Ash Is Purest White, una película que abarca 17 años, es la más reciente del dúo de marido y mujer, el director Jia Zhangke y la actriz Zhao Tao.
El realizador chino conocido por películas como “Más allá de las montañas” (2015) y “Naturaleza Muerta” (2006) nos trae este melodrama que muestra una historia de pareja a lo largo del tiempo y cómo va atravesando/sorteando dificultades tanto personales como socioculturales relacionadas con la actualidad del país y la zona en la que residen. El largometraje cuenta una historia que se divide en tres partes en un período de tiempo prolongado (desde 2001 a 2018) donde se nos narran las desventuras de una mujer que se enamora del líder de una agrupación de gángsters que desarrolla sus actividades en el seno de la sociedad china. Qiao (Zhao Tao) está enamorada de Bin (Liao Fan), cabecilla de la mafia local de Datong. Cuando Bin es atacado por una pandilla rival, Qiao se defiende y dispara varias veces. Es condenada a cinco años de cárcel. Tras cumplir su pena, Qiao busca a Bin e intenta volver con él. Pero él no quiere seguirla. Diez años más tarde, en Datong, Qiao sigue soltera y ha salido adelante manteniéndose fiel a los valores de la mafia. Pero Bin, cansado de la vida, regresa buscándola, a la única persona a la que ha amado. El cine de Jia Zhang Ke es muy personal, sensible y activista respecto a las cuestiones sociales que tienen preponderancia en el país asiático. En esta oportunidad, el opus del director se encargó de enfocarse más que nada en sus personajes para ir erigiendo esta idea de amor/desamor a lo largo del tiempo. Es por ello que el autor deposita la mayor carga del relato y su plena confianza en Zhao Tao (esposa de Zhang Ke en la vida real), logrando que la actriz se cargue la película al hombro y nos entregue una excelsa interpretación. Su contrapartida masculina tampoco desentona a la hora de componer al tosco mafioso que no consigue olvidarse del amor de su vida a pesar de su incapacidad para reconocer la situación. Lo que resulta realmente interesante es la travesía que tiene que afrontar Qiao, donde deberá abrirse camino en una panorama desalentador donde la situación económica y social del país es muy cambiante e influenciante en las clases sociales más desfavorecidas. Por otro lado, ella también tiene que combatir contra el machismo y abrirse paso en un mundo dominado por los hombres (tanto en la sociedad china en sí como en la mafia). “Esa Mujer” o “Ash Is Purest White”, en su título original, es un excelente ejercicio cinematográfico de Zhang Ke que además de ser autoreferencial y de estar impecablemente realizado desde lo técnico y lo narrativo, con un diseño de producción destacado, sirve para mostrar la realidad sociopolítica, cultural y económica que viene transformando a China desde las últimas dos décadas. Una propuesta que no defraudará a ningún cinéfilo.
Una joven enamorada carga con la culpa de un crimen cometido por el hombre que ama y pasa un lustro en la cárcel, sólo para salir a un mundo radicalmente diferente en busca de algo similar a la justicia. Cada tanto tenemos la suerte de que se estrena comercialmente en nuestro país una película del chino Zhangké Jia. No todas son perfectas, pero su retrato múltiple de los cambios en China desde los años ochenta hasta el actual hipercapitalismo controlado por un Estado comunista no sólo sirven de espejo político sino, también, de reflexión sobre el paso del tiempo. Esa mujer es un melodrama con elementos de policial: una joven enamorada carga con la culpa de un crimen cometido por el hombre que ama y pasa un lustro en la cárcel, sólo para salir a un mundo radicalmente diferente en busca de algo similar a la justicia. Ya hace tiempo que Zhangké usa las formas del Hollywood tradicional como piezas a traducir que le permitan comunicar su complejo mundo y aquí, como en “Lejos de ella”, logra encajarlas de modo casi perfecto. Un cine que merece la pantalla grande y cada vez más escaso.
Alguna vez Jia Zhang-ke dijo que solo filmaba en China porque era el país que mejor se veía en una pantalla de cine. El hombre exageraba, seguro, pero algo de verdad también había, o por lo menos eso parece si se sigue la trayectoria de su cine. Se sabe, se lo dijo y dice hasta el cansancio: las películas de Jia son intentos de registrar las transformaciones de un país que se abre al mundo sin abandonar costumbres ancestrales, que se inserta en el mercado internacional mientras grandes masas de su población se desplazan en busca de trabajo, que crece y se moderniza mientras sostiene altísimos niveles de pobreza e inseguridad social. China suena a algo inconmensurable, una idea que no se puede pensar, un amasijo de tiempos y culturas que desborda la comprensión. Tal vez sea por eso que el cine de Jia suele fijarse tanto en los paisajes, como si algo del país y de sus cambios no pudiera atisbarse siguiendo a los personajes y fuera necesario cambiar de escala, observar los contrastes entre los pueblitos y las metrópolis, o el movimiento incesante que impone la construcción de un monstruo arquitectónico como la represa de Las tres gargantas. La historia de Esa mujer tiene un tempo espacial: el relato empieza en Datong, un pueblo minero a punto de desaparecer, se traslada después a la ciudad de Yichang y, finalmente, vuelve al lugar de partida, visiblemente transformado. La primera parte supone una breve incursión en el cine de gángsters. Bin y Qiao dirigen una pequeña organización jianghu que incluye un local de comida y juegos además de algunos negocios ilegales. En entrevistas, el director explica que los grupos jianghu, a diferencia de las mafias, son agrupaciones barriales que recurren al crimen únicamente para sostener un programa de actividades vecinales. No sabemos si es así, pero lo cierto es que Jia le imprime a esta primera parte los códigos del gangster film: la pareja protagonista ordena a un grupo de seguidores, traba relaciones que otras organizaciones de mayor peso y lucha por el control territorial con bandas rivales. La película filma con placer el complicado sistema de códigos y reglas del jianghu. La precariedad del barrio que gobierna Bin alterna con el brillo y el lujo de la discoteca donde se discuten negocios entre baile y tragos. Un universo nuevo para Jia que sin embargo no tarda en apropiarse: al comienzo, Bin debe terciar en una pelea entre dos miembros. Uno reclama una deuda que el otro niega. Bin trae un ídolo que oficia de patrón del grupo y le pide al acusado que jure su inocencia ante la figura: la confesión llega en segundos. Una escena breve que condensa las transformaciones culturales con la persistencia de creencias inmemoriales. Después de un ataque contra Bin (momento de una elegancia visual extraordinaria que la película trata como si fuera una especie de danza), él y su novia van presos. Qiao carga con las culpas de Bin y pasa varios años en la cárcel. Cuando sale, elipsis de por medio, la película modifica su sistema de referencias: ya no se está en el terreno del gangster film, sino en uno más bien ambiguo que reúne el melodrama con destellos asordinados de una película de venganza femenina. La transformación del vínculo entre los protagonistas se traslada a su vez a la relación de Qiao con el entorno: un recorrido en lancha por el río Yangtze, un paseo por Yichag y un viaje en tren le muestran una China en constante mutación; el estupor por el desengaño amoroso se convierte en asombro ante un país irreconocible. Las actuaciones de Zhao Tao y Liao Fan son impresionantes y logran amalgamar el registro dramático de los géneros con una discreción propia del cine moderno y de su tono introspectivo. En la tercera parte el relato completa un ciclo: ahora es Bin el que vuelve a un Datong cambiado, rodeado de modernos edificios. El paso de las décadas remodeló el lugar, pero el mundo de rituales barriales del comienzo sigue más o menos igual, como si el tiempo humano tuviera una velocidad propia, diferente a la de la Historia con mayúsculas. Esa mujer es el nuevo intento de Jia Zhang-ke por observar ese desajuste.
Hans Hurch, el mítico director de la Viennale hasta 2017, tenía la perspicaz idea de proyectar en hilera y en simultáneo, como si fuera una instalación, todas las películas de Jia Zhangke en orden cronológico, desde Xiao Wu en adelante, porque entendía que así se podían asir de un vistazo treinta años íntegros de la historia de China, el país más poblado del mundo y probablemente la primera potencia mundial de este siglo en curso. Pocos cineastas pueden reclamar un destino biográfico como el de Jia, una suerte de biógrafo lúcido de una nación definida por una mutación indetenible, capaz de innovar perversamente en materia ideológica como ninguna: ¿no es China una monstruosidad conceptual, algo así como un comunismo de mercado?
Ejemplo de integridad. Como bien nos tiene acostumbrados el virtuoso e idílico cine oriental, Esa mujer (Jiang hu er nü, 2018) nos brinda información desde el comienzo sin la necesidad de ser explícito ni subestimar al espectador, propiciando que veremos un impecable film que encara el “camino difícil”. El perfil de la protagonista de esta impactante historia es presentado de manera sutil, despertando cierta curiosidad en el espectador, lo cual, no solo habla de la calidad de este prototipo del séptimo arte, sino también de la genialidad del director, combinado con la brillante interpretación de la protagonista. En 2001, la joven Qiao (Tao Zhao) está enamorada de Bin (Fan Liao), el jefe de la mafia local de Datong. Mientras Bin es atacado por una pandilla, Qiao lo defiende y dispara dos tiros con un arma ilegal que le pertenece a Bin, pero ella declara que el arma es suya para protegerlo y la condenan a cinco años de prisión. Cumplida la sentencia, Qiao busca a Bin pero él está ocupado con otra relación. Diez años más tarde, Qiao continúa soltera y logra rehacer su vida al mantenerse fiel a los valores del inframundo. Bin, en estado de completa vulnerabilidad, regresa por Qiao, la única persona que ha amado… “Menos es más”: es una frase que aplica a esta película del director y guionista chino Zhangke Jia, quien trabajó con anterioridad con la talentosa actriz Tao Zhao, logrando una deliciosa comunión entre el qué y el cómo del relato, algo nada fácil de lograr, constituyendo un gran ejemplo de guion impredecible. El prestigioso director además es actor y esto se evidencia en la conexión que existe con los protagonistas, que se desempeñan con fluidez en sus roles. Desde ya, se trata de un trabajo intachable de dirección, conocemos la cultura china a través de sus bellísimos paisajes elegidos de manera para nada ingenua, situándonos en el contexto sociopolítico de China. El vestuario, la escenografía, sutileza, ambigüedad y los tiempos para contar cada suceso, consigue mantenernos expectantes hasta el final. La clave en esta película está en los diálogos que realmente asombran, se utilizan las palabras justas y adecuadas que comunican mucho más de lo textual y en el momento perfecto, un admirable e inteligente trabajo, por supuesto acompañado por las remarcables interpretaciones de sus protagonistas. El estilo de este director resulta muy atractivo, y para aquel que no acostumbre a presenciar este tipo de cine, solo cabe decir que, aunque el transcurso puede parecer de ritmo lento, la cantidad de información concentrada en cada secuencia, “obliga” al espectador a prestar atención a cada detalle y lo atrapa. Un film súper recomendable para los amantes del cine, que pretende sorprender desde un lugar distinto al acostumbrado en las propuestas taquilleras, comerciales y que, en cierta medida, olvidan al público como partícipe de la historia, ya que, sin nosotros, los receptores no existirían, y la película tampoco, al igual que los mensajes a transmitir, que en este caso son profundos, actuales, y se encuentran en pleno debate a nivel mundial.
