Espíritu salvaje En su segundo largometraje, Edouard Deluc, responsable de Mariage à Mendoza (2012), se adentra en las sinuosas, eclécticas y talentosas aguas de la vida del extraordinario pintor postimpresionista francés Paul Gauguin. La película es un retrato del período en que Gauguin se estableció por primera vez en Tahití para escapar de la vida artificial y convencional de Europa con la finalidad de encontrar motivaciones, escenarios naturales e inspiración para su obra en la vida idealizada de la polinesia francesa. La falta de éxito de sus obras en Francia y una profunda necesidad de regresar a un estado más puro impulsa a Gauguin a radicarse en Tahití, colonia francesa a fines del Siglo XIX. Una vez allí emprende un peligroso viaje adentrándose en la isla para encontrar paisajes y motivos y descubre a una tribu que le ofrece a una adolescente, Tehura, como esposa. La joven le imbuye la inspiración que el pintor buscaba, lo aleja de su soledad y le hace olvidar por un momento de la pobreza de la que no puede sustraerse y de la enfermedad que lo aqueja. Así comienzan a nacer algunas de las mejores obras del pintor simbolista y sintetista, hoy expuestas en los museos más importantes del mundo. A partir de uno de los viajes más importantes en la vida de Gauguin, Deluc explora uno de los episodios artísticos que marcaron la transformación paulatina durante el Siglo XIX del estatuto del arte pictórico y sus estructuras consagratorias de baluarte de un orden estético a vanguardia rebelde romántica con pretensión revolucionaria respecto de los valores morales, políticos y visuales de la sociedad. El guión, escrito por el propio Deluc junto a Etienne Comar, Thomas Lilti y Sarah Kaminsky, está construido a partir de Noa Noa, el diario de viaje que Gauguin publicó en una revista francesa a fines del Siglo XIX sobre su periplo por Tahití, que unos años después se convirtió en un libro que incluyó algunos grabados en madera y poemas de Charles Morice. Hoy el libro es considerado, por gran parte de los especialistas en la obra del pintor, un producto de la imaginación y el plagio en lugar de una narración verídica de los acontecimientos de la vida del autor. Con una música de cuerdas, en la que predominan los violines cálidos pero lánguidos, compuesta por Warren Ellis, responsable de la banda sonora de Sin Nada que Perder (Hell or High Water, 2016) y Viento Salvaje (Wind River, 2017), el film construye un tono parsimonioso y severo a partir del espíritu salvaje e impetuoso -pero enfocado en el arte- de Gauguin. Vincent Cassel se destaca con una actuación brillante, componiendo una personalidad irascible, solitaria y obsesionada por la creación de una obra única. Un punto muy alto de la película es la fotografía de Pierre Cottereau, que hace hincapié en los hermosos paisajes agrestes de Tahití y en los gestos de la gran interpretación de Cassel. Gauguin: Viaje a Tahití (Gauguin: Voyage de Tahiti, 2017) refleja los anhelos y las obsesiones pastorales de uno de los pintores más importantes y creativos de la pintura moderna para transportar al espectador a una era en la que el propósito transformador del arte pretendía derrotar al cinismo hedonista de una burguesía que imponía sus valores a través del capital. El film de Deduc cuestiona así el carácter de mercancía de la obra de arte para situarlo en el ámbito de la experiencia rebelde, expresando su potencial revolucionario pero también sus contradicciones.
Los antecedentes del director no despertaban grandes expectativas. Su anterior realización Voyage, Voyage (2012), una road movie que transcurría en la Argentina, presentaba falencias en cuanto a lógica y credibilidad. Su pasado por Bellas Artes parece haber influido en Deluc ya que su retrato del pintor simbolista, si bien no es una obra memorable, es coherente e ilustra de forma adecuada el primer viaje de Gauguin a la Polinesia. La cámara se posa en Vincent Cassel (con el paso del tiempo se parece más a Boy Olmi) de manera casi permanente. Un rostro afligido de un hombre perseverante que no se detiene ante las adversidades económicas y físicas. En búsqueda de inspiración abandona París, una ciudad que no comprende su arte, deja atrás a su mujer con sus cinco hijos y a sus amigos que no lo acompañan en una aventura incierta. En la exploración de lo primitivo parece apoderarse de Tahiti, como bien señala la preposición del título original: Gauguin – Vovage de Tahiti, a través de sus telas que reflejan los personajes autóctonos con mujeres de pechos descubiertos, junto a un estallido de colores como consecuencia de una naturaleza exuberante que se abre a cada paso de su recorrido por las islas. Su influencia en los vanguardistas se aprecia sutilmente, a través de la máscara africana (clara alusión a Les demoiselles d’Avignon de Picasso), que lleva una mujer semidesnuda en el desfile en un bar parisino en el que despiden al artista. Su incursión en el ultramar francés se constituye en un viaje de sufrimiento, penurias y miserias, que, en un momento dado, lo llevan a dejar su arte para trabajar como estibador para poder alimentarse. En aquel lugar, conoce a una adolescente llamada Tehura (musa inspiradora que aparece en la mayoría de sus obras), con la que convivirá durante todo ese período. El vínculo con un médico que lo aconseja y lo protege, sumado a una infidelidad de la joven con un dependiente del pintor que en realidad nunca ocurrió, son subtramas complementarias como respiro ante el foco principal de atención del director: la libertad del entorno que permite al creador pintar, dibujar y tallar maderas con todas sus ansias. Una película de contrastes entre las estrecheces de París y la amplitud de espacios en el Pacífico Sur, entre el cuerpo desnudo de sus modelos de tez morena y los largos trajes blancos de los feligreses que asisten a la iglesia. Gauguin, Viaje a Tahiti es la historia de un rebelde, un postergado, un apasionado por su metier que tendría, como muchos pintores, un reconocimiento tardío.
