Cuando la justicia no es divina ¿Qué ocurre en la cabeza de una persona cuya mente está dividida entre el sufrimiento, la soledad y la inocencia? ¿Qué pasa por adentro de ese cuerpo que padece la realidad pero no sabe cómo detenerla? Pedro Campos, Benjamín Vicuña y Luís Gnecco le dan vida a una historia que a más de uno le erizará la piel. El bosque de Karadima contiene un guión basado en las denuncias por los abusos sexuales sufridos por James Hamilton ante Fernando Karadima, estos fueron cometidos entre la década de los 80 y 2000. La transición del personaje de Thomas Leyton, inspirado en Hamilton e interpretado por Campos y Vicuña respectivamente, representa fielmente las vivencias de un chico, que con una familia completamente dividida, recurre a la iglesia más famosa de su ciudad donde encuentra comprensión, contención e inclusive su vocación gracias a su confesor. La película está dirigida por Matías Lira, un realizador chileno relativamente novato, cuya trayectoria comenzó en el año 2000 con Ocio TV, y cuya primera realización en la pantalla grande fue el largometraje titulado Drama, en 2010. En su más reciente película, que además convirtieron en un unitario de TV, también titulado El bosque de Karadima, Lira se adentra en un relato de poder, de abuso físico y psicológico bajo el personaje de Fernando Karadima, interpretado por Luís Gnecco, quien entre otras apariciones participó de la serie Prófugos emitida por HBO, y la serie Narcos de Netflix. Karadima fue uno de los clérigos más reconocidos en todo Chile, de los más respetados, considerado un santo en vida, y el más querido por la congregación más adinerada de todo el país andino. Su iglesia, llamada “El Bosque”, era una de las máximas recaudadoras de donaciones, lo que entre otros beneficios, le permitía al sacerdote pagar becas estudiantiles en universidades carísimas para sus monaguillos más fieles. Además poseía más de 10 propiedades donde albergaba a su familia y amigos y se costeaba viajes anuales a diversos países del globo, siempre con un acompañante masculino de su círculo íntimo, quienes lo tomaban como un premio. Rápidamente Leyton se convirtió en el secretario personal del Sacerdote, e inclusive miembro de un selecto grupo de monaguillos que pertenecían al círculo más íntimo del clérigo. Leyton no sólo se sentía amigo de su confesor, sino que además encontraba en él ese calor afectivo que jamás tuvo con su madre y mucho menos con su padre. Los choques de personalidades entre Karadima y Leyton son sin dudas lo más destacado de la película, donde un personaje carismático, seductor y respetable ejerce su autoridad sin resquemor ni culpa alguna sobre un chico por demás introvertido, inhibido e inseguro. Una relación de admiración, cariño y lujuria encierra a los protagonistas en un círculo vicioso que parece no tener fin. Las esquirlas de una relación tóxica, terminarán de impactar con la inesperada aparición de una joven estudiante de medicina, Amparo, interpretada por Ingrid Isensee. Ella y Thomas comienzan una relación, lo cual despierta el malestar en el cura y confusión en el propio Leyton, quien se enfrentará no sólo a la tentación de los pecados carnales, sino que además pondrá en juego su vocación católica, su puesto al lado del clérigo y su propia relación con su pastor y guía espiritual.
Isidoro Blaisten dijo "Tanto la poesía como el humor destruyen, sin proponérselo, todo lo que en la vida resulta insoportable". En V de Vendetta, creo que es Ivy, el personaje de Natalie Portman, la que en algún tramo concluye: "Los artistas usan mentiras para decir la verdad mientras que los periodistas usan la verdad para contar mentiras". Por otro lado, Bertrand Russel alguna vez dijo la magnífica: "La historia del mundo es la suma de aquello que hubiera sido evitable".
En menos de un año y en dos oportunidades, el cine chileno dijo lo suyo sobre los abusos (sexuales y psíquicos) de la Iglesia Católica de su país. Primero fue con El club, de Pablo Larraín, donde las atrocidades de los "curitas" permanecían en un sigiloso fuera de campo. En la película de Matías Lira, en cambio, los hechos están a la vista y la estructura coloca a víctima y victimario en un sórdido juego de gato y ratón que, pese a estar basado en un caso que sacudió los cimientos de la curia local, no resulta del todo efectivo y verosímil.