Prisioneros del Universo. Esa Mujer (Ash is Purest White), presentada en el festival de Cannes 2018, narra la historia de una mujer que amó por encima de todo a un hombre, en un entorno regido por los códigos de honor, lealtad y traición que rigen el inframundo del “jianghu”, donde desde la noche de los tiempos se juntan los fuera de la ley con los marginales. Dirigida por Zhangke Jia, uno de los cineastas chinos actuales más interesante que en una década ha pasado de estar prohibido a ser considerado emblemático, esta melancólica película deja una pregunta en el aire: ¿es capaz un amor de resistir a los estragos del tiempo? Las vicisitudes de la pareja formada por Zhao Tao y Liao Fan, le sirven al director para dejar testimonio de las transformaciones sociales, culturales y técnicas del gigante asiático relatadas a través de una triple estructura temporal (2001, 2006, 2016), apoyada con imágenes de sus películas anteriores. En 2001 la joven Qiao, hija de un obrero de Dantong, ciudad minera de la región de Shanxi, está locamente enamorada de Bin, un cabecilla del hampa local. Testigo del ataque de una banda rival contra Bin, dispara para defenderle. Por no delatarle, Qiao acaba condenada a cinco años de cárcel. Una vez en libertad, Qiao busca a Bin pero este la ha reemplazado. Con el corazón destrozado, Qiao se va como la perdedora de siempre del cine negro. Volveremos a verla de regreso a Datong, dueña de un bar y dirigiendo a lo que queda de la banda de antaño, encontrándose con un Bin inválido. Juntos recordarán por última vez las hazañas del hampa y su pasión. La historia de los encuentros y separaciones de la pareja sirve de guía para ir mostrando los cambios de un país que se va abriendo a la cultura occidental al tiempo que pierde algunos de sus valores tradicionales, como la lealtad o la fidelidad. Enseguida se adivina que estamos ante una tragedia, que la pareja no volverá nunca a amarse como antes. Esa mujer, una película del hampa, un romance de carácter social, es el “fresco de una China en mutación, infiltrada por los iPhone y las cámaras de vigilancia, en la que el liberalismo hace la competencia al hampa” (Nicolas Schaller, NouvelObs). El título en castellano, La Ceniza es el blanco más puro, hace referencia a lo que Qiao dice a Bin, refiriéndose a su amor, contemplando el majestuoso volcán que domina la ciudad gris: que las cenizas de la lava a temperatura muy alta se vuelven blancas. Una de las grandes virtudes del realizador Zhangke Jia es incrustar sus historias en la realidad china, así el deambular de Qiao, de los bares nocturnos a los pueblos de la región de las Tres Gargantas desaparecidos en la construcción de la presa de la mayor central eléctrica del mundo, es casi un documental, la historia de su país a lo largo de dieciséis años. El filme es, sobre todo, el retrato de una mujer entera, fiel y fiel a sí misma en un paisaje simbólico, frente al hombre inmaduro incapaz de mantener un compromiso, magistralmente interpretado por Zhao Tao, actriz fetiche del realizador. Una película nostálgica, una tragedia moderna.
Amor y Códigos. Crítica de “Esa Mujer” de Zhangke Jia. Es 2001, y la joven Qiao está enamorada de Bin, un jefe de la pequeña mafia local en Datong. Luego de un incidente con un arma de fuego, Quiao es condenada a cinco años de cárcel, ocultando que el verdadero responsable fue Bin. Por Bruno Calabrese El director Zhange Jia (“Naturaleza Muerta”, “Un Toque de Violencia”, “Las Montañas deben Partir”) vuelve tras tres años de ausencia. Presentada en el festival de Cannes 2018, “Esa Mujer” narra la historia de una mujer en medio de un entorno regido por los códigos de honor, lealtad y traición con que se rige el inframundo del “jianghu”, donde se juntan los fuera de la ley con los marginales. El film está narrado bajo una estructura temporal dividida en tres (2001, 2006 y 2018). En la primera parte, situada en el 2001, cuenta la historia de Qiao (Zhao Tao) quien está completamente enamorada de Bin (Liao Fan). Bajo su ala goza de un liderazgo especial por sobre todos los demás hombres pertenecientes al clan. En consonancia con su amor, Bin le atiende todos su caprichos. Ambos dirigen una pequeña organización jianghu en Datong que incluye un local de comida y juegos además de algunos negocios ilegales. Después de un ataque contra Bin, él y su novia van presos. Qiao carga con las culpas de Bin y pasa varios años en la cárcel. Cuando ella sale de la cárcel, cinco años después la película pega un giro de un film clásico de gangster a transformarse en un melodrama de amor dentro de un espectro femenino. La segunda parte, situada en 2006, es una especie de road movie donde veremos como Qiao se relaciona con su entorno, en soledad, ya que Bin no quiere verla más porque tiene novia nueva. Para llegar a encontrarse para que se lo diga de frente inicia un recorrido en lancha por el río Yangtze, un paseo por Yichag y un viaje en tren que muestran una China en constante mutación. Hasta llegar al momento de encuentro entre ellos dos, en una hermosa escena en una vieja habitación de hotel. En la tercera parte del relato, Bin vuelve a Datong. El paso de las décadas cambió la fisonomía del lugar, ahora rodeado de modernos edificios. Lo que sigue permaneciendo igual es el mundo de rituales barriales del comienzo. Los saltos temporales, siempre marcados por una situación bisagra entre la pareja es la fórmula que eligió el director para reflejar las transformaciones sociales, culturales y técnicas del gigante asiático. Una tragedia de amor, sobre una mujer fuerte, comprometida y fiel, que resiste estoicamente los desplantes de un hombre difícil e inmaduro. Una mujer que, aunque sus sentimientos hacia Bin cambian con el paso del tiempo, maneja mejor los códigos jianghu que los hombres que lideran el clan o pertenecen a el. Puntaje: 80/100.
El regreso a las pantallas del realizador Jia Zhang Ke es un increíble viaje a una historia de amor entre Quia y Bin, en la que priman valores y códigos. En tiempos en donde todo es utilitario, y los falsos vínculos abundan, el director apuesta por escenas de baile armónicas y bellas (como ya lo había hecho en Lejos de Casa) que suman a la épica historia una calidez única, destacando a Zhao Tao como esa mujer a la que alude el título local, una actriz inmensa.
Mujer protectora El cineasta chino Jia Zhang Ke regresa luego de la genial Lejos de ella (2015), con otra historia sobre el amor de una mujer (Zhao Tao) por su pareja a quien sostiene a fuerza de convicción y coraje. Pero también, el film traza un paralelo con la China actual, mostrando de contexto la melancolía de un país en declive. Corre el año 2001 y Qiao (Zhao Tao) es la única mujer en la casa de apuestas clandestinas de su hombre Bin (Fan Liao). Ella regentea el lugar y se hace cargo de conflictos menores. Cuando una banda rival los ataca se ve obligada a utilizar un arma ilegal. Presa por la ley por no declarar en contra de su novio, la mujer comienza su calvario y resurgimiento. Lejos de transitar un camino de venganza, Qiao realiza un viaje introspectivo de reencuentro con sí misma. La película comienza como un film sobre el sometimiento femenino en ambientes manejados por hombres para, de manera inteligente, hacer un giro hacia otro mucho mas complejo: aquel que muestra una mujer dispuesta a todo en un profundo acto de amor, que elige cargar con su pareja ahora con un problema físico, incluso en contra de su propia libertad e independencia. Qiao es una mujer que, después de intentar en ese viaje rehacer su vida aprendiendo a defenderse sola y a ser económicamente auto sustentable, decide quedarse con su hombre. En paralelo a la historia de Qiao podemos leer la historia de China, desde el año 2001 hasta la actualidad. Jia Zhang Ke encuadra cada escena con planos generales para asociar ambas historias. La mujer que resiste y se reinventa por amor a pesar de las carencias afectivas que su país le brinda. Un canto de amor a la resistencia. Esa mujer (Jiang hu er nv, 2018) no anda con facilismos, es una obra compleja que busca plantear algo del orden de lo incomprensible pero sumamente humano: el amor incondicional a pesar de todo. Como todos los personajes femeninos del director chino, Qiao demuestra su valor en las acciones, su fuerza en los resultados, y su decisión más allá de, a simple vista, condicionamientos sociales. Feminismo con todas las de la ley.
En la edición de 2017 del Festival de Cannes, Michael Haneke presentó Happy End, una ácida relectura del conjunto de su misantrópico universo. Se trataba de unos greatest hits que, pese a introducir un pequeño grado de autoironía, no aportaban nada particularmente significante a la galaxia hanekiana. Esa mujer, el nuevo trabajo del gran cineasta chino Jia Zhang-ke estrenado también en la Competición Oficial de Cannes, pero de 2018, corre el riesgo de caer en el mismo pozo de pereza creativa del que hacía gala Happy End. De partida, el film comienza reimaginando a la protagonista de Unknown Pleasures (2002), la tercera película de Zhang-ke. La ficción nos lleva hasta el año 2001 y Qiao Qiao, interpretada por Zhao Tao, la eterna musa del cineasta chino, luce su inconfundible peinado a lo Uma Thurman en Tiempos violentos / Pulp Fiction. Qiao Qiao ha abrazado su rol de novia del gangster y se mueve como pez en el agua por el universo jianghu, una suerte de versión china de la Tríadas de Hong Kong o la yakuza japonesa. Todo parece ir bien hasta que la fatalidad hace acto de presencia, se produce una elipsis de cinco años y el relato se desplaza hasta la Presa de las Tres Gargantas, en 2006, la época y el escenario de Naturaleza muerta, el film con el que Jia Zhang-ke ganó el León de Oro de Venecia. La sensación de déjà vu no termina ahí. El amplio arco narrativo de Esa mujer lleva al espectador hasta la actualidad, cerrando una estructura de tres actos/tiempos que remite a la de Lejos de ella / Mountains May Depart (2015). También aparecen OVNIs y coloristas mensajes en las pantallas de los móviles (como en The World, de 2004), industrias mineras al borde del cierre y nuevos complejos de viviendas, como los de 24 City (2008). En esta tesitura autorreferencial, Jia Zhang-ke confirma su talento a la hora de hilar las odiseas íntimas de sus personajes con las transformaciones socio-políticas de China, y del conjunto del mundo globalizado. La turbulenta historia de amor entre Qiao Qiao y su gangster (interpretado con lacónico estoicismo por Fan Liao) sirve de caja de resonancia para las contradicciones nacionales: mientras de fondo retumba la promesa de la modernidad y la prosperidad, lo único que vemos en pantalla son estadios deportivos en ruinas, ciudades cochambrosas y rituales tradicionales (el primer acto del film podría competir con Election, de Johnnie To a la hora de acumular signos de la liturgia gangsteril). La acumulación de rasgos reconocibles del cine de Jia Zhang-ke podría convertir a Esa mujer en un puro acto de ombliguismo; sin embargo, la película contiene elementos que le otorgan una vivacidad incuestionable, en particular la creciente maestría del cineasta chino para la modulación interna de las secuencias, allí donde la puesta en escena se encuentra con la dramaturgia. Es especialmente reseñable una larga escena filmada en plano secuencia en la que dos amantes dirimen sus diferencias. En otro periodo de su carrera, Jia Zhang-ke podría haber resuelto la situación con el prolongado silencio de unos personajes condenados a la estasis. Sin embargo, aquí hallamos un complejo juego de movimientos, acercamientos y alejamientos de los personajes respecto a la cámara, confesiones impetuosas y frases meditadas. Un festín de texturas dramáticas y lumínicas que enriquecen el lamento melancólico de una película que se pregunta por lo que queda de humano en una nación abocada a una modernidad sin cimientos. Comentario aparte merece el trabajo de Zhao Tao, probablemente la actriz más relevante e icónica del siglo XXI (solo Kristen Stewart puede rivalizar con la intérprete china a la hora de capturar el aire de su tiempo). Su manera de deambular por la frontera entre la tradición y la modernidad, su modo discreto, pero al mismo tiempo decidido, de encarnar la más profunda melancolía y la más rotunda dignidad, la han convertido en una brújula necesaria (compasiva y doliente) para comprender nuestro desconcierto, perplejidad e indiganción ante la realidad contemporánea. Aunque solo fuera por esto, ya deberíamos agradecer a Jia Zhang-ke la creación de Esa mujer, una película que podría apuntar hacia un fin de ciclo. El director de Platform parece estar en un momento similar al que atravesó Hou Hsiao-hsien, su gran referente, a finales de los años '90, cuando terminó su ciclo histórico/autobiográfico y se lanzó a un terreno más experimental con títulos como Flores de Shanghai, Millennium Mambo o Café Lumière, sin dejar nunca de ser él mismo. Cuánto nos gustaría ver a Jia Zhang-ke iniciar un periodo de nuevas exploraciones. Por el momento, le dedicamos una reverencia y un “hasta pronto, maestro”.
