En el original prólogo, el director Andrés Di Tella y su hija hacen un curioso experimento en imaginación histórica, cuando con fotografías antiguas encontradas en la basura, de gente de la que no se sabe absolutamente nada, tratan de pensar qué tipo de personas eran, dónde vivían, e incluso prueban una vuelta de tuerca espiritista, como si fijarse en esas fotos significara poder comunicarse con espectros. Ese ejercicio sirve de puntapié para el verdadero tema de esta interesante “Ficción Privada”, una exploración de Di Tella sobre sus padres y la insólita relación que los llevó a vivir desde los Estados Unidos a la India natal de su madre, y la Buenos Aires de su padre Torcuato. Esta exploración la hace leyendo cartas familiares, revisando películas y fotos caseras, y haciendo que algunos de los textos sean leídos por amigos suyos como Edgardo Cozarinsky. Es un documental experimental, pero tiene un lenguaje fluido y ameno.
“El ayer y el ahora” “Ficción Privada” (2019), de Andrés Di Tella comienza con una secuencia -que funciona como una suerte de prólogo- donde un padre y su hija, reflexionan acerca de un tema que caracterizará al resto de la película y se pondrá en cuestión repetidas veces: ¿Cómo se reconstruye un pasado a partir de la memoria? ¿Cuántas cartas y fotos, son necesarias para reescribir una historia alejada en el tiempo? Andrés, el director de la película, irá narrando la historia de sus padres: Torcuato y Kamala. Él argentino y ella hindú. Mediante cartas, recuerdos y una pareja de actores (que interpretarán a los padres de Andrés), se formará un vínculo entre el pasado y el presente. De esta manera, se podría decir que “Ficción Privada” es un relato en constante construcción. Si bien la historia es muy personal, creo que la manera en la que se narra es todavía más genuina. La narración bordea los límites del pasado y el presente. También bordea los de un Buenos Aires actual y un Buenos Aires lejano. Pero sobre todo, entre cruza la ficción con la realidad. Esta idea de entrecruzar distintos planos (ya sea pasado/presente o ficción/realidad) como estilo narrativo, es el fuerte de la película y está muy bien logrado. Sin embargo, por momentos sentí que la acción no termina de avanzar y algunos materiales, por sobre todo las charlas, se vuelven repetitivos. "En conclusión, la película está muy bien lograda. Es un documental ingenioso desde la narración y completamente puro en su esencia."
No es la primera vez que el cineasta Andrés Di Tella aborda en sus obras aspectos autobiográficos en ensayos audiovisuales que parten de lo familiar para alcanzar luego inesperadas dimensiones históricas, económicas y/o sociopolíticas. Tras La TV y yo (2002) y Fotografías (2007), el director de Prohibido, Montoneros, Hachazos y 327 cuadernos se centra en Ficción privad a en la relación entre su padre Torcuato y su madre Kamala, una mujer muy especial nacida en la India. Con elementos íntimos (el realizador aparece en pantalla con su hija Lola), ficcionales (dos intérpretes como Denise Groesman y Julián Larquier "actúan" a partir de las cartas que durante más de tres décadas se fueron enviando Torcuato y Kamala), participaciones especiales como las del también director Edgardo Cozarinsky, quien conoció de cerca a los padres de Andrés, y un frondoso material de archivo que permite reconstruir una historia que va de un kibutz en Israel en 1952 hasta Hampstead en Londres, pasando por una etapa en Madras en la India, Di Tella va de lo privado a lo universal, de las historias mínimas de sus seres queridos a una mirada más abarcativa sobre el siglo XX con incesantes viajes, encuentros y desencuentros, las utopías socialistas y las rebeldías frente a los mandatos familiares. El resultado es un film catártico y melancólico, triste y doloroso por momentos, pero siempre bello y fascinante.
Los personajes de Andrés Di Tella se mueven, caminan, viajan, andan en roller, atraviesan ciudades y a la vez atraviesan recuerdos, acomodan caras y cuerpos, rearman fotos, actúan. Viajan y a la vez permanecen, se apropian de los lugares y los abandonan. Viaje donde las cartas entre Kamala y Torcuato, los padres de Andrés, se leen y se interpretan en sus múltiples sentidos desde este presente tan inexacto. Rearmar el mapa familiar es el eje simbólico sobre el que se construye Ficción privada que es la tercera parte de una trilogía compuesta por La televisión y yo (2002) donde el director se acerca a su padre después de la muerte de Kamala y por Fotografías (2007), donde ella es la protagonista. Finalmente en Ficción privada se amalgaman sus padres y el director-hijo se concentra en la historia de amor. Este mapa es a la vez un mapa geográfico y un mapa afectivo donde diferentes subjetividades se expanden y a la vez se contraen. Aquellas subjetividades que se expanden son las que viajan, las que se trasladan en tiempo y espacio desde Buenos Aires (una ciudad reconocida y cotidiana) hasta Londres (un barrio y una calle lejana y extraña) y las que se contraen son las que se apropian del espacio y el tiempo en un estudio de grabación, en la casa de Andrés, en la presencia majestuosa de Edgardo Cozarinsky que lleva en su rostro y en su voz las huellas del padre de Andrés. La figura de Cozarinsky concentra en sí mismo un modo de hacer cine (y literatura) y una manera de vivir en la que Andrés se refleja. El homenaje a Edgardo y a su mirada y a su voz no solo deja entrever el cariño y el afecto, tanto personal como profesional que Di Tella le profesa sino que tal vez, la elección de su figura sea también pueda ser considerada como una especie de “padre” profesional. El cine de Edgardo es el espejo brillante e inteligente en el que Ficción privada se refleja. La película empieza con fotos que deambulan por las calles de Buenos Aires llevadas por la mano del director. Estas fotos son de desconocidos y son gérmenes de relatos posibles. ¿Qué se cuenta de esas imágenes? ¿Cuáles son los relatos que de ellas se desprenden? ¿Cómo darle a esas imágenes anónimas un sentido personal? ¿Qué se puede conjeturar a partir de esas imágenes? En este comienzo ya aparece Lola, la hija de Andrés (que va a atravesar toda la película) y sus voces hipotetizan relatos acerca de lo que ven. Esos relatos son pequeñas ficciones que de algún modo reponen la vitalidad que las fotos han perdido. Es interesante este concepto de