Isabelle Huppert es una mujer con una fuerza demoledora en todos sus trabajos. Sin embargo, muy de vez en cuando apela a un costado nostálgico y dulce. Actriz incisiva como pocas, con el correr de los años se volvió versátil y así empezó a trabajar con directores ignotos y otros reconocidos internacionalmente. De esta manera conoció a Hong Sang-soo en una edición de Cannes y ahí decidieron trabajar juntos en En Otro País (In Another Country, 2012), una belleza de film. Mia Hansen-Løve, por su lado, se perfiló como una directora promisoria, y al igual que Hong, rogó para contar con la presencia de Huppert en su proyecto luego de Eden (2014), una película un tanto fallida dentro de su filmografía. Esta directora francesa logró captar la atención de la cinefilia mundial con opus como El Padre de mis Hijos (Le Père de mes Enfants, 2009) y Goodbye First Love (Un Amour de Jeunesse, 2011), obras que sirvieron para demostrar que había talento de por medio. El Porvenir (L’Avenir, 2016) viene a ser un film mucho más adulto dentro de su carrera, como así también pretencioso: vuelve a tocar problemáticas que conciernen al desarrollo humano y personal, como las vísperas de la muerte, algo que ya se veía reflejado en El Padre de mis Hijos. Huppert interpreta a Nathalie, una profesora y escritora de filosofía, casada y con dos hijos. Transita una separación matrimonial en una edad en la que -como mujer- se considera incapaz de conocer a nuevos pares. Sin embargo, se siente completa con ella misma: en una escena del film se describe como una persona “libre” tras perecer su madre, como si los lazos filiales y afectivos la posicionasen en un lugar de responsabilidades. Con mucha naturalidad, Hansen-Løve se pregunta qué nos pasa cuando llegamos a un punto en que nos cuestionamos siempre los mismos interrogantes. ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos? Nathalie va encontrando este camino luego de sentir su liberación y ver que las cosas por venir a veces son mejores de lo que pensamos. La relación con sus hijos mejora, laboralmente toma otras riendas y se presenta un vínculo maestra- alumno que va desarrollándose a lo largo del film. Sin encontrarse entre lo mejor de la realizadora, sólo nos resta esperar qué tiene para ofrecer a futuro.
Con esta película se comprueba una vez más la gran actriz que es Isabelle Huppert. Esta vez ella tiene en sus manos el guión escrito por la notable y joven directora, Mia Hansen-Love que ganó por ser la mejor en el festival de Berlín. La protagonista es una profesora de filosofía, ex rebelde, admiradora de uno de los mejores alumnos, un anarquista que vive en la montaña, editora de una colección de textos filosóficos, casada con otro profesor, dedicada feliz a la enseñanza y a la familia, en un acomodado devenir burgués. Toda su vida se trastoca cuando su marido, conminado por sus hijos elije vivir con su amante. Y a partir de ese momento ella toma conciencia del paso del tiempo, de que sus hijos ya no la necesitan, que su madre tiene la salud tan deteriorada que debe internarla, que debe hacer frente a la vida con lo que ella considera un gran valor: ser una mujer intelectualmente satisfecha. Pero también comienza a disfrutar de su libertad por primera vez en su vida y por eso profundiza su relación con su alumno preferido. Por sobre todas las cosas hurga en sus sentimientos frente a tantos cambios. La historia la muestra vulnerable, sin caer en ningún cliché, dudosa, firme, aferrada al gato de su madre, dolida, al borde del llanto, lejos del estallido. En esos climas esta la sabiduría y profundidad de la directora que consigue climas de gran intimidad, que va de la fortaleza a la fragilidad con matices y mirada firme. En este personaje tan complejo Isabelle Huppert vuelve a brillar, el film no seria igual sin ella, una de las mejores actrices de la actualidad, dueña de matices, detalles, gama de sentimientos a flor de piel. Su labor es otro deleite.
La realizadora francesa Mia Hansen-Love tiene una manera de encarar la narración cinematográfica bastante particular. A diferencia de la mayoría de los directores, ella no parece utilizar el equivalente audiovisual a los signos de puntuación. Sus películas son narrativas, si se quiere hasta convencionales en torno a la sucesión de hechos y el realismo psicológico de sus personajes, pero hay algo que falta y que uno nota rápidamente: una acentuación que nos esté diciendo cuáles son los momentos y hechos privilegiados y/o importantes de la historia. Y eso es algo que a muchos puede confundir, pero que termina siendo uno de sus puntos distintivos como realizadora: sus films son sobre el tiempo que pasa mientras a los personajes les suceden cosas. En este caso es más claro todavía, ya que lo que cuenta son varios años (nunca se aclara exactamente cuántos) en la vida de la protagonista, Nathalie, una profesora de filosofía que interpreta Isabelle Huppert con sus ya a esta altura acostumbradas marcas de estilo: cero sentimentalismo, mucha acción y tenacidad, voluntad a prueba de todo. A Nathalie le suceden varias cosas durante ese tiempo que narra El porvenir, conflictos que no se distinguen demasiado de lo que podría sucederle a una mujer que se acerca a los 60 al iniciar el film: su madre tiene problemas de salud, su matrimonio da claras señales de bordear una situación de crisis, los hijos se alejan y el trabajo no apasiona como antes. Es una edad en la que para ella es fácil sentirse tan distante de sus estudiantes (apasionados, politizados, pichones de intelectuales franceses casi caritaturescos) como de los que han abandonado toda esperanza y se refugian en la soledad más extrema. Esa transición que cuenta la película no es otra cosa que lo que uno podría definir, muy generalizadamente, como la del paso de la mediana edad a... la siguiente. Suceden hechos importantes en su vida, pero un poco por la forma en la que la directora de Edén se acerca a ellos y, otro poco, por la manera emocionalmente seca en la que los encara Huppert, no hay un "ranking" de importancia predeterminado. Es una historia sobre el fluir de la vida, el paso del tiempo, el choque generacional y el momento en que uno puede empezar a sentir que eso tan temido que llaman "tercera edad" no es algo tan lejano como parecía, apenas, unos años atrás. Y de eso se trata esta película que, casi sin proponérselo, se nos va colando en la piel: de la aceptación de los hechos que nos hacen ser quiénes somos, con nuestras virtudes, defectos, flaquezas y complicaciones. Hansen-Love se va especializando en crear películas que, más que cualquier otra cosa, nos transmiten la sensación de haber sido un tiempo vivido por sus personajes de la manera en la que se suelen vivir las cosas; es decir, casi sin darnos cuenta hasta bastante después de lo importante que han sido en nuestras vidas.
La primera vez que vemos llorar a la protagonista de El porvenir, tras haber sido abandonada por su marido, ya estamos en el último tercio de película; concretamente, dentro de un autobús, en un plano detalle que no dura más de cinco segundos. Este dato aparentemente trivial es esencial para determinar la evolución del estilo de Mia Hansen-Løve, desde que debutó con su cortometraje Après mûre réflexion, doce años atrás. Así, acompañamos a la protagonista de El porvenir (Isabelle Huppert) en su via crucis emocional durante más de la mitad del film; y, sin embargo, aun no hemos presenciado ninguna de esas típicas escenas dramáticas en que los personajes –sobre todo, femeninos– se desmoronan emocionalmente para que el espectador ratifique su sufrimiento. El nuevo largometraje de la directora parisina, especialista en contar historias sobre espíritus rebeldes que buscan su lugar en el mundo, se libera de ese tipo de dramaturgia, tan presente en sus anteriores trabajos. En vez de acentuar la tragedia, Hansen-Løve apuesta por exponerla de la manera más austera y sutil posible: las lágrimas de Isabelle Huppert no son los llantos sobreactuados de la Lola Créton de Un amour de jeunesse. En la secuencia llorosa de El porvenir parece que la cámara se esconda, furtiva, pudorosa ante la observación de un momento tan íntimo, algo que sólo le pertenece a la protagonista. Esta madura decisión de guión y puesta en escena nos revela a una cineasta consciente del valor de uno de los actos más humanos: el de llorar cuando nadie nos ve. Este plano de apenas cinco segundos demuestra que la mayor virtud del nuevo film de la directora de Edén es su maestría a la hora de no edulcorar o sobredramatizar la vida misma. La nueva heroína de Hansen-Løve es una mujer empujada a descubrir un concepto que nunca se había planteado: la libertad. Aunque El porvenir no es otra película francesa sobre el doloroso despertar de una divorciada. En realidad, la autora de El padre de mis hijos explora una cuestión universal a través de una vivencia anecdótica. Utilizando como guía citas de Adorno, Pascal, Rousseau y Schopenhauer, y a través de la odisea íntima de una culta profesora de filosofía, Hansen-Løve nos recuerda esa olvidada obligación de cuestionarnos nuestra existencia en cada momento.
