Querella ancestral En su último film, El Sacrificio de Nehuén Puyelli (2016), el realizador José Celestino Campusano regresa a la marginalidad tras su mirada de las clases dominantes en Placer y Martirio (2015) para adentrarse con una mirada alegórica en una historia de violencia alrededor de una cárcel patagónica de mínima seguridad. Nehuén Puyelli, un curandero mapuche de un pueblo de la Patagonia, es arrestado acusado de practicar ilegalmente la medicina y llevado a un penal como consecuencia de su relación homosexual con un joven de clase alta menor que él. La madre del muchacho utiliza sus contactos políticos para que Nehuén sea procesado y así alejarlo de su mimado hijo con problemas de sociabilidad, en una espiral de venganza que se remonta a la época de la subyugación de los mapuches, la conquista española, las guerras con los tehuelches y las campañas de exterminio desde Roca a la última dictadura. En la cárcel, Nehuén encuentra en Ramón Arce, uno de los líderes de la prisión, a un aliado que lo protege a cambio de proveerle una dirección en la zona y asilo en la casa de su madre, de modo que pueda salir de la cárcel durante el día (un privilegio para presos a los que le queda poco tiempo de condena). El Sacrificio de Nehuén Puyelli recorre alternadamente las historias de varios personajes cuyas vidas están signadas por la violencia, para confluir en relatos disciplinadores alrededor del sistema penitenciario argentino para compararlo con las narraciones sobre el pueblo mapuche a través de la supervivencia de las tradiciones, la historia reciente y el difícil presente. Con sus historias sobre el mundo popular, Campusano actualiza con su ideal de cine los debates alrededor del realismo cinematográfico, una quimera en la que el neorrealismo italiano, el realismo socialista y el cine directo -entre los movimientos más destacados- han discutido largamente en interminables controversias, que salpican gran parte de la historia del cine social. Con una estética descarnada y actores fuera del circuito cinematográfico mediático que ya habían trabajado en El Perro Molina (2014), el director y guionista construye en esta oportunidad una radiografía de la violencia social en el sur de la Argentina sin juzgar a sus personajes, con una mirada que se centra en los conflictos culturales pero sin descuidar los conflictos de clase que surgen. El nuevo opus de Campusano recorre, despojándose de prejuicios, los espacios de incomodidad de la sociedad opulenta actual. La corrupción judicial, el abuso policial, la violencia social y de clase de parte de los estancieros y capataces en el sur sobre los peones y las reglas de convivencia carcelaria son algunas de las cuestiones que El Sacrificio de Nehuén Puyelli trabaja como un ejercicio comunitario en que los actores buscan, a través del realismo, la reconstrucción de las instancias de lo real. De esta manera, Campusano propone a la violencia como verdadera regla de comportamiento en comunidad en la sociedad actual contrapuesta a la visión cósmica mapuche, en una alegoría maravillosa en la que la dialéctica encuentra su síntesis.
Destinos enlazados El sacrificio de Nehuen Puyelli (2016) es una interesante propuesta que refleja los abusos de poder, la brecha interminable entre el alto poder adquisitivo de la sociedad y las familias más humildes. Destaca la doble moral de la elite económica y su periferia, donde por un lado se reclama justicia, y por otro lado se apañan todo tipo de atrocidades para conseguir los objetivos que estos se proponen.
Conurbano interior José Celestino Campusano traslada su cosmovisión del segundo cordón del conurbano bonaerense, con sus códigos, rostros y dialectos, a la Patagonia Argentina, donde se reiteran circunstancias de violencia y corrupción que afectan a los personajes. El Sacrificio de Nehuen Puyelli (2016) comienza como una película coral: por un lado tenemos la historia de Nehuen Puyelli, de origen mapuche, sanador espiritual cuya filosofía es rechazada y repudiada por el resto de la sociedad. Al relacionarse con el hijo adolescente de una mujer con contactos políticos, es condenado a prisión donde se encuentra con Ramón Arce, un presidiario al cual le quedan pocos días en el penal. Alrededor de ellos circula una serie de personajes con quienes deberán lidiar: guardias, funcionarios y otros presos. La situación se complica cuando ingresa a la cárcel el despiadado kapanga de una estancia, contratado para hostigar a los peones rurales. Estamos frente a un melodrama carcelario tanto dentro del penal como fuera de él. Campusano plantea el territorio de manera laberíntica, al concebirlo como espacio de encierro para sus protagonistas. El entorno funciona de manera hostil, generando una tensión latente en los personajes ante la suma de injusticias sufridas que desembocan en la tragedia –desde el título- que les depara la sociedad. El director de Fantasmas de la ruta (2013) reposa su mirada una vez más sobre los condenados del sistema, seres provenientes de clases bajas que llevan las de perder en una sociedad que los expulsa culturalmente y genera la inevitable reacción violenta. En el paisaje patagónico se suman los “paisanos” y los pueblos originarios a su discurso sobre los desvalidos. En el medio hay algunas situaciones maniqueas en la representación de “buenos” y “malos”, pero es desde el punto de vista de tales personajes que el realizador expone su conocimiento del tema, justificando así ciertas configuraciones peyorativas del director del penal por ejemplo, a esta altura iconos distintivos de su cine. El Sacrificio de Nehuen Puyelli es un paso adelante en la filmografía del responsable de la productora CineBruto. La narración es mucho más fluida que en producciones anteriores -sumada la compleja variedad de historias de esta oportunidad- que ayuda a reforzar su discurso sólido y concreto sobre su temática predilecta. Es notable el diseño de los movimientos de cámara (dentro y fuera del penal en cuanto a la sensación de encierro) y la ejecución de la puesta en escena que impone una visión infalible del director sobre aquello que pregona. Sea en el territorio que sea.
