de un solo amo´ en un ´perro de nadie´ ”. ( Agente del caos, de Norman Spinrad) Katie Ledecky Un primer plano de un enorme perro enojado, exhibiendo sus dientes filosos mientras ladra y gruñe es la ventana de entrada a Dogman. Blanco como un oso polar, el animal tironea de una cadena de metal amarrada a su peludo cuello que impide que huya del cubículo de concreto, donde un señor con delantal azul intentará bañarlo aunque el animal no quiera. En un espacio con poca luz, lleno de perros enjaulados que espían la escena con una extraña calma. Hombre y bestia luchan por alcanzar sus objetivos individuales: el perro quiere escapar lo más lejos posible del trapo húmedo, el humano necesita cumplir la misión de devolverlo a su dueño con olor a jabón. “Dogman”, anuncia el cartel de este salón de belleza para perros que dirige Marcello (Marcello Fonte). Quien cierra la puerta de la tienda con llave y cambia el interior por el exterior, mostrándonos el contraste entre la luz de tubo frío de su espacio y el sol radiante que hace brillar hasta el detalle más opaco del paisaje. Abierto y desértico como un decorado de western. Preparar el lienzo El protagonista de Dogman, el noveno largometraje dirigido por Matteo Garrone (Reality, Gomorra), baña a cada uno de los perros que le confían con delicadeza y hasta un alto porcentaje de amor. Les habla pausado, con un tono dulce. Enjuaga el shampoo que esparció por todo el pelaje con el suficiente cuidado para que no entre espuma en sus ojos. Incluso, le enseña con paciencia a su pequeña hija, Alida, a cortarles el pelo. Algunos perros parecen disfrutar el ritual, otros se muestran más rebeldes a ser domesticados por un hombre desconocido. Un hombre que, a pesar del esfuerzo físico que implica calmar a las bestias, parece amar su trabajo. Pero Marcello tiene una vida en paralelo que no tarda en revelar: a los siete minutos de metraje una persona que lo dobla en tamaño, de mirada esquiva y carácter prepotente, golpea la puerta de la tienda en busca de cocaína. “Te daré un poco pero luego tendrás que irte”, le dice a un visitante cercano: Simoncino (Edoardo Pesce), porque en el fondo del salón está presente Alida. Pero el hombre no le hace caso y se encierra en el baño para inhalar en un lugar cerrado. Marcello no puede poner límites, el otro le pasa por encima. En el mismo plano conviven dos ventanas traslucidas: a la izquierda la niña bañando al perro, a la derecha la silueta difusa del sujeto drogándose detrás de la puerta del baño. El director explica con la composición de una sola imagen cómo el protagonista está dividido entre dos mundos. El de un vínculo de sentimientos sanos y recíprocos, la relación con su hija, y otro que se construye a partir del sometimiento y el maltrato. Simoncino arrastra a Marcello a cometer actos delictivos que, aunque en un principio se niega, el mastodonte no le da la alternativa de elegir. En una de las escenas más impactantes de la película, el protagonista debe conducir su camioneta para que Simoncino y otro cómplice roben joyas de una casa vacía. Cuando salen, entre risas despiadadas, le cuentan que metieron en el freezer a un chihuahua porque no dejaba de ladrar. Apenas se bajan del auto Marcello conduce a toda velocidad hasta esa casa, se trepa por una escalera e ingresa a la propiedad privada sin pensar en el riesgo, con el único propósito de rescatar a ese perro de morir congelado. La secuencia no es corta: Marcello detiene el tiempo cuando rescata al chihuahua repleto de escarcha y comienza a echarle agua caliente. No reacciona instantáneamente, pero no le importa los minutos u horas que tenga que quedarse intentando salvarle la vida. Cuando el perro finalmente despierta se muestra agradecido y lo reconoce como su nuevo amo. Lo sigue para volverse con él, pero Marcello sabe que no puede llevarlo. Esa extensa escena describe el buen corazón del protagonista, tan diferente al de Simoncino. El monstruo, temido y odiado en el barrio, que tiene a Marcello atado a sus deseos y planes viles. Pintar la tragedia Basada libremente en unos macabros acontecimientos ocurridos el 18 de febrero de 1988 que impactaron a Italia, el “delitto del Canaro”, Dogman es un policial incómodo que pone el peso en la tragedia. La tragedia de Marcello es creer que es capaz de domesticar a la fiera, a Simoncino, al igual que lo hizo con el enorme perro enojado de la primera escena de la película. Marcello peca de inocente, es él quien está domesticado por Simoncino. Su amo. A Matteo Garrone no le interesa demasiado la crónica negra, ahondar en el crimen real ocurrido en los arrabales de Roma cuando un peluquero canino, de nombre Pietro De Negri, encerró en una jaula de su