Abuso de poder Esta película reconstruye el caso real de un joven de la clase alta chilena que sufrió abusos psicológicos y sexuales por parte del poderoso sacerdote Fernando Karadima. El caso del sacerdote Fernando Karadima sacudió a la sociedad chilena tras varias revelaciones periodísticas en 2010 y, por lo tanto, no extrañó que este nuevo film del director de Drama resultara un notable éxito comercial en su país. Sin embargo, más allá de la valentía de sus realizadores y del interés universal por el tema (los abusos psicológicos y sexuales de jerarcas de la iglesia, lamentablemente, se repiten en todo el mundo), la película no agrega demasiado a lo ya conocido. No es que sea un despropósito artístico ni que caiga en el mal gusto, pero -más allá de su corrección en la mayoría de sus rubros- resulta bastante obvia y convencional tanto en su factura como en el planteo de los conflictos y la mayoría de las resoluciones de los mismos. Si bien Karadima fue suspendido de sus funciones en 2011 (la investigación llegó incluso hasta instancias en el Vaticano), las denuncias comenzaron en 2004 y el inicio de sus múltiples abusos (aunque aquí la historia se concentre en uno solo caso) se remontan a varias décadas atrás. La película se remonta en su arranque a la década de 1980, con el dictador Pinochet todavía en el poder y Karadima (encarnado por Luis Gnecco) al frente de la influyente Parroquia El Bosque de la comuna de Providencia, ámbito favorito de la clase alta chilena. Hasta allí llega Tomás Leyton -personaje inspirado en el real de James Hamilton- y pronto se convertirá en el favorito del Padre, quien además lo designa como su secretario privado. Tan privado que, poco a poco, lo irá manipulando para que mantenga relaciones íntimas con él. La estructura del film va y viene en el tiempo. Así, en determinadas instancias el personaje de Tomás más joven es interpretado por Pedro Campos y, más adulto -cuando ya ejerce como doctor, intenta armar una relación de pareja con Amparo (Ingrid Isensee) y empieza su largo peregrinar para llevar adelante sus denuncias-, por Benjamín Vicuña. La enfermiza relación del protagonista con su madre (Aline Küppenheim) y, claro, los distintos niveles de manipulación psicológica, abuso de poder y sometimiento carnal por parte de Karadima son algunos de los aspectos que Lira desarrolla sin grandes hallazgos, aunque -también debe admitirse- sin caer en demasiados golpes bajos, sensacionalismos ni concesiones demagógicas. Si bien la película es bastante gráfica con el caso puntual, se cuida bastante de no exponer con dureza a la Iglesia. Se puede intuir en un par de escenas que hubo mucho miedo, encubrimientos personales y hasta ciertas coberturas institucionales, pero al final de cuentas parece más la denuncia de un caso aislado de perversión que la representación de algo que -como quedó demostrado en la ganadora del premio Oscar En primera plana (Spotlight)- fue un comportamiento bastante generalizado en todas partes del mundo.
Secreto de confesión. Thomas Leyton (Benjamín Vicuña) era un joven de 17 años, proveniente de una acomodada familia chilena con una trágica y violenta historia, que a principios de los años ochentas y en plena dictadura de Pinochet se acerca a la iglesia de El bosque para conocer al padre Fernando Karadima (Luis Gnecco), en busca de un guía espiritual. El padre Karadima era un hombre fuerte, carismático, que tenía embelesada a la alta y conservadora sociedad chilena con sus misas, y así gozaba de los beneficios de sus donaciones. Al ver la enorme angustia y tristeza de Thomas el padre aprovecha sus debilidades para ejercer sobre el una enorme influencia, que con el tiempo se convertirá en abuso psicológico y finalmente sexual. De producción austera, despojada, con una simple pero efectiva reproducción de época, la película va y viene en el tiempo de forma prolija para narrar sin morbo, pero de forma detallada, cómo se desarrolló el complejo abuso en el que tanto Leyton como su familia terminaron siendo marionetas de Karadima. Sin tomar una posición "anti-iglesia" la película muestra de forma realista como esta institución fue campo fértil para el abuso, y el doloroso camino de Leyton para reconocer el ultraje y finalmente llevarlo a la justicia. Si bien es un tema que ha sido recurrente en varios filmes -como por ejemplo la ganadora del Oscar "Spotlight"-, "El bosque de Karadima" no está armado como una denuncia, sino como una historia personal. Basada en los relatos de James Hamilton, el primero de las víctimas de Karadima que se animó a hablar y revelar los abusos del sacerdote, se construyó esta historia que a pesar de lo creyente y conservadora que es la sociedad chilena fue la película con mayor cantidad de espectadores del año 2015, y este año se convirtió en una miniserie de cuatro capítulos, con material extra que no aparece en el filme. Luis Gnecco realiza una extraordinaria y minuciosa interpretación del cura, sin exageraciones ni lugares comunes y tanto Benjamín Vicuña como Ingrid Isensee, quien interpreta a su esposa, están correctos en sus roles. Una prolija e intimista dirección -aunque por momentos un tanto monótona y fría- expone esta dura historia, cuyo particular enfoque la convierte en un drama alejado de propagandas y efectismos cuyo resultado es un interesante filme basado en hechos reales.