ficción, poder pensarla como aquello que suma “vida” a las narraciones, aquello que las hace viajar, aquello que no puede ni debe pensarse desde los conceptos estrechos de verdad o falsedad. La ficción como uno de los modos en los que la pulsión de vida es posible. Y en esta vitalidad la memoria, el recuerdo, las afectividades, el tiempo y el espacio son centrales. ¿Cómo se piensa una “vida”? ¿Cómo se da cuenta de ella? ¿Cómo se relata, como se conforma una narración a partir de la propia subjetividad? Quizá esta sea la película más ficcional de Di Tella, mas apartada de los condicionamientos de los documentales y también la película más moderna, más cercana en el tiempo; donde los materiales con los que trabaja se muestran, se interceptan, se reflejan y se actualizan. La “ficción” en este caso se autodenomina privada -como todas las ficciones- pero deviene lentamente pública al proponerle al espectador, como en una especie de sesión psicoanalítica, pensar el relato de la vida que se vuelve espejo y reflejo de la propia experiencia vital. La privacidad de esa ficción tiene visos de universalidad al atravesar los temas que nos involucran a todos; los padres, el amor, los hijos, los recorridos, los afectos. Temas que elije Di Tella o que es elegido por ellos, narrar un mundo que siempre es sensible y afectivo, dejando en los márgenes aquella realidad que por cruda o cruel o realista no se deja incluir. Si en muchos documentales la estrategia es el distanciamiento, en este caso es el modo “diletiano” es el acercamiento, de(s)velar misterios y perderse en ellos. El actor que lee las cartas de Torcuato aparece en el cementerio, recorriéndolo, transitándolo en una bella secuencia fantasmática. Ese cementerio cercano y reconocible es el laberinto de la memoria, donde la vida y la muerte se entremezclan y se seducen. Allí, donde el juego de espejos y reflejos en trenes que van y vienen conectando y desconectando espacios, en actores que leen experiencias ajenas mientras transitan las propias, en hijos que se reflejan en los rostros desdibujados de los padres, en fantasmas que se desnudan en cartas manuscritas, en letras que se vuelven ilegibles por el paso del tiempo; allí en esos márgenes, en esas zonas fronterizas aparece el archivo del director, ofreciéndonos una película entrañable y sensible. FICCIÓN PRIVADA Ficción privada. Argentina, 2019. Guion y Dirección: Andrés Di Tella. Fotografía: Juan Renau. Edición: Valeria Racioppi. Diseño de sonido: Guido Berenblum. Música: Sami Buccella. Productor/es: Gema Juárez Allen, Alejandra Grinschpun.. Compañía productora: Gema Films. Duración en minutos: 78 minutos.
La reconstrucción del relato familiar a puño y letra. Crítica de “Ficción Privada” Un filme que recapacita sobre el imaginario de las relaciones parentales Florencia Fico Hace 1 min 0 0 El director Andrés Di Tella ensaya un rompecabezas intrigante mediante una sucesión de cartas. Conforman un testimonio autobiográfico de los vaivenes de sus padres como pareja, viajeros, activistas y profesionales. Por. Florencia Fico. Ficción privada: Andrés Di Tella cuenta una historia mínima del ... El reconocido realizador Andrés Di Tella en “Ficción privada” captura a actores que leen de las cartas de sus padres Torcuato y Kamala, él argentino, ella hindú. Los relatos esbozan los tiempos desde 1950 a 1970, sus viajes, romance, formas de pensar, el dolor y las desilusiones. Una narración personal del siglo XX. Andrés Di Tella La obra fílmica fue escrita y dirigida por Andrés Di Tella. En torno a la dirección el documental combina distintos lenguajes de expresión y representación como: la fotografía, las cartas, material de archivo, el relato oral, la inventiva de la mente, los recorridos en lugares como vía de acceso a las historias, la interpretación teatral para acercar a la identificación del espectador y la música como elemento poético . Una novela basada en hechos reales. Pude traducirse; en un radioteatro grabado por Di Tella protagonista omnisciente de la vivencia que lo vuelve a conectar con sus padres. Lo que podría cerrar la trilogía que formuló en La televisión y yo acerca de su padre y Fotografías sobre su madre; en esta ocasión en una exposición más íntima y experimental. Denise Groesman El guión de Andrés Di Tella compone una narrativa con un epílogo con fotos anónimas que su hija y él empiezan a decodificar en voz en off. Mientras las imágenes recorren alguna ciudad. La voz en off de Andrés es el nexo a rememorar la memoria emotiva de sus padres. Ubica vídeos como referencia histórica y el contexto social de los lugares de origen; en los cuales se gestó el romance. FICCIÓN PRIVADADOCUMENTAL - Dir. ANDRÉS DI TELLA - YouTube El cineasta expone en base a los escritos de sus papás diversas experiencias y temáticas: discriminaciones raciales o los prejuicios a parejas de razas mixtas con las prohibiciones. A su vez los mandatos familiares, las jornadas en sus trabajos, su afiliación al Partido Socialista, la expulsión a alguno de ellos. Accidentes en viajes. Sus lecturas sobre biografías revolucionarias en las que los pueblos oprimidos son escritas por sus enemigos. Los comentarios sobre sus experiencias como marginados en sus países natales; ya sea en India o Buenos Aires por la tes de sus pieles. Sus observaciones y análisis de en sus espacios laborales. La formación académica de Kamala en psicología. Asimismo esboza las crisis en la pareja, el constante sentimiento de soledad, el extrañarse, el llanto contenido y los gritos silenciados sólo presentes en el la escritura. También se comentan confesiones que los atormentan de sus pasados familiares. El desarraigo con sus parientes quienes parecían tener la llave de sus prisiones; aunque en su unión se vislumbra el horizonte de sus destinos. San Sebastián 2019: crítica de "Ficción privada", de Andrés Di ... Los intérpretes el dramaturgo Edgardo Cozarinsky se relaciona con la filmación como un canalizador de las inquietudes de Andrés; también es la voz madura de su padre “Torcuato” y la jóven por el músico Julián Laquier Tellarini. Quien participa sumándole una intervención a las correspondencias con letras de rap. La pintora Denise Groesman compone a la madre de Andrés “Kamala” y reflexiona con Julián; cómo serían esos mensajes en la actualidad y revisa los conflictos internos de Torcuato y Kamala. La hija de Di Tella “Lola” agrega un componente curioso y para pensar lo apropiado de manifestar el mundo reservado de sus abuelos. La fotografía de Juan Renau emplea planos cerrados en toda la grabación como portaretrato de las grabaciones. La cámara se comporta como nómade se suma a los viajes, con inserts en: India, Londres, en la Estación Delgado en Buenos Aires, en el Teatro Nacional de Cervantes y en el Museo Nacional de Buenos Aires y la discoteca Niceto Club. La encargada de la música es Sami Buccella empleó instrumentación a base de violines, piano y contrabajo, lo que dio sensaciones diversas tristeza, alegría, depresión y melancolía acentuada con la canción She brings the rain en un estilo soul y jazz. El documental sirve de transporte a las emociones. Di Tella juega con la adivinación al renacer de la historia íntima de sus padres. Pone a prueba la imaginación del espectador con un relato familiar que se convierte en una trama filosófica en forma de puzzle sentimental. Puntaje:80
Recuerdos para nada privados Crítica de “Ficción privada”, el nuevo documental de Andrés Di Tella. Lautaro Franchini Hace 3 horas 0 5 El director Andrés Di Tella cierra su propia trilogía con el nuevo documental “Ficción privada”. Una película que recorre los lazos familiares a través de las cartas, imágenes y postales que se enviaron sus padres en el pasado. Tendrá su estreno gratis este jueves a las 20hs por Cine.ar. Por Lautaro Franchini. Tras “La televisión y yo” (2002) y “Fotografías” (2007), Di Tella recae nuevamente en su familia. En esta ocasión, el film se presenta como un homenaje hacia sus padres: Torcuato y Kamala. El camino del amor lo marcará la correspondencia. Las cartas y las imágenes narrarán la vida del padre argentino junto a la madre hindú. Un amor que nació en Estados Unidos, pasó por la Argentina y recorrió el mundo. Para darle vida a cada testamento, el director eligió ponerle voz a las cartas. Los actores Julian Larquier Tellarini y Denise Groesman, acompañan el largometraje leyendo cada escritura enviada. Una forma de expresar y recrear los sentimientos plasmados a puño y letra. Y si hacía falta más familia en este viaje biográfico, el autor interactúa junto a su hija Lola entre recuerdos y postales. Le demuestra que sus abuelos se amaron y fueron felices. El documental podrá verse gratuitamente este jueves y el sábado 11 a las 20hs por Cine.ar. Y a partir del viernes 17 en la web de Puentes de Cine. Se suma a los nueve títulos anteriores de Di Tella: “Montoneros, una historia” (1995), “Macedonio Fernández” (1995), “Prohibido” (1997), “El país del diablo” (2008), “Hachazos” (2011), “¡Volveremos a las montañas!” (2012) y “327 Cuadernos” (2015). Aunque esta híbrida ficción sea privada, el cineasta nos invita a conocer quiénes fueron los protagonistas de esta historia. El amor, los sueños, los rencores y las despedidas toman tanto poder en el relato que los recuerdos perduran en el tiempo. Del papel y lápiz a la pantalla grande. Torcuato y Kamala ahora son aptos para todo público. Puntaje 80/100. Actuación Fotografìa Guión Arte Música User Rating: Be the first one !
Ficción privada es la nueva película de Andrés Di Tella que, a partir de las cartas de sus padres, piensa con inteligencia y emoción a su familia y al país. Estrena en Cine.Ar TV y Cine.Ar Play y luego va a Puentes de Cine. ¿Cómo se filma la memoria familiar? ¿Cómo se registra la historia de una vida, de un amor, de una pareja? Andrés Di Tella lo viene experimentando con su filmografía y parece llegar aquí al cierre de la trilogía que componen La televisión y yo y Fotografías. Nunca es posible ofrecer una mirada cerrada sobre nada. Aunque lo intentemos. O creamos haberlo logrado. A la larga sabremos que siempre nos falta alguna pieza. Y Ficción privada es la muestra de ello: un ensayo autobiográfico. “Privada” como calidad de lo íntimo y familiar pero también como la falta de. Y no es azaroso que un documental elija llamarse “ficción”. Y no hay contradicción alguna. Todo es construcción. Y para ello, nada mejor que echar mano a las artes para que, desde el artificio, nos acerquemos a la verdad o a sus atisbos. Las fotografías se pasean por la ciudad y hablan. Las imágenes cinematográficas vuelven y se actualizan o se duplican (la espera del tren desde el andén con el padre que nos ha engendrado y con el mentor elegido). Las cartas se leen entre padre e hija reales, pero también interpretadas por actores seleccionados (Denise Groesman y Julián Larquier Tellarini) o por el referido mentor (Edgardo Cozarinsky) en una evidente propuesta genealógica. Las palabras escritas se vuelven música y canción. Di Tella, a partir de la muerte de su padre, Torcuato, entiende que un mundo se está perdiendo, se esfuma y que, como parte de ese mundo, la particular historia de amor de sus progenitores (su madre Kamala ha fallecido en 1994), incluso una parte de la de su propia familia, ya no tiene quién la recuerde (así como no puede descifrar en las diapositivas, que muestran a sus padres en diferentes viajes, ciertas referencias ya extraviadas definitivamente ) y, por lo tanto, sin partícipes directos poco falta para que el olvido se las trague. Los mexicanos sostienen que sólo se muere aquel a quien se olvida. Y contra esa idea parece elaborar el director su película, como una especie de conjuro. Y ese movimiento íntimo y privado, que podría sospecharse de egoísta y ególatra, se expande por obra y gracia del cine y nos interpela, como simples mortales, a nosotros los espectadores y, a la vez, en un doble juego, construye (por la injerencia de su familia en la Historia nacional) una radiografía temporal de la Argentina. Un pachtwork que de posmoderno sólo tiene la forma. Ya que a partir de la sumatoria de recursos intervinientes es que se arma el caleidoscopio final que, principalmente (y de aquí la necesidad de descartar lo posmo), no se niega al sentimiento como aglutinante, ni le escapa a la emoción genuina sin golpes bajos ni efectismos. Retazos, jirones, un rompecabezas que sabemos con piezas perdidas y aún así no podemos no armar, es de lo que se compone esta Ficción privada que convoca fantasmas que no asustan porque son parte de nuestra propia vida y están ahí para acompañarnos en lo que resta. Ficción privada es un forma de recuperar la vida que se fue, como una carta de amor de esas que ya no se escriben más. Y deberíamos.
