Perturbador. Esa es la mejor manera de definir el cine de Valentín Javier Diment. Beinase: El Sentido del Miedo y El Propietario, hechas para televisión, ya daban muestras de una mente desquiciada, que no teme mostrar el costado más tenebroso de nosotros mismos, y eso se extendió a La Memoria del Muerto, su debut como director de largometrajes. Incluso sus documentales Parapolicial Negro y El Sistema Gorevisión entran en la categoría de perturbadores. Estas producciones, así como sus trabajos como coguionista junto a Fernando Spiner y Nicanor Loreti, son de muy buen nivel. Pero El Eslabón Podrido es su opus más extremo y devastador. En una pequeña población, Raulo (Luis Ziembrowski), un hombre con retraso mental, se dedica a cortar leña para venderla entre sus vecinos. A su vez, Roberta (Paula Brasca), su joven hermana, es forzada a prostituirse. Ambos son hijos de Ercilia (Marilú Marini), una señora mayor que ve venir el final de su vida. Los tres tienen una relación cálida, auténtica, que contrasta con el nivel de desquicio de quienes tienen alrededor. Pero todo cambiará cuando Sicilio (Germán De Silva), el lugareño más despreciable, vea la oportunidad de dar rienda suelta a todo lo que siempre quiso hacer con Roberta. Violaciones, sangre y muerte son sólo algunos de los ingredientes de esta gloriosa exhibición de atrocidades. La película tiene un comienzo impactante y las situaciones y los personajes no hacen más que empeorar, llegando a un tercer acto de puro frenesí. Bien vale destacar que cada exceso, lejos de ser gratuito, funciona en el marco de una historia bien construida y excelentemente actuada. Ziembrowski, actor fetiche de Diment, se luce en un papel que inspira ternura (de hecho, es el más humano de quienes pueblan ese microcosmos tan desagradable), aunque las circunstancias lo empujan a tomar medidas nada simpáticas. No menos impresionante es la labor de Brasca, De Silva y, sobre todo, Marilú Marini, que también logra hacer querible lo que podría haber quedado en un estereotipo. El Eslabón Podrido permite que Diment vuelva a revelar la mugre de lo que conocemos como condición humana.
El terror nunca está lejos de la realidad, en todo caso es su parte menos visible y como si Javier Diment lo supiera, desde el principio sus películas fueron alternando los relatos de género con el documental y la ficcionalización de lo más espantoso: en El propietario (2008), un telefilme que codirigió con Luis Ziembrowski por encargo de Canal 7 y finamente no se proyectó por considerárselo demasiado explícito, algunos hombres violan sistemáticamente a una mujer después de drogarla, y el embarazo en que resultan esos abusos es un episodio más en el manejo del cuerpo de ella como una cosa que les pertenece. En el documental Parapolicial negro: Apuntes para una historia de la triple A (2012) se repone desde los testimonios el origen de la Alianza Anticomunista Argentina, la organización parapolicial de extrema derecha que fue pionera en lo que luego se masificaría como represión clandestina del Estado. La memoria del muerto (2011), por su parte, se entregó más libremente a ser un cuento de terror en el que una viuda convocaba a varios amigos de su difunto esposo para lo que parecía ser una reunión social, pero desembocaba en un ritual terrible que trataba de revivir al marido a través de una serie de sacrificios humanos. El eslabón podrido (2015), que se proyectó en el último Bafici, se ubica también en el terreno de la ficción, y continúa con mucha coherencia una obra asentada en el cine de género porque se trata de un cuento macabro ambientado en un pueblito que parece revelar su vínculo secreto con la realidad de lxs espectadores a través de su nombre: El escondido. Todo lo que en nuestra sociedad está más o menos oculto salvo que algún caso policial, algún delito descubierto atraiga la atención de los medios y lo revele, en El escondido, cuya ubicación geográfica parece ser algún lugar de la provincia de Buenos Aires tanto como el cine mismo, está casi a la vista. Sobre todo el régimen de explotación sexual en que se basa la existencia más o menos pacífica del pueblo, donde dos prostitutas regenteadas por una madama satisfacen a todos por igual. El eslabón podrido en cierta forma es la historia de lo que pasa cuando ese sistema se quiebra porque una de las chicas se rebela y decide no acostarse con uno de los habitantes del pueblo. Ella se llama Roberta (Paula Brasca), vive con su madre Ercilia, la curandera local (Marilú Marini) y su hermano Raúl (Luis Ziembrowski), leñador que a todos lleva el material necesario para calentarse, en una ocupación que forma un extraño reflejo con la de su hermana. Roberta parece ser la favorita de todos, desde el cura (Javier Diment) hasta un matrimonio de viejitos que se hacen atender oralmente y juntos, como si el negocio estuviera institucionalizado y universalizado a tal punto que ya nadie queda afuera de él en El escondido. La razón que tiene para negarse por primera vez a un cliente es que la mamá le juró que se moriría en el momento de tener sexo con el último de los habitantes del pueblo, casi como una versión literal de tantos cautionary tales transmitidos a las chicas. Por supuesto que, como ya es puta (y con la misma lógica imperante entre nosotrxs, de este lado de la pantalla), nadie le reconocerá a Roberta el derecho de elegir con quién se acuesta y con quién no. Y esa pequeña rebeldía, como la grieta en la pared de la casa Usher, desencadena una serie de crímenes que amenazan con hundir al pueblo. Filmada y musicalizada con belleza, El eslabón podrido es sin embargo una película incómoda, quizás porque los vínculos que atan la ficción con nuestra realidad son demasiado apremiantes y porque si en el cine mainstream de terror, el terror mismo viene a desgarrar el velo de una fachada bella y feliz, de un mundo que aunque sea en su superficie es bueno, en las películas de Diment todo es horrible todo el tiempo, como si estuvieran filmadas desde adentro de la pesadilla, donde no hay despertar, no hay afuera.
El eslabón podrido de Valentín Javier Diment: FEOS, SUCIOS Y MALOS Violenta, visceral, mohosa, sucia. Pero prolija, más que prolija desde sus aspectos formales. Así resplandecen las imágenes de El eslabón podrido, nuevo emprendimiento del director en un mundo devastado por la mugre luego de La memoria del muerto. Pero, cabe recordar, que el mismo Diment también es el responsable de Parapolicial negro, un excelente documental/ficción sobre las crueldades y asesinatos de la Triple A de López Rega. Se trate de una ficción o de un documental, Diment se siente a sus anchas en semejantes pantanos de roña. Allí está el pueblito que registra su cámara, con sus habitantes y familias, su prostíbulo/bar como lugar pecaminoso, el presente y el pasado que representan a esos personajes tan específicos. Una curandera (Marilú Marini), dos hijos (Luis Ziembrowski y Paula Brasca), el sexo como expiación a la vuelta de la esquina, el deseo a flor de piel, el incesto como consecuencia lógica. El eslabón podrido refiere a un universo inclinado al registro esperpéntico, a la delectación del mínimo gesto, al coqueteo permanente con la muerte. Dentro de esos tópicos, la película descansa en una primera parte de tono descriptivo, pero el estallido y la violencia con frenética carga de adrenalina “gore” también tendrán su justificación dramática durante la última media hora. Hachazos por acá y por allá, sangre chorreando cuerpos, cabezas mutiladas y cadáveres ya preparados para el festín final. En El eslabón podrido todo funciona a la perfección, tanto el brillante trío protagónico como los actores secundarios, junto al malestar que transmiten determinados escenas, por suerte, alejadas de la corrección política. Cine de género del bueno, este eslabón temático y formal exuda podredumbre. Un film bello y podrido a la vez.
