El cine argentino siempre se ha caracterizado por ser una fuente casi exclusiva de dramas pintados con un estilo de cine de autor. Esto también dentro de los géneros menos frecuentes como la comedia y la prácticamente nula existencia de los policiales. Esto se puso en consideración cuando El secreto de sus ojos se llevó el Oscar, porque no solo el cine nacional volvía a ser mirado por las grandes industrias sino porque había sido gracias a un policial. Ahora que las grandes películas de superhéroes son el fuerte de Hollywood; con Kryptonita (2015) el género argentino demostró que podía competir con la tendencia que arrastraba a nuestro cine durante toda su historia, y por qué no liderar taquillas. Posteriormente llegaron elogios y aplausos desde Cannes: la última en ser reconocida, La larga noche de Francisco Santis. Por esto los movimientos underground del cine de género nacional han dejado de ser una curiosidad de festival para figurar dentro del abanico de posibilidades entre las cuales el espectador puede elegir. Ecuación: los malditos de Dios es otra alternativa para el público nacional.
La polilla de la yeta Si se permite utilizar una analogía para abordar los pro y contras de Ecuación, los malditos de dios (2016), segundo opus de Sergio Mazurek, sería apropiado el de un partido de tenis donde se cuentan luego de cada set errores forzados y no forzados. Claro que hacer cine de género lejos estaría de emparentarse con un partido más allá que la dinámica de la pelota que va de un lado al otro, tratando de no quedar en la red o picar afuera se emparenta bastante con un desafío de estas características, porque hacer cine de género implica conocer reglas, ser creativo y sobre todo mantener una lógica en el relato.
Ecuación, los malditos de Dios es una nueva producción argentina de terror sobre un tema tan antiguo como tradicional: la muerte. La vida del Dr. Hermes Vanth toma un giro hacia lo macabro cuando descubre que a su alrededor las personas están empezando a fallecer, y siempre hay un misterioso anciano presente. Muertes extrañas: Ecuación, los malditos de Dios presenta una historia más bien convencional que muestra todos los indicios de ser una producción independiente. Creo importante aclarar que no es específicamente una película de terror, sino que se desarrolla como un thriller de misterio del estilo Devorador de pecados (2003) o El rito (2011). El protagonista Hermes Vanth (Carlos Echevarría) es un doctor que convive con la fatalidad, pero comienza a notar una inexplicable cadena de muertes tanto adentro como afuera de su hospital, como si la muerte lo rodeara. Y parece que es literalmente así, porque hay un extraño hombre rondando en cada una de las desgracias. Dirigida por Sergio Mazurek (quien en el 2009 llevó adelante el film Lo Siniestro) nos entrega una cinta que busca mostrarse profunda pero peca en presentar algunas superficialidades evidentes. Los personajes nunca llegan a ser naturales y no ayuda que algunas actuaciones tengan por momentos un nivel casi amateur. Dentro del elenco, quien se destaca especialmente es Roberto Carnaghi, un actor sólido que brinda un papel chiquito pero memorable. El círculo se cierra: Un problema con el guión es que, conforme avanza, se va tornando más inconsistente hasta un final al mejor estilo M. Night Shyamalan que -si bien es ingenioso y satisfactorio- no logra salvar del todo a esta producción. Un ejemplo es la cantidad de momentos en los que aparecen personajes de forma aleatoria que, de pronto, parecen ser expertos en criptología, matemáticas y ciencias oscuras. En ese sentido, no se termina de aprovechar la narración visual que presenta el cine y se reemplaza por una gran cantidad de exposición: personajes literalmente contándote lo que necesitás saber para que la trama avance. Conclusión: El eterno problema con el género del terror es que, al ser históricamente redituable y accesible de filmar, abunda y tiende a repetir sus fórmulas. Por eso es difícil encontrar algo que verdaderamente se destaque del resto. Para mí, una gran sorpresa nacional este año fue Los Inocentes, que me resultó visual y argumentalmente muy atractiva. En su lugar, Ecuación, los malditos de Dios es una película con mucho potencial para crecer que podría haber trabajado su guión con más firmeza. Si bien existen una serie de baches narrativos y errores técnicos que esta producción independiente no logra sortear, entretiene y nos guía hasta un desenlace interesante.
Dr. Muerte Si bien está dotada de un argumento atractivo, Ecuación, los malditos de Dios (2016) de Sergio Mazurek no logra destacarse por algunas inconsistencias desde el punto de vista interpretativo y la repetición de lugares comunes del género. Hermes Vanth está pasando por una mala racha laboral. El problema es que Hermes es médico y esa mala racha se traduce en muertos. A eso se le suma su afición a la bebida y pesadillas recurrentes que no logra explicar. Sin embargo, todo cambia cuando descubre que después de cada deceso un hombre misterioso anda cerca. ¿Será la misma muerte que, cansada de mirar desde las sombras, se hace visible ante este médico? Luego de dirigir Lo siniestro (2009), Mazurek vuelve al ruedo con Ecuación, los malditos de Dios y demuestra su oficio al construir atmósferas sofocantes y cargadas de suspenso. El buen manejo de los códigos del género por parte del director facilita la comprensión del relato que toca el tema de la circularidad con astucia aunque con una resolución bastante obvia. La principal virtud de Ecuación, los malditos de Dios es que no pretende más de lo que está a la vista. Y esta cualidad, con el paso de los minutos, se convierte en una falencia porque para desarrollar la historia el director cae en lugares comunes explotados hasta el cansancio en el cine de género. A esto debemos sumarle la dispareja cualidad interpretativa del elenco que, por momentos, atenta contra el clima construido. El personaje principal no logra transmitir la angustia y el dolor al que está sometido luego de padecer un verdadero infierno y, a medida que se acerca a la verdad, esto se hace aún más evidente. Ecuación, los malditos de Dios tiene material suficiente para convertirse en una película mejor pero la elección de ciertos recursos, las deficiencias en la interpretación y la sobreexplicación hacen que el resultado no sea el esperado.
