Hacía tiempo que no veía a Michael Douglas interpretar un personaje que me llamara la atención. Douglas es un actor que siempre me gustó, sobre todo en su mejor época de los 80 y 90 con films como "Fatal Attraction", "Black Rain", "Falling Down", "The Game" y la mejor, "Wall Street" (pronto se estrenará una continuación con Douglas retomando el genial personaje de Gordon Gekko). En los últimos diez años, su carrera estuvo marcada por flojos trabajos en films como "The In-Laws", "Ghosts of Girlfriends Past", "Beyond a Reasonable Doubt", "You, Me and Dupree" y "The Sentinel". En este tiempo, sólo se destacaron sus actuaciones en "Wonder Boys" y "King of California", interpretando a dos hombres que atraviesan etapas difíciles en sus vidas, al igual que le ocurre a su personaje Ben Kalmen en "Solitary Man". Ben Kalmen es un hombre divorciado, egoísta e irresponsable. Alguna vez exitoso, hoy está quebrado y desocupado. Es un seductor y mujeriego al que sólo le interesa conquistar chicas jóvenes. Ben no está pasando un buen momento, pero no tiene pensado cambiar. A Michael Douglas le encaja perfecto este personaje y se luce en una actuación formidable de un hombre carismático y autodestructivo al que resulta difícil odiar. El guión, escrito por uno de los guionistas de "Rounders" y "Ocean´s Thirteen", se destaca más por sus personajes y diálogos que por la historia que pretende contar. Aquí lo interesante es Ben Kalmen y su relación con la gente que lo rodea. Una novia adinerada (Mary-Louise Parker) a la que engaña con su hija adolescente, una hija casada (Jenna Fischer) que intenta que él cambie, una ex-esposa (Susan Sarandon) con la que mantiene una buena relación a pesar de haberle sido infiel, un estudiante (Jesse Eisenberg) que lo admira y escucha sus consejos sobre mujeres, y un amigo del colegio (Danny DeVito) con el que se reencuentra después de 30 años. Los mejores momentos aparecen en las charlas entre Ben y estos personajes, los cuales están acompañados por buenas actuaciones secundarias. Es una película que tiene eso, buenos momentos. Estos, sumados a la interpretación de M.Douglas, alcanzan.
Si bien es interesante ver y entender por qué un hombre puede llegar a hacer cambios importantes en su vida, la película completa gira alrededor de esto, por lo tanto llega un momento en que se empieza a poner...
Es frecuente ver en cartelera films que insisten en contratar a estrellas en picada de Hollywood, de aquellas cuyos últimos proyectos han sido fracasos y jamás han podido repuntar de ahí en adelante, estrellas que tal vez se hayan tomado un tiempo para abandonar momentáneamente su carrera y realizar una gran vuelta, u otros que simplemente terminaron eligiendo los proyectos que les llenen sus billeteras sin darle mucha importancia guiones, trabajos por amiguismo, una especie de continuidad como para poder seguir solventando sus costosos modos de vida. Ahora, Michael Douglas ¿en cual de estos ejemplos encuadra? Creo que en ninguno. Fuera de ser hijo de Kirk, otro gran actor legendario, Michael comenzó su carrera actoral a los 25 y con tan sólo 31 años produjo un film extraordinario, aquel que su padre habría interpretado en tablas, bajo la dirección de una de las personas cuyo porcentaje de excelencia respecto de sus films (no recuerdo tan alto con director alguno), Milos Forman, el film: Atrapado sin Salida. Actoralmente, Michael fue apadrinado por otra leyenda hollywoodense, Karl Malden, con quien compartiera protagónico en la serie Las Calles de San Francisco. Eternamente agradecido, su carrera no pudo tomar otro rumbo más que el de crecer, como actor y productor (El Sindrome de China, Tras la Esmeralda Perdida y su continuación La Joya del Nilo, Starman, Línea Mortal y la próxima Wall Street2), su visión no era acotada. A mediados de los 80’s, Michael se convirtió en un ícono actoral no sólo por sus cualidades sino que se impuso, como una moda, en materia de thrillers que lo tenían involucrado en roles que contaban con un no menor tenor sexual, Atracción Fatal, por esos años, asustó a aquellos hombres que engañaban a sus esposas. Por interpretar al codicioso Gordon Gekko de Wall Street, el actor se alzó con un Oscar. Junto a su amigo de por vida, el actor Danny DeVito, quien tuvo un rol en Atrapado sin Salida, incursionó en diversas aventuras/comedias, la más destacada, La Guerra de los Roses, segundo film dirigido por DeVito. Con Bajos Instintos logró su momento cumbre como icono actoral-sexual, junto a Sharon Stone, se sacaron chispas. Y luego, llegó a otra cumbre, cual fuera su mejor trabajo actoral hasta el momento, un film que no funcionó comercialmente, pasó desapercibido y es de aquellos que dan lástima por el reconocimiento que debería haber tenido, Wonder Boys, quizas su título en inglés no ayudó, aquí se la tituló como Un Fin de Semana de Locos. En El Hombre Solitario, Michael logra su segunda mejor actuación, vence los tapujos de ser presentado solamente como un “ganador”, por más que el film se detenga en el primer cuarto a mostrárnos su faceta de caballero sesentón, irresistible y convincente en el arte de conquistar mujeres, camino por el cual bien podría haber seguido transitando el film, los siguientes tres cuartos son aquellos donde radica toda la afinididad y agudeza que los directores (Koppelman y Levien) quisieron proveer. Ben (Michael Douglas) no es más que un perdedor, ha perdido su hilo de conección con la vida, con el crecimiento, las oportunidades han pasado por sus ojos, y éste, no decidió más que dejarlas pasar. Su “Gran Buffalo Blanco” como destacaban en la reciente estrenada Un Loco Viaje al Pasado (Hot Tube Time Machine), haciendo referencia a aquella mujer que valía la pena y se nos ha escapado, en ésta caso ha sido Nancy (Susan Sarandon). Su hija, a quien le pide no lo llame “papá” en público, menos aún a su nieto decirle “abuelo”, es quien le brinda sustento económico, moral hasta el cansancio. El punto de quiebre donde pesa más el desgaste que el cariño. A su vez, en su carrera de ganador empedernido sin límites, emprende un viaje con motivo de realizar una recomendación universitaria para la hija de su actual y adinerada novia (Mary Louise Parker), allí conoce a Daniel (el creciente Jesse Eisenbeg), a quien como consejero de “levante”, fanfarronéa con sus tips y consejos. A Ben se la va la vida, es un hombre solitario, todas aquellas personas a las que se acercó, su familia, amigos, le terminan dando la espalda. Es allí donde el film rota, decide desarrollar al “ganador” en su “pérdida”, tarea mucho más rica. De Vito, su gran amigo, tambien en el film, interpreta a uno de los secundarios dentro de los cuales tambien se destacan Jenna Fischer, Imogen Poots y para tener en cuenta ya hace un tiempo, Olivia Thirlby (excelente en El Secreto y una participación destacada en un corto de New York, I Love You). A Michael pronto pueden verlo en Wall Street 2: El Dinero Nunca Duerme, aquí pueden leer una crítica del film en su reciente exhibición en el Festival de Cannes, fuera de competencia.