Él: “Escribir cartas significa desnudarse ante los fantasmas, que lo esperan con avidez. Una correspondencia es, en efecto, una conversación con fantasmas.” Ella: “Escribir una carta tal vez, sea volver a un lugar mejor, donde nos entendamos mejor” Andrés Di Tella presenta “FICCION PRIVADA” esta semana en la pantalla de cine.ar/play dentro del ciclo “Jueves Estrenos” una película que cierra una hermosa trilogía sobre los vínculos filiales que arrancó con “La Televisión y yo” (2002), en la que a modo de homenaje construye todo el documental en torno a la figura de su padre, luego fue el turno de “Fotografías” (2007) donde retrata a Kamala, su mamá india y el trabajo de construcción de su propia identidad a partir de los viajes, las vivencias, el desarraigo y las culturas. Frente a una camada de realizadores que han encontrado en el material familiar una buena excusa para poder realizar su documental e intentar contar una historia – a veces sin encontrarle la vibración y la narrativa propia necesaria en cada contexto-, Andrés Di Tella, experimentado director e inquieto frente a la búsqueda permanente de encontrar nuevos lenguajes narrativos, logra justamente llegar directamente a lo esencial. A través de fotos, inicialmente, y de cartas, luego, se dispone a explorar con una profunda emocionalidad y entrega, su propia historia familiar, más particularmente, la historia de amor de sus padres. En el inicio de “FICCION PRIVADA” y a modo de juego, dos narradores –adivinamos que son el propio Di Tella con su hija Lola- comienzan a tejer historias a partir de fotos viejas. Suposiciones, fabulaciones, disparadores: el arte de contar y crear una ficción a partir de la imaginación y de pequeños datos que pueda ir aportando ese material. Finalizado este juego atractivo, ocurrente e interesante, de generar ficción a partir de adivinar una historia con esas fotos que además mezcla lúdicamente con el paisaje urbano, comenzará otro juego, mucho más profundo, a través de la potencia que surge de la correspondencia entre sus padres. Si hay algo que hemos perdido por la invasión de la tecnología es el valor de la escritura a mano, con el pulso y la respiración presentes de quien escribe, con la emoción, el testimonio y el objeto como prueba, para quien las recibe. Y así como en cada foto, se intentaba construir una historia para esos personajes fantasmáticos, esos seres anónimos de los que no se contaba con mayor información, en el caso de las cartas, aparecerán también los fantasmas del pasado, la historia de los padres de Andrés –Torcuato y Kamala, como si fuesen a su vez dos enamorados de ficción- a lo que se suma que ahora, él mismo, ya no ocupa el lugar de hijo sino que articula, como en un juego de espejos, su vínculo con Torcuato con su propia paternidad. Donde la participación de Lola, entonces, es otra de las piezas fundamentales de esta historia. Hay algo de pudor, una intromisión en la geografía de lo privada que parece incomodar en un principio. Pero por algo Torcuato ha querido que Andrés tuviese esa cartas en su poder, como la transmisión de esos legados que van de generación en generación y se convierten en la mejor manera de “pasar la posta” de la historia familiar y de develar algunas pequeñas infidencias, sensaciones, sentimientos que salen de lo íntimo para dar cuenta de la existencia de ese amor tras 20 años juntos –con aciertos y con sinsabores-, que se remonta incluso hasta antes de que fuesen los padres del propio director. Si bien es un enorme hallazgo el hecho de haber convocado a Denise Groesman y Julián Larquier Tellarini para ponerle voz a las líneas de Torcuato y Kamala en su juventud, indudablemente la marca distintiva de este trabajo son las cartas que ha escrito el propio Torcuato, esta vez para Andrés, que reverberan en la extraordinaria voz de Edgardo Cozarinsky. Este juego de espejos antes mencionado se potencia cuando el propio Andrés lea algunos fax que mandó oportunamente a su padre mientras residía en el exterior, muchos impregnados con el impacto del reciente fallecimiento de su madre, donde aparecen otros de los otros vectores sobre los que irá transitando este trabajo, donde las cartas aparecen como un disparador para reflexionar sobre muchos otros aspectos de los vínculos familiares, el paso del tiempo, la presencia de los fantasmas , el sentirse habitados por la historia y por las personas que han pasado por nuestra vida y es así como se rescata la “confesión” de Torcuato diciendo que no sería quien fue de no haberla conocido a Kamala. También hay algo de catarsis en la lectura de las cartas, hay algo de historia de amor, hay un amor que puede ser tan particular y trascendental como cualquier otra historia de amor conocida, hay desencuentros, hay dolor, hay soledad y hay un espíritu presente de dos personajes arrolladores que viven una historia de amor única –al menos para este entorno familiar- que queda grabada y eternizada a través de esta correspondencia que se asoma en “FICCION PRIVADA”. Andrés Di Tella nuevamente juega, busca, explora, redefine una y otra vez el lenguaje –inclusive con algunas frases de las cartas, rapea y logra una musicalidad- y lo hace con su acostumbrada lucidez y con la completa comprensión de ese universo que va más allá de las fotos, más allá de las cartas, más allá de las palabras e incluso, más allá del cine. Un trabajo exquisito, con una propuesta diferente pero claramente identificable con el estilo particular y destacado de Andrés Di Tella. POR QUE SI: «Hay algo de catarsis en la lectura de las cartas, hay algo de historia de amor, hay un amor que puede ser tan particular y trascendental como cualquier otra historia de amor conocida, hay desencuentros, hay dolor, hay soledad»
No es la primera vez que Di Tella emprende sus películas con tintes autobiográficos, partiendo de lo familiar, como lo hizo en “Fotografías” (2007), donde contó la historia de su madre, a partir de una caja de fotografías que le había dado su padre. Esta vez, se centra en la relación entre su padre Torcuato, y su madre Kamala, a partir de intercambios epistolares. En el prólogo, Andrés Di Tella y su hija Lola, inventan historias sobre las desconocidas personas que aparecen en fotos encontradas en la basura. Esto sirve de inicio para el siguiente ejercicio del que trata el documental: una exploración de Di Tella sobre la relación de sus padres y cómo pasaron de Estados Unidos a la India natal de su madre, y al Buenos Aires de Torcuato, su padre. Todo a partir de cartas, videos, y fotos caseras, en un documental experimental, que rebosa cariño.