Certezas e incertidumbres. En su quinto y estupendo film, Mia Hansen-Love muestra sutil y discretamente los interrogantes sobre el futuro de una profesora de Filosofía, a partir de las marcas de un presente en que es abandonada por su marido y pierde a su madre. “Los chicos se fueron de casa, mi marido me dejó, mi madre murió... Es la libertad total... es extraordinario”, se sorprende repentinamente Nathalie en una escena cualquiera de El porvenir, el quinto, estupendo largometraje de la directora francesa Mia Hansen-Love. Se podría asegurar que ése es núcleo, el nudo dramático de la nueva película de la realizadora de Edén. Y, de alguna manera, sin duda lo es. Pero más allá de ese momento determinante del film, que significa para Nathalie toda una súbita toma de conciencia, El porvenir es exactamente sobre aquello que promete su título: sobre el interrogante de lo que vendrá, de la vida que Nathalie tiene por delante y que en muchos sentidos –y no está mal que así sea– estará signada por la que paulatinamente va dejando atrás. Es notable como Hansen-Love es capaz de expresar esta paradoja, de hacer una película sobre la incertidumbre a partir de las certezas del tiempo presente, del día a día, que la directora expresa de una manera tan material, tan rotunda, tan contundente. A la vez, hay mucha sutileza y discreción en El porvenir. En el cine de Hansen-Love nunca se van a encontrar golpes de efecto dramáticos o exhibicionismos formales. Resucitando una vieja dicotomía, se diría que el suyo no es un cine de poesía sino un cine de prosa. Pero una prosa que no depende tanto de su trama como de la carnadura de sus personajes, de su verdad interior y exterior. De aquello que los personajes son y también expresan con sus cuerpos, con sus hábitos y hasta con sus bibliotecas. Sucede que tanto Nathalie (Isabelle Huppert, una vez más asombrosa) como su marido (André Marcon) son profesores de Filosofía, como los padres de la propia directora, por otra parte (ver entrevista). Ella además dirige una colección de su materia en una importante editorial. Y ya en el primer encuentro que tiene con dos expertos de marketing de la empresa, que objetan la caída de ventas de sus títulos, a los que acusan absurdamente de excesiva austeridad gráfica, hay una pista para Nathalie: “El futuro está comprometido”, le anuncian ominosamente, dándole a entender que su colección está en peligro. Y no sólo su colección. Su madre (Edith Scob, legendaria protagonista de Los ojos sin rostro y actriz fetiche de su director, Georges Franju) la enloquece a toda hora del día y de la noche con sus demandas y depresiones. Y su marido, un día –ante la presión de sus hijos, que saben de la situación– le confiesa que ha conocido a otra mujer y que piensa irse a vivir con ella. Lo particular de esa escena es su llaneza: sin duda, para Nathalie el mundo de pronto bascula, pero no se desmorona. No hay reproches, gritos ni melodramas. Nada se sabe (ni se sabrá) de esa tercera en cuestión, que la inteligencia de la directora omite. Se trata de un golpe de la vida que Nathalie asimila como puede. Y lo hace con mucha entereza, lo que no le resta fragilidad. Aquí se comprueba una vez más la enorme estatura de actriz de Isabelle Huppert, en un trabajo muy distinto a la de la reciente Elle: su fuerte personalidad es evidente, pero asoma también una cierta dulzura, muy lejos de la ferocidad que mostraba en la película de Paul Verhoeven. “La revolución no es lo mío, me conformo con ayudar a mis alumnos a pensar por sí mismos”, le dice Nathalie justamente a un ex alumno que ahora es su amigo y la invita a pasar unos días en su comuna anarquista, en la montaña, lejos de París. De eso se trata El porvenir, un film a la vez triste y optimista: de la necesidad que tiene Nathalie de pensar por sí misma, de aplicar la filosofía que predica –de Rousseau a Levinas, de Pascal a Theodor Adorno– a su vida diaria, a sus acciones cotidianas. Por carácter transitivo, esa a su vez es la virtud de la película: hacer de la lisura de esa superficie la materia de su pensamiento.
Andar y desandar Con otro gran trabajo de Isabelle Huppert, El porvenir (L'Avenir, 2016) aborda temas universales como el paso del tiempo, la madurez, la pérdida del idealismo y el diálogo generacional, a partir de las vivencias de una profesora de filosofía. Mia Hansen-Løve, directora de Un amor de juventud (Un amour de jeunesse, 2011) y El Padre de mis Hijos (Le père de mes enfants, 2009), nos ofrece con El porvenir otra prueba de su talento, sobre todo a la hora de graficar el impacto de las emociones en la vida de sus personajes. Aquí el eje está puesto en Nathalie, una profesora de filosofía un tanto desencantada con su trabajo y con sus alumnos, a quienes los ve un tanto ingenuos. Mientras que ellos actúan merced a su prédica contestataria e idealista, ella ya tiene una vida estandarizada y metódica, concentrada esencialmente en el universo familiar. Tal vez (como más adelante se lo harán saber) sea su cotidiano burgués el responsable de que no pueda comprender aquella efusividad juvenil. Si bien la película gira en torno a los temas ya apuntados, no existe uno más importante que otro. Hay una clara concentración en el devenir de los múltiples asuntos, que son varios: el alejamiento de los hijos, la ruptura matrimonial, la enfermedad de la madre y el encuentro con un ex alumno (y la observación de su forma de vida). En suma: el paso del tiempo, con su modo de “sacudir” lo que hasta entonces ofrecía estabilidad. Nathalie –con esa máscara tan parca y fría, tan huppertiana- hará lo que pueda para poner calma a cada uno de los problemas, pero el drama interno no cederá y tanto en sus risas como en su llanto se verá el resquebrajamiento de su mundo interior. El porvenir es una película “de personaje”, pero al mismo tiempo tiene una variedad de secundarios que ocupan un lugar jamás accesorio; los hijos, el marido, la madre, el alumno. Cada uno de ellos nos permite comprender más a Nathalie. El hecho de que su especialidad sea la filosofía habilita que la película nos provea un debate por las ideas. Ideas a las cuales ella parece haberse aferrado, con la finalidad de sostenerse en su sistema de creencias. La película -que, por momentos, mira con ironía el idealismo juvenil- no las cuestiona. Con madurez las exhibe, las pone en debate. Y de ese modo nos invita a conocerlas y repensarlas, a identificarnos con algo por lo que pasaremos, por lo que ya hemos pasado, o por lo que –suponemos- pasaremos alguna vez.
