La larga espera Rodada en Primer Ingenio Correntino, pueblo ubicado a 20 km de la capital de la provincia de Corrientes, el segundo largometraje del director Hernán Fernández se acomoda en el grupo de películas intimistas de un estilo de cine argentino para el que se requiere paciencia del público y atención en la puesta en escena o detalles visuales. Una familia fragmentada no por elección de cada uno de sus miembros sino por la dinámica que lleva a la búsqueda de otro horizonte económico lejos del hogar es la premisa de la que parte El llanto. En este caso quien tuvo que partir del hogar es Elías, lejos de su habitual lugar en el campo como cuidador, la ciudad de Buenos Aires lo instala en una obra en construcción. Sonia, su esposa joven, es la que espera, entre tiempos muertos, con el embarazo y la esperanza de la llegada del primer hijo a la familia. La palabra “espera” entonces encuentra un doble camino en la encrucijada del tiempo que parece suspendido en una atmósfera en la que lo opaco juega el contraste ideal con la falta de luz, elemento plástico no menor que se refleja en la imagen de interiores atravesada por largos tiempos muertos que ralentizan el ritmo y por momentos generan clima de documental de observación. Cabe destacar que el director opta por filmar con no actores, un detalle no menor teniendo en cuenta el grado de contención de cada personaje y su performance con una cámara atenta pero no invasiva en el encuadre. Así las cosas, se percibe en el resultado final un minucioso trabajo del plano como espacio vacío que se va llenando de luz tenue o la propia gama de opacidades, que aporta al tono minimalista una rigurosa idea estética que por momentos trae el recuerdo del cine del mexicano Carlos Reygadas, entre otros realizadores que seguramente hayan formado parte de las influencias del director y su manera de entender -en su totalidad orgánica- el cine.
Sonia espera a Elías luego de que este haya conseguido un trabajo lejos de su pueblo. La mujer lo aguarda embarazada de su primer hijo, expectante de los llamados telefónicos de su pareja y sus cartas que acortan la distancia, aunque son insuficientes. Como observamos, el tema central es la distancia y la soledad que debe tolerar la protagonista de la historia ante la ausencia de su pareja. La película, que tendrá su estreno comercial este 15 de agosto, luego de ser exhibida en la edición número 33 del Festival Internacional de Mar del Plata, está dirigida por Hernán Fernández, quien realizó, previamente, el documental “La piel marcada” (2016), sobre el boxeador Sergio Víctor Palma. En “El llanto”, el director toma también como eje la vida propia de los personajes, uniendo elementos ficcionales y documentales generando así que la cinta se encuentre en el medio de estas dos maneras de transmitir una historia, sin orientarse en una ni la otra. Los personajes visualizados en pantalla están interpretados por no-actores, quienes reflejan su propia vida ante la cámara. La película transmite la soledad reflejada en Sonia, a partir de los planos que registran sus tareas cotidianas, desde lavar sus platos, hasta las visitas al médico. Esta cualidad es remarcada gracias a la preponderancia de los ruidos en la escena, cada objeto que es tocado, cada paso dado, se percibe en un volumen superior que aumenta el vacío alrededor de los personajes. Además, la utilización de planos fijos de larga duración que implican una cámara que atestigua los hechos que suceden frente a ella no siguen los movimientos de los personajes, sino que permite que ellos se muevan o acerquen a ella. En este registro, también se plasma la manera de vivir en ese pueblo, en la cual la fe es un principio valioso donde los habitantes, especialmente las mujeres, deciden refugiarse. Además de esta decisión necesaria de que uno de los miembros de una familia deba trasladarse a trabajar a otro lugar por la falta de oportunidades laborales en su zona. En resumen, “El llanto” está destinada a un espectador activo, que debe estar atento a estos recursos utilizados, y estar predispuesto a la intención de la película que registra la cotidianeidad de estas personas manteniendo la cámara ante ellos, dirigiendo la importancia hacia las imágenes y no a los diálogos.