tienda a un ex boxeador amateur que lo martirizó por años. Asesinándolo luego de varias horas de tortura. Al director, que trabajó este proyecto durante trece años, lo conmueve construir lo que sucedió antes de ese hecho, qué llevó a una persona común a matar de esa manera. Garrone eligió de protagonista a Marcello Fonte por cierto parecido físico con Buster Keaton: esbelto, con un rostro inexpresivo y unos ojos grandes que reflejan una profundidad impenetrable. No es casual, el personaje de la comedia muda siempre está luchando contra sus propias tragedias. Marcello no sonríe, mantiene su gesto rígido, al igual que Keaton en esa obligación contractual de la MGM, firmada en 1928. Obligándolo a no reír jamás, ni siquiera en apariciones públicas. Pero, a diferencia del cómico, Marcello no puede salir ileso de las circunstancias insólitas que lo ponen en peligro. Como tampoco cumple su contrato ficticio: cada tanto, muestra un poco los dientes, pero poco se parece esa respuesta a una sonrisa. Es toda la alegría que conoce, manifestada simplemente para agradar al resto. A su hija, a sus amigos del vecindario con quienes juega al fútbol una vez por semana, a una clienta. El trabajo del actor es poderosamente físico en Dogman: cómo rodea a los perros para bañarlos, la manera en que camina o corre en la cancha, su habilidad de escalar la pared de una casa como un trapecista de circo, y, en determinado momento, luchar cuerpo a cuerpo con Simoncino. Una impactante capacidad actoral que lo llevó a ganar el premio a Mejor Actor en el Festival de Cannes, en 2018. La última pincelada Como en la mayoría de las películas de Matteo Garrone, la violencia va invadiendo las paredes del relato, como si fuera una humedad tan dañina que no tarda en mutar en moho. En convertir al 70% de agua que compone el cuerpo del protagonista en agua negra y podrida. Dogman presenta una narración tensa, opresiva como el miedo que amenaza a cada paso al personaje frágil. El espectador se pone en el cuerpo de Marcello, pero también en la mirada de esos perros que observan con demasiada calma. Pensando que en cualquier momento puede suceder algo malo. Los ladridos de los perros funcionan como la música incidental que marca un pulso inconstante, haciéndonos parte de cada escena al revés de lo que suele ser: no estamos dentro del plano, sino que los elementos del plano parecen estar alrededor nuestro. Como si salieran de la pantalla. Los ladridos se escuchan tan cercanos que casi podemos sentir el aliento tibio de esos perros que dan ganas de acariciar Antes de ser cineasta, Garrone era pintor. Por eso sus planos son tan obsesivos con el uso del color y la temperatura de la paleta. Amante del barroco, y en particular del tenebrismo de las obras de Caravaggio, el director recrea en pantalla grande una de sus más famosas pinturas: David vencedor de Goliath. El lienzo de 110,4 cm de alto x 91,3 cm de ancho pintado al óleo cerca del 1600 era una interpretación de un evento narrado en la Biblia: cuando el pastor David mata al gigante Goliat y corta su cabeza como símbolo de triunfo. Caravaggio añadió por su cuenta la imagen de los cabellos atados de Goliat, ya que ese detalle no aparece en el texto bíblico. Garrone hace explotar toda la violencia contenida de Marcello para que este hombre con exceso de cierta inocencia por fin se defienda de las garras del gigante. De su Goliat. No le ata sus cabellos, pero le ata su cuello con un collar de metal, sujetado a una de las paredes de su tienda. Con una iluminación lúgubre, donde los personajes emergen del negro, somos testigos de cómo Marcello le suplica respeto a Simoncino antes de matarlo, ruega recuperar su dignidad. A diferencia de David, él no le corta la cabeza al gigante, pero lo ahorca con el collar de metal. Y traslada su gran trofeo al hombro, como si fuera una media res, para enseñarle el cuerpo del Goliat de ese pueblo italiano a sus antiguos amigos del vecindario. Sin embargo, el paisaje está lleno de soledad. Desterrado como el último gran plano general de un western. Tal vez sea demasiado tarde para recuperar la dignidad y el amor ajeno. Salvo el de los perros, por eso en ese plano desolador, lleno de un silencio filoso que parece cortarnos la garganta, corre un perro moviendo la cola. El perro que tantas veces acompaña al actor de la comedia muda, sea Keaton o Chaplin. Dogman no es una película perfecta, tampoco busca serlo. Como Caravaggio, Garrone intenta pintar obras imponentes que podemos tardar una vida en atravesar por completo. Dejándonos enigmas que posiblemente no resolveremos jamás, como qué es aquello que esconde la profundidad impenetrable de los ojos de Buster Keaton y Marcello Fuente.