A Dios rogando y con el mazo dando. Hace seis años, en Chile, una serie de denuncias de feligreses y ex sacerdotes puso al párroco Fernando Karadima en la mira de la opinión pública. Las acusaciones, previsiblemente, giraron alrededor de los términos pedofilia y abuso sexual. “Es fundamental que estos abusos se materialicen cinematográficamente, que la sociedad no olvide, se sensibilice y ojalá que se empodere. El cine es más que entretención”, afirma el realizador chileno Matías Lira, según reproduce la gacetilla de prensa de su segundo largometraje. Consecuentemente, El bosque de Karadima es un film de denuncia, al menos como muchos lo entendían hace varias décadas: un relato cinematográficamente transparente y directo, su énfasis aplicado al tema que tiene entre manos y sus derivaciones humanas y sociales, y cuya intención última es concientizar sobre una problemática. Basado en hechos y personas reales, el caso puntual podrá no ser muy conocido de este lado de la Cordillera, pero sus alcances son absolutamente universales y urgentes. Hace seis años, una serie de denuncias de feligreses y, fundamentalmente, ex sacerdotes o aspirantes a seguir la carrera eclesiástica, puso a Fernando Karadima –sacerdote católico que, entre 1980 y 2006, dirigió con enorme poder de convocatoria la parroquia El Bosque, en Santiago de Chile– en la mira de la opinión pública. Las acusaciones, previsiblemente, giraron alrededor de los términos pedofilia y abuso sexual. Inspirado en el médico chileno James Hamilton, el personaje de Thomas Leyton –interpretado por Benjamín Vicuña y por Pedro Campos en sus años de juventud– es el motor de la narración y el que aporta el punto de vista durante gran parte del metraje (excepto en esos momentos en los que la película decide, arbitraria y algo engañosamente, prescindir de esa mirada). Narrada en una serie de flashbacks, a partir de la denuncia original del protagonista ante una autoridad de la Iglesia, el film recorre la relación entre Leyton y Karadima (Luis Gnecco): el encuentro seminal en la Iglesia, en el cual el párroco claramente lo elige como su próximo asistente y objeto de deseo; los primeros contactos sexuales; la indecisión entre seguir el camino religioso o la carrera universitaria; el casamiento con una joven y la conformación de una familia. El perfil de Leyton es claro desde un primer momento: el guión lo presenta como un muchacho conflictuado, de familia de clase media alta y profunda crianza religiosa, enfrentado sordamente a su madre –cuyas andanzas amatorias tuvieron como consecuencia indirecta la violenta separación de su padre–, la masturbación como válvula de escape y vehículo de la culpa. Existiendo casos de pedofilia probados en relación con Fernando Karadima, la elección de un caso de abuso tan problemático, en el cual las situaciones sexuales se dieron cuando la víctima ya era mayor de edad, generan un problema ulterior de representación y puesta en escena, que El bosque de Karadima no logra resolver. Por momentos, y más allá del lugar de poder del párroco, lo que puede verse en pantalla, en mayor o menor medida, es un vínculo sexual consensuado entre adultos. Más aún cuando el personaje de Vicuña avanza hacia una adultez de tres y luego cuatro décadas. Por ese camino, el film transmite una ligera (y con seguridad no intencional) homofobia, y termina difundiendo una ideología inconscientemente conservadora. Similar a la que suele permitir que los casos de pedofilia en claustros e iglesias sigan ocurriendo en todo el mundo. Quizás la versión para televisión de tres horas de duración, que pudo verse en la TV chilena a comienzos de este año, ahonde un poco más en el conflicto personal del protagonista.
Apenas el regreso a un espinoso caso real A un tema tan arduo y complejo de abordar como el de los abusos sobre menores cometidos por representantes de la iglesia, se suma en esta oportunidad el hecho de que se trata de la recreación de una historia real. Pocas generaron tanto escándalo en Chile como la que protagonizó Fernando Karadima, párroco de una iglesia de Santiago frecuentada por miembros de las clases poderosas, y que por los hechos y personajes involucrados fue tan frecuentemente objeto del interés de los medios de comunicación y todavía hoy, aun después de que el Vaticano aceptó las denuncias presentadas por varias de sus víctimas, lo declaró culpable y lo suspendió de por vida, sigue dando que hablar y alimentando polémicas. Para exponerlo, la película elige el caso particular de un muchacho al que rebautiza Tomás Leighton, hoy médico y en la época en que comenzaron los abusos estudiante adolescente que todavía vacilaba sin decidirse ante una posible vocación religiosa. Esa vacilación fue, precisamente, la que lo acercó al sacerdote y la que sirve a un libreto bastante superficial para organizar el guión del film a partir de la denuncia que Leighton (en realidad no fue sólo uno) presenta ante un fiscal eclesiástico cuando el film comienza. El punto de vista, pues, será siempre el suyo. Y si la vulnerabilidad del jovencito y el respetuoso cariño que lo ligaba al hombre que respetaba como guía ayudan a entender su sumisión inicial, resulta menos convincente cuando se sabe que ese dominio se prolongó por años. Menos aún cuando las complejas razones que podrían presumirse detrás de esa fragilidad del protagonista no hay comportamientos que las ilustren, sino sólo palabras, las de la denuncia. Una elección que ahorra al director la necesidad de encontrar un por qué para su conducta, cuando el guión, sin temor a las simplificaciones excesivas, sólo lo traduce en palabras y ya tiene decidido desde el comienzo quién será el victimario y quién la víctima. El mismo reduccionismo se aplica a la relación entre Leighton y su novia, que apenas se esboza al pasar. La intención de asociar el bosque con la alarmante posibilidad de un lobo al acecho está apenas insinuada. El mismo tenue carácter alcanza la mención de un trágico hecho del pasado familiar como clave para comprender el carácter del protagonista. La audacia del film (y probablemente la razón de su gran éxito en Chile) reside en el hecho de haber abordado un caso tan espinoso y crudo más que en la manera de exponerlo, sólo ilustrando el abundante material a que dio origen el caso y con escasa voluntad de profundizar en sus raíces; el abuso del poder y la manipulación apoyados en una presumible autoridad moral. Los actores aportan su esfuerzo. El trabajo de Luis Gnecco -un Karadima demasiado ambiguo a veces y otras demasiado despótico, indecisiones adjudicables al guión- mereció elogios en Chile, tal vez porque conocen al original. Con alguna desventaja en la comparación, nuestro conocido Benjamín Vicuña comparte con el más joven Pedro Campos el retrato de la víctima que demora tanto en reaccionar.
