El perfecto David transcurre prácticamente en penumbras: atardeceres, cuartos con persianas bajas, gimnasios sombríos, alguna fiesta nocturna. Esos claroscuros parecen una metáfora del David del título (Mauricio Di Yorio), un chico de 16 años cuya vida no tiene demasiada luz. Por motivos que la ópera prima de Felipe Gómez Aparicio irá develando de a poco, su madre (Umbra Colombo) lo somete a una impiadosa rutina para mantener un cuerpo digno de un físicoculturista.
«El perfecto David», la ópera prima de Felipe Gómez Aparicio propone un universo en el que predomina la toxicidad en los vínculos, marcados por un ideal de perfección como sinónimo de virilidad.
El cuerpo que habla. En esta ópera prima de Felipe Gómez Aparicio uno de los protagonistas principales es el cuerpo. De inmediato, relacionado con los músculos y las contracciones de extremidades, la sobre exposición corporal y la exigencia extrema forman parte de una rutina que se repite y que experimenta un in crescendo a medida que los minutos avanzan. Que el protagonista de esta historia se llame David no es para nada casual si pensamos en la famosa escultura del célebre Miguel Ángel Buonarroti, modelo canónico de las artes clásicas en contraposición con las nuevas escuelas de arte que hacen de las performances o instalaciones un nuevo código libre de interpretación, y que entre otras cosas busca el impacto y la provocación en todo aquel observador que se ve invadido, a la vez que inmerso en el espacio que propone el artista. David, de 16 años (debut actoral de Mauricio Di Yorio), transita como cualquier adolescente de nuestros días por la etapa de la confusión tanto en lo que hace a sus relaciones con su entorno de compañeros de escuela como con una madre para quien el joven parece en realidad un experimento; o tal vez un reservorio de frustraciones y anhelos que se traducen en un vínculo tóxico -sin spoiler por motivos obvios- que será, en el transcurso del derrotero del protagonista, un detonante de cambio para su conducta. Sin embargo, la austeridad en lo narrativo lleva a que el director opte -de manera saludable- por evitar el subrayado en el relato y confíe en el verdadero poder de lo visual y la puesta en escena para dejar muy bien establecido el escenario en el que se desenvuelve una historia, rupturista y reflexiva, donde se atraviesan diferentes capas, entre las que se puede destacar la utilización del cuerpo como punto de partida de la expresión de una emoción; la pre conceptualización de la mirada machista en un mundo de hombres anabolizados, pero lo más interesante: la sutil amalgama entre lo simbólico y lo natural sin atisbos de realismo como guía, adoptando recursos cinematográficos para generar atmósferas de alta sensualidad. La pasividad del voyeur en contraste con el exhibicionismo es pura tensión en esta prometedora ópera prima que viene carreteando desde el Festival de Tribeca.
David es un adolescente y su pasaje por esa etapa es en parte como la de muchos otros. Es inseguro, está buscando su identidad y en buena medida se apoya en sus grupos de pertenencia para tratar de construirla. Pero hay otra parte de su vida que se parece muy poco a la de los otros chicos de su edad. David entrena todos los días de forma rigurosa y exigente y se ha construido un cuerpo de fisicoculturista que mantiene y perfecciona bajo la mirada atenta de su entrenador y de Juana, su madre. Se podría decir que David está obsesionado por su físico y un ideal de perfección y no se estaría del todo errado. Pero habría que añadir que, por sobre todo, es su madre la que está obsesionada con ese cuerpo, el de su hijo, y es bajo su tutela que la transformación de David se está llevando a cabo, siendo ella la que supervisa los avances y sanciona los retrocesos y las conductas que puedan apartarlo del objetivo. Juana es artista plástica y está preparando una exposición en la cual su hijo, o su cuerpo para ser más precisos, es el elemento principal. Y es por esto que vigila menos con preocupación de madre (o lo que uno supone que esto pueda llegar a ser) y más con rigor profesional y la actitud posesiva de quien considera que ese adolescente le pertenece y por ende le caben todos los derechos y la justifican para una exigencia desmedida. Donde otros pueden ver crueldad, ella ve precisión y disciplina, y en ese camino cualquier desvío es señal de debilidad. David acata como puede ese mandato con las inevitables y cada vez más notorias consecuencias sobre su cuerpo y su mente. En su primer largometraje, Felipe Gómez Aparicio aborda un tema y un ámbito poco transitado en el cine argentino, y lo hace con una historia que sin ser autobiográfica tiene bastante de personal, ya que según el mismo realizador declara, él mismo sintió en su adolescencia una presión similar a la de su protagonista, en su caso en el ambiente del rugby y en un contexto de clase media alta que es también en el que David se mueve. La elección de ubicar el relato en el ambiente del fisicoculturismo (y también del arte) puede ir en el sentido de establecer con más fuerza la búsqueda del ideal de perfección que es el ideal de belleza física establecida y hegemónica. Es por eso que tampoco suena casual la coincidencia del nombre del protagonista con la del célebre David de Miguel Ángel, modelo a su vez de perfección para la cultura occidental. Pero sobre todo El perfecto David es una película sobre los mandatos, sobre padres que devoran a sus hijos (otra referencia clásica), o en este caso una madre que en su voluntad de usar a su hijo como materia prima, lo convierte conscientemente en objeto y no advierte, o no le importa, que esto puede arrasar con la subjetividad del joven. En