Welcome to la TV argentina. Güelcom es, antes que nada, el símbolo argentino del cine que se quiere encarnar, lamentablemente, cada vez más enfocado a la tendencia televisiva, rompiendo con la estructura cinematográfica y por consiguiente, artística. Hace tiempo leí en un apunte de la facultad que no se debe querer aniquilar mosquitos insomnes con misiles teledirigidos por el simple hecho de que los mosquitos deben morir y que los misiles sirven para matar. Partiendo de esta base, la conclusión es que no se deben forzar las historias e ideas buscando recovecos que van más allá de lo puramente verosímil, de esa cuestión naturalista que se despedaza al querer adentrarse o alejarse demasiado, o más, de lo que la misma narración permite. Por otro lado, grandes cineastas con decenas de años en la industria afirman que un director debe tener en cuenta dos variantes: lo que suma a la película y lo que no suma a la película, es decir, aquello que no resulta funcional a lo que se quiere contar, y entonces resta. Güelcom narra, literalmente narra en la voz del protagonista (mezclando detalles improcedentes de los argentinos que deciden irse del país), la historia de Leo, un joven psicólogo que tuvo que romper su relación con su novia por la insistencia de ésta en ir a probar suerte en España con su carrera en las artes culinarias. Los amigos y la vida se sucedieron en Buenos Aires, pero la llegada desde la península de un matrimonio amigo de ambos lados de la ruptura los verá acercarse de nuevo y florecer esos sentimientos que el tiempo se tendría que haber ocupado de apagar. Pero oh!! detalle, Ana, la ex novia de Leo vuelve a Argentina con novio y todo, solo para complicar las relaciones amistosas y post ruptura con Leo, que comenzará un plan por la reconquista de aquella parte suya que partió en busca de nuevos horizontes. Psicoanálisis. El personaje que encarna Mariano Martínez, si bien no sale de la lógica de Martín Marquesi de la telenovela Son Amores (Son Amores, Argentina 2002-2004), intenta establecer una seriedad respecto de su persona y de su trabajo, creemos luego de la partida del amor de su vida. Todo bien con el intento, pero ¿qué pasa? El director eligió el psicoanálisis como labor del agente, lo que en primer lugar, no es funcional a la historia ya que es solo una profesión en la que se trata de hacer foco infructuosamente al no saber abordarla con la distancia necesaria e introduciéndose en patologías que no terminan de quedar claras ni en su forma ni en su apelativo. Entonces, para qué adentrarnos en un terreno que no se investigó lo suficiente como para acercarlo al espectador de forma narrativa y funcional a la personalidad, para luego desprestigiar el gremio y ridiculizando a los beneficiarios de dicha profesión. La sencillez es la clave de un buen relato y la exploración de pseudos-nichos sociales no hace más que interceptar el mensaje que en teoría debería existir pero se pierde de tanta vuelta superflua. Letreros. Welcome, willkommen, bienvenue, Benvenuto. La cuestión ante tan saludable aviso cada 15 minutos de película remite a la falta de criterio al colocar un letrero en un filme. Si bien separa, o se olvida de separar las partes temáticas del filme, no suman a la causa del filme y su trillada historia de amor que pretende tener rasgos de comedia y hasta resultan agresivos visualmente hablando ya que no aportan nada más que la justificación a tal horror gramatical expresado en la titulación de la pieza. Cine. El espectáculo pasó de ser artístico a meramente tele novelístico. La duración de la pieza puede resultar adecuada tanto en 100 minutos como dura o en 4 temporadas de 50 capítulos. Esto se debe al tratamiento del drama, es decir, mientras en cine lo visual es lo que cuenta, narra y dispone la totalidad de la obra, en Güelcom es el diálogo la pieza clave que reivindica la imagen volviéndola estéril desde su estructura organizadora y relegándola a la mera sucesión fotográfica como ilustración de aquello que se dice. Narración. Aquí no haré demasiado hincapié ya que la sola mención de la cuestión narrativa basta para dar cuenta de la falta de realidad que se contrapone a la que pretende la historia. Leo, el protagonista, cuenta la historia de amor, ruptura, reconciliación y todo el embrollo que se circunscribe a la trama desde una posición que resulta poco real debido al tiempo que se toma para relatar todo aquello a la cámara, al espectador. Entonces, detenimiento, salida de la realidad del cuadro y la interactuación con el espectador servirían al cuento si la repetición en todo ámbito de la historia rehace la unidad y no la destroza creando el efecto antes mencionado. Nos encontramos igualmente con un cine que sabe hacerse espacio, el gusto por sobre la técnica resulta en un cine de costumbre, de costumbre argentina que no desmerece, que no desmerecemos porque desde el planteamiento la historia es atractiva en extremo y la dirección es rica en detalles. ¿Fallas presentes? Seguro, pero no por eso la pieza resulta aburrida ni mucho menos, de hecho la narración deviene finalmente en un relato atractivo desde el romance y la vida post adolescente en busca de una meta que esta poco definida en el horizonte, generando así una empatía que era de esperarse respecto de los actores de convoca que, si bien acuden al chiste fácil, logran esbozar más de una sonrisa en el trayecto. ¿El guión y sus derechos estará en manos extranjeras? Ya sabremos del cine argento for export.