Retrato del buen salvaje. Paul Gauguin (1848-1903) emprendió viaje a Tahití por primera vez en abril de 1891 y llegó a la isla «el 8 de junio por la noche, después de sesenta y tres días de travesía», según relata él mismo en Noa Noa, el diario de su estancia allí en el que se inspira la película. Permaneció en la isla hasta agosto de 1893 en que volvió de nuevo a Francia. Ese tiempo es el período que recrea la película Gauguin, viaje a Tahití. Dos años de la vida de un artista inmortal que creó durante ese período algunas de las obras más representativas e influyentes de la pintura moderna. Volvió a la isla, en 1895, en un segundo viaje. Vivió en ella seis años antes de instalarse definitivamente en Las Marquesas, en 1901, donde murió pobre, enfermo y solo, el 8 de mayo de 1903. Noa Noa es un canto de admiración, casi lírica, a la cultura maorí, sus gentes, sus dioses, su primitiva pureza y a la naturaleza que los ampara. El canto a una civilización a punto de desaparecer que Gauguin intenta atrapar en su pintura antes que se desvanezca del todo. El director Édouard Deluc, que también forma parte del equipo de guionistas de la película y es un admirador confeso del artista, hace una adaptación muy libre y algo romantizada del diario de Gauguin, e igual que omite algunos pasajes y datos concretos, crea (el trío sentimental con Jotefa no fue real, pero sí el personaje), recrea (la pesca de los atunes) o inventa otros (como el encierro, por celos, de Tehura en casa) amparándose en su licencia artística como cineasta para imaginarse aquella aventura con total libertad creativa. No obstante estas licencias, consigue transmitir en muchos momentos el espíritu de libertad y la emoción salvaje que el artista expresa en el libro. Especialmente en las secuencias en que prescinde del diálogo y deja que hable la imagen. Con una banda sonora, tan bien integrada, que empasta perfectamente con ella. La película se inicia con una especie de prólogo que pone al espectador en antecedentes sobre la situación del artista en el París de 1891. En esta breve introducción vemos a un Gauguin viviendo casi en la indigencia, hastiado del ambiente de una ciudad que le asfixia, incomprendido e impaciente por buscar nuevas fuentes de inspiración. Asistimos al plantón de sus colegas artistas que se niegan a viajar con él, al rechazo que produce su arte, a sus desparrames nocturnos, como esa fiesta tan loca que le montan sus amigos (en la que Mallarmé pronuncia un emotivo discurso de despedida) y conocemos a su familia oficial: su esposa Mette y sus cinco hijos, con los que pretendía viajar, pero que deciden finalmente no acompañarle. Después de una elipsis que nos escamotea el viaje en barco y sus primeros meses de estancia en Papeete, le encontramos ya instalado en la aldea de Mataiea, en medio de la selva, viviendo solo, con una salud precaria, en una choza de bambú. Intentando valerse por sí mismo, pero sin las habilidades necesarias para procurarse sustento. En estas secuencias, la película consigue transmitirnos su lucha con la naturaleza y el sentimiento de inferioridad del artista frente a los nativos, tal y como lo expresa en su diario: «era pues yo, el civilizado, singularmente inferior, en esas circunstancias, a los salvajes». En aquella época, Tahití era la isla más poblada de la Polinesia francesa. Su capital, Papeete, estaba muy europeizada y este ambiente no gustó a Gauguin que precisamente había venido huyendo de él. Así lo expresa en su diario: «Aquello era Europa —¡la Europa de la que yo había creído librarme!— con las especies agravantes, además del esnobismo colonial, la imitación, grotesca hasta la caricatura, de nuestras costumbres, modas, vicios y ridiculeces civilizadas». Gauguin buscaba en Tahití, además de su hermosura física, la pureza primitiva de la raza maorí, «su antigua grandeza, sus personales y naturales costumbres, sus creencias y sus leyendas». Para eso se adentró en la selva e intentó vivir como ellos. Allí encontró algo de ese Paraíso perdido a punto de extinguirse, como esa Eva primitiva que encarna la joven Tehura, una niña de trece años (un dato que la película omite), entregada como esposa al artista por sus propios padres. Un acto natural entre los nativos imposible de entender con nuestra mentalidad actual y que el propio artista, en el libro, consciente de lo chocante de este dato incluso para su época, matiza: «…de alrededor de trece años, que correspondía a los dieciocho o veinte de Europa». Tehura no fue la única relación tahitiana del artista, pero sí la que dejó su huella en Noa Noa y en muchas de las sesenta y seis obras que pintó entonces. Con ella, según expresa en el libro, tuvo una vida plenamente feliz, sin conciencia del tiempo. Viviendo como un «salvaje» y sintiendo como un niño. Su ruptura, los episodios de celos y la atracción entre Tehura y Jotefa es un constructo del director para darle emoción dramática a la historia. La apuesta estética de la película combina los tonos fríos (de verdes y azules) de las escenas diurnas con las cálidas y minimalistas imágenes nocturnas, algunas de ellas filmadas solo a la luz de las velas. La fotografía se decanta por un cromatismo menos intenso y más terrenal que el que Gauguin utiliza en sus pinturas. Un contraste que pretende mostrar que el Tahití de colores primarios que Gauguin inventa en sus cuadros no era real. Era un mundo imaginado. No era la civilización pura que esperaba encontrar sino una cultura contaminada por los colonizadores y sus imposiciones políticas, económicas y religiosas. Quien pretenda encontrar en la película el retrato fiel del personaje o profundizar en el proceso creativo del artista se sentirá defraudado. Deluc hace un retrato poco comprometido de Gauguin, a quien no juzga moralmente y del que evita aportar datos incómodos y controvertidos de su biografía. Gauguin, viaje a Tahití es el primer tramo de la odisea maorí de Gauguin, un período muy productivo, intenso y puro del último tramo de su existencia que él mismo se encargó de idealizar en su libro, un libro que, como la película, no habla nada (o muy poco) de arte y sí mucho de vida.
En su segunda película, el director Édouard Deluc nos introduce en un período de la vida del pintor francés Paul Gauguin, aquel en el cual se establece en Tahití, en la Polinesia Francesa. Estamos en 1891. El artista (Vincent Cassel) siente un profundo hastío por la vida convencional y superficial que lleva en París, por lo cual no halla inspiración para pintar. Con el objetivo de renovar su arte y encontrarse a sí mismo, se exilia en Tahití, abandonando a su familia, ya que su esposa decide no acompañarlo en esta aventura. Gauguin se instala en una aldea, lejos de la capital, y comienza a pintar de forma desenfrenada. Se sobrepone a la pobreza, la soledad y la enfermedad cuando conoce a la joven nativa Tehura (Tuheï Adams), de quien se enamora perdidamente. Ella se convierte en su esposa y en la modelo de sus grandes cuadros. El pintor parece renacer, está efusivo, se siente fuerte, está feliz. Su arte se retroalimenta gracias a su relación con Tahura. Se redescubre a sí mismo en su contacto con la naturaleza y con los nativos. Sin embargo, los buenos tiempos se acaban debido a que en la última etapa de su estancia en la isla, el vínculo de Gauguin con su esposa se deteriora cuando Tahura es cortejada por un joven nativo. El tema central en el cual el realizador pone el foco es la ruptura de los cánones morales y estéticos de la civilización occidental, que Gauguin produce a partir de su arte y su estilo de vida en la isla. De la prisión asfixiante que vivía en Francia pasa a un estado puro y salvaje en el cual transforma el arte establecido en un arte romántico y rebelde sin ataduras de ningún tipo. El guion, escrito por el propio Deluc junto a Étienne Comar, Thomas Lilti y Sarah Kaminsky, se basa en el diario de viaje que el pintor publicó en una revista francesa. Si bien los lineamientos generales de la historia son satisfactorios, el relato no termina de conmover ni convencer, le falta fuerza, contundencia. Esto se debe a que el periplo de Gauguin en Tahití podría haberse explotado mucho más a nivel narrativo, haciendo énfasis en la fase introspectiva del artista, en su viaje interior. Sin duda, el filme alcanza su punto cumbre gracias a su protagonista, Vincent Cassel, en uno de los mejores trabajos de su carrera, quien en un auténtico tour de force interpretativo compone con total entrega todas las facetas del complejo personaje: el débil y enfermo, el exaltado y apasionado. Tuheï Adams lo acompaña correctamente, mostrando la dulzura y la delicadeza de Tahura. La fotografía de Pierre Cottereau realza con justeza los bellos paisajes de la isla mientras que la música de cuerdas de Warren Ellis subraya acertadamente los tramos más salientes de la película.
Generalmente las biopics son relatos que se basan en hechos reales que rodean a artistas, personalidades históricas, deportistas, políticos y todo tipo de figura cuya vida tenga ciertos pasajes que merecen la pena ser contados. “Gauguin: Voyage de Tahiti” es un film que se propone indagar en cierto período de la vida del pintor francés Paul Gauguin y su viaje a Tahití, abandonando a su familia en tierras parisinas para poder perseguir su sueño de encontrar la inspiración que lo lleve a una pintura libre, salvaje y lejana de los códigos morales, políticos y estéticos de la Europa civilizada. Así es como se adentra en la selva, haciéndole frente a la soledad, la pobreza, la enfermedad, cambiando de aire para tratar de despertar ese espíritu artístico. Allí conocerá a Tehura, que se convirtió en su esposa y protagonista de sus más grandes pinturas. A primera vista, el viaje que propone el largometraje parece ser sumamente interesante por la enorme figura del pintor, interpretado por el siempre genial Vincent Cassel (“Irreversible”), y por aquel atractivo período que llevó al protagonista a convertirse en el renombrado abanderado del postimpresionismo. Convengamos que también resulta curioso el caso de que haya alcanzado el reconocimiento detrás de su fallecimiento, lo cual no hace más que agrandar la leyenda de lo que se nos está contando. Sin embargo, todos estos elementos no son suficientes para compensar el tratamiento superficial a nivel narrativo y el carácter reiterativo, por momentos poco inspirado, de lo que se nos muestra. Edouard Deluc (Mariage à Mendoza) no logra generar interés y/o algo sustancial para relatar acerca del tortuoso y atribulado camino que recorre Gauguin. El sufrimiento del artista es mostrado y sugerido a partir de la sentida interpretación de Cassel y las bellísimas imágenes que propone Pierre Cottereau, consiguiendo retratar los preciosos paisajes de Tahití con destreza y el grado justo de poética, pero después falla a nivel narrativo. Es como que la serie de acontecimientos carece de cohesión y viajan a la deriva a través de una parsimonia que tampoco lleva a conectar con el espectador. Todos los condimentos están ahí, una historia de base seductora, un buen elenco y un elevado trabajo a nivel fotografía. Lo que le falta al relato es unir todas esas partes en un guion un poco más trabajado. Si bien se reflejan ciertas actitudes y pasajes de la vida de Paul Gauguin, la cinta carece de la profundidad necesaria para poder revelar con mayor detalle la naturaleza del artista y el vínculo entre su dolorosa vida y la obra producto de ella. “Gaugin: Viaje a Tahiti” relata de manera monótona y trivial el periplo que atravesó el famoso pintor en un film que podría ser mucho más por la calidad técnica e interpretativa que rodea al relato.