Como interpretar a un playboy y no aburrir en el intento. Hace un par de semanas comentábamos, como Adrián Suar había desaprovechado la oportunidad de interpretar a un personaje interesante, un playboy que no se anima a admitir su edad, y cómo ante el hecho de descubrir que tiene una hija y va a ser abuelo termina por reevaluar su calidad de vida. Pero el actor, llenó al personaje de detalles superficiales, histrionismo, absurdo y artificialismo. O sea, hizo una caricatura, una publicidad de cartón con un personaje que merecía más suerte. Tampoco ayudaba el guión vale aclararlo. En la crítica de Igualita a Mí, también decíamos que su personaje era similar al que interpretaba Michael Douglas en El Hombre Solitario. Pero hay dos notables diferencias entre la obra de Kaplan y de la dupla Koppelman/Levien. En primer lugar, en vez de divagar en subtramas que nunca lograban profundizarse, el film estadounidense realiza un verdadero estudio sobre las consecuencias que genera en su contexto y por lo tanto en su relación con las personas, esta “adicción” a tener relaciones sexuales efímeras con mujeres de 20 años. Por otro lado, y más fundamental acaso, que el actor elegido para encarnar el rol protagónico nació para interpretar este personaje… O mejor dicho Ben Kalmen nació para Michael Douglas. En uno de esos roles que derivan en la posibilidad que un actor veterano, consumado, logre resarcir de las cenizas y volver al primer plano, coincido con varios colegas de tierras norteamericanas que la interpretación de Douglas bien podría ser merecedora de un Oscar, estatuilla a la que aspiran todos los actores estadounidenses. Douglas ya se llevó gracias a Wall Street en 1987. Durante la década del ’90, su carrera fluctuó entre trabajos interesantes (Bajos Instintos, Acoso Sexual) hasta algunos mediocres. En el año 2000 reapareció con dos trabajos interesantes: Traffic (dirigida por Soderbergh, productor de El Hombre…) y Un Fin de Semana de Locos (Wonderboys),una de las mejores actuaciones de su carrera, injustamente olvidado por la Academia. No sería alejado decir, que en El Hombre Solitario hace su mejor interpretación desde entonces. Kalmen es un chanta, un mujeriego al que nunca le faltan chamuyos para seducir mujeres al menos 20 años más jóvenes que él, pero esto que podría derivar en una comedia se convierte en un drama, cuando se vayan desencadenando una serie de eventos que provoquen que Kalmen, se conviertan en un solitario por culpa de sus actos. Kalmen salta de una mujer a otra, perdiendo la confianza de su esposa, su ex y su hija, para terminar dando consejos a un joven universitario (Jesse Eisenberg, a esta altura encasillado como el adolescente “virgen” del nuevo cine estadounidense) y suplicando a un amigo que no veía hace 35 años que lo vuelva a aceptar (Danny DeVito, en un rol que parece que no le demandó mucho trabajo: es amigo de Douglas hace más de 40 años). Koppelman y Levien (directores de Golpeando las Puertas del Cielo, y guionistas de Confesiones de una Prostituta de Lujo) logran los mejores momentos cinematográficos cuando muestran a nuestro antihéroe solo, miserables, patético. El tono de la película es distante pero certero: los directores no se burlan de su Quijote que lucha contra el paso del tiempo. Sienten lastima, pero no lo llevan a extremos absurdos y tampoco lo usan como arma moralista y demagógica para crear un melodrama. El ojo de los directores encuentra un tono equilibrado entre el humor y lo sentimental, convirtiendo en humana a su creación, no generando una simpatía inmediata, aunque a fin de cuentas, Ben Kalmen resulta siendo querible. Y es ahí donde Douglas apuesta por un naturalismo y gracia que le eran ajenos desde hace tiempo. ¿Dónde empieza el personaje y donde el actor? A diferencia de Jeff Bridges en Loco Corazón que creaba un personaje marginal, de esos que les gusta premiar a los estadounidenses (no critico su cualidad actoral, la cual es soberbia), este personaje es como el de El Luchador con Mickey Rourke. Es imposible decir que hay otro actor capaz de interpretarlo. El guión de Koppelman no intenta evitar algunos lugares comunes y transita un camino previsible. Sin embargo esto no molesta, porque los giros argumentales no resultan forzosos. La calma y seguridad que dominan al personaje, también se demuestra detrás de cámara. Lo mejor que se puede decir de El Hombre Solitario es que nos regresa a un actor que habíamos perdido hace tiempo en comedias y thrillers mediocres, con interpretaciones caricaturescas y sobreactuadas. Un actor que heredó el carácter de su padre (el gran Kirk, que hubiese sido el intérprete ideal para este film, si se hubiese hace 40 años), su templanza y seguridad. Que sabe que no es un galancito, que acepta la edad que tiene y todavía logra sorprendernos de vez en cuando. Como sucede con el personaje de Ben Kalmen. Y si al terminar la función, se quedaron con ganas de ver más de Michael Douglas, en un mes, vuelve Gordon Gekko.
Un eterno seductor Luego de su participación en la floja Los fantasmas de mi ex, Michael Douglas reaparece en esta comedia romántica secundado por un buen elenco pero desperdiciado en una trama que aporta más diálogos que emoción. El intérprete de Bajos instintos encarna a Ben, un cincuentón, ex dueño de una empresa automotriz cuya vida comienza a derrumbarse cuando pone en marcha un romance. Seductor de veinteañeras hasta la muerte, Ben conoce a la hija de un poderoso hombre de la industria mientras se reencuentra con su ex-esposa (una desaprovechada Susan Sarandon); su hija (Jenna Fischer); su amigo (Danny De Vito) y un adolescente (el ascendente Jesse Eisenberg) que seguirá sus pasos. La película intenta aproximarse, sin demasiado interés, al universo de este hombre que pierde una segunda oportunidad para poder reestablecerse en su vida económica (le pide constantemente dinero a su hija) y afectiva. Su relación con las mujeres es compleja y, más si en su campo de acción, desfilan curvilíneas jovencitas. Brian Koppelman y David Levien dirigieron juntos Hijos de la Mafia, pero esta película se queda a mitad de camino y la breve escena final que tiene lugar en un banco de plaza, junto a su ex mujer, tampoco logra levantar el nivel de la propuesta.
El (bienvenido) regreso de la vieja guardia No estoy seguro de que El hombre solitario sea una GRAN película, pero sí lo estoy de que es una muy noble y disfrutable, concebida por un sólido guionista y co-director como Koppelman. De todas maneras, más allá de los no menores méritos del film (el principal es hacer creíble y emotiva una historia que daba para el clisé y el ridículo), el mayor placer personal que me regaló este film fue el de ver brillar a esa "vieja guardia" integrada por el trío Michael Douglas-Susan Sarandon-Danny De Vito al nivel de las mejores obras de los '80 con las que crecí como espectador. Y, aunque aquí no esté del todo aprovechado. también aparece Jesse Eisenberg, la revelación de Adventureland, un verano memorable, Tierra de zombies y protagonista de la inminente Red Social. En tiempos de "dictadura" adolescente/juvenil en que los actores veteranos suelen quedar confinados a papeles secundarios de escaso desarrollo y relieve, es para reivindicar una historia que apuesta por describir sin tapujos ni prejuicios las miserias, traumas, miedos, sensaciones y deseos de los sexagenarios (Douglas y De Vito tienen 65 y Sarandon, 63). Film que me hizo recordar en varios pasajes a la muy estimable Fin de semana de locos (Wonder Boys), de Curtis Hanson, este segundo largometraje del dúo Koppelman-Levien después de Hijos de la mafia / Knockaround Guys (2001) describe las desventuras de Ben Kalmen (Douglas), un otrora exitoso dueño de concesionaras automotrices y estrella mediática gracias a unos famosos infomerciales que se sumerge en una decadencia afectiva, laboral, financiera y moral que parece no tener fondo. Mientras se dedica a seducir jovencitas (le gana en ese rubro hasta al Adrián Suar de Igualita a mí) y a herir a sus seres queridos (o que lo quieren), este perfecto antihéroe -mujeriego incorregible, empresario inescrupuloso, mentiroso compulsivo, cultor del más ponzoñoso de los cinismos- termina acompañando a su hijastra a un college donde -claro- se meterá en más y más problemas. Sus únicos contactos con cierta realidad y humanidad (estamos ante un auténtico negador/fabulador) serán con un viejo amigo al que reencuentra luego de muchos años (De Vito), con su querible y leal ex esposa (Sarandon) y con un inocente estudiante (Eisenberg). Más allá del impecable engranaje creado por Koppelman (un irregular guionista al servicio de la industra con títulos como Ahora son 13, Apuesta final, Con la frente en alto y Tribunal en fuga), la película es la performance de Douglas, un intérprete que en ciertas películas parece demasiado afecto al tic y a la sobreactuación, pero que aquí no da ni una sola nota en falso (es, sin dudas, uno de los mejores trabajos de su carrera). Un hombre solitario -que arranca nada menos que con la voz del enorme Johnny Cash cantando el tema homónimo- logra que amemos y odiemos, que suframos y nos riamos, que nos identifiquemos y nos compadezcamos de Ben Kalmen. No muchas películas consiguen que pasemos por tantos (y tan diversos) estados de ánimo. Bienvenido, pues, este regreso de la querida "vieja guardia" en esta, una de las verdaderas sorpresas de la temporada.