Bienvenidos a El Escondido Si tenemos en cuenta la filmografía del director Valentín Javier Diment (La memoria del muerto, El sistema Gorevisión) podemos interpretar a su nueva realización presentada en el 68 Festival de Cannes como una fábula de terror. Pero la película protagonizada por Luis Ziembrowski es más que eso: es una sombría visión acerca de las organizaciones sociales que estallan en violencia por la hipocresía que manejan. Ziembrowski es Raulo, un leñador retrasado mental que vive con su madre (Marilú Marini), en estado senil y su bella hermana (Paula Brasca), la prostituta del pueblo “El escondido”. El hombre ofrece sus servicios casa por casa en un circular trayecto que marca su rutina diaria. Cada casa sigue un estereotipo familiar: los músicos, el hombre que golpea a su mujer, la pareja de ancianos, la dueña del bar, terminando con el cura que manipula a todos para mantener el orden ocultando las intenciones oscuras detrás de las personas. Pero hay una maldición asociada al destino: si la prostituta se acuesta con todos los hombres del lugar su vida corre peligro. Debe evitar tener sexo con un hombre, aunque no sabe quién. La desgracia se desata en la hermana de Raulo propiciando la tragedia de los habitantes del lugar. La maldición en cuestión se desarrolla en la segunda mitad de la película. En la primera, el director de Parapolicial Negro: Apuntes para una prehistoria de la triple A (2010) se dedica a describir vicios y costumbres del pueblo El escondido, rompiendo con la honesta imagen de los humildes personajes del campo. En este pueblo nadie es bueno o puro -salvo Raulo por su retraso mental- todos son seres malditos que esconden algo relacionado a sus intereses de explotación hacia otros. Desde el cura, pasando por cada integrante de la comunidad. El orden es una imagen de civilización sostenida a fuerza de hipocresía. En esa genial y crítica parábola social, Diment desarrolla un particular sentido del humor y una pesimista visión social, enriqueciendo su discurso fílmico desde el género de terror, utilizado sólo en función del relato y no como mero efectismo. Estamos hablando del slasher final, que surge como una olla que se destapa a presión. A El eslabón podrido hay que entenderla desde la conjunción de sus distintas aristas y no como un todo que sigue las reglas de un género. De hecho es la puesta en crisis de las reglas aquello que destaca su particular moraleja final.
La rebelde El eslabón podrido (2015) se sumerge en un in crecendo dramático, se va corriendo y escapando del eje que podría encasillarla en lo tradicional para encontrar desde la propia apuesta de su director Javier Diment sus propios caminos, porque siempre queda claro cuál es la búsqueda y las formas de llegar.
Pueblos Podridos El director de Parapolicial Negro: Apuntes para una prehistoria de la triple A (2010) y La Memoria del Muerto (2012), Valentín Javier Diment, vuelve a la gran pantalla con El eslabón podrido (2015), un relato de género que profundiza alguna de las líneas temáticas de su última película, como el gore y la violencia explícita. Ambientada en un pueblito rural un poco perdido en el espacio y en el tiempo, la película elabora una aguda fábula de terror investida de crítica social que, sin embargo, arroja resultados desparejos en sus aspectos narrativos. El escondido es una pequeña comunidad rural aislada en la que habitan una veintena de personas. Entre ellos está Raulo (Luis Ziembrowski), un leñador con retraso mental que vive con su madre Ercilia (Marilú Marini) y su hermana Roberta (Paula Brasca), la prostituta favorita del pueblo. Ellos se cuidan y se quieren incondicionalmente. Pero día a día deben compartir su rutina con personajes grotescos, chatos y desagradables, entre los que se destacan una pareja de ancianos, un matrimonio disfuncional, la dueña de un bar y un cura manipulador que utiliza la religión para mantener unida a la comunidad. En ese contexto, sobre Roberta pesa una maldición: si se acuesta con todos los hombres del lugar, indefectiblemente morirá. Y tan sólo queda una persona con la que no se acostó: Sicilio (Germán Da Silva), el marido de otra prostituta, que la busca constantemente para concretar el acto sexual. El desarrollo de los acontecimientos determinará consecuencias trágicas para el pueblo. aela-1000x500 El tono siniestro de los personajes y el miserabilismo de su idiosincrasia son lo mejor de la película. Diment nos presenta a una sociedad repulsiva que, por un lado, habilita prácticas de explotación sexual y de sometimiento extremo y que, por otro, exalta diversos valores (como el respeto o la bondad), basados en un discurso ético-religioso tan convincente como hipócrita. Se trata de una mirada irónica, descarnada, que bien puede ser extrapolada para pensar en nuestras propias contradicciones como sociedad. Sin embargo, quizás la exhibición de ese patetismo sea demasiado enfática y reiterativa en el guión. En ese sentido, la extensión de esa primera parte descriptiva termina siendo muy extensa y monótona, generando la sensación de que la historia no avanza. Esto cambia en la segunda parte, cuando la historia pasa del cansino drama rural al frenético relato de género. Allí, el festival de sangre, violencia y desmembramientos funciona muy bien, demostrando que es uno de los terrenos que Diment mejor conoce. No obstante, la falta de homologación entre los dos géneros y la brusquedad en el paso de uno a otro provocan un efecto bizarro, como si hubiésemos estado viendo dos películas distintas. En definitiva, si bien El eslabón podrido logra articular una crítica social convincente, la falta de cohesión narrativa como efecto de su hibridación genérica, la determina como una película rara, irregular, despareja y, en cierta medida, desconcertante.
Un cuento sangriento, ambientado en un pueblo que conocerá la venganza, es el que enciende el nuevo film del director Javier Valentín Diment. Trabajan Luis Ziembrowski y Marilú Marini, en los roles centrales. El director Valentín Javier Diment es el responsable de este film -antes estrenó La memoria del muerto y Parapolicial negro, apuntes para una prehistoria de la triple A- que ambienta la acción en el pueblo El Escondido. En la tranquilidad del lugar aparecen Raúl -Luis Ziembrowski-, un leñador; Ercilia -Marilú Marini-, su madre curandera y Roberta -Paula Brasca-, la hermana prostituta. La anciana no duda en advertir a su hija que si se acuesta con todos los hombres del pueblo, ella morirá. En ese sentido, El eslabón podrido funciona como un engranaje para desatar la venganza, una pieza que se pone en funcionamiento en el momento menos esperado y a lo largo de un relato que fusiona el suspenso y el terror desmedido, muy del estilo "slasher" de los años ochenta o más propio del cine de Darío Argento, con truculencias varias sobre el final para espantar al espectador. Con una descripción costumbrista y parsimoniosa, y como si se tratase de dos películas en una por el contraste de los climas plasmados, el film encamina a los personajes hacia una amenaza que incluye baño de sangre, intriga y tensión sexual cuando la tranquilidad del pueblo se resquebraja. Raúl conoce a todos como la palma de su mano e iniciará un camino sin retorno -por momentos recuerda a la serie Signos- mientras se alza el hacha y juega con el terror en los minutos finales. Una propuesta atípica que mezcla géneros y sale airosa en su desenlace.
Nada es lo que parece El director de La memoria del muerto, Parapolicial Negro, apuntes para una prehistoria de la Triple A y El sistema Gorevisión: Cine Z, micropolítica y rocanrol narra un drama de pueblo chico / infierno grande con resultados más que auspiciosos. Un pequeño pueblo en el medio del campo es casi el prototípico ambiente donde uno imagina bucólicas tardes tomando mate ante la caída del sol, unas guitarras sonando en el fondo y una fonda en la que beber una ginebra con amigos. Todo eso está en El eslabón podrido, pero -ya de entrada-, en un flash forward a una escena que tendrá lugar bastante después, nos queda claro que no todo es tan folclórico en El Escondido, el nombre de por sí ominoso que tiene el lugar donde transcurren los hechos en el nuevo film de Valentín Javier Diment. De a poco queda claro que esa calma chicha podría romperse fácilmente. Luis Ziembrowski encarna a Raúlo, un hombre con un retraso mental que se encarga de repartir leña en el pueblo de no más de veinte casas. Su madre Ercilia (la gran Marilú Marini) es una anciana dura y recia que parece conocer los secretos de todos y cada uno de los que están ahí. Y su hermana Roberta (Paula Brasca) trabaja en el prostíbulo del pueblo y, siendo la más joven y bella, es la favorita allí. Todos han usado sus servicios salvo Sicilio (Germán de Silva), ya que su esposa, también prostituta del lugar (Marta Haller), no lo deja porque sabe que su interés por ella supera lo puramente sexual. Pero Ercilia además se lo tiene prohibido a su hija ya que supone que si tiene sexo con todos los hombres del pueblo la terminarán matando. Con un elenco que incluye, además, en papeles menores a Sergio Boris, Lola Berthet, Susana Pampín y el propio realizador (como el cura del pueblo), El eslabón podrido va revelando de a poco su juego. En una secuencia de montaje musical queda claro hacia dónde va: unos acordes folclóricos casi de postal turística acompañan una serie de actividades non sanctas que van teniendo lugar allí. Pero el caos recién empieza a desatarse cuando Ercilia muere y la tenue estabilidad perversa y secreta del pueblo desaparece hasta convertirse, literalmente, en un baño de sangre. Durante buena parte de su metraje El eslabón podrido es más una comedia negra, casi un cuento pícaro, que una película de terror hecha y derecha. Pero ese flash forward (convenientemente movido hacia el principio del relato) advierte de entrada que el horror llegará. Diment va manteniendo las distintas aristas del relato -en especial las ligadas a la familia protagónica y a la "amenaza" que representa Sicilio- en movimiento, pero no es sino hasta la muerte de la anciana que las anclas se sueltan y los actos más crueles, perversos y desagradables empiezan a cometerse, con una inesperada vuelta de tuerca incluída. Negra por donde se la mire, anticlerical, perversa y nihilista, con altas dosis de sexo para la media local, un elenco con nombres importantes y una cuidadísima producción (tanto en lo fotográfico como en lo relacionado a los efectos especiales), El eslabón podrido puede no ser una película de terror en el sentido más convencional y clásico de la palabra -o al menos no hasta el final--, pero su combinación de géneros la convierte en una historia más universal y no sólo para un público "especializado". Eso sí, la sangre que no se derramó durante buena parte del relato chorreará a mares sobre el final. Están advertidos...
