Opera prima de Teddy Williams de gran recorrido festivalero, profundamente conectada con el concepto del cine como artefacto social artístico, llega al Museo de Bellas Artes, "El auge del humano",obra engañosa que parece conceptual, y en la que el director, continúa la línea de sus cortos anteriores y construye un film a partir de tres segmentos distintos. Sí, están conectados entre sí, desde ya. Pero cada uno forma parte de una geografía distinta y de una "tribu" única. Rodados en Argentina, Mozambique y Filipinas, respectivamente, estas tres micro historias funcionan independientes y se conectan por una secuencia casi inocente: de un lugar a otro viajamos para ver siempre, pequeños núcleos de sujetos jóvenes, tratando de enfrentarse a la dura supervivencia diaria y en contextos donde la falta de dinero, la comunicación y el sexo se conjugan para mostrar un mensaje duro en estos tiempos que corren... No son épocas estables para los adolescentes y adultos jóvenes. La época de la previsibilidad terminó, y lo sentimos globalmente. Williams se encarga de mostrarnos tres cortos registrados con distinto formato y atmósfera similar. Camara en mano, el cineasta nos invita a adentrarnos en escenas algo sórdidas y crudas, así como charlas triviales y despreocupadas, en grupos etáreos de distintas partes del globo. Recorreremos una Buenos Aires oscura, una región africana con dinámica propia y singular y una última que nos posiciona en un hormiguero para terminar en un lago en Filipinas... El problema con la unidad del producto final es que no sentimos que haya demasiado hilo narrativo (casi diría que esto es inexistente), ni tampoco rubros técnicos sobresalientes. Tampoco es un cine de apreciación directa, sino que conecta con el valor puro del arte, a la manera de muestreo de una realidad, pero lejos de la estructura general de cualquier pelicula, incluso las documentales. Es aspera y tiene un carácter puramente experimental. Lo cual no cautivará a amplios sectores del público, dado que este género tiene pocos adeptos en el circuito comercial tradicional. Si creo que Williams es un director sensible y emparento más su cine con expresiones artísticas... o cuasi instalaciones (diría) que con algo parecido a lo que cada jueves se estrena en salas locales. Alguien dijo de su obra que es una "inmersión sensorial", y tal vez, sea una definición justa para "El auge del humano". En lo personal, no me gustó lo que ví en sala, pero quizás en el marco de un Museo o una galería de are, seguramente tendría otra impresión.
Rebeldes y confundidos No seria justo para el director Eduardo Willians someter a su película a la necesidad de encontrar una linealidad o hilo conductor porque desde el minuto uno la propuesta del realizador debutante en el largometraje supone una experiencia inmersiva. Es la cámara la que se introduce e introduce valga la redundancia un punto de vista flotante, que sigue el derrotero de un grupo azaroso de jóvenes dispersos por el mundo, realidades en geografías o espacios distintos, pero que tienen como denominador común una búsqueda de algo mejor. Así de ambiguo ese “algo mejor” para algunos jóvenes se traduce en dinero fácil y no como correlato directo de un trabajo mal pago, de un empleo que no requiere más que el sometimiento al automatismo o a la despersonalización. Y así, con reflexiones mundanas de los propios jóvenes o situaciones en las que compartir chistes o tiempo ocioso con amigos frente a la pantalla de una computadora, posar en cámara web para que del otro lado paguen por ver, se nutre esta ópera prima que coquetea de manera permanente con lo experimental y que confía ciegamente en el poder hipnótico de sus imágenes. Sin embargo, El auge del humano también permite la elaboración de distintas lecturas si se toma como punto de referencia la crisis existencial de estas personas en su tránsito hacia la adultez, el errático deambular por calles de Buenos Aires o espacios selváticos y totalmente a la intemperie, rebeldes y confundidos.