Bastardo sin Gloria Un hombre solitario (Solitary Man, 2009) está sostenido principalmente por la caracterización que realiza Michael Douglas de este sujeto particular que no acepta el paso del tiempo. La clave, entonces, es enfocarse en su protagonista. Sus dos directores, Brian Koppelman y David Levien, conciben así un film de cierto intimismo tragicómico con sólo algunos toques de producto hollywoodense, y con participaciones de calidad como la de Susan Sarandon y Dany DeVito en roles secundarios pero no menores. Ignorar y negar. Esa es la actitud compulsiva de Ben, el personaje de Michael Douglas. Al comenzar el film, su médico le vaticina una enfermedad cardíaca, pero él prefiere no pisar nunca más un consultorio a realizarse los estudios correspondientes. Seis años después, su vida es la de un hombre cincuentón que se niega a aceptar el paso del tiempo, pidiendo a su nieto que lo llame papá y no abuelo, seduciendo a mujeres menores de 20 años y minimizando los consejos de su ex esposa sobre su dieta alimenticia. Inescrupuloso tanto en los negocios como en la vida, en vez de generar una relación paternal con la hija de su novia, la seduce y se acuesta con ella. Pero como no siempre las cosas salen bien, aquello que Ben también ignora es que todo lo que hace o le hace a los demás tiene sus consecuencias y que todo, en algún momento, vuelve. Su vida comienza entonces, a partir de allí, un duro y, por supuesto, solitario descenso. Existe un recurso en el grotesco, género teatral popularizado por Armando Discépolo, llamado caída de la máscara. Es el momento en el cual el personaje toma conciencia de lo que es. Esto suele ser su ridiculez y su patetismo; algo que todos a su alrededor ya reconocían con anterioridad. Ben percibe su propio tiempo, en el cual continúa siendo el galán universitario, el empresario exitoso que alguna vez fue tapa de la revista Forbes, el treintañero cuya salud no representa un obstáculo para continuar con su adolescente estilo de vida. Su hija, su yerno, su ex mujer y hasta las mismas mujeres que conquista intentan devolverle otra imagen, muy distinta a la que él percibe de sí mismo, pero él permanece inmune a cualquier mensaje. Es innegable que su comportamiento frente a la vida despierta cierta tristeza (tanto a sus familiares y amigos como a los espectadores) pero con ciertas dudas al respecto también. El verdadero motor del film es el camino de debe recorrer Ben para reencontrarse con su presente y con su verdad, que dada su facilidad para evadirlos, será más bien un fuerte golpe que un encuentro. Son contadas las veces que Holywood se atreve a dejar de lado el suspenso, la acción, los efectos especiales, o el sexo para darle espacio a historias que buscan apelar al espectador desde otro lugar. Sin grandes pretensiones, Un hombre solitario muestra un film con aspiraciones comerciales pero sin grandes concesiones argumentales.
La premonición El film es una suerte de biografía de Michael Douglas, que encarna a un personaje que fue exitoso en los negocios, mujeriego e infiel y padece una enfermedad. Todo parecido con la realidad, ¿es casual? Honestidad brutal. Frase que podría resumir, claramente, el presente de Michael Douglas, uno de los actores más populares de los Estados Unidos, que hace pocos días, con una entereza y audacia ajenas a las celebridades, admitió que padece cáncer en la garganta. “Espero salir adelante, soy optimista”, dijo suelto de cuerpo cuando los médicos le aconsejaron un rápido tratamiento que incluye radioterapia. Serán ocho semanas difíciles para un hombre exitoso y millonario, aunque curtido y acostumbrado a los golpes de la vida. En abril último su hijo Cameron fue condenado a diez años de cárcel por tráfico de drogas. Una carta de puño y letra del famoso actor dirigida al juez, imploraba clemencia: “Conozco muy bien el dilema de no saber cómo hallar la identidad propia cuando se tiene un padre famoso”, era uno de los fragmentos de la misiva. Tuvo relativos buenos resultados: la pena bajó a 5 años. ¡Qué añito Michael! No obstante, su mujer, la bella escocesa Katherine Zeta Jones sigue a su lado, más cerca que nunca, y en materia laboral, el veterano, con 65 años, sigue haciendo de las suyas, para mantenerse como una pieza de interés en una industria que desecha cuando peinan canas. El jueves se estrena “El hombre solitario” y el 23 de septiembre “Wall Street 2”, para la cual los productores piensan -rebosantes de optimismo- contar con el hijo de Kirk para las promociones. Siguiendo con esto de honestidad brutal del comienzo, se imagina la propuesta del director Brian Koppelman pensando en “El hombre solitario”: “Mike, me interesaría llevar tu vida al cine, no de manera rotunda pero sí con rasgos identificables”. Es que Ben Kalmen, su personaje, parece radiografiar al actor de profusa trayectoria. Kalmen es un promiscuo de vocación. No tiene frenos ni límites, ni temor al ridículo. Está separado porque engañó decenas de veces a su mujer (Susan Sarandon), tiene una hija con la que se habla poco, ya que ella no le perdona que se haya acostado con sus mejores amigas. Sale con una empresaria por interés, ya que es hija de un peso pesado de la industria automotriz (el rubro de Kalmen), pero echa todo por la borda cuando se acuesta con la hija de esa empresaria... No tiene amigos, está sin empleo por engañar y estafar, apareció esposado en tevé, las deudas lo acorralan, no se deja querer por el único que lo puede ayudar, Jimmy (en la piel de Danny DeVito), a quien le susurra: “En los momentos más altos y más bajos de la vida, estás solo. No creo en eso de la amistad, no existe”. Y tiene serios problemas de salud. Debe cuidarse aunque hace la vista gorda y elige darle rienda suelta a su máxima: “Prefiero hacer lo que me gusta hasta que mi corazón estalle”. ¿Algún parecido con la vida de Douglas? Cómo no recordar cuando en los noventa, luego de filmar “Bajos instintos” (1992), tuvo que internarse en una clínica por su desenfreno sexual. Y un par de años más tarde, otra internación, está vez para lograr un imposible: evitar el tabaco y el alcohol, dos talones de Aquiles del intérprete, que hoy está pagando caro aquellos vicios. “El hombre solitario” agrada y entretiene, también emociona. Mérito de Douglas y del dueto que lo secunda (Sarandon-DeVito). Por momentos, la historia recuerda pasajes de “El luchador”, con Mickey Rourke, por la catarata de negativas que acosan al personaje. Kalmen es su último gran personaje, bien creíble -y miserable-, en caída libre: “Yo era un león, pero con los años, me convertí en un tipo invisible”. Por eso cambió el chip de su cerebro: “Dejé de ser honesto, de ser fiel. ¿Por qué no?”. Mientras suena esa increíble canción “Solitary Man”, con la cadenciosa voz de Johnny Cash.
Un ex triunfador en imparable decadencia Este hombre ya maduro que cada mañana se despierta solo en su enorme cama matrimonial, desayuna una aspirina y sale a demostrarle al mundo que sigue teniendo el empuje y la vitalidad de un self made man , se parece bastante a Gordon Gekko, el personaje más famoso de Michael Douglas. No es un as de Wall Street, pero alguna vez fue un triunfador de esos que tienen al éxito como objetivo primordial y que a veces ascienden a la consagración en la portada de la revista Forbes . Todo el mundo conocía su nombre -Ben Kalmen, el mismo que llevaba el imperio que fundó como vendedor de autos usados- y su rostro resultaba familiar gracias a los avisos de su empresa que animaba por televisión. Pero algo -quizá las irregularidades descubiertas en sus negocios, las que lo pusieron en el umbral de la prisión y le hicieron perder el crédito y las amistades- lo empujó a esta espiral descendente en la que se encuentra ahora y que no es sólo económica sino también moral. Cínico, carismático, aprovechador, mentiroso y perseguidor compulsivo de toda clase de mujeres -jóvenes preferentemente, pero también, por conveniencia, ricas divorciadas o viudas-, Ben ha perdido también a la que fue su novia en la universidad y la madre de su hija, y con ésta la relación tambalea. Aun así, todavía parece creer que podrá recuperar su reputación: confía en su espíritu emprendedor y su poder de seducción. En El hombre solitario todo gira en torno de ese personaje al que Michael Douglas retrata con visible atención al detalle exterior pero también enriquece con pequeños matices que traducen su conflictuada interioridad. El guión describe minuciosamente sus conductas autodestructivas, pero demora en revelar su motivación hasta el final, quizá porque ésta es tan débil e inconvincente que pone en duda toda la lógica interna del relato. Parece más un recurso al que apeló el autor para sostener la estructura dramática que la base sobre la que se construyó la historia, y conduce a revisar otras incoherencias que el cuento contiene y que quizá han pasado algo inadvertidas en medio de una acción que progresa casi sin desmayos y bajo los destellos de un diálogo que ha sido quizá demasiado elaborado pero resulta un placer oír en voces tan autorizadas y expresivas como las de Susan Sarandon, Jenna Fisher, Jessse Eisenberg, Imogen Potts o Danny De Vito, por sólo nombrar a los más destacados en un elenco magníficamente seleccionado.