Prolífico y visceral, el cine de José Celestino Campusano fue una las apariciones más estimulantes dentro del panorama local de los últimos diez años. A lo largo de su filmografía -compuesta por nueve títulos-, el director oriundo de Quilmes supo pintar como pocos un conurbano bonaerense en carne viva, con escenarios y personajes propios. Tras un fallido intento de retratar otros universos (Placer y martirio, de 2015, donde hacía mella en la clase alta porteña) y una rápido retorno al terreno conocido (El arrullo de la araña, también del mismo año), Campusano sitúa su nueva propuesta en la Patagonia rionegrina, en una región al pie de la Cordillera de los Andes, e indaga en problemáticas tales como la identidad indígena, el abuso terrateniente, la justiciay los códigos carcelarios.
Campusano regresa con una película que en varios pasajes recupera lo mejor de Vil romance, Fango y Fantasmas de la ruta. Tras algunas películas menores (El Perro Molina, Placer y martirio y El arrullo de la araña), el prolífico e infatigable Campusano vuelve con una muy buena propuesta ya no ambientada en el conurbano bonaerense sino en la zona de Esquel y Bariloche. Inspirada en un caso real, El sacrificio de Nehuén Puyelli tiene como protagonista al Nehuén del título (Chino Aravena), un descendiente de mapuches que oficia como curandero del lugar. Su tranquila existencia se conmueve cuando recibe un par de denuncias (envenenar a una anciana y abusar de un joven de clase media-alta) y, a la espera del juicio, es enviado a un penal de Río Negro. Allí las cosas se mantienen en una tensa calma gracias al esfuerzo cotidiano de Ramón Arce (Damián Avila), un interno al que le falta menos de un año para quedar en libertad y que negocia con sus pares y los funcionarios para que las condiciones de convivencia (supervivencia) no se desmoronen. Pero las fuerzas corruptas de la Justicia y la irrupción de unos “pesados” al servicio de los poderosos de la zona como Henderson padre e hijo (Aldo Verso y Emanuel Gallardo) hacen que esa precaria tregua se quiebre por completo. Se trata de un intenso drama carcelario que aborda con contundencia (a veces un poco obvia) las diferencias de clases, la violencia social, el racismo hacia los pueblos originarios, la xenofobia hacia los chilenos y un largo etcétera. De todas maneras, Campusano recupera aquí la potencia como narrador y -más allá del uso algo desmedido de grúas- construye con solidez un relato lleno de tensión con elementos del policial y del western gauchesco a puro cuchillazo, sin perder de vista la dimensión íntima y familiar ni la crítica política. Los personajes de Nehuén (con su aura ancestral) y Ramón resultan convincentes para conducir el conflicto, mientras que se destacan también varios secundarios (por allí aparece el mismísimo Perro Molina de Daniel Quaranta) y malvados realmente de temer como los Henderson. Una mirada despiadada a la degradación social y a la venganza del ojo por ojo, pero también una reivindicación de los códigos de lealtad que se sostienen incluso en condiciones extremas y en medio de las diferencias más profundas. Crudeza y sensibilidad, sordidez y nobleza... Las dos caras del cine de Campusano.
La autodeterminación ante todo Con su nuevo opus, El sacrificio de Nehuén Puyelli (2016), de reciente estreno en el Festival de Mar del Plata, José Celestino Campusano afianza su estilo, mirada sensible y humana sobre los conflictos sociales y de clase para adentrarse en la lucha de grupos antagónicos que data desde los orígenes de la historia, pero en esta oportunidad el escenario se traslada a la Patagonia.