El primer largometraje del premiado cortometrajista argentino mantiene el estilo de fillmes previos suyos como “Pude ver un puma” y “El ruido de las estrellas me aturde” para narrar tres historias que transcurren en Argentina, Mozambique y Filipinas. Habiendo visto todos los cortometrajes de “Teddy” Williams siempre me pregunté cómo sería su paso al largometraje. Es que sus cortos son tan específicos en el minuto a minuto de una experiencia compartida entre grupos de amigos, casi sectas con códigos secretos indescifrables para los de afuera, que veía difícil como ese fluir casi no narrativo de sus cortos podía trasladarse a un largo. Y más a uno de 97 minutos, al que resulta muy difícil traducir y adaptar bajo ese concepto difuso del “corto estirado”. Williams encontró una excelente solución. Sin que quede del todo claro ni anunciado en su presentación, EL AUGE DEL HUMANO es en realidad una combinación de tres cortos que dan pie a una sola película, tres “historias”, sugerentemente conectadas entre sí, que tienen lugar en distintos países y que le permiten al realizador no alterar demasiado sus características y estilo. El primero transcurre en Buenos Aires. Allí su cámara acrobática y de largos planos secuencia sigue a Exe y su grupo de amigos que, en medio de lo que parece ser una Buenos Aires inundada, intentan hacer dinero mostrándose semidesnudos y en situaciones sexuales en algunos sitios de internet en el que cierta gente aporta dinero para verlos. Es ese pozo ciego de la red (el famoso “mundo interconectado”) el que nos lleva a la segunda parte del filme, en Mozambique, donde a partir de una escena de cibersexo similar conocemos a unos personajes hartos de su vida allí y que planean abandonar la ciudad. La conexión con la tercera parte es más curiosa, terrenal e incluye una larga escena con hormigas para derivar en Filipinas, en donde observamos también a un grupo de jóvenes bañándose en un lago y manteniendo casuales conversaciones. Las conexiones temáticas entre los episodios (se podrían sumar sus anteriores cortos acá y poco cambiaría) son claras: sus películas son retratos de una generación desencantada con sus respectivas situaciones personales y económicas, que encuentran en sus amigos, en la web y en el devenir casi letárgico de los días algún tipo de resguardo del mundo que los rodea y que casi no vemos. Cada episodio está filmado en distintos formatos, yendo de los 16mm al video digital, pero las diferencias tecnológicas no representan demasiado en la vida de estos chicos en lugares aparentemente tan poco relacionados entre sí como Argentina, Mozambique y Filipinas. Lo que las películas de Williams describen (más que narran) es la universalidad de esas sensaciones, un inmersión sensorial y vivencial a los mundos menos exploradas de la globalización…
El auge de lo humano, de Eduardo Williams Por Marcela Barbaro Un extenso retrato generacional sobre jóvenes desilusionados con el tiempo en que les toca vivir. Ese desencanto globalizado los llevará a deambular por los suburbios de su país, mezclarse con la naturaleza, y conectarse a través de la web con otro par (de donde sea) para vincularse empáticamente. Tres episodios, tres jóvenes y las fronteras que se desdibujan como un factor en común. El premiado cortometrajista Eduardo “Teddy” Williams (Pude ver un puma, El ruido de las estrellas me aturde), quien se ha ocupado en sus cortos sobre éstos tópicos, debuta con su ópera prima El auge de lo humano, donde continúa y extiende su visión a partir de tres historias que unirán Buenos Aires, Filipinas y Mozambique. El escenario elegido para el comienzo es Buenos Aires. En un suburbio inundado y con cortes de luz, Exe pierde su trabajo de repositor y debe conseguir otro medio para sobrevivir. No hay muchas ofertas laborales ni tampoco aspiraciones personales. Se junta con los pibes del barrio, caminan, hablan y comparte, con otros, sin participar, una sesión de sexo pago por internet. A través de la web se conectará con Alf, un pibe de Mozambique (segundo episodio) que también se junta con amigos para practicar cibersexo, luego deambularán por las calles hasta internarse en la selva. Desde allí, se unirá con la tercer y última historia a través de la escena de unas hormigas que derivarán en un joven filipino que se divierte en una laguna con sus amigos mientras charlan. Teddy Williams opta