ECUACION Hete aquí un filme con muchas ambiciones. El segundo largometraje de Sergio Mazurek no logra impregnar el ritmo y el dinamismo necesario para que “Ecuación” vuele. Hermes, un personaje perdido en un laberinto de inquietudes y dudas (Carlos Echevarria), comienza a ser acechado por un misterio que intentará resolver en solitario. Esa pesquisa lo llevará a descubrir una conspiración de la que formará parte inevitablemente. Mazurek no logra plasmar de manera efectiva el conflicto, con una propuesta de género que se queda a medio camino de lo que realmente sugería.
LAS CUENTAS DE LO SINIESTRO Siempre es bienvenido el riesgo de hacer un cine de género como en este caso. Con la dirección de Sergio Mazurek y el guión Guillermo Barrantes, aunque en este caso el resultado deja que desear. Esa que aún dentro del cine fantástico hay ciertas reglas de lógica que hay que respetar y en este caso, desde el guión y el montaje de acumulan confusiones que dejan afuera la espectador. Los personajes se enfrentan a muertes amontonadas, con una presencia sospechosa que se repite, y una explicación entre esotérica, bíblica y matemática. El tema que una vez que se plantea lo que sucede, los personajes no evolucionan y se suman datos y complicaciones que, en vez de aclarar, oscurecen. El elenco encabezado por Carlos Echeverria, Roberto Carnaghi, Diego Alfonso, Paula Siero, hacen lo que pueden. Si bien estéticamente la película esta mas lograda, no alcanza para despertar el interés.
Con una mezcla de thriller y cine de terror, llega Ecuación, los malditos de Dios, un film que retoma algunas viejas ideas y las vuelca en una trama corta con buen clima pero un tanto previsible. Hermes Vanth es un doctor que empieza a verse rodeado de diferentes hechos trágicos que terminan en muerte. Y cuando estos se suceden, siempre en la escena, Hermes ve a un hombre, un viejo que lo observa. Mientras él va tratando de hilar cabos, presencia la muerte de su novia Ana. Y nuevamente en esa situación, el viejo se hace presente. Desesperado y enojado, Hermes se lanza a una investigación sobre este enigmático personaje que lo llevara a antiguas leyendas que provienen de los tiempos de la escritura del antiguo testamento, pero a medida que más investiga, más cerca de él parece encontrarse esta figura siniestra. Aunque la trama podría parecer interesante e innovadora, el film tiene desde el principio la tendencia a volverse un producto más bien enlatado, siguiendo fórmulas que lo hacen más una serie de televisión que una película. El comienzo se desenvuelve demasiado rápido creando un clima catastrófico que no termina de generar en el espectador un anclaje tal como para que la intriga se dispare. Las actuaciones son buenas (aunque a Carlos Echevarria se lo ha visto mucho mejor dirigido), pero son las áreas técnicas donde Ecuación, los malditos de Dios sobresale por su buen clima. Tanto el arte como el sonido están al servicio de contar más de lo que la trama nos ofrece y sobre esos silencios, paredes y símbolos religiosos el espectador se compenetra más con los problemas del personaje. La historia es más bien predecible y poco queda para que el espectador descubra a medida que el personaje va desenvolviendo la trama, que tiene muchas reminiscencias a libros como El código Da Vinci y demasiados puntos en común con películas como Moebius, que todavía sigue siendo considerada uno de los más importantes thrillers de la nueva generación de cine argentino. Ecuación, los malditos de Dios es una película que se deja ver, pero que queda en el medio entre el cine de terror que puede interesar a algún público y un thriller genérico que no sobresale, un film que mirándose sin muchas pretensiones se puede disfrutar.
Una fórmula con resultado fallido Alguien acostumbrado a consumir cine de género puede sostener que un buen film de terror tiene que respetar varios códigos: lo sugestivo (aquello que se percibe y no se ve a simple vista ni se explica), lo coherente (que no necesariamente tiene que ver con lo real), lo escalofriante (el elemento del miedo que es la principal atracción para los fanáticos) y, sobre todo, lo impredecible (aquello que no vemos venir). Con Ecuación: los Malditos de Dios (2016), Sergio Mazurek no alcanza ninguno de estos parámetros. Puede que se acerque, pero no logra explotarlos con firmeza. Por su parte, Carlos Echevarría, actor que participó en Garage Olimpo (1999), uno de los dramas clásicos argentinos por excelencia, y que supo deleitarnos con El Tercero (2013), película de temática gay en la cual se luce, interpreta a Hermes, un médico de guardia cabizbajo que está acostumbrado a la fatalidad. Lógicamente la muerte siempre le anda rondando, pero llega el momento de ser testigo directo de unos episodios fatales que involucran a un extraño anciano… Siempre el mismo anciano (interpretado por Eduardo Ruderman, casi lo mejor de la película). Esto desentrañará luego una investigación por parte de Hermes, que lleva al espectador a acompañarlo por los recovecos de un relato fantástico con toques de thriller. Hasta ahí, la película de Mazurek convence. Después vemos cómo van saliendo a flote los parches en un guión con una historia prolífera, pero que va decayendo luego de la primera media hora. A pesar de ello, cabe destacar la notable participación de figuras de renombre del cine de género nacional: Daniel de la Vega en cámara, Fabián Forte como asistente de dirección y extra, Guillermo Gatti y Martin Blousson haciendo el montaje y Pablo Parés en la corrección de color y VFX. En Lo Siniestro (2009), anterior película de Mazurek, donde una mujer de treinta años recién separada vuelve a la casa de su infancia y descubre un misterio relacionado con su familia, se aprecian también atmósferas oscuras y densas como marca distintiva, en las que el o la protagonista son los responsables de sostener toda la tensión dramática. El enfoque de Mazurek puede ser claro para con sus actores (a pesar de la poca solvencia a la hora de dirigirlos), no así con la historia en sí. Ecuación: los Malditos de Dios desembarca en los cines este mes como un proyecto que podría haber ofrecido más al espectador y que podría haberse convertido en una obra maestra del cine de género nacional. Un guión débil, una historia que no se sostiene ni engancha, además de lo retorcido y sobreexplicado innecesariamente. Sí pueden disfrutarse en algunas ocasiones el trabajo de fotografía y la mano de Daniel de la Vega en planos y movimientos de cámara como elementos que aportan belleza artística. Pero en otros aspectos, la película se queda atrás.