Que se llame El Porvenir este retrato de mujer madura abandonada por el marido de toda la vida, mueve a una sonrisa melancólica, como la de Isabelle Huppert. Ella es Nathalie, apasionada profesora de filosofía que divide su tiempo entre la lectura y las clases, su familia -marido intelectual, dos hijos ya grandes- y la atención de una madre con problemas mentales. La noticia de que su marido no sólo tiene una relación con otra mujer, sino que ha decidido irse a vivir con ella, cambia forzosamente su vida. Pero la joven y talentosa directora Mia Hansen Love (Eden, Un amor de juventud) elige contar todo esto siguiendo a la enérgica Nathalie, en su paso rápido y decidido, de acá para allá, en asuntos cotidianos por los que ese tiempo se cuela: pasan años, y luego otro año, en la vida de esta mujer que, más que hacerse mayor, crece. Por fin soy libre, dirá a su amigo y ex alumno favorito como resumen, en positivo, de ese cambio que podría decirse con una frase más sombría. La imperturbabilidad de Huppert se rompe apenas en un par de escenas, y en una sola la vemos llorar. El bagaje intelectual del personaje puede dar sentido a esa entereza. Es que el espectador, educado en los estándares del cine mainstream y su sentimentalina, puede sorprenderse por la falta de reacción grandilocuente, esperada, de Nathalie frente a lo que le pasa. Un poco como lo que la misma actriz mostró en el papel que la nominó al Oscar por Elle, esa otra mujer cuya respuesta -o falta de respuesta- frente a un ataque sexual, desconcertaba hasta a los que la conocían bien. Este factor imprevisible, es material rico para Hansen-Love, capaz de contar un drama íntimo sin drama. Es cierto que esa deliberada llanura de su narración, en la que las cosas van pasando sin grandes escándalos, le otorga a El Porvenir una frialdad que deja la emoción afuera. También que suenan algo forzados los diálogos de los jóvenes neo hippies estudiantes de "filó", y algo obvias las analogías entre sus discusiones y lo que le pasa a la protagonista. Hay como un esfuerzo por subrayar que no hay subrayados, que lo que se nos cuenta no es tan terrible. Pero así, paradójicamente, El Porvenir incluye, con su ritmo parecido al de la vida y su capacidad de hablar, con elegancia, de un tema que merecía tratarse con esta sutileza: el paso del tiempo para una mujer.
Publicada en edición impresa.
Mia Hansen Love es una realizadora que logra en cada una de sus películas hablar del espíritu de una época y plasmar en imágenes un pensamiento crítico sobre la misma. En “L’avenir” su última producción estrenada en Argentina está la decisión de poder manifestar el cambio en el entorno de una mujer y cómo estos afectan tras el fallecimiento de su madre, el engaño de su marido y otros sucesos, su percepción sobre la realidad. A paso lento, el guion construye a esta mujer que sola, con sus ideales y convicciones busca seguir defendiendo un modelo que hace tiempo terminó y que nunca volverá y a la que se le empiezan a revelar hechos en los que su crisis es tan solo el disparador de nuevas oportunidades. Una vez más Huppert ofrece una lección de profesionalismo y grandeza al construir a su Nathalie sin prejuicios.
El porvenir: una pesada broma del destino De repente, sin demasiadas pistas que previamente le permitieran sospechar la debacle, Nathalie Chazeaux, la severa profesora de filosofía interpretada por Isabelle Huppert, observa atónita cómo se desmoronan los pilares de su existencia: su marido la deja por una mujer más joven; su madre -una anciana visiblemente neurótica- entra en una profunda crisis emocional y física y la editorial que publica sus libros, entregada a los superficiales mandatos de marketing, empieza a retirarle la confianza. Todo junto y en forma simultánea, como si fuese una pesada broma del destino. Mia Hansen-Løve (El padre de mis hijos, Edén) cuenta con sobriedad e inteligencia la historia de la tenaz supervivencia de una protagonista que enfrenta esa situación agobiante con una entereza admirable. Huppert, siempre capaz de dotar a los personajes que encarna de infinitos matices, es su aliada perfecta. Su descomunal trabajo -que destila perseverancia, templanza, agudeza y melancolía- es el centro de gravedad de una película que profundiza sobre los dramas existenciales sin resignar la posibilidad de reflejar los avatares políticos de la vida contemporánea, a la vez que trabaja lúcidamente sobre los desfases de la comunicación entre personas de distintas generaciones y, de paso, se florea con una serie de citas delicatessen (Woody Guthrie, Schopenahuer, Levinas, Rousseau) que, lejos de ser meros elementos decorativos, son notoriamente funcionales a la trama.
Elogio de una mujer optimista Isabelle Huppert, de nuevo estupenda en este filme sobre una mujer cuya crisis la lleva a un descubrimiento. Siempre hay un riesgo cuando se empieza a ver una película que protagonice Isabelle Huppert. Y es que la actriz nos tiene (bien)acostumbrados con sus interpretaciones, e impulsa a sospechar que con su primera mirada díscola, su personaje será independiente, que se va a jugar por lo que quiere, será autosuficiente, fuerte, siempre seductor. Pero Nathalie está en el asiento del acompañante del conductor, por la ruta. Con la cara volcada hacia la ventanilla para que no se la vea, llora. No solloza, no gime, no emite un solo sonido. Nathalie es una intelectual, profesora de filosofía en un liceo francés acosado por las huelgas de estudiantes a los que les preocupa la jubilación de los maestros. A ella, no. “La revolución no es mi meta”, les dice a sus alumnos. Siempre con un libro en la mano, o un ejemplar de Le Monde o de Libe(ration) bajo el brazo, Nathalie entiende la vida a partir de la reflexión. Y siempre tiene una cita acorde a mano. El porvenir, de Mia Hansen-Love, es un filme sobre el universo femenino, por más que haya dos personajes masculinos rondando a la protagonista, e influyan con vehemencia, quiera o no quiera Nathalie. Uno es Heinz, su marido, que la engañó. “¿Para qué me lo contás?”, le dice sentada en el sillón de su departamento en el que los volúmenes de los libros son más que una decoración. Ella sí sabe dónde está cada ejemplar y cada autor. El otro es Fabien, un ex alumno, hoy anarquista y bohemio y obviamente más joven. Nathalie, sería fácil presumir, se sentirá libre de abordar una nueva historia con Fabien (Roman Kolinka, nieto de Jean-Louis Trintignant y que ya estuvo en Edén y protagonizará Maya, nuevo habitué en los filmes de Mia Hansen-Love). Y aquí volvemos al comienzo: con Huppert en pantalla, tantas veces zafada sexual y moralmente incorrecta, la idea cruza, pero no se instala. Es que Huppert ha comenzado a elegir los papeles que a esta altura de su vida (a sus 64 frescos años) le sientan mejor. Sin descreer de sus pasados roles, ahora son más delicados, lo que no quiere decir débiles o frágiles. Al fin y al cabo, puede decir, casi de la nada, “A las mujeres después de los 40 les puede pasar esta basura”, al hablar del engaño. O “Pensé que te amaría por siempre. Soy una perfecta idiota”. Pero también sabe que “soy intelectualmente satisfecha. Mi vida no terminó”. El porvenir tiene varias capas. Una transcurre, avanza a nivel filosófico, con discusiones sobre las verdades en el arte, si son o no establecidas en el tiempo, como si el tiempo les diera la razón. ¿O es que el tiempo no puede equivocarse? Y allí -como todo tiene que ver con todo- entronca con el horizonte sentimental. Con que los pensamientos y las acciones sean compatibles. El problema es que en la vida privada, la íntima, la que no convive con sus alumnos, ni con Rousseau ni con la editorial que no quiere publicar más sus ensayos, tal vez no sea tan simple, sino singular y ciertamente más laberíntica. Por algo la primera escena, antes de que sepamos nada de Nathalie y Heinz, tiene lugar ante la tumba de Chateaubriand, el fundador de la literatura romántica francesa. Allí, frente al mar, su lugar predilecto, sólo puede llegarse de a pie, cuando baja la marea. Nathalie y Heinz están por partir, y él, poco demostrativo, le dice que va a quedarse un poco más. Ella sigue su camino. No lo abraza, no lo acaricia ni lo acompaña. De compartir la vida, el corazón, algún que otro ideal, una comida y un buen libro, de eso trataría El porvenir.