por registrar a sus personajes con cámara en mano a través de largos planos secuencia. Los observa en su cotidianidad, sin ninguna intervención, los deja ser a través de una fotografía descuidada y de una estética que se aleja de todo artificio. Con distintos formatos audiovisuales, las tres historias optan por ese registro hiperrealista, con sonido directo, como la mejor manera de construir un relato que se ajuste a ser un espejo del presente. Escenas explícitas, planos asfixiantes, o tomas despojadas, conforman una película alejada de lo netamente narrativo, más bien se adentra y se siente más cómoda en su carácter sensitivo y en el juego experimental con las imágenes. Me gustaría definir El auge del humano, comenta el realizador, como algo que yo no consigo explicar con palabras. La intención de hacerla fue compartir búsquedas e inspiraciones, curiosidades, intenciones, ideas, sentimientos que parten en busca del encuentro con otras, tanto durante el rodaje como en la etapa posterior. Podría pensar que todo comienza en el intento de escapar a la vida que veía que se me proponía cuando era más joven, trabajar para ganar plata y subsistir, dejar las fantasías y pensamientos propios como un pequeño condimento. Descubrir que este sentimiento era compartido con otros chicos en diferentes países me dio una base para pensar en la película. La película ha participado en prestigiosos festivales internacionales obteniendo varios premios y menciones para destacar: El Pardo D’oro Cineasti del Presente y Mención Especial First Feature en el Festival de Locarno; Premio Especial del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, Mejor Fotografía y Mejor Edición en Janela Internacional de Cinema do Recife y Premio Especial del Jurado durante el JeonJu International Film Festival. A pesar de ser una propuesta con algunos momentos interesantes desde lo formal, con un gran trabajo de producción y montaje, la temática no es novedosa. El auge de lo humano, se acerca a un tipo de cine hecho por jóvenes realizadores que reflejan la problemática y el conflicto que les provoca su propia contemporaneidad. Su tedio y desconcierto existencial. En éste caso, Teddy Williams extiende su frontera para dialogar, aunque en distinto idioma, a través de un lenguaje globalizado que los conecta (¡siempre que haya wifi!) de cara a un futuro incierto, vigilado, y con pocas posibilidades de diferenciarse. EL AUGE DE LO HUMANO El auge de lo humano. Argentina/Brasil/Portugal, 2016. Dirección y guion: Eduardo Williams. Intérpretes: Sergio Morosini; Shine Marx; Domingos Marengula; Chai Fonacier; Irene Doliente Paña; Manuel Asucan; Rixel Manimtim. Dirección de fotografía y cámara: Joaquín Neira, Julien Guillery, Eduardo Williams. Montaje: Alice Furtado y Eduardo Williams. Dirección de arte y vestuario: Victoria Marotta. Sonido: Milton Rodríguez, Roy Llanes Roncales, Pedro Marinho, Joseph Dennis Asunción Gagarin. Duración: 97 minutos
En algún lugar de Buenos Aires, un joven vuelve a su hogar luego de perder su nuevo empleo en un supermercado. Ignorando qué va a pasar con su futuro, Exe tiene una sola preocupación: que alguien le preste el celular o al menos una computadora. Algo que parece tan sencillo de conseguir hoy en día, se complica cuando se da cuenta que a todos sus amigos se les estropearon los teléfonos y las máquinas parecen haberse puesto de acuerdo para no tener internet. Solucionando este problema, son las tecnologías las que logran que este porteño conozca a Alf, un chico de mozambique, cuyo trabajo no parece ser el mejor de todos pero aunque sea le permite sobrevivir.
Son pocas, casi contadas, pero afortunadamente aún existen películas capaces de ratificar al cine como una experiencia movilizadora. El auge del humano es uno de esos films que, una vez finalizado, provoca un irrefrenable deseo de cotejar inmediatamente las impresiones que deja, sea intercambiando opiniones con algún espectador ocasional, recurriendo a críticas previas o relevando testimonios de su director y/o protagonistas. El debut de Eduardo Williams, un experimentado (y experimental) cortometrajista, es una inclasificable propuesta que se estrena luego de un extenso recorrido por diversos festivales, entre ellos Mar del Plata, donde obtuvo el Premio Especial del Jurado, y Locarno, donde fue premiada como Mejor Película en la competencia Cineastas.