La espera El cine habitualmente cuenta historias de hombres que deben partir del pueblo donde viven y alejarse de sus familias durante una temporada por un trabajo que se les ofrece, casi siempre precario, pero con El llanto (2018) Hernán Fernández narra el lado B de lo que normalmente se muestra: las que se quedan. Elías partió a la ciudad por un trabajo y Sonia quedó sola en el pueblo. Ella está embarazada de varios meses y su rutina es automática. Va al médico, al almacén, está en su casa y se refugia en la religión. Sonia espera la vuelta de Elías, la llegada del hijo y algo que la saque de la monotonía en la que habita. Sonia aguarda cada día los llamados de Elías como si fuera el hijo que está por nacer. Fernández construye una ficción con los dispositivos del documental observacional para retratar el universo femenino de las mujeres que quedan a cargo del hogar cuando el hombre debe partir por la necesidad de un trabajo. Lo hace a través de encuadres simétricos, largos planos secuencias, que se repiten casi sistemáticamente –como los días de Sonia-, y la utilización de una fotografía lúgubre, añejada, melancólica, en sintonía con el estado que atraviesa a la protagonista. El llanto es una película sobre la angustia contenida, la soledad, las carencias, los desarraigos y la necesidad de otra vida. Sobre las búsquedas personales y la necesidad de conformarse con lo que se tiene. Ese resulta el eje sobre el que se edifica una historia anacrónica que en épocas de feminismo se percibe como fuera de época.
El film dirigido por Hernán Fernández es riguroso, seco, con ecos de documental y una mínima historia de espera y postergación, de fuerte contenido emocional. Es la historia de una mujer embarazada cuyo marido partió de su lado para conseguir un trabajo. Ella queda sola, en una vida registrada en toda la dimensión de una espera angustiante marcada por necesidades que no pueden satisfacerse. Largas esperas al lado de un teléfono público esperando la llamada de su pareja. La consulta a los médicos, siempre lejanos. Una casa muy austera. La compañía de alguien que le brinda una interpretación de la fe que aparece como una letanía repetida destinada a incrustarse en su cerebro, más que una creencia que le dé algo de alivio a su existencia. La monotonía de Sonia la protagonista, igual que su dolor agravado, se muestra con planos cerrados, con poca luz o en penumbras. Es una mujer lejos de sentirse empoderada o feliz por traer otra vida a este mundo. Una propuesta honesta, valiosa pero no original.
El contraste en varios niveles de El llanto hace palpable la soledad de sus personajes. Por un lado, los planos varían entre abiertos (planos americanos o generales, en espacios al aire libre) donde están los protagonistas cada uno por su cuenta, y cerrados (primeros planos o medios, en interiores), en los que Sonia está acompañada pero usualmente en silencio. Los planos de ella suelen ser en interiores, pero una vez que se da a conocer la noticia de su embarazo, su personaje está más en espacios abiertos o semi abiertos (cerca de umbrales o de ventanas). Y el movimiento inicial de cámara que se presentaba con Elías,quien asumimospor detalles que es el padre de la criatura, desaparece por lo menos durante gran parte de la película. Después están los diálogos tan escasos. La falta palpable aunque no absoluta de palabras magnifica los sonidos del entorno. El agua que cae del grifo, el canto de los pájaros, el ruido de las actividades cotidianas, el eco de lo que pareciera pasar desapercibido: todo esto contrasta con las contadas líneas dichas y semejantes a secretos que, por un lado, no deberíamos estar escuchando y, por otro, dan pistas de cómo entender el silencio de los personajes. El dispositivo de la carta y las llamadas entre Elías y Sonia dejan en evidencia cierto forcejeo con lo orgánico de la película. Esta se compone por 42 planos que carecen de movimiento casi todos, de no ser por el trayecto recurrente que hacen en la camioneta las dos mujeres junto con Sonia en el proceso, o el primer plano que es un travelling que se aproxima hacia los espectadores, hacia el centro de la historia. Ahora, si la prolongación dilatada de gran parte de los planos se enfoca en descubrir sentidos más poéticos en la rutina de la protagonista, los dispositivos de la carta y las llamadas telefónicas irrumpen como algo externo y ambiguo. Elías le manda una carta a Sonia después de anunciado el embarazo. Ella se resiste