esta relación extraña y por momentos bizarra son fundamentales las interpretaciones de su dúo protagónico. Umbra Colombo se pone en la piel de una mujer pragmática, hierática y hasta despiadada y que en la manera de relacionarse con su hijo puede ser distante y asfixiante al mismo tiempo. Mauricio Di Yorio, en su debut en el cine, personifica a este David tironeado cuya presencia física imponente contrasta con su rostro aniñado, su timidez, su constante sentimiento de inadecuación y su vulnerabilidad. En este vínculo pocos momentos hay de ternura o calidez y sí unos cuantos de aridez, incomodidad o apatía. Y si hay algo que se siente en falta en el film es que este vínculo que se nos presenta ya dado no se explore un poco más en su historia y sus motivaciones. Gómez Aparicio acompaña este relato de demanda y desapego con una puesta sobria, una estética de colores fríos y ambientes en penumbra, y un clima de tensión contenida y sentimientos reprimidos esperando estallar. Y si bien el camino en que David se embarca para complacer a su madre lo termina convirtiendo a él mismo en agente de un mandato tóxico y autodestructivo, el ambiente del fisicoculturismo es mostrado, sin embargo, como el más parecido a una familia que encuentra y donde quizás algo de su subjetividad y su deseo pueda respirar y abrirse paso. EL PERFECTO DAVID El perfecto David. Argentina, Uruguay. 2021 Dirección: Felipe Gomez Aparicio. Intérpretes: Mauricio Di Yorio, Umbra Colombo, Diego Starosta, Pablo Staffolarini, José Luis Sain. Guión: Leandro Custo, Felipe Gomez Aparicio. Fotografía: Adolpho Veloso. Edición: Federico Peretti. Producción: Martín Cuinat, Felipe Gomez Aparicio, Pablo Ingercher Casas, Ramiro Pavon, Fiona Pittaluga, Nicolás Pérez Veiga. Producción ejecutiva: Hebe Tabachnik. Duración: 75 minutos
El mundo de los físicoculturistas ha tenido múltiples aproximaciones desde el cine (una de las más notables es Ta Peau si lisse, del canadiense Denis Côté) y ahora es el turno de un nuevo acercamiento por parte del argentino Felipe Gómez Aparicio, quien le suma a su primer largometraje una respetuosa y al mismo tiempo descarnada mirada a los rituales de iniciación, las inseguridades y contradicciones propios de la adolescencia. David (Mauricio di Yorio) va a uno de esos colegios secundarios privados con mucho rugbier y jugadora de hockey, participa de las bromas (con no pocos rasgos homofóbicos) y comparte las mismas tentaciones de cualquiera de sus compañeros: ir a una fiesta, beber alcohol, deshinibirse, tener sexo (allí está la atractiva Mica que interpreta Antonella Ferrari). Pero al mismo tiempo el protagonista no es como los demás, ya que dedica prácticamente todo su tiempo a moldear de forma obsesiva en su habitación o en el gimnasio cada uno de los músculos de su cuerpo. Aparatos, pesas y -cuando el asunto empieza a ir más en serio pastillas e inyecciones- conforman una rutina que su madre Juana (Umbra Colombo) controla con rigor militar y algún tinte edípico. ¿Se trata de un simple pasatiempo, de una disciplina marcada por el sacrificio, la perserverancia y la obsesión, de una forma de vida a la que hay que entregarse de forma absoluta? ¿Hasta dónde puede un adolescente aguantar la presión y los efectos secundarios? Estos son algunos de los interrogantes que se plantea el guion del propio Gómez Aparicio y Leandro Custo, y que los 75 minutos de relato se encargarán de ir respondiendo (aunque sea en parte). Hay algo de ejercicio erótico-voyeurístico en apreciar esos cuerpos esculturales, pero también otro tanto de patológico en esa combinación de esfuerzos sobrehumanos y anabólicos para acercarse a la perfección. El director lo sabe y junto con el talentoso fotógrafo Adolpho Veloso nos ofrecen un retrato íntimo y detallado sobre un universo cargado de misterio y con algo de secreto. Una película en varios pasajes fascinante y provocadora con una una apuesta llena de contrastes que combina rebeldía, vergüenza, empoderamiento, toxicidad, angustia y virilidad.
Lo que parece a primera vista una película sobre el particular mundo del fisicoculturismo es mucho más que eso. El perfecto David es, antes que nada, la historia de una relación tóxica entre una madre extorsiva y un hijo nada proclive a la rebelión que se somete mansamente a su deseo. También es una mirada aguda sobre los caprichos del artista burgués: todo el esfuerzo agotador que el protagonista hace para modelar su cuerpo está relacionado con el proyecto delirante de esa mujer fría y egoísta (Umbra Colombo, muy precisa en el papel) que mide el tono de su musculatura como si se tratara de una mera figura esculpida en piedra y hace cálculos sobre la futura repercusión de su obra. Detrás del proyecto estuvieron dos productoras que trabajan desde hace un buen tiempo con la visibilidad de las problemáticas de la comunidad LGTBIQ+, Oh My Gómez y Roberto Me Dejó Films. Y tiene sentido, porque El perfecto David también aborda el tema de la sexualidad desde una perspectiva bien amplia: hay un erotismo patente en los cuerpos torneados que aparecen en la película, un deseo homosexual reprimido que parece a punto de liberarse, conversaciones picantes entre jóvenes estudiantes con la libido encendida e incluso un incómodo conato de incesto. En su debut en la dirección, Felipe Gómez Aparicio -cuya experiencia profesional hasta ahora estaba más relacionada con el mundo de la publicidad- maneja todos esos resortes con criterio, en el contexto de una película de ambiente denso y por momentos asfixiante en el que se filtran muy pocos haces de luz (el trabajo de fotografía de Alphonso Veloso, de hecho, es un componente dramático clave para acentuar ese clima).