Un festival de asesinatos Todo es muy turbio en El Escondido, el pequeño pueblito asentado en medio de un bosque en el que se desarrolla la sórdida historia de esta nueva película del director de La memoria del muerto, un decidido amante del gore que vuelve a pergeñar un festival de sangrientos asesinatos, esta vez perpetrados por el perturbado personaje interpretado con solvencia por Luis Ziembrowski. El tramo final de la película, cuando se desata la frenética ola de venganza que extinguirá definitivamente el entramado de miserias y perversiones del lugar, es lo mejor de una historia cargada de dilemas morales que incluye prostitución, relaciones incestuosas y algún atisbo de brujería. Diment apuesta de nuevo al género, pero se apoya en la solidez de un elenco eficaz en el que también se luce la experimentada Marilú Marini. Gente impresionable, abstenerse.
Terror de pueblo chico Entre el terror y la comedia negra, es a la vez cuento y caricatura social de sólida narración y factura técnica. La primera escena de El eslabón podrido es una invitación poderosa a entrar al mundo que construye el director Valentín Javier Diment (Parapolicial negro, La memoria del muerto). Sangre, violencia y misterio en un microcosmos, un pueblo en el que todo se asume hermético. Un mundo de terror bien contado y mostrado que sorprende por su factura técnica local. La escenografía está dada apenas por una veintena de vecinos, un prostíbulo, una iglesia y casas de campo. Allí vive la particular familia en la que se enfoca la historia. Ercila (Marilú Marini), una anciana senil con poderes sobrenaturales, su hijo Raulo (Luis Ziembrowski) cuyas limitaciones expresivas y su deambular por el pueblo lo vuelven siempre intrigante y la bella Roberta (Paula Brasca), la prostituta del pueblo, dueña del destino, de las miradas, de la codicia salvaje de los habitantes del lugar que contrastan con ella. La vieja lanza una profecía: el día que Roberta se haya acostado con todos los hombres del pueblo, morirá. En un contexto geográfico indefinido y una temporalidad apenas marcada por un patrullero que nos sitúa en época, estos personajes habitantes de un paisaje corrido van construyendo un clímax ascendente, hacia ese desenlace que parece inevitable. Diment no renuncia a la sensualidad en ese transcurrir surrealista. Si bien muestra un cuadro de situación que vuelve difícil la identificación con los personajes, y expulsa al espectador por fuera de la historia, hay un trabajo profundo sobre los vínculos de esta familia atípica, y de su relación con el mundo exterior. La idea de venganza, el temor, el desenfreno y la violencia visualmente impactante, enmarcados en ese pueblo hermético, le dan a El eslabón podrido un trasfondo superador para la media del cine de terror actual. Muy superador a nivel local. Y en consonancia, todo el tiempo ronda un clima, una sensación, comparable a la de películas como La comunidad, de Alex de la Iglesia, donde los personajes de la historia sólo pueden salir de ese encierro “con los pies para adelante”. Una alegoría poderosa la de Diment, equilibrista del cine de género que apuesta en firme al espectáculo.
LOCURA, VENGANZA Y SANGRE Un pueblo perdido en el campo, y ya de entrada el director Valentín Javier Diment avisa que nada bucólico sucederá en ese lugar. Es que su historia tiene mucho de truculenta, con el terror, el humor negro, la desmesura salvaje, la mirada retorcida sobre la condición humana que no tiene concesiones. Con un ritmo que atrapa al espectador esa mujer severa y terrible, madre de un adulto subnormal que reparte leña y una bella muchacha prostituta, conocedora de todos los secretos, desbarranca con su muerte toda tolerancia. Y a esa violencia no la para nadie. Sorprende, entretiene y hace pensar. Muy bien Marilú Marini y Luis Ziembrosky.
Sexo fatal en un pueblo chico El sexo y la violencia se mezclan en esta curiosa historia que tiene como fondo el campo argentino. El verde del campo se mezcla con el rojo de la sangre derramada, todo al son de la guitarra y el acordeón. Director dedicado casi enteramente al cine fantástico, en este caso, Valentin Javier Diment explora un terreno original ya que "El eslabón podrido" no es exactamente una película de terror, sino una sórdida historia campestre llena de erotismo y gore. El conflicto ya es de por sí bastante extraño, y parte de una premisa poco conocida, pero que se introduce aquí como una especie de ley no escrita del sexo en los pueblos chicos. La idea es que la pupila de un burdel no puede tomar como clientes a todos los hombres de un pueblo, y en cambio tiene que discriminar a uno y dejarlo fuera de su cama. Caso contrario, una vez consumado el acto con todos y cada uno de los lugareños, el pueblo entero se volverá en contra de la trabajadora sexual con fatales consecuencias. Claro que una vez que prácticamente todos los hombres del pueblo han estado en su habitación, lograr que el único que se quedó afuera lo tome con calma es más que difícil, sobre todo teniendo en cuenta los encantos de la pupila que interpreta Paula Brasca. El asunto se complica con la muerte de la madre de la prostituta, una curandera que tiene cierto poder en el pueblo. Lo que sigue, de manera más o menos previsible, es una violación y una masacre interminable. "El eslabón podrido" está mucho mejor filmada y actuada que escrita. La historia no avanza con demasiada fluidez, pero la original ambientación campestre, casi gauchesca, ayuda a equilibrar las cosas, especialmente dado que la fotografía y la música son de muy alto nivel. Por otro lado, si bien a la película hay que tenerle un poco de paciencia, cuando explota, lo hace en serio. Los asesinatos suceden uno detrás del otro, con la mayor imaginación posible y con los mejores efectos especiales, sumamente generosos en gore, y finalmente esto es lo que más interesa en estos casos.
Luego de un muy buen paso por el BAFICI, finalmente se estrena comercialmente en nuestro país la película El eslabón podrido. Cine de terror con un gran elenco, un buen guion y un clima asfixiante. Ercilia vive en una localidad pueblerina con sus dos hijos, Raulo y Roberta. Raulo, quien sufre de un retraso mental, sirve a la comunidad como leñador, mientras que Roberta trabaja como la nueva prostituta del pueblo. Su madre, otrora una bruja curandera, está comenzando a verse afectada por la senilidad y Roberta ira alternando el cuidado de su madre y su trabajo. Pero a través de las enseñanzas de Ercilia, Roberta empezara a ver las amenazas que le esperan fuera de su entorno familiar, comenzando un juego de celos, desconfianzas y tensión sexual entre los habitantes del pueblo y ella, mientras que Raulo, mira todo desde afuera y sin comprender nada de nada. Este es el puntapié para el film El eslabón podrido que enfrenta al cine de terror más clásico con una estética marcadamente argentina. El film arranca, como buena película de terror, con mucha violencia e intriga, mostrándonos a Roberta conflictuada enfrentándose a los habitantes del pueblo, al mismo tiempo que se vuelve víctima del mismo, Y así la trama retrocede en el tiempo, para mostrarnos la particular interacción entre los personajes de tan alejado paraje, en el cual la pequeña comunidad de “casitas” alejadas la una de la otra, es unida geográficamente por Raulo y físicamente por Roberta. La actuación de Paula Brasca como Roberta, la joven prostituta que abastece de placer al endogámico pueblo, es genial. Muerta por fuera en su trabajo y todo amor en su casa, cuidando a la madre que Marilu Marini interpreta, la mitad del tiempo atacada por la demencia, la otra mitad, denotando una lucidez que nada deja escapar. Y en el medio Raulo, quien solo sabe que su madre y su hermana son lo único real en su vida, que se contacta con los otros habitantes del pueblo solo a través de su trabajo como leñador, y que en su torpeza es el único testigo de las verdaderas miserias que en el pueblo se viven. Y será él, encarnado por el siempre genial Luis Ziembrowski, quien tenga que poner las cosas en su lugar cuando la doble moral del pueblo se cobre su víctima. Un clima asfixiante, generado por una estética muy cuidada desde la calidad de la imagen y del sonido realmente construyen un ambiente que lleva al espectador a prepararse para el gran final que el cine de terror nos tiene acostumbrados. Un nuevo producto del cine argentino que demuestra que en el país se puede hacer cine de género sin perder la impronta de una estética propia y sin copiar preconceptos del cine comercial que termina agotándose a si mismo.