a leerla inicialmente, pero ya venimos siguiendo si bien no el trayecto completo desde las manos de Juan a las de Sonia; notamos la presencia de la misiva en varias escenas hasta que llega a sus manos. El objeto genera un suspenso que no será resuelto como esperamos. No sabremos qué dice la carta, sino el efecto que tiene en la embarazada. Esta decisión arriesga el interés y obliga a que el sentido de esta ambigüedad esté en la reacción de Sonia y en lo que está contenido en el plano donde transcurre la lectura de la misiva. Un plano medio a la luz de la vela nos permite ver el llanto de la protagonista y, a sus espaldas, una cortina se agita con persistencia. Si estamos de acuerdo con que todo en la imagen significa, es fácil concluir que la cortina es la inquietud de Sonia, su fragilidad. O por lo menos, esto es lo que representa. Pero, ¿qué hacemos si ignoramos las líneas que contienen esas hojas? Las cartas representadas en el cine son un elemento fascinante porque expanden la voz del remitente y acentúan, a través de planos medios o primeros planos, la personalidad de quien escribe y, un poco, de quienes leen. Desde el Hollywood clásico con La carta de William Wyler y Carta de una desconocida de Max Ophüls, hasta la carta de Marta a Tomas en Los comulgantes, o la de Carol en la película homónima de Todd Haynes; por mencionar unos poquísimos casos, las cartas han funcionado como dispositivos donde la voz (con frecuencia en off) finalmente se desahoga. Entonces, ¿qué nos queda de una correspondencia de la que los espectadores sabemos su existencia, pero no lo que contiene? La manera de Hernán Fernández para resolver esto es clave y es el mayor logro de la película junto con la fotografía de Constanza Sandoval. El plano que le sigue a la lectura de la carta es un árbol frágil agitándose junto a las cenizas de un fuego ya apagado. Y la toma siguiente es Sonia en un plano medio, ya de día, dispuesta a leer en voz alta unas líneas. Creemos, casi quisiéramos asegurar, que lo que ella leerá son las palabras de Elías. Lo que lee, en cambio, es un pasaje de la Biblia sobre las dificultades frente a aguas profundas. Aunque la postura religiosa de la película sea difusa (¿por qué Sonia acude a estas clases de religión?), esto no impide que el interés se haya desplazado de lo que había en la carta a lo que Sonia hará con lo leído. Así, el llanto de ella ante la misiva y el de Elías en la última escena son ambiguos en su causa, pero claros en expresar una distancia duramente palpable entre ambos. Silencio, parsimonia y tristeza son las constantes de la historia para alcanzar un sentido ulterior que nunca es evidente, como tampoco lo es la vida.
La película -claramente una historia de mujeres- arranca, sin embargo, con un hombre. Se trata de Elías, que bolso en mano abandona un pueblo rural para irse a trabajar a Buenos Aires. Deja en el lugar a su esposa Sonia, que está con un embarazo avanzado y será la protagonista absoluta de esta historia de fuerte raigambre documental y unos cuantos elementos de puesta en escena más ligados a la ficción. Sonia está sola y espera. Tiene, sí, alguna ayuda de su suegra, pero su vida (su rutina) es decididamente gris y angustiante (para ella y a la distancia también para Elías). Viaja en camioneta, va al médico, se refugia en la religión (la presencia de los altares y de las charlas didácticas con una mujer evangélica es permanente) y va al almacén para esperar el llamado de su esposo en el teléfono público del lugar (no hay precisiones temporales pero todo indica que la acción transcurre hace unos años por la falta de celulares). La monotonía de la existencia de Sonia es registrada con una narración árida, planos cerrados con poca luz, muchas veces directamente en penumbras, que intentan sintonizar con el estado de soledad y descontención emocional de alguien que parece ser apenas un vehículo para traer otra vida al mundo (se dedica también a preparar la ropa del bebé). El film es riguroso y preciso en su búsqueda, pero no hay demasiados hallazgos ni sorpresas en una propuesta que por momentos resulta tan rutinaria como el día a día de su protagonista. El llanto nos transporta a un universo femenino postergado, resignado, alejado de estos tiempos de empoderamiento urbano. Es una propuesta honesta y valiosa, pero esta película heredera de aquel Nuevo Cine Argentino minimalista, austero y observacional luce algo remanida y a esta altura deja una clara sensación de déjà vu.