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Hay que tomarlo como viene, o dejarlo Con una recreación verosímil del ambiente carcelario, la película logra mantener una tensión constante. José Celestino Campusano forjó la leyenda de su “cine bruto” con historias del Gran Buenos Aires, descarnadas, protagonizadas por no actores y producidas de forma comunitaria. Prolífico, desde 2011 viene estrenando una película por año. Y tratando de ampliar su radio de acción: ya en Placer y martirio se había alejado del conurbano caliente para trasladar la acción a Puerto Madero, y ahora se aleja por primera vez de Buenos Aires. El sacrificio de Nehuen Puyelli, que viene de participar en la Competencia Latinoamericana del Festival de Mar del Plata, es un drama carcelario que transcurre en la Patagonia. El personaje del título es un descendiente de mapuches con supuestos poderes sanadores, pero es denunciado por la muerte de una anciana y el supuesto abuso sexual de un adolescente discapacitado, y termina en la cárcel. Ahí deberá sobrevivir navegando entre los dos grupos que se disputan el liderazgo en los pabellones: en realidad, el verdadero protagonista no es Nehuen Puyelli sino Ramón Arce, uno de los presos, con ascendiente sobre los demás y buenas relaciones con las autoridades del penal. Si hay algo logrado en esta película es la verosimilitud de la recreación del ambiente carcelario, con su jerga, sus relaciones de poder, su dinámica propia. Hay una tensión palpable en la mayoría de las escenas que transcurren barrotes adentro, con los reclusos, los guardiacárceles y el director de la institución como personajes bien construidos, complejos, con claroscuros. Los villanos son decididamente malvados, pero tienen una potencia que justifica su linealidad. Los inconvenientes aparecen cuando Campusano intenta transmitirnos un mensaje acerca de la discriminación y la opresión que viene soportando desde hace siglos los pueblos originarios. Un mensaje quizá noble, seguramente loable, pero introducido con fórceps en diálogos pueriles, demasiado directos, obvios. Otra cuestión es el trabajo de los no actores: algunas actuaciones son buenas, creíbles, pero hay unas cuantas que no están a la altura de lo que la película se merecía. Es parte del estilo Campusano, y pedirle algo distinto parece estéril: hay que tomarlo así como viene, o dejarlo.
Es la primera película de José Celestino Campusano (director, guionista y productor) fuera de Buenos Aires, y según sus propias palabras basada en hechos reales ocurrido en una zona cercana a Esquel. En el argumento se produce un encuentro en la cárcel de los dos protagonistas, Nehuén encarcelado injustamente por un tema de corrupción policial motorizada por una mujer influyente, y Ramòn un hombre recluido largamente que esta por cumplir su condena. En esa cárcel- solo en apariencia tranquila- el sistema se basa en líderes y códigos. La violencia sobrevuela constantemente, igual que los abusos, la discriminación de los pueblos originarios. Y en ese caldero del diablo también se enfrentan las distintas “sabidurías” populares. Con actores no profesionales, clima de suspenso y estallido contenido, Campusano logra un intenso retrato de una realidad lejana o que se prefiere no conocer.
"El sacrificio de Nehuen Puyelli", del siempre activo J. C. Campusano, se ambienta en lugares poco turísticos de Bariloche: un suburbio, el hospital, el hipódromo y, sobre todo, el penal. Confluyen allí un joven curandero acusado de mala praxis y perversión de menores, un blanquito buscapleitos protegido por el juez, y un preso tranquilo, encargado de pabellón, que mantiene las cosas en orden, dentro de lo que cabe. El problema es que cada uno quiere imponer "su" orden: el patrón aprovechador, la señora bien relacionada con el fiscal, un padre con su hijo llevándose a todos por delante, unos vagos que no dejan pasar a los del otro barrio, los matones que cumplen condena, todos nerviosos. Aquí casi todo el mundo habla con aire amenazador. Y las cosas se dirimen con facas, chumbos y botellazos. Solo el encargado y el curandero habrán de mantener la calma. Al respecto, este último tiene una buena teoría sobre el espíritu de venganza como una suma de "energías parásitas que se nutren de nuestros miedos". Hay cierto aire de verdad en todo esto, personajes fuertes, y un buen ritmo narrativo, lo que permite superar el tono primario de la narración, algunos baches, y el escaso nivel actoral de la mayoría. Sobre ese nivel se encuentran, sin esfuerzo, Damian Avila como el encargado, y Daniel Quaranta que reaparece con su personaje del Perro, ya conocido en una película anterior de Campusano, "El Perro Molina". Para destacar, el trabajo conjunto de bonaerenses y rionegrinos. Y ese aire de verdad, que pocos directores argentinos alcanzan.