Compañeros de elenco en la exitosa tira Los Únicos, Mariano Martínez y Eugenia Tobal protagonizan Güelcom, comedia romántica del debutante Yago Blanco. Él es Leo, un joven psicólogo que vive solo en su departamento. Como no podía ser de otra manera, una foto de Freud decora uno de sus muebles y una enorme lámina con una mancha de Rorschach cuelga de la pared. Ella es Ana, su ex, una cocinera que partió hacia España en busca de un mejor futuro, al igual que tantos argentinos. Con motivo del casamiento simbólico de unos amigos en común, ambos volverán a encontrarse. Leo no pudo olvidarse de Ana, pero ella sí pudo olvidarse de él, o al menos eso parece, ya que viene con su nuevo y desagradable novio español. Pero Leo no se dará por vencido e intentará reconquistarla. Las acciones aparecen narradas en primera persona por el protagonista sobre la base de un decálogo compuesto por “las frases más usadas por los argentinos que se van del país“. Esto no deja de resultar curioso. Güelcom se arriesga a presentarse como un metadiscurso acerca del cliché, sin reparar que en sí misma es una sucesión de clichés. Esta arranca en los personajes: Por ser Mariano Martínez el psicólogo, no podía faltar la paciente sexy y zarpada (Agustina Córdova) que con sus insinuaciones eróticas motiva en aquel unas palabras y conceptos dignos del peor manual de psicología de café. Y qué decir de esa caricatura lamentable del rolinga con que se ilustra a los ex adictos, o del típico gallego guarro y putañero interpretado por Chema Tena. Si en algunos casos el film acierta con sus observaciones sobre los prejuicios de los emigrantes, estas falencias propias pulverizan dicha habilidad. El problema se aplica a los recursos humorísticos. Indudablemente resulta difícil de creer que se siga apelando a la diferencia semántica que entre argentinos y españoles suscita la palabra “coger” para hacer reír, así como a la situación en que alguien recibe un pelotazo en los testículos mientras juega un partido de fútbol. La escena epilogal de la reconciliación, en la que Leo recita su emocionado discurso repleto de metáforas culinarias acerca de “el rompecabezas amor, las relaciones y el compromiso” termina por consumar el bochorno. A favor apenas se puede mencionar la prolijidad de la fotografía, el sonido y la producción en general (algo que cualquiera que haya visto películas nacionales como Cruzadas de Rafecas debería apreciar). En cuanto a Martínez, Tobal y el resto del elenco, poco se puede decir al respecto. A fin de cuentas, todos ellos poseen un manejo más o menos digno de la comedia televisiva y hacen lo que mejor les sale. La falta de ideas argumentales, exaltada por un guión pobrísimo en situaciones y en diálogos, no los ayuda en absoluto. Güelcom pretende ser un entretenimiento liviano, convencional y pasatista, y no hay nada de malo en eso. Sólo que sus aspiraciones, también en este caso, resultan demasiado elevadas para el resultado final.
Reencuentro, entre comidas y terapia Una simpática comedia romántica que está estructurada en torno a las "frases más utilizadas por los argentinos" que se van del país para encontrar mejores oportunidades. Con este planteo, el director Yago Blanco expone una historia de reencuentros y de segundas oportunidades. El casamiento de una pareja amiga parece la excusa ideal para que Leo (Mariano Martínez), un joven psicólogo, y Ana (Eugenia Tobal), una cocinera que se fue a España a probar suerte, se vuelvan a cruzar después de cuatro años, entre reuniones, reproches y una sorpresa: Ana regresa pero con un novio español. La película acierta en los climas (las comidas funcionan como disparadoras de momentos graciosos y también de frases lapidarias) y en la pintura de personajes secundarios: la pareja integrada por Peto Menahem (visto recientemente en Juntos para siempre) y Maju Lozano, en un más que provisorio debut cinematográfico. Las sesiones de terapia con una paciente con trastornos sexuales o los consejos que Leo pide a su mentor (Guatvo Garzón) también agregan la cuota de comicidad necesaria a la historia. El director Yago Blanbco recurre a leyendas que rezan "Bienvenido" en varios idiomas para dejar en claro que las idas no son fáciles, pero que las vueltas también traen sus complicaciones.
¿Debo irme o debo quedarme? Cuando uno se topa con una comedia romántica tan fallida como Güelcom inmediatamente piensa dos cosas: 1) Qué buenos fueron los recientes trabajos dentro de este mismo género de directores argentinos como Hernán Godfrid (Música en espera), Mariano Mucci (Motivos para no enamorarse) o Juan Taratuto (Un novio para mi mujer); y 2) Qué injustos (exigentes) somos los críticos con tanta película menor pero correcta que en esta misma línea llega desde los Estados Unidos. Esta ópera prima de Yago Blanco (también coguionista) acumula tópicos hiper transitados (lo cual en sí mismo no es la madre de todos los problemas, ya que muchas veces el trabajo sobre clisés y estereotipos da lugar a logradas relecturas, parodias o sátiras): por ejemplo, tenemos en el centro de la escena una ex pareja (Mariano Martínez y Eugenia Tobal) que juegan el juego del re-matrimonio (uno de los subgéneros más clásicos), tenemos terapia y obsesiones sexuales (con déja vu woodyalleniano incluído) a partir del personaje protagónico que es psicólogo y de una bella paciente que lo "acosa", tenemos conflictos propios de la inmigración a España, y -claro- la infaltable subtrama gastronómica (ella es una cocinera tan talentosa como frustrada). Pero, reitero, las principales falencias de Güelcom ni siquiera tienen que ver con adscribir a todos los lugares comunes que puedan imaginarse dentro de esas temáticas, sino que lo hace mal: los secundarios "simpáticos" resultan insoportables, la veta guarra (alcohol, descontrol, gritos, erotismo de cabaret) es berreta (el personaje del novio español de Tobal es uno de los peores que he visto en mucho tiempo), los recursos "modernos" (la voz en off con las "10 frases más usadas por los argentinos que se van del país", las confesiones a cámara de Martínez, etc.) suenan forzados y viejísimos, y los intentos desde la banda sonora y la edición por dotar a los 105 minutos del film de algo de ritmo parecen esfuerzos desesperados ante la escasísima fluidez, encanto y ligereza del material. No tengo nada contra el cine argentino que busca acceder a un público masivo. Al contrario: a esta altura, ante la escasez reinante, suelo celebrar incluso más un apenas aceptable exponente de género que una muy buena película nacional "de arte" o "de autor". Quiero que las apuestas industriales nacionales tengan éxito, pero que lo logren con recursos nobles y medianamente inspirados. Güelcom es, apenas, un producto profesional, pero está muy lejos de ser un buen film.