“Mis hijos se independizaron; mi marido me dejó; mi madre murió; nunca fui tan libre”. Algo así dice la protagonista de El porvenir mientras viaja en auto hacia la casa que un grupo de jóvenes intelectuales compró en la campiña francesa con la intención de desarrollar sus proyectos editoriales y, si fuera posible, una vida en comunidad inmune a los vicios capitalistas. El contraste entre la libertad individual que vislumbra esta profesora de filosofía cincuentona y la liberación colectiva a la que aspiran sus anfitriones constituye uno de los ejes principales de la película de Mia Hansen-Løve, que desembarcó ayer en nuestra cartelera comercial, justo un año después de haberse estrenado en Francia. Isabelle Huppert encarna a esta docente vocacional que encuentra en su amor por la filosofía, por los libros, por los alumnos prometedores la fuerza necesaria para enfrentar con admirable serenidad la separación, el síndrome del nido vacío, el deceso de su progenitora. Como hizo Hong SangSoo cuando filmó En otro país, Hansen-Løve rescata a la actriz francesa del encasillamiento que padeció tras una seguidilla de papeles hieráticos y/o extremos. El desempeño de Huppert habrá sido uno de los motivos por los cuales el jurado del 66º Festival de Cine de Berlín distinguió con un Oso de Plata a la realizadora de 36 años. Entre las demás razones que algunos espectadores imaginamos, figura una reivindicación notable: aquélla de la filosofía, a partir del retrato de una mujer madura y del fresco de una época embobada con disciplinas menores y signada por la crisis de la izquierda (europea en este caso). La historia de Nathalie Chazeau transcurre en la Francia gobernada por Nicolás Sarkozy. El reproche de aburguesamiento en boca del ex alumno favorito suena a tiro por elevación contra el progresismo galo que prometió detener el avance neoliberal pero terminó consintiéndolo a través del mandato de François Hollande. El futuro anunciado en el título del largometraje excede la vida personal de la protagonista. Lo reconocemos en la editorial de textos académicos que les confía la renovación de sus colecciones a especialistas en marketing. También en la condición paga -y cara- del geriátrico donde Nathalie interna a su madre enferma. A juzgar por la última escena de la película, Hansen-Løve apuesta a la esperanza, a lo sumo en el plano individual. No osamos contradecirla los espectadores que sucumbimos ante la voz de la profesora mientras murmura los versos de la canción A la claire fontaine.
El porvenir, de Mia Hansen-Love Cuando hace un par de años se estrenó Edén (2014) de Mia Hansen-Love, que pasó totalmente desapercibida en la cartelera de cine, hice referencia al tono agridulce de la propuesta que recaía en un grupo de jóvenes, su paso de la adolescencia a la adultez, el paisaje musical a través de la música electrónica y los acontecimientos –tristes, alegres- que se presentaban en la trama. El secreto del film, desde su aspecto narrativo, hacía hincapié en el tono asordinado, sin histerias ni griteríos, y en aquellas cosas importantes que les sucedían a los personajes pero donde la directora jamás elevaba el tono de voz ni reclamaba respuestas eficaces de parte del espectador. De los jóvenes de Edén (estupendo film) a la profesora de filosofía que interpreta Huppert con su reconocida sabiduría actoral, subyace un trayecto de edades y conflictos diferentes; sin embargo, la mirada de la cineasta (también actriz) Hansen-Love es la misma en esta nueva historia y también lo había sido en la anterior El padre de mis hijos (2009). El porvenir o una nueva vida es la que le espera a Nathalie Chazeux, una vez enterada de que su marido tiene otra mujer, que deberá estar atenta con los dilemas de salud de su madre, que un ex alumno se ha convertido en profesor y que el tiempo avanza progresivamente hasta convertirla en un sujeto rutinario y domesticado por un orden social. A la espera de un futuro más venturoso y diferente a ese presente repleto de cambios, la profesora de filosofía –ajena a cualquier motivación política de los jóvenes que la rodean- vive esa etapa de inestabilidad emocional en donde las rutinas y obligaciones no pueden alterarse frente a determinadas novedades. Entre fundidos y un uso y nunca abuso de la elipsis de manera magistral, el tiempo transcurre en la vida de Nathalie: su hija la convertirá en abuela, la madre pasará a ser el mejor de los recuerdos y los jóvenes ex alumnos y ahora profesores contrastarán en presencia y felicidad frente a la especialista que no anda tan lejos de los sesenta años. En ese punto, El porvenir, como ocurre con otros títulos de la directora (cinco hasta hoy) es un acabado ejemplo de cine sensorial, de cruces de miradas, de afectos olvidados en el tiempo, de ese tiempo que fluye sin pausas. Y nada mejor que tener a la impresionante Isabelle Huppert, cameleónica y extraordinaria actriz, para entregar un cuerpo y un rostro que trata de encontrar algún espejo referencial alrededor suyo que le impida afirmar que el tiempo es veloz, imparable, avasallante en su transcurrir, sin posibilidad alguna de retorno ni mirar atrás. EL PORVENIR L’avenir. Francia/Alemania, 2016. Dirección y guión: Mia Hansen-Love. Producción: Charles Gillbert. Fotografía: Denis Lenoir. Montaje: Marion Monnier. Con: Isabelle Huppert, Edith Scob, Roman Kolinka, André Marcon, Sarah Le Picard, Solal Forte, Elise Lhomeau, Lionel Dray, Marion Ploquin. Duración: 102 minutos.
Habla de los problemas que le surgen a una mujer de unos 60 años, profesional con un buen pasar económico, quien sufre los problemas de salud que tiene su madre, sus hijos se distancian, se encuentra contrariada con su trabajo y parte de su vida se derrumba cuando su esposo la deja por otra mujer. Ella debe reconstruir su vida y volver a reencontrarse. Retrata muy bien las relaciones humanas, la de madre e hija, alumnos y profesores, tocas varios temas bien planteados y la actuación de Isabelle Huppert, una clase magistral y una vez más un deleite. Una película cuidada, con la fotografía de Denis Lenoir, cuenta además con una buena estética.
Corren tiempos difíciles para Nathalie. Sus estudiantes tomaron el colegio y le obstaculizan la entrada cada vez que va a dar clase; después, su madre se enferma de depresión y finalmente la abandona Heinz, su marido, también docente. Sólo un reencuentro con Fabien, su antiguo alumno, el preferido, será un oasis entre la desesperanza. Es una rara cinta El porvenir, en particular por la actuación de Isabelle Huppert. La actriz francesa no recurre aquí a sus habituales dotes para componer personajes perversos, al límite de lo moral, sino que, por el contrario, hace un giro radical. Su Nathalie es un ser vulnerable y sensitivo, con quien es fácil empatizar. Pero como toda película de Huppert se construye sobre ella en forma piramidal, El porvenir es una estela de melancolía, de incertidumbre por lo que vendrá. Lo más importante es su relación con Fabien, a quien inició en la filosofía. Nathalie dirige una colección y brega por imponer los trabajos del muchacho, aun cuando la suya es una colección cara que la editorial no está dispuesta a seguir. Ante este nuevo golpe, la mujer visita a Fabien en su casa del bosque, donde comparte su vivienda al modo hippie, con unos alemanes anarquistas como él. Dispersa, separada del resto por la diferencia generacional y por su condición de pequeñoburguesa, la visita será parcialmente un fiasco para Nathalie, pero eso no significa que no haya posibilidades de una relación, de algún tipo de relación, siempre de un modo más cercano. La vez anterior al viaje, cuando Nathalie se quiebra en un llanto, la mano de Fabien en su hombro dispara una curiosa mirada al vacío, de esa ambigüedad tan exclusiva de Huppert. La película está llena de esos pequeños momentos, brotes de posibilidades, y por eso ir a verla es un esfuerzo que vale la pena hacer.