RETORNO A LAS FUENTES Volvió el mejor Campusano, se lee en buena parte de las críticas que refieren a El sacrificio de Nehuén Puyelli. Respondo elocuentemente: nunca se fue el mejor cine del director si es que títulos posteriores a Fantasmas en la ruta, acondicionados a otro paisaje social (Placer y martirio) y herederos de aquella tradición inicial (El Perro Molina) pueden considerarse como débiles y sin interés en el corpus de su (ya) abundante obra. Aclaro que aun no vi El arrullo de la araña, el título anterior a El sacrificio… Volvió el mejor Campusano (aquí la entrevista) y no estoy tan de acuerdo con semejante afirmación. Ocurre que, aun con sus problemas narrativos y de marcación actoral, Placer y martirio no parece un film descartable, como tampoco El Perro Molina y un acabado técnico más prolijo que el de sus películas más logradas (Vikingo, Vil romance y Fango, ésta última, su obra mayor hasta hoy). El sacrificio de Nehuén Puyelli retoma a aquellas criaturas compatibles con el universo del cineasta: personaje temibles, la violencia a flor de piel, la marginalidad como convivencia necesaria, los códigos inalterables, el uso de los fierros, el paisaje como protagonista. Ya no es el conurbano bonaerense el encuadre geográfico sino el sur del país, un penal en Río Negro en donde transcurrirá buena parte de la historia. Campusano ensancha sus ambiciones temáticas: las tramas secundarias refieren a los pueblos originarios, al respeto o no que se le tiene a los curanderos y la cruel xenofobia que, en el andar del relato, se dirige sin vueltas y con mucha rabia hacia los chilenos. Habrá una amistad que se irá fortificando en la cárcel entre el citado Nehuén (Aravena) y el joven Arce (Ávila), dentro de un relato que decide construir, primero fuera de la cárcel y luego en el mismo ambiente, a otros personajes secundarios que, por momentos, adquieren una potencia visual y una carnadura dramática superior a la de los protagonistas. Al respecto, por allí también andará el ya invocado Perro Molina (Quaranta) en un rol secundario, cuestión interesante en el desarrollo de la historia ya que se percibe que el director se anima a hacer dialogar sus películas entre sí, no como compartimentos separados sino como estadios que posibilitan la anexión y mimetización de una obra en conjunto. Por supuesto que algunos inconvenientes en los diálogos y en los procedimientos textuales vuelven a sonar impostados, casi como si encarnaran una marca de fábrica (discutible) en la poética del director. Pero habrá un mundo a punto de estallar, duelos, violencia, facas, cuchillos, cuentas pendientes, venganzas, sacrificios, decisiones éticas. El universo Campusano más reconocible, escalones debajo de sus obras mayores, pero siempre atendible y único dentro de un cine argentino ubicado en la vereda de enfrente de un discurso hegemónico. EL SACRIFICIO DE NEHUÉN PUYELLI El sacrificio de Nehuén Puyelli. Argentina, 2016. Dirección y guión: José Celestino Campusano. Fotografía: Eric Elizondo. Música: Claudio Miño. Edición: Horacio Florentín. Dirección de arte: Paula Trocchia y Verónica Manzanares, Sonido: Luciana Kaseta y Leandro Sinich. Con: Damián Ávila, Emanuel Gallardo, Daniel Quaranta, Aldo Verso, Ana Nuñez, Tuky Jaramillo, Marcos Jaramillo, Darío Carvallo, Horacio Fernandez. Duración: 87 minutos.
Microcosmos de la sociedad en su conjunto. Octavo largometraje de José Celestino Campusano en un lapso de diez años, El sacrificio de Nehuén Puyelli lo encuentra regresando –al menos, en parte– al territorio que había abandonado para tirarse a una pileta que resultó no estar del todo llena: Placer y martirio era el retrato de una clase social elevada que sonaba esencialmente artificioso. Nuevamente poblado por marginales de diverso tenor, el más reciente relato del director de Vikingo transcurre, sin embargo, bien lejos del ambiente suburbano bonaerense que había ocupado gran parte de su filmografía: fue rodado en locaciones de la provincia de Río Negro. Allí ubica a Nehuén Puyelli, descendiente de aborígenes mapuches que afirma poseer el don de la curación; acusado de haber envenenado a una mujer, será detenido y enviado a la cárcel mientras la causa judicial comienza a moverse. Allí entablará relación con un tal Arce, otro preso al cual le quedan apenas algunos meses para cumplir su condena. Pero el nuevo film de Campusano no gira solamente alrededor de ese par de personajes. En realidad –y ese es uno de los puntos más fuertes de la película–, lo que va construyéndose con el correr de los minutos resulta ser una historia con múltiples protagonistas y puntos de vista: no es menos importante la mirada de Nehuén que la de su madre o la de Henderson padre, capanga y perro guardián de un terrateniente de la zona, tan recio como su hijo, otro que irá a parar a la cárcel. Los retazos del drama coral comienzan a armarse lentamente como las piezas de un rompecabezas y sólo cerca del final la imagen completa termina de configurarse. En ese sentido, El sacrificio… funciona como una suerte de thriller, donde solamente uno de los personajes conoce (intuye, para ser más precisos) cuál puede llegar a ser el resultado del inevitable enfrentamiento, cuando la violencia contenida comience a desbordar. El suspenso es esencial en ese tapiz de odios y resentimientos y Campusano parece manejarlo cada vez mejor, apoyado por una puesta en escena más cuidada, a años luz de la sucia y “desprolija” esencia de sus primeros films. Allí surge una cuestión problemática, que se ha destacado en cuanto texto se haya escrito sobre esta película y sus proyectos inmediatamente anteriores: ese pulido profesional a nivel técnico tiende a chocar de frente con el registro casi amateur de, al menos, la mitad de las escenas con diálogos, donde el recitado de las frases no logra transfigurarse en un tono creado conscientemente y se asemeja a una no demasiado precisa dirección actoral. Afortunadamente, esta historia de enfrentamientos viscerales, xenofobia, racismo, odio de clase y supervivencia ofrece como contrapartida una construcción del drama carcelario muy diferente a aquellas que el cine y, sobre todo, la televisión, han venido poniendo en pantalla durante los últimos años. Las relaciones de poder entre los convictos, entre ellos y los guardia-cárceles y entre las partes enfrentadas de la población, del otro lado de las rejas, funcionan como un cosmos a pequeña escala de la sociedad en su conjunto.