Ascenso y caída de un viejo canalla Con dosis variables de humor y de bilis, la película es un espejo en el que se ve reflejada la carrera entera de Michael Douglas. Allá por los años ’90, un señor llamado Ron Shelton supo escribir y dirigir películas construidas alrededor de canallas irresistibles y mujeres bravas. Aparentemente menores, se respiraba en ellas tal goce y distensión que aún en los momentos más sombríos funcionaban como comedias. A esas películas –La bella y el campeón, Cobb– el espectador ingresaba como quien entra a un club, disfrutaba un par de horas y se iba. El ciclo Shelton fue breve, el hombre perdió la mano y terminó desapareciendo. Pero eso no viene a cuento ahora, porque de lo que se trata es de constatar que El hombre solitario, escrita y dirigida por el dúo integrado por Brian Koppelman y David Levien, parece una de Ron Shelton. Tiene la misma clase de feeling, personajes incorrectos tan infecciosos como aquéllos, el mismo aire de tragedia cómica y parecida capacidad o magia para convertir el cine en superficie de placer. Ya cuando en la escena de créditos irrumpe a todo volumen la poderosa versión de Solitary Man de Johnny Cash, uno empieza a sentirse como en casa. Johnny Cash se llama a silencio y entra en escena Michael Douglas, echándole el ojo a una rubia a la que le llevará unos treinta o cuarenta años. Se cruza con la hija y el nieto, le advierte a ella que no lo llame papá en público y a él que sí lo haga: empezamos a conocer al personaje, con la suerte de sonrisa biliosa que de allí en más impregnará El hombre solitario, con dosis siempre variables de humor y de bilis. El propio título es ácido: a instancias de Neil Diamond –que escribió la letra de la canción– la del protagonista es una soledad llena de gente. O de víctimas. Predador sexual a la vieja usanza, de los que en cuanto entran a un lugar ya están marcando el territorio, Ben Kalmer se encama con unas y defrauda, traiciona, olvida, abandona al resto. Entendiendo por resto a las demás, pero también a la familia, amigos y vecinos. El tipo es un estafador y pasó un tiempo en prisión, cuando cierta transa con el seguro le salió mal y lo agarraron. “Pasé de la tapa de Forbes a la de Time”, suspira, recordando tiempos en los que su cadena de concesionarias de BMW le permitía ser popular y con influencias. Ahora, en la mala, presiona, seduce y patalea tratando de volver a escena. Ya se ocupará de echar todo por la borda y no sólo en el terreno de los negocios. Después de un metidón de pata con la hija de su pareja (Imogen Poots, rubia aureolada), ésta (Mary-Louise Parker) mandará a un matón a que le rompa los huesos. No le irá mucho mejor con su propia hija, aunque su ex (Susan Sarandon, no casualmente protagonista, alguna vez, de La bella y el campeón) le sigue teniendo una suerte de divertida paciencia. Tanto como se la tiene el ex compañero de secundaria, dueño de un barcito de pueblo (Danny DeVito), al que Ben terminará suplicándole por trabajo. Escrito a medida, Ben Kalmer es un espejo en el que la carrera entera de Michael Douglas se refleja (no sólo la carrera, teniendo en cuenta su internación de hace unos años, en una clínica para adictos sexuales). Desde los cazadores cazados de Atracción fatal, Bajos instintos y Acoso sexual hasta el profesor de literatura de Fin de semana de locos, pasando por el Gordon Gekko de Wall Street. En este último caso, no sólo por su carácter de viejo lobo de los negocios sino también por la relación padre-hijo que establece con un inexperto chico de secundaria (Jesse Eisenberg), en riesgo de convertirse en otra presa de sus “transacciones” (nombre que el tipo da a las relaciones humanas). La clase de hedonista que Hollywood somete inevitablemente al ciclo castigo-redención-arrepentimiento, el dúo Koppelman-Lieven (el primero escribió y codirigió, el segundo lo acompaña en el último rol) se las arregla para hacerle un ole a la moralina, llevando a Kalmer hasta el punto de una decisión vital y dejándolo colgado ahí, casi como Jimmy Stewart al final de Vértigo. Decida lo que decida, hasta ahí el tipo la pasó bomba. Pero dejó muchos muertos por el camino: no es el tipo de personajes que se aman o se odian, sino de los que se aman y se odian. Como los de Ron Shelton. Con un Michael Douglas que luce como recién liberado de la cárcel de sus personajes, Un hombre solitario no es la clase de película en la que los actores se lucen por técnica o histrionismo. Lo que les sucede es infinitamente más importante: brillan, seducen, magnetizan.
El emperador desnudo Ben (Michael Douglas) no tiene ningún problema. Ninguno. Bueno, así lo ve él, por lo menos: lo que no le gusta, simplemente no lo escucha. No lo ve, lo borra. Ben transita hacia la sexta década de vida con las mismas mañas que tenía a sus treinta años, despreciando los buenos consejos de su familia, su ex esposa (Susan Sarandon) y cualquiera que lo aprecie, ya no digamos que lo quiera. En un chequeo de rutina, le revelan que tiene una afección cardíaca en progreso a la que hay que ponerle atención. Apenas impresionado por la novedad, Ben sigue con su ritmo de vida habitual. No obstante, algo ha cambiado; como si la sombra de esa enfermedad inminente hubiera desatado una serie de fatalidades, sus negocios y su vida personal comienzan a declinar. Así las cosas, Ben no podrá negarse por mucho tiempo más a enfrentar las consecuencias de sus acciones pasadas y presentes. También descubrirá que, contra lo que siempre ha creído, no puede enfrentarse solo al último tramo de su existencia y que tiene que tomar medidas urgentes para revertir el proceso de aislamiento en el que quedó atrapado. Esta es la clase de filmes en los que Michael Douglas destaca como los grandes actores pueden hacerlo: trascendiendo la pantalla, haciéndola brillar. No es casual que de sus últimos filmes, más de la mitad abordan el tono de comedia ("El rey de California", "Los fantasmas de mis ex", por ejemplo) y en uno de ellos, puntualmente (la notable "Wonder Boys", de Curtis Hanson) se revela tal cual lo hace aquí: a veces insufrible, a veces brillante, con esa opacidad que le saben dar los años a un diamante en bruto. Justamente, como es el personaje de Ben Kalmen. Sin embargo, la sucesión de situaciones en las que el personaje no hace sino reafirmar una idea central puede jugarle en contra, dejando al espectador a la deriva en algunas escenas por la monotonía de esa repetición. No hablemos de la inevitabilidad de un desenlace bastante anunciado, aunque con el beneficio de una incertidumbre final que lo levanta un poco.