El llanto no tiene grandes pretensiones ni otorga concesiones al espectador. En la primera secuencia vemos a un hombre joven con el bolso al hombro andando por un camino rural; a continuación, una mujer desolada, recién amanecida en una cama semivacía. La historia ínfima que nos contarán es la de esa separación: no sus causas, sino su transcurrir desde el punto de vista de la mujer que, mientras transita un embarazo, aguarda noticias de su pareja. La economía narrativa es el sello de esta película de espera. No hay casi diálogos y la mayor parte de las escenas son largas tomas con cámara fija. Un largo viaje en una camioneta que transporta a tres mujeres que no se dirigen la palabra; una mujer lavando la ropa; un hombre mirando una pelea de boxeo por televisión. Hernán Fernández no teme aburrirnos; es más, se diría que se lo propone. Cuenta a través de las sensaciones que provoca: tedio, monotonía, apatía. Así transmite los interminables días que vive la protagonista mientras espera la llegada de su bebé tanto como novedades de ese hombre que se fue a otra parte a buscar un futuro mejor para los tres. Sola en su precario rancho en el medio de la nada -la película fue filmada en Primer Ingenio Correntino, un pueblo a veinte kilómetros de la capital provincial- habita un mundo quedado en el tiempo, abandonado por el progreso, carente de electricidad, agua corriente, telefonía. Para comunicarse con su pareja debe esperar su llamado en el teléfono público del almacén. O tenerle paciencia al correo tradicional. La religión es su único refugio. Los no-actores que integran el elenco no deben hacer grandes esfuerzos por parecer naturales: en esta ficción de observación, donde cada detalle dice más que los personajes, la frontera con el documental está borroneada y el drama casi no tiene disfraces.
En un pequeño pueblo de Corrientes vive, solitaria y esperando un hijo, Sonia, cuyo esposo es un trabajador de campo quien debió ausentarse a Buenos Aires para emplearse en una obra en construcción. Ella lo esperará en su humilde casa de madera mientras visita a una mujer que le leerá su destino y ahorrará el dinero que su marido le gira desde su lugar de tareas. Con estos aparentemente escasos elementos, el director Hernán Fernández elaboró, con una casi carencia de diálogos, una historia cuyo eje se centra en el dolor que experimentan quienes deben distanciarse por necesidad. Con sencillez, el film va recorriendo lentamente la cotidianidad de esa Sonia (buen trabajo de Sonia Ortiz) cuyo grado de verdad se adhiere con su solitario entorno.
En el llanto del título, el que nunca llega, el que se condensa en la espera de una mujer que se queda sola en medio de la nada, Hernán Fernández se pierde en la observación y tempos laxos que no profundizan sobre el verdadero quid de la historia, una historia de espera que en la angustia podría haber explotado, pero queda en sólo premisas.
“Y cuando sus ojos atraviesan su vientre de mujer encinta, es como si estuviera engendrando toda la miseria del mundo“. La imagen-tiempo, Gilles Deleuze “(…) mientras que a ella le arden los ojos de tanto aguantarse las ganas de llorar de miedo”. Épica urbana, Juan Solá El interior del país, de una casa. La intimidad de un hogar observado a partir del presente de una mujer embarazada, Sonia (Sonia Ortíz). Mientras Elías (Elías Aguirre) se ausenta por trabajo, ella queda a la espera. Allí ve pasar las semanas en el silencio de las cuatro paredes, sin tecnologías a la vista, sólo una lámpara prendida cuando la noche se hace inevitable. La pobreza se confirma pero ella no se queja de su presente. La tranquiliza saber que si espera en la despensa, recibe alguna llamada de Elías y que si visita a su médico, él le puede traer de la ciudad una carta de su marido. Luego vuelve a la quietud de su casa, de su pueblo, de su embarazo.