Un tropiezo llamado Güelcom La comedia romántica, muchas veces injustamente considerada un género menor, dio en los últimos tiempos algunos títulos nacionales al menos interesantes. Juan Taratuto, Pablo Solarz, Hernán Goldfrid y Mariano Mucci son sólo algunos de los autores que supieron combinar masividad con calidad. Güelcom (2010) de Yago Blanco no cumple esa hipótesis, provocando un retroceso en el género. Mariano Martínez interpreta a Leo, un poco creíble psicólogo que rompió con Ana (Eugenia Tobal), su novia, quien decidió irse a España en busca de nuevas oportunidades. Han pasado algunos años y él aún no ha podido olvidarla. Pero Ana retorna al país con pareja amiga que vuelve al país para casarse. Ambos se reencontrarán y tendrán que lidiar por más de cien minutos con el pasado, el presente y el futuro para descubrir que el amor todavía existe y que están tan enamorados como el primer día. Los problemas en la ópera prima de Yago Blanco radican principalmente en lo narrativo y en la falta de habilidad para resolver los gags. Si bien el guión posee una historia principal y varias líneas paralelas, es cuando se profundiza sobre la subtrama cuando alcanza su pico más elevado. Peto Menahem, Maju Lozano y Eugenia Guerty hacen uso de la habilidad innata que poseen para la comedia, evitando un naufragio preanunciado tras el monólogo inicial de la impasible composición de Mariano Martínez. A pesar de que el texto es tan básico como previsible, la sola aparición en escena del terceto secundario eleva la historia de forma notoria. El hilo conductor en Güelcom está constituido por las diez frases (hechas) que todo argentino dice cuando se va del país. Es cierto que ese tema está presente en la historia, pero está casi soslayado, siendo injustificado el protagonismo que los autores decidieron otorgarle. De la misma manera que la escena que mantiene Leo con una paciente acosadora interpretada por Agustina Córdova. Ambos agregados, y otros tantos, sin duda atentan contra el resultado final. Güelcom falla en muchos aspectos aunque desde lo cinematográfico sale airosa. Hay una cuidada producción, algunos recursos estéticos bien resueltos, una banda de sonido y un montaje vertiginoso que le proveen el ritmo que el guión no tiene y alguna que otra escena divertida (aunque para nada creíble y fuera de contexto). Eugenia Tobal no desentona en la construcción de su personaje a pesar de que la química con Mariano Martínez es tan nula que resulta imposible creer que conforman una pareja. Si el género de la comedia romántica en el cine argentino había manifestado un crecimiento interesante queda claro que Güelcom provoca un retroceso. Aunque un tropezón no es caída, hay que esperar que sólo sea eso, un simple tropezón que pronto se olvide.
Reencuentro previsible Comedia romántica, con Mariano Martínez y Eugenia Tobal, que no termina de levantar vuelo por la debilidad de su guión. Historia sentimental + comicidad costumbrista + prolijidad técnica + protagónicos con dos figuras de televisión. Esta ecuación, que procura arrojar como resultado un alto número de espectadores, es todo lo que propone la comedia romántica Güelcom . En principio, nada desdeñable: en todo caso, un cálculo lógico; clásico, en el sentido de gastado. Pero el guión y la construcción de personajes, muy débiles, obligan a decir que -más allá de lo que ocurra con la taquilla- el resultado de la película es mediocre. El motor narrativo es el reencuentro, por el casamiento de unos amigos en común, de una pareja que se separó cuando ella decidió irse a España. Hablamos de Leo, un psicólogo poco creíble interpretado por Mariano Martínez, y de Ana, una mujer joven, aficionada a la cocina. Ella está en pareja con Oriol (Chema Tena), un español tan verborrágico como antipático, que nunca se sabe de dónde sale, pero que tiene un sentido de la ubicuidad extraordinario para estar, siempre, fuera de lugar. Si el tema de la emigración, tan transitado en el cine nacional, es anacrónico, los ejes humorísticos de Güelcom lo son mucho más. Hacer chistes con la acepción ibérica de la palabra coger, llamar gallego a cualquier español, o no saber cómo explicarle -siendo él futbolero- que Atlanta y Boca juegan en distintas categorías son, apenas, algunos ejemplos. Más allá del profesionalismo de los actores principales (también trabajan Peto Menahem, Maju Lozano y Eugenia Guerty, entre otros) el filme ni siquiera genera empatía. Es obvio que la pareja principal se sigue amando. ¿Qué imposibilidad hay para que ellos vuelvan a estar juntos? A Oriol no lo quiere nadie, empezando por Ana; Leo sólo es acosado por una apetecible paciente ninfómana -seamos anacrónicos, también-. El relato, con la voz en off de Martínez, que desde un presente junto al mar nos remite a dos capas del pasado -el del reencuentro y del tiempo en que vivía con Ana- es un mecanismo exagerado para la extrema sencillez de la historia que se cuenta. Los personajes, casi todos treintañeros, menos un paciente stone (Nicolás Condito) y el supervisor de Leo (Gustavo Garzón, al que uno hubiera deseado ver más tiempo en pantalla), recorren varios tópicos del costumbrismo nacional, dentro de una estructura de comedia estadounidense menor. Algunas secuencias, como una en la que están todos borrachos, bordean el patetismo. La película bromea con las diez frases más comunes de los que emigran; es decir, con los clichés. Es una pena que, justamente, los chiclés sean parte constitutiva de Güelcom .