La obsesión por el cuerpo de Felipe Gómez Aparicio El premiado publicista debuta en el cine con un obscuro relato que combina la obsesión por el cuerpo, la identidad sexual, las relaciones filiales, el acoso y los límites del arte. David (Mauricio Di Yorio) es un adolescente que cursa el último año del colegio secundario. Está obsesionado con su cuerpo y vive para entrenar. Su madre, Juana (Umbra Colombo), una reconocida artista plástica, es la causa de esa obsesión. Juana dedicó su vida a moldear cada uno de los músculos de David. La obra está lista. El hijo será la obra de arte que tanto tiempo le llevó terminar. Pero David duda de todo. De su cuerpo, de su sexualidad, de su madre, de sus amigos… La aparente armonía que parece reinar en su vida explota y ya nada volverá a ser igual. La ópera prima de Felipe Gómez Aparicio, como el personaje protagónico, es una obra contenida, sutil, donde el cuerpo habla y las palabras sobran. La cámara sigue de manera casi voyeur cada uno de los torneados músculos. Por momentos tomando distancia, espiando sus entrenamientos, como lo hace David en el vestuario, mientras por otros momentos se le posa encima, captando cada detalle de un cuerpo tan perfecto como apagado. En El perfecto David (2021), estrenada en el Festival de Tribeca, nada es explicito, todo está rodeado de aquello que no se dice, de una atmosfera agobiante, claustrofóbica, opaca. El homoerotismo es igual de constante que la tensión sexual entre madre e hijo, entre alumno y entrenador, entre compañeros. La misma que se respira en el gimnasio. Tensión que el realizador acompaña con una exquisita fotografía que provoca una sensación de inmersión. La edípica-incestuosa relación con la madre, la confusa identidad sexual, las relaciones con su entorno (colegio, gimnasio) todo es ambiguo y ahí es donde la historia gana. El espectador entra en el mismo mar de dudas y temores que acompañan al personaje. El director, que se encuentra trabajando en la biopic del músico argentino Fito Paéz para Netflix, construye un apasionante relato de iniciación a través de una historia tan simple como compleja, que explora a través del mundo que rodea al fisiculturismo otros mundos, igual de exigentes, igual de perversos.
Madre, hijo y un cordón que no se rompió Mauricio Di Yorio y Umbra Colombo protagonizan la historia de un muchacho cuyo cuerpo es moldeado a través del entrenamiento físico por su madre artista plástica. David nunca sonríe. Ni en el gimnasio, ni en el colegio, ni en su casa. Se cuida. No va a fiestas para no tentarse con bebida o sexo. Sigue una dieta estricta. Se acuesta temprano, se levanta temprano. Se avecina una competición y debe estar en forma. Fisicoculturista, David no es una persona sino una máquina. No vive: sufre. Casi no habla, frecuentemente se lo ve cabizbajo, siempre triste. ¿No hace lo que le gusta? La omnipresencia de la madre, que además de dejarle la comida en el freezer hace de manager, entrenadora puertas adentro y motivadora, lleva a pensar que tal vez no sea él quien quiere seguir inflando su cuerpo de músculos. David debe andar por los 18, pero en presencia de la mamá no se rebela ni pega portazos. Es como si entre ella y él todavía hubiera un cordón que no se rompió. Más que la narración de una historia en sentido clásico, El perfecto David es un film impresionista, un estudio de personaje. Como el personaje (está demás decir que Mauricio Di Yorio tiene el perfecto physique du rol) es un bloque de granito, el estudio no es interiorizado. Consiste en el “mero” registro de sus actividades, sus gestos, su esfuerzo al límite cuando levanta un par de pesas. Pero no se trata de un “mero” registro, porque esos hechos, esos músculos, esas escasas actividades fuera del gimnasio, hablan por él. Entre el grupo de amigos hay uno al que le gusta plantear situaciones extremas, al estilo de la famosa opción “Si estuvieras en un bote con tu papá y tu mamá y el bote se estuviera hundiendo, ¿a quién tirarías?” El muchacho lo traduce a una versión guarra. “¿Qué preferís, chupar una pija uno, dos minutos, o que te rompan el orto?” Es una trampa: sea cual sea la respuesta, la conclusión es la misma. “¡Puto!” Los chicos de colegios para pocos no suelen ser muy inclusivos. David es el único del grupo que no se ríe del chiste. Cuando llega a su casa, la madre, Juana (Umbra Colombo, excelente) lo recibe con un “¿Hiciste hombros?”