Cómo los cambios en una sociedad pueden alterar, modificar o reformar la vida de una persona, al margen de las decisiones propias, es lo que confronta Qiao, la protagonista de Esa mujer. Una mujer que bien vale el comentario: Brava, la china. Qiao está enamorada y en pareja de Bin, miembro del jianghu, algo así como el bajo mundo criminal, en la ciudad de Shanxi. Manejan apuestas y juegos, pero, siempre hay un pero, detentar el poder conlleva no sólo responsabilidades, sino enfrentamientos con otros que quieren lo mismo. Qiao, cuando una noche atacan ferozmente en la calle a su pareja, se baja del auto y, pistola en mano, “disuade” a los agresores. De premio, termina en la cárcel, porque se niega a delatar de quién es el arma. Tamaña actitud, de compromiso y amor, no es correspondida por Bin, quien, cuando salga de la calle, no sólo no la estará esperando sino que tendrá otra mujer. Pero quizá lo que decíamos de los cambios en China en los últimos años, tanto socioeconómicos como culturales y de infraestructura -el tema de las represas y de las inundaciones es también un tópico en el cine del director de Still Life o Naturaleza muerta- pasan a ser más que un trasfondo de la historia de Esa mujer. Interpretada por Zhao Tao -musa inspiradora del cineasta nacido en 1970, con quien está casada desde 2012-, Qiao es un compendio de resistencia y sacrificio, en un entorno en el que el capitalismo se está adueñando de todo. Y hay que ver cómo Qiao (sobre)vive a esas circunstancias, engañando o no al sistema y a sus conciudadanos. Es una tragedia romántica, que comienza en un universo gangsteril, en un pueblito minero a punto de cerrar, en el que el idealismo romántico -parece- no tiene cabida. El director vuelve sobre Still Life, llevando a Qiao a la Presa de las Tres Gargantas -fundamental en aquel filme, ganador del León de Oro en Venecia 2006-. Y expande, abre la trama con una charla sobre ovnis, así como antes había dedicado su buen tiempo a un concurso de baile (la irrupción de la música occidental, también, es tema recurrente en Jia Zhang-ke). Esa mujer, sin estar a la altura de otras grandes realizaciones del realizador, quien tal vez se excede en la extensión del relato (140 minutos), por momentos tiene la fuerza de un impacto. Y, como le sucede a Qiao, lo que prosigue es la calma y la incertidumbre.
Cronista esencial de los traumas generados por el radical cambio social y económico que ha vivido China en los últimos años, Jia Zhangke es la figura más importante del cine independiente de su país, un artista muy valorado internacionalmente y, claramente, un hombre de acción: director de un festival, impulsor de una cadena de salas dedicadas a exhibir películas de arte y ensayo, referente cultural ineludible de su ciudad natal, Fenyang, e incluso diputado electo. Siempre enfocado en poner el dedo en la llaga, se ha manejado con la suficiente inteligencia como para esquivar la censura del gobierno chino, generalmente poco proclive a tolerar las críticas. En este caso, el relato se desarrolla en el submundo del crimen organizado, un ambiente con reglas y rituales propios en el que las mujeres no consiguen un espacio con facilidad. Sí lo logra el valiente personaje que interpreta con aplomo Tao Zhao (actriz casada con el director), una mujer que debe abrirse camino en una sociedad patriarcal en la cual el dinero y el poder han cobrado cada vez más relevancia. Qiao (tal su nombre en esta ficción) detecta mejor que nadie cómo se van debilitando los férreos principios de honor, lealtad y bien común que sostenían al jianghu, un universo parecido pero no idéntico al de las mafias, y también protagoniza una historia de amor llena de alternativas y extendida a lo largo de diecisiete años (de 2001 a 2018), en cuyos vaivenes está reflejado el derrotero de un país que, según el propio Jia Zhangke, se ha convertido en una "gigantesca empresa" orientada exclusivamente a la eficiencia y el beneficio económico. Como telón de fondo de su aventura personal aparecen la industrialización creciente, una pasmosa revolución energética -del carbón al petróleo y a las imponentes represas hidroeléctricas-, la desertización de las zonas explotadas y el éxodo permanente de poblaciones enteras, resultados de una economía hiperplanificada que viene cambiando el mapa de China en más de un sentido. También la incorporación gradual y la reapropiación de tótems de la cultura pop occidental, un proceso en pleno desarrollo. Cineasta con ideas y personalidad, Jia Zhangke maneja con maestría la combinación entre la descripción minuciosa de los pliegues de la intimidad y la pintura sociopolítica. Crea climas e imágenes de gran aliento poético y llenas de poder de sugestión y significados.
Dirigida por Jia Zhang Ke, protagonizada por su musa, socia creativa y esposa, la gran actriz Zhao Tao, este film contemplativo y bello, conjuga en su devenir tres tiempos históricos en una relación, pero también en el cambio vertiginoso de China, en su crecimiento económico, en sus construcciones de grandes obras, en las ventajas y consecuencias de esas mutaciones rápidas y exitosas, aparentemente imparables. Esa unión de una mujer y un hombre, a lo largo de una historia intensa, les hace atravesar desde el ambiente de gangsters y escenas de acción logradísimas hasta el melodrama y el drama que los envuelve, junto a todos los cambios sociales. Reflexiones sobre lo que queda de una relación después de amores y traiciones, odios y calma, perdones y caridades. Qué resta de una cultura cuando el pos del progreso económico no solo desparecen ciudades y se transforman recursos, sino también se alteran para bien y para mal costumbres y lazos culturales. Interrogantes, miradas inteligentes y finalmente una actuación para extasiarse de una actriz sin igual, que puede ser casi adolescente, desenfadadamente joven entre delincuentes, defensora de su hombre, abandonada a su suerte y constructora de su mundo, siempre distante y un poco extraña al momento que le toca vivir. El film como el país al que pertenece se transforma a través de distintos géneros: el poder de una organización mafioso con sus códigos de honor, hermandad, castigos y evoluciones. En un principio de siglo, que culmina con la protagonista femenina, poderosa, sacrificándose por su hombre, dispuesta a soportar cinco años de prisión por él. Y en el 2016 en pleno melodrama, el ya la ha abandonado por otra, cambiaron los códigos, no se atreve a enfrentarla. Ella lo obliga, mientras sobrevive decidida y valiente a su suerte. Y por fin la época actual, con la sabiduría como adquisición, la incapacidad física del ex jefe, el mundo construido por ella adaptándose a su tiempo sin entenderlo del todo.
Se llaman Qiao y Bin. El es un hombre joven, pequeño mafioso que maneja un club nocturno con actividades ilegales. En su reducto es el rey y tiene una reina llamada Qiao, tan enamorada de él que va a pasar por cinco años de cárcel para defenderlo de la traición de un pandillero, tan mafioso como él. Lo que sigue será la salida de la enamorada Quiao de la cárcel y su búsqueda de Bin. Jia Zhang Ke es un director chino, cercano al medio siglo de vida, que ha sorprendido el mundo de los festivales con obras de gran calidad formal y de contenidos. Con una formación clásica en la Academia de Cine de Pekín, sus filmes se centran en el mundo de la China actual, contradictoria, inmersa en el mundo de los capitales, pero también en lucha contra la corrupción y la profunda falta de humanidad. Lo que se inicia como un cuadro de mafia con sus típicos protagonistas, continúa transformándose en una historia personal protagonizada por la joven Qiao, la mujer que sacrifica cinco años de su vida por su amado y que lo busca tratando de no pensar que el tal Bin ni se acordó de ella en los años de prisión. El viaje de la joven por una China que cambió luego de aquel año en que ingresó a la cárcel, la sorprende mientras navega en ferry por el río Yangtze. Allí la represa de las Tres Gargantas, en construcción, en poco tiempo sumergirá cientos de poblados y obligará a millones de personas a cambiar de lugar. Qiao extenderá su búsqueda con sentimientos que la siguen uniendo a una figura fantasmal, a pesar de un mundo que cambia y en el que deberá rearmar su vida. VIAJE ESPIRITUAL "Esa mujer" es una historia de amor donde prevalecen sobrevivientes como Qiao con su solidez existencial en un mundo que se transforma. Nuevamente, la actriz fetiche de Jia Zhang Ke vuelve a hacerse cargo del rol protagónico. Tao Zhao es un milagro de expresión de sentimientos y austeridad dramática. Presente, pasado y futuro pasan por su rostro sereno, donde la profundidad interior aflora con mínimos recursos. Como en algún momento Gong Li-Zhang Yimou ("Sorgo rojo", "La maldición de la flor dorada") formaron una dupla en la ficción y la realidad del cine chino, el dueto Jia Zhang Ke-Tap Zhao repite la historia a través de distintas películas. "Esa mujer" permite seguir la historia de una mujer en crecimiento con el marco de una China en cambio permanente, acompañada de la magia de la fotografía de Eric Gautier ("Diarios de motocicleta").
Un melodrama por izquierda Por más que Zhao Tao sea su actriz fetiche, los verdaderos protagonistas del cine de Jia Zhangke son la Historia y el Tiempo. Plataforma (2000) narraba la historia de una troupe teatral del interior, en el marco del violento golpe de timón que llevaba del maoísmo a la Nueva China. Naturaleza muerta (Still Life, 2006) tenía lugar en el momento en que la gigantesca presa de Tres Gargantas estaba por inundar los pueblos de alrededor para dar electricidad a la China del futuro, y Lejos de ella(Mountains May Depart, 2015) atravesaba tres lustros de historia reciente del gigante asiático, aventurándose en un posible futuro próximo. El Tiempo y la Historia vuelven a decir presente en la película más reciente del realizador de Xiao Wu (1999), cuyo título original asocia el mundo de los negocios ilegales con el amor y en el orden local es rebautizada como Esa mujer, título que parecería querer desmentir lo que sostiene este párrafo. Más allá de su total falta de respeto por la versión original y la de distribución internacional (Ash Is Purest White), el título local de esta película presentada en Competencia Oficial de Cannes 2018 no está necesariamente mal. Ayuda a anclar el opus 13 de Zhangke (incluyendo un puñado de documentales de escasa difusión en Occidente) como melodrama femenino y establece una vinculación aunque más no sea subliminal con la previa Lejos de ella, título igualmente irrespetuoso para Mountains May Depart. Allí la protagonista rompía la tradicional figura del triángulo, eligiendo al revés de lo que le hubiera convenido. Ahora, Qiao (Zhao Tao) pierde no por una mala elección sino porque life is a bitch, como dicen los escépticos sajones. Luego aprende a reconstruirse. Como puede verse, este es pleno terreno del melodrama. Melodrama criminal, para más precisión. O más sencillamente “por izquierda”, para no exagerar. Melodrama por izquierda, cruzado por el tiempo y la historia. Ahora sí puede afirmarse que Esa mujer es un Jia Zhangke auténtico. Las primeras imágenes, pobladas de rostros de mineros, parecen documentales, o de un film neorrealista al menos. El abordaje genérico del realizador de Unknown Pleasures (2002) no tiene nada de ortodoxo: Zhangke cruza el film de gangsters con el melodrama, pone a ambos en perspectiva histórica y los relaciona con lo real. Los baja a tierra literalmente, teniendo en cuenta que el padre de la protagonista trabaja en la mina, y que en un momento ella se cruza con una protesta de mineros. Como quien se cruza con la Historia. Pero Qiao va en sentido contrario de la marcha. Es el primer año de este siglo, cuando la economía china comienza a pasar de la producción manual a la virtual. Ese pasaje aparece graficado en Esa mujer, en su paso del carbón al celular. La otra escena en la que el realizador de Naturaleza muerta puntualiza ese pasaje tiene lugar justamente en 2006, cuando la ciudad de Datong, donde vive la protagonista, está por desaparecer bajo el agua de la represa. Esa mujer es también, tal vez más que ninguna otra cosa, una historia de aprendizaje. Al comienzo, Qiao parece lo que en las novelas y películas de gangsters estadounidenses se conoce como la doll, la muñequita del hampón. Zhangke registra en plano secuencia su ingreso al salón de mahjong que administra Bin, su pareja (el excelente Fan Liao, componiendo a un pequeño rey del hampa casi confuciano, como muestra la escena en la que resuelve un pleito de terceros con el único arma de la palabra). Qiao va describiendo círculos entre los jugadores, jugando a su vez con ellos, en su calidad de “chica del capo”. Más adelante Bin pone un arma en manos de Qiao. Qiao la usará para protegerlo de unos motoqueros agresivos (¿sicarios desarmados?), irá a la cárcel porque el arma es ilegal, cuando salga se encontrará con novedades poco agradables y es allí que deberá reinventarse, echando mano de lo único que tiene: su astucia y su deseo de supervivencia. En ese momento Qiao pasa de ser la mujer del jefe a ser la mujer de nadie. Una que remontará sola la corriente del tiempo y la historia.