El amor siempre da sorpresas. Ello lo sabrán muy bien Leo, un joven psicólogo solitario y observador, y Ana, una muchacha emprendedora y vivaz que decide romper su noviazgo con ese muchacho para viajar a España a probar suerte como cocinera. El tiempo pasa y Leo no puede consolarse por esta desunión que él nunca había esperado, y cuando cuatro años después Ana regresa de visita al país, para estar presente en el casamiento de unos amigos en común, el reencuentro entre ambos será difícil, pero inevitable. El joven inicia un plan para poder reconquistar a su ex novia, pero la presencia de un nuevo amor y varios temas del pasado aun sin resolver van a hacer que la tarea no sea tan sencilla. Yago Blanco, director y guionista del film, se propuso realizar una comedia romántica teniendo como base la historia de una reconciliación donde los dos protagonistas ya se conocen en las buenas y en las malas. Sin duda logró ampliamente su propósito, ya que todo en este relato es simpático, cordial, entretenido y picaresco y se suma a ello un elenco muy bien elegido para este recorrido con varias sorpresas que no sería oportuno descubrir por anticipado. Mariano Martínez y Eugenia Tobal demostraron sus indudables condiciones histriónicas para dar vida a la pareja central de la historia, muy bien secundados por Peto Menahem, Maju Lozano, Gustavo Garzón y un grupo de jóvenes que sirven de alegre coro a este reencuentro por demás accidentado. La prolijidad del director se da, además, en todos los elementos técnicos que apoyaron con indudable entusiasmo esta comedia que bien vale verse con el ánimo bien dispuesto para la más pura distracción.
Algo en tu forma de hablar A pesar de que el cine argentino no suele ser muy bueno para las comedias románticas (género que hoy lleva la marca de los Estados Unidos), Güelcom tiene la dignidad de su sinceridad genérica: mira al espectador a los ojos, cree en el género al que se está entregando y se compromete a fondo. Si algunas de las actuaciones no terminan de funcionar y los chistes caen sin demasiada gracia, hay algo que todavía la sostiene. Sin embargo, algo no parece estar exactamente donde debería. Por momentos, Güelcom (una película de guión) parece, a pesar de sus localismos, la traducción de una película que traída de afuera. Esto es particularmente evidente en la forma en la que hablan sus personajes. Toda esta historia está narrada por su protagonista (interpretado por Mariano Martinez), que desde la playa, en algún momento post-historia, nos narra su historia de amor. Pero cada vez que abre la boca (y la poca versatilidad de Martinez suma a esto) lo que sale es un poco rígido. Las frases son demasiado armadas. Los adjetivos se anteponen a los sustantivos. Hay infinidad de tiempos compuestos. El vocabulario es rimbombante. Sí, en la historia hay una cruza con personajes españoles o que vivieron en España, pero absolutamente todos (incluso los más "argentinos") hablan así en este universo. Sí, el protagonista es un psicólogo y podría por tanto tener un lenguaje más elaborado, pero eso no justifica la idea de que alguien va a hablar así en su vida cotidiana. Por más romántico que le haya sonado a los guionistas la frase: "Siempre me gustó tu desubicado sentido del humor", a mí me deja frío. ¿Por qué "desubicado sentido del humor"? ¿Quién habla así? Sentido del humor desubicado. Todo lo que se dice (y todo lo que pasa) en esta película huele demasiado a guión poco natural, a idioma neutro, como si esta comedia romántica hubiera sido filmada en Estados Unidos y después doblada al "español" para su consumo local. Las actuaciones, como decíamos, no son terribles pero siempre les falta algo para terminar de existir realmente. Lo mejor son la pareja interpretada por Peto Menahem y Maju Lozano, personajes simpáticos, actores queribles. Los buenos secundarios, como nos enseñó el cine norteamericano, son fundamentales para este tipo de historias. Eugenia Tobal no es demasiado versátil, pero sabe aportar fotogenia a un papel que es más objeto de amor que otra cosa. Y Martinez está apagado, lejos, ausente, en una interpretación un poco forzada de lo que sería un hombre deprimido. Pero no enchastra la pantalla. A pesar de los aciertos que alcanzan al espectador, el mayor logro de Güelcom es la sinceridad con la que se entrega a su historia. Hay ciertos guiños cancheros (cuando llega la "quinta frase más usada por los argentinos que se van a vivir al exterior", uno empieza a ponerse impaciente), hay cierto maltrato hacia los personajes extranjeros o que van a vivir al extranjero (en línea con las peores cosas del cine nacional), pero al final esta historia de amor desconoce el cinismo y esa es una de las necesidades básicas de una comedia romántica.