Abuso de confianza El filme busca el escándalo más que ahondar en el contenido del abuso de un cura a menores. El protagonista cuyo apellido está en el título de esta película chilena es un cura que entre las décadas de los ’80 y ’90 tanto acercó jóvenes con vocación de servicio a su parroquia como abusó de ellos. Hombre observador y a la vez manipulador, se aprovechó de la nobleza de los niños y jóvenes, se diría que para provecho de la Iglesia y del suyo propio. El coprotagonista es Thomas (Benjamín Vicuña cuando es adulto), quien vive atormentado por lo que le sucedió, y estaría dispuesto, aunque tardíamente, a denunciarlo. Pero El bosque de Karadima no es un filme de denuncia: no precisamente hace centro en la acusación. El director Matías Lira opta por el drama de Thomas, las casi increíbles -si no fueran ciertas- decisiones que toman los personajes y la inteligencia del cura para embrollar a Thomas, hacerlo sentir culpable y, de nuevo, sacar ventaja de las dudas del joven. A la manera de El crimen del padre Amaro, con Gael García Bernal, El bosque... busca ante todo el escándalo. Las escenas de masturbación, felación y violación que le practican a -y en algunos casos, practica- Thomas seguramente es de lo que los chilenos hablaron al salir del cine, más que del contenido del filme. Hay, claro está, una crítica al comportamiento de la institución eclesiástica que encubre al párroco que se sabe poderoso entre los suyos y se siente, sin comillas, intocable. Pero hay mucho de caricatura en la presentación de Karadima, de la madre de Thomas y de Amparito, su novia, y así se desanda el metraje sin mayor interés que el de saber si finalmente hará o no la denuncia pertinente. Como dijimos, el filme se basa en un hecho real, que conmovió a la comunidad chilena, que por lo tanto conoce qué sucedió. De este lado de la cordillera, no tanto, y es más lo que resta interés la manera en que se encauza, se orienta, el relato que el tema en sí mismo. Vicuña luce menos creíble que en otras ocasiones -en La celebración, en teatro, tenía mayores oportunidades de lucimiento en un rol también muy dramático-, y Luis Gnecco logra con buenas armas hacerle sentir al espectador, tras esos primeros momentos caricaturescos, que ese monstruo imprevisible que interpreta puede ser real y acechar en cualquier momento.
DENUNCIA Y GRANDES ACTUACIONES Un caso que conmovió a Chile y que aun sigue impune. El director Matías Lira revive la historia de un cura pedófilo Fernando Karadima, considerado en los años 80 casi un santo. Benjamín Vicuña encarna al chico que es abusado físicamente desde su adolescencia, dañado psicológicamente hasta su vida adulta, que junto a otros jóvenes denuncia al sacerdote. Después resultó absuelto por la justicia chilena. Un filme que muestra con crudeza de que manera un hombre de jerarquía en la religión somete sin posibilidades de huída a los jóvenes que lo veneran, acunado por la clase alta chilena. Un ser siniestro que envuelve en una tela de araña a sus víctimas, y conserva perversamente el control. Y cuando lo descubren amenaza a pares y superiores. Un film que impresiona por sus verdades, con grandes actuaciones de Vicuña y Luis Gnecco.
Un tema muy grave tratado como culebrón La película empieza con la entrevista a alguien que fue víctima de un abuso a cargo de un sacerdote y, ya desde este punto, "El bosque de Karadima" no tiene nada que ver con "Primera plana", una obra maestra que vimos hace poco y que justamente se centraba en cómo develar estos casos sin perderse en los detalles morbosos propios del tema. El guión también se basa en una historia real. Benjamín Vicuña va relatando en una serie de raccontos cómo conoció al cura de una iglesia de la alta sociedad de Santiago, Chile, durante los años 80, y cómo de a poco el sacerdote fue despojándolo de su voluntad para someterlo a sus perversiones sexuales. La historia interesa y hay que reconocer que las actuaciones y los distintos retratos de personajes son eficaces, pero algo que atenta contra el asunto es que se haya elegido un caso donde el abusado, si bien adolescente, es lo bastante maduro como para estar estudiando medicina, por lo que no trata exactamente de un caso de pedofilia, y da la sensación de que hay cosas que quedan fuera del guión. El tono general es casi el de un culebrón, con música apagada y climax que crecen hacia las escenas de abuso, lo que en realidad no tiene mucho sentido. La película está bien filmada y hay algunos muy buenos momentos de la fotografía de Miguel Joan Littin.