Los últimos cartuchos La filosofía de vida de Ben (Michael Douglas) es muy sencilla: si no se tiene éxito en los negocios, por lo menos hay que tenerlo con las mujeres más jóvenes que él. Pero detrás de este axioma se oculta en realidad una constante negación del presente para un hombre ya maduro, otrora popular vendedor de autos a quien el cuarto de hora le llegó hace tiempo y en vez de recomponerse procurará redoblar la apuesta. Esa es la pendiente en caída libre que atravesará tangencialmente a El hombre solitario, film dirigido por Brian Koppelman y David Levien que, además de contar con el protagónico de Douglas, tiene también entre sus filas a Susan Sarandon, (interpretando a la ex mujer); Danny DeVito (el amigo de siempre), Mary Louise Parker (la amante con dinero), Jenna Fischer (la tentadora adolescente, hija de la amante) y Jesse Eisenberg (como siempre, haciendo de nerd inseguro), quienes completan este tour de force de un Michael Douglas sobrio y correcto al que le calza perfecto el papel elegido. La trama arranca con lo que podría suponerse un momento clave para la vida de Ben, en el cual le informan tras una revisación médica de rutina que su corazón puede estar dañado y deberá cambiar por eso drásticamente sus conductas; estas pueden resumirse en encuentros casuales con mujeres jóvenes, alguna que otra borrachera de vez en cuando para alejarse de su familia y de severos problemas económicos que lo alcanzan luego de haber participado de una estafa y -más aún- tras haber perdido esa magia de vendedor infalible. Sin embargo, en vez de sosegarse el protagonista no altera un ápice su rutina de mujeriego empedernido, y 6 años después comienza a sufrir las consecuencias (que por motivos obvios no revelaremos en esta nota). Eso lo sumerge en una crisis existencial donde la fuerza del pasado irrumpe con sus huracanes de recuerdos y la sensación de final agridulce latente llega en el peor trance hacia la realidad. Con un buen elenco de actores secundarios, un ritmo pausado pero que no sufre digresiones, esta comedia dramática -que deposita toda su confianza en la idea de las segundas oportunidades- logra sostenerse gracias a la gran labor de un Michael Douglas maduro pero no acabado, quien encuentra el tono ideal para no devenir estereotipo, sumándole carisma, gracia, gravedad y una alta cuota de sensibilidad a un personaje que parece ser ambicioso, calculador y arrogante. Quizás a veces la historia se convierte en una convencional fábula sobre las debilidades humanas, pero por suerte eso ocurre esporádicamente y no concentra en esa dirección todo el atractivo de esta película, sino que fluye errática a la par de su protagonista.
Pollerudo viejo Michael Douglas, obsesionado por las mujeres. Hay que haber vivido en una cueva para, al ver a Michael Douglas en El hombre solitario , no emparentar la figura de Ben Kalmen, su personaje, con la vida del actor de Wall Street . No tanto porque el protagonista sea un estafador sino porque uno y otro tienen problemas con el sexo, el alcohol y tienen un rol decididamente ausentes con sus hijos, como es público y notorio con el hijo de Kirk Douglas. Pero hasta allí conviene seguir con la similitudes, porque Ben es un inescrupuloso no solamente en los negocios: fue tapa de la revista Forbes , pero también apareció en las páginas del The New York Times por estafas en el negocio de la venta de automóviles. Y al borde de los 60 odia que el nieto le diga abuelo y que su hija lo llame padre. Se cree irresistiblemente seductor pero quienes lo conocen, por más que sean de la familia o algo así, lo tildan de “nefasto” o “nocivo” para las relaciones. Los directores Brian Koppelman y David Levien no le han ahorrado cinismo, ni al personaje ni a su manera, desde la realización, de enfrentar a su criatura con quienes lo circundan. Ben ha sido infiel a su primera mujer (una Susan Sarandon siempre espléndida) y también a su segunda pareja (Mary- Louise Parker, de quien no puede decirse exactamente lo mismo), pero lo peor es su comportamiento con otras chicas jóvenes. Ben comienza la película en una visita a su médico, y seis años y medio después lo vemos casi en bancarrota, despilfarrando dinero y su propia vida. Douglas asume el rol central del filme y está presente en todas y cada una de las escenas. No hay nadie que hable de otra cosa que de su personaje. Tamaña decisión asumida ya desde el guión no hace otra cosa que predisponer al espectador a focalizarse sólo en Ben. Desde la platea uno va construyendo quién es él, a partir de lo que observa en su comportamiento, pero también por lo que relatan quienes lo conocen. ¿Es posible ser amigo de un hombre como Ben? ¿Por qué todos lo abandonan y le dan la espalda? Y si es así, ¿por qué su amigo de la universidad, ahora detrás del mostrador de un bar –encarnado por Danny DeVito, amigo personal de Douglas- le tiene tanto aprecio… y paciencia? Todas cuestiones que se revelan en los últimos minutos de El hombre solitario , película plagada de referencias sexuales que al actor de Atracción fatal, Bajos instintos y Acoso sexual le venían mejor hace unas décadas que ahora. El aporte que dan a Douglas desde los roles secundarios los mencionados Sarandon y DeVito, y los más jóvenes Jenna Fischer y Jesse Eisenberg son más que esenciales para sostener los 90 minutos de este drama con toques de humor sobre la necedad de un hombre, la necesidad de afecto sincero y, sí, la naturaleza humana.
Un relato pobre de un hombre que se queda sin nada. Entrado en la mayoría de edad y con graves problemas económicos, Ben debe enfrentarse a una realidad que no quiere aceptar. Sabe que solo no puede salir adelante, por lo que enamora a la hija de un hombre influyente en el negocio de la venta de autos, actividad en la que se destacó tiempo atrás. Pero su inmadurez le juega una mala pasada y termina traicionando a la mujer que estaba dispuesta a ayudarlo, acostándose con su propia hija. A partir de allí el personaje que interpreta el reconocido Michael Douglas vivirá una serie de situaciones que deberían obligarlo a replantearse su modo de vida. Una historia que podría profundizar en la psicología del personaje principal y detenerse en la crisis que sufre el hombre que conoció la riqueza y el éxito (tanto con las mujeres como con los negocios) se queda en la superficialidad de las desventuras de un personaje cincuentón que no sabe cómo tomar las riendas de su vida. Sin esfuerzo sabe caer simpático desde el principio y logra así mezclarse en fiestas y reuniones de estudiantes universitarios, en donde aprovecha para intentar seducir a las jóvenes que tanto le atraen. Pero es inescrupuloso y la edad le juega en contra, por lo que el ambiente se convierte en hostil para él. Sin embargo, el hombre no asume que ya no está para enamorar a mujeres veinte años menores que él, que debe cuidar de su salud y sobre todo, que tiene roles –de esposo, padre y abuelo- que cumplir. El film narra una tras otra las andanzas de Ben y los esfuerzos que su ex esposa (Susan Sarandon) y su hija Susan (Jenna Fischer) hacen para que supere sus problemas (tanto económicos como emocionales y de salud), aunque sin resultados. El personaje que interpreta Douglas parece no tener límites ni códigos; por momentos es gracioso, pero a la misma vez patético. Más interesado en el sexo que en él mismo, parece no querer entender que los suyos lo quieren y están dispuestos a aceptarlo. Una historia superficial en un relato demasiado básico. La oportunidad de indagar en la crisis masculina de quien envejece se pierde en tanta aventura caprichosa.
El hombre solitario es una pequeña película muy placentera pero lejos está de ser una sorpresa: no podía esperarse menos de un film donde el cada día más grande Michael Douglas tiene vía libre para demostrar su desenfado. Cerca de la enorme Fin de semana de locos, El hombre solitario muestra a Douglas como un hombre mayor en crisis que necesita ponerle un freno a una vida que se va descontrolando cada vez más. Como si no alcanzara con el bueno de Michael, lo escoltan dos compañeros de la vieja guardia: Danny De Vito, ese mejor amigo de toda la vida, y la ex esposa Susan Sanrandon. La cereza del postre es Jesse Eisenberg, gran promesa de Hollywood e inminente estrella protagonista de Red Social, que toma unas lecciones del gran Douglas sobre cómo levantar chicas.
En los años ‘70 cuando la televisión era en blanco y negro y las series invadían los horarios centrales “Las calles de San Francisco”, (serie iniciada en 1970 que cubrió cinco temporadas), que se emitía por Canal 13, era un programa muy visto. Esa serie fue la que catapultó a la fama a un joven muy buen mozo llamado Michael Douglas. Las mujeres de entonces decían que era el hijo de Kirk Douglas. Y así fue nomás. El mozo fue creciendo y ganando popularidad en series televisivas y en la pantalla grande. En pleno esplendor ochentoso Michael protagonizó películas como “Atracción fatal” (1987), “Wall Street” (1987), “La guerra de los Rose” (1989) y “Bajos instintos” (1992), por citar sólo algunas. En ambas el thriller sicológico (“Atracción....) y “Bajos...) era la vedette, y él se la pasaba seduciendo y enamorando. Pero los años han pasado y quizás el bueno de Michael Douglas no se dio cuenta que ya está en los 60 años y este hombre solitario puede ser algo premonitorio. En la producción que nos ocupa pasa lo mismo que está viviendo Michael Douglas: envejece, está enfermo, le gusta el sexo y desea a todas. Todos esos aditamentos se le terminan viniendo en contra y se logra aburrir y cansar al espectador. Es más, hasta la película parece filmada en los años ‘80. “El hombre solitario” sirve para ver a éste veterano actor que sigue filmando mucho. En unos días se lo podrá ver en la segunda parte de “Wall Street”. Mientras tanto como diría Ripley créase o no, lo que plantea el filme lo está viviendo en carne propia el buenazo y carilindo Michel. Casualidades o impacto de prensa.