CARTAS DE AMOR El director Andrés Di Tella vuelve a articular lo público y lo privado en su nueva película, en la que utiliza una serie de cartas que se enviaron su padre (Torcuato Di Tella) y su madre cuando escapaban ambos de sus respectivos países (él de Argentina, ella de la India). En ese intercambio se puede conocer una estadía en Israel, la vuelta a la India, algún tiempo en Londres y la llegada a la Argentina. Andrés Di Tella utiliza imágenes de archivo, fotos, dos actores y un amigo de los padres (el también director Edgardo Cozarinsky) para recitar los textos de las cartas y reconstruir de alguna manera aquella historia de amor. En Ficción privada el director utiliza múltiples recursos narrativos. Por ejemplo, en la escena más lograda cuenta algo muy especial que le pasó a través del Google Street View: en esa secuencia se entera de la muerte de su madre (él estaba en Londres), sale a caminar de noche, las calles están vacías y en una de ellas cree verla. Todo esto lo cuenta utilizando el programa hasta llegar al punto exacto del encuentro. Toda la primera parte en la que, mediante fotos, Di Tella habla con su hija e imagina o inventan historias de lo que ven en esas fotos viejas, es otro gran momento. Ese trabajo sobre lo público y lo privado que Di Tella piensa a partir de su propia familia, integrada por una serie de nombres fundamentales de la historia cultural del país, de alguna manera trasciende la pantalla y moviliza al espectador. Cuando uno abandona la pantalla también quiere de alguna manera reinventar los textos que escucha en las cartas que escribían sus padres y crear su propio universo en torno a la historia que ellos vivieron. NdR: Esta crítica es una extensión de la ya publicada durante el Festival de Mar del Plata.
“Ficción Privada” forma parte de una trilogía, (“La televisión y yo”, estrenada en 2003 y “Fotografías”, de 2007). Su creador es Andrés Di Tella, una figura fundamental en el cine documental latino y uno de los fundadores del prestigioso festival BAFICI. “La televisión y yo” fue un proyecto de film, una investigación personal, un ensayo de forma libre sobre la televisión y la memoria, vinculado a una historia política desde la mirada de su abuelo paterno. La historia está contada, en primera persona, por su propio padre. Película que finalizara al tiempo que falleció su madre. Un lustro después, concibe “Fotografías”, documental donde rastrea los orígenes de su madre. Un ensayo personal, basado en una caja de fotografías que me pasó de manos de su padre. Una investigación documental, un viaje al pasado y también un viaje real desde la Argentina, a medida que intenta desvelar los misterios del destino de su madre y el descubrimiento de su propia identidad oculta. Más de una década después, este documental rescata la costumbre perdida, perteneciente a tiempos más románticos y menos automatizados, del uso de cartas en el intercambio epistolar convertido en canciones. Las cartas en papel cumplen un papel primordial, como testigo y objeto a la hora de comunicar, una forma que desaparece en el nuevo mundo. La vida propia y la memoria que portan estos elementos, perdidas en las nuevas formas de comunicar del presente. Trilogía que se constituye sin proponérselo, Di Tella consigue narrar a través de otras voces, como imagen persistente de esa juventud vivida. Se vale de actores y artificios – pensemos en que el padre del director está encarnado por Edgardo Cozarinsky, destacado escritor, cineasta y dramaturgo argentino-; también de fotografías y dibujos de seres desconocidos. “Ficción Privada” posee varias singularidades a la vez. Si convenimos en que hacer algo sobre tus padres es re-imaginar la perspectiva, como una forma de conocerlos a través de la imaginación, este ejercicio viene a desmentir la línea que separa al documental de la ficción. Aquí nos encontramos con este relato en primera persona, que persigue la búsqueda de la verdad, como todo documental. Registrar aquello que está sucediendo, aquella verdad en palabras de Eduardo Coutinho, actor, director, guionista, productor y periodista brasileño. Pensemos en un referente experimental como el lituano Jonas Mekas y en su teoría sobre el lenguaje se verá espejada esta experiencia sumamente singular. Se posiciona como un testimonio de realidad en la ambivalencia de su naturaleza. Forma y contenido se amoldan en función de la estética documental. Pensemos en la génesis del género: la planificación de esa porción de vida que deseo capturar y comunicar; si nos remontamos a los orígenes del cine documental de la mano de un pionero como Robert Flaherty y su modélico “Nanook” (1922). Despojado de las imposturas de un documental objetivo que disimula esa puesta en escena acerca de captar una realidad que está allí para ser mostrada, manipulada, tergiversada. El uso de material de archivo como documento antropologico para rescatar la memoria y el legado familiar resulta vital y convierte a “Ficción privada” en un homenaje a sus padres y un elogio a los vínculos y su permanencia en el paso de los años. Oportunidad más que interesante para evaluar la paradoja de una ficción, como relato abierto al público, y a la vez contada en la privacidad de ser dirigida a un público en su íntimo y atento visionado. Aspirando a esa vinculación emotiva, en cada espectador resonará, de modo personal, la historia aquí descrita.
En la extraordinaria Ficción privada, Andrés Di Tella, un cineasta que ha trabajado siempre en eso que llamamos documental y cuyo interés ha sido la Historia, los retratos y la novela familiar, vuelve sobre la historia de sus padres. Había hecho con su padre en vida La televisión y yo; también Fotografías, un film sobre su madre, que ya en ese entonces no pertenecía a nuestro mundo. Su padre, Torcuato Di Tella, sociólogo y alguna vez funcionario público, y Kamala, su madre, reconocida psicoterapeuta, constituyeron uno de los primeros matrimonios mixtos en la década de 1950: él argentino, ella india. Donde sea que vivieron (Inglaterra, Estados Unidos, Chile, Argentina), ese amor supo ser insolente frente al conservadurismo de las costumbres. También fueron ellos hijos dilectos de un siglo: el de las revoluciones, el de los cambios de paradigma cultural y el de la inmigración indetenible.