Gauguin, viaje a Thaití, de Édouard Deluc Este film nos relata de manera impecable y sin fisuras un período fundamental en la vida y obra del apasionado y salvaje artista francés, no reconocido en su época, Paul Gauguin, quien se sentía asfixiado y poco motivado por la atmósfera frívola y artificial del París de su tiempo. Su idea es alejarse de los códigos morales, políticos y estéticos de la Europa civilizada por lo que se exilia en Tahití para reencontrarse a sí mismo, conectarse con su naturaleza exótica y retomar así su camino artístico, despojándose de toda comodidad y enfrentándose a la total incertidumbre. Como un artista fiel a sus convicciones, toma una decisión radical que no es bien recibida por su esposa, quien no lo acompaña, por lo cual emprende su aventura a la isla en solitario. Para ello deja a sus cinco hijos. Se instala en una choza construida por sus propias manos. Algo cambia en él cuando observa, como un intruso, una escena paradisíaca nocturna: mujeres que bailan alrededor del fuego. Allí se da cuenta de forma intuitiva que forman parte de la metáfora del mundo que está buscando, encontrándose en el lugar correcto que le servirá para alimentar su motor creativo. Es entonces cuando comienza a trabajar apasionadamente, pintando y tallando en un estilo inspirado en el arte primitivo específico y salvaje de la isla. Durante su estadía de dos años, Gauguin sufrirá la pobreza y otros pesares. Absorto en su vida de hombre libre y desafiando a la soledad y la enfermedad, conoce a Tehura, quien se convertirá en su mujer y modelo para sus mejores cuadros. Nunca se había sentido tan inspirado. El pintor se fue en busca de miradas genuinas y cautivadores paisajes y ¡vaya que los encontró! La actuación de Vincent Cassel es extraordinaria – como nos tiene muy bien acostumbrados – en este caso interpretando a Paul Gauguin, y gracias a sus dotes actorales de características pasionales nos transportamos en esta parte de la vida del pintor y conocemos el sufrimiento, las miserias, luchas internas e incomodidades por las que atraviesa un verdadero artista incomprendido, no valorado, que murió en la pobreza y fue reconocido tiempo después de su fallecimiento; hoy considerado uno de los mejores pintores postimpresionistas de la historia y que fuera de gran influencia para los vanguardistas franceses y artistas modernos como Pablo Picasso. El mar lo llamó y él supo responderle, convirtiéndose así en su fiel compañía. Este formará parte de sus días, lo inspirará y será testigo de su felicidad. Su majestuosidad, el aire renovado que se respira gracias a él, la fluidez y la armonía de su sonido terapéutico, estarán muy presentes desde el principio hasta el fin en el ambiente, en su corazón y en las pinturas del hombre que se reconoce niño. Él es un gran artista y lo sabe.
En busca de inspiración “Gauguin, viaje a Tahití” (Gauguin: Voyage de Tahitiaka, 2017) es un drama biográfico francés dirigido por Edouard Deluc, siendo éste su tercer largometraje. Escrito por Deluc, Etienne Comar, Thomas Lilti y Sarah Kaminsky, el reparto incluye a Vincent Cassel (El Cisne Negro), Tuhei Adams, Pernille Bergendorff, Teiva Monoi, Marc Barbé, entre otros. París, 1891. El artista plástico Paul Gauguin (Vincent Cassel), cansado de ver siempre las mismas caras y objetos de Francia, decide viajar hacia la isla de Tahití para cambiar de aire y poder realizar pinturas más significativas. Aunque le insiste a su esposa Mette (Pernille Bergendorff) que luego se una a él en esta travesía y lleve a sus cinco hijos pequeños, la mujer decide no acompañarlo al no estar de acuerdo con la aventura que propone Paul. En la selva tropical, Gauguin conocerá a Tehura (Tuhei Adams), joven que mantendrá una relación amorosa con el pintor (aprobada por sus padres a pesar de la diferencia de edad) y será la protagonista de varios de sus cuadros. Rodada en la Polinesia y luego en París, con “Gauguin, viaje a Tahití” seremos testigos de solo un tramo en la vida del artista, una etapa muy significativa que estuvo marcada por el amor, la exploración y la sencillez. Con un ritmo pausado y sereno, el filme sale airoso gracias a la interpretación de Vincent Cassel, que desde su mirada logra empatizar con el espectador a pesar de las variadas decisiones erróneas que Gauguin tomó en ese tiempo. Entristece ver cómo el trabajo de Paul, el cual disfrutaba mucho haciéndolo, para la época no tenía valor ni se le daba un poco de la atención que merecía; a la vez, el actor transmite muy bien la desesperación al quedarse sin lienzos para pintar ni dinero con el que salir a flote. La fotografía es otro punto fuerte de la película. El cinematógrafo Pierre Cottereau nos ofrece muchos paisajes naturales donde el foco está puesto en la belleza del cielo, las cascadas, colinas y los diferentes tonos de verdes en la vegetación. Hay un buen balance entre los momentos lindos, como el disfrute de Gauguin al pintar a su amada o correr con los niños de la tribu, y los más dramáticos tales como cuando Paul sufre un ataque al corazón o se dedica a ser estibador ya que nadie se fija en su arte. El problema de la cinta está en que no tiene un inicio, desarrollo y desenlace bien marcado, todo se maneja en una misma línea que no la hace ser una producción memorable. Algunas situaciones entre Paul y Tehura podrían haber sido más detalladas, como sí queda en evidencia la naturalización de la violencia de la mujer en ese momento; sin embargo la película constituye un buen material para los que quieren conocer la solitaria y sufrida vida de Gauguin, un hombre que, como muchos otros pintores, murió en la indigencia y solo después de su fallecimiento fue reconocido como debía.
La película de Edouard Deluc es una nueva biopic, en éste caso refleja parte de la vida del gran pintor francés Paul Gauguin, interpretado por Vincent Cassel, durante su estancia en una aldea de la Polinesia francesa llamada Mataiea. De hecho, la película está basada en un libro acerca de este viaje que el pintor publicó luego en una revista. Al comienzo, se lo ve hastiado de su vida en París, donde no es reconocido y donde no le va bien. Vive con su esposa Mette y sus cinco hijos en la pobreza, por lo cual decide partir, y ellos no lo acompañan. Finalmente, luego de un largo viaje, llega a Papeete en busca de un cambio e inspiración. En la aldea antes mencionada conoce a la que luego sería su esposa, Tehura (Tuhei Adams), de tan sólo 13 años, quien se convierte en su musa inspiradora en una etapa muy creativa y liberadora, en contraposición a la sociedad conservadora que dejó en París. Luego de unos años de vida salvaje y en pareja, un hecho confuso cambia todo. Un pintor sufrido, como tantos, que sólo logra fama mundial luego de su desaparición y termina muriendo pobre y en soledad. Una muy buena actuación de Vincent Cassel, como ya nos tiene acostumbrados, buena música de Warren Ellis, como así también excelente fotografía de Pierre Cottereau. ---> https://www.youtube.com/watch?v=T40-OisULWA ---> TITULO ORIGINAL: Gauguin ACTORES: Vincent Cassel. Pua-Taï Hikutini, Tuhei Adams. GENERO: Romance , Drama , Biográfica . DIRECCION: Edouard Deluc. ORIGEN: Francia. DURACION: 100 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años FECHA DE ESTRENO: 18 de Octubre de 2018 FORMATOS: 2D.