Jugando entre lo trágico y lo sádico. La historia imaginada por Diment y su equipo de guionistas bien podría ser una leyenda del siglo XIX, contemporánea del surgimiento de la literatura gauchesca, de la generación del 80 y, por lo tanto, de la fundación de la Argentina moderna. Si a priori el título del tercer trabajo como director de Valentín Javier Diment –los anteriores fueron el documental Parapolicial negro, apuntes para una prehistoria de la Triple A (2010) y La memoria del muerto (2012)– puede sonar feo al oído, como si lo hubiera elegido un cineasta amateur o se tratara del nombre de un cuento de terror publicado en una revista literaria barrial, lo cierto es que El eslabón podrido le calza perfecto al tipo de historia que la película cuenta. Una película que juega entre lo trágico, lo sádico y el humor, aprovechando el formato del relato rural. Porque lo que en ella se cuenta está muy cerca, en tono y contenido, de esas leyendas de campo que alimentan el acervo de las mitologías populares de tierra adentro. En consonancia con esa idea, y aunque muchos detalles dejan claro que los hechos narrados transcurren en un tiempo más o menos actual, la historia imaginada por Diment y su equipo de guionistas bien podría ser una leyenda del siglo XIX, contemporánea del surgimiento de la literatura gauchesca, de la generación del 80 y, por lo tanto, de la fundación de la Argentina moderna. Precisamente hay algo en ese cuento de pago chico, en el orden que rige el pueblo donde transcurre la historia, que de algún modo cifra el tipo de sociedad sobre la que se construyó aquel (este) país. Un pueblo cuyos hilos son movidos por el cura y los dueños de la cantina, punto de encuentro que durante los días laborables es una fonda, pero que los fines de semana se transforma en burdel. Un pueblo de casas dispersas, con un intendente que no pincha ni corta y cuyos pocos habitantes caben sin amontonarse en la pequeña iglesia del lugar. En ese pueblo vive Raulo, un hombre con un importante retraso mental que trabaja como leñador y que todas las mañanas con su carrito reparte, casa por casa, la madera que los vecinos necesitan para el fuego. No es casual que Raulo parezca un personaje sacado de un cuento de Horacio Quiroga. Hay algo en él, a pesar de su inocencia y de la pena que provoca, que también produce recelo y lo rodea con un halo de peligro, algo que el más argentino de los escritores uruguayos ya había hecho con pulso extraordinario en su conocido cuento “La gallina degollada”. Raulo además es hijo de Ercilia, la curandera, y hermano de Roberta, la prostituta joven del pueblito, que por consejo de su madre se ha acostado con todos los hombres, menos con uno. Como Quiroga, el director tiene un gran sentido del morbo y se vale de él para construir el clima opresivo de la primera mitad de la película. Pero a diferencia del escritor, Diment también maneja muy bien el humor asociado al morbo, y lo utiliza para provocar pequeñas disrupciones que aligeran el relato sin debilitarlo. No es casual haber señalado que El eslabón podrido juega entre lo trágico y lo sádico, afirmación en la que debe subrayarse el verbo jugar. Porque una vez que la figura de la madre desaparece y su mandato (ese consejo que también es una maldición) se rompe, el relato pasa de la represión a la acción, y a partir de ahí el director se permite hacer un uso lúdico de la violencia. Así, el final no sólo es liberador porque las fuerzas sometidas se desatan, sino porque Diment da inicio a una orgía de escenas truculentas, tanto en lo sexual como en el uso desenfrenado del gore, que por un rato permite pensar que El eslabón podrido es la primera película de exploitation rural. Pero enseguida vienen a la memoria la figura de Armando Bo y algunos de sus trabajos con Isabel Sarli, y entonces queda claro que es en la confluencia de esa filmografía con los cuentos más negros de Quiroga, donde se encuentra la genealogía de este eslabón podrido.
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El pueblito de los horrores El Eslabón Podrido, un cuento pero no de esos que se cuentan antes de dormir sino de esos que te hacen dejar la luz prendida durante la noche, llega antes al público en el marco del festival. En el marco de la 18va edición del BAFICI, se pre estrena la nueva película del director Valentín Javier Diment, responsable de Parapolicial negro y La memoria del muerto, y que protagonizan Marilú Marini, Luis Ziembrowski y Paula Brasca, entre otros. La película comienza desde un punto medio del largometraje, cuando ocurre un hecho tragicómico que marca un quiebre en el relato y de ahí en más el director comenzará un recuento de los sucesos que llevaron a este cruento desenlace para luego continuar. Luis Ziembrowski demuestra nuevamente su capacidad actoral como Raulo, un hachero deficiente mental que reparte el producto de su trabajo entre la gente del pueblo. A través de este personaje, el espectador irá conociendo a un variopinto grupo de personajes que, entre mate y mate, dan vida a un pueblo que podríamos ubicar en lo más profundo de la provincia de Bs. As. En el elenco también se destacan muy particularmente Paula Brasca como Roberta , la hermana prostituta de Raulo y Marilú Marini como Ercilia, la madre, curandera y con demencia senil. Es precisamente Ercilia quien, ante la proximidad de su muerte, le insiste a Roberta con una amenaza: si llega a tener relaciones con todos los hombres del pueblo, ella morirá. Solo queda un hombre en El Escondido con quien no estuvo: Sicilio (Germán de Silva), que a su vez es el marido de la otra prostituta, y está muy enamorado de Roberta pero si su esposa se entera que estuvo con ella no dudaría en asesinarlo. La película cuenta con un estilo narrativo basado ligeramente en las viejas películas de Sam Raimi, con cámaras adosadas a diferentes objetos que van contando una escena desde ese punto de vista; y una puesta en escena que deja al espectador "indefenso" ante lo que pueda venir de tal o cual lugar de la pantalla. A pesar de contar con un lento devenir, la película no es aburrida en absoluto gracias a su humor negro, escenas de sexo entre lo patético y lo surrealista, violencia sexual y de todo tipo, y mucho ingenio a la hora de derramar sangre por todo el pueblo de El Escondido. Estos elementos se combinan y hacen de El Eslabón Perdido un cuento de terror que deambula entre H. C. Andersen, pasando por la Irreversible de Gaspar Noé y Delicatessen , de Jean-Pierre Jeunet. De entre las muchas escena destacadas, haremos una mención especial a la del Cumpleaños de Raulo, una pintura conmovedora, donde queda demostrado el fuerte vinculo emocional que une a esta familia disfuncional.
Arriesgada y audaz, una rara apuesta del cine argentino por la comedia negra y el terror sangriento. Un pueblo perdido donde la vida pecaminosa baila al compás de la guitarra criolla. Una matriarca de temer, -impresionante Marilú Marini-, y sus dos hijos, la joven prostituta y el leñador retrasado, un inspirado Luis Ziembrowksi. Con una fotografía impecable, de tonos ocres, y un arte preciso aunque austero, el director y actor Valentín Javier Diment arma un combo absolutamente excesivo en su sordidez. Habrá inusitadas dosis de sexo salvaje, violencia, magia negra, violaciones y un generoso festival gore. Un paseo por un micromundo salvaje, hecho con convicción y oscurísima gracia.
Esta es una película fantástica argentina, lo que ya es todo un logro en un país donde se le animan poco al género. Más allá de hallazgos del elenco (Marilú Marini, por ejemplo), la película aprovecha la poética provinciana y de pueblo chico para crear un mundo al mismo tiempo grotesco y perturbador. Aquí hay una maldición a punto de cumplirse y sangre a punto de correr, pero regada con absoluto criterio cinematográfico. Tan cerca de George A. Romero como de Esperando la carroza.
Crítica emitida por radio.