Muertes en el hospital público La densa e intrincada trama de esta película protagonizada por un torturado médico que trabaja en un hospital público porteño incluye una serie abultada de muertes violentas e inesperadas, fantasmas y maldiciones recurrentes, sórdidas profecías religiosas y larguísimas ecuaciones con demasiadas incógnitas y pocas resoluciones lógicas. Más ambicioso y menos eficaz que el debut del mismo director (Lo siniestro, de 2009), es un film realmente desconcertante y ahogado por la gravedad que le exige al espectador una complicidad ilimitada, al tiempo que no logra revelar nada nuevo sobre los asuntos presuntamente importantes que sobrevuela. Mazurek sabe cómo crear climas opresivos y generar suspenso, pero la historia de la película es confusa y el elenco no luce del todo ajustado.
LA PREGUNTA ES PARA QUÉ Terminada la pesada encomienda, de ver Ecuación, los malditos de Dios, solo emerge una pregunta, ¿qué lleva a alguien a meterse en el aprieto de hacer una película sin tener la menor idea de cómo? Si encontrar un titulo llamativo es suficiente razón, habría que echar una mirada a la obra teatral y cinematográfica de Gerardo Sofovich para entender que eso no alcanza. Desde el comienzo del film cuando al doctor Hermes Vanth, empiezan a caerle muertos desde el cielo o ventanas o de por ahí, uno ya sabe que esto va a oler mal. Apenas Carlos Echeverria, el protagonista, comienza a desarrollar el papel con la plasticidad de un tronco petrificado, entiende que esto va a ser duro. Basada en un cúmulo de seudos leyendas urbanas, para hacerlas más creíbles traídas de Estados Unidos, el film dirigido por Sergio Mazurek (Lo siniestro, 2009) es un seudo policial, seudo ciencia ficción, seudo a secas, no dice nada desde el principio al final. Este cronista, tiene que reconocer que no es el mejor amigo del cine argentino, hecho por cumplir, para tener un afiche en la productora y poco más. Desde el nombre elegido para el protagonista, Hermes Vanth, se intenta sembrar inquietud en el espectador, recuerdan los nombres elegidos por Narciso Ibáñez Menta, hace más de cincuenta años, que ya ese artilugio quedó un poco demodé. La música, al actuaciones y hasta la iluminación apuntan más a lo desopilante que a recrear una atmosfera que acompañe la historia. El cine de género no ha sido nunca muy bien tratado en estas costas, y Ecuación… es una muestra más, el film merece el peor adjetivo que cualquier trabajo intelectual o artístico puede ganarse: obvio. Cuando un crítico se enfrenta a un film, del que nada se puede rescatar, como para divertirse mientras escribe, intenta ponerle un poco de humor, pero esto supera todos los límites y más que humor a uno le despierta mucho enojo por el tiempo perdido. ECUACIÓN, LOS MALDITOS DE DIOS Ecuación, los malditos de Dios. Argentina, 2016. Dirección:Sergio Mazurek. Intérpretes: Roberto Carnaghi, Carlos Echevarría, Diego Alfonso, Marta Lubos, Paula Siero, Verónica Intile, Jorge Booth, Eduardo Ruderman, Ana Livingston. Duración: 86 minutos.
Ecuación, los malditos de Dios” es la segunda película dirigida por Sergio Mazurek (la anterior fue “Lo siniestro” de 2009). El film es una nueva apuesta del cine nacional por el terror de bajo presupuesto. El elenco está formado por Carlos Echeverría, Roberto Carnaghi, Diego Alfonso y Jorge Booth, entre otros, y el guión es de Guillermo Barrantes. La trama se centra en el doctor Hermes Vanth (Carlos Echeverría), un médico cuya vida cambia cuando a su alrededor comienzan a suceder una serie de muertes accidentales y en todas ellas está presente un misterioso anciano. Precisamente, es cuando fallece Ana, su pareja, que Hermes comienza a investigar en busca de respuestas, en un mundo donde se mezclan las ecuaciones matemáticas con los evangelios apócrifos y que traerá como consecuencia un sorprendente final. Como podemos apreciar es una idea sumamente ambiciosa, que no llega a buen puerto y deja en el camino unos cuantos cabos sueltos que hacen referencia a la relación entre Hermes y su pareja, los cuales aportan una intriga a la trama en sus primeros minutos y, después, quedan en la nada porque no se los vuelve a mencionar. Otro de los puntos que le juega en contra es que resulta muy difícil para el espectador entender la vinculación entre la matemática y su lenguaje científico con el mundo sobrenatural y religioso que nos propone esta película. Para lograrlo se pierde mucho tiempo en explicaciones que resultan anti-climáticas por la enorme cantidad de información que los espectadores deben procesar sobre estos temas complejos. Asimismo, la poca empatía que genera el inexpresivo Carlos Echeverría resulta muy difícil identificarse, un problema similar al que tiene en los dos aspectos “El código Da Vinci” (The Da Vinci code, Ron Howard 2006). Roberto Carnaghi, actor más conocido del elenco, es una buena elección para el papel de sacerdote, pero comete el error de hablar de “tú” con acento porteño, lo cual resulta inverosímil. Sin embargo, no todo es negativo ya que hay que reconocer los méritos técnicos como la fotografía de Leonel Pazos Scioli, basada en tonos fríos y los ángulos inclinados, propios del cine negro, que generan un extrañamiento que ayuda a generar, junto a la música de Mariano Pirato, un clima intrigante que no tiene nada que envidiarle al género de terror del cual forma parte. Además, se destaca una escena de créditos que comienza luego de un prólogo, prometiendo una película atrapante que al final termina decepcionando por sus problemas de puesta en escena. En conclusión “Ecuación, los malditos de Dios”, está muy bien lograda en cuanto a sus aspectos técnicos, mejor aún si tomamos en cuenta su bajo presupuesto. Por el contrario, falla al igual que en las últimas películas de M. Night Shyamalan, en el guión y las actuaciones. De todas formas, estas apuestas nacionales al cine de género son bienvenidas debido a que les dan esperanzas a los jóvenes realizadores cinéfilos formados en el cine de grandes directores como John Carpenter, Joe Dante, George Romero, entre otros, que quieren contar historias entretenidas vinculadas con lo fantástico.