Las películas inspiradas en biografías de artistas plásticos pueden dividirse entre aquellas que buscan ser complacientes con las figuras y las que arremeten contra ellas. El caso de esta propuesta se enmarca en la segunda propuesta, con un arrollador VIncent Cassel como el celebre pintor que buscaba el equilibrio preciso entre la imagen y la naturaleza y que terminó perdiéndose en un abismo del que nunca pudo volver.
“Gauguin, viaje a Tahití”, de Edouard Deluc Por Marcela Barbaro La escena parisina de fines de siglo XIX no tenía nada para ofrecerle al pintor francés Paul Gauguin. “Sólo quiero crear un arte sencillo, decía. Para ello necesito empaparme de una naturaleza virgen, no ver nada más que salvajes”. Esa necesidad, lo llevó a dejar todo y viajar a Tahití en 1891. Allí, pasará un período de su vida, donde podrá redescubrirse como artista. También encontrará el amor en su musa y la virginidad de la selva para inspirarse, lo que le permitió llevar su obra a su máxima expresión. La historia lo recordará como uno de los más importantes pintores post impresionistas, junto a Cezanne y Van Gogh, del arte moderno. Gauguin, viaje a Tahití, del director francés Edouard Deluc (¿Dónde está Kim Basinger?, 2009; Je n’ai jamais tué personne, 2002), es una biopic que narra el período en que Gaugin, interpretado por el gran Vincent Cassel, deja su país para irse a la Polinesia en busca de una mayor motivación para volcar en sus cuadros. Entre los lugareños, conocerá a Tahura (Tuhei Adams), quien se convertiría en su mujer y en modelo de sus cuadros más famosos. El costo de su deseo, será alto. Pasará momentos de hambre, miseria y problemas de salud, sin que le impidan abandonar su pasión por la pintura. El cine se nutrió de muchas películas que abordan la vida de pintores famosos: Van Goh (1991) de Maurice Pialat; Sobreviviendo a Picasso (1996) de James Ivory; Frida (2005) de Julie Tamor o Renoir (2012) de Gilles Bourdos, entre otras. Todas, a su manera, comparten narrativa y estilísticamente, tópicos comunes. El argumento evoca el proceso de transformación del hombre devenido en artista. Los relatos, generalmente, tienen un formato clásico y las acciones siguen un orden cronológico, que se acompaña con algún intertitulo. Los escenarios recrean el espacio de sus vivencias y lo contextualizan bajo una estética pictorisista. Por último, se autoimponen imágenes propias que se identifican en la obra del autor y son reconocidas por el espectador. En éste caso, Gauguin, viaje a Tahití, no es la excepción, ni aporta alguna novedad al género. Rodada en Polinesia y en París, la película de Deluc conjuga varios temas en torno a la vida del pintor, del que no se profundiza como se esperaba: está presente el colonialismo, el egocentrismo, los sacrificios y el sometimiento afectivo, como así también, la idea de la trascendencia desde el arte. Las imágenes exportan la belleza externa de paisajes exuberantes, plasmados en los cuadros colmados de colores y matices. En esa fusión entre lo externo y lo interno (subjetividad del artista), pareciera que lo representado y lo representable se uniesen en un mismo sentido. Pero más allá de éste encuentro alcanzado entre el pintor y su inspiración, no hay mucha progresión dramática entre las escenas ni en la historia misma del protagonista. Más bien, participamos de cierta monotonía, que desluce el “detrás de escena” de aquellos maravillosos cuadros. GAUGUIN, VIAJE A TAHITI Gauguin: Voyage de Tahiti. Francia, 2017. Dirección: Edouard Deluc. Guión: Edouard Deluc, Etienne Comar, Thomas Lilti y Sarah Kaminsky. Intérpretes: Vincent Cassel, Tuheï Adams, Malik Zidi, Pua-Taï Hikutini, Pernille Bergendorff, Marc Barbé, Paul Jeanson, Cédric Eeckhout, Samuel Jouy, Scali Delpeyrat. Producción: Bruno Levy. Distribuidora: Impacto. Duración: 102 minutos.
Pinceladas sobre un Gauguin insaciable El largometraje Gauguin: Viaje a Tahití (Voyage de Tahitiaka, 2017) pertenece al género biopic, basado en el artista plástico posimpresionista Paul Gauguin, el cual se centra en su primer viaje y estadía en Tahití. El film invita al espectador a sumergirse en un colorido viaje que comienza en 1891, junto con el personaje del pintor, interpretado por el siempre convincente Vincent Cassel. Es pertinente mencionar que existen al menos tres películas previas sobre Gauguin dos de ellas de formato televisivo: Gauguin, the savage (1980) y el documental Gauguin: The Full Story (2003), y Oviri (1986). En ambas películas de los ´80, el viaje a Tahití tiene importancia, pero Gauguin: Viaje a Tahití se centra en esa experiencia en sí misma. Gauguin cansado de la rutina parisina, la vida precaria del artista y de la rutina, decide marcharse a un sitio completamente distinto en busca de inspiración influenciado por la “moda Europa” de aquel entonces del interés por otras culturas. Sin embargo, no todos sus colegas estaban dispuestos a hacerlo, en dicho sentido Gauguin: Viaje a Tahití refuerza constantemente la rebeldía y necesidad de búsqueda constante de Gauguin. Al parecer el film está basado en su diario de viaje titulado Noa Noa y algunas cartas suyas. Al llegar a Tahití no todo es como se imaginó, su situación económica sigue siendo complicada, a pesar de que allí es un europeo, en una colonia francesa. Todo cambia cuando conoce a la joven Tehura, nativa del lugar, quien será su musa inspiradora. El relato construye entonces un Gauguin, que, a diferencia de sus colonizadores compatriotas, está dispuesto a aprender e integrarse a una cultura tan distinta, y absorber de ella -y del paisaje- todo lo que pueda para plasmarlo en su obra. Allí el colorido trópico y la saturación de colores, y la temática del lugar, tanto del paisaje como de sus habitantes, se plasmarán en su obra, generando un nuevo lenguaje que se distancia por completo de la tradición europea artística de ese entonces. Gauguin: Viaje a Tahití esboza con sutileza la personalidad del artista en cuestión, resaltando su oposición al crudo colonialismo francés. El cual se representa en el film por ejemplo en las escenas en las que Gauguin se opone a la imposición de la religión cristiana sobre los nativos. Asimismo, se expresa su respeto por dicha cultura maravillado por el “exotismo” y lo “primitivo” de la misma explorando incluso nuevas técnicas como la escultura en madera y el grabado. Quizás, ese respeto por otras culturas tan diversas a la suya, lo haya aprendido de su madre quien era una admiradora del arte precolombino peruano. Además, se hace hincapié en la ideología de Gauguin de producir un arte que sea producto del espíritu y su desprecio por el arte mimético, como mera reproducción de la realidad. En ese viaje antropológico de Gauguin, él encuentra lo que buscaba, es decir, “algo interesante para pintar”. En conclusión, Gauguin: Viaje a Tahití representa un momento crucial de la vida del artista, de forma no idealizada puesto que también muestra sus egoísmos para con sus parejas sentimentales, e incluso su falta de racionalidad por momentos. La película simboliza de forma implícita las diferencias culturales, de género y clase acompañadas de una belleza formal más que destacable. Es un film ideal para amantes de las artes visuales, que muestra varias aristas de la personalidad de Gauguin, a quien en definitiva esa misma curiosidad y exploración que hicieron que no sea reconocido en su tiempo, lo convierten en uno de los artistas más importantes en la historia del arte y, al igual que su contemporáneo Van Gogh, obtiene su verdadero reconocimiento post mortem.