Campusano (El perro molina, Placer y Martirio) presenta su nueva película El Sacrificio de Nehuen Puyelli. La historia sigue a Nehuen, un sanador de origen Mapuche, que se ve afectado por una denuncia de la madre de un joven al que ayudo. Pronto se vera en la cárcel, acompañado de Ramon, un joven que después de muchos años esta cerca de terminar su condena. Como es usual, Campusano sigue sin buscar actores formados para sus películas, y ya marca un estilo en su forma. Por momentos, quizás en los diálogos mas extensos, este recurso choca mas en el espectador; pero a medida que avanza la historia, las actuaciones quedan de lado; y dan paso a una lograda y ritmica dirección; y un pulido guion. Desde el primer comienzo, el film esboza algunos detalles de la vida pasada de Nehuen, pero todo se mantiene en las sombras. Los conflictos comienzan a sucederse y cada acción, o la no toma de la misma por parte del protagonista, define su cultura. El reflejo de las cárceles del interior es autentico. Dos pabellones controlados por los mismos presos, pero con códigos y leyes establecidas. Abandonados a la merced de su suerte. El pueblo es manipulado por el poder de las decisiones de unos pocos, y e aquí la bomba que comienza a formarse antes de detonarse en el ultimo minuto.
También es Patagonia, una lejana de la postal, el escenario de la nueva película de José Campusano, un thriller social con la problemática de los pueblos originarios como núcleo. Puyelli, que es sanador, va a la cárcel acusado de matar a una mujer. Con sus actores no profesionales en conflictos cerrados y bellos planos abiertos, Campusano expone una periferia -su territorio favorito- masculina, de gente curtida y dura, en sociedades degradadas y violentas. Ahí Nehuén, que habla como poeta e historiador, parece de otro mundo. Como el mundo que él mismo representa.
Después de dos películas muy fallidas, el director de VIKINGO regresa a un territorio más conocido aunque geográficamente diferente al de sus filmes previos, ya que su nueva película transcurre entre una cárcel y los barrios marginales de las afueras de una ciudad rionegrina. El material genera una serie de intrigantes y potencialmente fascinantes cruces para un policial: Nehuén, curandero del pueblo de familia indígena, es encarcelado, acusado de envenenar a una anciana y de abusar de un chico. Allí se enreda con Ramón, un lider carcelario que está por salir y no quiere meterse en problemas. Pero también deberá vérselas con Henderson, hijo violento de una familia acomodada con sed de venganza hacia Nehuén. Varios personajes se van sumando el entramado de traiciones, arreglos, peleas y trampas, incluyendo a la familia de Nehuén, el padre de Henderson, otros presos nuevos y veteranos, guardias y familiares. Si bien por momentos las subtramas son demasiadas, por lo general el relato es claro y avanza con precisión narrativa hacia un enfrentamiento final en el que varias cosas se ponen en juego: corrupción policial, violencia, lucha de clases, los problemas entre los habitantes de pueblos originarios como Nehuén y los que no lo son y así. Como sucedía con EL PERRO MOLINA, este es otro de esos filmes en los que Campusano parece manejarse cómodamente en el terreno policial, con una destreza técnica en lo visual que ya luce muy profesional y hasta con elegantes planos secuencias, a años luz del “cine bruto” que se pregona desde el nombre de su productora y que era más evidente en sus inicios. Pero como en ese filme, esa forma más clásica de narración visual se choca con las acostumbradas actuaciones desparejas y los excesivamente formales diálogos entre los protagonistas lo que genera una gran dificultad en lograr la credibilidad necesaria para entrar en el mundo de la ficción. Si bien es entendible la búsqueda de naturalidad de los no-actores que profesa el director, mientras más profesionales lucen sus películas más resaltan e incomodan ese tipo de performances “recitadas” y esos diálogos acartonados y sentenciosos. Y es una pena porque tanto la trama como los temas que pone en juego Campusano aquí son lo suficientemente atractivos como para generar una película de más alto impacto, algo que se pierde muchas veces por esta búsqueda o tono que, a esta altura, no logro terminar de comprender.