El llanto: minimalismo al palo La apuesta del realizador Hernán Fernández en su ópera prima de ficción –largometraje que formó parte de la competencia nacional del último Festival de Mar del Plata– está enraizada en la tradición más minimalista del cine contemporáneo. Un minimalismo hecho de gestos y miradas, de costumbres y rituales cotidianos (y, por lo tanto, de repeticiones), de conflictos que comienzan a aflorar con el correr de los minutos y casi nunca son explicitados por el diálogo. Rodada en el interior de la provincia de Corrientes, El llanto es, en gran medida, una película de mujeres, aunque la presencia de un hombre en particular se sienta aún más, paradójicamente, por su ausencia en el relato. Es él quien aparece en la primera escena, caminando por la ruta con un bolso sobre el hombro, a punto de irse a una ciudad lejana a trabajar, y es él quien llama regularmente a Sonia al número del teléfono público del almacén del pueblo. La falta de celulares parecería indicar una época del pasado reciente o bien un período indefinido que refleja estados de ánimo y esperas atemporales. Sonia vive sola y espera. Espera esos llamados y el nacimiento del ser que está creciendo en su interior. Las consultas al médico para los controles de rutina se repiten, como así también las visitas a un pequeño grupo integrado exclusivamente por mujeres, dedicado a estudiar la Biblia. Alguien, aparentemente su suegra, hace las veces de remisera en esos viajes a uno u otro lado, una cruz y un avión de juguete balanceándose violentamente ante cada irregularidad de las calles de tierra. Sonia se levanta y observa los rayos del sol que entran por la ventana, se agacha y comienza a lavar la ropa a mano y, antes de que pueda darse cuenta del paso de las horas, apaga el interruptor para iniciar un nuevo período nocturno de sueño. Sonia espera la llegada de algo de dinero y guarda la carta que acompaña los billetes, porque desea retardar su lectura o, tal vez, porque esa vida nueva en soledad ha comenzado a carcomer sus emociones y sentimientos. En esos ritmos repetitivos y, por momentos, monótonos, Hernández arriesga y logra salir relativamente airoso: los encuadres minuciosos de los espacios interiores logran transmitir cierta desesperación, pautada por la creciente sospecha de la protagonista de que los anhelos personales pueden no coincidir con la realidad. Al mismo tiempo, esa apuesta formal es su propio límite, frontera que termina, más temprano que tarde, ahogando a la película misma en un callejón formal sin salida: no hay mucho más que aquello se ve y se oye. Esa falta de ambiciones en la descripción de Sonia y sus días termina transformando a El llanto en un ejercicio de estilo correcto e incluso eficaz pero, en última instancia, algo estéril.
Luego de su paso por el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, estrena "El llanto", de Hernán Fernández, una desconcertante propuesta que desafía la tolerancia del espectador. El tiempo se había detenido, y no nos habíamos dado cuenta. Promediando los cuarenta minutos de "El llanto", más o menos la mitad del metraje, habrá que parar y recapitular lo que estábamos viendo. No, no es que el segundo largometraje de Hernán Fernández, presente una historia compleja y difícil de entender. Por el contrario, su tendencia a la parsimonia, al estancamiento y estatismo, generan una suerte de pronto olvido y extravío. Nos automatizamos, pasamos a apreciar una serie de imágenes correlativas, pero corremos el riesgo de ya no recordar su origen. Es probable que esta sensación sea algo buscado por Fernández, intentar traspasarnos la quietud que sienten los protagonistas de su historia, expresarnos el modo en que se vive en un pueblo olvidado del interior de nuestro país. Demasiado poco aliciente para una experiencia que en su poco más de 70 minutos crea la sensación de eternidad vacía. Hernán Fernández debutó hace cuatro años con La piel marcada, un trabajo documental que retrataba la vida y resurgimiento del boxeador Sergio Víctor Palma. "El llanto" es su primer trabajo ficcional ¿pero es realmente una ficción? En palabras del propio realizador “Me formé cuando la discusión entre las barreras documental/ficción ya estaba saldada. Entonces, a la hora de pensar una película no logro ubicarme en un lugar u otro”. En efecto, "El llanto" logra una palpable sensación documental, pese a tener un claro armado ficcional, los límites entre uno y otro son borrosos. Lo cierto es que aún en un documental observacional, aquellos que siguen un acontecimiento o un instante de vida(s) bajo una cámara imperceptible, hay un lineamiento, algo que vaya guiando al espectador, ya sea una voz en off, placas, o cruces de estilo con entrevistas, algo. "El llanto" es realidad. Es verdad, la mayoría de nosotros no hablamos cuando estamos solos, no nos resuena música alrededor, y en este film abunda la soledad. Filmada en Primer Ingenio Correntino, en el municipio de Santa Ana de los Guácaras, a 20Km de Corrientes capital, sigue la vida de Sonia (Sonia Ortíz) embarazada de Elías (Elías Aguirre). Ambos son una pareja joven de Primer Ingenio un pueblo de escasísimos habitantes, alejado, olvidado, en donde el estilo de vida no tiene nada que ver con el que conocemos los que habitamos las urbes. Elías es peón de campo, y viaja hacia