La foto parlante. Las fotos deambulan y hablan un padre y una hija. Son tan anónimas esas imágenes que parecen extraídas de otro tiempo. Pero el tiempo se reconstruye en la imaginación, y cada partecita de ese anónimo de rostros e historias recobra un sentido en la creación desde la imaginación de lo que cada uno depara para esos destinos desconocidos en blanco y negro, y que seguramente tuviesen muchas cosas ricas que contar; tristezas que compartir y eso que imponderablemente todos estamos dispuestos a perder en algún momento: la existencia de los demás y finalmente la propia. Esa es la punta de lanza arrojada al vacío por el realizador Andrés Di Tella en su último opus Ficción privada, donde la palabra ficción y privada encierran conceptualmente hablando toda una declaración de principios y tal vez un dilema ético que lejos de saldarse se multiplica a partir de la correspondencia que se revela al espectador. Torcuato y Kamala, padres de Andrés, mantuvieron un contacto a la distancia que se prolongó por décadas. Su historia de amor de juventud los encontró poco tiempo pero la intensidad de haber compartido ese pedacito de vida juntos alcanzó para que cada carta terminase por definir aspectos de la personalidad de ella tanto como del padre del director, quien también le escribía cartas a su hijo, además de dejarle el legado de la memoria familiar una vez que dejara de existir. Las cartas encuentran el pretexto de la actuación de Denise Groesman y Julián Larquier Tellarini, ambos pareja en la vida real al momento del rodaje, para que desde sus personajes -de edad similar a la de aquella pareja- representen lo que la imaginación del propio Di Tella como director reflejase esas voces ausentes. Decir ausencia es sinónimo de pérdida y así la palabra ocupa el espacio en el silencio del olvido. Andrés Di Tella lo sabe y necesita esta despedida compartida desde la intimidad de su creación y por eso recurre como interpelador de su proceso de duelo a otro gran cineasta como Edgardo Cozarinsky, alguien que de fantasmas, memoria, recuerdo, cine y tantas otras cosas tiene mucho para decir.
Andres Di Tella revive la historia de amor de sus padres, Torcuato, perteneciente a una de las familias poderosas de Argentina y Kamala, una mujer india (de la India) negra a quien conocerá estudiando en EEUU. Si la enunciación pone un signo de advertencia hacia el comienzo del documental, lo hace desde la pregunta sobre lo ético de exponer la vida privada de las personas. Historia que el documental expropia con emotividad y creatividad en un pasado que ahora pertenece a sus herederos simbólicos, y que sigue existiendo en un manojo de cartas y unas fotos sin identificar. Esa falta de epígrafes, que las voces se ocuparán de completar, requerirá de inventar porciones de historias, una sensación, una espera. Hay una fotografía en particular de un posible radioaficionado que se comunica con los espíritus que refuerza la idea que esos muertos rondarán la película de principio a fin. e Alguien se tira por una ventana, dos osos aparecen tras unas rejas (serán ellos, los padres, sin poder salir?). La referencia a la discriminación hacia esa pareja mixta de clase alta en los años 50 en cualquier lugar del mundo que se encuentran tambien cruza permanentemente el relato. La operación de sustitución de los padres biológicos, muertos, por padres simbólicos (qué estupenda la participación del querido Edgardo Cozarinsky) o padres ficticios y contemporáneos como los jóvenes actores Denise Groesman y Julian Larquier Tellarinique que leen las cartas escritas a la edad de Torcuato y Kamala. “Escribir una carta da la posibilidad volver a un lugar donde tal vez nos entedemos mejor”. Es posible. Por eso recrearlas, volver a traerlas en otras voces y algunas de ellas repetidas una y otra vez recuperan tal vez los recuerdos de lo no dicho. La carta del padre al hijo anunciando la muerte de la madre. La carta del hijo al padre. ¿Encuentra Di Tella una medida de dolor por la muerte de la madre? El relato del encuentro con la madre en el callejón conmoverá e identificará seguramente a muchos. Los fantasmas rondan Ficción privada tambien en forma de imaginación recreada: los padres imaginan la vida de los hijos a futuro y los padres serán repensados por los hijos. Por ejemplo ¿Hay medida del saber si alguna vez los padres se amaron, si tuvieron una vida sin sus hijos, se entienden sus deseos, sus conflictos, los rechazos o las culpas? El círculo parece no cerrarse nunca, es un círculo privado pero universal el relato se abre a material de archivo que no siempre es descriptivo como las imágenes de la India o de los Kibutz, hay también un bello travelling sobre una Buenos Aires de otra década. El tiempo de la letra escrita es uno, el de la voz otro, el de la imagen otro. Esas alternancias temporales se yuxtaponen con comentarios sobre las cartas que finalmente no parecen ser tantas, pero que se repiten una y otra vez, repetición que logra su momento más intenso cuando con algunas de esa palabras los actores (que son los padres) las usan en un desafío de hip hop. En Ficción privada las frases lanzadas desde las cartas, parecen no terminar nunca. El cine finalmente tiene esa capacidad de revivir a los muertos. Leedor El portal de arte, cultura y espectáculos de habla hispana. Following
El cinematógrafo nació en Lyon, Francia. El espiritismo también. En esa extraña y hermosa conjunción aparece la pantalla como un espacio espectral, el lugar que eligen las almas para dejar registro de sus huellas. En este sentido, tal vez pueda pensarse el cine de Andrés Di Tella, como el arte del ventrílocuo, y especialmente Ficción privada, su última película que (aparentemente) cierra una serie de evocaciones familiares, exorcizadas a través del cine, esa práctica mediúmnica cuyo misterio se conserva. En una especie de prólogo queda establecido el trabajo con los materiales del documental. Una mano sostiene fotos mientras el sujeto que las porta, camina por diversos lugares. Cada imagen encierra una historia y allí están las voces de un padre y su hija para conjeturarlas. Una cosa es lo que se ve y otra lo que uno imagina que se ve. En esa relación se condensa uno de los sentidos posibles del título: lo privado, lo que existe como tal, también es una ficción. Ficción no como sinónimo de mentira, sino como máscara: se finge que algo es verdadero, incluso la vida propia. Y si cada foto es parte de un relato mayor, está la posibilidad de reconstruir un contexto, pero también de inventarlo. La secuencia inicial concluye con una declaración de Di Tella, “y con mi papá todavía sigo hablando”. ¿Cómo leer esta sentencia? Acaso, con la posibilidad de entender el cine como ese lugar en el que uno, entre otras cosas, se comunica con los muertos. Mientras tanto, Di Tella también habla con su hija, con jóvenes actores y con Edgardo Cozarinsky, para dar cuenta de ese proceso de evocación, y se mueve por diferentes lugares como si fuera un espíritu que deambula por aquellos espacios que habitó alguna vez en este mundo (Londres, la India, Israel, Buenos Aires). Memoria afectiva. Objetos mnemónicos. Un hijo que necesita escuchar a sus padres a través de cartas, pero que también necesita las voces que las lean. Y no se trata solo de contar una ficción privada con todos los riesgos que ello implica en tiempos donde el regodeo en la subjetividad está a la orden del día, sino de visualizar ese mismo proceso (uno de los pilares expresivos en las películas del realizador). Arrancarle a la muerte un pedazo de ese mundo perdido y pensar el cine como posibilidad de restitución, no sin poner en evidencia paralelamente la misma imposibilidad de recuperar un aura primigenia, he aquí uno de los hallazgos de la película. Al final, nada puede tomarse como una verdad consumada, ni siquiera la propia historia de vida. Di Tella indaga en la vida de sus padres con el temor lógico de quien pueda encontrar alguna señal adversa, o para confirmar esas historias de vida tal como las vivió o se las contaron. Nada mejor que las cartas para ello. Es muy atinada la observación de Cozarinsky en torno a la diferencia entre los escritos de puño y letra a los papeles impresos. Uno dibuja en el primer caso el rostro, imagina un cuerpo y se materializan las emociones. En definitiva, de eso se trata, de reconstruir, de invocar, pero también de inventar la genealogía paterna como materna, encontrar un sentido en ese cruce. El cine como búsqueda. Aún con diversas zonas de interés y de intensidad, con un registro por momentos desangelado (sobre todo cuando leen/interpretan los jóvenes) y cierto vuelco a una solemnidad no deseada seguramente, Ficción privada vuelve a confirmar la capacidad de Andrés Di Tella para interrogarse sobre los materiales con los que trabaja un documentalista y a poner toda la sensibilidad al servicio de la memoria y del cine como un arte de exorcismo, como una voz que oficia de intermediaria entre los vivos y los muertos. La secuencia final está a la altura del prólogo, los dos grandes momentos de la película. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Andres Di Tella completa la trilogía de películas sobre su familia, poniendo el foco en su madre, Kamala. Edgardo Cozarinsky, como "padre putativo" presta su voz para la fantasmática reconstrucción...