Marcado por el destino José Celestino Campusano nos ubica esta vez en medio de la Patagonia rionegrina, lugar donde examina las problemáticas que se suceden. La identidad de los pueblos aborígenes, la dominación de los terratenientes, la justicia e injusticias y los códigos de la cárcel se hacen presentes a lo largo de toda la película de este director que supo traernos historias frágiles y protagonizadas por no actores. Nehuén Puyelli (Chino Aravena) es un curandero descendiente de mapuches que es encarcelado acusado de la muerte de una anciana y de abusar de un menor de buena posición económica, y deja en su hogar a su madre, su hermano y su sobrino. Ya dentro del ambiente carcelario se encuentra en medio de dos bandos. Por un lado tenemos al grupo de Ramón Arce (Damián Ávila), un joven preso respetado y de buenas relaciones con las autoridades del penal. Y por el otro, un prepotente recién llegado (Emanuel Gallardo). A esto se le suma la llegada de un tercer recluso (Darío Carvallo), hijo de un estanciero que buscará llevar adelante una misión allí dentro contra Nehuén. Lo importante en este film es la forma en la que se transmite el guion a través de los distintos personajes, que en lo general están muy bien logrados e identificables. Podemos ver actuaciones muy bien logradas, creíbles. El ambiente carcelario además está bien construido y es posible encontrarnos con la tensión característica de un lugar como ese con la violencia y la marginalidad a la vista. Por supuesto que algunos inconvenientes en los diálogos y en los procedimientos textuales vuelven a sonar impostados, casi como si encarnaran una marca de fábrica (discutible) en la poética del director. Posiblemente los mayores inconvenientes vengan dados desde el mensaje sobre la discriminación y la opresión, en donde algunos diálogos se notan forzados por el hecho de tener que seguir con la rigidez del guion. Algunas palabras saliendo de la boca de los personajes parecieran ser impostadas. El sacrificio de Nehuén Puyelli no es un film con el que pueda entretenerse toda clase de público. Está orientado hacia uno muy específico y es así que en general la cinematografía de Campusano genera críticas diversas. Tómalo o déjalo.
El Sacrificio de Nehuen Puyelli: tumberos del sur La nueva película de José Campusano se aleja del conurbano bonaerense y se adentra en Río Negro para relatar una historia basada en un caso real, rodeada de xenofobia, marginalidad y nobleza Varias son las sensaciones que despierta "El Sacrificio de Nehuen Puyelli", la nueva película de José Celestino Campusano, pero hay una que predomina y es la de la injusticia que pesa sobre sus protagonistas. Campusano, uno de los cineastas más prolíficos de los últimos tiempos, y que ha retratado como pocos los códigos del conurbano, esta vez optó por una historia bastante alejada de estas costumbres, en la que incluso se lamentan cada vez que un personaje debe ser enviado a Buenos Aires. La historia es la de Nehuen Puyelli (Chino Aravena), un descendiente de mapuches que se convierte en el objeto de odio de una mujer cuyo hijo mantiene una relación homosexual con el protagonista y que está convencida de que puede "recuperarlo" alejándolo de él. Para eso, logra que un fiscal abra una causa contra Puyelli acusándolo de haber causado la muerte de una conocida anciana recetándole sustancias en su rol de curandero. Puyelli es enviado a un penal rionegrino donde muy pronto llegarán un enviado de su "suegra" que buscará hacerle la vida más y más difícil. Pero Puyelli logra entablar relación con Ramón Arce (Damián Avila), un preso que vive mediando entre sus compañeros y las autoridades del penal para hacer la vida allí más llevadera y que está a un año de cumplir con su condena. El protagonista le ofrece a Arce prestarle su casa para que pueda cumplir con un régimen de salidas transitorias y así se asegura la protección de éste y sus amigos dentro de las paredes de la cárcel. De esta manera, lo que puede parecer otra historia carcelaria se convierte en un drama de infinitas aristas, que no se limita a transcurrir en el interior del penal sino que tiene causas y consecuencias fuera de esas paredes y rejas. La irrupción de los Henderson (sin piegrande ni nada similar), brazos armados de los terratenientes locales, no hace sino más que despertar la indignación del espectador gracias al muy buen trabajo de Aldo Verso (el padre) y Emanuel Gallardo (el volátil hijo). Y si bien desde afuera parece que "El Sacrificio..." no tiene mucho para ofrecer, basta mirar la relevante cantidad de hechos que transcurren en los primeros diez minutos, volverse adicto a este cine, y luego multiplicarlos por 9 para darse una idea de el festín cinéfilo que Campusano preparó para el espectador. Una sorpresa que despierta el interés por este director que trabaja con lo que tiene a mano y obtiene resultados realmente sorprendentes.