Un amor que no es recíproco Esa Mujer (Jian Hu Er Nü, 2018) es una película china de drama dirigida y escrita por Zhangke Jia. Protagonizada por Zhao Tao, el reparto se completa con Liao Fan, Jiali Ding, Xu Zheng, Casper Liang, Feng Xiaogang, entre otros. La cinta compitió en la selección oficial por la Palma de Oro del Festival de Cannes de 2018. En 2001, Qiao (Zhao Tao) mantiene una relación con el gangster Bin (Liao Fan), cabecilla de la mafia en Datong, zona conocida como la ciudad del carbón por su industria minera. Mientras la pareja viaja en auto, una pandilla rival se acerca alrededor del coche con sus respectivas motocicletas, por lo que a Bin no le queda otra que salir del vehículo y tratar de alejarlos. No obstante, los jóvenes le empiezan a pegar violentamente sin parar. Viendo esta situación horrorosa por la ventanilla, Qiao decide agarrar una de las armas de Bin, salir y disparar al cielo para que los enemigos de Bin se vayan. Este accionar produce que Qiao sea detenida por la policía ya que el arma utilizada es de propiedad ilegal. Al insistir con que la pistola es suya, Qiao es condenada a cinco años de prisión. Pasado ese tiempo, Qiao viajará en busca de Bin. Sin embargo, en 2006 la realidad es otra. Soledad, desamor y decepción son los principales tópicos que pueden encontrarse en Esa Mujer, película en donde la cámara sigue todo el tiempo a Qiao, una mujer que se maneja en un mundo violento completamente manejado por hombres. Uno de los aciertos principales del filme pasa por su protagonista femenina: la actriz Zhao Tao otorga una gran interpretación en donde no necesita palabras para que el espectador comprenda el dolor que atraviesa. Qiao tiene carácter, es valiente y a la vez ama profundamente a una persona que nunca sintió lo mismo hacia ella. La película abarca tres etapas representadas en los años 2001, 2006 y 2018. En cada uno de esos momentos seremos testigos no solo de cómo China fue cambiando, sino también de cómo la relación de Qiao y Bin se va extinguiendo. Y es que a fin de cuentas el gangster nunca sintió ni un ápice del cariño que le tuvo Qiao. Ella estuvo siempre a su lado, le salvó la vida, mintió por él y soportó años en la cárcel que no le correspondían para que Bin ni siquiera fuera capaz de ir a visitarla. Sin trabajo, con un padre fallecido y una hermana que vive lejos, Qiao sigue apostando a Bin, lo que produce mucha bronca y tristeza. Con una fotografía luminosa que nos muestra los bellos paisajes de China, es el camino solitario de la protagonista por las calles de Hubei, por barco y por tren el que nos hace querer seguir viendo esta historia de larga duración (135 minutos). Fuerte como también vulnerable, la Qiao de Zhao Tao llama nuestra atención desde un primer momento haciendo imposible que le saquemos los ojos de encima. Original e interesante, Esa Mujer fusiona con gran éxito el mundo criminal chino con el melodrama. Afecto, solidaridad, dolor e indiferencia se juntan en esta historia que sin duda da para reflexionar.
“Esa mujer”, de Jia Zhang-Ke Por Ricardo Ottone Jia Zhang-Ke es un gran cronista de la China contemporánea, lo que implica también ser un cronista de sus cambios. A lo largo de su filmografía, el realizador fue retratando los procesos de transformación masiva en lo económico y social del gigante oriental que lo vienen convirtiendo en potencia ya más que emergente. Pero lo viene haciendo siempre desde lo humano, dando cuenta de cómo estos procesos afectan a las personas, contando historias de personajes comunes: delincuentes de poca monta o mediano alcance, artistas, mineros, empleados y trabajadores en empleos precarios. Personajes muchas veces en movimiento, ya que en varias de sus películas están presentes los migrantes que se trasladan de un rincón a otro del país en busca de oportunidades. Zhang-Ke demuestra un particular interés en las condiciones de vida de las mujeres, algo que también está presente en su reciente estreno, Esa mujer. El film cuenta la historia de Qiao (Zhao Tao), novia de Bin (Liao Fan), mafioso local de segunda línea pero con aires de líder, quien disfruta del ejercicio del poder de forma a veces pretendidamente magnánima y otras de maneras abiertamente caprichosas y arbitrarias. Qiao no es inocente en este juego, disfruta de su posición e influencia, no se plantea de ningún modo como una víctima o una novia sumisa y a veces gusta de tomar las riendas y dar las órdenes. Pero la buena suerte y la buena vida no duran y, en un incidente donde Bin es atacado por un grupo rival, Qiao defiende a su novio con un arma ilegal y, por no involucrar a este en el episodio, va a parar a la cárcel durante 5 años. Cuando sale, su situación (y también la de Bin) es muy diferente a la que detentaba cuando entró. En Esa mujer están presentes varios de los temas recurrentes de su director: la violencia, las relaciones (siempre desparejas) de poder, la corrupción, el sometimiento, las diversas formas de ganarse la vida (lícitas y de las otras), y nuevamente los cambios del país y su efecto sobre sus habitantes. Los pueblos se transforman en ciudades, nuevas poblaciones surgen y otras desaparecen, en algunos casos total o parcialmente tragados bajo las aguas. Mientras la protagonista atraviesa el río en un ferry observando el crecimiento del pueblo que dejó atrás hace un lustro, escucha la voz que desde un parlante anuncia la inminente inundación y desaparición bajo el agua de gran parte del lugar. Zhang-Ke ya había planteado una circunstancia semejante en Naturaleza muerta (2006) donde la construcción de una represa y la consiguiente desaparición de una aldea implicaban como efecto colateral la necesaria relocalización de todos sus habitantes. Transformaciones y reformas estructurales masivas que no tienen contemplaciones para las circunstancias individuales de la gente común que hace lo que puede para que se no la lleve puesta la corriente y el río de la historia. Y en esa marea de cambios también cambian necesariamente los personajes en la medida que se transforman sus circunstancias de vida. En el caso de Qiao, y también de Bin, el pasaje de estar un día en la cima a pasar a ser un nadie, el haber ejercido el poder y luego tener que soportar las humillaciones por no tenerlo, el dolor de haber sido y la necesidad (o la imposibilidad) de acomodarse a su nueva posición. Zhang-Ke describe con precisión los vaivenes en la relación de la pareja protagónica, sus idas y vueltas, el amor, el goce, el sacrificio, la ingratitud, la indiferencia y la compasión. Para ello cuenta con dos actores extraordinarios, en particular Zhao Tao, recurrente en la filmografía del director, que compone un personaje complejo que puede ser frágil y fuerte, estallar o contenerse, aceptar con amargura la humillación y sacar dignidad cuando parece que ya le queda nada. Zhang-Ke asume riesgos y no le teme a la mezcla o al híbrido. El film comienza como una película de mafiosos, que luego del incidente da lugar al melodrama, género que en Oriente sigue en plena vigencia y que el director abraza sin cinismo y a la vez haciéndolo propio. Y tampoco le tiene miedo a parecer cursi o grasa. Ahí tenemos la escena donde Qiao asiste a un número musical y canta una balada entre el público totalmente conmovida y asumiendo la letra como propia. Algo similar a lo que ocurría en el final de Lejos de ella (2016) donde la protagonista (nuevamente Zhao Tao) bailaba solitaria un tema pop bajo la nieve en un final quizás cursi pero hermoso y conmovedor. El relato abarca más de quince años tanto de la relación de Qiao y Bin como de la historia de China. Y en ese interín logra un interesante y difícil equilibrio entre lo íntimo y lo público y en cómo ambos aspectos se entrelazan. El gigantismo del paisaje, también en movimiento, amenaza a veces con aplastar a los personajes que lo habitan y lo transitan. Pero también hay un lugar para las escenas de intimidad, para los pequeños gestos, las vacilaciones y los conflictos humanos. Zhang-Kie demuestra una vez más una mirada piadosa por esos personajes y sus pequeñas historias, siempre a merced de la Historia con mayúscula. ESA MUJER Jiang hu er nü. China, Francia, Japón. 2018. Dirección: Jia Zhang-Ke. Intérpretes: Zhao Tao, Liao Fan, Xu Zheng, Casper Liang, Feng Xiaogang, Diao Yinan. Guión: Jia Zhang Ke. Fotografía: Eric Gautier. Música: Giong Lim. Edición: Matthieu Laclau. Dirección de Arte: Weixin Liu. Producción: Shôzô Ichiyama, Nathanaël Karmitz, Olivier Père. Distribuye: Mont Blanc. Duración: 116 minutos.