Tomando riesgos Teddy Williams debuta en el largometraje con una ópera prima provocadora y audaz donde mantiene la línea narrativa y estética que venía mostrando en sus cortos (Pude ver un puma, El ruido de las estrellas me aturde y Que je tombe tout le temps?) pero apostando a más. El auge del humano (2016) se divide en tres episodios filmados en tres países diferentes y conectados entre sí por elementos tecnológicos. En el primero vemos a Exe, un joven veinteañero que luego de ser despedido de su trabajo deambula con sus amigos por espacios que ni el mismo reconoce. Una Buenos Aires inundada, el depósito de un supermercado, los juegos de una plaza y una fosa que conduce a una habitación donde se ofrecen mostrarse desnudos y practicando sexo oral a internautas a cambio de dinero. Un video de Youtube de unos pibes en Mozambique haciendo lo mismo, y sobre el que Exe posa su mirada, será el nexo para conectar con el segundo tramo donde Alf, que vive una situación laboral igual, seguirá a Archie por una selva hasta que su mirada se posa sobre un hormiguero y una hormiga en particular que terminará en Filipinas con la historia de Canh y de nuevo la precaria situación laboral que enfrenta. El cine de Teddy Williams es tan personal como perturbador. Su abordaje puede causar tanta fascinación como rechazo, aunque nunca indiferencia. Es radical pero no críptico y aborda situaciones realistas que a la vez son surrealistas. Filmado con cámara en mano, con luz natural y en su mayoría con planos secuencia, El auge del humano es una experiencia cinematográfica donde no hay que buscar una explicación a ninguna lógica temporal y espacial. Williams construye una historia a través de retazos y viñetas con tópicos como la precariedad laboral en la juventud, la dependencia por lo tecnológico y la ambigüedad sexual. Su búsqueda es tan personal que no hay nada que se le parezca, exceptuando su propio cine. Luego de un primer capítulo de una potencia impresionante y donde uno como espectador abierto a nuevas formas no para de sorprenderse, la película pierde fuerza cuando se empieza a revrelar el dispositivo y la sorpresa es reemplazada por la previsibilidad. Aunque siempre habrá alguna escena memorable como la cámara entrando al hormiguero o la poesía visual de los chicos en el río de Filipinas. El auge del humano es una propuesta artística que no pretende contar una historia lineal, que no busca ninguna lógica, ni que se entienda, sino todo lo contario. Hay que planteárselo como lo que es y a partir de ahí dejarse llevar.
Experimental en todo sentido Quizá lo más saludable sea no buscar significados y dejarse llevar. Inasible, inclasificable, desconcertante: la opera prima de Eduardo Williams –director de cinco cortometrajes con un amplio y exitoso recorrido festivalero- está hecha a prueba de sinopsis. Es una de esas películas que, a falta de mejor adjetivo, bien pueden ser acomodadas en el estante de la vaga categoría “experimental”. En un tono a medio camino entre la ficción y el documental, aquí se siguen –literalmente: hay mucha cámara en mano registrando las caminatas de gente que, como en un videojuego, nos da la espalda- los pasos de tres grupos de jóvenes en puntos distantes del planeta: Argentina, Mozambique, Filipinas. No hay una historia lineal o un hilo conductor claro: la conexión entre ellos queda a criterio de los espectadores. Una lectura posible es la incertidumbre laboral, presente en los tres episodios. Chicos a la deriva, con trabajos precarios, inestables: tienen que salir a “ganarse la vida”, un objetivo siempre difícil, y más todavía en países periféricos donde las asperezas del capitalismo encuentran pocos diques de contención. Por eso tal vez lo que les queda a estos adolescentes es distraerse en manada, en movimientos sin rumbo fijo, o tratar de conseguir dinero prostituyéndose por algunos dólares en web cams al mejor postor. Y aquí entra el segundo posible eje temático común: las comunicaciones en esta era de cambios tecnológicos vertiginosos. En los tres episodios se utiliza Internet, se menciona las conexiones o la falta de ellas. Se sabe que todos estamos atravesados por el universo digital, lo querramos o no: lo que no queda claro es cuál es la reflexión que en la película se pretende hacer a partir de esa circunstancia. Quizá, como ante cualquier obra de arte, lo más saludable sea no romperse la cabeza en busca de significado y dejarse llevar por ese fluir de los personajes sin una dirección clara aparente. Las escenas son muy naturales: muchas de ellas parecen improvisadas por esos actores amateur, libres del corset de palabras guionadas, con una libertad no exenta de belleza. El movimiento es constante, y es imposible adivinar lo que (nos) aguarda a la vuelta de la esquina. Una opción, entonces, es relajarse y dejarse tomar por el estupor. Si no, sólo queda sucumbir al tedio y la irritación del sinsentido.