La fragilidad de la memoria La nueva película de Andrés Di Tella, Ficción privada (2019), propone un recorrido sobre su historia y los recuerdos acumulados de su familia, y cómo la revelación de algunas viejas cartas le permiten superar el duelo que atraviesa por el fallecimiento de su madre acompañado de su hija y amigos, muchos amigos. Un potente arranque, con primerísimos primeros planos de viejas fotografías de las que se sabe poco y nada, y el intento entre todos, en off, de imaginar un posible contexto, en el deambular con esas imágenes por las calles posicionan al espectador en el contexto con el que jugará la película. Lo privado que alude el título, y que juega también con el mítico Función Privada, ciclo cinéfilo encabezado por Carlos Morelli y Rómulo Berruti, termina por devenir público hechos privados, y en esa exhibición en la polis, en la exposición, comienzan a constituirse mecanismos que operan directamente en el espacio y tiempo del discurso como disparadores de otras ficciones dentro de la propia ficción. A Andrés Di Tella futuro y pasado, le sirven de preámbulo para que en el devenir de la narración se construya una metáfora sobre la vida y la muerte, sin caer en lugares comunes y participando a todo el grupo que lo acompaña como co creadores de su relato. Ya en los últimos tiempos el autor se ha permitido reflexionar sobre la vitalidad de algunos vínculos y también sobre la finitud, en 327 cuadernos (2015), una obra que fue parte de la recuperación de la figura del célebre autor Ricardo Piglia, con sus diarios impresos y la película, desde la palabra propia e imágenes se avanzaba con un relato sólido sobre la nostalgia de recuerdos y de aquello que ya no volverá a ser. En esta oportunidad esa dialéctica entre materiales e ideas, entre revisión del pasado y futuro, se plasma en el continuum de la película en la que la presencia del director como guía, como así también el hallazgo de absorber actores y no actores para desarrollar los disparadores, envisten a Ficción privada de una notable capacidad lúdica para evitar solemnidad y bronce, y el discurso obvio y con golpes de efecto. Di Tella habla con su hija, ella le hace algunos reclamos, en otros momentos es él quien reclama, y en esos pequeños diálogos se construye la potencia de la historia, desproveyéndola de formalidades para narrar la importancia del linaje y la herencia, pero también de los nuevos procesos de deconstrucción de mandatos. Además, esa familiaridad que se muestra, habla de una complicidad sobre revelaciones acerca de enconos familiares que retornan para demostrar lo inabarcable y desconocido de los otros, aun siendo éstos, parte del círculo más cercano. Película estructurada a partir de retazos, que decide además utilizar la voz como fundadora de sentido y de autoridad para con el otro, la inabarcable multiplicación de capas que configuran su trama, son sólo algunas posibilidades de abordaje, que además invita a verla en más de una oportunidad y salir de la sala con una sonrisa.
El sensible y talentoso Andrés Di Tella nos regala un bello film que desdibuja los límites entre ficción y documental, y que toma como materia prima los recuerdos personales, las pruebas materiales de las historia de sus padres, aunada a una profunda reflexión sobre lo que nos queda de los muertos, lo que hacemos con esos girones de emociones y objetos materiales que nos restan. Logra así, una experiencia cinematográfica única que nos emociona profundamente porque está destinada a tocar las fibras más íntimas y “privadas” de cada espectador. El film comienza hablando de fotografías desechadas, de materiales tirados a la basura, de imágenes que nadie reclama, de fantasmas persistentes y anónimos y luego llega a convocar a los propios. Las cartas manuscritas leídas por alguien contemporáneo a las vidas de Torcuato y Kamala, el argentino y la hindú, los padres del director, protagonistas de una historias de amor, de viajes y de búsquedas, adquieren una emoción única en Edgardo Cozarinsky, pero también resuenan realmente apropiados en los dos actores: Denisse Groesman y Julian Larquier Tellarini. El propio realizador y su hija Lola están en el film, junto a esta re-creación de la vida de “papá y mamá”, aunados en la muerte y en la vida, distantes y presentes, hermosamente convocados en un film tan único como ellos.
La última obra de Andrés Di Tella, “Ficción privada”, es otro riesgo fantástico y profundo, que bucea entre lo personal, íntimo y universal. Por eso es hermosa. Di Tella filmó un documental biográfico, que se mete en su mundo, donde expone a su propia familia (madre, padre, hija), pero que tiene una cualidad única, es fascinante en todo momento. Algo que, sinceramente, es complicado de lograr cuando se trata de materiales tan personales. ¿Cómo hacer que algo biográfico le interese al espectador? Di Tella ha dado con la clave. Nos interpela, dialoga con nosotros y nos hace reflexionar. Volver a los lugares del pasado, recuperar fotos del archivo familiar, también como modos de reflexión hacia un futuro posible que no fue. Es toda una mecánica de una belleza inmensa, pero a la vez muy compleja. Di Tella pone cuerpo y voz en su obra, como no podía ser de otra manera. Va de lo íntimo, de lo personal, a lo global, a las historias ajenas. Otro viaje hermoso del inoxidable Di Tella. Autor trascendental que vitaliza ese cine nacional más arriesgado, ensayístico diría, que borra las fronteras de lo documental y ficcional constantemente. Opinión: Muy buena.