Buenos Aires para trabajar en una construcción. Sonia no lo puede acompañar, se queda en Primer Ingenio, y apenas tendrán alguna comunicación telefónica. Sonia espera, se prepara para tener a su hijo, y espera que su pareja vuelva. De mientras, sigue con su rutina en la que se exponen los quehaceres diarios, la tranquilidad de la nada, y una marcada religiosidad junto a unas compañeras de oración que también parece ayudan con el embarazo, a su modo. Elías no viaja por placer, no desea alejarse de Sonia y su futuro primer hijo, pero debe hacerlo para traer el dinero necesario para comer. Entre Sonia y Elías hay amor, y no habrá distancia que rompa eso. "El llanto" es una historia de amor, y de denuncia social sobre los olvidados, pero ese no ritmo impuesto desde el inicio hasta la última toma, atenta contra la concreción de estos dos objetivos. Todo se sobre entiende, no está remarcado, e imaginamos que esa será la voluntad del realizador, querer retratar dos vidas (bajo la visión de una de las partes principalmente) que deben afrontar una situación inimaginable para cualquiera de nosotros. Lo que vemos es a una mujer que afronta una rutina en soledad, que sólo tiene la esporádica visitas de estas mujeres de oración, y el resto es mirar hacia la espera y pasar el tiempo rebuscándose para sobrevivir con los escasos recursos con los que cuenta. Casi no hay diálogos ni palabras, y los que hay son circunstanciales, podrían no estar; no hay música; y Fernández la remata con una obsesión sobre los planos estáticos. El realizador intenta plasmar la idea de un tiempo que no pasa en Primer Ingenio, de esa espera eterna de la Penélope de Corrientes, y para el espectador el tiempo tampoco pasa, y la ¿historia? se pierde, termina siendo confusa por el simple extravío sobre lo que vemos; y sí, tristemente se cae en el desinterés. Más de una vez rondará por nuestras cabezas la idea de que alguien se olvidó de cortar en el montaje. Largos minutos de Sonia mirando por una ventana, otros largos minutos de un foco a kerosene que se va quemando; otros largos minutos de una vela que se derrite lentamente y una llama que se mueve despacio con el viento. Mujeres alrededor de una mesa susurrando palabras imperceptibles mientras oran, Sonia yendo a un almacén, un teléfono que suena durante un largo tiempo sin que nadie atienda. Hasta algunas escenas, como esta última del teléfono, que en realidad tienen sentido, terminan perdiéndolo en el conjunto de esta planicie. La poética visual termina diluyéndose en medio de tomas oscuras, y un desafío a nuestra paciencia, que sabemos a lo que nos exponemos, queremos aguantar, pero termina venciéndonos. Fernández filma con no actores, y la naturalidad de estos frente a cámara quizás sea lo más rescatable de "El llanto", una producción demasiado desconcertante y exasperante como para llegar a buen destino. El llanto propone una espera, pero hay esperas que se hacen muy cuesta arriba.
El llanto: Un ciclo infinito de soledad y espera. Silencioso, constante y rutinario; el tiempo se percibe como el rodar de un ciclo sin fin ni principio que pueblan como sonámbulas las mujeres de este paraje perdido en huellas y horizontes. El film de Hernán Fernández narra el día a día de una mujer sola en su casa, que espera y desespera en un silencio cargado, pesado como los nubarrones que a lo largo del film prometen una tormenta y que solo quedan allí pendiendo de un cielo tan amplio como los amplios plano de Constanza Sandoval, directora de fotografía. Sonia está sola, mientras que Elías su esposo, trabaja en la lejana ciudad para ese hijo que se adivina en la panza de la mujer. Aquí todos están en esa imprecisa situación de estar entre otros, eso sí pocos, y a la vez tan solos. Para esto el director se servirá de planos de un campo pobremente intervenido por el hombre que aunque verde se asemeja a un desierto, de iglesias olvidadas como depósitos y robóticas rutinas realizadas con el desgano de la mente ausente. Es una historia mínima, la de Sonia, la su suegra y Elías; una que ya comenzó cuando llegamos y dejaremos cuando el director decide apagar la cámara, con apenas un llanto quedo, un silencioso nada. La propuesta de Hernán Fernández (también director) y Franco Scappatura es una narración que se cuece en las acciones, ordenadas, repetidas y austeras de un grupo que convive con la soledad y las distancias, tanto físicas como afectivas de los protagonistas. Es un repaso, somero de almas que parecen atrapadas en un limbo donde Dios y sus terrenales representantes no llegan a solventarlo por más lectura bíblica que medie. Cada acción se ejecuta con el automatismo de un ser despojado de algo más profundo que solo separación y silencio, se adivina, se intuye el derrotero pero no alcanza. Más allá de la puesta milimétrica de una fotografía que respira más que los personajes, esta especie de documental sobre los que esperan, se queda en medio de ella, como atrapado y domesticado por el bucolismo del campo, en la reserva de los personajes que si apenas dejan entrever el malestar que callan. Mujeres que aguantan quietas en el aislamiento. Y la tristeza se antoja añeja, como salida de una fábula anterior al empoderamiento, como el recorrido que hiciera un cine que denunciaba el abandono hace tiempo y allá cuando la lucha recién comenzaba.