El mundo conectado Eduardo Williams hace su debut en largometraje con El Auge del Humano (2016), una suerte de ensayo y ficción documentalista que sigue las experiencias de jóvenes en tres continentes distintos, sus vivencias, su entorno y su devenir. Chicos y chicas de Argentina, Mozambique y Filipinas componen los tres actos del film, a través del cual el director les sigue los pasos dentro de una narrativa compuesta en partes iguales por acciones guionadas e improvisadas, las cuales combinadas nos ponen frente a una obra intimista, que nos mete dentro de universos muy particulares. Apoyándose en una estructura que evita las líneas rectas, el entorno de los personajes se vuelve un personaje en sí mismo. Si bien no hay muchos puntos en común entre los interpretes principales de diferentes partes del mundo -más allá de su rango etario- es posible identificar a la Conectividad como idea unificadora, a través de Internet y las Redes Sociales, poniendo en evidencia cómo las nuevas formas de comunicación interpelan de igual forma a un chico de las urbes del Gran Buenos Aires y a uno de la región tropical de Filipinas. Con un registro cinematográfico que varía su formato entre acto y acto, Williams consigue acercarnos a experiencias de geografías distantes pero más cercanas de lo que imaginaríamos en una primera instancia.
HOY ES HOY En estos tiempos, donde el uso de la tecnología es común para todos, y su avance constante ya no resulta sorprendente para nadie, El auge del humano, primer largometraje de Eduardo Williams, presenta diferentes personajes en distintos instantes de su vida donde la tecnología tiene mucho que ver en su desarrollo. Esta extraña pero cautivante producción refleja la vinculación de los jóvenes con Internet, cómo su vida se mueve alrededor de la web, reconociendo que esto no sólo ocurre en nuestro país sino que es una circunstancia que se repite en otras latitudes. Estos elementos son mostrados de manera solapada y sutil dentro de la vivencia de cada joven y de su actualidad, los cuales no son actores profesionales sino personas comunes y corrientes de las que se muestra a su familia, sus amigos y su entorno. Como si fuera un reality en el cual seguimos al protagonista mientras se mueve de aquí para allá, la poca iluminación de los ambientes contrasta con las luminosas pantallas de celulares y computadoras, un efecto buscado deliberadamente, que intenta exhibir una realidad constante por estos tiempos. Las estupendas transiciones entre las historias y una destacada labor en el seguimiento de los personajes demuestran un trabajo preciso de Williams desde la dirección. El auge del humano es un atractivo análisis de la época en que vivimos, que tal vez por sus particularidades formales no sea para todos los paladares.
Millennials del mundo, uníos. Tres adolescentes en tres rincones del mundo, rodeados de su grupo de amigos que están más o menos en la misma: trabajos deprimentes que los explotan por monedas, adultos que apenas figuran y la necesidad de conectarse aunque el wi-fi nunca funcione. A Exe (?) en Argentina lo echan del supermercado donde trabaja de repositor, pasando a dedicar su tiempo en recorrer plazas y casas en busca de algún amigo que le permita colgarse de su Internet. Lo consigue justo cuando la película parece que está tomando forma y descubrimos que es para contactarse con Alf, un chico mozambiqueño que pasa a ser centro del film en ese mismo instante. Con la misma apatía que Exe, sigue a un amigo y pasan la noche en la savanna. Allí queda hipnotizado por un grupo de hormigas (visualmente, el momento más impactante de toda la película) que trasladan la acción a Filipinas, donde toma la posta Cahn, una joven que juega en la selva y nada en un estanque con sus amigos antes de salir a buscar un cybercafé que siga abierto en el pueblo. Soy un poco anticuado, lo sé. Me gusta la cerveza fria, la tele fuerte y las películas con una historia, algo que intencionalmente El Auge del Humano no tiene. Con la excusa de escapar a las etiquetas y los convencionalismos, Teddy Williams nos deja 100 minutos de pura contemplación que el público debe interpretar como mejor le parezca. Este miembro del público en particular, interpretó que mostrar la abulia de adolescentes derrotados por el presente y sin interés por el futuro tiene poco o nada de la vanguardia con que se da tantas ínfulas. En algunos casos, la falta de una historia interesante se compensa con una propuesta estética que estimule a los otros sentidos o genere climas que conecten emocionalmente con el público. Tampoco. Que trabajen con no-actores puede resultar interesante, y aunque no tengan mucho para contar ni generar empatía, en general los chicos son bastante creíbles en sus papeles (quizás porque hacen de sí mismos). Hasta que todos los extras miran a cámara cuando pasan. La oscuridad es un recurso que puede ser cautivante, hasta que deja la sospecha de que sólo existe para no usar iluminación extra y que en el fondo no tiene otra propuesta que esa. Lo mismo con el ya algo gastado “gesto de la cámara en mano”, que aunque suele interpretarse como la forma más barata de hacer las cosas, aquí en particular no es el caso, siendo que parece contrataron a Michael Fox para el rol. Conclusión: El Auge del Humano pretende ser arte de vanguardia. Para eso se dedica a seguir adolescentes con una cámara, sin contar una historia de ficción y mostrando una literalidad que de nueva no tiene nada. Si dentro de una década alguien se acuerda de que existe o prueba estar adelantada a su época, prometo retractarme de llamarla el capricho de un pibe con una cámara y ganas de conocer Mozambique y Filipinas.