Con la muerte en los talones. Antes de los títulos vemos a un hombre huir de una iglesia con un libro en la mano, en su huida es testigo de varias muertes, situación que se repite a lo largo del filme. El hombre en cuestión es Hermes Vanth (Carlos Echevarría), un médico que nota cómo en su guardia los pacientes mueren como moscas y responsabiliza por ello a un extraño anciano que deambula por el lugar. Consciente de que la muerte le pisa los talones y se la toma con aquellos que le rodean, Hermes emprende la búsqueda del motivo por el cual ese extraño sujeto aparece tras cada muerte, y por qué él mismo arrastra semejante destino. En lo estético el filme se presenta prolijo y con encuadres que junto a una buena iluminación consiguen dotar al relato de buenos climas y atmósferas. El guión es interesante y se propone algo que claramente no pudo lograr el director en el montaje final. No ayuda en nada la disparidad en las interpetaciones, muchas de ellas de un nivel amateur que contrastan con la solidez de un actor como Carnaghi. Al final, lo que el género exige es claridad en la resolución del conflicto pero en cambio solo se aporta confusión y un quiebre de lo verosímil que se impone en la propia lógica del filme.
El terror que bordea el ridículo. Es sabido, aunque suele olvidarse, por eso de que mucho cine “de género” –en particular, de géneros como el horror– sigue siendo relegado al terreno de lo escasamente relevante. Es difícil construir un universo al mismo tiempo estimulante e imaginativo, dotado de ciertas dosis de originalidad, pero con rasgos reconocibles, y lograr que todo ello resulte verosímil, al menos durante el tiempo que dura la proyección. Extremadamente difícil. Por supuesto, lo antedicho puede caer en las generales de la ley de cualquier clase de película, pero es particularmente cierto en historias como la que narra el segundo largometraje de Sergio Mazurek (Lo siniestro), que se mete –nada más y nada menos– con el terror de raigambre bíblica y metafísica. Hay en Ecuación un grupo de Mensajeros de la Muerte (así, con mayúsculas), ángeles caídos que pululan por la Tierra confundiéndose con los mortales, además de viejas profecías que parecen cumplirse a rajatabla, evangelios apócrifos que remiten al Antiguo Testamento y, por supuesto, una serie de extrañas muertes que comienzan a cercar a Hermes, un médico de un hospital porteño como cualquier otro. Ya la primera escena, con la pérdida de un joven paciente y los intentos cada vez más desesperados del protagonista por salvarlo de una muerte segura por vía del shock eléctrico, remite a otras tantas escenas similares acumuladas en la memoria visual y sonora del espectador. Y también desnuda uno de los problemas fundamentales del film: su intensidad elevada varias potencias, por momentos al límite de la pantomima, que mantendrá a una parte importante del elenco en las aguas de la sobreactuación, sumada a un cruce de diálogos que suelen percibirse como líneas de texto declamadas y no tanto como intercambios verbales entre los personajes. La búsqueda de una explicación ante tanto hecho inexplicable es la que lleva a Hermes a acercarse a un universo invisible pero definitivamente real, que el guionista Guillermo Barrantes tomó en (auto) préstamo de uno de sus relatos, llevado a la pantalla con planos en escorzo y fotografía poco saturada que no desentona con el tono excesivo de los demás elementos formales y narrativos. En el último tramo, cuando Ecuación regresa a su punto de partida in medias res, le llega el turno a la vuelta de tuerca y a la relectura de todo lo que ha ocurrido con anterioridad, truco de guión anclado en el ingenio que ha dado buenos y horribles resultados, tanto en el pasado remoto como en el más reciente. Lejos de la iluminación, aquí las novedades sólo traen consigo más inverosimilitud y desencanto ante las posibilidades perdidas. En los papeles, estos malditos de Dios sonaban atractivos; en la práctica, quedan reducidos a un formato de causa-efecto poco agraciado y a la posibilidad cierta de que lo irrisorio asome la cabeza en más de una ocasión. Y el terror –con o sin humor intencional– es siempre cosa seria y no anda por ahí haciendo buenas migas con el ridículo.
Algunas escenas sueltas y el gran Roberto Carnaghi Este pretencioso drama fantástico incluye momentos maravillosos, empezando por ver cómo un actor realmente talentoso puede brindarle auténtica vida a la línea de diálogo más demente. Éste es el caso de Roberto Carnaghi diciendo cosas como "¡Eres el Heraldo rebelde!". Es que a la manera de películas como "Pi", de Darren Aronofsky, inventa una retorcidísima trama que junta la religión y sus misterios con las matemáticas, aunque en este caso los números dan bastante en rojo. Carlos Echevarría es un médico que de golpe se da cuenta de que a su alrededor los pacientes mueren como moscas, e incluso si sale a dar unas vueltas seguro algún peatón cae a sus pies víctima de un accidente. El protagonista cree que hay un anciano siniestro presente cada vez que muere alguien cerca suyo, y se obsesiona por encontrarlo. Búsqueda que lo lleva a un manicomio para hablar con una matemática demente -muy parecida a Violencia Rivas, el personaje de Capusotto-, al cura interpretado por Carnaghi, y a un sabio excéntrico (Eduardo Ruderman) que parece salido de los comics de Tintín. El argumento es insostenible, pero pese a todo hay varias escenas aisladas que funcionan por sí mismas de modo independiente, y que no dejan de ser interesantes.
Mueca, antes que copia El resultado es una mueca de aquellos arquetipos del género en los que la película está inspirada. “La película contiene todos los condimentos arquetípicos del género. Porque hacer un cine de género, al contrario de lo que se suele creer, requiere del respeto de reglas más rígidas que las del cine de autor, en donde el director está liberado a construir las suyas”, explica Sergio Mazurek, el director, en la gacetilla de prensa. El problema aparece cuando el afán por seguir esas pautas convierte a la obra en una mera repetición de esquemas y fórmulas sin una impronta propia. No se pide originalidad -que, al fin y al cabo, es una cualidad sobreestimada- pero sí que haya al menos algún toque personal, que los mismos ingredientes sean utilizados de otra manera. De lo contrario, la película podrá llenar los casilleros del formulario de admisión en el género -en este caso, terror psicológico o thriller fantástico- pero se transforma en una réplica sin gracia de aquello en lo que está inspirada. En Ecuación hay rastros de El abogado del diablo, de Pi, de El código Da Vinci. Un médico (Carlos Echevarría) empieza a verse rodeado de muertes, todas con la presencia de un misterioso viejo como factor común: la investigación de estos sucesos lo pone en contacto con un submundo matemático-esotérico en el que se hunde más y más con cada nueva pista. Este tipo de tramas afrontan un desafío mayor: que las explicaciones que va encontrando el protagonista sean comprensibles y no resulten abrumadoras. Pero aquí los personajes se encuentran diciendo intrincados parlamentos que aburren, oscurecen más de lo que aclaran y restan interés en lugar de aumentarlo. Si a esto se le suman actuaciones poco convincentes, la aparición de flashbacks innecesarios y una escasez presupuestaria que se nota demasiado, el resultado es una mueca de aquellos arquetipos del género en los que está inspirada.