Sabiduría cotidiana Mia Hansen-Løve continúa explorando sus temas predilectos: el paso del tiempo, la ausencia y la reafirmación personal. La cineasta aborda con sensibilidad, inteligencia y encanto el destino cruel de Nathalie: una profesora de filosofía de cincuenta y cinco años abandonada repentinamente por su marido. Una mujer valiente y obstinada que se enfrenta a la separación, a la crisis por la decadencia de su madre y al desencanto con los hijos que siguen otros caminos. Pero en lugar de un drama recargado de lágrimas y gritos, este duro golpe provoca un vaivén existencial que se revela de un modo extraordinario en el cuerpo de Isabelle Huppert. La energía excepcional, el humor estoico y el desequilibrio permanente se reflejan en su forma de caminar, en el ritmo entrecortado de sus movimientos y en los objetos que están siempre a punto de caerse de sus manos. El porvenir posee una trama hecha de gestos y vibraciones. El refinamiento discreto en el uso de la luz para los movimientos y el paso de las estaciones trasciende la crónica de una mujer para convertirse en un flujo iridiscente pleno de armonías, ecos y sugestiones. La delicadeza de la película está en la circulación de objetos y de cuerpos, con detalles concretos, visuales y sensibles que sugieren la búsqueda interior de la protagonista. Un ramo de flores que no se hunde en el tacho de basura expone la dificultad de Nathalie para hacer el duelo. Los desplazamientos de la heroína en el espacio tienen un sentido existencial. Los lugares están cargados de emociones, fantasmas, afectos y esperanzas de nuevas relaciones. Renunciar a la vida conyugal es abandonar los paisajes de Bretaña, sacar del departamento de París las últimas pertenencias de su marido y descubrir el ambiente rural de Vercors donde vive su antiguo alumno y nuevo amigo Fabien. En el cine contemporáneo es muy difícil encontrar a un profesor de filosofía hablando de su trabajo en una película. El porvenir asume esta elección singular y afirma la importancia del pensamiento. La cineasta reivindica el amor por los libros y su papel en la intimidad de muchas personas. El joven y bello Fabien espera a Nathalie al final de su recorrido como un pretendiente. Los libros circulan entre ellos como un secreto compartido. A través de esta relación intergeneracional, Mia Hansen-Love despliega las inquietudes de nuestro tiempo con preguntas sobre la educación, la política y la transmisión de valores. La peregrinación de la esposa abandonada crea la esperanza de un nuevo encuentro. Pero la cineasta elude brillantemente las expectativas otorgando un lugar especial a la vida intelectual de Nathalie. El diáfano camino hacia la libertad definitiva, la filosofía en acción, la sabiduría de la vida cotidiana.
NO HAY EDAD PARA REINVENTARSE Y SEGUIR ¿Qué decir de la combinación Mia Hansen-Løve e Isabelle Huppert, más que galardones? Y eso se confirma en El porvenir, la nueva película de esta prolífera directora, protagonizada por la destacadísima actriz francesa, que no es sino un golpe directo al corazón y al intelecto. La película es sencilla, se destaca por su frescura y por su forma simple de mostrar la transformación de una madre, devenida ex esposa y abuela. El film muestra la vida de Nathalie (Huppert), una profesora de filosofía que, sin previo aviso, es abandonada por su esposo luego de veinte años de matrimonio, que sufre el síndrome del nido vacío porque todos sus hijos ya han partido del hogar materno y que lidia con una madre enferma que la somete a constantes amenazas de suicidio. Una vida hostil, que podría estar llena de clichés melodramáticos y empáticos que busquen conmover al espectador. Pero no, Hansen-Love logra un relato minimalista, repleto de sutilezas que demuestran mucho más de lo que se podría sospechar. Mezclando vida intelectual y personal, el film va mostrando cómo Nathalie se va metamorfoseando, cómo transforma una vida presa de la familia, el trabajo, una madre senil, en una vida con total libertad, como ella misma afirma. En este periplo del héroe, toma un papel fundamental un ex -alumno de Nathalie Fabien, quien, sin querer, le muestra a su profesora otra forma de vivir la y desde la filosofía, así como también el impulso vital que su flamante nieto le aporta a su vida. Se destaca ante todo, la actuación de Huppert. Repleta de sutilezas, encarna a la perfección el papel de una mujer escéptica, investida de toda la teoría que introyectó de los libros que tanta entereza le han dado en su vida y en ese momento de cambio también. Sus movimientos, la carga emocional de su rostro, sus palabras, la responsabilidad que lleva en sus espaldas al ponerse al hombro escenas de completo silencio y en soledad, la naturalidad con la que encarna lo cotidiano (relación con sus alumnos, con su madre, con sus hijos, con su gato) la convierten en la joya de la película, además de que queda por lejos en evidencia la exquisita belleza que desprende a sus 64 años. Párrafo aparte y que complementa en pantalla a Huppert es el tratamiento de la imagen llevado adelante por la directora, quien logra canalizar en ellas (ya sea la ciudad, el campo, un paisaje, el interior de una casa) una fuerza emocional que contamina toda la puesta en escena y que ayuda a subrayar el trabajo de la protagonista. Del mismo modo, los diálogos cargados de citas filosóficas y de discusiones intelectuales, permiten ahondar de forma profunda en la connotación universal de la vivencia que se retrata: la pérdida del ser querido, la sensación de soledad, la sensación de libertad, la voluntad de poder, la transformación constante… en síntesis, eso que se llama vida.
“El cuerpo de Huppert” podría ser otro buen título para esta película que en su título original algo más sonoro se llama L´avenir (2016) o El porvenir, tal como se estrena en Buenos Aires. Es el cuerpo flaco de la Huppert, esmirriado, caminando en pasos cortos por las calles de París, un cuerpo nervioso y ensimismado, de una actriz que, haga el personaje que haga, tiene la capacidad de atravesar la trama como un rayo cálido o helado. Siempre enorme. - Publicidad - El porvenir está dirigida por la joven y prolífica Mia Hansen-Løve, (Eden, Goodbye first love), que además es pareja de Olivier Assayas, visitante reciente de el Festival de Mar del Plata. Aquí, Nathalie es una profesora de filosofía de escuela secundaria de París, con un contrato en una pequeña editorial como autora de libros escolares. Está casada con otro profesor desde hace 25 años, y tiene dos hijos. Una madre con demencia senil y una casa de campo en Bretaña. La confesión de su esposo que la termina abandonando por otra mujer es el primer signo de una serie de cambios que tendrá que afrontar hacia otros momentos de su vida. El porvenir es una película de detalles pequeños: la tumba de Chateaubriand en la isla de Grand Bé, un gato que se esconde debajo de la cama, una biblioteca partida en dos, un libro que se reclama, la amistad con un joven ex alumno, un ramo de flores tirado a la basura. Y momentos sublimes, la clase en un parque con sus alumnos hablando de la Verdad o el regreso a París bajo el sonido de un fragmento de opera de Schubert, en el que las olas del mar acompañan las sensaciones internas de un personaje, ella, la Huppert meciéndose con un ramo de flores en la mano, corriendo para no perder el tren que la lleva a su madre enferma, acompañado por planos secuencias de extrema belleza. Huppert es grande, muy grande, y habrá que ver más películas de Hansen-Løve que con este film ganó el premio a la mejor dirección en el Festival de Berlin 2016.
Nathalie (Isabelle Huppert) es una profesora de filosofía en París que está atravesando una mala temporada: tiene que cuidar a una madre enferma y depresiva (Édith Scob), sus hijos abandonan el nido, la editorial para la que trabajaba comienza una etapa de modernización, sin requerir ya de su material y su esposo (Gerard Depardieu) se ve obligado a confesarle que mantiene una relación paralela.