. Toma un centímetro y se los mide. “El derecho mide un centímetro más que el izquierdo”. El realizador debutante Felipe Gómez Aparicio (Buenos Aires, 1977; ver entrevista) tiene la suficiente delicadeza para no convertir a la madre en una bruja. Es sólo distante. Pero le está encima. Sin embargo, su presión es suave, no necesita de gritos. Como su hijo, Juana no ríe jamás. En esa casa parecen estar de duelo. Al padre ni lo nombra. Cuando Juana para medir el ancho del torso rodea el cuerpo de David por detrás, la cosa se pone ambigua. La ambigüedad sexual no corre sólo para ellos. Al celibato de alta competición de David se le suma una escena en un vestuario, en la que otro atleta pasa por delante de él, desnudo, y él lo mira pasar. Pero en este punto Gómez Aparicio también es elíptico, no explicita. Por una vez, el tic fotográfico contemporáneo de filmar todo oscuro -de modo que a veces hasta una playa del Caribe al mediodía parece Londres en invierno- está utilizado en función dramática: la penumbra en la que se sume a David es propia de él. No se nota en absoluto que Gómez Aparicio provenga de la publicidad: no hay en la película ni un brillito de más, ninguna imagen de ésas que suscitan la expresión “¡Ay, qué linda!” Todo es seco, austero, despojado. Incluido el montaje, tan preciso como un entrenamiento. No hay modelos sino personajes con volumen y éste no es sólo físico. El realizador parece tener del todo claro qué quiere filmar y cómo. El perfecto David es breve, compacta como un músculo. La puesta en escena semeja a la de La noche, la película de Edgardo Castro en la que el protagonista pasaba de un pene en primer plano a una fellatio en primerísimo primer plano. Allá se trataba de cuerpos deseantes, independizados de todo romanticismo (tristes también en el fondo, como David). Aquí, de un cuerpo hecho para ganar, para desproporcionarse hasta volverse ridículo o monstruoso. Un cuerpo trabajado para complacer a otros u otras.
La fría deshumanización del deportista en estado puro La ópera prima de Felipe Gómez Aparicio cuenta una historia casi incestuosa entre una madre fría y calculadora que utiliza a su hijo, un joven fisicoculturista, como molde deshumanizante. El perfecto David, notable ópera prima de Felipe Gómez Aparicio, lleva al espectador por lugares oscuros de la intimidad de una madre calculadora y su hijo, un joven fisicoculturista deshumanizado y usado como molde por todos los que lo rodean. Umbra Colombo, en el rol de la progenitora, se destaca, con una interpretación fría e impecable, logrando generar tensión en la trama y rechazo hacia su personaje al mismo tiempo. David (Mauricio Di Yorio, joven fisicoculturista en su debut actoral) es un adolescente en el último año de secundario. Su vida transcurre entre las bromas y charlas con sus compañeros de colegio, sus definiciones sexuales que no puede sacar a la luz por la opresión exterior y su madre (Umbra Colombo), una figura tiránica que lo trata como objeto más que como ser humano. La mente de David es víctima de una realidad turbia de la que es difícil salir. Su imponente cuerpo tallado. a fuerza de horas de gimnasio y esteroides anabólicos, es simplemente una coraza no representativa de sus sentimientos y búsquedas. Entre la madre y el hijo se teje una relación casi incestuosa, tirante, sin cariño, enmarcada por una apropiada fotografía con tonalidades sepia, que potencian las emociones descriptas. Felipe Gómez Aparicio (que actualmente está dirigiendo la biopic ficcional de Fito Páez, con estreno en Netflix durante el 2022) ideó un logrado thriller dramático, siguiendo un celebrado estilo de narrativa poco convencional: no da definiciones claras, es una historia enroscada colmada de dudas e incertidumbres. El perfecto David está cubierta por un velo erótico provocador con una búsqueda ambiciosa hacía la exploración de los límites emocionales que transita un sujeto en una sociedad de máscaras e intereses crueles.
Es la opera prima de Felipe Gómez Aparicio que es un destacado y premiado publicista, que reconoce que la historia tiene un germen en una relación familiar que el mismo experimentó. El film muestra a un adolescente que entrena y mira sus abultados músculos, en su desarrollo hacia la perfección. Para eso es necesario el obsesivo entrenamiento solitario. Pero no alcanza, están las horas de gimnasio. Y como se advierte rápidamente ese impulso hacia el cuerpo impresionante, de fisicoculturista, está impulsado por una madre oscura, perversa, que no vacila en proporcionarle anabólicos con pastillas e inyecciones, aparentemente para lograr una instalación artística donde ese chico , ese objeto que ella mide y acaricia con deseo reprimido, es el centro. Pero ese adolescente que se mueve en un colegio privado donde las observaciones machistas están a la orden del día, experimenta rebeldías, cansancio, dudas sexuales, violencia y su reacción. El mundo de los gimnastas que tallan su cuerpo, vulgarmente llamados “patos vica” esta mostrado a la perfección con obsesiones, misterios y ritos. Hombres narcisistas que crean su obra a partir de sus propios cuerpos mostrados como verdaderas esculturas. Muy buenos trabajos actorales a partir de Mauricio Yorio, Antonella Ferrari y especialmente lo logrado por Umbra Colombo.
Si de vínculos se trata, el debut en la realización cinematográfica de Felipe Gómez Aparicio propone un oscuro viaje hacia el universo de David (Mauricio Di Yorio) y su madre (Umbra Colombo), en una intensa relación que tiene el físico y las exigencias deportivas en el centro, desnudando la crueldad y deshumanización del deporte de competencia. Potente debut que, con pocas palabras, una cuidada fotografía y la entrega absoluta de sus intérpretes, se permite construir una de las más brillantes fábulas sobre los tiempos que corren.