El bosque de Karadima relata el caso real de un sacerdote chileno abusador, Fernando Karadima, un párroco protegido por la clase alta en el país trasandino desenmascarado por un adolescente decidido a enfrentar sus miedos y traumas. Más importante por lo que narra que por sus cualidades artísticas, es esta una película correcta, prolija, con actuaciones parejas de un elenco en el que Benjamin Vicuña es la figura principal. Una trama que se vale de recurrentes flash-backs para presentarnos el entorno y la forma de moverse del repulsivo cura abusador. Sin el impacto ni la calidad artística de la reciente ganadora del Oscar, En primera plana, es esta una obra que se pretende de denuncia, pero que al tratarse de un tema poco conocido por estos lares, puede perder cierta fuerza. Mi calificación: 6 puntos
Esta película chilena se ocupa, como su compatriota El Club, de los abusos sexuales de la iglesia y, en particular aquí, del episodio real protagonizado por el cura Karadima (el excelente luis gnecco) que durante décadas mantuvo relaciones con uno de sus pupilos, interpretado por Bejamín Vicuña. Una narración prolija, a veces un poco chata, se tensa con las escenas íntimas entre el joven, de una belleza pura, y el cura corrupto que lo mancilla, en esta crónica de un drama íntimo que se erige, a la vez, como denuncia tristemente universal.
Es una historia fuerte donde se vuelve a tocar el tema del abuso sexual de los sacerdotes a menores. Aquí se relata a través del flashback como un adolescente sufrió en carne propia los atropellos físicos y psicológicos por parte del cura. De qué forma cuenta su experiencia, después de 20 años desenmascarando este lugar y a la envestidura de un representante de Dios. Cuenta con la extraordinaria actuación de Luis Gnecco (merece un premio) que compone al manipulador y autoritario Karadima, todo su cuerpo se proyecta en cada escena y su cara entre santo y diabólico. Todo se encuentra bien narrado, la cámara toma no solo a sus protagonistas, sino también sus locaciones, sus pinturas, imágenes, música e interpretaciones que se van tomando sus tiempos. Al espectador lo tiene en tensión cada situación y más aun cuando conoce el desenlace a través de los títulos finales. El tema está candente, tanto en nuestro país, como cuando vimos hace poco el film ganador del Oscar “En primera plana” que hablaba de la pedofilia en la ciudad de Boston.
Luego de más de un año de estrenada en los cines chilenos, finalmente aterriza en nuestras salas El Bosque de Karadima. Un drama basado en los abusos cometidos por el párroco Fernando Karadima entre la década del 80 y principios del nuevo milenio en la parroquia del Bosque en la capital de Chile. Rezo por vos Corrían los primeros compases de la década del 80, en Providencia, Chile, y el joven Thomas Leyton acude a la parroquia del Bosque para solicitar ayuda para guiarse en búsqueda de su camino espiritual. Es en El Bosque donde el párroco Fernando Karadima hace las veces líder espiritual de muchos integrantes de la clase alta chilena. Ocupar este cargo en tan determinante parroquia le otorga al padre Karadima una fuerte influencia en su comunidad. Karadima tiene la reputación de ser un “santito”, y es por eso que cuando el párroco acepta a Thomas como su secretario personal, se inicia entre ambos una relación que incluirá sórdidas conversaciones, abusos, maltratos y humillaciones tanto psicológica como físicamente. El joven Thomas deberá juntar valor para hacerle frente al padre Karadima, quien ejerce una fuerza casi sobrenatural sobre el mismo Thomas. En nuestro país no es muy conocido el suceso que aquí nos compete; la historia de los casos de abuso infantil perpetrados por el padre Fernando Karadima en Chile son tan espantosos como lo es de llamativo su desenlace. Para no arruinar la trama de El Bosque de Karadima solo adelantaremos que el padre poseía una fuerte influencia sobre las personas más ricas y poderosas de la capital chilena, y ese poder le servirá como herramienta para intentar probar su inocencia. Un escándalo que involucró a toda la iglesia chilena y que en su momento llenó de máculas al Vaticano. Yendo a la película en sí misma, las escenas claves son tan perturbadoras que es imposible no sentir escozor al presenciarlas. Su narración no lineal, relata la historia en un modo retrospectivo, lo que le da una dinámica muy interesante, y gracias a los saltos temporales entre el pasado y el presente, la película logra atrapar al espectador desde el primer momento. Sorprende gratamente la actuación de Benjamín Vicuña, quien interpreta a un Thomas Leyton mayor, que no puede despegarse de esa figura tan poderosa y espantosa como lo es el padre Karadima. Su composición de un Leyton lleno de dudas y tribulaciones resulta tan creíble que acompaña de una forma muy plausible a quien es la estrella absoluta de esta propuesta: el padre Karadima. Luis Gnecco interpreta al padre Fernando Karadima, una interpretación tan poderosa que es imposible no sentirse cautivado por el carisma que emana de sus gestos tan ambivalentes como inquietantes. Los luctuosos actos perpetrados por el padre son realizados de una forma tan natural que no deja de sorprender y espantar al mismo tiempo. El hecho de que En Primera Plana haya ganado el Oscar a mejor película en la última edición de los premios de la Academia, seguramente tuvo algo que ver con el estreno de esta cinta que ya tiene su tiempo de haber saltado a las pantallas chilenas. Comparte ciertos rasgos con la película estadounidense, y sin caer en desmedro de En Primera Plana, debemos aseverar que El Bosque de Karadima logra ser un relato mucho más potable e interesante. Conclusión El Bosque de Karadima es una impresionante historia, contada de tal manera que el espectador se involucra desde los primeros compases de la trama. Actuaciones brillantes con un soberbio Luis Gnecco a la cabeza y un Vicuña que se destaca de grata manera, una fotografía preciosa y un guion sobrio que por un momento flaquea, pero que logra mantener el interés generado desde el principio, hacen de esta cinta una propuesta altamente recomendable.