El tiempo es tirano “Las mujeres de más de 40 años son para tirar a la basura”, dice Nathalie, la protagonista de “El porvenir”, en una escena de la película. Pero no lo dice en forma dramática ni resentida. Lo dice naturalmente, y con algo de sarcasmo, mientras pasea con un ex alumno en un parque de París. Nathalie (Isabelle Huppert, una vez más, brillante) es una mujer de 60 años que atraviesa una crisis: es una profesora de Filosofía que ya no conecta con sus alumnos adolescentes, su madre está senil y le hace la vida imposible, sus hijos están grandes y están fuera de su influencia, y su marido, como si nada fuera, le dice que se enamoró de otra mujer y que se va a vivir con ella. La joven directora Mia Hansen-Love (“El padre de mis hijos”, “Edén”) enfoca esta crisis con una mirada singular, de una gran sutileza, en la cual no caben los estallidos melodramáticos, pero sí el transcurrir de la vida cotidiana a pesar del dolor y los fracasos. Su protagonista es una mujer fuerte y decidida, pero su fragilidad también se transparenta con hondura en momentos íntimos y delicados. Las citas de Rousseau y Adorno se mezclan con melodías de Schuman y canciones de Donovan y Woody Guthrie, creando un contexto siempre reflexivo. “El porvenir” es una película sobre el implacable paso del tiempo, sobre una transición compleja y sobre cómo la vida se abre camino cuando parecen cerrarse todas las posibilidades.
Isabelle Huppert es una actriz extraordinaria. Aquí hace todo lo contrario que en “Elle”: es una profesora de filosofía que pierde a su madre, su marido se va con otra y tiene que arrancar a vivir, casi, de nuevo. Y Hansen-Love, que es de lo mejor que tiene el cine hoy, en lugar de caer en lugares comunes, muestra una vida con sus tristezas y sus alegrías, y la Huppert entiende el juego y se presta a traer al espectador a un lugar luminoso. Imperdible.
La salvación del espíritu Sobria, frágil y reposada, El Porvenir contempla la crisis existencial de una profesora de filosofía. Isabelle Huppert regala otra interpretación hipnótica. Una película en la que leen a Karl Krauss, reclaman por un libro de Schopenhauer, se hurtan una obra marcada de Levinas o recitan a Pascal en un velorio podría ser un disparate snob, pero ninguna pretensión falsa asoma en esta sexta película de la realizadora Mia Hansen-Løve (El padre de mis hijos, Edén), que se erige como un monumento melancólico sobre la figura del filósofo. La virtud de El Porvenir está en diluir la aspereza del lenguaje filosófico para arrojar luz sobre la mundanidad de gente que hace de la filosofía un medio de subsistencia. Mia Hansen-Løve logra que sus personajes vivan y padezcan sin pintarlos como iluminados, excéntricos o locos; la realizadora ni siquiera cae en la tentación de ponerlos a debatir conceptos con pantomimas irónicas. Y aún así, la filosofía es absorbida por el relato. El foco cae sobre Nathalie, una profesora interpretada por Isabelle Huppert, que a esta altura ya merece un altar en la historia del cine. Nathalie observa cómo su mundo se despedaza. No catastróficamente, más bien como una agonía, como un árbol que se deshoja. En esta languidez existencial irá buscando la forma de rearmarse para encarar un futuro con expectativas amargas. Estamos ante un filme tan modesto como inteligente, capaz de impregnar la filosofía sobre el cuerpo de sus personajes. Dentro de sus posibilidades, todos tomarán decisiones trascendentes: divorciarse, tener un hijo, aislarse en una granja, dejarse morir. Mia Hansen-Løve no explica por qué sus personajes asumen estos cambios, simplemente los exhibe, permitiéndole al espectador valorar si por cada acción hay un reverso de pensamiento. Allí entra en juego la sutileza de los detalles, hendijas cotidianas que descubren la angustia detrás de estas decisiones. El filósofo, por primera vez en un filme, no está trastornado por las ideas. He aquí una coyuntura humana, demasiado humana. Y bella.
El hada ignorante Otro opus de actuación por parte de Isabelle Huppert, pero de la mano de Mia Hansen-Løve, guionista y directora del filme, el quinto en su haber, estableciendo una realidad de lo que se figuraba como promesa. Nadie va a ponerse a descubrir a la actriz de filmes como la reciente “Elle, abuso y seducción” (2016) o “La profesora de piano” (2001). La película arranca con una frase, “¿Podemos ponernos en el lugar del otro?” La misma está escrita en el ensayo de uno de sus alumnos, Nathalie Chazeaux está corrigiendo. Profesora de filosofía como profesión, escritora, se dirige junto a su familia al lugar de vacaciones de siempre. Esto termina siendo algo así como el prefacio del relato. Elipsis temporal necesaria, nos encontramos con Nathalie en una vida sin sobresaltos personales, hasta que su marido le asesta un certero golpe a su realidad: hay otra y se va a vivir con ella. A partir de ese momento comienza su viaje introspectivo, el que va de la soledad a la que se enfrenta hacia la libertad nunca vivida. Siendo este el primero de varios cambios que se irán produciendo casi simultáneamente, el síndrome del nido vacío por el crecimiento de sus hijos, el deterioro de una madre octogenaria, el tener que enfrentarse a sus nuevos y muy jóvenes correctores de textos, más cerca del marketing que de la literatura. La relación con sus alumnos, y en particular con un exalumno al que ella ayuda a publicar sus textos. De manera sutil a partir de los diálogos, imágenes de exteriores bellos cuando son requeridas por el relato, o reflexivas desde la contemplación, todo apunta a hacernos sentir el recorrido de esta mujer que no se desbarranca ante los hechos que le suceden, los enfrenta. De estructura narrativa clásica, progresiva y lineal, sin cortes temporales demasiado abruptos, todos los personajes secundarios muy bien delineados, sólo establecer lo necesario para demostrar que el “porvenir” no viene, hay que ir a buscarlo. Que la felicidad se construye y se destruye cotidianamente, a cada paso. Podría citar, como síntesis, al gran poeta cubano Silvio Rodríguez cuando dice: “Si fuera diez años más joven que feliz”.... (*) Una obra de Ferzan Özpetek, de 2003
El porvenir, de la directora francesa Mia Hansen Love, es una película sobre una mujer. Pero la primera vez que vemos a esa mujer es como parte de un grupo, más específicamente de una familia, y una familia tipo para ser todavía más precisa: en un ferry que está llegando a una playa de Bretaña, los cuatro miran hacia esa costa antigua en la que van a visitar la tumba de Chateaubriand. Esas imágenes están ahí, al comienzo de El porvenir, y funcionan a modo de prólogo que distorsiona el tiempo, porque en realidad lo que va a contar la película es lo nuevo que le pasa a la madre y esposa de esa familia muchos años después, cuando ya no forme parte de ese núcleo de cuatro. Y en ese sentido lo que podría parecer como un pasado idílico que se perdió funciona apenas como un episodio en una vida que se abre, se transforma y sigue. Esa mujer, además, es un personaje interpretado por Isabelle Huppert, y en ella Mia Hansen Love cuenta con su recurso más potente, porque ninguna película protagonizada por Isabelle Huppert es siquiera imaginable sin la presencia formidable de esa actriz, que parecería guardar en su cuerpo un repertorio de versiones infinitas de la palabra “fuerza”. Casi al mismo tiempo que El porvenir vio la luz Elle, de Paul Verhoeven, otra película impresionante donde Huppert encarna a una empresaria que sufre un intento de violación y se dedica a preparar, lenta y calculadora, una venganza. Nathalie Chazeaux, la profesara de filosofía que protagoniza El porvenir, no podría ser más distinta y difícilmente podría encajar en esa noción de “mujer fuerte” que ahora nos gusta celebrar y muchas veces no es otra cosa que una heroína inventada por un hombre o calcada sobre un modelo masculino, pero también es una caja de sorpresas: cuando el marido le anuncia que tiene una relación con otra mujer, y así realiza el corte que va a dar lugar a ese tiempo de incertidumbres del que trata la película, Nathalie le contesta irritada, “¿Y no te podías guardar el secreto?”. Pero él se quiere ir a vivir con otra y la separación no tarda en concretarse. No es que se rompa alguna idea idílica de familia o pareja ni que Nathalie se enfrente en adelante con algún tipo de”nido vacío” frente al alejamiento del marido y los hijos ya adultos (ese modelo que pone a la etapa del núcleo familiar en el centro de la vida de una mujer y hace del resto pura decadencia, supervivencia esforzada o en todo caso, vacío que llenar). Por el contrario, Nathalie tiene una profesión que la apasiona y convicciones fuertes para encarar el reordenamiento de su vida, y son muchas las cosas con las que no está dispuesta a negociar: cuando el ex le ofrece seguir pasando las vacaciones en la casa de su familia como lo hizo en los últimos años ella se niega rotundamente, y lo mismo hace cuando la editorial que le publica una colección de libros de filosofía le expone la necesidad de aggiornarse, cambiar el diseño y volverlo más atractivo para las nuevas generaciones. Nathalie es una mujer de más de 50 y sabe que vive en un mundo donde las mujeres a esa edad parecen volverse descartables, pero también sabe que esa es una información que le viene de afuera más que una creencia propia. Mia Hansen Love -que antes se ocupó de otro tiempo puntual como es el de las fiestas de la juventud en Eden (2014) o de los amores de adolescencia en Primer amor (2011)- hace de Nathalie, de esta mujer de más de 50, un personaje memorable al que acompañar y observar, contradictoria, plena de matices, parecida a una bruja cuando anda de acá para allá llevando en una canasta al gato negro que le heredó su madre (una gata que se llama elocuentemente Pandora y que parece condensar esa cualidad tormentosa y explosiva de esta mujer y de este momento de su vida) y sorprendente cuando parece celebrar el hecho de que al fin quedó en libertad porque la abandonó el marido, los hijos se fueron de casa, se murió la madre, y poco después se deshace en llanto por el mismo motivo.