La oferta excesiva y en general irrelevante del cine argentino tiene cada cierta cantidad de tiempo una excepción. Películas que no son conocidas pero que muestran el talento y las posibilidades de muchos nuevos cineastas. El perfecto David es un buen ejemplo de ese cine que existe y merece ser diferenciado de la mediocridad general. El protagonista de la película es un adolescente está obsesionado con su cuerpo. Entrena día y noche en su casa y en el gimnasio. No está solo en esta obsesión, su madre respalda ese camino y lo supervisa permanentemente, fascinado por la figura de su hijo al que intenta convertir en una obra de arte, como la que ella misma como artista plástica está buscando. La relación madre e hijo es rara, ambigua, el contacto físico que juega al límite, la idea del hijo como una obra de ella, en más de un sentido. Pero él intenta tener además una vida, salir con chicas, probar un mundo fuera de esa claustrofóbica relación con su mamá. El realizador no se conforma con filmar este perturbador vínculo como quien ilustra un guión, sino que hace un trabajo de cámara que aporta desde la imagen, no desde los diálogos. Toda la película está reencuadrada de forma muy clara. Los personajes habitan en una parte del cuadro mientras que el resto está oscuro, fuera de foco, alejado. El espectador siente esas viñetas donde hijo y madre se aíslan, se obsesionan en un mundo que se vuelve oscuro e incluso peligroso. La película tiene pocos elementos pero les saca el máximo provecho. Una prueba más de que hay cineastas y películas argentinas que traen algo nuevo e interesante.
Hay varios puntos sobresalientes en la ópera prima de Felipe Gómez Aparicio pero indudablemente uno de los mayores aciertos es el de un guion que propone múltiples formas de explorar la historia. El protagonista es David (Mauricio Di Yorio), un adolescente tan compenetrado en el mundo del fisicoculturismo que parece estar completamente alejado de la vida social que llevan sus compañeros de colegio y que tiene como única obsesión la de buscar la perfección de su cuerpo basada en un riguroso entrenamiento diario. El guion de Gómez Aparicio coescrito con Leandro Custo, multiplica los símbolos y los entramados a medida que vamos descubriendo que esa obsesión de David se confunde con la de su madre, una artista plástica que lo va modelando con la misma pasión con la que crea sus propias obras. Viven refugiados en una relación simbiótica que coquetea permanentemente con el límite, la tensión sexual, la patología de un vínculo incestuoso, que la película trabaja en un tono acertado, sin sentencias ni subrayados, construido en base a detalles, miradas y sobre todo con la manera en que dialogan los cuerpos. ¿Cuánto de esta obsesión por el cuerpo tallado y perfecto le pertenece y cuánto es lo que su madre impone como un mandato inexorable? Durante el último festival de Mar del Plata pudimos ver “9” de Barrenechea y Branca, que mostraba un vínculo tóxico en el mundo del fútbol con un padre que oficia de manager de su hijo, potencial estrella que puede llegar a jugar en el fútbol europeo. Algo de esto se trasluce en “EL PERFECTO DAVID” pero se potencia y se oscurece más aun cuando Juana (excelente composición de Umbra Colombo) modela a su hijo con deseo, manipulación y abuso. La confusión de David no parece pasar solamente por descubrir cuánto de su deseo le pertenece y cuánto se impone frente a cumplir con los mandatos de su madre. Se desconoce, comienza a vivir una violencia en su cuerpo que antes no había aparecido, hay un deseo sexual que queda atrapado dentro de ese propio caos personal y esa indecisión y la sombra de la duda, es otro de los puntos que están delicadamente trabajados en un guion que sabe lidiar con la incertidumbre. Gómez Aparicio monta una puesta precisa sin regodearse excesivamente en la desnudez de los cuerpos (que quizás sea una marca registrada del cine de Marco Berger) sino que el ojo de su cámara invita al espectador a participar de una forma voyeurista al sumergirse en el mundo del fisicoculturismo y de esos cuerpos fragmentados y transformados en objetos, con cada mirada que nos comparte la cámara. Umbra Colombo, que se había destacado en papeles protagónicos en “Julia y el zorro” (Inés María Barrionuevo, 2018) y “Azul el mar” (Sabrina Moreno, 2019) logra en esta oportunidad un trabajo de excelencia, con pocas palabras y un lenguaje corporal perfecto. La química que logra con Di Yorio es otro de los puntos fuertes con los que cuenta “EL PERFECTO DAVID” además de los logrados trabajos en los rubros técnicos. Más allá de las palabras, la propuesta narrativa pasa más por lo que se oculta y lo que no se expresa abiertamente, ese subtexto de lo que se recorta. La historia se va armando hábilmente con cada plano de los cuerpos, las miradas, nuestra mirada que se filtra en ese mundo y una fuerte sensación de que lo táctil, cada recorrida sobre esos músculos en busca de la perfección, se transmite por fuera de la pantalla.