José Celestino Campusano traslada su elenco de actores no profesionales (veteranos estables y amigos, protagonistas de otros films como Daniel “el Perro” Quaranta y Aldo “el Vikingo” Verso) del conurbano bonaerense a las márgenes de Esquel y Bariloche, para filmar un drama carcelario al estilo tumberos andinos, con alguna (pero sólo alguna) influencia del revanchismo al estilo western. Nehuén Puyelli (Chino Aravena), un descendiente de mapuches llegado con su familia desde Chile, es acusado de tener relaciones con un menor y de haber envenenado a un local al querer curarlo mediante prácticas aborígenes. Lo que para Nehuén es natural según sus costumbres se transforma en crimen para el hombre blanco, y este es el nudo central de la filosofía en Campusano: el enfrentamiento entre el bien y el mal, en donde el primero está representado por lo salvaje y lo puro y lo segundo por lo corrupto, aquello que quiere barrerse pero, para el realizador, forma parte inherente de la civilización. A esta altura, con tantos films en su haber, hay algo irritante en los diálogos toscos de los actores de Campusano; lo que en algún momento pareció una idea diferente, con una ética sólida por detrás, termina agobiando por ser reiterativo. De todos modos, pasada la mitad (o más, seamos honestos) de la película, el conflicto carcelario de Nehuén y sus protectores, Ramón (Damián Ávila) y el Perro (Quaranta como una extensión de su rol en otro film), contra el bully Henderson (Emanuel Gallardo), un enviado de la “civilización” para ajusticiarlo, termina dándole intriga a la acción e involucrando más al espectador. Es de destacar la fotografía de Eric Elizondo, lo mismo que la edición de Horacio Florentín, no sólo por algunas imágenes de interesantes claroscuros sino por destacar el contraste entre el bello paisaje montañoso y la precariedad social que repite estereotipos del conurbano.
UNA HISTORIA DE VENGANZA Al alejarse del paisaje suburbano de Buenos Aires, Campusano logra en este film algo que muy pocos cineastas nacionales han sabido profundizar desde la ficción: hablar de las desigualdades sociales regionales en el sur, particularmente en Bariloche, donde conviven los pueblos originarios con familias acaudaladas que hacen de la discriminación y la explotación una moneda corriente. El racismo, la homofobia y la desigualdad económica se encuentran en este relato con un intenso drama carcelario que deja entrever una veta humana que se aleja de los clichés y golpes bajos comunes al subgénero. Lo que se ve esencialmente es a un realizador cuyo crecimiento cinematográfico va ligado a profundizar sobre las luchas clasistas y la vida en los márgenes con su película más ambiciosa y barroca a la fecha, no sólo por su precisión visual sino por un guión hermético donde cada una de las partes suma al relato hasta su vertiginoso final. El protagonista es el Nehuén Puyelli del título, un joven mapuche que utiliza sus prácticas curativas y que se encuentra enredado en un homicidio del que se lo acusa injustamente. El motivo por el cual se lo encarcela es en realidad su relación con el hijo de una mujer de clase alta que no tolera el curso de este vínculo y hará todo lo posible para evitar que se vuelva a llevar a cabo. Yuxtaponiéndose el drama carcelario con el entorno social que define a Nehuén, los atropellos de la clase alta y la vida de un reo en busca de redención que creará un vínculo con el protagonista, la película es un torbellino de venganza donde las tensiones que se van construyendo finalmente encuentran hacia el desenlace una resolución satisfactoria. Cualquiera creería que el amplio abanico de temáticas y el riesgo narrativo podrían vulnerar de algún modo el relato, pero la forma en que este mosaico se va descubriendo y su resolución demuestran un guión sólido. Por otro lado, también se encuentran algunas de las irregularidades comunes al director de Vikingo en diálogos donde el verosímil flaquea, principalmente por cómo se enuncian largos parlamentos que cumplen una función informativa que no siempre fluye con el ritmo de la narración. También uno nota que el retrato de la clase alta se encuentra caricaturizado y las actuaciones no tienen un nivel uniforme, llevando a que provoquen extrañamiento algunas situaciones y se pierda la credibilidad sobre la representación de lo que vemos. Sin embargo, todos estos elementos terminan resultando mínimos ante la solvencia narrativa del film, que termina cerrando un relato de venganza que en su violencia pone en evidencia las desigualdades y la intolerancia en una locación poco utilizada por nuestro cine nacional en este género.