“Güelcom”: comedia liviana y entretenida Se pasa un rato amable con esta comedia romántica hecha, precisamente, sin más pretensiones que la de hacerle pasar un rato amable a su público, lo que parece cosa fácil y menor, pero pocos lo consiguen, sobre todo cuando ese público ya se conoce casi todas las recetas del género. Por suerte, el asunto está hilvanado con argentina originalidad y buena dinámica, amén de intérpretes adecuados para la ocasión. Se le puede reprochar liviandad y largo empleo de clisés, pero seguramente otros verán en eso mismo elegante ligereza y buen empleo de clisés, y saldrán contentos. Para ellos (más bien «para ellas») va dirigida la comedia, y punto. En ella, el protagonista va narrando su historia, a veces a los espectadores y otras a un psicólogo, mientras expone sobre «argentinos que se van del país». Es que él se quedó, y su ex pareja se fue a buscar otros horizontes, lo mismo que una pareja de amigos. El es un joven psicólogo asediado por una linda paciente. Ella, la ex, se fue para trabajar de experta cocinera, pero lo que mejor cocinó fue el noviazgo con un petiso que gana en euros (encima ahora vuelve con ese sujeto). En cuanto a la pareja amiga, ni recordamos qué profesión tenía, porque en el extranjero aceptó otra que acá jamás tendría en cuenta. Se suma a toda esta gente otra pareja que no planea irse ni agrandarse, pero lleva una planificación a la argentina. Y hay algunos más, en plan de amigos, clientes o asesores. Todos ellos se terminarán cruzando en una linda fiesta de casamiento, que no es la de los protagonistas (a no afligirse, la película no ha terminado). Protagonistas, Mariano Martínez (que desde «NS/NC» no filmaba una romántica) y Eugenia Tobal (su esposa en la vida real). En plan de amigos, Peto Menahem, Maju Lozano, Eugenia Guerty, Gonzalo Suárez, Paula Morales. En plan de levante, Agustina Córdova, la paciente de marras. Y con ganas de casarse, Chema Tena, donostiarra de origen, hoy afincado en Buenos Aires. Dignos de cartel francés, Gustavo Garzón, como un psiquiatra que se las sabe todas, y Nicolás Condito, haciendo un rolinga en plan de recuperación. Autor, el debutante Yago Blanco, que tiene una historia sentimental inédita, «Los domingos son para dormir», sobre amigos veinteañeros, cada uno con sus sueños. Párrafo aparte, el lugar donde se filmó la última toma. Parece una ciudad sobre la costa del Mediterráneo. Es Piriápolis, acá nomás, sobre el Mar Dulce. En resumen, está bien hecha y se pasa el rato.
Liviana comedia sobre la pareja Eugenia Tobal y Mariano Martínez son los protagonistas de una nueva comedia de producción local, dirigida por el debutante Yago Blanco y con un elenco que completan Maju Lozano, Gustavo Garzón y Peto Menahem. La comedia invade al cine argentino y semejante definición tiene su inmediata justificación: en los últimos tres años se estrenaron más de 20 películas genéricas. Sofisticadas, realistas, costumbristas, minimalistas, grotescas, bizarras o románticas, parece que la comedia es el reaseguro del cine industrial, el sitio cómodo que busca espectadores a través de historias protagonizadas por actores reconocidos, si es posible, con cierto peso importante en la televisión. Es lo que ocurre con Güelcom, opera prima de Yago Blanco con figuras emblemáticas de la tele, que apuesta a un relato romántico con pinceladas humorísticas y que toma como eje temático las idas y vueltas de una pareja que se reencuentra luego de una separación. Es decir, los ex en conflicto. Ana (Eugenia Tobal) y Leo (Mariano Martínez), ella chef y él psicólogo, coquetean toda la película con el “rematrimonio”, trama clásica por excelencia del género. Hay un par de amigos, también en pareja (Maju Lozano y Peto Menahem), el novio español de Ana (Chema Tena), un psiquiatra que seduce a las pacientes (Gustavo Garzón) y algunos personajes más que actúan como coro de la pareja protagonista. La excusa argumental es un casamiento y la última mitad de la película resolverá (o no) cuestiones afectivas, amores pendientes y futuros venturosos o problemáticos. Típica película de guión prolijo con algunas situaciones graciosas, el enemigo principal de Güelcom es la levedad, el rasgar en la superficie del género y no jugarse más allá de sus costuras transitadas. La pareja amiga de Ana y Leo, soporte esencial en toda comedia romántica, es un claro ejemplo de construcción de guión de un par de personajes desde la escritura que terminan quedando sometidos sólo a eso. Por su parte, los monólogos de Leo hacia cámara actúan como separadores de la historia, pero resultan forzados, anticlimáticos, gratuitos en más de una ocasión. En tanto, el personaje del novio español, que también aparece en la película debido a (otra) supuesta astucia del guión, queda reducida una caricatura burda y superficial. Dos momentos clave de Güelcom sintetizan las virtudes y los defectos de una película de vuelo extremadamente corto. Mientras la mejor escena transcurre en un almuerzo donde casualmente todos los personajes se dan cita, registrados con primeros planos televisivos, pero que no molestan demasiado, la secuencia del casamiento resulta perezosa en su resolución. Allí, Güelcom queda amordazada otra vez por el guión, que parece decir en voz alta y a las apresuradas que la película se está acercando a su final, a la degustación definitiva de una historia que se asemeja a una gelatina dietética, bien light y con pocas calorías, inofensiva y hasta temerosa a pesar de sus transparentes intenciones.