Se escuchan respiraciones agitadas, fuertes, entrecortadas, de ritmos variados, con una voz que exhala números ordenados en forma de conteos que ascienden sostenidos en la plenitud de un encuadre totalmente negro. Así da comienzo la ópera prima de Felipe Gómez Aparicio; desde un marcado y estricto vacío negro dentro del cual nos cuesta respirar. Acto seguido, abre imagen para la presentación visual de su personaje; el encuadre parece observarlo encerrado en un closet completamente oscuro, metáfora más que idónea para todo lo problematizado en su protagonista a lo largo del film, quien sólo puede identificarse a contra luz a través de una silueta de un cuerpo esculpido que responde a los cánones masculinos de belleza establecidos por el arte de la Grecia antigua. Un cuerpo hegemónico, joven, curvilíneo y viril, presentado en detalle de forma abstracta y fragmentaria; y al final un rostro, un rostro observado desde el propio reflejo que el espejo le devuelve mientras se contempla bajo el peso de una mirada exterior. Luego, el director nos presenta a su segundo e inquietante personaje, la madre. Quien, de formas frías pero íntimas, le acerca a su hijo un licuado y le inspecciona, centímetro a centímetro, la masa muscular del cuerpo casi desnudo de David (16) tocándolo con sus manos mientras él parece sostener una inmutable pero dolorosa entereza escultural frente a ella y su clara (pero elíptica) situación de abuso sexual adolescente. Grandes temáticas se irán desprendiendo a lo largo del relato dentro de esta familia disfuncional. Pues resulta que esta madre (Umbra Colombo) es artista plástica y decide hacer de su hijo (Mauricio Di Yorio) una obra de arte viviente; símbolo de la búsqueda de la perfección en lxs hijxs y la consecuente carga que estxs conllevan en función de la aprobación de algún día ser suficientes. Esta dinámica toxica está representada en la fotografía donde las ausencias de luz y la estaticidad de las cosas plantean un estado anímico de depresión y padecimiento constante por parte del adolescente quien se ve imposibilitado de poder decirle que no a su propia madre. Esta fría deshumanización del deportista en estado puro del personaje saca a relucir el concepto de hasta dónde el deporte es sinónimo de salud y pone en primera plana problemáticas del detrás del mundo del fisicoculturista, como la de violentarse los cuerpos con el uso excesivo de anabólicos para alcanzar volúmenes musculares casi imposibles, incluso en menores en desarrollo y bajo la mirada de adultxs “responsables”. Claramente hay un erotismo latente en todo el film. David se encuentra atravesando la etapa de la adolescencia y sus compañeres de colegio, de lo único que hablan es de sexo, sexo y sexo, enunciando cometarios básicos de “si haces esto es de puto y aquello es de puto” o “¿qué preferís? cogerte a tu mamá o… bla” humoradas típicas y atrasadas que David parece escuchar sin participar ni sonreír, pues no se atreve a mover un solo musculo que pueda irrumpa la imagen “perfecta” que lxs demás esperan de él. Toda esa presión depositada en su cuerpo sobre el “deber ser” va fagocitando la esencia del sentir del personaje, hasta que paradójicamente, la escultura colapsa y es vencida por la caída simbólica de la obra de Goliat. ¿Por qué si? Porque El perfecto David es un film sensible, honesto, necesario y urgente que supo hablar, de forma elíptica y poética, sobre la violencia en las adolescencias sin minimizar la problemática.
Así nace la belleza. Así, de forma espontánea. No tiene relación con tu trabajo o el mío. La creación de la belleza y la pureza es un acto espiritual» MUERTE EN VENECIA (1912, THOMAS MANN) El David de Miguel Ángel es el ideal de belleza masculina. El genio renacentista, uno de los más grandes artistas de todos los tiempos, concibió un hombre musculoso, tensando su cuerpo y preparado para el combate inminente. Su tamaño prefigura el ideal de armonía y simbolizaba la virtud, la superioridad espiritual y la belleza del héroe que retorna a los ideales clásicos occidentales y antropocentristas. La alegoría se traslada a la ópera prima de Felipe Gómez Aparicio, siendo la única película latinoamericana seleccionada para el último festival de Tribecca, para su vigésimo aniversario. “El Perfecto David” nos presenta una temática universal: la búsqueda de la identidad; también puede entenderse el film como una metáfora acerca del perfeccionamiento e idealización de todos los padres, quizás proyectando ciertas propias frustraciones en sus hijos. Cuestiones vivenciales y autobiográficas atraviesan la idea del autor, quien dirige a Mauricio di Yorio y Umbra Colombo. Se trama un relato en tensión permanente, predominante en un tono de suspenso. Una madre vigiladora y controladora y un régimen sobrehumano para cultivar un cuerpo en directa proporción al tiempo invertido nos dan positivos indicios. Llama la atención el contraste de desproporción entre los rasgos propios de la edad y el aspecto físico de nuestro protagonista, una elección en absoluto delibrada. Son parte de los recursos visuales utilizados que nos interpelan como audiencia. “El Perfecto David” es un film de estética belleza, que indaga en la mirada de los otros y donde el punto de vista narrativo permanece desde la figura del conflictuado adolescente expandiéndose hacia su mundo exterior, en permanente tensión y puesta en duda; propio de un tiempo de vida en donde se afianza la formación de vínculos y se persigue la propia vocación. Visibilizamos la vida social comprometida por la rutina de entrenamiento y la vigoréxica búsqueda alternativa de métodos para alcanzar la meta. Es la cuota de toxicidad necesaria para toda obsesiva quimera.