Los oxidados de siempre Se recuesta tanto en su humildad, en una generación de actores que ya no necesitan esforzarse para entregar excelentes performances, en un relato corto y preciso, que al final peca de poco ambiciosa. Este filme es sobre gente llegando a cierta edad donde la impresión más fuerte es que queda más para ver hacia el pasado que hacia el futuro, donde el camino ya recorrido empieza incluso a determinar lo que queda por recorrer. Ben Kalmen (Michael Douglas) no es el único que da esa impresión, sino que esto puede corroborarse también en, por ejemplo, los personajes de Jimmy Marino (Danny DeVito) y Nancy Kalmen (Susan Sarandon). El universo sobre el que se concentra el filme parece en todo momento que va a caerse a pedazos, o que ya directamente está colapsando. Pero es un universo particular, individual, subjetivo. Es el mundo de ese hombre solitario que interpreta Douglas, con lo cual el filme de Brian Koppelman y David Levien parece querernos decir que a veces no es tanto el contexto el que nos moldea, sino nosotros mismos, que ya no podemos echarle la culpa a la sociedad, las enfermedades, desgracias azarosas o la incomprensión de los demás, sino que en determinadas instancias no queda más que hacerse cargo. Esa oscuridad andante, ese monumento al cinismo y al egoísmo que es durante largos pasajes del filme Ben, se cruza en determinados pasajes con la luminosidad que representan Jimmy y Nancy, quienes son felices no porque les salieron todas, sino porque supieron valorar los aspectos positivos de sus vidas, potenciando sus vínculos con sus seres queridos. Es llamativo como Solitary man habla bastante sobre lo importante de la familia, el matrimonio o incluso ciertas posesiones de tinte claramente burgués, sin ofender en lo más mínimo. Esto puede atribuirse a la humildad y ligereza de tono de los diálogos, donde se observa a gente reflexionando, debatiendo, pidiendo o dando consejos, lo cual está muy lejos de dar encendidos y convencidos discursos. Lo que se impone en El hombre solitario es, justamente, la falta de certezas. Los problemas mayores del filme probablemente residan en sus mayores virtudes. Se recuesta tanto en su humildad, en una generación de actores que ya no necesitan esforzarse para entregar excelentes performances, en un relato corto y preciso, que al final peca de poco ambiciosa. Su estilo, forma y puesta en escena podrían haber funcionado sin problemas en el formato televisivo. Aún así es altamente placentero volver a encontrarse con un grupo de actores que exhiben casi con orgullo sus canas, arrugas, panzas o grietas en sus personalidades que ya son casi irreparables. Decimos casi, porque, como delata el plano final, cualquiera puede ser el momento bisagra para barajar y dar de nuevo.
Sin Michael Douglas, “Un hombre solitario” (“Solitary Man”) no tendría probablemente trascendencia alguna. No sólo porque desde el título del film se sabe que toda la historia gira alrededor de su personaje, sino también porque su interpretación es sencillamente estupenda. Es lícito preguntarse cuánto, de lo que le sucede a Ben Kalmen en la película, se basa en aspectos autobiográficos del actor. A la conocida fama de mujeriego y adicto sexual de ambos, actor y personaje, se agrega una cruel situación actual (muy mediática) que lo tiene con un problema de salud. No deja de ser una ironía del destino que al comienzo de la película a Ben, su médico le señalé también un problema, mismo siendo diferente del que acaba de ser diagnosticado. Claro que “Un hombre solitario” fue filmado hace más de un año, habiendo sido presentada en el Festival de Toronto en setiembre 2009. Michael Douglas siempre se resistió a ser solamente conocido como el hijo de Kirk y al hacer un balance (parcial) de su carrera artística puede decirse que logró superar dicho estigma. Con el padre sólo compartió dos films: su debut en 1966 en “La sombra de un gigante” (“Cast a Giant Shadow”), donde su nombre ni siquiera figuraba en el reparto y “Herencia de familia”, donde confluyen tres generaciones (sus padres Kirk y Diana) y su hijo Cameron y que fue un divertimento y la oportunidad de reencuentro con sus progenitores. Pero el actor no será recordado por los dos films antes nombrados, sino por grandes éxitos de público como “Atracción fatal”, “Bajos instintos” o “Acoso sexual”, donde además invariablemente su actuación fue memorable. Y se podría seguir nombrando otros títulos importantes tales como: “Tras la esmeralda perdida” y su secuela “La joya del Nilo”, “Wall Street”, “Lluvia negra”, “Un día de furia” “El juego”, “Fin de semana de locos” o “Traffic” y la que ahora nos ocupa para redondear una docena de sus menos de cuarenta largometrajes. Lo que significa que hoy con 65 años de edad y 45 de actuación, desde su debut, ha habido mayoría de obras relevantes en su carrera. En esta oportunidad quienes lo dirigen, Brian Koppelman (también guionista) y David Levien, son prácticamente dos desconocidos (es su segundo largometraje conjunto) y el trabajo que despliegan es discreto y la duración de la obra, apenas 90 minutos, poco habitual en el cine norteamericano. La gran virtud de directores y guionista es haber contado con un grupo de artistas mayores, en roles en su mayoría menores. Susan Sarandon aparece en pocas oportunidades, como la ex de Kalmen, pero cada vez que lo hace luce. Aún mejor le va a Danny De Vito como un amigo (lo es además en la vida real) que asiste al ex hombre exitoso, cuando el mundo se le desmorona. Varios jóvenes se destacan: Jenna Fisher como la hija, Jesse Eisenberg (“Historias de familia”) y sobre todo la bella Imagen Poots como la hija de su pareja (Mary-Louise Parker), cuya seducción inicia la caída. Hay diálogos filosos como los que entabla con su ex, quien le echa en cara que lo único que persigue en su vida son mujeres (y muy jóvenes). O el comentario que Marie-Louise Parker le hace cuando le dice que “no cambia las cosas cuando funcionan” y la advertencia, más bien amenaza, cuando le exige que “se mantenga lejos de su familia”, en clara alusión a la hija de ella. “Un hombre solitario” se cierra de una manera que, aunque no revelaremos, parece coherente con el resto de la trama.
Full of shit. En nuestro idioma, traducir esa frase sería restarle la impronta y la sonoridad que tiene. No es lo mismo expresar que alguien “no dice más que pavadas”, o que “es un versero” o cuanta locución se les ocurra, que justamente descerrajarle a alguno la frase del título. Ben Kalmen es el ejemplo perfecto de la persona a la que le cabe el término. Un hombre de sesenta años empeñado en no envejecer –a pesar de que la imagen en el espejo devuelva otra cosa–, un miserable carismático, un tipo que da cátedra sobre la vida y las relaciones por haber leído a Narosky. Ben Kalmen en El hombre solitario lo es todo, y siempre es interesante ver una película que apuesta a centrar su historia en un personaje que puede despertar tanta simpatía como desprecio. Kalmen es un personaje bastante patético: un hombre grande descentrado, jugando a ser adolescente pero con la sabiduría que dan las canas y así conquistar chicas que apenas arañan los veinte, incluso sin importarle si es hija de su pareja. Un empresario que pasó de la tapa de Forbes a mendigar un trabajo en un dinner. Un padre que abusa de la paciencia de su hija. Un pésimo amigo. Un hombre con todo eso y aun así entrañable. Koppelman y Levien aciertan en la construcción de la narración alrededor de Douglas, aunque por momentos el estereotipo (por ejemplo, Kalmen es vendedor de autos, el clisé absoluto del verso) se imponga a la frescura del relato y a pesar de algunas escenas innecesarias (todas en las que participa el buen Jesse Eisenberg) la estructura que nos deja esa prolija construcción es la de una película amable, disfrutable, sin demasiadas pretensiones; una película que no abusa de las justificaciones y los porqués, ni se regodea en la miseria de su personaje. La importancia del final. No en todas las películas el final es importante. Pero en El hombre solitario es central. El final es la diferencia entre tirar todo por la borda o ser eso tan afable que dijimos anteriormente. Koppelman y Levien cortan en el momento exacto de la decisión de Kalmen, en el riguroso segundo en el que toma una determinación. Cualquier desenlace hubiera despreciado al personaje en el que habían asentado su película. Cualquier desenlace, además, nos hubiera defraudado.