El noveno filme del realizador italiano Matteo Garrone, de repercusión singular por su película Gomorra (2008) vuelve, diez años después de este relato sobre la mafia napolitana, a visitar los submundos de la periferia de la actual Roma y basado libremente en los hechos reales del conocido caso del año 1988 “El delito del Canaro” crea esta violenta fábula llamada: Dogman. El filme construye un mundo alrededor de la vida de Marcello que es el retrato de lo que muchas veces llamamos “un perdedor”, de esos seres frustrados y oscuros que encierran más rabia y más violencia que lo que cualquier salvaje puede imaginar. Tiene una vida gris y un local destartalado dedicado a la peluquería canina, donde cuida a esos animales como si fueran humanos. Marcello tiene una hija pequeña a la que -digamos- idolatra, y aunque su ex mujer lo detesta él se presenta en su mundo como alguien bondadoso y servil con quienes lo rodean. Tiene un grupo de amigos con los que juega al calcio y aunque no son muy legales en general los une una fraternidad con ciertos códigos. Son bastante barderos pues si no venden drogas las consumen y trabajan en cosas “más o menos lícitas”. Como en todo grupo están los de un bando y los de otro, no importa bando de que, más en el medio existe el típico amigo “border”: Simoncino quien acaba de salir de la cárcel. Definido por ser el más desmedido, el más violento, un tipo hecho de fibra rabiosa e ira en estado puro. Su relación con Marcello es de mutua dependencia. Mientras el perdedor se somete a sus desmanes de humillación y violencia nos preguntamos ¿Qué es lo que está en juego a la hora de este vínculo sadomasoquista? ¿Es acaso que Garrone quiere que observemos cuál la medida de opresión que soporta un hombre mediocre bajo el iracundo poder de su inseparable amigo? Tal vez no es ni la una ni la otra, lo que se urde es algo más profundo, algo que une a dos seres que parecen opuestos pero que no lo son, sino que aún en sus extremos aparentes están unidos por su esencia más profunda, anclada en la rabia y el rencor social. Fuerza rabiosa que dejan aflorar a través de este vínculo de víctima y victimario, en una lucha que termina subvirtiendo la relación dialéctica del amo y el esclavo. La manera en la que Garrone compone sus personajes, en especial a este dueto protagónico maneja facetas expuestas de manera muy directa, cero sugeridas, donde se impone un retrato social de trazo grueso y acentuada condición de lo más miserable de un sujeto, sin rescates, ni matices que nos permitan vislumbrar alguna empatía en tamaña miserabilidad. Identificarnos en algún punto posible con el disminuido Marcello o con el salvaje Simoncino se hace casi imposible. No porque el espectador no guarde en su mundo interno emociones como la ira o el rencor, sino porque el puente “hacia” los personajes está rotos en algún punto. Son tan reactivos que nos rechazan de manera indirecta y por ende la verosimilitud o la emocionalidad que el filme puede explorar en nosotros se diluye o se aleja sin solución. El clima visual propone pasajes que relacionan el sujeto con el contexto creando un pulso de fuerte carga dramática, los espacios están cargados de una oscuridad dominante y el clima es denso como un territorio en decadencia. Hay una clara intención de fábula en este filme, de armar una simbólica narración con estos personajes como arquetipos universales más allá de Roma y más allá de la anécdota real en la que Garrone se ha basado. En este mundo que él crea más real que sea lo percibido se presenta como recortado de todo vestigio de otras realidades. Por Victoria Leven @LevenVictoria
Matteo Garrone, el notable cineasta que sorprendiera con Gomorra (2008, premiada en Cannes) retorna a la pantalla grande con “Dogman”, singular film que resultara laureado en diversos festivales internacionales. Una atenta mirada sobre esta obra nos hará comprender el acierto de sus pergaminos y la naturaleza violenta del ser humano que el realizador radiografía con quirúrgica precisión. “Dogman” es un excelente exponente del cine italiano contemporáneo y un fiel reflejo de la cruenta y primal razón de ser del hombre, cuando éste se ve empujado hacia el limite de su conciencia moral. En las afueras de Roma existe un suburbio dominado por un matón local. Neorrealista y costumbrista, Garrone nos hace sentir la aspereza de este páramo mientras dibuja trazos de un far west mediterráneo detenido en el tiempo. Aquí, un solo hombre aterroriza una comunidad. Un ladrón de poca monta que bebe y consume cocaína en exceso se convierte en la molestia de un grupo de viejos conocidos: el joyero, el dueño de un bar y un gentil cuidador de perros. Este último, un taciturno cuarentón con pinta de bonachón pero intenciones de desconfiar. Es el típico cara de bueno por quien nadie apostaría si se tratara de convertir a un sufrido perdedor en héroe barrial de la noche a la mañana, no obstante lo anunciado emanará con violencia. Con delicadeza y dedicación, este trabajador, de modo rutinario y silencio, cuida la higiene de canes de variopinto tamaño y raza. Como mencionábamos, pese a sus esfuerzos, su comportamiento dista de ser ejemplar. Un tour de force a lo largo de una noche de excesos concluirá en un hecho macabro que pondrá a prueba la ética bajo la cual este atribulado working class mide su hombría. La culpa lo llevará al silencio y sin escapatoria a la cárcel. El regreso al pueblo, tiempo después, no será el del hijo pródigo, precisamente- Acaso, ¿un acto tardío de justicia lo rescatará de la invisibilidad y el aprobio generalizado?