Gauguin, viaje a Tahití, en lo básico abarca el período (1891 a 1893) en el que el pintor postimpresionista deja tanto el París complicado y enrarecido, como sus propias luchas creativas y hasta financieras, a la par que a su familia, esposa y cinco hijos, que no lo acompaña en el viaje, a la Polinesia francesa. Esa fase o ese ciclo de la vida artística del pintor es una de las más ricas, y en donde realiza tal vez muchas de sus obras más importantes. Allí conoce a la adolescente Tehura ((Tuheï Adams), de quien se enamora y convierte en su musa inspiradora, y ella acepta ser prontamente su esposa. Tehura aparece en muchas de las pinturas de Gauguin, quien no la pasó bien de salud -era diabético y sufrió problemas cardíacos-, pero bien se las arregló para pintar a la luz de las velas, en medio de la naturaleza, y vivió de la tierra. Qué lo impulsa a la creación, cuánto influyó el espacio, si las oportunidades aparecen solas o si hay que encontrarlas son algunas de los interrogantes que plantea la película, que no interpela nunca al espectador. Es que con algunas libertades en cuanto a hechos reales, la película de Edouard Deluc se basa en el diario de viaje del propio Gauguin, Noa Noa (que significa fragancia en tahitiano), y deja algunos cabos sueltos por allí. Gauguin era un hombre celoso -habría que ver cómo le iría en estos días con las cosas que imponía a su amada-. Deluc, quien vino a rodar a la Argentina, en Salta haciendo pasar por Mendoza, y Buenos Aires Voyage, Voyage (2012), aprovecha la expresividad de Vincent Cassel (Irreversible, El cisne negro), ya que su película es más rica en la creación de climas y atmósferas que en diálogos. Cassell siempre tiene un gesto que sorprende, y esto le viene a la película como anillo al dedo. Una pena que no se vea o profundice tanto el proceso de creación del pintor, y no es que se lo dé por hecho o entendido en el relato. Al final, sí, hay imágenes que refieren a su obra, que recuerdan a este hombre que alcanzó la fama, como tantos, ya muerto antes que en vida.
Gauguin, viaje a Tahiti es una biopic sobre este famoso pintor postimpresionista francés, interpretado por Vincent Cassel, que narra su primer viaje a esta isla de la Polinesia en busca de inspiración. Gauguin, viaje a Tahití es una película francesa que relata el primer viaje de Paul Gauguin, famoso pintor postimpresionista, a esa isla de la Polinesia. Protagonizada por Vincent Cassel, uno de los máximos referentes del cine francés actual, cuenta además de Tureï Adams como Tehura, su esposa y musa inspiradora. Quien dirige y forma parte del equipo de guionistas es Edouard Deluc, en su segunda oportunidad detrás de las cámaras después de Boda en Mendoza. La historia, con un guion basado en el diario de viaje del pintor, empieza en Paris en el año 1891, cuando Paul Gauguin abandona su familia y viaja a Tahití en busca de inspiración. Allí se redescubre a sí mismo en el contacto permanente con la naturaleza. Comienza una etapa muy prolífica de su carrera artística y conoce a Tehura, una joven nativa con la que se casa, y que se convierte en modelo de muchas de sus obras. Pero los problemas como la falta de dinero o las enfermedades no tardan en aparecer, y para colmo de males su esposa empieza a ser cortejada por un joven. Como queda demostrado en el argumento, Gauguin, viaje a Tahití vuelve a tratar el tema del choque de culturas, muy explotado por el cine. En este caso, al igual que el teniente Dumbar de Danza con lobos, Paul Gauguin se aleja de su gente para compartir el estilo de vida de los nativos. Por eso Vincent Cassel es el actor ideal para interpretarlo, ya que siempre se destacan sus personajes apasionados que toman decisiones extremas. Y Tuheï Adams es un hallazgo, porque sabe combinar la inocencia de una joven criada en un ambiente silvestre con la seducción de una modelo artística. Desde el punto de vista técnico, vale la pena destacar la belleza de los paisajes selváticos, que logra fotografiar Pierre Cottereau y nada tienen que envidiarle a John Toll, y su notable trabajo como fotógrafo de exteriores. A lo que hay que sumarle la música compuesta por Warren Ellis, que le aporta un tono épico muy necesario. En conclusión, Gauguin, viaje a Tahití es una película que cumple con lo que promete: contar la historia de un viaje lleno de aventuras de un artista plástico que encuentra la inspiración en el contacto con la naturaleza. Y si bien no alcanza a ser una obra maestra, porque entre otras cosas su corta duración le juega en contra porque no permitirle desarrollar más algunos temas como la destrucción de su segundo matrimonio, le regala un momento agradable al espectador.
Una de las obsesiones del cine francés son las biopics de sus ilustres artistas: músicos, escritores y todo aquel o aquella que haya tenido una vida lo suficientemente sufrida o épica y un legado valioso como para justificar una película. Tras la reciente Rodin, ahora es el turno de Gauguin: Viaje a Tahití, película de Edouard Deluc que se concentra en los dos primeros años que Paul Gauguin (Vincent Cassel) pasó en la Polinesia. El film comienza en la París de 1891. En ese ámbito dominado por el esnobismo y las convenciones, Gauguin no se siente nada a gusto (y sus obras tampoco terminan de gustar al establishment). El artista intenta convencer a su esposa y a sus cinco hijos de acompañarlo en su exilio, pero se niegan. Solo, en busca de recuperar la pasión por y la pureza de su arte, se instala en Mataiera, un selvático poblado alejado de Papeete, donde sobrevive con lo básico, en la más absoluta austeridad, pasando incluso muchas veces hambre y sufriendo crecientes problemas de salud. Allí se enamora de Téhura (Tuhei Adams), una lugareña que se convertirá en amante y musa. Cuidada y prolija. Eso es lo mejor que puede decirse de este drama biográfico que en la mayoría de sus pasajes carece de la tensión, la intensidad, los matices y la profundidad que podría esperarse de un acercamiento a una figura de esas dimensiones y en un contexto tan extremo. La belleza de ciertas imágenes y de la música de Warren Ellis (habitual socio de Nick Cave) compensan solo en parte un film que por momentos resulta demasiado elemental y anodino.
Todos los caminos conducen a esa isla Como en films anteriores, aquí también el centro es la última etapa del pintor. Lo mejor es la presencia de Vincent Cassel. El cine adora a las figuras trágicas, porque siempre representan la excusa perfecta para filmar una película. Si estas figuras surgen de la realidad y en particular del universo de las artes en el siglo XIX, muchísimo mejor. En esta categoría el nombre del pintor francés Paul Gauguin califica bien alto, aunque es cierto que lejos de lo más alto del podio, ocupado por otro artista plástico genial y aún más trágico, como el colorado Vincent Van Gogh. Hoy se estrena Gauguin, viaje a Tahití, dirigida por Edouard Deluc, que sin embargo está lejos de ser la primera película dedicada a este pintor, famoso por la representación de imágenes de la vida al natural en la famosa isla de la Polinesia, que componen la etapa final de su obra. Dentro de la filmografía dedicada a él se encuentra el telefilm de 1980 Gauguin, el salvaje, transmitido por la televisión argentina con asiduidad durante esa década. Ahí el pintor era encarnado por David Carradine. Puede mencionarse también la curiosidad de que fue interpretado en películas distintas primero por un famoso actor y años más tarde por su hijo, no menos popular. Se trata de Donald y Kiefer Sutherland, quienes se pusieron en la piel de Gauguin en Oviri (1986) y Paradise found (2003), respectivamente. Todas las películas mencionadas tienen su eje sobre aquello que acabó por imponerle a la obra de Gaugin su propia personalidad: el viaje a Tahiti. Ya desde el título queda claro que esta nueva producción también se aferra a esa regla. El viaje se produce luego de un breve primer acto que cumple con la función de justificar la decisión del pintor de abandonar París en 1891 para instalarse en la lejana isla del Pacífico. Su marchand no conseguía vender su trabajo y por consiguiente su nombre no terminaba de instalarse como parte de la crema pictórica de la capital francesa, que en esa época era además la capital mundial del arte y la cultura. Una esposa y cinco hijos apiñados en un pringoso departamento no hacían las cosas más fáciles. “Acá en París ya no hay paisajes que pintar”, le dice el artista a un grupo de colegas durante una cena y la decisión de cambiar Francia por Tahití tiene que ver con eso. La forma que Gauguin encontró para darle a su trabajo una nueva vida. Pero el viaje también representa un cambio todavía más profundo: el de abandonar la civilización para abrazar un regreso a las fuentes en el que Gauguin buscaba encontrar la esencia de lo humano. La película aborda esta búsqueda de manera partida. Por un lado recurre a una puesta en escena que se apoya en el naturalismo de las actuaciones, que sin embargo contrastan con el explícito esmero puesto en tratar de emular la mirada del pintor ante su nuevo entorno, a través de las estructuradas puestas de cámara, los encuadres y una fotografía de pretensión virtuosa. Una musicalización por momentos sobrecargada y redundante lleva la cosa unos cuantos pasos más lejos de la inicial búsqueda naturalista. Quizá la decisión más acertada de la película, que nunca consigue ir más allá de la corrección ni apartarse del estricto Manual de la Buena Biopic, es la elección del actor francés Vincet Cassel para interpretar a Gauguin. Su cara angulosa de facciones perfectamente cubistas resulta un festival para la cámara. Masculino y bello al extraño modo en el que también lo era Jean-Paul Belmondo, Cassel tiene un rostro que parece haber sido hecho para ser filmado y el director Deluc aprovecha al máximo esa rara fotogenia. Es Cassel con su intensidad quien vuelve verosímil el drama de Gaugin y el resto lo acompaña sin desentonar, es cierto, pero sin tampoco conseguir en ningún momento ponérsele a la par.