El título original de Esa Mujer (2018), último filme del director chino Jia Zhengko, es Ash is Purest White. Algo así como La Ceniza es el blanco más puro. Título por demás poético y sugerente. Y si bien el título Esa Mujer alude a la omnipresencia de la protagonista en un derrotero que abarca más de 15 años por ciudades tan vastas como derruidas de la China de principios del siglo XXI, el color apagado, monocorde, desvaído y hasta difuso que colorea gran parte de la película alude, también, a un color que es el más puro para contar esta historia: no es el blanco luminoso y radiante que preanuncia una existencia feliz, sino el blanco desvaído, tenue, siempre a punto de difuminarse en promesas que no se cumplen, es decir el más puro que Zhangke se permite ofrecer: el blanco ceniza. Y un gran trabajo del fotógrafo Eric Gautier, huelga decirlo. - Publicidad - Jia Zhangke, ganador del León de Oro en el Festival de Venecia por Naturaleza Muerta (2006), entre otros tantos, obtuvo el Premio del Cine Asiático al Mejor Guión por Esa Mujer, el mismo galardón que ya había obtenido por Las Montañas deben Partir (2015). Un director que retrata la vida del gigante asiático —toda su obra lo hace— de una manera absolutamente opuesta, es decir, minimalista, sugerente —en esta película es más que evidente— en donde las grandes transformaciones sociales, comerciales y culturales están latentes pero no las hace visibles. De hecho, la historia comienza en el 2001, año en que China ingresa a la Comunidad Mundial de Comercio y Beijing se despliega al mundo con la organización de la Olimpiadas. Momento bisagra en que la irrupción de la música pop occidental —el tema Y.M.C.A. de Village People hace de ejemplo en un momento del film—, como su apropiación a través de temas bailables cantados ya directamente en chino —algo impensable décadas atrás— nos dicen mucho sobre esa transfiguración de un país siempre cerrado, misterioso e inabarcable. Zhao Qiao (Zhao Tao) es la típica dama de compañía de Bin (Liao Fan), uno los tantos gángster que proliferan en los bajos fondos del hampa. Esta frase, por demás cliché, es lo que realmente busca el director, amante de historias en donde lo subterráneo de esta micro sociedad delictiva propicia mucho material para entender lo que ocurre en la superficie, en las grandes empresas y en los faraónicos emprendimientos de una China que deja sus tradiciones de lado en busca de una economía que compita con el mundo entero. Y así como sucede en El Padrino (1972) de Coppola, en donde las traiciones, amenazas y atentados subvierten la calma de estas “familias” o grupos de “hermanos”, una banda más joven y con nuevas aspiraciones atentan contra Bin en una secuencia memorable. Luego de emboscarlo con un grupo de motociclistas, de sacarlo a la fuerza del auto en donde iba con su chofer y su novia y molerlo a golpes, Qiao no lo piensa dos veces. Sale del auto con un arma y luego de disparar dos veces al aire amenaza al grupo que luego se dispersa. Por este hecho casi insignificante —no lo es para Bin que salvó su vida gracias a este acto heroico de su novia— la vida de Qiao cambia radicalmente. La sentencian a 5 años de prisión por portar un arma ilegal. Luego de cumplida la condena, sale en busca de Bin, su viejo amor, que solo había sido sentenciado a unos pocos meses de prisión. No solo no lo encuentra, sino que se entera de que está en pareja con otra mujer. Aquí es donde Qiao se convierte en Esa Mujer, así con mayúsculas, porque lejos de bajar los brazos y agachar la cabeza, adquiere un temperamento y un orgullo que no la abandona jamás. Sobrevive en un medio hostil y machista —no tiene trabajo ni personas a las que acudir— pero siempre buscando a Qiao. Necesita escuchar de su propia boca el por qué de su determinación. Y es así que se encuentran en la habitación de un hotel —otra de las escenas más logradas de la película por estética, por técnica a través de un largo plano secuencia y por su austera emotividad— en donde ambos se despojan de sus corazas y muestran la fragilidad de sus sentimientos. Allí terminan, en la habitación de un hotel. Pero termina su amor, no su prescindencia. Ambos continuarán atados —como sucede en Cold War (2018) de Pawlikowski, aunque por diferentes motivos— a través de su historia y de la Historia. Esa Mujer es una sentida historia de amor que va eclosionando de manera parsimoniosa y pausada. Como todo lo que sucede en un país tan vasto y de tradiciones milenarias, como si esa misma vastedad impidiera hacer las cosas de otra manera que no sea a través de la reflexión. La actriz que protagoniza a Qiao —esposa del director— es de esas bellezas atemporales, de una gran plasticidad en sus cambiantes estados —frívola como mujer de compañía, devastada como presidiaria, altiva en la búsqueda de la verdad, orgullosa como dama de compañía de un Bin avejentado y postrado en una silla de ruedas luego de 15 años de encuentros y desencuentros, y con una manera de mostrar sus emociones que la convierten en una de las mejores actrices de estos últimos años. Esa Mujer es, quizás, el bello epílogo de una secuencia fílmica de Zhangke, que muchos consideran como un todo por una temática que empezó con Naturaleza Muerta, y un film hecho a medida para Zhao Tao, quien se luce una vez más a través de un melodrama épico, bellamente conmovedor y filmado con los colores del pasado, colores que siempre se están alejando y desvaneciendo.
Escrita y dirigida por Jia Zhang Ke ("Lejos de ella"), “Esa mujer” sigue a Qiao desde el 2001, una joven enamorada de un hombre que lidera un grupo mafioso. “Para gente como nosotros es matar o morir”, le dice él cuando le quiere enseñar a usar y que se acostumbre a portar un arma. Pero cuando él es atacado violentamente por una pandilla, ella se baja a defenderlo con ese arma… y termina encerrada en prisión. Qiao pasa cinco años encerrada y al salir cree que él va a estar ahí, esperándola. El hombre al que le salvó la vida. Sin embargo él se escapa de ella y pronto se entera que está en pareja con otra mujer. Qiao deambula reencontrándose con lo y los que se quedaron ahí afuera mientras ella cumplía su condena y con el tiempo logra volver a insertarse en el mundo de la mafia. Las ideas y vueltas los terminan juntando una y otra vez. Pero también está allí el contexto social de la China en la que viven, en una época de cambios constantes. “¿Sabías que en China la palabra crisis también significa oportunidad?”, le contaba Lisa a su padre Homero Simpson. Qiao demuestra ser una mujer capaz de adaptarse, aunque cada uno de esos cambios duela y su país de a poco se vaya tornando irreconocible. Jia Zhang Ke narra su película siguiendo a este personaje, pintando un poco el universo en el que se mueve, y retratándolo con mucho cariño y belleza. La música también cumple su función narrativa y al mismo tiempo termina de acentuar climas melancólicos como la canción de amor que se repite en dos emocionantes escenas que tanto conmueven a Qiao. Porque si bien la primera parte del relato está cargada de violencia, luego de su salida el mundo no será mucho menos hostil pero el registro es más acorde al drama que al policial. Y ahí la vemos a Qiao haciendo uso de su conocimiento e ingenio para sobrevivir a través de pequeñas estafas callejeras. La interpretación de la actriz fetiche del director, Zhao Tao, como Qiao es hermosa. Por momentos acarreando una trama llena de amargura con el toque necesario de dulzura para que todo resulte menos horrible. El realizador se toma su tiempo para ir construyendo su trama a partir de los detalles (como manos que se toman o largas miradas en silencio que dicen mucho más de lo que podrían decir las palabras) y en ese caso quizás la duración de un poco más de dos horas puede sentirse cerca del final. “Los tiempos están cambiando”, canta Bob Dylan y de esa misma melancolía está impregnada esta bella película que conmueve desde el lado más puro de su protagonista, simplemente una mujer que no tiene otra opción que mirar hacia adelante.
EL PERPETUO DEVENIR Puede que Jia Zhangke sea el Heráclito del cine contemporáneo. No sólo porque toda su filmografía apunta a dar cuenta de las transformaciones en China, sino porque sus propias películas parecen verdaderos viajes donde nadie se baña dos veces en el mismo río. Para países complejos, cineastas complejos (en el mejor de los sentidos). Pero de qué otro modo es posible mostrar los cambios vertiginosos, de qué manera referir sino es a través del carácter alucinatorio del cine en lo que se ha convertido China. La dinámica de cambio que, en el presente, parece evocar las máximas presocráticas sobre el movimiento permanente desde un espacio (la pantalla) donde todo parece tener cabida. Esa mujer incluye al comienzo una escena de baile al ritmo de Village People y promediando el final la increíble protagonista ve un ovni en el cielo estrellado. Así son las cosas en esta historia durante siete años a través de los cuales se teje el drama de una pareja cuyos cambios emocionales y turbulentos corren paralelos a los del país. Uno de los extremos temporales (2001) es mostrado a partir de una escena documental en un colectivo, una imagen de video digital con los pálidos colores tan característicos del director y un modo de entrar al espacio en el que nace la acción. Luego, los códigos genéricos gangsteriles funcionan para introducir un férreo linaje con idea de la hermandad en un universo masculino que chocará con los otros códigos, los del amor. Así, tradición y actualidad operarán en un doble sentido: cultural y sentimental. Y en el medio, la maestría de Jia para construir momentos únicos en pantalla. Una historia de amor transcurre a la velocidad de un tren a lo largo de dos décadas, en diferentes lugares. Los cuerpos y la ciudad mutan inevitablemente, productos de una economía cuyas reglas plantean otras modalidades en el juego de las relaciones humanas, hecho que el director no subraya discursivamente. Su lógica es la del detalle, la que se sostiene a partir de los rostros y los cuerpos, ya sean de los protagonistas como de los otros, esos trabajadores que suelen estar en sus películas y marcan ideológicamente todo aquello que las palabras arruinarían en manos de los terroristas de diagnósticos terminales. Cineasta del tiempo, cronista inigualable de los embates capitalistas y sus consecuencias.
El director Jia Zhangke es uno de esos realizadores chinos que se ha mantenido a la vanguardia del cine -específicamente, de la sexta generación- de su país, excepto por un diferenciador clave en toda su obra: no obedece a los estatutos propagandísticos impuestos por su turbia situación política. En su lugar, opta por empaparla de un desbordante interés hacia la humanidad, así como un revelador -e íntimo- estudio sobre la evolución social, económica y, desde un lado crítico, diplomática de lo que es su nación de origen. Y ahora, tras más de 25 años consolidándose como un talento inoxidable, ofrece una película que recoge todas las virtudes de su cine, un sensible retrato de sus intereses titulado Jiang hu er nv (Ash is Purest White / Esa Mujer).