La sexta película del director de Parapolicial Negro: Apuntes para una prehistoria de la Triple A funciona como un reloj suizo. El relato fluye, los actores se lucen, los constante movimientos de cámara denotan elegancia y los encuadres exhiben conocimiento del lenguaje para determinar la posición de los actores y los espacios en los que se mueven. El regreso a la ficción de Valentín Javier Diment es incuestionablemente sólido. La historia se circunscribe a un pueblo sin nombre; hasta casi el final del relato, cuando aparecerán un par de patrulleros, el tiempo histórico podría ser hoy, ayer, tres décadas atrás o incluso más lejos en el tiempo. Lo que se trata aquí es de atacar minuciosamente el presunto decoro del costumbrismo, más allá de cualquier marca de época. En efecto, los personajes representan justamente ese universo referencial: está la puta y el tonto del pueblo, el cura y su iglesia, la cantina y sus clientes, el burdel y sus usuarios, el viejo y el perverso, el matrimonio feliz y el insatisfecho; todos, o casi todos, son habitués de la mujer que ejerce el oficio más viejo del mundo.. En los ojos de Diment, la humanidad merece su deceso. Sin embargo, el nihilismo inescrupuloso que ordena simbólicamente los actos de los personajes no impide que estos puedan experimentar sentimientos nobles. En varias ocasiones el rostro de Luis Ziembrowski, quien interpreta al tonto del pueblo que lleva leña de casa en casa, mira al personaje de la madre moribunda o a su hermana prostituida con una irreconocible dulzura. En él se sintetiza la necesidad extrema que puede tener un hombre por aquellos que lo ayudan a sobrevivir en un universo al que nunca podrá pertenecer. Es un trabajo magnífico del actor, incluso cuando su personaje descubre que con un hacha puede purificar la Tierra de la presencia de todos los representantes de la especie. Si El eslabón podrido no llega a dar un salto mayor es porque su vital pesimismo retrocede a la hipótesis de que la podredumbre reside en la naturaleza humana sin apostar a trabajar y a su vez fijar su festín sangriento en una dimensión política del desencanto. Es un límite y, para un film de género, un desafío ineludible, si es que no pretende sucumbir a la legítima fugacidad del entretenimiento.
Feos, sucios y malos En apenas 72 minutos, Valentín Javier Diment construye un cuento contundente y truculento acerca de un pueblo promiscuo. El afiche de El eslabón podrido dice “un cuento algo truculento” y la clave no está en lo truculento sino en su carácter de cuento. Si pensamos en un largometraje como en una versión audiovisual de una novela, con su trama, subtramas, personajes secundarios y diversidad de ideas, la película de Valentín Javier Diment es efectivamente un cuento: en sus breves 72 minutos apenas se dedica a contar una anécdota, un hecho preciso con sus antecedentes y sus consecuencias. La sencillez, la concisión y la contundencia son las tres grandes virtudes de esta fábula que, sí, también es muy truculenta. El escenario es el de un pueblo minúsculo de apenas seis o siete casas. En una de ellas vive Ercilia (Marilú Marini) con sus dos hijos: Raulo (Luis Ziembrowski), un hombre con retraso mental que corta leña y la vende a los vecinos, y Roberta (Paula Brasca), prostitua que tuvo sexo con todos los hombres del pueblo, menos uno. El prostíbulo donde trabaja Roberta es el lugar de reunión de todo el pueblo. Allí se cruzan no sólo los hombres: también las mujeres y hasta el cura (interpretado por el propio director). La truculencia empieza ahí. El pueblo es curiosa y desatadamente promiscuo, todos sus habitantes son perversos, violentos y viciosos, al punto tal de que esa madre que explota sexualmente a su hija, en comparación, parece cariñosa y decente. Entre el humor negrísimo y el sexo disfuncional, el cuento construido por Diment junto con los coguionistas Sebastián Cortés y Martín Blousson avanza hacia un final con vuelta de tuerca argumental y de género. Conviene no adelantar nada, sólo consignar que los últimos diez minutos son una fiesta. La realización es prolija, aunque se ve un poco estropeada por una música demasiado invasiva y un acordeón insoportable. Y resulta una pena, también, que el Raulo de Ziembrowski no termina de ser todo lo bestial que debería. En él descansa todo el drama, en las inflexiones de su rostro se esconde una bomba con su impercetible tic tac, y sin embargo nada de esto se percibe hasta que todo termina por explotar. Probablemente no sea culpa de Ziembrowski -un gran actor- sino de la direccion o incluso del casting. Diferente es el caso del resto: los habitantes del pueblo son feos, sucios y malos -por fuera y por dentro- y cada uno de ellos se luce aunque sea en una breve escena. Resulta sobresaliente una en particular con Marilú Marini y la extraordinaria Susana Pampín: apenas un diálogo repleto de violencia y locura contenidas. La imagen del bebé en el chiquero, aún sin verla, es difícil de olvidar. Mérito de los guionistas y de Marini, pero también del rostro de Pampín mientras la escucha. El eslabón podrido es imperfecta y peculiar. Ganó el premio del público en Sitges, el festival más importante para las películas de género fantástico o de terror, y se presentó en una noche especial en el último BAFICI. Pero no es estrictamente de terror, no del todo, y mucho menos es una película que uno esperaría ver en un BAFICI. La última película de Valentín Javier Diment es un OVNI monstruoso, incómodo y muy divertido.
UNA FABULA RURAL La impronta fílmica del director argentino Valentín Javier Diment sienta un sello propio dentro del cine de terror nacional. El realizador, que ya tiene en su haber el documental Parapolicial negro y la destacada de horror La memoria del muerto, en El eslabón podrido traslada el eje a un pueblito rural llamado El escondido, integrado por menos de 50 vecinos muy paletos y algo desagradables de la zona: un cura, la dueña de un prostíbulo/bar, un matrimonio de viejos, un puñado de mujeres chusmas, entre otros. Allí viven los protagonistas, que son Raulo (interpretado por el siempre excelente Luis Ziembrowski), un leñador con discapacidad mental que reside con su anciana madre Ercilia (Marilú Marini) y su hermana prostituta Roberta (Paula Brasca). Antes de “tocar el arpa”, Ercilia, mezcla de personalidad absorbente y medio bruja, pronostica a su bonita hija que trate de no tener relaciones sexuales al menos con un integrante de la comunidad porque una maldición de muerte pesaría sobre la vida de la joven. Sólo el marido de su compañera laboral no ha pasado por sus encantos carnales, algo que de hecho vuelve loco a este hombre, que la desea fervientemente. A partir de allí comenzará una serie de peripecias que desencadenarán la tragedia del pueblo. Todo está contado con un presupuesto técnico asombroso para el nivel con el que el cine de género se despliega en estos momentos en Argentina. La escenografía de casas de campo y parroquia enriquece con creces a la historia, transmitiendo una sensación de calidez fotográfica pero también generando expectativa ante una aparente tranquilidad a punto de ebullición. Diment logra contar una fábula con un surrealismo mágico que varía desde las cintas del reconocido director francés Jean-Pierre Jeunet (Amelié, Delicatessen) tanto en los ambientes cotidianos como la inclusión de un dúo de acordeón y guitarra de taberna, hasta esa miseria guarra del español Alex de la Iglesia (La comunidad, Balada triste de trompeta). Conjuga muy bien esa doble cara de la hipocresía que guardan sus habitantes, resumida en la primera escena, que ya nos arroja a la cara el nudo central del film sin explicación alguna. Esta alteración cronológica se vuelve certera, porque el espectador desea seguir de cerca los orígenes que desembocaron en el grotesco hecho trágico. El eslabón podrido, por tanto, propone dos bloques importantes. El primero de presentación de personajes ultra descriptivo y a veces con ritmo lento para derivar en una segunda parte donde Diment pega un volantazo del drama al puro rape-revenge o venganza al estado puro y violento, que puede ser algo disfrutable para los fanáticos del subgénero mencionado. Sin embargo, por este cambio, la película se desajusta en muchos momentos, provocando desconcierto a lo largo de varias situaciones y hasta incluyendo personajes de relleno al mejor estilo decorativo, como el de Lola Berthet, actriz que ya había trabajado con el director en La memoria del muerto pero que aquí queda reducida a un papel secundario e innecesario. Pese a esto, El eslabón podrido se impone como un exponente decente del género y tal vez sea el puntapié de mejores historias por venir en la carrera del director.