Cómo hacer de ningún conflicto una película inmensamente bella, es lo que habrá pensado el director Edouard Deluc ("Voyage, voyage") cuando leyó el guion del triunvirato francés compuesto por Thomas Lilti, Etienne Comar y Sarah Kaminsky. Por lo pronto, habrá pedido expresamente la participación de la estrella gala Vincent Cassel y así asegurarse un buen colchón artístico. A eso le sumó los escenarios naturales de las playas de Tahití y, con el aura de Paul Gauguin flotando en el aire, construyó una maravillosa cinta en la que no sucede mucho, pero que hipnotiza de principio a fin. "Gauguin, viaje a Tahití" cuenta sobre un momento en la vida del pintor francés Paul Gauguin, que vacío y aturdido por todos los protocolos civiles de su París cotidiano, parte a Tahití a concretar todo ese caudal artístico que sentía estancado. Y es allí, en plena isla, entre la miseria, los pocos recursos y en el umbral de su enfermedad terminal, que logra uno de los momentos más lúcidos de su obra; que coincide, justamente, con el alejamiento de su pareja y madre de sus hijos, Mette, y su vínculo sentimental con Tehura, una mujercita regional quien fuera la musa de sus más reconocidas obras: "El espíritu de los muertos vela", "¿Qué, estás celosa?" y "La semilla de Areoi", todas del año 1892. EL MEJOR Vincent Cassel, el mejor actor francés de la actualidad -y, tal vez, uno de los mejores de las últimas décadas-, es quien lleva esta película a las esferas de la excelencia. Sus gestos, su mirada y su camaleónica estética le dan vida a un Gauguin desahuciado, que dentro de su barullo mental tiene buenos gestos. Tehura, su nuevo y prohibido amor, es cuerpo y rostro de la actriz Tuhe• Adams, quien actúa de manera fotográfica, un gran logro del director Deluc, quien propone su película como una biopic, aunque de biografía sólo tenga dos años en la cronología del reconocido pintor, quien murió a los 54 años, en la miseria y en absoluta soledad. El guion en sí no es más que un breve párrafo de Wikipedia; sin embargo, el arte que le imprime su director hace de "Gauguin, viaje a Tahití" una película atrapante. Una trama que va del drama al romance, con dejos de documental ficcionado, en la que vamos descubriendo la génesis de importantes cuadros que hoy están valuados en millones de dólares. Mención especial para su director de fotografía, Pierre Cottereau, quien genera de cada ángulo un paisaje único. Para disfrutar del cine en todo su esplendor.
Pasional, de carácter fuerte, Paul Gauguin dejó su empleo como corredor de bolsa, su mujer y sus hijos (el último de sólo dos años) para embarcarse rumbo a la Polinesia Francesa, allá en el medio del océano Pacífico. Muchos le costearon el pasaje de ida. Quizás algunos esperaban que no volviera. En cambio, él esperaba encontrar la infancia de la humanidad, la pureza de lo primitivo que acaso aún se conserva en esos lares lejanos. Ciertamente encontró sinsabores, desilusiones, angustias, enfermedades, pero también el impulso de una nueva etapa creativa, la sensación de haber tocado el paraíso, y un hijo más, ahora con una nativa de apenas 14 años. Quedará luego un libro de recuerdos y reflexiones, "Noa Noa", algo así como "muy perfumado" (hay edición en español) y un lote de pinturas fascinantes, dos de las cuales hoy integran el patrimonio del MNBA de Buenos Aires. Esta nueva versión del famoso viaje del pintor a Tahití se guía por el libro, pero no lo transcribe. Más bien intenta mostrar el esfuerzo físico, la tortura interior, el anhelo de comunicación con una sociedad más simple, que habitaba en el alma del artista. Vincent Cassel, rostro tallado a navaja, transmite todo eso. Pierre Cottereau, director de fotografía, lo envuelve y lo ilumina con imágenes preciosas, pero nunca preciosistas, ni forzosamente vinculadas al estilo del pintor. Eso queda para Tuhei Adams, que parece salida de uno de sus cuadros. Tuhei, de 18 años al momento del rodaje, buena revelación, es uno de los varios aportes locales a esta producción francesa. Edouard Deluc es el director que crece en cada obra. La primera fue "Mariage à Mendoza", filmada en Salta y aquí estrenada como "Voyage, voyage". La de ahora se filmó en Tautira, Teahupo'o, el camino a Taravao, y otros lugares que dan ganas de visitar, apenas baje el dólar.
“El impulso de seguir el propio deseo” El pintor post-impresionista Paul Gauguin, cansado y aburrido de la París de fin del siglo XIX, atravesada por la plena Belle Epoque, abandona por decisión propia la ciudad de la luz y se encamina hacia la Polinesia Francesa, donde buscará reencontrar la inspiración perdida tiempo atrás. La concepción de Edouard Deluc no se trata de un biopic convencional, ya que el retrato del artista se centrará únicamente en el primer viaje de a Tahiti, entre 1891 y 1893. Luego sucedería un posterior exilio de la isla, a la que regresaría para pasar los últimos días de su vida.
El artista debe seguir su camino. Así lo sintió Paul Gauguin. Para pintar tenía que viajar, aunque eso le costara alejarse de su mujer y de sus hijos, y de su entorno de bohemios, locos y soñadores. "Gauguin, viaje a Tahití" atraviesa el derrotero de un hombre que soportó hambre, angustias y hasta desengaños amorosos antes de que el tiempo y su obra lo conviertan en una referencia ineludible en el arte universal. El realizador hizo foco en esa exploración, que a priori parece geográfica, ya que la Polinesia atrapa desde su paisajes exóticos, pero lo que se intenta reflejar es la búsqueda propia del que se desvía de la ruta de la manada. "Soy un niño, soy un salvaje, no saben nada sobre la naturaleza del artista" reza una voz en off luego de mostrar a Gauguin que se burla hasta de un ataque al corazón y de su diabetes crónica con tal de ir por ese trazo de color sobre el lienzo. "Lo peor de la pobreza es que te impide trabajar", dirá Gauguin en la piel de un insuperable Vincent Cassel. En esa búsqueda encontrará también a Tehura, una joven indígena que primero se verá seducida por ese hombre distinto e inquieto, pero después su deseo irá por otro cambio de piel. Esa historia también quedará registrada en su obra y, como regalo para el espectador, en los títulos finales hay un pantallazo de las pinturas reales de Gauguin. Como para volver a ratificar que las personas pasan, pero el arte queda.