El cineasta Sergio Mazurek ("Lo siniestro" en 2009) nos muestra a un médico al que le van ocurriendo extrañas visiones, van apareciendo demasiadas muertes a su alrededor, un viejo puede ser la clave, una mujer especial, el amor, la muerte y mensajes misteriosos. Hay alguna relación con los mitos y leyendas urbanas. Mezcla ciencia ficción, suspenso e intriga, todo a través de una ecuación matemática ahí se encuentra la clave de todo. El protagonista es Carlos Echevarría. Otro de los personajes importantes es el del sacerdote que compone Roberto Carnaghi quien no resulta del todo convincente. Se filmó en un sector del Hospital Israelita. Cuenta con la buena fotografía de Leonel Pazos Scioli y la música de Mariano Pirato. Uno de los problemas que tiene el film es que se detiene explicando, mostrando, le falta ritmo, se hace previsible y decepciona el final.
A feeble nightmare ranking low on the scare factor By Pablo Suárez For the Herald Over-plotted, talkative to the extreme, and totally scare-less, the Argentine horror thriller Ecuación, los malditos de Dios, by Sergio Mazurek, definitely misses the potential to become a decent genre film, all the more so considering it features accomplished professionals in some key areas, such as Daniel De La Vega on camerawork and Fabián Forte as assistant director. Leaving aside the many deaths that look extremely fake, Ecuación is a technically well-crafted film. The problem lies in the script, and to a minor degree, in the acting too. Broadly speaking, Mazurek’s outing follows worn-out Dr Hermes Vanth (Carlos Echevarría), a man who spends most of his time at work at the Rivadavia Hospital, trying to heal people, yet facing death far too often. In fact, it seems he’s on a losing streak as many of his patients are mysteriously dying one after the next. And then there are the deaths he witnesses outside the hospital as well. What’s even more bizarre is that every single time somebody dies, a strange old man (Eduardo Ruderman) pops up out of the blue. Eventually, Hermes’ girlfriend becomes one of the unfortunate victims, and soon enough he meets with Father Alfredo (Roberto Carnaghi) to try to get a grip on such a maddening scenario. In the end, the involvement of Sedna (Marta Lubos), a crazy woman committed to an asylum, will help to unravel a deeply buried enigma. Ecuación is written by Guillermo Barrantes and is based on a series of books called Buenos Aires es leyenda, by Barrantes and Víctor Coviello. That could partly explain why it is so over-plotted: you just can’t sum up several books-worth in an 86-minute film. There are just too many events and hardships, too much information, and conveying so much via lengthy and heavy-handed dialogue is not the best of ideas either. While overall cinematography is skillfully rendered — framing and composition are occasionally eye-catching too — there’s not a real sense of fear or a disturbing atmosphere. And a horror film without atmosphere is like a comedy with no fun. To top it all off, actors deliver their dialogue in a solemn, even declamatory manner, which does nothing but emphasize the lack of verisimilitude. Last but not least, there’s the never-creepy soundtrack that sometimes becomes overwhelming as it’s clearly an attempt to create some sense of drama the film does not have. Though well-intended and with fairly good production values, Ecuación, los malditos de Dios is a feeble nightmare that’s never haunting, but rather tedious instead. Production notes Ecuación, los malditos de Dios (Argentina, 2016) Directed by Sergio Mazurek. Written by Guillermo Barrantes, based on the books Buenos Aires es leyenda, by Guillermo Barrantes and Víctor Coviello. With Carlos Echevarría, Roberto Carnaghi, Marta Lubos, Diego Alfonso, Eduardo Ruderman. Cinematography: Daniel De La Vega, Leonel Pazos Scioli. Editing: Guille Gatti, Martin Blousson. Running time: 86 minutes.
“Matemática… ¿estás ahí?” Una nueva película de género “made in Argentina” llega a las salas y en ella se conjugan no sólo el misterio sino también la mitología y la religión de manera ecuánime. Hubo una época en la que en los círculos cinéfilos locales, varios aspirantes a realizadores deliberaban durante horas en bares y convenciones cuál era la mejor manera de homenajear a sus películas preferidas de terror y misterio, ya sea las de la clásica productora Hammer como así también las de directores consagrados como Spielberg, Carpenter, Lynch y otros. Claro que este sistema de homenajes siempre va por detrás y la idea es superar al maestro, por lo cual casi siempre estos films se quedaban en eso, algo que podía ser y se quedó a mitad de la carrera. Sin embargo, este año la cosa comenzó más que bien con Resurreción de Gonzalo Calzada y siguió manteniendo un nivel aceptable con otros films que buscaron vías alternativas como El Muerto Cuenta su Historia, siempre teniendo en cuenta los exiguos pero bien aprovechados presupuestos con los que cuentan. En ese marco llega a los cines Ecuación, los malditos de Dios de Sergio Mazurek, como director de varios cortometrajes y cuya opera prima, Lo siniestro (2009) le ha valido muy buenas críticas. La historia de Ecuación hace foco en Hermes Vanth, un médico que pasa la mayor parte del día trabajando dentro del Hospital Rivadavia, donde convivir con la fatalidad es algo natural para él hasta que comienza a sentir que la muerte lo afecta sobremanera. Perseguido por una inexplicable cadena de muertes ocurridas en todos los ámbitos, la de su novia incluida, Vanth descubre que todos estos hechos tienen en común la presencia de un misterioso anciano que despierta su curiosidad. El galeno comienza así una peligrosa investigación que lo hará descender a los pasajes más profundos de la mitología bíblica y urbana, y a descubrir los objetivos de un oscuro y secreto grupo de personas que lo llevarán a conocer las respuestas que guarda la misma naturaleza de la Muerte. "La matemática es el lenguaje en el que está escrito el universo", le dice un cura interpretado por el genial Roberto Carnaghi a Vanth en un pasaje fundamental del film. Hasta aquí lo que se puede revelar de un film que basa su misterio hasta el último minuto para atrapar al espectador y que muestra un dedicado trabajo por parte de sus realizadores en la tarea investigativa a la hora de escribir un guión que, sin embargo a veces puede tornarse algo "pesado" para el espectador promedio. De todas maneras, esos detalles son menores comparados con los climas opresivos que logra construir Mazurek con la ayuda de especialistas como Fabian Forte (El muerto cuenta su historia) como asistente de dirección, Daniel De La Vega (realizador de la inminente Ataúd blanco: el juego diabólico) y Martín Blousson (El Eslabón Podrido, Diablo) en la edición. La película está inspirada en la exitosa serie de libros "Buenos Aires es leyenda" de Guillermo Barrantes y Victor Coviello y por eso hay mitología, hay religión, hay misterio al estilo "Hammer Films" y hay muchos detalles que elevarán la categoría de esta película a "de culto", status que adquieren los estrenos cuando pasan a conseguirse "en video" (o en streaming como impuso Netflix). Pero con el estado actual de las ediciones en DVD, lo mejor es no dejar pasar este fin se semana sin verla.