Admirable historia de amor y muerte, desilusión y esperanza El sacrificio forma parte de la historia de la mujer en china, en una tradición en la cual no se tenía el poder de decidir y donde la renuncia y la sumisión eran la tónica dominante. China como el resto el mundo evolucionó, y en la actualidad la mujer es dueña de sus propias decisiones y está inmersa en una lucha por salvaguardar el futuro de las jóvenes que todavía tienen una vida y un horizonte diferente por delante. “Esa mujer” de Zhangké Jia es el último filme del director chino que posee en su haber más de 25 películas entre documentales, cortos, y colaboraciones, además de ser director de cámara, productor y actor. Su título original en chino es “Jiang hu er nü”, significa “Hijos e hijas del jianghu”,, y se puntualiza a los que no tienen hogar, pero también a un territorio tomado por las pequeñas mafias locales,. En inglés se la llamó “Ash Is Purest White” – “La ceniza es el blanco más puro”, y hace referencia a la ceniza que en muchos pueblos de oriente y occidente era señal de dolor y arrepentimiento, y en este caso es específicamente blanca ya que ésta se quema a fuego extremo. “La ceniza es el blanco más puro”es una imagen metafórica muy poética y relevante porque la trama del filme trata sobre una mujer que sacrifica su vida, se quema a lo bonzo, presionada por la sociedad y por un contexto social y político cambiante y especial. De sus cenizas sólo queda un fragmento, al que nadie le presta atención, pero que es el que hará que ella se reinstale en su propia esencia. “Esa mujer”, título en español, es la última películaZhangké Jia estrenada en Argentina, ya se conocían: “Naturaleza Muerta “” (León de Oro en Venecia-2006), “Un toque de violencia” (2013), “Más allá de las montañas” (2015), y el fragmento “Revive” (2017), del filme coral “Lejos de ella”,premiado en el BAFICI, en todas ellas trabaja la excelente actriz (esposa de él en la vida real) Zhao Tao. “Esa mujer” narra la vida y desventuras de Qiao, una mujer enamorada del líder de una asociación de gángsters de Datong: Bin (Liao Fan), que desarrolla sus actividades en el pueblo de Shanxi. Dividida en tres partes, que abarcan desde 2001 a 2018, habla de la vida porque presenta una historia de amor, agonía, muerte, esperanza, desilusión y desesperación. A través de Qiao el espectador conocerá el particular cambio social, especialmente en las ciudades del interior de China como Shanxi, lugar de nacimiento del realizador. El cine de Jia Zhangké es muy personal y autoreferencial, sensible, activista, político sin hacer política, y humanista ya que la problemática del infortunio es universal. Es interesante ver el mundo de los hombres visto desde la mirada de una mujer, en el cual Qiao deberá abrirse camino y combatir contra el machismo tanto en el de la sociedad China en general como en el de la mafia de su ciudad. Pero sobre todo trata de explicarse porque la cultura, la tradición, y la esencia de su país es captada por la corrupción. Jia Zhangké a la vez cuestiona el carácter social que se enfrenta al íntimo, y las relaciones colectivas a las personales y a semejanza de Theodor Adorno (que lo hacía sobre el arte contemporáneo) piensa que la actualidad china es en un universo “kitsch” y funciona como parodia de la catarsis, y asimismo es una parodia de la verdadera conciencia estética del hombre, ya que está digitado y controlado por un estado, pero a la vez es aceptado por un pueblo pasivo, que lo toma y lo transforma en aún más cursi. Jia Zhangké como Woody Allen realizan variaciones sobre un mismo tema, Allen sobre el sexo y Zhangké desde hace más de veinte años sobre la evolución de su país, y su pregunta principal siempre ha sido: ¿cómo sobrevive el individuo ante esos cambios?. Zhangké repite espacios, acciones, gestos, modos de vida, actriz y a través, en este caso en particular, de un “capo” de mafia barrial de Datong que ejerce su autoridad de forma tiránica. Los filmes de Jia Zhangké son una experiencia en sí mismos, en ellos la repetición autoral ad nauseam, ese argumento que se alarga hasta llegar al abandono de una de las partes, siempre cumplen con su rol transformador. En él los diagnósticos sociológicos, los cambios demográficos, el paso del campo a la ciudad, la evolución femenina, el submundo criminal devenido a un submundo empresarial de negocios de poca monta, pero a la vez pulverizado por la lógica perversa del capitalismo, se transforman en ese alto voltaje que reduce la vida a cenizas. En “Esa mujer”,Qiao interpreta estoicamente y con vulnerabilidad a una mujer que lucha por adaptarse a una China cambiante que ya no reconoce después de pasar cinco años en la cárcel, por haber matado a un pandillero que atacó a Bin, su hombre, y el amor de su vida, y la convirtiera en criminal, algo que nunca hubiera deseado ser. La película pedagógicamente señala la idea oriental del karma, donde todas nuestras acciones, buenas y malas, vuelven a nosotros. Pero también el Dharma, que es una batalla imposible de evitar y se produce en cada uno y dentro de nosotros. Dharma es una palabra sánscrita que significa “protección” y su práctica evita el sufrimiento. “Esa mujer”, es una producción excepcional y ambiciosa, que reúne el refinamiento del estilo de su creador, y los elementos más atractivos de sus obras anteriores: su sutil asimilación del lenguaje del documental, su juego con los momentos temporales en la ambientación, su escasa, pero brutal utilización de la violencia en el bajo mundo, una inapelable radiografía de la sordidez de una China sumida en la ruina espiritual. Con un registro visual deslumbrante, y una atmósfera cargada de giros y contra giros que redoblan la apuesta del director para hacer de su filme una asfixiante sensación de opresión en el espectador, a través de recursos en el uso de la luz y los espacios utilizados, como su paleta de colores que logra lucirse en el primer tramo gracias la fotografía de Eric Gautier que comienza con una impronta muy marcada de colores pastel, para después ir, lentamente, perdiéndose en distorsionadas vidrieras de colores, como le sucede a la vida de la protagonista. La música de Lim Giong, músico, actor, D.J, de origen taiwanés, una de las figuras más importantes de la escena música electrónica experimental de Taiwán, refuerza la narrativa logrando conseguir que ciertas situaciones extraordinarias no desarmen en ningún momento la credulidad de la narración (como en la escena en que se hace referencia a los ovnis, que es apoyada por la fotografía de Eric Gautier). Jia Zhangké al combinar géneros musicales apoyado por Lim Giong, (karaoke y “YMCA”, de Village People), una vez más toma la música popular, occidental y asiática para dar ritmo melodramático a las vidas de los personajes en sus películas, delimitando espacios y tiempos, aspiraciones y deseos. Zhangké optó por el melodrama porque éste construye masivamente metáforas de la realidad, que no alcanzan a volverse mitos porque son efímeras, pero que permiten a miles de personas compartir sentimientos. Por otra parte le sirve para configurar la perspectiva de sus personajes desde un nuevo universo simbólico en una representación-metáfora de alegorías sociales y culturales, a las que la posmodernidad les proporcionó un excelente en el plano dramático y nuevo basamento audiovisual; para mostrar el camino de redención de su heroína, en una China que continúa siendo comunista, pero con apertura al capitalismo de estado con orientación occidental y que rediseña la vida de del pueblo a cada instante. “Esa mujer” es una realización fascinante tratado de diferentes maneras, en un relato que desafía constantemente las expectativas del espectador, y lo que cree que va ver se transforma en otra cosa: donde el dúo amoroso permanece con variantes a través del tiempo: amor.-misericordia-lástima/ abandono el resto se transforma y se adapta a una sociedad renovable. “Esa mujer”, de Jia Zhangké, es único y a la vez múltiples filmes en sí mismo, es el recorrido de una generación de profesionales con su mirada hacia un futuro más equitativo, pero anclado en un mundo cada vez más voluble y contradictorio.
Esa mujer es una tragedia sobre el amor, pero también sobre los cambios culturales del gigante asiático, a lo largo de varias décadas. Qiao está enamorada de Bin, juntos regentean algunos negocios mafiosos en la ciudad de Datong. En un incidente de jianghu (tal es el nombre de grupos al margen de la ley), Quiao se autoinculpa de ser la dueña de un arma ilegal involucrada en ese conflicto y va a parar cinco años a la cárcel. Cuando sale, la vida de ambos será muy diferente. El film está estructurado en tres tiempos (2001, 2006 y 2018) que ubican a los protagonistas, en un principio, como piezas en una película de gánsteres y luego como dos seres involucrados en un profundo melodrama que juega a la lealtad y a la traición. Y que demuestra cómo a veces se puede ejercer el poder y en otro momento pasar a ser nadie. Seguimos la introspección en los viajes y vicisitudes de una mujer que es, a su vez, reflejo de un país con millones y millones de habitantes, en el que se hace difícil ver lo pequeño, cuando todo es a gran escala. Pero el director de The world y Lejos de ella lo consigue haciendo foco en los trabajadores, en sus rostros, en la cara de los mineros, de los mafiosos, de los que van a ser reubicados por la construcción de una represa hidroeléctrica que transformará un paisaje y muchas vidas. Porque transformación y cambio es lo que motoriza su cine, metáfora de las mutaciones culturales de China en los últimos años. Una mujer en un mundo de hombres que Zhangke aprovecha para ostentar guiños a su propia filmografía, con su esposa y actriz fetiche como protagonista. Una mezcla de los personajes que Zhao Thao interpretaba en Unkwon pleassures y Naturaleza muerta, además del imponente paisaje de la represa de Tres Gargantas, los pueblos mineros, las ciudades iluminadas por neón y los trenes interminables. Esa mujer conjuga lo íntimo y lo social bajo la mirada de uno de los directores más interesantes del cine contemporáneo.
El director chino Jia Zhangke (“Plataforma”, “Naturaleza muerta”, “Lejos de ella”) regresó con otra película notable. “Esa mujer” es una historia que se desarrolla en varias capas: es un filme de códigos de gángsters, es el melodrama de una pareja a través del tiempo y también es el reflejo de un país tan cruel como fascinante. La primera escena nos ubica en 2001 en Datong, un pueblo minero a punto de desaparecer. Bin y su novia Qiao (la talentosa actriz Zhao Tao) regentean un lugar de apuestas clandestinas y forman parte de una suerte de mafia local. Cuando una banda rival los ataca en la calle, ella defiende a su novio con un arma ilegal y cae presa. Pero lo hace para no delatar a Bin, el verdadero dueño del arma, que sólo cumplirá una condena menor. Después de pasar cinco años en la cárcel, Qiao sale y se da cuenta de que está sola en un país que ha cambiado rápidamente. Con pocas palabras y hechos concretos, la protagonista emprende entonces un viaje que está más cerca del aprendizaje y el resurgimiento que de la venganza. “Esa mujer” indaga en temas complejos como el espíritu de supervivencia más allá de la moral y el misterio del amor incondicional, ese que atraviesa el tiempo y todo tipo de diferencias. Y en paralelo refleja la historia reciente de China, un monstruo que avanza y gana posiciones en los mercados mientras su población se hunde en la pobreza y la desesperanza.
El director chino Jia Zhang-Ke nos da una semblanza a través de sus personajes de China desde el año 2001 hasta el 2018. La protagonista es Qiao (Tao Zhao, muy buena composición del personajes, le da matices y se luce en todo momento), hija de un sindicalista y novia de un mafioso llamado Bin (Liao Fan impresionantes actuación). La trama se encuentra muy bien ambientada en una China que comprende desde el año 2001 hasta el siglo XXI con todos sus cambios, culturales, políticos y tecnológicos. Una narración donde los protagonistas ponen en juego al amor, pasando por la traición, el olvido y la desolación. Además el film cuenta con muy buenas escenas y planos, goza de una buena estética y una adecuada paleta de colores. Posee una amplia gama de paisajes y todos los rubros técnicos se destacan, a pesar que le sobran algunos minutos.
La nueva película de Jia Zhang-ke comienza como una de Kitano: con el retrato de un grupo de gángsters bien organizados con padrinos, rituales, alianzas, rivalidades, negocios y explosiones de violencia. En este universo de hombres, Qiao, la novia del líder de la banda, ocupa un lugar singular. Ella posee una doble lealtad: a los principios del código de honor y al hombre que ama. Son las virtudes que se ponen a prueba durante un largo viaje a través de dos décadas, de un extremo a otro de China, enfrentando traiciones, nuevos desafíos y decepciones. Pero su viaje no es sólo una aventura de ficción individual, es también la historia real de la China contemporánea. Con una ambición inusual, la película juega con los efectos de la separación y el reencuentro entre los amantes, de manera que sus historias sirven como guía de los cambios de un país que de pronto se abre a la cultura occidental. En una escena maravillosa, en una noche de lluvia torrencial, la pareja se reencuentra tras cinco años de ausencia en una habitación de hotel: el doloroso acto de evitarse y el malestar que prosigue es filmado con un plano secuencia tan majestuoso como desolador que atestigua una pérdida irremediable. A medida que sus héroes transitan la dolorosa prueba del tiempo, la puesta en escena pasa por una increíble variedad de registros: la explosión de formas y colores del comienzo deriva libremente entre la estilización y la captura cruda, para despojarse de a poco hacia una aridez terminal, como siguiendo las diferentes edades de sus personajes, que envejecen, se desgastan y toman distancia con el mundo. Sin embargo, la cámara registra algo tenue, ínfimo, que persiste entre ambos: el juramento de una juventud salvaje que resuena como un eco lejano. Esa mujer confirma el talento del cineasta para atravesar espacios y tiempos de cambio con una mezcla única de rigor en la escritura y flexibilidad experimental. Jia Zhang-ke utiliza imágenes de archivo que evidencian la velocidad y la violencia vertiginosa de la reforma urbanística, con enormes franjas de poblaciones desplazadas. Para evocar la región devastada de Las tres gargantas del Yang-tze, inserta escenas filmadas antes de su transformación en un embalse para la central hidroeléctrica más grande del mundo. La película documenta los cambios en el país y también la evolución en el modo de trabajar del cineasta: su relación con las herramientas del cine y con las calidades de imagen variables que siguen el progreso digital. Jia utiliza imágenes inéditas de películas anteriores, pasajes de Placeres desconocidos y Naturaleza muerta con distintas texturas y tamaños. Esta variación monumental y compleja fluye de manera natural gracias a la presencia en todas sus películas de la figura y el cuerpo de una actriz excepcional: Zhao Tao. La realidad China le ofrece al cineasta una proliferación de historias mientras que su musa le inspira personajes de mujeres combativas que encuentran sus raíces en la energía vital del país. Cuando ella camina en un bar o en una estación de tren, varias historias se bosquejan. Cuando se sienta sola entre hombres fuertes, genera vibraciones contradictorias, inquietantes y emotivas. Su rostro desnudo es capaz de transmitir una pérdida, una lucha, una traición, una victoria. Su amor obstinado, su fidelidad a una época incandescente y la determinación de vivir según sus principios, convierten a Esa mujer en la película más abiertamente romántica de Jia Zhang-ke.