El eslabón podrido is a politically incorrect film, blending horror, drama and black comedy POINTS: 7 Set in an Argentine hamlet in the middle of nowhere, El eslabón podrido (The Rotten Link), directed by Javier Valentín Diment, tells the story of Roberta (Paula Brasca), an attractive young girl who works as a prostitute in the local brothel/bar, Raulo (Luis Ziembrowski), an adult man with moderate mental retardation, and their mom, Ercilia (Marilú Marini), a somewhat senile witch-doctor of sorts who keeps warning her daughter against having sex with every man in town. For if she does, she will be no longer be of any use to the villagers — and that will get her killed. Of course, such a curse is not to be taken lightly, although there’s no proof whatsoever that it could actually happen. Nonetheless, there’s an overall feeling of impending doom in the village since there’s only one man left Roberta hasn’t had sex with. And this one man, Sicilio (Germán de Silva) doesn’t want to be left out. If she doesn’t agree to have sex with him for money — just like she does with all the other patrons of the hamlet’s seedy bar — then he’ll have to force her, because that’s how Sicilio’s sick mind works. Winner of the Audience Award at Sitges and the Best Film Award at Fantaspoa and FANT Bilbao, El eslabón podrido is an improvement over Diment’s previous feature, the uneven yet somewhat inventive horror flick La memoria del muerto, which had some important assets regarding visuals and production design, but was often flawed in the narrative. This time, with El eslabón podrido, the filmmaker doesn’t go for a horror film in strict terms — that is until the very ending when uncontrolled rage gives way to a splendid display of bloody carnage and over-the-top gore, which is very uncommon in local cinema. Stylish and with a heavy dose of dark humour, Diment’s politically incorrect feature first takes a somewhat grotesque edge that turns preposterous at times or downright painfully realistic. There’s also plenty of melodrama, black comedy, sheer drama, horror, and exploitation. For the most part, it all blends in smoothly and doesn’t feel contrived. What I found most attractive is the amusingly impertinent, tongue-in-cheek attitude that makes El eslabón podrido a guilty pleasure. Though slightly uneven in the actor’s performances — some of them are right on cue, such as that of Marilú Marini, Luis Ziembrowski, and Paula Brasca, yet others sometimes seem to inhabit a different movie — with some characters that are not developed at all (e.g. the one played by Lola Berthet) and with a few missteps in keeping a homogeneous tone, Diment’s new opus is still not devoid of formal achievements, starting with its flawless, moody cinematography by Fernando Marticorena, which sets the right atmosphere from the very beginning. Browns, yellows, sepias, and greens make up a textured canvas that creates a mystic all of its own, a bucolic environment that harbours some kinky affairs. The spotless production design is also to be celebrated. With a small budget and few sets and props, Sandra Iurcovich manages to create a village you are surely not familiar with. A hamlet that not only seems the ideal place for secrets and lies, but also for revenge should anyone mess with Ercilia or her offspring. production notes El eslabón podrido (Argentina, 2015). Directed and produced by Valentín Javier Diment. Written by Valentín Javier Diment, Sebastián Cortés, Martín Blousson, with the collaboration of Germán Val. With Luis Ziembrowski, Marilú Marini, Paula Brasca, Germán de Silva, Susana Pampín, Marta Haller, Valentín Javier Diment, Luis Aranosky, Lola Berthet, Sergio Boris. Cinematography: Fernando Marticorena. Art direction: Sandra Iurcovich. Editing: Martín Blousson. Running time: 74 minutes.
En algún lugar recóndito del interior provincial existe un pueblo llamado “El escondido”, rodeado de árboles frondosos, sonidos naturales, caminos de tierra y algunas señas particulares en las que pareciera ser que este sitio quedo detenido en el tiempo. La historia se centra en una familia compuesta por la madre llamada Ercilia (interpretada por una correcta Marilú Marini) que padece problemas de memoria debido a su avanzada edad y, presintiendo que su muerte esta próxima, les aconseja a sus hijos lo que deben hacer cuando ya no este. Es considerada la bruja y curandera del lugar. Sus dos hijos son: un varón -el mayor- Raulo (un destacado Luis Ziembrowski) hachero con capacidades no del todo desarrolladas, a quién acompaños a través del recorrido que hace todas las mañanas para repartir la leña, conociendo de esta forma a los diferentes personajes del pueblo y sus atractivas características. Raulo tiene una hermana menor, Roberta (una sugestiva Paula Brasca), prostituta del pueblo a la que todos desean por ser la más joven del burdel. A la relación de estos hermanos tan intimista y costumbrista, se suman a un cóctel conformado por amores no correspondidos, pasiones desmedidas, violencia sexual, cuerpos en alto voltaje, humor negro y mucha sangre. Factores que terminan desarrollando este cuento. La película, si bien, comienza pausada, es notorio sentir el acompañar a Raulo en su camino. El sonido ambiente nos introduce en ese bosque desolado, intrigante y tétrico. La película va subiendo de tono cuando llega la noche y vemos a Roberta en acción, junto a ella las personas que saludan tan amablemente durante el día a Raulo, cambian totalmente dando lugar al morbo y a lo más bizarro de sus emociones. Esta es la segunda película de ficción que dirige Valentín Javier Diment, antes había realizado La memoria del muerto en 2012 y el documental Parapolicial negro en 2010. El director no escatima en contar lo que quiere y mostrarlo como realmente es: desnudo o mutilado como sea necesario. Un cine de género que nos lleva a suponer otras realidades, salir del prototipo de lo normal, corrernos de ese mundo urbano que vivimos a diario.Turbulenta película que muestra el costado sombrío de los humanos. Por Mariana Ruiz @mariana_fruiz
Un pequeño relato que gana en suspenso a medida que avanza la narración es “El eslabón Perdido” (Argentina, 2015) de Valentín Javier Diment (“Parapolicial negro,apuntes para una prehistoria de la triple A”, “La memoria del muerto”, “El sistema Gorevisión”), que además se anima a jugar con varios géneros con una fuerte impronta anclada en la tradición de filmes rurales. En esa impronta, que recupera el campo y lo rural como espacio para desarrollar el relato, Diment imaginó un pequeño pueblo aislado del mundo llamado “El escondido” en el que una mujer será el objeto de deseo y de contienda de todos. A partir del derrotero de ésta (Paula Brasca), su hermano (Luis Ziembrowski) y su madre (Marilú Marini) sacan partido de la belleza única que posee y la obligan a prostituirse en el único aguantadero del lugar, no sin antes advertirle la importancia de evitar estar con “todos” los hombres del pueblo, ya que, de pasar esto, una siniestra maldición ancestral recaería sobre ella. Cuidándose, y tratando de evitar que la amenaza se cumpla, cuando no está con los hombres, obligada, muy a su pesar, la joven atiende a su madre, quien en un estado senil se comporta de una manera irregular, exigiendo y pidiendo atención, ayudando y colaborando para que ella y Raulo (Ziembrowski), tengan un futuro mejor, a pesar de las pocas posibilidades. Pero en “El Escondido” se cumple esto de “pueblo chico, infierno grande” y a la corrupción de las autoridades policiales, se les suma la Iglesia, con un padre poco adepto a los usos habituales del hábito, aprovechando cada oportunidad que tiene para dejar en mala posición a la institución. “El eslabón podrido” además de ser leída en clave de relato sobre mitos rurales, con figuras arquetípicas y estereotipos, explora el deterioro de las clases, con su arraigada necesidad de hablar sobre lo “podrido” de la sociedad, sobre sus miedos, sus incertidumbre y su corto horizonte de expectativas ante la decadencia de los vínculos. Si la joven bella es el futuro, claramente Diment la ubicará en una posición secundaria frente al pueblo, el que se mueve de manera rutinaria, con el rumor como manera de generar sentido a sus pobres vidas. Y si la joven es tocada por la maldición de “El escondido”, entonces el apocalipsis llegará al lugar, envestido no en una fuerza divina, sino en el cuerpo de Raulo, ese hombre con algunos problemas mentales que sólo quiere saber el porqué del siniestro plan que se desató sobre su hermana y quién lo hizo. “El eslabón Perdido” es una lograda muestra de un cine que apela a recursos de género pero que termina por construir un relato original recuperando parte de la literatura fantástica, aquella que bucea en temores y suposiciones ajenas para determinar el destino de una mujer a fuego tan sólo por ser bella.