Ben es un egocéntrico que sólo le importa vivir su vida, sin afectarle demasiado lo que sienta su presente novia, su ex mujer, su única hija o su pequeño nieto. Sexagenario, se comporta como un adolescente con la testosterona por los aires, intentando seducir a jovencitas para llevarlas a la cama y demostrar que aún está vivo, que le queda un gran futuro por vivir. Pero no todo se vería igual si, al comienzo del filme, no se mostrara la escena en la que su médico de cabecera le recomienda a Ben cuidar su corazón, porque algo no anda bien. No es gratuita esta escena y es determinante para ¿comprender? la actitud de Ben. Ansiando recomponer su magro presente económico y laboral, intentará también restaurar su vida afectiva, pero Ben es Ben, y los cambios no son tan viables . Filme en donde lo que más interesa de la trama es a quién le pasa, y no precisamente qué pasa. La película de Brian Koppelman se coloca enfocada claramente al personaje central. Personaje e historia van de la mano, pero es el primero el que gana protagonismo en este guión. Michael Douglas permite mostrarse como antihéroe, luego de haberlo visto por décadas como el superhombre que le hacía frente a maléficos antagonistas, perversos de turno y asesinas sexys. Completan el elenco Danny De Vito, Susan Sarandon, Jenna Fischer, Mary-Louise Parker, Jesse Eisenberg, Imogen Poots y Ben Shenkman. Lo mejor, obviamente, es Douglas y su creíble personificación. Y el último plano del filme; en el que la suerte, el destino o el futuro del personaje se está por definir, resulta uno de los puntos más interesantes, dado que le queda al espectador armar la escena siguiente. Aunque, si conocimos algo a Ben durante 90 minutos, sabemos qué camino tomará... ¿o no?
Son bastantes las cintas que en los últimos años han retratado la soledad y la decadencia de diversos personajes, así como "El Luchador" o "Loco Corazón", y en cierto punto esta nueva cinta pierde un poco de originalidad respecto a su premisa, pero se destaca por sus correctas actuaciones y su buen manejo de los tiempos dramáticos.
Miedo al tiempo Dos realizadores en colaboración dirigieron esta película sobre un hombre que se queda solo por propia voluntad. Según dijeron en una entrevista, la historia nace de la experiencia personal, pero nada tiene de autobiográfica. Recordaron estos cineastas norteamericanos que, cuando tenían 12 ó 13 años, algunos amigos de sus padres eran exitosos hombres de negocios que no podían dejar de competir para sentirse mejores que los demás, pero que luego esos hombres de negocios se doblegaron ante el peso de la ambición y condujeron sus vidas hacia el fracaso: la ruina económica, o peor aún la cárcel, o la ruptura de sus familias. Consideran los cineastas que el tiempo puso en su lugar a esas personas a las que habían admirado ingenuamente en la infancia. Pues esa decadencia es la que atraviesa Michael Douglas en Un hombre solitario, aunque el largometraje no sólo se ocupa de mostrar cuánto le cuesta a su personaje aceptar la dura nueva realidad de su existencia, sino que le arroja un manto de piedad y también muestra los intentos que luego hace para salir de la barranca en la que tan profundamente ha caído. Es una historia cargada de emociones positivas pero también negativas. “¿Cuándo comenzó en verdad todo esto?”, interroga a Ben Kalmen su ex esposa (encarnada por Susan Sarandon), y éste le cuenta algo que el espectador sabía casi desde el principio de la película. Hace algunos años, Kalmen concurrió a un chequeo de rutina y, cuando sospechó que el diagnóstico podía ser comprometedor, decidió no conocerlo y tratar de olvidarse de lo grave que podía ser. Eligió vivir como pudiera y como quisiera (según una interpretación muy particular de la libertad) hasta que su corazón dijera basta y todo se apagara. Claro que el precio pagado fue demasiado caro. El impulso de aquella decisión lo alejó de su matrimonio, de su hija, de las leyes y de la ética para dejarlo con sus propias obsesiones. Esa es la conclusión a la que parece estar llegando Kalmen mientras habla con la mujer con la que estuvo casado. Parece rozarlo (es una de las tantas interpretaciones posibles) la primera noción profunda acerca de que se vive mejor cuando se acepta que, más tarde o más temprano, la muerte aparecerá en el camino.
Un galán en decadencia. Todo a ganador planeó el director y guionista Brian Koppelman, quien codirigió este filme con David Levien. El gancho para atrapar al espectador era usar la vida real de un famoso como Douglas, cuya fama de seductor es vox populi. Pero en el celuloide todo es diferente. Ben, su personaje, es un vendedor en decadencia, que tiene tanta habilidad para conquistar mujeres como para destruir relaciones. No soporta que su nieto lo llame abuelo, trata de que la gente piense que su hija es su novia, y es capaz de acostarse con la hija de su amante sin que se le mueva un pelo. El error fue confeccionar un guión sin sutilezas, con un abuso de texto sobre la figura de Michael Douglas quien, a su edad, le queda demasiado grande ya el rol de galán. Lejos de la comedia y también del drama, el filme se torna en un híbrido prescindible.
El Zorro nunca pierde las mañas Hay una edad adulta donde las cosas empiezan a mostrar sus lados más difíciles y quizás inesperados, ya sea por los años vividos, enfermedad o lo que fuese, parte de esto le sucede a Ben, un cincuentón al filo de los 60 pirulos, que parece no aprender nunca, ni lo hará jamás. Que frustaciones y dolores de cabeza le traerá, queda descontado, ya que en un viaje de fin de semana tener un rápido "affaire" con la hija de su pareja actual de tan solo 18 años, lo está diciendo todo. Además de incorregible seductor, creído de si mismo, pedantón incapaz que se ata a recordar sus supuestos años fáciles donde ganaba dinero y era un exitoso, todo no alcanza para reverdecer laureles, de pronto se halla sin nada de nada, y esto permite al personaje -tan bien llevado, casi insuperablemente, genuinamente, por una de las mejores perfomances actorales de Michael Douglas-, hacer entonces una observación severa del estado de las cosas, sus cosas. Por momentos recuerda en algo, a aquél filme italiano con Gassman: "Il sorpasso". Alrededor de este pusilánime por ratos, por otros divertido y simpaticón, se dan cita una cantidad importante de personajes secundarios de valía: la ex-esposa (Susan Sarandon), el amigo de otros tiempos (Danny de Vito), una millonaria mujer conflictiva (Mary-Louise Parker), la chica hijastra (Imogen Poots), su verdadera hija (Jenna Fisher), un joven universitario que se atraerá tan rápido como asi desencantará de él (Jesse Eisenberg, el maravilloso chico de "Zombieland" ) y algunos otros, lo cual irá bordando puntillosamente un guión sin desperdicio, que tuvo entre otras cosas la producción del notable Steven Soderbergh. Un muy buen filme, básicamente apoyado en la labor de Douglas - por momentos cuando camina o sonrie a cámara parece un calco de su eterno padre: Kirk -, de dos directores para tener en cuenta a futuro, para disfrutar de una serie de personajes y actores logradísimos que lo acompañan, y sobre todo una metáfora importante acerca de la vida de un hombre perdidamente solitario.