En la mente de un pedófilo El cine chileno se dedicó en el último año a retratar los abusos sexuales (y otros tantos) perpetrados por miembros de la iglesia católica. Si en El club (2015) Pablo Larraín ponía el foco en lo que sucedía con un grupo de sacerdotes luego de haber sido culpados de diferentes crímenes (entre ellos la pedofilia), en El bosque de Karadima (2015) Matías Lira (Drama, 2010) lo coloca sobre los abusos propiamente dichos. Basada en un hecho real, El bosque de Karadima se centra en un sacerdote, Fernando Karadima (Luis Gnecco), que durante casi treinta años abusó física y psicológicamente de un adolescente (Pedro Campos), luego convertido en adulto (Benjamín Vicuña). Narrada en dos tiempos, la historia sucede en la actualidad, cuando el abusado puede hacer público el hecho, y en el pasado, siguiendo paso a paso como se fueron dando los acontecimientos. Planteado como un drama psicológico, Lira construye un relato fragmentado en el que el tiempo será el recurso formal que dará forma a la historia. El bosque de Karadima está narrado desde el presente recordando hechos del pasado. La historia va y viene en el tiempo de manera continua, pero pese a esto hay claramente una estructura clásica -introducción, desarrollo y desenlace- que permite al espectador seguir la línea narrativa con facilidad. Si bien la pedofilia podría haber sido abordada de distintas formas, Lira hábilmente elige la manipulación psicológica y como esta se convierte en el motor que regirá la vida del abusado. Karadima abusa del personaje de Vicuña no solo en la adolescencia sino que lo sigue haciendo hasta que este pasa la barrera de los cuarenta. Ese tratamiento será determinante para entender porque un hombre ya crecido, casado y con hijos sigue siendo víctima de abuso. El bosque de Karadima no es solo una película sobre la pedofilia, sino que va mucho más allá. Al enmarcarla dentro de este contexto, Lira se corre de lo que podría ser la morbosidad y ahonda en lo mental, si bien hay algunas escenas para recrear lo sexual, está claro que están en función de lo que se está contando y no apuntando a un costado morboso. La historia también denuncia la impunidad que se esconde atrás de estos casos, la protección eclesiástica hacia los abusadores y el rol que cumple tanto la cúpula como la justicia en casos donde un organismo de poder se encuentra envuelto. Lira evita ensuciar a la iglesia en su totalidad sino que lo hace sobre los sectores que tienen el poder o que lo usan para cometer delitos. Sin maniqueísmos ni golpes bajos, El bosque de Karadima es una película más que correcta, con especial cuidado en lo que se muestra y como se lo muestra. De esas que como tienen llegada a la masividad del público los críticos en su mayoría cuestionan, aunque muchas veces ni siquiera saben el por qué.
Esta realización chilena, precedida de varios premios internacionales y mejores comentarios, tiene un problema insalvable, su actor protagónico, Benjamin Vicuña, no da nunca ni con la carnadura necesaria ni con la angustia del personaje, transita el texto sólo con cara de pollo mojado, posiblemente no sea todo responsabilidad del actor, o los actores, pues su otro yo joven, encarnado por Pedro Campos, tiene también dificultades, a partir de la presentación del mismo. Campos en realidad en ningún momento es creíble desde la actuación, ni desde el desarrollo y recorrido del personaje, sin tratar de pensarlo considerado el verosímil, intentar explicarlo desde ese lugar seria lapidario, valga la mirada a partir de lo que se relata. La historia está basada en la denuncia que hace algunos años presentara Tomas Leyton y un par de víctimas de abusos sexuales por parte del cura durante el periodo en el que se circunscribe la narración. Pero empecemos por el principio, que a la postre será lo mejor del film. Una voz en off nos empieza a contar la historia. Un joven que recorre una iglesia en busca del párroco, vemos junto con el joven como los ayudantes del personaje buscado lo asisten mientras lo visten, plano detalle de sus pies, brazos, torso casi deteriorado, pero no le vemos el rostro, todo con un lujo de pinceladas precisas en tiempos formales. Cuando abre el cuadro vemos a Luis Gnecco en la piel del sacerdote Fernando karadima. No es un viejo, es un hombre de edad mediana. Corre el año 1983. Éste eclesiástico es tomado como una deidad por la clase alta chilena de la época y lo es para los miembros de la dictadura gobernante, todo un santo. Lo mejor de la obra se presenta a partir de la interpretación de quien juega el rol del párroco, siempre transitando la delgada línea del cinismo, en clara contraposición de lo realizado por sus “dos en uno” partenaires. El joven va en busca del párroco pues ha escuchado hablar de él y necesita alguien que lo oriente. Su padre está preso por asesinar al amante de la esposa, quien a la altura del principio del relato ya se había conseguido otro, o varios. ¡Dios sabe! Esto lo tiene muy molesto al joven, quien está a punto de ingresar a la facultad para estudiar la carrera de medicina, pero el problema es que tiene menos calle que el desierto del Sahara, o es más ingenuo que Heidi, o es realmente un oligotimico, (oligotimia es un término que utilizó el Dr. E. Pichón Riviere para diferenciar de oligofrenias al referirse a aquellos niños lindos, rosaditos, sin estigmas físicos, con retardo debido a carencias afectivas sufridas en la temprana infancia). En mi barrio le decían de otra manera, y es una circunstancia que se descarta por su situación de estudiante. El otro problema es que la historia, aunque ya muy sabida, supera en interés a lo que se plantea desde las formas de contarlo. De estructura narrativa clásica, con utilización de racontos aplicados a partir de un narrador, el denunciante, pero con demasiada parsimonia, todo está lentificado, y después que se despliega el conflicto, desde el primer punto de quiebre, esto es en el primer tercio de la narración, todo se hace demasiado previsible como para ser necesario ser insistentes. Tanto desde los diálogos como desde las acciones, la acumulación de escenas y situaciones que no promueven el buen transitar del relato, no dan nueva información, y se tornan redundantes. Para terminar con una serie de escritos en pantalla sobre como termino la historia de éste “santo” pedófilo, uno más de tantos en la historia de la Iglesia, no por eso se le resta importancia, lastima las formas, no el contenido.