Crítica emitida en radio. Escuchar en link.
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La mujer que se creía amada Premiada en festivales, la película ofrece una mirada desencantada, entre registros diversos como la acción y el melodrama Con premios internacionales y nominación a la Palma de Oro en Cannes, Esa mujer reincide en el periplo de reconocimiento crítico de su director, el chino Jia Zhangke. Lo cierto también es que disfrutar de una película suya en la cartelera comercial es una noticia en sí misma, habida cuenta de la supremacía cada vez peor de las mismas películas de siempre. LEER MÁS "La viuda": un relato de suspenso convencional | De Neil Jordan, con Isabelle Huppert LEER MÁS La amenaza de los océanos, entre la contaminación y el descongelamiento | El aumento del nivel del mar pone en peligro a 280 millones de personas en el mundo Protagonizada por su actriz fetiche (y esposa) Zhao Thao, Esa mujer -nombre para la distribución local cuanto menos curioso- indaga en la vida contrariada de Qiao, compañera de quien detenta una posición de respeto en el jianghu, una organización que se asemeja a un submundo de reglas propias, en donde la hermandad prevalece. Desde allí, los nexos con la sociedad no faltan, y es de ese modo cómo se cuelan acuerdos comerciales, períodos en la cárcel, y estafas diversas. Un escenario que Qiao comienza a disfrutar mientras observa cómo Bin (Liao Fan) asciende y obtiene muestras de un respeto mayor. Es curioso también cómo el film retrata el devenir de Qiao de un modo escindido, a partir de la lejanía cada vez mayor respecto de otros ejemplos cercanos, familiares, pero irremediablemente pretéritos. Ése es el lugar que le cabe al padre, un minero hundido en el alcohol mientras irradia proclamas revolucionarias a las cuales ya nadie presta atención. Sin dinero, caído en la desgracia, el padre de Qiao es un espejo que devuelve una imagen lacerante, que seguramente dice de modo hondo sobre el momento mismo que cunde en China. El padre de Qiao es un espejo que devuelve una imagen lacerante, que seguramente dice de modo hondo sobre el momento mismo que cunde en China. Entre su padre y Bin, Qiao encuentra el único desliz que parece posible. El reconocimiento está allí, a su alcance, en esta comunidad "paralela", mientras fuma un habano que la vuelve una suerte de Tony Montana femenina. Indecisa entre la dirección que hacer tomar al automóvil que la conduce, ebria de caprichos, da indicaciones imprecisas y contradictorias, todo pareciera responder a sus deseos. Lo que acontecerá allí, justamente, será el momento clave, el nudo que elige su situación espacial. Porque el lugar en donde acontecerá el momento traumático, cuando Bin veá tambalear su corona de "hermano mayor", oficiará como una instancia de correlación reincidente con el devenir. Es decir, ese mismo ámbito callejero será revisitado en reiteradas ocasiones. En el primer momento, a partir del esplendor/caída de la pareja enamorada (¿enamorada?); en el segundo, con Qiao en un transporte absolutamente distinto, sola y tras cumplir una pena carcelaria; en el tercero, con la promesa de una segunda oportunidad, una vuelta al ruedo para quienes supieron conocer épocas mejores. Lo extraordinario es cómo el film juega tales instancias desde la asunción de códigos estéticos diferentes, que ligan la película al drama social, al film de acción -con injerencia mafiosa o pandillera-, el cine carcelario, y finalmente el melodrama. En ese vaivén de posibilidades es cómo se escribe también el estilo del director, Jia Zhangke. Dispone para ello de la notable actriz que es Zhao Thao; así, por momentos ella puede resultar una especie de Anna Karina y él casi un Godard de ribetes sesentistas, entre bailes y clichés que remedan la fascinación por cierto cine de acción. Más aún, el resultado violento es virulento. Luego, la película troca en algo más (y nunca en algo diferente). Ese "algo más" significa de modo cualitativo, porque oficia a la manera de un estado de ánimo alterado, cuyos cambios se condicen con las elecciones formales: de los colores saturados a los fríos, del espíritu festivo y truhán a la mirada desencantada, de la posibilidad de un avistamiento extraterrestre a la soledad. Así de diversa es la película y así de lúcido es su director, capaz de enhebrar comentarios sociales e históricos entre los pliegues del relato, tal como lo hacen los grandes directores. De este modo, cuando Qiao se pregunte si enamorarse otra vez -mientras observa un espectáculo musical desafinado, en consonancia convencional con su espíritu-, el conocimiento de alguien casual, en un pasaje de tren, agrega otras posibilidades. Pero nada está claro, porque pareciera que no hay quien diga lo suyo desde el enmascaramiento. En los diálogos que surgen, eso sí, se cuelan deslices fugaces, que dicen sobre la situación laboral y los emprendimientos del gobierno. Son decires sin énfasis, que conviven con el drama, como tantos comentarios "casuales" lo hacen desde la vida cotidiana. Ahora bien, si la farsa es lo que prevalece entre la mayoría de quienes pueblan el film, nada cuesta relacionar tal aspecto con las políticas gubernamentales. El jianghu, un submundo de reglas propias. Pero sería injusto señalar a Qiao de manera falsaria, porque lo que ella habrá de atravesar, justamente, es la situación dolorosa de saberse tal vez no amada. Desde ya, nada le impide generar equívocos de palabras, robar y sobrevivir. Hasta su accionar, las más de las veces, es sólo egoísta. Si se dirige a la defensa de la mujer golpeada por hombres, es porque hay alguna ventaja que obtener o alguna cuestión personal que zanjar. Ello no invalida su reacción ante la turba masculina, como tampoco el retrato de la inacción de quienes observan de manera pasiva. Qiao, en todo caso, sale a escena con otras fuerzas, para saber si aquello en lo que confió -o aquél en quién confió- fue verdadero. LEER MÁS Arnaldo Antunes: "En Brasil hay un ataque a la cultura" | El paulista se presenta en Buenos Aires El éxito y el fracaso andan dando vueltas entre los diálogos de los personajes. Quien lo sabe para sí es Bin. Bien arriba, bien abajo. El respetado y el humillado. Y Qiao que lo sostiene para el desafío de una nueva prueba. Mientras tanto, no se anima a amarle. Al menos, es lo que parece. Porque hay que estar atento a lo que los cuerpos dicen mientras las palabras se pronuncian. De maneras contradictorias es como se mueven los personajes, más aún cuando quien desafíe a Bin lo haga con el propósito de humillar para que así quien alguna vez lideró se decida a retornar. Lo que en todo caso quedará a Qiao es un sabor amargo, que la cámara de Jia Zhangke decide registrar desde la distancia. Y de modo bien terrible, porque la última imagen de la película es la de una cámara de seguridad. Imagen que es observada por la cámara misma del director. Imagen de vigilancia que es -siempre- carcelaria, nada volátil ni poética. Es allí, finalmente, en donde queda Qiao. Presa de sí misma.
La más reciente película del director y guionista Jia Zhangke es su cuarta obra consecutiva en competir por la Palma de Oro del Festival de Cannes, y nuevamente tenemos como locación una ciudad china, solo que esta vez es representada distendidamente a través de dos décadas desde el año 2001. Resulta que, en el pueblo minero de Datong, Bin (Liao Fan) es un miembro de los gangsters “jianghu” que debe tomar decisiones drásticas a causa de un imprevisto entre sus líderes, y es a su novia Qiao (Zhao Tao) a quién más le pesarán estas circunstancias ya que a raíz de esto se convertirá en nuestra protagonista hasta el final del film.
La nueva película del realizador chino es una suerte de recorrido por su propia obra y por los cambios que tuvieron lugar en su país en este siglo, con una resistente mujer –encarnada por la musa del director, Zhao Tao– como protagonista de una historia violenta de amor y desencuentros. La nueva película del realizador chino lo encuentra en un modo “balance” haciendo de alguna manera un repaso de sus temáticas preferidas en un film que parece compilar ideas y recursos formales de muchas de sus otras películas. Película acerca de los cambios económicos en la China del siglo XXI, ESA MUJER (ASH IS THE PUREST WHITE) tiene a Zhao Tao –la protagonista de muchas de sus previas películas– en el rol de Qiao, una mujer de armas tomar (en este caso, y como deja en claro la foto que abre esta nota, es literalmente) que debe enfrentar una serie de cambios, viajes y dificultades en el transcurso de quince años. Qiao está en pareja con Guo Bin (Liao Fan), un miembro del jianghu, el bajo mundo de Datong, una ciudad de Shanxi, provincia de la que es oriundo el realizador y en la que filmó la mayor parte de su obra. Junto a él manejan un lugar de juego y apuestas, y parecen tener bajo control a un pequeño y un tanto patético grupo de malandras de barrio. Hasta que una serie de violentos ataques contra varios de ellos de parte de rivales más jóvenes empieza a traer peligro real a sus vidas. La primera de las tres partes del filme concluye con una densa y peligrosa situación que Qiao resuelve pistola en mano pero que deja graves consecuencias en su vida, la de Bin y en las de todos los que los rodean. Las otras partes suceden varios años después, un poco como en el caso de MOUNTAINS MAY DEPART, y en ellas se continúa la historia de Qiao, que corre en paralelo con las alteraciones socioeconómicas del país. China se va volviendo más y más moderna con el correr de los años provocando todo tipo de desequilibrios sociales, económicos y culturales. Y Qiao tiene que arreglárselas para sobrevivir como sea, usando su inteligencia y sagacidad, y muchas veces burlando al sistema. En cierto sentido los tiempos y los modos del film están dictados por los de la carrera del realizador, como si el de ESA MUJER fuera un recorrido por personajes paralelos que quedaron fuera de campo en sus películas anteriores. La primera parte tiene más relación con películas como XIAO WU, PLATFORM y UNKNOWN PLEASURES (el personaje de Zhao Tao ahí se llamaba también Qiao); la segunda con las locaciones y escenarios de STILL LIFE y DONG (y transcurre en el mismo año que se filmaron esas películas) y la última con el cine más reciente del realizador, como A TOUCH OF SIN y MOUNTAINS MAY DEPART. Con 140 minutos, a la película puede sobrarle acaso algunos en el final, pero más allá de eso es una compleja mirada a un fenómeno tan inabordable como es el de los cambios en la China de este siglo, desde la llegada de la música pop en inglés y los “bailes de salón” (“YMCA” cumple aquí el rol que cumplía “Go West” en la película anterior de Jia) a los trenes ultraveloces y las grandes obras de ingeniería y arquitectura que cambiaron para siempre la cara de ese país dejando a la vez muchas víctimas en el camino. Qiao es una sobreviviente. Como muchos de los habitantes de ese país, es alguien que, con resiliencia y coraje, trata de sobreponerse a un universo que se vuelve irreconocible a su alrededor.