Todos tus muertos Dioses y demonios, complots ocultos en un oscuro libro medieval y un cálculo enigmático guían la trama de “Ecuación”, el ambicioso segundo filme de Sergio Mazurek. El personaje protagónico es Hermes Vanth, un médico en cuyo hospital los muertos comienzan a contarse por decenas cada semana, con la particularidad de que en cada nuevo caso ronda la zona otro personaje intrigante, un hombre mayor canoso que inevitablemente comenzará a obsesionarlo. Así comienza la caída libre de Varth en un mundo en el que los cadáveres irán cayendo literalmente a su paso, bajo las ruedas de un tren o delante de sus ojos, mientras los fantasmas comienzan a rondarlo. La iconografía religiosa, las cofradías y las referencias a filmes emblemáticos que marcaron el camino de conspiraciones ancestrales son una cita presente en este filme bien resuelto técnicamente y con un gran trabajo de diseño de arte. La trama demasiado intrincada hace perder el impulso de un guión que se atomiza en diálogos por momentos forzados pero necesarios para explicar la naturaleza de los personajes y de la acción.
Crítica emitida por radio.
LA MUERTE LE SIENTA MAL Toda vez que me toca escribir sobre un film nacional, sobre todo del que no cuente con el apoyo de un estudio grande o un multimedio, intento despojarme tanto del prejuicio como de la expectativa. Es decir, trato de asumir que estoy viendo una historia que debe conquistarme por méritos propios sin importar de dónde provenga. A lo largo de los años, la tarea ha sido cada vez menos ardua gracias a una profesionalización evidente y a una compartimentación de rubros que antes quedaba fuera de las prioridades o se menospreciaba. Hoy se puede decir que nuestro cine cuenta con excelentes directores de arte, de fotografía, maquilladores y expertos en post producción que dejan sin excusas al realizador a la hora de evaluar cómo luce su film. Sobre todo cuando se trata de alguna de las nuevas producciones de la generación de realizadores que presuntamente llegan para renovar estilos y, en caso de animarse a abordar el cine de género, de darle una nueva identidad o impronta que provoquen cierto entusiasmo con cada estreno para sus cultores. Pero paradójicamente los errores más grandes siguen cometiéndose en los guiones o en la dirección. Es decir en los recursos que se basan más en las decisiones humanas que en las técnicas. En ese sentido, Ecuación: los malditos de Dios da un ejemplo cabal de ello. Primero porque nos recuerda los problemas narrativos que suelen tener los directores debutantes o poco experimentados y la falta de recursos de antaño cuando el espectador se permitía ser bastante más complaciente. Con los costos elevados del celuloide a duras penas podría repetirse alguna toma y el resultado dependía casi en partes iguales de la cantidad de ensayos como del factor suerte al realizar las tomas. Pero con los medios y tecnología de hoy no hay tantas excusas. No hay justificación para que se pase del dinamismo de los encuadres de una primera escena vistosa (que una hora después se repite calcada como si hubiese sido parte de un teaser) y de la interesante secuencia de créditos de presentación, a la chatura bidimensional y estatismo de las siguientes imágenes. No hay explicación posible para que el personaje principal nos llene de pudor por su sobreactuación constante y la participación de los secundarios sea demolida por líneas de diálogo tristes y obvias. No hay motivo para que las situaciones que requieren del hondo dramatismo que debe generar la muerte, sean tan ridículas, de efecto fallido y hasta graciosas sin que se presuma que esa sea la pretensión. En definitiva no hay derecho en que en la era digital y del monitoreo constante de lo registrado, un director no pegue una escena, no logre conectar ni empatizar con el espectador y eso llegue fielmente reflejado a la pantalla. Disculpen si me adelanto con las impresiones pero me resultan impostergables, porque son las que sopapean al espectador sin pedirle permiso desde que comienza la proyección. Ecuación: los malditos de Dios nos presenta al médico de guardia Hermes Vanth (Carlos Echevarría) en plena acción en momentos en los que sus pacientes comienzan a morir en número preocupante. Casi al mismo tiempo, los fantasmas de esas personas se le van apareciendo en visiones y pesadillas. Y como si esto fuese poco, para acentuar los malestares de Hermes, surge una crisis con su pareja Ana (Verónica Intile) que concluye de la peor manera. A partir de allí todo lo que le sucede al doctor Vanth forma parte de un puzzle de pistas y datos de una historia que deberá completar partiendo de una ecuación (que se le hace llegar misteriosamente) si es que pretende llegar al fondo de la verdad y comprender este caprichoso accionar de la muerte. Los problemas con la premisa, que no deja de parecer interesante cuando se explica con pelos y señales sobre el final, es lo mal presentada que está. La cámara se apoya en Hermes todo el tiempo como si su presencia resultase cautivante y lamentablemente no se rescata un sólo segundo de la actuación de su intérprete. Las apariciones de los fantasmas son grotescas y mal diseñadas, el maquillaje es lamentable, el timing de los momentos presumiblemente aterradores brilla por su ausencia y los efectos de sonido sólo atinan a anunciar (tarde) cuando debemos asustarnos por si no resulta