Teddy Williams ha logrado consolidarse en los últimos tiempos como un versátil analista del trabajo y el hombre. En esta oportunidad supera la concentración del corto y deambula con su cámara en la vida de tres jóvenes del presente con pocas inquietudes y débiles objetivos. El sexo, la rutina y la
Crítica publicada en la edición impresa
Un apocalipsis cercano, familiar. Esa dimensión casi fantástica del film de Williams, lograda a partir del simple registro de lo real, es uno de sus logros evidentes, nueva demostración de la capacidad del cine de transformar radicalmente aquello que atraviesa el lente de la cámara. Ningún espectador familiarizado con el cine producido por fuera de los mecanismos y plataformas industriales se llevará sorpresa alguna al término de la proyección de El auge del humano, el primer largometraje del argentino Eduardo Williams luego de una buena cantidad de cortometrajes, realizados en la más completa independencia económica y creativa. Y, sin embargo, la película no deja de resultar sorprendente: su sentido último (si es que lo tiene) es tan esquivo y proteico como esas imágenes subterráneas de un hormiguero que permiten conectar dos de las tres “historias” que la integran. La idea de conexión es, precisamente, uno de los elementos centrales en la construcción de las diversas texturas de la película. O la falta de él: la desconexión. No es casual que las criaturas que caminan en la creación de Williams sean jóvenes que configuran una parte de su vida alrededor del uso de una computadora o un teléfono celular, previa conexión a Internet. “¿Hay un cibercafé por acá?”, preguntará casi una docena de veces la protagonista del relato que cierra el film, una chica de una zona poco urbanizada de Filipinas. En el primer segmento, rodado en un 16mm de enorme grano y muchas veces forzando el límite de la sensibilidad de la emulsión, un joven surge de las penumbras de su casa, en algún lugar del conurbano bonaerense, y se dirige hacia su trabajo como repositor en un supermercado mayorista. Las imágenes de las calles, inundadas luego de una intensa lluvia, adquieren una dimensión casi apocalíptica; un apocalipsis cercano, familiar, cotidiano incluso, al menos para todo aquel que habita zonas anegables. Esa dimensión casi fantástica, lograda a partir del simple registro de la realidad, es uno de los logros evidentes de la película, nueva demostración de la capacidad del cine de transformar ligera o radicalmente aquello que atraviesa el lente de la cámara. Más tarde, el encuentro con unos amigos incluye ciertas prácticas eróticas que, por un lado, poseen una cualidad definidamente lúdica y, por el otro, se revelan como una sencilla estrategia de supervivencia económica. En esa indefinición, que puede ser de índole sexual pero esencialmente está ligada a la representación, al sentido de las imágenes, El auge del humano también ofrece más incógnitas que respuestas. ¿Qué puede unir a esos chicos argentinos con un grupo de amigos de Mozambique, a quienes Williams sigue con su cámara en el segundo capítulo? Hace rato que el concepto de “aldea global” ha caído en desuso, reemplazado por una realidad concreta que ha asimilado por completo tanto sus utopías como las premoniciones más oscuras. África podrá estar muy lejos de Sudamérica y sus condiciones no necesariamente serán similares, pero las equivalencias son muchas. Este segmento se aleja aún más de la débil línea narrativa del anterior para hacer más explícita cierta sensación de desconexión, de aburrimiento, quizás de alienación, aunque atravesada aquí y allá por momentos de excitación, de movimiento y vitalidad. La placidez del último tramo, registrado en prístino soporte digital, abandona cualquier atisbo de arco dramático y sigue a una muchacha desde lo profundo de un ámbito selvático a la frescura de un baño comunal. A pesar de lo idílico y agreste del entorno, la preocupación por conectarse al celular es creciente. Que El auge del humano termine con un extenso plano fijo de lo que parece una habitación de testeo de chips no parece ser tanto una ironía o una sorpresiva bajada de línea, como el cierre lógico de una película que describe y expone, pero nunca enuncia. Al menos no de una manera directa o transparente. Los lauros obtenidos en distintos festivales cinematográficos parecen confirmar que los jurados decidieron premiar la búsqueda incansable de una película que nunca se amolda, que cambia constantemente de forma, que parece siempre a punto de atrapar algo inasible.