En particular, lentamente el cine argentino va ganando en número en cuanto a estrenos en este raro período pandémico y dentro de esa avanzada, llega una película realmente consistente y vistosa, llamada «El perfecto David». Opera prima de un cineasta que viene del mundo de la publicidad, esta cinta presenta un escenario austero y frío, en el cual se juega una vinculación extraña y poco natural, entre un joven fisicoculturista y su madre, quienes parecen embarcados en una misión de perfeccionamiento corporal que va más allá de lo visible. La dirección de Felipe Gomez Aparicio tiene claro lo que desea presentar en este recorrido. Su relato es fresco, original y a la vez, inquietante. David (Mauricio Di Yorio, excelente) es un adolescente obsesionado con su cuerpo. Dedica gran cantidad de horas al entrenamiento y al cuidado de su cuerpo. Su tarea es supervisada estrictamente por su madre, Juana (Umbra Colombo, también destacadísima) quien es una cuidadosa mujer que parece tener el foco exclusivamente en su hijo. Ambos poseen un vínculo fuerte, edípico, pero a la vez, distante y gélido. La fotografía y el sonido acentúan el escenario donde la relación se juega. David tiene atisbos de parecer un joven más de su grupo, pero en algunas escenas con sus compañeros de colegio, nos damos cuenta de que no lo es tanto. Hay en él un silencioso doloroso que se puede percibir desde la butaca. Algo no está bien, a pesar de que hay esfuerzos en él por controlar sus impulsos. Incluso su apetito sexual parece desdibujado, aunque podemos ver que intenta satisfacer ese costado rudimentariamente. De hecho, todo está ordenando de acuerdo a su primera prioridad, que es el cuidado y desarrollo de su mejor versión física posible. Con un torneo cercano, las acciones de Juana irán en aumento, sumando presión a través de lo químico para mejorar las posibilidades de victoria de su hijo. No soy psicoanalista pero este film debe ofrecer mucho para mirar con detalle, dado que la estructura que presenta, es llamativa y en cierta manera, impactante. La cuestión de Juana con el arte, esa construcción que elabora en su hijo como adonis, es sin dudas, un eje en el cual se vertebran los conflictos que atraviesan al joven. «El perfecto David» podrá leerse como un estudio de personajes y relaciones. Y está bien. Me gusta que puede resumir la naturaleza de su conflicto y escalarlo, en un tiempo adecuado. Es cierto que no todo queda resuelto y redondo en el cierre (ni mucho menos, desde ya) pero si que la película cumple en llegar al climax en el momento justo, con la premisa de dejar al espectador sereno, expectante y lleno de conjeturas sobre cómo podía continuar la historia. Intérpretes prometedores, buen montaje, destacada dirección. Muy buen trabajo de Gomez Aparicio, de lo mejor del cine nacional este año, sin dudas.
Presionado por su madre (una relación que roza lo perverso) un adolescente se dedica a entrenar y convertirse en un conjunto de músculos, mientras crece, siente deseos y las presiones lo transforman en una bomba a punto de estallar. Notable debut de Gómez Aparicio, que logra hacer de los cuerpos un auténtico discurso, un campo para el suspenso. Más allá del tema y la historia, ese clima enrarecido es el mayor logro de la película.
La masculinidad como identidad tergiversada La ópera prima de Felipe Gómez Aparicio tiene una premisa potente que se pierde con una ejecución inocente. ¿De qué va? David, un adolescente que entrena día y noche para convertirse en la musa de su madre artista, debe lidiar con una crisis de identidad que marcará su camino para siempre. Mientras levanta kilos y kilos de fierro para tornear sus hombros, los ojos de David (Mauricio Di Yorio) se desvirtúan al observar a Mastodonte (José Luis Sain) que, como su nombre indica, entrena sus músculos extremadamente trabajados, dejando ver el límite al que puede llegar un hombre a la hora de evolucionar su cuerpo en una figura de perfección anabólica. Entre sonrisas y ojos confidentes, David deja entrever tanto su admiración como su deseo prohibido, remarcando las preguntas que inundan la cabeza del adolescente conflictuado. ¿Es una mirada lasciva o de fascinación? ¿Quiere ser como él o estar dentro de él? A esta realidad se le suma la figura autoritaria de su madre, Juana (Umbra Colombo), la verdadera Puppet Master que está detrás tanto del entrenamiento corporal del joven como de la construcción de su propia identidad. Siguiendo una rutina que lo hace crecer más y más, él sigue la tutoría de su progenitora al pie del cañón, dejando de lado una adolescencia llena de salidas y noches agitadas. Pero el frío tacto de las mancuernas descascaran sus manos agrietadas, como si de una alerta de su propio cuerpo sufriente se tratara. Una alerta de cambio. El Perfecto David Con esta premisa potente se presenta El Perfecto David, la ópera prima de Felipe Gómez Aparicio, una película que, como muchas obras iniciales, se pierde en ser un ensayo que describe ciertas problemáticas con planos bonitos más que una exploración que se despegue con inteligencia de su planteo inicial para brindarnos una obra que trascienda. Con actuaciones que no destacan más que para representar diálogos explicativos y casi burdos, el casting se apoya en simbolizar estereotipos. La madre abusadora, el hijo en conflicto, los compañeros verborrágicos e inmaduros y la piba como símbolo de deseo no son más que algunas de las figuras que rondan por la película, remarcando que la pobre exploración de personajes se limita más a un trabajo final de primer año que a una reinterpretación propia de lo que pueden dar sus personajes, corriéndose de la obviedad y la comodidad. Sumando problemáticas a una premisa que cae en una ejecución inocente, el montaje recae en el hartazgo de una planificación que reitera constantemente el accionar de nuestro protagonista sin mostrar nada nuevo en los minutos venideros. Entrenamiento, idas y vueltas en un auto silencioso, más entrenamiento, rostros inexpresivos, más entrenamiento. Sacando ciertas intervenciones que sí logran reflejar la interioridad conflictiva de David, el film confunde tempo dilatado con robo de minutos. A pesar de estos condimentos que amargan un poco esta ensalada, es justo remarcar que la simpleza de la historia trae a colación matices riquísimos, brindándonos una mirada interesante sobre la masculinidad y el cómo este ideal de virilidad colectiva no trae más que confusión y barreras a una mente que no busca más que explorar su propia identidad. El Perfecto David está lejos de ser un trabajo redondo pero, de todas formas, es un ejercicio que nos permite reflexionar sobre las decisiones tomadas y sobre cómo una mirada inocente sobre una problemática real necesita ser reinterpretada y expuesta con algo más que planos estéticamente bonitos.