Cuando las preguntas permanecen La película de la realizadora francesa indaga en su personaje y toca un lugar metafísico. La relación entre filosofía y cine conoce aquí uno de sus mejores ejemplos. Sin moralizar o estigmatizar, tematiza una problemática social. De manera armónica, como comprensión tal vez feliz para su protagonista, El porvenir comulga inicio con desenlace. Su comienzo, de hecho, alude al después común e inevitable (con la tumba de François‑René de Chateaubriand como efigie, donde inscribir el mismo título del film) y sobre sus últimas imágenes será el vaivén en brazos de un recién nacido la acción a privilegiar, relacionada desde el plano secuencia con el grupo humano, familiar. Ese plano, en tanto movimiento sin cortes, necesariamente hace copartícipes a quienes allí dejan verse, a través de una mirada ética, gregaria, que es plácida, hermosa, de responsabilidades, alegría y dolor, compartidos. El film de Mia Hansen‑Løve parece encarnar la máxima socrática, aquella que señala a la filosofía como una preparación para la muerte. Y lo logra desde un proceder dialéctico, que confronta lo vivido con los deseos alguna vez sentidos. Quien encarna este proceso, piedra angular sin la cual nada sería posible -tal es su importancia-, es Isabelle Huppert. Nathalie sólo puede ser ella, una gran actriz, capaz de soportar y traslucir -casi veladamente, siempre grácilmente- el viaje complejo en el que se interna. Nathalie es profesora de filosofía, detesta la intromisión de la política en sus clases, está por enfrentar una separación, dirige una colección de libros de venta decaída (la Escuela de Frankfurt ya no vende como antes), corre tras los continuos ataques de pánico de su madre, y la jubilación le espera en corto tiempo. La transición entre sus actividades la muestran en movimiento, sin respiro, tal vez acosada por un acaecer del cual ya no puede tomar distancia. Sin embargo, allí están las clases que dicta, el vínculo con sus estudiantes, los libros que descansan en su biblioteca. La presencia de libros, justamente, es determinante. Acompañan el film, visten a los personajes, que los toman, paginan, marcan, reordenan, prestan, roban. El espacio vacío de los estantes delatará la ruptura de pareja, así como el reclamo por algunos de ellos. La relación con éstos adquiere matices que van desde la praxis política y pedagógica al fetichismo. En este sentido, puede encontrarse una puesta en escena similar a la de esa otra gran película que es La academia de las musas, de José Luis Guerín, en un diálogo cinéfilo que permite, al menos, dos posibilidades más. El film parece encarnar la máxima socrática que señala a la filosofía como una preparación para la muerte. Cuando Nathalie va al cine, lo hace para ver Copia certificada, de Abbas Kiarostami: por un lado, homenaje al gran cineasta, recientemente fallecido; por el otro, eco puesto en el plano que delinea a Juliette Binoche, que dispara también la asociación con su protagónico en Bleu, del polaco Krzysztof Kieslowski, donde la "libertad" aludida por el color tenía su motivación en una pérdida dolorosa. Es esta misma explicación la que oportunamente dará Nathalie, mientras le acompaña uno de sus estudiantes favoritos, otrora protegido, ahora emancipado y volcado en una experiencia anarquista. Cuando éste dialogue con su grupo sobre la problemática de la autoría -ese nombre que a veces es el título mismo de un libro- para un nuevo proyecto editorial, Nathalie prefiere la tarea doméstica, levanta los platos de la mesa y se dirige a la cocina. Es un comentario visual irónico, brillante, que contradice a Nathalie y la sitúa en un camino de confrontación interna, que no demorará en tener estelas de choque: ella, después de todo, supo ser comunista, tener planteos radicalizados. La asunción del placer burgués no es tema menor, tal vez difícil de evitar. Pero no es la intención del film moralizar o estigmatizar, sino antes bien tematizar una problemática social y, de manera más profunda, metafísica. Nathalie es a partir de quienes le rodean y la mirada de la realizadora apela, evidentemente, al ciclo vivido y por vivir. La "copia certificada" de Kiarostami tiene acá su réplica, entre personas parecidas y distintas: el estudiante díscolo y brillante pero de futuro incierto, las varias madres sucesivas, y la nueva vida que llena de brío el desenlace. Por eso, nada más desconcertante que la alegría con llanto que profesa la madre ante el recién nacido. ¿Qué es lo que allí se cifra?