Extraña como ella sola, y subyugante, y cruda, es esta película casi experimental que sigue a un chico que pierde su trabajo como repositor en un supermercado, en Buenos Aires y chatea con otro de Mozambique, mientras una especie de segunda parte sigue, en largos planos secuencia, cámara en mano, a otros jóvenes, lejanos y distintos, en una selva. Inclasificable, osada, una película que captura lo instantáneo de una manera algo excéntrica pero valiosa.
Filmada en tres países, lo que comienza en un suburbio argentino sigue en Mozambique y culmina en Filipinas. Sin construir una historia al estilo tradicional, el film –entrecruzando espacios y experiencias, mostrando el poder y las desventajas de la tecnología frente a una realidad en disolución– se abre camino hacia una reflexión sobre el mundo y sus habitantes más jóvenes. Sorprendente, cercana al collage de ideas y formas, es una película aparte de cualquier cinematografía.
Cuando en El auge del humano se abre una puerta es como si entrarámos, de manera constante y espiralada, en una dimensión completamente nueva, inesperada. Esto sucede bien al principio, casi sin ningún tipo de preámbulos. Exe da vueltas por una casa, busca algo (y todos los personajes de la película harán lo mismo, indefectiblemente), hasta que de repente abre la puerta y sale afuera. Ahí, el mundo nuevo: una inundación azota al barrio por el que se mueve y se le complica llegar a horario a su trabajo. La sensación que queda es esa misma que debe haber sentido Alicia al seguir los rastros del conejo y caer por el pozo: estábamos en un lugar y ahora estamos en otro, totalmente distinto. Nada nos anticipó este clima, a excepción de unas pequeñas gotas que se escuchan mientras Exe está aún bajo el refugio. La pregunta que debemos hacernos, pies en al agua, es justamente esa: ¿dónde estamos? En principio, en tres lugares distintos: Argentina, Mozambique y Filipinas. De geografía atrofiada, El auge del humano vuelve a las distancias del mundo un asunto de sencilla resolución, pasando de un lugar a otro a velocidad de click, despedazando al planeta en mil millones de pestañas distintas, todas abiertas al unísono, todas invitando a ser habitadas. Como un explorador alucinado (o más bien un navegador, como corresponde a todo usuario de la aventura internáutica), Williams concibe al espacio como un elemento digno de ser maleable y con esa intención lo recorre, buscando, del mismo modo que todos sus personajes, una conexión, una evasión, un nuevo pozo en el cual poder meterse y hurgar hasta encontrar la nueva salida. Pero, aun entrando en la punta del mundo y saliendo en la otra, no hace más que dar con un solo y único estado de las cosas: el trabajo es siempre escaso y nunca fijo, siempre esclavizante y nunca justo. Ahora queda un poco más claro: estamos en el mundo. Ya en su cortometraje Pude ver un puma, Williams demostraba un poder inusual para revelar la potencia latente que existe en el corte entre dos planos. Con tal solo un salto, sus personajes pasaban de un espacio a otro, encontrando en esa elipsis la solución para unir los paisajes más extremos, para ir de un cielo del conurbano a las ruinas de una ciudad y de ahí, sin ninguna escala posible, a la profunda frondosidad de alguna selva hasta que uno de ellos terminaba, literalmente, cayendo por un pozo. Es esa misma obsesión por el desplazamiento y su obstinación por encontrar en la unión de dos planos un mundo imprevisible lo que se vuelve regla en El auge del humano, permitiendo la sorpresa constante. El faro de Williams no parece ser tanto el lenguaje cinematográfico sino más bien el del comportamiento que permite internet. En ese sentido, el elemento más ideal para intentar darle un marco lógico a su obra habría que encontrarlo en la forma del hipervínculo, esa acción que permite saltar de tema a tema, de página a página, formando una escala de información que, cual efecto dominó virtual, va derramando datos sobre datos. Tal vez se trate de una estética de la dispersión, una forma que poco a poco Williams fue encontrando y que aquí se exhibe en lo que acaso sea su forma más acabada. Aquí no se agarra tanto ya de la sorpresa inherente del montaje sino que busca las uniones entre un personaje y otro (que es también, el pasaje de un país al otro) a través del plano secuencia, primordial procedimiento de toda la película. Es a partir de esa forma que Williams encuentra la conexión entre las tres historias que hacen a El auge del humano. La primera de ellas, que pasa de Argentina