El psicólogo resulta enamorado Es una entretenida comedia romántica, hecha con fluidez narrativa y en la que la frescura de los muy jóvenes actores, en cierto modo, disimula un guión que no sostiene con suficiente fuerza la estructura general del filme. Esta es la historia de una pareja que se distancia y cuatro años después deben rehacer aquella pregunta que generó todo: ¿Por qué te vas? Cambiándola por un: ¿Por qué te fuiste?. Cuando Ana le dice a Leo que se quiere ir a España, para encontrar nuevas oportunidades, Leo se niega a acompañarla. Llevan una vida en común breve, pero atractiva. A pesar de todo, él la deja ir y ella no vacila en hacer la valija y partir para "realizarse en su trabajo". Las cosas recomienzan cuatro años después, en el momento en que amigos comunes vuelven de España y los que se quedaron en Buenos Aires deciden organizarles una boda y reiniciar los recuerdos de todo lo que fueron entonces, sin pensar demasiado en lo que se convirtieron ahora. Justo en ese momento, aparece Ana con su novio hispano, bastante insoportable. Y Leo, ya convertido en psicólogo, reconquistarla. Claro que al principio no está demasiado seguro de que esté tratando de hacerlo. ROMANTICA "Güelcom" es una entretenida comedia romántica, hecha con fluidez narrativa y en la que la frescura de los muy jóvenes actores, en cierto modo, disimula un guión que no sostiene con suficiente fuerza la estructura general del filme. El diseñador de imagen y sonido, de larga trayectoria como cameraman, Yago Blanco, muestra un atractivo estilo para la comedia romántica, para el manejo de los tempos narrativos y un buen ojo para elegir casting. Mariano Martínez es el enamorado que, aunque figura como psicólogo, podría haber sido dentista o sociólogo, Eugenia Tobal demuestra una vez más su condición para la comedia, Peto Menahem hace de Javier al lado de las excelentes Maju Lozano, Eugenia Guerty y Ana Yovino; Gustavo Garzón es el pícaro, o sinvergüenza de la historia, según se quiera llamarlo, mientras Agustina Córdova es Mirna, enamorada de su terapeuta.
Irse o quedarse, ésa es la cuestión Irse del país o quedarse es el eje que organiza Güelcom. Que esa disyuntiva fuera actual hace diez años, pero no ahora –curiosamente, lo mismo sucedía con Amor en tránsito, estrenada a comienzos de año–, obliga a ver esta comedia romántica como artículo vintage (como se usa decir ahora), o como rom-com (como dicen los sajones) lisa y llana. Esto es: un cierto mecanismo, basado en ciertos motivos fijos y atemporales, a los que no hay coyuntura (la de irse del país o quedarse, por ejemplo) que haga variar. Tal vez sea el mero empeño en encastrar cada pieza en un tablero preexistente el que más afecta a Güelcom. Como si el tablero y las piezas fueran el juego en sí, y no los instrumentos que sirven para jugar a algo. Opera prima en la dirección de Yago Blanco, que cuenta con antecedentes como camarógrafo, Güelcom es lo que puede llamarse “comedia palermitana”. Mariano Martínez es Leo, un psicólogo (sí, Mariano Martínez hace de psicólogo) al que un día su pareja, Ana (Eugenia Tobal, que en el programa de TV Los Unicos también anda enredada con Martínez) le avisa que se va a probar fortuna a España, como cocinera. Leo no quiere irse, la decisión trae serias discusiones, se separan mal. Sobre todo él. Cuatro años más tarde, Ana viene de visita y poco después llega Oriol, su novio español (Chema Tena). Al mismo tiempo también vuelve por unos días una pareja amiga, a quienes el grupo de viejos compinches (que integra, entre otros, el matrimonio compuesto por Peto Menahem y Maju Lozano) les prepara una ceremonia de casamiento. Ceremonia en la que Ana y Leo tendrán participación especial, ella como cocinera y él como presentador. Eso quiere decir que aunque no quieran (¿o sí quieren?), deberán volver a verse. El suspenso sobre si Leo y Ana van a volver a juntarse es más un “supongamos que no es obvio” que otra cosa. Pero en diez de cada diez comedias románticas es así, así que eso no puede reprochársele a ésta. Más allá de que imaginar a Mariano Martínez como psicólogo también requiere de un fuerte juego de suposición, y de que Tobal parece no poder sacarse de encima los modismos de Barrio Norte, química entre ambos hay. Hasta ahí, pero hay. Peto Menahem hace reír aunque no haga o diga nada, Maju Lozano tiene sonrisa de comedia, algún comic relief funciona (el muy colgado “rolinga” de Nicolás Condito) y algún otro, no tanto (la amiga wild card de Eugenia Guerty). Con el novio español no se entiende muy bien qué pasa (a Ana, su presencia la incomoda tanto que por un rato da la sensación de que eso de que son novios es pura mentira) y la paciente histericona (Agustina Córdova) que se quiere voltear al analista importa poco. Hay, sí, un personaje buenísimo: el terapeuta de Gustavo Garzón, un narciso mil veces más siniestro que el siniestro terapeuta que el propio Garzón había hecho unos años atrás en cine: el de El fondo del mar, de Damián Szifron. ¿Y entonces? Y, eso, que algunas piezas encajan mejor que otras, que todo está bastante agarrado con alfileres y nada demasiado desarrollado, que cuando se la ve no se siente vergüenza ajena y que lo que sí se siente, todo el tiempo, es que todos los intervinientes quisieron hacer una comedia romántica como las de afuera y lo lograron. Que eso sea un mérito o una meta en sí es otra cuestión.