Con 35 años de edad y cinco largometrajes en su haber Mia Hansen-Løve es una de las realizadoras más importantes de la actualidad. No tuve la posibilidad de ver Un amour de jeunesse (2011) pero exceptuando ese filme se podría pensar en el conjunto de su obra como el cine del desencanto. En L’avenir la enorme Isabelle Huppert, en su primera colaboración con la joven cineasta, interpreta a Nathalie, una profesora de filosofía y autora de libros de divulgación, que al comienzo del filme tiene una vida relativamente tranquila, cuyo único sobresalto es el tener que socorrer constantemente a su madre anciana. Pero con el correr del relato Nathalie perderá a su madre y se separará de su marido. Como se grafica metafóricamente en una de las escenas del filme ella comienza a hundirse en la arena, deja de sentir firme la tierra que pisa. Sin embargo, más allá de que el mundo de la protagonista sucumbirá, ella mantendrá su fortaleza y sus convicciones. Lo que Hansen-Løve describe es la aceptación de los cambios en la vida, cambios palpables y otros internos, también cierto desencanto con la política, con los editores, con los alumnos y con su marido. Pero, a pesar de todo, la vida continúa y ella está allí, de pie para hacerle frente. Por Fausto Nicolás Balbi @FaustoNB
En términos generales, el cine no se ha caracterizado por ser generoso a la hora de darle a actrices mayores de 60 años, la posibilidad de interpretar personajes autónomos. Generalmente, el rol que se les reserva a las mujeres que transitan su madurez en la pantalla es el de madre, tía, abuela o esposa; con escasas posibilidades de ser las determinantes de los principales giros y motores del relato. Sin embargo, en lo que va del año, podemos celebrar el estreno de tres excelentes películas, protagonizadas por señoras que impulsadas por sus convicciones, toman decisiones con plena determinación. Una de esas joyitas es la brasileña Aquarius, con una Sonia Braga tan vital como aguerrida. La segunda y la tercera están protagonizadas por la misma actriz: Isabelle Huppert. La francesa acostumbra a poner el cuerpo a féminas de fuerte temperamento, pero esta vez logra conquistar dos cumbres al hilo con Elle y El porvenir. En el film de Mia Hansen-Løve (El padre de mis hijos, Edén), que se está proyectando por tercera semana en Cine Universidad, Huppert interpreta a Nathalie Chazeaux, una profesora de filosofía que enfrenta una crisis integral. En poco tiempo, todo su sistema de referencias se desmorona: su marido la deja, su madre ingresa en un deterioro irreversible y la editorial que publica sus libros la deja fuera de catálogo. ¿Qué puede seguir a todo esto? De tratarse de una película concebida a pura fórmula, se impondría el consabido calvario de la depresión, seguido de un edulcorado camino hacia la reconstrucción. Pero la lógica de El porvenir no funciona de esa manera. Primero porque a Hansen-Løve jamás le ha interesado hacer un cine aleccionador plagado de subrayados, y segundo porque lo que se privilegia es una mirada detallada y respetuosa de ese proceso de dolor. El film no se regodea en los momentos en que la protagonista llora, ni la traiciona llevándola a obrar con una lógica que sea ajena a su esencia. El porvenir no sigue el manual de los films sobre segundas oportunidades, aunque tenga a su personaje central frente a esa disyuntiva. Tampoco se plantea como una experiencia hermética y formal. A pesar de que Nathalie se defina como una "mujer intelectualmente satisfecha", las citas autorales y filosóficas se deslizan en la historia con una textura más orgánica que académica. Pero no sólo de conocimiento se nutre la existencia. La película aborda con sutileza el refugio de los afectos. Si bien Nathalie Chazeaux ya no es tan idealista como en otros tiempos, conserva la convicción de inculcar en sus alumnos la elaboración de un pensamiento propio. Los reencuentros con Fabien (Roman Kolinka), un ex alumno devenido en amigo, se debaten entre la interpelación y la confidencia. Al doble duelo familiar que está enfrentando la profesora, se suma el del quiebre de la admiración monolítica que le profesaba su discípulo predilecto. Del universo tangible de las referencias, también subsiste una enorme gata negra heredada de su madre; que por momentos adquiere una inesperada y catártica significación afectiva. Sin allanarle al espectador una resolución única, El porvenir esboza la idea de que la libertad sólo es posible cuando se conquista el despojo de todo aquello que ha perdurado en la inercia. Saltar fuera de una estructura devenida en espejismo de un vínculo, no es tarea fácil. Implica quedar de cara a lo incierto, pendiendo en el borde del tan temido abismo de la soledad. Nathalie no sólo cuenta con la fortaleza intelectual que laboriosamente construyó durante años, sino con la chance de abrazar todo aquello que esté por llegar. L'avenir / Francia-Alemania / 2016 / 102 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Mia Hansen-Løve / Con: Isabelle Huppert, André Marcon, Roman Kolinka y Edith Scob.
Nathalie se quedó sin nada y el porvenir la espera con todo En la callada escena inicial, Nathalie, su esposo y sus dos hijos se detienen frente al mar ante la tumba de Chateaubriand, el fundador del romanticismo, el poeta que soñaba con el silencio del cielo y el mar como mejor compañía. Desde allí, el film salta unos años. Ellos dos son docentes en un liceo parisino. Los hijos están casi ausentes. La vida tiene la calma de lo repetido. Pero un día Nathalie se queda sola: su marido la deja por otra y su vida trastabilla. El destino obligará a esa profesora de filosofía a enfrentar un presente que no estaba en sus planes. Con mucha austeridad, tanta que a veces uno reclama una mirada más intensa para poder retratar estas pérdidas, la directora va encontrando en esa búsqueda una forma de alivio. Nathalie (otro gran trabajo de Isabelle Huppert) irá descubriendo un tiempo con menos expectativas pero también con menos compromisos. La serenidad parece ser la gran aliada de esta mujer que afronta una nueva existencia rodeada apenas de lo que le ha quedado, pero sostenida por esas ganas de mirar de frente un presente tan incierto como todos los presentes. “El porvenir” propone una aproximación más romántica que desgarradora sobre el abandono, porque no nos deja ver todo el dolor de una mujer a la que la vida le va quitando cosas. Discreto pero detallista, la película afortunadamente deja atrás la languidez emocional de tanto cine francés de estos días. Aquí sólo una vez llora Nathalie, aunque hay formas del silencio y detalles que puntúan su dolor. Lo que le queda, dice el film, puede ser suficiente, porque al final la felicidad es más la expectativa que la concreción de los deseos. El paso del tiempo le da señales y destino: la vida la deja sin madre y la hace abuela, el esposo (“creía que mi ibas a amar toda la vida”) se fue, la editorial le exige actualizarse, el activismo exacerbado que está en la puerta del colegio le pide definiciones sobre ese ayer que ella prefiere olvidar: “La revolución no es lo mío, me conformo con ayudar a mis alumnos a pensar por sí mismos”, le dice a uno de ellos. Nathalie rescatará frases escogidas de grandes filosos para encontrarle compañía y sentido a su soledad. No tiene nada, pero descubrió algo: “Los chicos se fueron de casa, mi marido me dejó, mi madre murió... Es la libertad total... es extraordinario”, dice en un momento. Sabe que, al quedarnos sin nada, estamos obligados a empezar otra vez. Porque la suerte del porvenir depende de lo que uno va perdiendo en el camino. Hacia allí mira Nathalie, liviana de equipaje y expectativas, serena y dispuesta, lista para lo que sea. Y al final volverá se acercarse otra vez Chateaubriand: ella también sueña con el arrullo de un mar que le dé paz y armonía para siempre
Filosofía de vida. En un review anterior te dije que el realismo es francés. Ver “El porvenir” no hace más que confirmar aquello. Cuando se trata de historias convincentes y cercanas, los galos saben lo que hacen. ¿De qué se trata El porvenir? Nathalie (extraordinaria Isabelle Huppert) es una profesora de filosofía que vive en París con su marido y sus hijos, al tiempo que debe cuidar de su demandante madre. Su tranquilo bienestar empieza a tambalearse cuando su marido la deja y otra serie de contratiempos amenaza casi todos los aspectos de su vida. Durante el caos, se reencuentra con su antiguo alumno Fabien (encantador Roman Kolinka), quien será su refugio en tiempos de crisis. Con qué te vas a encontrar “El porvenir” conjuga la perfecta labor de sus intérpretes con un guion que, sin grandes sobresaltos, cuenta una historia cotidiana pero profunda: la de una mujer que, a una edad en que todo se supone resuelto, descubre el encanto de la libertad. Isabelle Huppert hipnotiza y dota de un absoluto realismo a esta mujer, metiéndonos de lleno en su historia. La directora Mia Hansen-Løve logra que este film plagado de citas filosóficas no deje afuera a nadie. No importa si jamás leíste a Blas Pascal: lo vas a entender igual. Porque, al fin de cuentas, el valor de “El porvenir” radica en su capacidad de contar una historia sencilla de una mujer adulta (¡al fin!), una con la que cualquiera se puede identificar, evitando caer en lugares comunes, como esa obsesión de casi todos los films de buscarle un vínculo amoroso a todo aquel que no tenga a alguien al lado. La vida, sin las peripecias del romance, también puede ser emocionante y atrevida. ¿Qué depara el porvenir? Ese es el planteo y esa es la duda eterna, de ella y de todos. Porque el orden establecido puede cambiar en cualquier momento y el resultado puede ser mejor de lo que esperábamos. El cine, mis queridos, también es este, el que deja de lado grandilocuencias y golpes de efecto para acercarse un poco más a la vida… un poco más a nosotros. Puntaje: 10/10 Título original: L’ Avenir Duración: 100 minutos País: Francia / Alemania Año: 2016