a Mozambique, se da una manera casi invisible e involucra a un monitor de computadora, que funciona aquí como el motor ideal para la inmersión hacia otras vidas a las que Williams sigue siempre con intención casi de documentalista, persiguiendo sus pasos por los contextos que les pertenecen, desde los lagos en los que nadan hasta las habitaciones en las que duermen, sin olvidar el obligado pasaje por sus espacios de trabajo que también varían entre supermercados, fábricas y hasta una improvisada home office desde donde se llevan a cabo nocturnas sesiones de sexo virtual. En esos recorridos, resulta interesante prestarle atención a las casuales charlas que tienen los personajes, diálogos a simple vista vacíos de contenidos pero que una escucha atenta podrá entrever que hay algo en ello que los vuelve vitales para comprender las preocupaciones que los mueven: desde la descripción de un sueño en el que el cielo se transforma en un nuevo espacio publicitario (sueño que ya comentaba uno de los chicos de Pude ver un puma), hasta el deseo de poder escuchar un grito primal, pasando por la algo más directa confesión de que uno hace un trabajo por dinero y no por placer y que ahí, en ese conflicto tan horrible de tan común, se desencadena el factor que los une a todos. “¿Estás triste o estás cansado?” dice un mensaje que se envía en la tercera parte y, aunque desconocemos el remitente, bien podría estar siendo enviado a cualquiera de todos los personajes que pueblan esta aldea global que Williams construye. Cámara en mano, la imagen de la película se define siempre como inestable y muta dependiendo del formato con el que haya sido filmada. El movimiento del cuerpo que lleva la cámara se hace siempre visible. Por momentos, daría la sensación de que flota. Varía entre tonalidades oscuras, como aquella escena que sucede dentro del tronco de un árbol (!) y toda la parte final, que a diferencia del resto, reluce con una nitidez impensada. Es como si la película fuera degradándose a propósito en las dos primeras partes, hasta llegar al límite de lo visible, para volverse completamente clara hacia el final, donde el registro vuelve todo resplandeciente. Afuera o adentro, entre lo que se puede ver y lo que no, tal vez entre lo que se arma en un sueño y entre lo que se vive, El auge del humano se presenta como la parte más densa de una fantasía compartida, imágenes que surgen de una excavación en la parte menos presente de una humanidad desapegada, aparentemente conectada al máximo pero que falla, constantemente, en la misión de encontrar el cyber perfecto, la próxima puerta para la fuga.
Este es un film crudo, desconcertante, experimental, imposible de explicar. Cuenta el derrotero que debe vivir Eze, un joven de 25 años, que pierde el empleo, pero mucho no le importa, su real interés es conectarse a través de internet en una computadora o un aparato celular que tenga conexión. Una vez que lo consigue se conecta con unos jóvenes de Mozambique, particularmente con Alf , en esa globalidad que nos permite el wi fi, y comienza una etapa en el film que sigue el devenir de este joven de esa localidad en el mundo y a través de un hormiguero, la historia se conecta con Cahn, una joven de Filipinas que deambula por la selva y termina bañándose en un estanque natural junto a otros jóvenes, también con el interés y la necesidad de llegar a un pueblo buscando conectividad en la red. Esto es un poco lo que nos plantea el film, incoherente, audaz y por momentos con unos seguimientos interminables cámara en mano de los personajes. Es el debut cinematográfico del director Eduardo Williams, quien ya había participado con muy buenos resultados en el ámbito del cortometraje en varios festivales. Está fuera de los convencionalismos, genera múltiples sensaciones, desde el rechazo absoluto, pasando por la incomodidad, por la irritación y creando el interés de cómo va a seguir esta historia. Filmada en tres países, donde los trabajos son tan precarios como ingratos, intentando sobrevivir en el presente. Está planteada como una película ¨desprolija y sucia¨ con muchos planos-secuencias, largas caminatas de viajes sin rumbo, encuentros de tribus urbanas, mezclando junglas de cemento y naturales, cuerpos expuestos con códigos masculinos. Es una narración híbrida, tratando recrear sensaciones, momentos íntimos. Lo cotidiano de los suburbios de clase media-baja y la hiperconectividad entre los personajes son la constante. Es una película difícil de digerir, y seguramente será muy controvertida.