Nuevo filme de José Celestino Campusano, uno de los más prolíficos realizadores autóctonos, quien en “El Sacrificio de Nehuén Puyelli” (Argentina, 2016) una vez más se mete de lleno en la lucha de clases y cómo dentro de cada casta, además, se plantean subdivisiones. La cárcel, el pueblo, el folclore, son sólo algunas de las temáticas trabajadas por el realizador, quien en esta oportunidad apela a un despliegue visual y puesta en escena mucho más formal que aquella que venía plasmando en sus primeros trabajos. “El Sacrificio…” habla de cómo un hombre ve cercenada su libertad al ser acorralado por la madre de un joven que lo acusa de haber abusado de él aprovechándose de su condición y capacidades disminuidas. La película arranca con imágenes de algún paisaje del sur, allí conoceremos a los actores que participarán de esta historia cuyo epicentro es Nehuén, un joven “brujo” quien asiste a los más desprotegidos, quienes lo siguen en sus indicaciones. Pero cuando algunos de esos “remedios” terminan por no resolver del todo las situaciones y la madre de un joven con el que Nehuén, aparentemente, intimó, decide mover sus influencias pone al curandero tras las rejas. Dentro del penal Nehuén deberá lidiar con algunos oscuros personajes quienes no sólo le complicarán la estadía dentro de la cárcel, sino que, además, terminarán por configurar una especie de casta que complicará la interacción de los reclusos. A su vez el pueblo verá cómo Nehuén es acorralado por el poder, por lo que aprovecharán la movida para manifestarse en contra de la clase dominante en un grito que sólo en la rebelión y en la lucha puede construir un grito de salvación. Campusano retoma varios puntos pensados en sus filmes anteriores, pero redobla su apuesta trabajando con una solvencia, y hasta cierto convencionalismo que termina por alejar su película del acto de pasión cinéfila al que nos tenía acostumbrados. En la utilización, una vez más, de palabras rimbombantes que resuenan de una manera complicada, principalmente en los no actores, aunque en un diálogo con el director el manifiesta su profunda necesidad de seguir trabajando de esta manera. “El Sacrificio de Nehuén Puyelli” bucea en la lucha de clases para construir un relato poético sobre cómo los más desprotegidos terminan uniéndose para enfrentarse a la injusticia y la pérdida de credibilidad.
El sacrificio de Nehuén Puyelli, el nuevo film de José Celestino Campusano (Vil Romance, Fango, Fantasmas en la Ruta, El Perro Molina), no sucederá esta vez en el conurbano –escenario habitual y fundante de su cinematografía-, sino en los suburbios de Bariloche. Campusano se ocupará de seguir el rastro de aquellos personajes que suele convocar con frecuencia su cine: los desclasados. Personajes que se encuentran por su origen social sin chance, siquiera mínima, de supervivencia. El protagonista será Nehuén Puyelli, un joven de origen mapuche que ayuda, mediante prácticas curativas que provienen de su cosmovisión ancestral, los males que aquejan a los pobres de su comunidad. En una precisa secuencia inicial –precisión que Campusano conservará durante todo el film-, la cámara exhibirá un rancherío, y en su interior a una mujer fatalmente enferma, que Nehuen consolará con pocas palabras y un profundo afecto. Será después acusado de homicidio y encarcelado. El verdadero motivo será, no obstante, otro: una relación con el hijo de una mujer con plata e influencias. La mujer pedirá ayuda a sus amigos de la corte judicial del municipio, buscará venganza. La venganza será en esta película uno de los asuntos centrales. Nehuén deberá pasar un largo tiempo tras las rejas, en una cárcel situada justo al lado de una enorme villa miseria. Una panorámica, perspectiva de guardia en plan de vigila en las alturas, alcanzará para registrar con claridad la disposición social que rige el territorio. En la cárcel prevalecerá cierta tensa tranquilidad, férreamente custodiada, a cambio de favores, por uno de los "capangas" del presidio. Nehuén ni bien llegue se acercará a él, establecerán un acuerdo de mutua colaboración. Ingresarán después otros personajes al penal, bravucones que buscarán complicar la convivencia. El film de Campusano se detendrá en la dinámica interna de la cárcel. En cómo se despliega la violencia sobre el cuerpo, en cómo se juega entre los presos la sexualidad. Pero también, paralelamente, apuntará lo que sucede a su alrededor. Rencillas de pequeñas pandillas del suburbio barilochense, resueltas a cuchilladas y tiros. A su vez, el conflicto entre trabajadores rurales de procedencia indígena apaleados por matones. El estado de cosas se conservará a partir del ejercicio de la violencia entre pobres. La traición se convertirá en la contraseña de una historia situada en el pasado genocida. El sacrificio de Nehuén Puyelli evidenciará una vez más y por sobre todas las cosas la capacidad narrativa de Campusano. Mediante el despliegue de aquellos rasgos que caracterizan su particular estilo -el uso de actores no profesionales, la estilización de sus parlamentos, etc.- presentará un relato casi sin fisuras sobre ciertos hombres perdidos, sin escapatoria, pero que en algún momento osarán reflexionar acerca de lo que sucede a su alrededor, en busca de algún tipo de comprensión que los redima.