Pueblo chico infierno grande, reza el famoso refrán; y sí que El Escondido es un verdadero polvorín a punto de convertirse en infierno. El director Valentín Javier Diment, con una interesante trayectoria en el cine de género; recorre en El Eslabón podrido una gran película de género que, como los buenos platos, se cuece lento hasta que en su punto justo quede con un sabor delicioso. El Escondido es un típico pueblito del interior del país, muy pocos habitantes, todos se conocen entre sí, se maneja una tónica particular. La primera escena, a modo de flashforward ya nos adelanta que algo malo va a pasar. En ese pueblo vive Ercilla (la enorme Marilú Marini), una anciana curandera, con sus dos hijos, Roberta (Paula Brasca) y Raulo (Luís Ziembrowski). Ercilla posee un grado avanzado de senilidad, se pierde en su mente, se olvida quién es y cree ser una niña; pero los rencores no se olvidan. Roberta, es la prostituta más solicitada del prostíbulo que parece ser el corazón del pueblo, hay que mantener a la familia. Por su parte, Raulo tiene capacidades mentales reducidas, es retraído, callado; lo usan para los mandados de todos, lo tratan como si no se diera cuenta, pero él observa. Sobre esta mecánica de pueblo gira el eje de El Eslabón Podrido. Un pueblo con secretos e hipocresías, falsas cordialidades, en donde algunos dicen tener morales altas de la boca para afuera. Pero hay algo más, en su demencia premonitoria, Ercilla le advierte a Roberta que si se acuesta con todos los hombres del pueblo va a morir, como una maldición, o porque ya no les va a ser útil. El guion de Martín Blousson, Sebastián Cortés, Germán Val, y el propio Diment pone su ojo sobre los personajes. Cada habitante de El escondido tiene sus características, y se les resalta su negritud, el desprecio natural que generan. Hombres y mujeres, jóvenes y mayores, todos tienen algo que los hace pertenecer a ese infierno. Sin necesidad de jugar todas sus cartas en la primera mano, se nos ofrece una comedia incómoda, negrísima, llena de puteadas y localismos, nuestra como el pan con mate cocido. La risa que emana en cada escena es natural sin recurrir al gag o al golpe de efecto, como un grotesco delicado lleno de matices y detalles. Es en ese juego de contrastes en donde las interpretaciones juegan un rol fundamental, y el elenco, con varias figuras conocidas (podríamos nombrar además de los mencionados a Lola Berthet, Sergio Boris, Susana Pampín, Germán Da Silva, Marta Haller, Luís Aranosky, y hasta el propio Diment) halla un tono exacto en el conjunto, haciendo creíble la familiaridad y los rencores que se tienen entre sí. Cada uno aprovecha su momento para otorgar diálogos punzantes y no lucir exagerados, aunque sus personajes los lleven al límite. La fotografía a cargo de Fernando Marticorena se complementa con la música de Sebastián Diaz para envolver el ambiente negro y extraño y sacar el mejor provecho de las locaciones. Todo esto, personajes, clima e imágenes en un combo que el director sabe articular a la perfección para mantener el interés y dejarnos expectantes aguardando el cero de la bomba. Diment sabe de cine de género, la peleó desde abajo con el documental ficcionado Parapolicial Negro y el exponente de terror puro La memoria del muerto, y hasta documentó la pulsión por el cine a pulmón en la excelente El sistema Gorevision. Esa mano para aprovechar los recursos se nota en El Eslabón Podrido en donde cada detalle cuenta y en donde cada locación pareciera más inmensa de lo que es. El guion, en el que se nota la mano fuerte del director y sus orígenes, abraza la esencia del cine estilo clase B y en él se hace fuerte, con variantes para que nadie salga defraudado. Todo es un goce, desde poder ver la minuciosa interpretación de esa brillante actriz que es Marilú Marini, hasta los aplausos que arrastra Luis Ziembrowski con su Raulo in crescendo. Los amantes del cine de género más puro puede que se hallen algo desorientados en el primer tramo del film, mientras todo va tomando forma, cuando los silencios, el sonido ambiente y el clima íntimo toma la escena para que comprendamos cada una de las actitudes. Pero ellos también tendrán su recompensa, y con creces, a modo de una fiesta que no van a olvidar. Diment crea mucho más que un entretenimiento para los amantes del género, ofrece un film molesto, sucio, y con interesantes sub lecturas. También subvierte los hechos y entrega lo que puede ser el inicio de algo mucho más extenso, ojalá que de eso se trate. El Eslabón Podrido es otro ladrillo más en la construcción de un cine de género con raigambre nacional. Pero no es cualquier ladrillo, es de esos que sirven de pilar poderoso en la construcción de algo que puede ser gigante. Depende de los espectadores que así sea; es un proyecto que bien vale acompañar y aplaudir con convicción como uno de los mejores films nacionales del año.
Al referirse a cómo surgió la idea de realizar “El eslabón podrido” Javier Diment (guionista, productor, actor y director) dijo: “un amigo que acababa de regresar de visitar Córdoba me hablo de un pequeño pueblo del interior de la provincia que sería ideal para una película de terror. Como el cine de género me llama la atención, la historia para la película comenzó a girar, pero varias veces fue dejado de lado por realizar otras producciones, en el 2010 el documental “Parapolicial negro” y en el 2012 el de ficción “La memoria del muerto”, hasta que finalmente se concretó el guión. La idea era filmar en el pueblo que la inspiro, pero el presupuesto se elevaba mucho, por lo que buscamos locaciones en la provincia de Buenos Aires, y las encontramos” A partir de allí se iría perfilando lo que finalmente iba a constituir la sinopsis del proyecto. En un pueblo, El Escondido, con no más de veinte vecinos, un prostíbulo, una iglesia, y algunas casas de campo, rodeados de árboles frondosos, caminos de tierra, con bueno senderos, y sonidos naturales, diríamos un lugar detenido en el tiempo y casi olvidado, viven Ercila (Marilú Marini), mujer de avanzada edad, medio bruja, que siente próxima su muerte. Comparte sus días con su hijo mayor, Raulo (Luis Ziembroski), hachero y vendedor de madera, de lento pensar; y su hermana menor Roberta (Paula Brasca), la prostituta del pueblo deseada por todos. Ellos se cuidan y se quieren, pero ante la sensación que tiene Ercilia de la proximidad de su muerte, le insiste a Roberta con una amenaza: si llega a tener relaciones sexuales con todos los hombres del pueblo, el pueblo la desechará, la descartará, y ella morirá. Sólo queda un hombre en el pueblo con quien no tuvo relaciones, Sicilio, el marido de la otra prostituta, el que está enamoradísimo de ella. Si su esposa se entera de que estuvo con ella no dudaría en asesinarlo. La realización en su inicio es lenta, descriptiva del lugar con bellas imágenes de la naturaleza para, a medida que avanza el día, ir conociendo la doble cara del pueblo, con amores no correspondidos, pasiones desbocadas, incluida la violencia sexual, que el director no escatima en mostrar, y Paula Brasca en ponerle voltaje, revelando el verdadero espíritu del pueblo. Los personajes que animan las acciones están bien logrados, sobresaliendo el trabajo de: Marilú Marini, excelente en la caracterización de Ercila, a la par de ella Luis Ziembroski, al que ya habría que considerar como el actor fetiche de Diment, pues ha colaborado en sus tres films, quien con la caracterización de Raulo en Hollywood podría aspirar a algunas nominaciones, sin descontar la posibilidad de lograr premiaciones, La fotografía es buena, logrando bellas imágenes durante el día, y con la llegada de la noche van respondiendo a lo bizarro y morboso de la narración. En suma, una película de género que dibuja en un microcosmo el costado oscuro y sombrío que podemos tener los seres humano.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
El cine de género y la critica social confluyen en El Eslabón Podrido, protagonizada por Luis Ziembrowski y con dirección de Valentin Javier Diment. Manteniendo las buenas costumbres A la remota locación de El Escondido no le falta ninguna de las típicas características de los pueblos del interior argentino: campo, fauna, folklore, pulperias, religión, zoofilia, incesto, infanticidio, etc….Ah, sí, me olvidé de mencionarlo, esta pequeña y pintoresca localidad tiene una pasión particular por las perversiones. Sino como olvidar a tan bellos personajes como Roberta (Paula Brasca), la joven prostituta del pueblo lista para satisfacer cualquiera sea su deseo sexual; o a su hermano Raulo (Luis Ziembrowski), el perturbado leñador del pueblo y su particular afición a las hachas. Claro, que nada sería lo mismo sin Ercilia (Marilú Marini), la senil matriarca de esta hermosa familia que nos bendice con sus desnudos no tan sugerentes y sus escupitajos de ácido. Luego, están los demás personajes secundarios que no por secundarios son menos coloridos. Como la madama de una pulpería abocada al alimento de sus cerditos y algunos otros muchachos interesados en explorar nuevas experiencias con otros mamíferos. Valentin Javier Diment es un cineasta con un interesante bagaje laboral en lo referente al cine de género. De su autoría podemos mencionar el guión adaptado del western Aballay, su participación en el explotation Diablo o el documental sobre una inefable productora argentina: El Sistema Gorevisión – Cine Z, Micropolítica y Rocanrol. Con El Eslabón Podrido, Diment vuelca buena parte de su conocimiento sobre el género de terror – con pequeños guiños al slasher, a Wes Craven y a Tobe Hooper – pero agrega una importante pizca de drama atmosférico, sátira y crítica social. A diferencia de su nombre, “El Escondido” no es un pueblo que se ocupa de esconder sus miserias, las mismas conviven con naturalidad en la misma superficie donde se pueden observar las tradicionales costumbres del argentino medio. El pueblo de los malditos Cuando uno mira El Eslabón Podrido puede pensar por unos breves minutos que se trata de otro solemne film contemplativo del cine independiente nacional. Pero basta con observar los primeros eventos de la trama para asombrarse con su humor retorcido y efectos especiales prácticos. La dualidad entre la perversión y la moralidad de las costumbres no se queda en el guión sino en su fotografía sombreada y sus planos deformantes que resaltan el grotesco de los personajes. Las actuaciones tampoco se quedan atrás con un Ziembrowski perfecto y la destacable actuación de Paula Brasca, acaso la mujer más vulnerable de este pequeño universo. Cada acción que presenta Diment está justificada por un desarrollo impecable y a la vez sutil de la psíquis de los personajes. Cada uno de ellos se encuentra conectado por el espíritu de la colmena y cada acción grupal tiene su consecuencia en lo individual y viceversa. Por más extravagantes que aparenten algunos hechos, ninguno es descabellado y se construyen a partir de una fuerte estructura filosófica. Conclusión El Eslabón Podrido no tiene miedo en ahondar con inteligencia e impacto en la hipocresía de la moral en sociedades conservadores. Cine de género, humor ácido y drama psicosocial que terminan de redondear un pequeño gran film.