El sacrificio personal que hace un matrimonio joven y pobre para progresar es lo que sintetiza la realización de Hernán Fernández. Estas pocas palabras alcanzan para describir el proceso habitual que transitan las personas impedidas económicamente de acceder a una vida digna. Con una puesta de escena austera, mínimos recursos técnicos, escenográficos, de vestuario, etc., tan necesarios para introducirnos en un ambiente humilde de un pueblito correntino, transcurre la historia de Sonia (Sonia Ortíz), que está embarazada, vive en una casita de madera sin agua corriente y quedó sola, ya que su marido tuvo que ir a trabajar a Buenos Aires. Sus días son rutinarios. Hace los quehaceres domésticos, controles médicos, lecturas de la biblia con otras chicas y viajes en una camioneta de la suegra. De vez en cuando, en un momento pactado de antemano, va a un almacén que tiene un teléfono semipúblico, para esperar el llamado de Elías (Elías Aguirre), su marido. La distancia la acortan de ese modo y con alguna carta, también. En la película que nos muestra en carne viva como escasea todo, sobra la paciencia. La procesión va por dentro. Es tan evidente que casi no hay diálogos, las palabras huelgan. Los silencios abruman. El sonido ambiente predomina, ya que no hay música. El relato es pesado, muy lento, no hay ni un mínimo espacio para el relax y la diversión. El director pone en pantalla prolongadas tomas con una mínima acción. Y, si lo considera necesario filma con cámara fija planos generales largos, para abrumarnos aún más y conseguir una empatía con la protagonista, qué, cómo todos los del elenco, no son actores, pero sus papeles lo interpretan con coherencia y seriedad. Los kilómetros de distancia provocan sufrimiento, junto a la pobreza, pero ellos están seguros de ir por el camino correcto. Un áspero y tortuoso recorrido que, finalmente, haya valido la pena.
LOS SILENCIOS Y LA DISTANCIA El llanto, de Hernán Fernández, tiene su inicio con el personaje de Elías caminando por la ruta cargando un bolso de viaje. De esta posible búsqueda de una nueva y más prolífica vida es de lo que habla el film, pero también de las consecuencias del desarraigo y la soledad, en particular al hacer foco en Sonia, su esposa embarazada, que espera en el pueblo el retorno de su marido que ha migrado a la ciudad de Buenos Aires para trabajar. Podríamos enmarcar a El llanto dentro de una línea del cine nacional que hace de la contemplación, el montaje y la composición las herramientas para sumergir al espectador en la historia que cuenta. El resultado se encuentra atravesado porque tan exitosamente logra hacernos partes de su historia, sus tiempos y quizá no agotar los recursos cuando la narración ingresa en una meseta. En el caso de El llanto existe un virtuosismo notable en la composición de los encuadres y la utilización de planos largos que invitan a sumergirnos en la historia. Los largos y extenuantes minutos en una camioneta, repetidos a lo largo del metraje, tienen la finalidad de indicar la monotonía y el agotamiento de esa vida que atraviesa Sonia en soledad, al igual que los remarcados contraluces que hacen de su propio hogar un lugar sombrío y prácticamente desconocido para la misma protagonista. Sin embargo, y a pesar de apenas superar la hora, el film puede agotar porque ingresa en una meseta narrativa al ostentar la repetición como herramienta para anticipar -y se trata de eso, de la anticipación y de la espera- un desenlace previsible, aunque esta no sea la matriz de El llanto. Es inevitable pensar en que se trata de un relato visual al que una síntesis le habría beneficiado para resultar más contundente en su desenlace. Es así que se trata de una historia que reflexiona sobre la desolación y hace de su fragmentación en planos largos un elemento cada vez más sugerente que culmina con el silencio y un llanto, pero que se puede tornar algo extensa y demandante en el marco de la historia que cuenta y la carencia de subtramas narrativas.