evidente. Los diálogos son sosos y si bien las capacidades actorales del resto del elenco son dispares (lo que indica a las claras la falta de dirección actoral), las líneas son tan pobres y obvias que atentan contra la construcción de climas. Climas que terminan siendo jocosos, como por ejemplo en el accidente automovilístico en el que la víctima atropellada parece haber muerto por la aparición súbita de una manchita roja en su camisa que podía haber sido tuco y no por los daños o politraumatismos provocados por el impacto que quedan muy poco evidenciados. O como cuando los fantasmas rodean al pobre Hermes en una escena en una escalinata desprovista de todo misticismo u horror sobrenatural para lucir como en el video de un aficionado tomado en una convención de zombies de escasos recursos. Y mejor olvidar la escena final, la que debiera desarrollar el máximo clímax pero en la que en cambio las revelaciones se recitan con la solemnidad requerida en un acto escolar mientras el personaje principal parece a punto de explotar de sobreactuación. Es cierto que a veces el relato desconcierta, como si hubiese planos dirigidos por otro realizador o quizás por el mismo acreditado que logra pegar alguno con mínimo gusto o un toque de virtuosidad. La pena es que el combo no llega a ser algo genuinamente bizarro y que se pueda disfrutar desde otro lugar, que termine siendo un objeto de culto por lo pésimo y que gane en el rebote desde el encuentro con lo inconcebible. Pero Ecuación… lamentablemente es sólo una película de mala factura, un film que expone falencias en la dirección de actores y falta de pericia en el relato audiovisual. Una obra cuyo guión no sabe explotar una idea interesante y sólo acompaña la caída. Hace tiempo que los seguidores del género nos venimos quejando de lo mucho que Hollywood nos subestima con cada estreno -sea mainstream o de bajo presupuesto- con fórmulas que apenas se permiten jugar con las variantes históricamente exitosas. Al mismo tiempo disfrutamos de la aparición de joyas como Insidious, It Follows o la reciente No respires del uruguayo Fede Alvarez que nos llenan de regocijo y esperanza. Pero el cine argentino nos sigue debiendo algo en la materia y la idea sería pagar, no acrecentar esa deuda con ecuaciones malditas a las probablemente sólo pueda salvar Dios y su inagotable misericordia. Conmigo no cuenten, nunca fui bueno en matemáticas, mucho menos esperando milagros.
Sergio Mazurek presenta su segundo largometraje luego del interesante producto de género Lo Siniestro de 2009; y con tan solo dos films en su haber podemos encontrarnos muchos sellos personales. Hablamos de una propuesta modesta, de recursos económicos escasos, y de resultados estimables, como Ecuación: Los Esclavos de Dios. El dreamboy del cine independiente Carlos Echevarría interpreta a Hermes, un médico algo sombrío, envuelto en una relación amorosa que parece estar llegando a su fin. Lo que parece como una serie de coincidencias pronto levantan sus sospechas, la cantidad de muertos está acrecentándose y todo parece estar relacionado a un extraño hombre con un sobretodo negro que merodea cada escena de muerte (Eduardo Ruderman). Las muertes no serán solo en el quirófano, suceden en la calle de forma repentina, y hasta en el seno cercano del propio Hermes que comienza a atar cabos. El guion de Guillermo Barrantes, sumado al estilo apesadumbrado de Mazurek en la dirección, apuestan a un juego detectivesco de intrigas en el que el protagonista irá revelando su verdad, acompañado por una serie de pistas en las que el espectador también deberá estar atento. Tal como sucedía en películas como Mensajero de la Oscuridad, Knowing, o Los Testigos, el asunto deparará en ribetes místicos en los que la realidad y la ensoñación irán trazando límites difusos. Tal como sucedía en Lo Siniestro, el director se inclina por introducir de a poco al espectador en la historia, generar un lento interés, e ir atando cabos en lo que en un primer momento no parece tener demasiado sentido. Ecuación es un producto de género hecho a pulmón. El cine de género ha crecido mucho en estos últimos años en nuestro país, y ha escalado en ciertas películas de mayor demanda de producción; pero es saludable poder toparse todavía con películas como esta hechas con el corazón y más pasión que grandes recursos. El cuidado en la fotografía, la fluidez de varios planos, y la correcta elección en la iluminación para el tono que se quiere otorgar al film, nos hablan de un producto hecho con el suficiente talento como para aprovechar al máximo con lo que se cuenta. Datos a destacar, el también talentoso Fabián Forte, no solo tiene un cameo en el film, oficia como asistente de dirección; como así también podemos encontrar nombres fuertes como el de Daniel de la Vega y Pablo Pares en diferentes rubros técnicos que nos hablan de calidad. A nivel interpretativo, los nombres de Echevarría, Roberto Carrnaghi, Marta Lubos, Ruderman, Diego Alfonso o Paula Siero le aportan el suficiente dramatismo que la historia necesitaba, y se adentran cómodamente en el juego de género cuando el entramado lo necesite. Un giro interesante sobre el final resignifica la historia y la revaloriza, despertando un mayor interés sobre lo que hasta ese momento habíamos visto y redondeando un producto digno y con los suficientes valores como para ser celebrado en la pantalla grande.