Recientemente nos hemos enterado de que Michael Douglas tiene un cáncer de garganta, y quizá este hecho funcione como mórbido aliciente para que los espectadores concurran a las salas a ver este film de Brian Koppelman y David Levien. Su argumento versa sobre un antaño exitoso empresario (Michael Douglas), que por querer "llevarse el mundo por delante", terminó en desgracia económica tras su procesamiento por negocios sucios. Pero cuando creía que aun le quedaban satisfacciones en su vida, se ve apartado por su familia y conocidos cuando descubre que las relaciones humanas no pueden llevarse a cabo como en el salvaje mundo de los negocios y las estafas. Así, este irremediable mujeriego llega a tener un fugaz affaire con la hija de dieciocho años de su novia (Mary Louise-Parker), quien apenas se entera prefiere que se aparte de su vida y la de su hijo. Similarmente, la relación con su hija y su yerno no es buena, ya que ven en él un abuelo poco confiable para su hijo, que lo adora. Sólo en un regreso a sus orígenes y a un estilo de vida simple y sincero, logrará comenzar a salir de esa personalidad devoradora cuyos resultados ya no lo acompañan más. De esta manera, sólo un viejo amigo de la universidad (Dany De Vito) y su ex esposa (Susan Sarandon), se constituirán en los pilares que verdaderamente podrá considerar como valiosos en su vida, en aras de recuperar, principalmente el amor de su hija y nieto. Qué decir de esta inatractiva película. Que no aburre, es un detalle menor, teniendo en cuenta que ese fue su principal objetivo, pero tampoco hallamos en ella más que una descripción poco original de los patetismos del protagonista. Los actores de renombre que en ella participan no agregan nada en absoluto a un film rápidamente olvidable, de aquellos cuyo presupuesto podría mejor ayudar a producciones más pequeñas y más valiosas o a los niños pobres de la India.
¿Usted le compraría un auto a Ben? Michael Douglas encarna a un vendedor mentiroso, manipulador y mujeriego que tuvo su momento de gloria pero ahora se encamina al desastre finaciero. Lo acompañan Susan Sarandon, Mary-Louise Parker y Danny DeVito. Mostrar una vida con sus triunfos, dobleces, derrotas, patetismo y momentos de gloria siempre dio buenos resultados en el cine, y cuando la historia viene acompañada por el apogeo y la caída, mucho mejor. Si estas recetas pertenecen por derecho propio al género biopic, aplicadas a un personaje de ficción, a veces dan como resultado que el verosímil no resulte demasiado creíble, pero El hombre solitario es una excepción a la regla. Brian Koppelman y David Levien, responsables de Confesiones de una prostituta de lujo (The Girlfriend Experience) y guionistas de Ahora son 13 (Ocean’s Thirteen), utilizan con inteligencia el último tramo de la fórmula del género biográfico para contar cómo un tipo exitoso, pintón y seductor, termina sin trabajo y solo en la madurez. Y para eso, tienen como protagonista insuperable a Michael Douglas, una estrella que a través de una agitada vida privada, entradas reiteradas a exclusivísimas clínicas para adictos al sexo y demás cotilleos, es casi irremplazable para personificar a Ben Kalmen, un cínico a ultranza y mujeriego incansable, que tuvo su momento de gloria como vendedor de autos y ahora avanza con ganas hacia el desastre financiero, aún orgulloso de su individualismo y dispuesto a conservar hasta el final un sistema de valores del tamaño de un mosquito. Con una estructura clásica, el relato delega con confianza el peso de la película en Douglas, que a pesar de componer a un mentiroso y manipulador, no deja de ser simpático y consigue grandes momentos de empatía. Y lo rodea por unos pocos pero decisivos personajes, como Nancy (la siempre extraordinaria Susan Sarandon) como la ex esposa, Jordan (Mary-Louise Parker) que encarna a su actual pareja, y Jimmy (Danny DeVito), un antiguo amigo y ejemplo vivo de todo a lo que Ben se le escapó en la vida. Pero además de todo el oficio de los intérpretes, la película se atreve a mucho desde el mismo riñón de Hollywood. A trasmano de la industria, decide llevar adelante una película protagonizada por sesentones, que en el transcurso del relato arrastran sus miserias y a los que el tiempo no hizo ni más sabios ni más buenos. Y sobre todo, deja que la propia lógica de los protagonistas se desarrolle con naturalidad, sin redenciones forzadas, como demuestra el plano final de Ben Kalmen mirando a cámara con las manos en los bolsillos. Las cosas son como son.
El increíble hombre menguante El cómo enfrentar el paso de los años ha sido generador de historias de todo tipo y para diversos soportes. Es que, de alguna manera, la principal lucha que encarna el hombre consigo mismo es contra el miedo a la muerte y al irremediable paso del tiempo. Y El hombre solitario resulta una eficiente metáfora de aquello a lo que el individuo posmoderno le teme: la vejez. Porque no es casual que el nuevo film codirigido por Brian Koppelman y David Levien sea una reivindicación de lo longevo, de lo socialmente desechable, de aquello que normalmente no forma parte de la prioridad… el hombre adulto. Ben es un sujeto divorciado que supo ser exitoso en la venta de autos. Ha formado pareja con la hija de un empresario importante del sector para poder revitalizar aquel éxito perdido; sin embargo no está dispuesto a dejar de lado su conducta seductora y su atracción por las chicas más jóvenes. La serie de problemas profesionales y personales pondrán al protagonista en la cornisa en la que deberá elegir qué es lo que quiere para su vida. Desde tiempos inmemoriales, Hollywood se ha encargado de hacer a un lado a aquello que, por viejo, ya no era “comercialmente” sustentable. Incluso logró dejar afuera de la industria a grandes talentos como Billy Wilder, Gene Kelly e incluso al propio Alfred Hitchcock, durante sus últimos años de vida. Y en ese sentido el film rescata la presencia de actores que supieron llenar la pantalla en décadas más felices cinéfilamente hablando. Así no sólo la presencia de un Michael Douglas que llena la sala como hace mucho tiempo no lo hacía; sino que la historia se va a desarrollar entre la relación que éste tenga con su ex esposa (Susan Sarandon) y un amigo al que no visita desde hace 30 años (Danny de Vitto). En medio de esa diáspora, el personaje de Douglas merodea entre una conflictiva relación con su hija (Jenna Fischer, o Pam en la versión americana de The Office), su salud y el interés sexual que despiertan en él generaciones menores. Porque al igual que el Randy Robison que encarnara Mickey Rourke en El luchador, el principal enemigo de Ben es él mismo. Algo se desestabilizó, algo lo puso en la cornisa y a cambio de no enfrentar el problema se alejará de todos lo que lo rodean. Por supuesto, de nada serviría un film de estas características si no se juntaran una serie de factores. El primero y principal es la increíble performance que lleva a cabo Douglas, no sólo cargándose la película en las espaldas, sino transformándose en ese Ben que cree tener un as bajo la manga cuando la situación lo amerita. La película se sostiene y se eleva por el alto nivel de un actor que, al igual que en cintas como Wall Street o Bajos instintos, demostró que es un verdadero talento delante de la cámara. Por otro lado está el guión, que teniendo la posibilidad de caer en la lección moralista y la sensiblería prefabricada, elige respetar y respetarse a sí mismo. Resulta difícil no implicarse con ese protagonista, tal como las chicas a las que seduce, a pesar de conocer sus peores características y sus defectos más evidentes. El hombre solitario resulta una alegoría muy precisa del desinterés que muestra la sociedad contra la adultez (todos los superiores del personajes serán más jóvenes que él), mientras reflexiona sobre la capacidad de equivocación del ser humano. Se trata de un film atrapante, de precisión milimétrica y de suscitado interés. Por supuesto, la posibilidad extra de ver a grandes actores en papeles a su medida la convierten en una opción para nada despreciable dentro de la oferta comercial de hoy en día.
Hombre en severa crisis, cincuentón, habitante de Nueva York, Ben Kalmen (M. Douglas) pasa por su peor momento. Una suma de decisiones equivocadas lo lleva a perder la cadena de concesionarias de autos que manejaba. Durante años, Ben apuntó al éxito y, de pronto, siente que todo se le derrumba. Divorciado de Nancy, su amor de juventud y la mujer que mejor lo conoce, su hija deja de hablarle cuando descubre que está saliendo con una de sus amigas. Vapuleado por una realidad que no perdona, al borde del abismo, Ben deberá replantearse por qué perdió su negocio, su reputación y sus afectos. Se impone desandar camino y empezar de cero, con una mirada nueva. Un duro desafío para alguien que creía tener todo bajo control. El tándem de directores Koppelman y Levien echan una mirada lúcida sobre el sueño americano. Desde su juventud, Ben apostó a ganar. Sentía que todas las cartas estaban a su favor. De pronto, la vida le pasa facturas y empieza a cachetearlo con fiereza. Tiempos de cambio a la hora del naufragio.