Un hombre solo que camina en la ruta barrosa. El perfil de una chica joven despertándose en lo que parece ser un humilde cuarto de una zona rural. Lo que viene describe el contexto. Ella y su rutina. Las tareas de la casa, la costura, las idas al médico que controla su embarazo. Lo sabremos porque el hombre de la ruta sería la pareja de la chica, que la llama desde donde está, un hotel en la ciudad. Poco a poco se va armando la historia de dos seres separados por la necesidad de ganarse la vida. Día a día, las acciones se repiten. Alguna salida en camioneta con chicas que como ella no son de hablar, lecturas bíblicas en casa de una mujer evangélica y algo así, como el consuelo de saber que hay un Dios que las puede proteger de todo mal. Afuera, la naturaleza en una mostración tan austera como lo cotidiano. Ese manto que recubre la angustia de la mirada de la chica sola frente a las velas que se prenden a la noche, rodeadas de santos y vírgenes en la mesa chica de la casa. OTROS TIEMPOS Filme mínimo en el conteo de situaciones básicas, de tendencia a las sombras más que a la luz, como una constante de lo que va copando la mente. Ese tipo de películas de ritmo cansino, donde las palabras se quedaron dentro de cada uno y donde todavía existen las cartas y se espera la llamada del teléfono público en el almacén del pueblo. Otros tiempos, otros espacios. La película fue rodada en Primer Ingenio Correntino, un pueblo de la Corrientes interior, lejano y solitario, con una atmósfera que recuerda a "Sudeste", de Haroldo Conti, o algún relato de Saer. "El llanto" es la ópera prima de Hernán Fernández, un director de poco más de treinta años. Su composición narrativa es cuidada, densa, y algún fuego exterior o la ropa secada al sol son acciones que repiten actos que nunca cambian y arman una trama tan compacta como rutinaria. Una simetría cinematográfica que puede despertar cierto tedio, sólo conmovido por un final que -también simétricamente- explica sin palabras la solidez de los sentimientos compartidos.
El llanto sigue a una joven mujer embarazada, su cotidianidad, su espera ante la ida a la ciudad de su pareja por trabajo, mezclando la ficción y el documental. Se estrena tras su paso por la Competencia Argentina en el 33 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Un hombre avanza con su bolso por un camino. Una mujer se despierta en la cama, sola. A partir de allí, veremos a Sonia transcurrir ese tiempo de espera (el del embarazo, el de la ida de su pareja, el de la vida), a través de las cosas cotidianas que completan el día a día: lavar la vajilla, aguardar el llamado telefónico, ir a la cita médica, leer la Biblia en grupo. Y no sólo en lo que a ella respecta, sino también a una compañera de lectura religiosa, a su suegra, a su médico. El director elige contar con planos fijos y encuadres donde quedan enmarcados los personajes, con alguna fuente de luz que los ilumina, tomándolos de espaldas, de perfil, en movimientos leves, casi sin diálogos, y con una duración que nunca es breve. Claramente forma y contenido se dan la mano. Y uno entiende que la elección es pensada y buscada para darle la sensación al espectador de la rutina, el tedio y la repetición que conforman esas vidas. Y entre eso resulta llamativa la irrupción e importancia que toma la religión en las escenas. Una posibilidad a la que aferrarse en medio de la soledad. Quizás El llanto se nota demasiado pensado y armado, hay cierta artificialidad para dar cuerpo a la historia elegida, que además debe aprovechar de la presencia de los no actores más que de su actuación, algo que no siempre sale a favor. El llanto es una propuesta rigurosa y austera, que mezcla ficción y documental y en la que el tedio y la rutina de la espera que cuenta se apodera de la atención del espectador.
Esta es una sencilla historia de amor que se desarrolla en un pueblo rural y donde los principales personajes son: una joven embarazada y su soledad como el paisaje del lugar. Esta joven Sonia se relaciona con pocas personas, ella sufre en silencio la ausencia de su marido que se encuentra trabajando lejos. La única comunicación que mantienen es a través a veces de una carta y un llamado de un teléfono público en la despensa del lugar. Todo es escaso hasta los diálogos, pocas personas la rodean, se desconoce en qué año transcurre la acción, hay poca luz, un televisor viejo, usan garrafa y no se ven teléfonos celulares. Una propuesta monótona con un ritmo pausado, soporífera y que no termina de convencer o atraer.