El director de Lo Siniestro, Sergio Mazurek, regresa al cine de género con Ecuación, los Malditos de Dios. Y lo hace con parte del team Buenos Aires Rojo Sangre, con la ayuda de nombres como Fabián Forte, Daniel de La Vega y Pablo Parés, por ejemplo, en distintos rubros técnicos. En Ecuación, la trama gira en torno a una premisa muy simple: la muerte. Su protagonista es un médico, Hermes (interpretado por Carlos Echeverria), que de repente se encuentra rodeado de muertes, en la calle, en el tren en el que viaja y, claro, en el hospital donde trabaja, donde una racha de fallecimientos lo acecha desde hace varios días. Muertes que no sólo le llaman la atención a Hermes por la cantidad y acercamiento, sino porque cada vez que una de éstas se sucede, hay un misterioso hombre rondando la escena. A partir de que se vuelve consciente de esto, Hermes se sumerge en un estado que no termina de entender. Tiene pesadillas constantes hasta el punto de a veces no distinguir qué es real y con su pareja de ya cinco años se encuentra en crisis. Ciertas situaciones y detalles lo terminan llevando a investigar qué sucede realmente, quién es esta persona y así llega a historias sobre Dios y unas extrañas criaturas. Si bien no conviene adelantar mucho más de la trama, lo cierto es también que ésta se torna constantemente reiterativa y, en su resolución, sobreexplicativa. Seguimos a Hermes paso a paso a través de diferentes personas a las que acude, pero la mayoría de ellos no aportan más que datos menores, haciendo que el film se vaya sintiendo largo, estirado. Hay algo interesante en la idea de lo circular pero queda sólo en eso. Hablar de Ecuación, es inevitablemente hablar de algunos problemas que se perciben a primera vista. La construcción de climas es pobre, nunca se llega a sentir esa sensación ni de misterio ni de terror (aunque es verdad que es algo muy complicado para nuestro cine muchas veces). Las actuaciones son todas bastante flojas, hasta una actriz como Paula Siero queda deslucida, diciendo sus líneas sin pasión y como si fueran recitadas; y muchos de los otros personajes hasta pueden causar gracia sin quererlo por lo berreta que se la sienten a esas interpretaciones. A nivel estético se nota que hay un bajo presupuesto, pero en varias escenas logra sortear ese percance; la dirección es bastante notable. A la larga, a Ecuación se la percibe amateur. Es una película que sólo puede funcionar en un marco como el del mencionado Buenos Aires Rojo Sangre, con gente que busca especialmente entretenerse con un cine de género sabiendo que no siempre se van a encontrar con una calidad alta pero sí es muy probable que con buenas ideas. Acá, la idea queda desaprovechada y la película termina siendo uno de los intentos más vanos y flojos de hacer cine de género en lo que va del año. Una pena.
Un médico que trabaja en un hospital y se le mueren los pacientes, ¿tiene una mala racha? La gente que está en contacto con él, sean conocidos o no, también pierden la vida, ¿es sólo una casualidad? El director de esta película, Sergio Mazurek, nos hace dudar y luego compadecernos con el médico Hermes (Carlos Echevarría), al que le ocurren estas cosas al comienzo de la historia. El protagonista está preocupado, abrumado, por lo que le acontece. Vive con su esposa, con la que no se lleva del todo bien, y se apoya en su compañero de trabajo Marco (Diego Alfonso) para paliar su angustia y tratar de comprender lo que le pasa. Porque luego de cada muerte aparece un viejo, como si fuera un fantasma. Las muertes se suceden, son todas distintas, no siguen ningún patrón y no tienen explicación. Hermes sigue una pista y hace un recorrido para consultar, investigar, y luego tratar de desentrañar el drama que está viviendo y librarse del mal que lo acecha. Este film es un thriller psicológico en el que hay que ir atando cabos de nombres, historias, al estilo de “El código Da Vinci” (2006), que mantiene en el espectador la tensión, el clima inquietante, el suspenso, acompañado por la música incidental. El médico se siente maldito, condenado, ve y sueña a los muertos como espectros o zombies. Su existencia día a día va barranca abajo y no la puede detener. El problema con esta producción es que una parte está contada como un flashback, y cuando el director repite la primera secuencia de la película, que al comienzo había sido impactante y atrapante, le quita sorpresa e interés, sumados a otros innecesarios flashbacks intermedios que le cortan el ritmo. Si hubiese contado la película en forma lineal habría estado mejor, porque cada escena sería una consecuencia de la anterior, y siempre se mantiene la expectativa de lo que va a suceder. Además, las actuaciones no pudieron realzar el valor fílmico, sólo son rescatables Diego Alfonso y Roberto Carnaghi, que tiene una breve participación, pero demuestra todo su oficio. A pesar de tener un austero presupuesto están bien logradas las ambientaciones, la puesta en escena, las locaciones, que le otorgan un verosímil a la narración. La vida de Hermes es una historia sin final, porque todo lo que vemos, no es lo que parece.
Hermes Vanth (interpretado por el actor Carlos Echeverría) es un médico que trabaja en el Hospital Rivadavia de la Ciudad de Buenos Aires. Dado que la mayor parte del tiempo se encuentra dentro del mismo, es normal para él convivir con la muerte. De repente, la multiplicación de víctimas fatales, de manera inexplicable, desatan una primera alarma en los inquietos pensamientos del Doctor. La muerte de personas cercanas, la cantidad inusitada de accidentes fatales de la que es testigo, y la recurrente aparición de un misterioso anciano en el momento de cada muerte, inducen a Hermes a concluir que la situación que está viviendo es algo más que un raro caso estadístico. En busca de algunas respuestas se embarca en un mundo matemático, religioso y hasta mítico. Producida y dirigida por Sergio Mazurek (esta es su segunda película como director, antes había realizado Lo siniestro en 2009) Ecuación, los malditos de Dios pretende ser un filme de terror, pero, el susto y el espanto se quedan cortos. La película tiene un comienzo prometedor con el personaje principal corriendo y saliendo de una Iglesia y la aparición de un cura (Roberto Carnaghi) que indica misterio e intriga. Con estos elementos, el espectador espera ver los hechos que llevan al Dr. a esta situación. Si, los hechos se presentan, pero no de la manera esperada. Algunos interrogantes que se generan no se desarrollan y quedan en la nada. El vocabulario (científico podríamos llamarlo) que utilizan los personajes para explicar estos sucesos, también generan confusión y no ayudan a entender lo que realmente sucede. Todo esto conjugado con la poca expresión que tienen los actores quienes, parecieran estar en una obra de teatro, en donde, se ve las marcas de cuando se tienen que parar, caminar, detenerse, etcétera. Vale destacar la fotografía de Leonel Pazos Scioli en tonos oscuros que generan un ambiente de suspenso, para mostrar que estamos dentro de un relato de género fantástico. Ecuación, los malditos de Dios es una película que intenta ser, pero no lograr despegar. De todas maneras es bueno que los directores de cine sigan apostando a películas de género, no tan constantes en el cine argentino, contando historias fantásticas entre habitantes de nuestra ciudad. Por Mariana Ruiz @mariana_fruiz