Se estrena El bosque de Karadima, coproducción chilena-argentina protagonizada por Luis Gnecco y Benjamín Vicuña que narra la historia real de un sacerdote acusado de abusos sexuales. Un pastor con piel de lobo. Fernando Karadima fue un influyente cura de una región de Santiago llamada El Bosque, que estuvo a cargo de una pequeña pero fiel comunidad de feligreses. El carisma del sacerdote y su determinado carácter inspiraban y seducía a jóvenes aspirantes a monaguillos así como posibles futuros párrocos. El film de Matías Lira se enfoca en uno de los discípulos de Karadima –interpretado por Luis Gnecco- Thomas Leyton, hijo de madre soltera, pero con un alto poder adquisitivo. La fascinación que nace por parte de Thomas no es tanto por lo que le genera el estudio de catequesis –de hecho, prefiere estudiar medicina- sino por la forma en la que Karadima impacta ante sus ojos. La atracción termina siendo mutua cuando Thomas es admitido dentro de la familia eclesiástica. Pero, más allá de la presunta relación padre sustituto/tutor que termina siendo Karadima para el protagonista, hay una previsible atracción sexual, de la que Thomas no intenta escapar. Incluso, a pesar de su joven edad, parece disfrutar. La película está narrada en tres tiempos específicos. La adolescencia tardía del personaje –Pedro Campos- y la adultez, en un periodo veinteañero y otro más cercano a los cuarenta –a cargo de Vicuña- en que el personaje toma verdadera consecuencia de los actos del pasado e intenta evitar que se repitan con su propia familia, formada bajo la sombra y el “apoyo” de Karadima. A consecuencia de la última ganadora del Oscar, En primera plana, los casos de pedofilia y abusos sexuales dentro de la Iglesia Católica han resurgido dentro del cine. Pero mientras que el film de Thomas McCarthy hacía mayor énfasis en la investigación y ética periodística, El bosque de Karadima decide narrar el drama interno de los protagonistas –cuyo nombre fue cambiado- para mostrar acaso el poder de seducción de un personaje tan siniestro como aberrante. El film decide no esconder nada, pero tampoco llegar a graficar completamente cada situación. No se trata de una obra sutil, pero sí cuidada. Lo que en cierta forma la emparenta con Actos privados, notable e injustamente olvidada obra de Antonia Bird, protagonizada por Linus Roache. Por otro lado, un buen y más crudo complemente a Karadima es El club, premiado largometraje chileno de Pablo Larraín. Si el mensaje y el discurso consiguen un notable equilibrio manteniendo la tensión y el suspenso sin demasiados golpes de efecto, las limitaciones de la película de Lira suceden en el terreno de no querer despegar la mirada de la historia, no construir cinematografía sino simplemente narrar los hechos que suceden en el guión con completo oficio, pero sin una búsqueda visual que acompañe el impacto que podría generar la historia. Todo se mantiene en un tono tan gris como el cielo de Santiago. Es interesante que Lira no pose la mirada sobre la relación de Karadima con la dictadura de Pinochet, sino que construya un retrato de época distinto, independizando al personaje de su contexto, pero tampoco aislándolo. Los actos son producto de su propia naturaleza –inclusive en su carácter negador y violento- pero el estado no pone el ojo en ellos. Lira consigue generar apatía por parte del público, especialmente porque Gnecco hace una interpretación verosímil en la piel de Karadima. Diferente es el caso de Vicuña, en un registro más televisivo, que lo complica en escenas íntimas, donde tampoco los diálogos ayudan a crear tensión, ya que algunas escenas parecen haber sido extraídas de algún culebrón. No parece casual que el propio Lira haya decidido también adaptarla como miniserie.