Paul Gauguin no fue objeto de importantes propuestas cinematográficas. Su figura sólo se la vio en “Gauguin”, un excelente corto documental realizado por Alain Resnais en 1950, y luego en la actuación de Anthony Quinn, en “El loco de pelo rojo” (“Lust for life”, 1956), sobre Van Gogh. En la actualidad resurge cinematográficamente encarnado por Vincent Cassel, en una realización centrada en su viaje a Tahiti en su intento de escapar de escena artística y cultural parisina que lo asfixiaba. “Miro a mi alrededor y nada merece la pena ser pintarlo”, dice Gauguinal inicio del filme. Paul Gauguin junto con Emile Bernard y Luis Anquetin fueron los iniciadores del estilo sintetista a finales de 1880 y a principios de 1890. Estos artistas provenientes de la escuela de Pont-Aven tuvieron la influencia de lo que se llamó “japonismo”, el modo en que los pintores japoneses hacían uso de la línea, el color negro, y la figura plana. Paul Gauguin con sus pinturas de Tahití ejerció gran influencia en los artistas de vanguardia de principios del siglo XX. Él había ido a Tahití siguiendo esa necesidad de “lust for life” (ansia de vida) que era el drama de ese momento entre la intelectualidad francesa que oscilaba entre el aburrimiento, la depresión y la melancolía. Fue, también, en busca de su paraíso perdido de la infancia, su arcadia infantil: el Perú, al cual había llegado a los dieciocho meses y vivido hasta los seis años. En esos años su percepción comenzó a atesorar el brillo del sol, las montañas nevadas de Arequipa, los tonos vibrantes de la vestimenta y el aspecto exótico de sus niñeras (china y africana). A Tahití fue en busca de un sueño hedonista y a deshacerse de todas las convenciones, para volver a conectar con esa naturaleza “salvaje” del hombre primitivo. Nieto de Flora Tristán, importante activista, pensadora socialista y feminista francesa de ascendencia peruana de mediados del siglo XIX, su vida fue semejante a la de ella, una permanente búsqueda de libertad que rompiera con la estructura cuasi monolítica de la cultura occidental. Igual que su abuela viajó, al otro lado del mundo, explorando un horizonte que le permitiera pintar de un modo más natural, menos corrompido, decadente e intelectual, lo que una isla de la polinesia francesa, en el Pacífico Sur, le ofrecía. Para Gauguin Tahití fue el paraíso antes de su caída, un lugar idílico y mitológico que proyectó en sus pinturas desde su visión romántica de la realidad. Flora y él se entregaron a sus sueños, ella a sus sueños políticos y él a los artísticos, comprometiendo sus vidas tras ideales que pudieran transformar la sociedad de su tiempo. En “Gauguin, viaje a Tahití” Edouard Deluc no pretende hacer una biografía exhaustiva del pintor, sino que tomó recortes de “Noa Noa” y los hilvanó en un canavá que muestra más que la vida misma del artista los estados de ánimo que expresa a la perfección Vincent Cassel. Se centra exclusivamente en su problemática familiar y de vida en París con todas las necesidades económicas que pasa, y en el primer viaje de Gauguin a Tahiti, entre 1891 y 1893. Se enfoca en su soledad, el abandono de su mujer Mette (Pernille Bergendorff,“Bedrag”, TV. Series 2016), sus penurias económicas, su cada vez más quebrantada salud, su afán febril por pintar utilizando incluso telas viejas como lienzos, la incomprensión en Europa de quienes le rodean: amigos y público. El retrato de Edouard Deluc enfoca la odisea de un hombre obsesivo y enfermizo, con críticas al colonialismo, que pintó obras maestras como “Parau Api” y convivió con una joven de 13 años Tehura (Tuheï Adams). Pero también centra su atención en la cámara de Pierre Cottereau que recorre con exquisitez los bellos y exóticos paisajes y el modo de vida de la isla. La banda sonora de compositor franco-australiano Warren Ellis está dominada por notas cálidas y oscuras de violín que parecen hacer eco de los diversos estados de ánimo de “Kokey”, el nombre de Gauguin dado por los nativos. El guion realizado por Edouard Deluc, Etienne Comar, Thomas Lilti, Sarah Kaminsky agregan una historia adúltera, que nunca existió, para sumar énfasis dramático a la realidad del pintor, el triángulo amoroso entre Tehura, Gauguin y Jotépha (Pua- Taï Hikutini), su alumno local. Pero también realizan un trabajo etnográfico al describir las interacciones multilingües de los residentes con “Koday”. Por otra parte, al querer abarcar tantos temas como la naturaleza, el colonialismo, la religión, la sexualidad y el arte, le imprimen al filme una orientación superficial que diluye la verdadera esencia del mundo de Gauguin. Edouard Deluc en su realización consigue trasladar a la pantalla la efervescencia de los verdes que abarcan toda la isla, como naturaleza salvaje y exuberante, pero que, curiosamente, no está presente en la pintura de Gauguin, ya que éste a menudo pone en primer plano los colores primarios y el verde lo plasma como color secundario junto al naranja, el púrpura, y los marrones saturados en los tonos la piel de los parroquianos. Los verdes son dominantes en las escenas diurnas, pero con un contraste de negro intenso en las escenas nocturnas. Vincent Cassel (“Los ríos color purpura”, 2000, “Irreversible”, 2002, “Promesas del Este”, 2007, “Un método peligroso”, 2011), desde su actuación en “Mesrine” (parte 1 “Instinto de muerte” y parte 2 “Enemigo público N°1” ) de Jean François Richet, se negó a hacer cualquier tipo de biopic, pero ante la propuesta de interpretar a Gauguin por parte de Edouard Deluc (“Mariage à Mendoza” , Casamiento en Mendoza, 2012, “La collection” TV. Serie -2011), dijo que si, y comenzó a estudiar pintura para poder interpretar mejor al pintor y a leer “Noa Noa” (el diario de viaje ilustrado) de Gauguin, sobre el que se basó la película. En “Gauguin, viaje a Tahití”, Vincent Cassel capta hábilmente la naturaleza de un alma atrapada por el tormento creativo. Barbudo, demacrado, con el típico abandono de un bohemio que quiere comerse el espacio que lo rodea y pinta desaforadamente para lograrlo, muestra en una excelente interpretación la inestabilidad emocional del pintor. “Gauguin, viaje a Tahití” es un filme en el que Edouard Deluc parece decir aquello que amamos, como personas o espacios no quieren quedarse encerrados siempre, Se despliegan. Diríase que se transportan fácilmente hacia otra parte, a otros tiempos, en planos diferentes de sueños y recuerdos, y en este caso a la pantalla.
El director Eduard Deluc, que participó en el guión junto a todo un equipo, decidió tomar libremente el libro del pintor “Noa Noa” como base y luego trazó un retrato de Gauguin sin apegarse a la verdad histórica, ni a sus confesiones. Que la joven que tomó como esposa, era una niña de 13 años, que llegó por primera vez a Tahiti con el dinero de una subasta y una subvención del estado para trabajar allí, que volvió a Europa y regresó, con dinero, con participación de luchas políticas, con otros amores y demás detalles que pasó por algo. Prefirió el retrato de un artista sufriente, en estado de miseria, en contacto con una naturaleza contundente, con una cultura distinta y viviendo un triángulo amoroso improbable para sostener un hilo dramático que no resulta tal. Y además de esa posición creativa, decidió mostrar una naturaleza oscura, lejos de la paleta del celebre pintor, de su una mirada vital y única, mostrada aquí con un tinte trágico permanente y una enfermedad que aquí habla del corazón cuando en realidad era sífilis que le contagio a sus mujeres. Pero aún obviando cualquier verdad histórica, escrita inclusive por el mismo, el retrato que se muestra es el de un creador que no puede hacer otra cosa en la vida, que contra viento y marea elabora su obra conciente de su valor. La luz natural y la belleza escénica mostrada en esplendor, mas el trabajo intenso y creíble de Vincent Cassel sostiene una producción ambiciosa sin llegar a la pintura trágica que pretende.