Pasaje abierto Hacer del drama una comedia o, como dice el refrán, la comedia es... drama “después de un tiempo”. Esa es la línea guía de esta película que trata de sacarle algunas cosquillas a dos temas recurrentes, como son el amor, la pareja o la familia y las migraciones o el exilio. Hay una parte de Güelcom que revisa la última fiebre migratoria de los argentinos, y lo que está pasando con ella unos cuantos años después de superada la peor parte de la crisis de la convertibilidad. Otra parte del filme es que Leo y Ana tenían una linda historia de amor, hasta que Ana quiso irse a España a buscar alternativas para su profesión de cocinera y Leo prefirió quedarse en el país, con un trabajo de psicólogo que le gusta. Ahora los dos siguen bastante disconformes. Leo, no deseando vivir como un soltero pero sin poder iniciar nada con otra mujer, y Ana, en pareja, aunque no tan convencida, y decepcionada por la ausencia de aquellas oportunidades de trabajo que fue a buscar. Cada uno de ellos sigue caminando por su vereda, hasta que varios años después Ana vuelve a Buenos Aires, seguida por un novio europeo, invitada al casamiento de unos amigos que comparte con Leo, y el reencuentro entre ambos reabre una historia que nunca se había cerrado del todo. Las oportunidades de reírse en esta comedia de Yago Blanco están por todas partes: en las situaciones, en los diálogos, en las características de los personajes, en las actuaciones de todo el elenco. El gallego que aunque tiene alguna posibilidad de quedarse con Ana termina contra su voluntad jugando el papel de metido en el antiguo grupo de camaradas y en el pasado de dos de ellos. La soltera empedernida, con su inmadurez pero también con su independencia para echar una mirada sobre los hechos. La pareja de amigos argentinos de Ana y Leo, con su propio mundo de pareja y sus diferentes afinidades incluso para con el europeo. Y finalmente los casamenteros, que vuelven al pago con toda la impronta del tiempo transcurrido en Ibiza, la célebre capital turística de la alta juerga española. Muy buenas las participaciones de Peto Menahem, Eugenia Guerty y Chema Tena, acompañando y siendo acompañados por el resto. Una película argentina entretenida, fresca, actual, para recrearse e intentar reírse de algo que tal vez pasa cerca de uno y todos los días.
Anexo de crítica: A pesar de los buenos intentos por adaptar estructuras y tiempos de comedia romántica norteamericana, el film de Yago Blanco Güelcom no logra acomodarse nunca en el acotado espacio que se propone transitar, con un guión demasiado sobre dialogado y una mínima construcción de personajes. Lo más interesante se resume en la pareja de secundarios interpretada por Peto Menahem y Maju Lozano que opaca a la pareja protagónica compuesta por los televisivos Mariano Martínez –muy poco convincente como psicólogo - y Eugenia Tobal, sin que esto signifique la falta de química entre ambos. En resumen, podría decirse que un film que habla constantemente de frases hechas y clichés se transforma por su falta de vuelo en un gran cliché...
Psicoanálisis y desarraigo en clave de romance Es riesgoso trabajar con figuras muy populares de la televisión. Si bien a priori parecería que facilta la manera de encontrar productores y canales de distribución, lo cierto es que el espectador viene con mucha "información" sobre los modismos y posturas que estos actores usan en aquel medio masivo y entonces, es difícil apreciar (con algún atisbo de objetividad) si lo que hacen en cine está bien o repiten estereotipos de sus programas diarios o semanales... Es un desafío profesional para ellos encontrarle la vuelta entonces para despegarse de lo que hacen habitualmente y ofrecer una interpretación distinta que los perfile como actores en serio. Para muchos, la televisión es un género menor (no es mi opinión, pero es la de muchos). "Güelcom" es el segundo largo de Yago Blanco. El anterior, no lo ví ("Los Domingos son para dormir"), creo que no tuvo estreno comercial, pero el hombre tiene experiencia detrás de las cámaras y muchas ganas de recrear desde aquí, el clásico estilo de las comedias románticas de molde (bien norteamericanas). Soñó con un elenco importante y pudo contar con él y ha sido apoyado por una interesante campaña en la red llamada "volveriasaenamorarte.com" donde algún opinólogo/a aconseja a quienes dejan mensajes sobre cómo resolver situaciones conyunturales del corazón... Simpático no? Con toda esta data me dispuse a avanzar sobre "Güelcom", sin olvidar que (fusílenme por esto!!) yo tengo debilidad por este género. Es uno de mis favoritos y entonces era fácil entusiasmarse con los avances del asunto... Bueno, dí con un producto honesto, desparejo y que no colmó mis expectativas. Válido, desde algún punto (la fundamentación, al final), pero lejos de lo esperable para la expectativa puesta en él. Mariano Martínez es Leo, joven (o bueno, no taaan joven), psicólogo de profesión que sufre por un amor que se fue. Hace cuatro años, Ana (Eugenia Tobal) dejó Argentina, buscando otros horizontes. Ellos convivían y tenían una relación que parecía sólida pero algunas diferencias de fondo y sobre todo, la indecisión de Leo de acompañar a Ana en sus proyectos, terminaron por separarlos. En este presente, los amigos comunes de ámbos se preparan para casar a otra pareja de