El bosque maldito El nuevo cine chileno tiene un peso importante a nivel sudamericano e internacional, y le pisa los talones en menor medida pero con firmeza y calidad a nuestra producciones nacionales, a partir de obras consagradas como El club, de Pablo Larraín, donde la vida de unos curas corruptos escondidos en un pueblito costero se ve amenazada con la llegada e investigación de un párroco. Ese film fue galardonado con el Oso de Plata en el pasado Festival de Berlín. En El bosque de Karadima se presenta un caso verídico que tuvo lugar de 1980 hasta 2000, donde el máximo exponente del catolicismo local, el padre Fernando Karadima, es considerado un santo y venerado por los jóvenes que ingresan a la orientación sacerdotal, aunque también es un abusador oculto. El eje se centra en la relación espiritual y luego abusiva que Karadima mantiene con el joven Thomas (interpretado por Benjamín Vicuña) y su evolución con esta figura hasta las altas esferas de la religión católica, desde su ingreso hasta su desvinculación de la parroquia llamada El bosque. Este segundo film del chileno Matías Lira cumple su objetivo de incomodar al espectador y hacerlo partícipe de los excesos de poder y delirios corruptos de este “santito” pedófilo que amenazaba con la palabra del Señor. Y ahí comienzan los viajes narrativos en el tiempo de la víctima, ya que su relato es el testimonio fidedigno para la destitución y futuro enjuiciamiento a esta singular figura. Este drama complejo enfrenta a cuestionamientos éticos y morales entre víctima y victimario, con un trasfondo eclesiástico de alta curia, más preocupado por su reputación que por hacer el bien al prójimo y al desamparado. Hasta por momentos dudamos de la inocencia de Thomas y la posibilidad de un real amor entre estos dos hombres que se estiman y quieren con el pasar de los años. De entrada apuntamos contra Karadima, pero a veces cuestionamos las actitudes del victimario enfermo en ese espiral abusivo del que no puede salir y que con el tiempo reafirma una atracción sin culpas -y consentida- pero doblemente prohibida para la sociedad. Pero claro que esta aceptación no comienza en una etapa adulta, sino desde la inexperiencia y el juego de las ilusiones de alguien que no tiene el poder de decidir a corta edad, en lo que ante todo es un acto penal. Volviendo a El bosque de Karadima, tenemos un lugar físico que también es cómplice de tales atrocidades a la que el protagonista se refiere, en una alegoría paisajística donde lo bello y encantador por fuera es oscuro en sus diversos niveles de profundidad. Notamos así un film de calidad que, aunque flojea en esos viajes en el tiempo, logra establecer con singularidad los límites del bien y el mal. Y es que los hechos verídicos y corruptos de la Iglesia como también los casos policiales más retorcidos, bien contados en la pantalla grande, siempre tienen la de ganar.
La gratificación sexual a expensas de otro que no tiene la libertad para decidir si quiere ser parte del placer que puede proveer, he aquí una posible definición (extramoral) de aquello que persigue un perverso, si es que se quieren evitar otros vocabularios que trafican moralina respecto de las decisiones de los adultos de vivir los placeres sexuales como se les antoje. Dicho esto, una inquietud: ¿cómo se filma a un perverso? En su segunda película, Matías Lira pone el foco de su interés por la sexualidad (ya lo había hecho en Drama) en una situación asimétrica y simbólicamente problemática entre un famoso sacerdote de la iglesia católica de Chile y un joven de clase media alta. El relato, que oscila entre 1983, en el momento en el que un joven Tomás Leyton conoce al mítico prelado en su comunidad situada en Providencia, y algunos décadas más tarde, cuando el creyente, ahora médico y padre de familia, decide denunciar a su abusado, transmite con cierto cuidado y precisión las complejidades del vínculo y las consecuencias psíquicas para la víctima. La fuerza del film reside en evitar los golpes bajos y en ser cuidadoso con el retrato de los implicados. En menor medida, la complicidad de la sociedad chilena y la institución religiosa se explicita como corresponde, aunque tal señalamiento queda en un segundo plano. No debe ser fácil ponerle el cuerpo a un perverso. Luis Gnecco no teme hacerlo y las contradicciones en el seno de su sistema de creencias se consiguen identificar en su lenguaje corporal más que en su dicción e interpretación de los parlamentos. La mejor escena del film le pertenece. Tiene lugar en el final, cuando el representante del Altísimo cita un verso bíblico para racionalizar sus actos, instante delirante en el que se vislumbra el discurso de la perversión. Para Benjamín Vicuña, como el principal abusado, tampoco resulta menos exigente su papel. La inexplicable entrega frente a la seducción del cura y la predisposición a complacerlo como si se tratara de un mandamiento se lee en la rigidez de su cuerpo y en la angustia indescifrable que dibuja su rostro. Ingrid Isensee, como la esposa de Leyton, está perfecta. El gran problema de El bosque de Karadima es la puesta en escena, que bien podría ser calificada como abusiva. Los inexplicables primerísimos planos de los rostros y la omnipresente música, a menudo en total discrepancia con la lógica de las escenas, fatigan la fluidez del relato y complican la indeterminación de las situaciones. Se trata de una secreta batalla entre registro e interpretación, relato y montaje, denuncia y enunciación. Este abuso formal sostenido en la imposición de una lógica visual y sonora le resta potencia a una película que para la sociedad chilena debe resultar sumamente incómoda.