Andrés Di Tella reconstruye la historia de sus padres a través de un conjunto de antiguos escritos y fotografías, a la vez que rememora su vínculo con ellos. Existen algunas creencias en torno al ejercicio de tomar fotografías, un tanto vetustas pero a la vez considerables, que lo consideran como un procedimiento mediante el cual se extrae una fracción del alma de aquello que es fotografiado. Sumado a esto, podemos sostener con mayor certeza que cada imagen se erige como un material resistente, como un recorte capaz de retrotraernos a historias conocidas, pero a la vez habilitar múltiples especulaciones cuando la mirada parte de una posición de ajenidad. Si pensamos además en las fotografías impresas -más típicas del siglo pasado- también es crucial el valor testimonial que se esconde en ellas en tanto objetos -en su dimensión física y en los instantes capturados-. En definitiva, podemos afirmar que las fotografías -como las cartas, los videos y las diapositivas-, configuran experiencias parciales. Nos devuelven un fragmento que nos puede poner de frente a un melancólico vacío, pero también nos permiten alimentar la inventiva y especulación ficticia a partir de sus misterios. Andrés Di Tella (Prohibido, Fotografías, 327 cuadernos) se sirve de la correspondencia y los archivos familiares en pos de reconstruir la historia de su padres, Torcuato y Kamala. Recorremos, de esta manera, las experiencias de la pareja -su primer encuentro, los viajes que realizaron, su compromiso político, los conflictos que tuvieron que atravesar-, pero a la vez nos aproximamos al espíritu del siglo XX, marcado por la revolución sexual, las rupturas con los mandatos familiares, la militancia, la intelectualidad, el cosmopolitismo y, por supuesto, por cierta frustración hacia el final. De todos modos, cabe aclarar que no solamente estos factores le permiten al realizador sostener la idea de que en las vivencias de sus padres se vislumbra la fábula del siglo pasado. La empresa de la familia Di Tella, llamada SIAM, fue una de las más importantes de la Argentina entre 1917 y 1940 -año en que llegó a consolidarse como la compañía metalmecánica más grande de América del Sur-. Al mismo tiempo, su padre llegó a ocupar los cargos de Secretario de Cultura de la Nación y de Embajador de Argentina en Italia. Por ende, a pesar de que el documental se centre en una faceta más bien sentimental e íntima, también es evidente que no se trata de una historia del todo anónima. En este sentido, la decisión del director de no hacer mención al rol político de su padre resulta provechosa -por la demarcación que le ofrece a la trama, y a la vez por la fuerza poética de esa omisión. Ficción privada, Andrés Di Tella La construcción del film también suscita una serie de consideraciones. La voz en off empleada para narrar las vivencias de Kamala y Torcuato, y a la vez como medio de lectura de las cartas y de reflexión en torno a estas, le permiten a Di Tella eludir la posible monotonía del recurso. Por supuesto que debemos destacar aquí tanto a Denise Groesman y Julián Larquier Tellarini -encargados de poner voz a las palabras escritas de Kamala y Torcuato, respectivamente-, como a Edgardo Cozarinsky -quien participa aportando lecturas e ideas sobre lo que consiste revisar y exponer el pasado-. Tanto en el momento de la interpretación de sus roles como durante los ensayos, los vemos comprometidos con los materiales y, a la vez, conmovidos con su contenido. Del mismo modo, la puesta en pantalla de los momentos de discusión en torno a los posibles secretos detrás de cada documento, como también del making off de algunas escenas, dan cuenta de ciertas limitaciones, pero también dejan entrever el estado de duda e incomodidad detrás de la realización -sentimiento que es expresado por el propio director-. De la misma manera en la que el documental logra transmitir su vitalidad y el ánimo errático de quien la dirige a través de sus propios procedimientos, también vale decir que la emotividad brota de las anécdotas y las memorias que se recuperan. Las reflexiones del realizador en torno a la energía mortuoria y la situación de angustia que le produce el encuentro con su pasado refuerzan la contradicción que él mismo parece transitar -entre el disgusto nostálgico y el compromiso asumido con «sus muertos»-. Sin embargo, la tensión crucial se presenta en el hecho de dar a conocer una historia privada que no cuenta con el permiso de sus personajes principales. La idea de declarar sus inquietudes, pero al mismo tiempo no detenerse en la elaboración del film posibilita esa fusión entre el costado introspectivo y la mirada crítica. Paralelamente, Di Tella se permite cuestionar el hecho de que sea él, en tanto hijo, quien narre la historia de Kamala y Torcuato. A diferencia de lo que ocurre con la información en torno al líder de la Revolución Haitiana mayormente brindada por sus enemigos -como nos enteramos por las cartas de Torcuato, quien estaba interesado en este acontecimiento durante su juventud- aquí los datos son brindados por un «aliado» de los protagonistas, o sea por una mirada condicionada. El ejemplo de la mencionada Revolución Haitiana como recuerdo que le sirve al narrador para pensar la ficción en proceso y como excusa para ordenar los sentimientos en juego, no es el único importante en el film. Tal vez el más preponderante sea el del encuentro con un antiguo violín en una exposición de un museo a la que asistieron los padres del director. Según nos enteramos, Kamala se pregunta qué pasaría si alguien intenta tocar ese viejo instrumento ya deteriorado con el paso del tiempo, sí el hecho de romperlo también deshace el pasado que contiene. Podemos pensar que allí se juega la propia apuesta de Ficción Privada. Una obra en la que la búsqueda y los interrogantes valen más que las certezas. Di Tella transpone con pericia su fragilidad y sus titubeos frente a los recuerdos visuales y escritos de sus padres, pero a la vez aloja sus ansias de proyectar hacia el futuro al compartir su trabajo y sus pareceres -y algunos momentos en pantalla-, con su hija Lola. Sin duda alguna se trata de una propuesta en la que convergen el valor histórico, poético y político, y en la que a la vez se conserva el pulso latente de un pasado que parece resistirse al olvido.