Un amor más frío que la muerte Capaz de narrar en un par de escenas años de vida, Jia Zhang-Ke muestra en Esa mujer un amor no correspondido con trasfondo de policial. La primera imagen de la nueva película de Jia Zhang-Ke, uno de los cineastas contemporáneos con mayor potencia autoral, es un ómnibus en movimiento. Atrás de todos los asientos, de cada una de las personas que habitan el medio de transporte, se encuentra Qiao (Tao Zhao), con su pelo negro noche y sus ojos de araña: la actriz fetiche del director chino y la protagonista de este policial melodramático donde el amor puede hacerte más daño que una bala. Qiao llega a un salón repleto de gente. Sobre un escenario hay un hombre levantando una bicicleta con sus dientes. “Recuerden esta fecha, ¡porque hoy verán un milagro!”, se oye retumbar en las paredes por el sonido que magnifica el micrófono. Esa frase al pasar, que se pierde entre el murmullo y las sillas que al moverlas rechinan, cobrará un peso simbólico más adelante. Mientras tanto, Qiao mira de lejos al truco circense para dirigirse a una puerta de madera verde. Entra sin pedir permiso y se mueve por ese cuarto, lleno de hombres fumando, como la reina del panal. Cuando uno le tira un beso ella, envuelta en una nube de humo, le responde con un golpe en la espalda. “¡Pidan una ambulancia!”, grita otro burlándose. Qiao entrega otro golpe, y otro más, como si fuera un delivery de piñas amigables pero no por eso menos fuertes. Entre todos esos hombres que apuestan dinero sobresale Bin (Fan Liao), el jefe de esta banda y la pareja de Qiao, quien maneja la casa de juegos e impone las reglas de hermandad del jianghu, término que se repetirá de principio a fin del relato justificando o pidiendo explicaciones sobre una actitud propia o ajena. En Esa mujer las palabras no se desperdician alegremente como si fueran billetes. Se habla poco, pero lo que se dice tiene el peso de palabras que ningún diccionario puede traducir. Del encierro al aire libre. Del cuadro asfixiante a la postal del paisaje natural. Qiao se mueve entre los negocios oscuros de Bin y la desesperación de un padre obrero que lucha contra sus nuevos patrones en la mina. Ahí está el contraste: la vida de pequeños lujos de Qiao, donde los billetes se pasan de mano en mano, y la ausencia de seguridad económica de su papá. Los mafiosos que se ganan el dinero fácil y el mundo del cuerpo sacrificado de los trabajadores de Datong. Pero ambos extremos tienen un punto en común: los tiempos están mutando y no habrá individuo que salga ileso de la primavera tecnológica en China. Qiao anhela comprarle una casa a su padre, pero también sueña con formar una familia con Bin. Deseo que ella tardará demasiado tiempo en descubrir que no es recíproco. Devoto a su estilo y capacidad para narrar en un par de escenas años de vida, Jia cuenta cómo es el vínculo entre Qiao y Bin a través de una canción, pero no cualquier canción: la pareja salta al ritmo de Village People, abren y cierran los brazos, formando las letras del estribillo de “YMCA”. Pero mientras Bin quiebra su cintura, intentando ser lo más fiel posible a la famosa coreografía, su revolver escondido dentro del pantalón cae hasta impactar contra el suelo, quedando al descubierto entre los pies que danzan en la pista del salón. Qiao se molesta porque odia que su novio porte un arma ilegal. Lo mira con enojo. Pero en vez de lanzarle un reproche, le transmite lo que siente bailando con todo el cuerpo. Girando de un lado al otro. Recordándonos el inolvidable inicio de la película Lejos de ella (2015), con un grupo de chinos bailando juntos “Go West”, versionado por los Pet Shop Boys. ¿Cómo expresar mejor un sentimiento incómodo que con pasos de baile? Aquella fiesta donde brindan los miembros de la banda por la hermandad, jurando lealtad y rectitud mientras las luces de colores del salón pintan sus pálidos rostros, encontrará más temprano que tarde su contracara: uno de ellos es asesinado por unos jóvenes pandilleros que quieren escribir con sangre las nuevas reglas. Una muerte que nos regala un velorio con un show de baile de salón. Una tragedia que necesitará de más acompañantes para que el melodrama pinte la pantalla de color amargo. Una emboscada al auto de Bin, ese hombre fuerte ante el que todos se arrodillan para ofrecerle fuego cuando apoya un cigarrillo en sus labios, marcará un antes y un después en el futuro de los miembros de la banda. Bin se defiende de los atacantes peleando como baila: con ritmo y compás. Entregando piñas y patadas como si estuviera bailando el hit de Village People en una pista. De una coreografía a otra. El cuerpo siempre respondiendo cuando las palabras no alcanzan. Pero un solo cuerpo no es suficiente, y Qiao toma el arma de Bin para salvarle la vida. Dispara al aire como su novio le enseñó un rato antes, a su pesar. Porque si algo odia Qiao es poseer un revólver ilegal. Decisión que la pone entre rejas durante cinco años por adjudicarse la posesión del arma para salvar, una vez más, a su gran amor. Las palabras no son suficientes, el dolor tampoco. Qiao sale de prisión sin que nadie la busque. Bin jamás la visitó, ni la esperó en la puerta de la cárcel. Ella no es la misma que entró. Su flequillo recto se deshizo como ese brillo en los ojos que tenía cuando Bin le respiraba cerca. Sus ropas de colores fosforescentes, con flores y mariposas, fueron reemplazadas por prendas grises, como su presente desolado. China tampoco es la misma: los trenes ahora son más veloces, las canciones que se escuchan también. Pero hay algo que no cambió: el amor que Qiao siente por Bin. A pesar de la traición y el abandono, ella lo busca como Hamlet busca la venganza. Bin tiene una nueva novia, quien le transmite con crueldad que él ya no quiere verla. “Las relaciones y los sentimientos cambian, es natural. La gente necesita cuidarse a sí misma. Necesitan tomar el control de sus propias emociones”, le dice a Qiao, tan rota que ya no teme romperse más. Porque eso ya no es posible. Salvo en una película de Jia Zhang-Ke, donde el dolor parece no tener fondo. Obsesionada por ese amor que la encerró por cinco años, Qiao le tiende una trampa a Bin para recuperarlo. En una de las escenas más desgarradoras de la película, Bin toma la mano izquierda de Qiao, la mira, la acaricia y pronuncia “Con esta mano me salvaste la vida”. “No soy zurda, ¿no lo recuerdas?”. Como si fuera un minero, el director escarba cada vez más en la profundidad de un cuerpo herido. Al igual que en tantos relatos de Jia Zhang-Ke, Esa mujer nos pasea por ciudades y recovecos a través de toda clase de medios de transporte: colectivos, trenes, barcos. Pero sin importar las distancias que recorren, Qiao no se separa de Bin, por más que él sea parte de otro mundo, y de otra familia. En Esa mujer también hay espacio para hablar de extraterrestres. En una noche estrellada, Qiao ve un objeto volador no identificado. Porque en el cine de Jia Zhang-Ke es más posible ver un ovni atravesando el cielo que ser correspondido en el amor. Es en ese punto donde Esa mujer no es una película sobre milagros, como anunciaba el conductor del show circense. Es un relato sobre la espera de uno de ellos: que Bin la quiera a Qiao como ella lo ama a él.
En 2001, la joven Qiao está enamorada de Bin, cabecilla de la mafia local de Datong. Cuando Bin es atacado por una pandilla rival, Qiao se defiende y dispara varias veces. Es condenada a cinco años de cárcel. Tras cumplir su pena, Qiao busca a Bin e intenta volver con él. Pero él no quiere seguirla. Diez años más tarde, en Datong, Qiao sigue soltera y ha salido adelante manteniéndose fiel a los valores de la mafia. En la primera década del siglo XXI, Jia Zhang Ke deslumbró con su cine en los festivales de todo el mundo. Sus películas poseían, aun poseen, un impacto visual producto de su habilidad para narrar en grandes planos de una cadencia inconfundible y una explotación de las locaciones que en sí misma parecen contar las historias. La protagonista del film es Zhao Tao, actriz fetiche del director y, dato irrelevante, esposa de Jia Zhang Ke en la vida real. Sobre ella está el peso de la historia, pero a pesar de los méritos indiscutibles que aparecen en todos sus films, acá comienza a verse esa autoconciencia de autor que vuelven menos interesantes a los directores. Varios grandes momentos no alcanzan para convertirla en una gran película, mucho menos si se la compara con el resto de la obra del autor.
Zhangke es un director capaz de tomar un género tan paradigmático como el cine de gángsteres para el universo masculino y convertirlo en la historia de una mujer que arrasa con toda la fuerza dramática un mundo hecho de hombres. Obviamente constituyendo un universo moral en la feminidad que lejos está de cualquier panfleto de género. El eje de estos mundos posibles de Zhangke giran en torno a una mujer y en especial a su actriz fetiche, la bella y la enorme Zhao Tao. Hay una particular manera de crear el trazado histórico en este filme que discurre en su tiempo diegético a lo largo de 18 años. Pero ese tiempo es también el tiempo real en el que la película fue filmada, casi 20 años de realidad generando entonces dos tiempos que se unen en uno solo, la ficción absorbe el tiempo de la realidad y permite captar como el mundo cambia, muta, se transforma. La historia de China es la historia del cine de Zhangke, su narración es un espejo rugoso donde podemos ver las problemáticas del avance abrumador de la industrialización, la urbanización, el proletariado y los movimientos socio políticos que eso implica describiendo así a la abrumadora China actual. Este espejo del mundo también funciona como un doble relato en relación a la trama vincular que es la trama emocional del filme, un moderno de melodrama de corte intelectual para terminar de sumar capas a esta narración en la que se cruzan varias diagonales de género. Léase intelectual como aquello que se inscribe en la narración con una fuerte reflexiva puesta tanto en su arquitectura narrativa como en sus diálogos, y la elaborada construcción multidimensional de sus personajes. Por ende no infiero por la idea de intelectual a una impostura narrativa sino a una enorme capacidad de genuina elaboración discursiva. La historia se sitúa en el año 2001, donde nuestra protagonista la joven Qiao es la enamorada del cabecilla de la mafia local, Bin. Viven en ese mundo de dinero fácil, bailes, tragos y pactos de negocios turbios. Pero nada nos parece sancionable pues se nos muestra sin una mirada moralizadora. Un día Bin y Qiao son atacados por una pandilla, y estando él al borde de la muerte es salvado por nuestra heroína que dispara sin vacilaciones para rescatarlo. La consecuencia de ese acto de amor es la prisión para la joven, que por varios años vive en el encierro. Tras cumplir su condena va en busca de Bin de quién jamás ha tenido noticias. Evidenciar como sigue el relato argumental traiciona un poco el espíritu de la película. La construcción del personaje de Qiao es un lujo de caracterización. El espectador está en manos de Zhao Tao, pues vive a través de su rostro cómo la vida misma pasa, la atraviesa, y la vemos transformarse, pasando de ser una joven fuerte de la mafia a perfilar en una mujer ascética y dura, castigada por la soledad y el desamor. Los diálogos entre ella y Bin encierran una complejidad emocional apabullante, así como los momentos de Qiao con otro hombre al que conoce fugazmente pero con el que en pocas líneas se genera un subtexto profundo y existencial. La pluma filosófica de Zhangke es digna de un estudio minucioso y atento pues es al mismo tiempo tan abstracto como humano. Todo este mundo íntimo está sumergido en ese contexto social de transformación permanente, un proceso de destrucción y deterioro sobre aspectos claves de la sociedad China dejando a la vista como funciona la paradojal meta del progreso que pone en situaciones críticas a muchos sectores de la sociedad, especialmente al mundo del proletariado. Por eso este relato comienza en el 2001 y culmina en el 2018 atravesando un gran arco histórico de la vida capitalista oriental. No es accidental ni caprichoso que Zhangke haya sido premiado en grandes Festival como Venecia, Berlín (donde fue descubierto antes de ser uno de los primeros ganadores del BAFICI) y Cannes por varias de sus magistrales películas. En este caso con Ash is purest White (acá conocida con el sencillo nombre de Esa mujer) compitiendo por la Palma de Oro deja claro que su cine excede las rúbricas tradicionales, las normas previsibles y especialmente cualquier banalidad de las modas. Este es un gran filme de un gran cineasta, parte esencial de la historia del cine oriental. Esta es otra de sus huellas, una marca más de la historia de su patria tan compleja y tormentosa, brillante y poderosa como su cine. Por Victoria Leven @LevenVictoria