Pueblo chico, infierno grande". Frase más que trillada si las hay, pero afortunadamente las historias que pueden enmarcarse en ella son prácticamente infinitas. El Eslabón Podrido, de Valentín Javier Diment (La Memoria del Muerto; El Sistema Gorevisión) se presenta como uno de los exponentes locales más logrados sobre esa premisa. En un pequeño pueblo conviven unos pocos habitantes, con funciones muy específicas: está Ercillia, la curandera (Marilú Marini), madre de Roberta; la prostituta (Paula Brasca); el tonto del pueblo, Raulo (interpretado por Luis Ziembrowski); el cura (en la piel del propio Diment); los dueños de la cantina; una pareja de ancianos; etc. Mediante acciones al principio banales, cotidianas (la historia tiene giros, pero ésta es una de esas películas que mejor no mencionar nada sobre la trama), se van construyendo fuertes relaciones entre todos los personajes, donde lo no dicho y lo oculto tienen un peso muy grande. A través de la conveniencia de aceptar estos silencios y de ocultar deseos e intenciones, se van dibujando diferentes climas tensos, espesos, macabros, cargados de un sexo siempre latente que inquieta, intimida, incomoda. El primer gran acierto del universo construido en la cinta es que este pueblo no presenta ubicaciones espacio temporales precisas: como no sabemos dónde queda ni en qué época exacta estamos, no hay elementos que nos distraigan de esas relaciones humanas donde verdaderamente hay que poner el foco de atención. Lo que podría tener de pintoresco este costumbrismo rural desaparece en detrimento de lo sórdido y lo retorcido: todos los elementos juegan en favor de ello. Son destacables el arte, el vestuario y, sobre todo, las actuaciones. Con una impecable interpretación de Ziembrowski a la cabeza, nadie desentona: todos los pequeños gestos son pequeños, las sutilezas son sutiles; cada uno de los actores ha comprendido tanto su personaje como el código general de la cinta y es uno de los principales motivos por el cual el clima no presenta fisuras. Como en esas películas de terror donde el niño inocente es lo más aterrador, el personaje de Raulo, con su retraso mental, su presencia, su transitar, es quien personifica el peligro latente, la bomba a punto de estallar. Y cada intérprete, a su vez, le sabe imprimir a su personaje una impronta personal que los aleja de estereotipos y los convierte en seres tan reales como misteriosos. La cinta genera la sensación de estar asistiendo al origen de una fábula, a una suerte de leyenda urbana relacionada con la sexualidad, con la moral, principalmente en boca de Ercilia, quien le advierte a Roberta que en el momento de tener sexo con el último habitante del pueblo, morirá. Y que eso suceda o no pone en el tapete la decisión como mujer de poder elegir con quien acostarse, a pesar de ejercer la prostitución. La película desembarcó hace poco en salas comerciales, pero supo tener una excelente trayectoria festivalera: se llevó el premio del público en Sitges y pasó por Fantaspoa, Mórbido Fest e incluso el Blood Windows de Cannes, entre otros. El titulo da lugar a múltiples interpretaciones: "El Eslabón Podrido" pueden ser Raulo y sus deficiencias. O puede ser Roberta, con su belleza y su sexualidad. O incluso, a modo más universal, lo potencial que escondemos dentro de cada uno de nosotros puede ser un eslabón podrido que, si estalla, fractura una cadena de convenciones, de silencios y de conveniencias en la falsa armonía dentro de la cual vivimos. VEREDICTO: 8.00 - PERTURBADORA El Eslabón Podrido no es una película para cualquiera. Hay que saber aguantar la tensión y la incomodidad que transmite, pero por otro lado, su principal virtud es saber, justamente, cómo generarlas.
Hasta hace unos pocos años el cine argentino le escapaba a lo bizarro y lo freak como a la peste. Sin embargo, el avance de las producciones independientes y el abordaje de las generaciones que hicieron del cine de género un espacio intenso para el fílmico local, impulsaron a que hoy pueda estrenarse una producción que juega sus fichas en el terreno de lo que se cuenta y, sobre todo, del cómo se lo hace. Porque El eslabón podrido hace celuloide patrio el costado gore, con una pata en el absurdo y otra en el barro de las B movies. La trama nos muestra un grupo familiar shockeado por los mandatos de una madre nefasta (bestial Marilú Marini) que le indica a su hija prostituta que si tiene sexo con todos los hombres del pueblo (algo en lo que la joven va en camino), la van a descartar y a matar. La locura del planteo, sumado al retraso mental del hijo mayor de la familia (Luis Ziembrowski) empecinado en vengar el honor de su hermana, transforma la convivencia en la pequeña localidad provincial de 50 viviendas en un infierno sin escape. El relato hace carne aquello de golpear primero para hacerlo dos veces y apela a un flashfoward salvaje en medio de una inhumación. Y lo que sigue es la caída libre a través de un tobogán de situaciones ahogadas en sangre, atravesadas por un mix de temores, dolor y salvajismo pueblerino que poco tiene que envidiarle al costado más brutal de Horacio Quiroga o, incluso, a las pesadillas setentistas de la masacre en Texas de Tobe Hooper. Lo de Ziembrowski descollando con su personaje de border terminal no es sorpresa, pero la conjunción con Marilú Marini logra una química irresistible que admiraría la dupla Messi-Iniesta en su mejor tarde con el Barcelona. Por su parte, el director Valentín Javier Diment expone en el metraje sus influencias y su respeto por los vericuetos del cine de género (sus trabajos más recientes son la elogiada La memoria del muerto y el documental sobre la productora Z Gorevision) y transforma a este nuevo opus en una apuesta con destino de culto.
"¿Son humanas?", pregunta Raulo en un momento de la película. Y nos reímos por lo que implica la pregunta. En este pueblo, nadie parece humano pero todos lo son y sufrirán por ello. El filme, planteado en código de sátira, busca burlarse de las costumbres de esta pequeña villa donde la rutina no pasa de repartir leña, comer, bañarse, beber en el bar y recibir los placeres sexuales de Roberta, hermana de Raulo. Estos son seres humanos en sus necesidades más primitivas y es la visión de Diment, respaldada por las actuaciones y los aspectos técnicos, la que indaga en las complejidades de tales necesidades. Pero el humor pronto se deja a un lado o lo continúa en un tono muy sutil y la película toma la ruta del drama. Se compadece de los entuertos de Raulo y Roberta antes de que se desate el toque final y macabro. Es aquí donde uno se pregunta cuál es el eslabón podrido: ¿el que termina soltando el cartel, esta familia o todo el pueblo? Hay tres maneras de responder a esa pregunta y todas son válidas. Bastaría razonar que el eslabón podrido es el humano, pero esto sería tomarse demasiado en serio la trama. Durante toda la película, destacan la música sencilla, vestuarios detallados y la fotografía opaca. La música de acordeón y guitarra de Sebastián Díaz dan personalidad a esta historia pueblerina con toques de humor. La fotografía de Fernando Marticorena destaca los cielos y los árboles como si fueran los únicos testigos de este descenso por la locura de esta familia. Y los vestuarios coloridos resaltan cada personaje ahondando un poco en lo que los distingue a cada uno. Es en la edición donde el ritmo se debilita un poco porque, a pesar de su breve duración, hay escenas que se extienden y se vuelven reiterativas como las tomas finales de los asesinatos. Reciente ganadora de Mejor Película (Competencia Iberoamericana) y Mejor Actor para Luis Ziembrowski en el Fantaspoa (Festival de Cine de Género en Porto Alegre), otro fuerte de ella son sus actuaciones por más que puedan ser vistas como excesivas. Marilu Marini interpreta a Ercilia, la madre bruja y psicótica, con fiereza. Ziembrowski sigue los pasos de su personaje con el mismo detenimiento para su inocencia y malicia. Su aparente tranquilidad asoma sus inquietudes también. Así, todo el elenco enlaza esta película de "pueblo chico, infierno grande" que logra varias risas pero lo que más tiene es sangre, el equilibrio que pocas películas de terror alcanzan.