En esta oportunidad nos encontramos con un biopic sobre el gran pintor, escritor y escultor Paul Gauguin (excelente interpretación de Vincent Cassel), ambientada en 1891. En un principio nos encontramos frente a una terrible crisis artística y personal de este prestigioso artista que deja a su esposa la danesa Mette-Sophie Gad y a sus cinco hijos y se marcha a la Polinesia francesa. Una vez allí se encuentra con un paisaje paradisiaco, vive en la miseria y se vuelve a conectar con su arte, logrando increíbles pinturas junto a su musa inspiradora una bella joven nativa llamada Tehura de quien se enamora. A partir de esta situación renace en sus pinturas, pero la felicidad le da la espalda ya que la joven mujer es seducida por un muchacho más joven y él pierde todo, vive en la miseria y la soledad, además su salud no lo ayuda. Un film recomendable, con la fotografía de Pierre Cottereau (“Relaciones peligrosas”) y la música de Warren Ellis (“Sin nada que perder”), para conocer la vida de este artista aunque en algunos momentos del film resulta algo monótono.
Paul Gauguin es un nombre reconocido del arte decimonónico. De procedencia francesa pero de espíritu nómade se presenta como un personaje fascinante tanto para los amantes de la pintura como para los curiosos de vidas tormentosas. La reciente película del director francés Edouard Deluc recala en esta segunda arista. El punto de partida del filme es la decisión del pintor de abandonar París para instalarse en Tahití. Dicha determinación aparece fundamentada en la insatisfacción de Gauguin, compartida con otros artistas e intelectuales del momento, con la situación de la cultura en la ciudad luz de 1891. Sin embargo, sólo él se atreverá a emprender semejante aventura ratificando su carácter heroico. Los cuadros no se venden, la pobreza es moneda corriente y el snobismo de los círculos del arte citadino se tiñe de hastío ante la promesa de un regreso a las fuentes, a lo primitivo, a la naturaleza, “una vuelta a la infancia de la humanidad”. Desde el principio, en Viaje a Tahití se muestra a un Gauguin salvaje, indómito. Se trata del estereotipo de un artista del siglo 19, en la encrucijada entre el mundo del arte y el mundo prosaico de la supervivencia diaria, el trabajo y el dinero. El dilema es un clásico: la vida refinada o la vida anodina. La figura del genio maldito incomprendido e inadaptado al mundo social que se ve empujado a la soledad para ser fiel a su vocación y condenado a la pobreza por adelantarse a su propio tiempo. El viaje presenta esa tensión que convive hacia el interior del pintor traspolada geográficamente. La isla como un punto de inflexión en su obra, pero fundamentalmente en su vida, ante el encuentro con Tehura, una joven nativa a la que tomará por esposa y en torno a la cual girará su inspiración. La fotografía deliberada explota al máximo la belleza del paisaje y de la luz, pero a contrapelo del mandato digital del contraste y la saturación, ofrece una pintura pareja, imponente aunque sin estridencia. Por su parte, Vincent Cassel es un Gauguin exquisito, la potencia de su actuación trasciende ampliamente la historia guionada, su maestría logra que actor y pintor se confundan en la figura del protagonista, más allá de un cierto aire fisonómico. Gauguin aparece como un artista afiebrado, casi un adicto que no distingue momentos ni circunstancias para dar rienda a su pasión, como un defensor del genio creativo y la inspiración original y un detractor tanto del arte mimético, como de la obra en serie. Pero se trata sólo de una pincelada de su perfil, son sus lineamientos de artista aunque no se profundiza en su poética particular. El filme cuenta por qué Gauguin es un artista del siglo XIX, pero deja abierta la pregunta de por qué es Gauguin.
La estancia de Paul Gauguin en Tahití es uno de los episodios más ricos de la historia del arte. El film cuenta –de una manera bastante romantizada, por cierto, casi una estampa popular– ese período en la vida de uno de los referentes del expresionismo. Es también la fábula sobre el “buen salvaje”, y sobre la vocación artística, aunque por momentos hay un dejo de “billikenismo” dando vueltas alrededor de la performance de Vincent Cassel. Cuando se acerca más a la ficción resulta más interesante.
Este segundo filme de ficción del director francés Edouard Deluc, al que conocimos por su ópera prima Voyage, Voyage (2012), una película filmada en Mendoza que presentaba otra propuesta diferente en cuanto a modelo argumental pero que se une a esta nueva propuesta claramente por la mirada de Deluc como amante de los paisajes y las panorámicas con las que nos zambulle su nuevo filme Gauguin,viaje a Tahiti. El título ya da la pista argumental de que se trata de la biopic focalizada en una parte fundamental de la vida del pintor post impresionista francés: su viaje a la Polinesia, donde nacen sus inolvidable figuras de la selvática y colorida isla. El pasaje de la vida del artista que la película retrata especialmente, o al menos eso intenta, es aquel de sus últimos días en París y su partida a Tahití en 1891 dejando en Francia a sus hijos y esposa. A estos hechos y por elipsis continuamos con parte de su estadía en Mataiea un pueblo primitivo y agreste lejos de Papetee capital de la colonia donde el pintor había pasado unos años, pero esta parte del viaje no forma parte del relato cinematográfico. El centro de la narración se da en Mataiea con el inicio de su desgaste cardíaco y su salud quebrantada por la miseria y la soledad. Desde allí vamos avanzando directamente hacia el encuentro con la joven tahitiana Thea´mana a la que él llamaba Tehura ya que con ella tendrá una relación amorosa, artística y erótica que lo marcará tanto en su vida personal como en la expansión expresiva de su discurso plástico. Tehura fue la musa inspiradora central esta etapa: la del salvajismo de la Polinseia. Todo este proceso perteneciente al estilo llamado “primitivismo” define su identidad pictórica con una sensualidad exótica, la ausencia de una perspectiva clásica, una paleta de colores saturada y plena, más una pincelada intensa lejos del impresionismo más sutil. Gauguin construye una nueva relación con lo salvaje, lo primario, creando desde estos valores un nuevo discurso para la pintura occidental. El filme adapta de manera libre sus diarios de viaje llamados: “Noa noa” (significa “perfume” en tahitiano) y que el mismo Paul Guaguin publicara en 1901. Sobre este texto autobiográfico Deluc y un equipo de guionistas buscan recrear un relato de formato audiovisual. Pero la adaptación no solo es libre en el mejor de los sentidos, sino que muy alejada de todas las reflexiones que el artista había plasmado en esas páginas sobre el proceso de revelación y cambios de su obra, textos que marcan esos diarios a fuego y que le dan la entidad a esa etapa de su vida que tiene en toda su obra. Otra elección del filme que da por resultado algo blando y agradable, lejos de la personalidad que han elegido retratar, son tanto la música incidental como el exceso de paisajes de amable factura, bonitos más que bellos, y para nada emocionales, o sea no funcionan como un espejo del mundo interior de un arrebatado Gauguin. Vincent Casell lo encarna con solvencia, tanto su physique du rôle como su expresividad son posibles para ese imaginario Paul, ayudando bastante a ello los pocos diálogos que proponen un clima más visual, pero pobre en el plano sonoro y muy endeble en el uso del habla local que el actor no logra resolver con suficiente credibilidad. La bella Tehura es la excusa para tratar de poner en el relato amoroso las tintas fuertes. Pero si de amores en el mundo de los artistas hablamos no es este ni el más intenso ni el más exótico. El choque de culturas es parte central de sus diarios y la película aborda este tema pero recae en cierta tibieza narrativa que peca finalmente de ineficacia. Un personaje complejo y contradictorio como Gauguin no se ve reflejado en toda su espesura, pero menos aún vemos la maravilla de las obras que en esta época logra dar a luz. Quienes nada conocen de la vida del artista se llevarán un relato fresco y fácil de seguir como un paseo superficial pero no por eso falso. Incompleto en su corte biográfico y cuidado en su factura técnica, lo que nos deja es un paisaje amable pero de poca fuerza retratista. Por Victoria Leven @LevenVictoria