La estética de El perfecto David es tan refinada y expresiva como delgada y casi anecdótica es su narrativa. Lo que se diría un triunfo del estilo sobre el contenido. Atmosférica, climática, envolvente. Aunque también redundante, bastante estática, sin ningún sobresalto, incluso cuando los necesita. Como una especie de loop que ni siquiera marea. Pero una cosa es cierta: la vuelta de tuerca del final sí funciona al resignificar casi todo lo ya visto y dar cuenta de la premisa de la película. Demasiado tarde. David (Mauricio Di Yorio), un adonis adolescente, está obsesionado con entrenar su cuerpo, ya de por sí deslumbrante, para alcanzar el yo idealizado de un fisiculturista. Horas y horas en el gimnasio, rutinas demoledoras y esteroides conforman su vida cotidiana. Su madre, Juana (Umbra Colombo), una reconocida artista plástica, mide y estudia cada músculo de su cuerpo. Siempre exige más masa muscular, más definición, nada de imperfección. Busca, y consigue, que desarrolle proporciones físicas perfectas. Como el David de Miguel Ángel. Pero el panorama es más complejo: la relación madre-hijo es endogámica – ¿y por qué no incestuosa?, aunque no se concrete literalmente. No parece haber mucho afecto ni registro de las necesidades del hijo por parte de la madre, pero sí parece que el hijo desea otros cuerpos masculinos. Aunque no lo pueda asumir. Aunque le produzca vergüenza. Aunque sufra. Y sí, con tanta presión, tarde o temprano todo detona. Mauricio Di Yorio sabe transmitir todo ese sufrimiento contenido. En sus ojos medio tristones, en su mutez interrumpida por apenas algunas palabras, en su andar cabizbajo y su fragilidad emocional que es puro contraste con su cuerpo tan musculoso. Y su deseo bien escondido se revela en miradas fugaces a sus compañeros del gimnasio. Uno de ellos, en particular, le devuelve las miradas. Eso lo excita y lo pone en guardia a la vez. Por supuesto, también lo retrae. Umbra Colombo tiene el physique du rôle adecuado para su personaje – una artista distante, de rasgos angulosos en el rostro, con una mirada intimidante, como esas personas que se llevan el mundo por delante sin importarles quienes quedan tirados en el camino. Pero su interpretación es monocorde, no tiene un solo matiz, no sorprende porque siempre mantiene un registro con la misma expresión – y dudo de que sea a propósito – y con una voz que recita las líneas del diálogo. Casi una caricatura. Por otra parte, la estética de El perfecto David es, efectivamente, perfecta. Luces perdidas en sombras bien profundas que atrapan al dúo madre-hijo los aíslan del entorno. Contraluces suaves pero intensos, una atmósfera sombría propia de una película oscura, quizás incluso de terror. Y tiene sentido. Porque estos personajes viven en un mundo cerrado en sí mismo, no tienen un afuera que los atraiga. Juntos, casi pegados, hasta asfixiándose el uno al otro. O, para ser más preciso, una madre que asfixia al hijo y un hijo que la seduce con su cuerpo. No hay lugar para otra persona. Y es esto lo que la fotografía – con sus cuidados encuadres, su composición tan estudiada y su puesta de luces tan elocuente – logra comunicar sin dar un paso en falso. Lo mismo ocurre con el sonido. Es el pulso que necesita esta narrativa, acompaña y hace de contrapunto a lo que pasa y lo que pasará. Nos hace sentir lo que no podemos ver. Crea un mundo propio unido, sin fisuras, al diseño visual. Es cierto, también, que hay un aire general a cine publicitario, pero no veo por qué eso tenga que ser un problema. Es claramente una elección del director, Felipe Gómez Aparicio, quien precisamente se formó en ese terreno. El perfecto David tiene una duración de 75 minutos, sin embargo toda la primera hora parece ser un cortometraje extendido. Va en una misma dirección, sin sorpresas. Es ahí adonde le falta fuerza a la trama. Pero, también es cierto que estos hermosos cuerpos tienen su drama propio. Y eso sí se nota muy bien.