argentinos que vive en Ibiza y regresa a visitarlos por unos días. Estos tres "exilados" regresarán a ver a su gente y de paso, a celebrar con una gran fiesta aquella unión que se consumó en España y en la que los de aquí no fueron partícipes. Dentro de este grupo, encontraremos un fauna comandada por el comediante Peto Menahem (Javier), Maju Lozano (su esposa, Andy) y Eugenia Guerty (la amiga soltera, Sol). Todos serán satélites de la historia que buscarán complementar la pareja central, jugada por Martínez y Tobal. Ah, Ana llega con novio español (Oriol, jugado por Chema Tena) y su estadía será sólo de una semana, ese será el tiempo que tendrá Leo para reflexionar sobre lo que pasó con esta distancia y operar para recuperar el amor de su ex. Hay un segundo grupo de secundarios que también intentan ponerle color al relato (el psiquiatra que juega Gustavo Garzón, el paciente guitarrista de Nicolás Condito, la seductora y sexy psicoanalizada Agustina Córdova, quien busca hacer trastabillar el profesionalismo de Leo), pero ninguno logra el timming necesario (ni el clima) para lograr un buen ensamble de personajes. Sabemos en que toda comedia romántica hollywoodense (a la que "Güelcom" mira con respeto) los amigos de la pareja en cuestión son fundamentales para sostener el andamiaje de la trama. Deben ser ocurrentes, tiernos, accesibles y... tener líneas coloridas para enriquecer y distender la atmósfera amorosa que juegan los protagonistas. En ese sentido, hay esfuerzo (Lozano y Guerty son las abanderadas del sacrificio), pero el libro que el mismo Blanco y Diego Nuñez escribieron no les da mucho vuelo. Falta humor y con eso, mucho no se puede hacer. Tobal y Martínez ofrecen actuaciones distintas. Mientras que a Tobal el traje le calza como un guante y puede mostrar que es una actriz versátil, a Martínez le pusieron las ropas de un psicólogo demasiado locuaz (o a veces, extrañamente silencioso) para el que no da el perfil. La historia la cuenta Leo (es un relato enmarcado), por ende mucha de la carga interpretativa se diluye en sus artificiales parlamentos (hay una tendencia a llenar el aire con frases extensas que no conectan con lo que se está contando, excepto hacia el final). No es culpa del actor, quizás hubiese sido preferible esperar al primer elegido por el director, Juan Gil Navarro (quien no pudo por problemas de agenda) o pensar en otro tipo de profesión y parlamentos para el héroe televisivo de "Los Unicos". Lo cierto es que no hay mucha química en la pareja y esto tampoco ayuda. O sea, tenemos los elementos de la estructura, pero no la solidez esperable en cada columna de la misma. A favor de Blanco hay que decir que la apuesta por bucear en el análisis de los hechos que motivan a los argentinos se vayan del país es válido. El director quiere dejar en claro que piensa sobre el tema con una colección de diez inteligentes máximas que definen el hecho, algunas mortalmente ciertas y otras tantas más discutibles, pero todas son creíbles y han sido escuchadas por nosotros, miles de veces. El tratamiento que todos los personajes hacen del tema del irse a vivir al Primer Mundo (Europa, precisamente), está bueno y es de lo mejor del film. No es "Made in Lanús", no, pero suma. Creo que para hacer buena comedia romántica, hay que hacer mucha comedia romántica. No aprenderemos la fórmula mágicamente. Habrá que trabajar mucho para lograr productos que estén acordes a los estandares de calidad del género. Y también pensar que hay que darle un tinte regional nuestro, único y particular al producto. Una vez leí a Graciela Borges hablando de la gran cantidad de cine que se filma en nuestro país en estos tiempos que corren y ella decía que para que hubiera diez, o quince películas argentinas buenas cada 365 días, había que producir unas doscientas por año. Me parece que para hacer este género bien, hay que intentarlo muchas veces. Por eso, apoyamos "Güelcom" y saludamos su estreno, más allá de los errores, se hace camino al andar...
Hay un prejuicio instalado. Y es que toda película protagonizada con actores de fama televisiva es mala. “Güelcom” viene con esa mochila, pero sale ileso. La historia de Yago Blanco no es una película de culto ni mucho menos, pero es una comedia romántica bien llevada y entretenida, tanto que no molestan algunos guiños previsibles. El filme se basa en una pareja, conformada por Leo (Martínez), psicólogo, y Ana (Tobal), amante de la buena cocina, que se distancia porque ella quiere buscar nuevos rumbos en España. El regreso a la Argentina genera un reencuentro, que tendrá chispazos y afinidades. “Güelcom” plantea muy bien los vicios del argentino que viaja al exterior y las frases de manual del que vuelve y ve todo mal en su país natal. Además, enfoca cálidamente los tics de los amigos treintañeros y hay simpáticas participaciones de Peto Menahen, Maju Lozano y Elena Guerty.
Lentamente el cine nacional se le anima a los géneros. Y en este sentido, la comedia romántica, de Taratuto para acá, parece ser el más experimentado: claro que salvo la notable Música en espera, los resultados han sido de pasables a regulares, incluso malos. Es evidente que uno de los errores es la forma en que se concibe el producto: hay una explícita copia del modelo norteamericano (los “maestros” absolutos), pero sin interés en reparar en cómo son trabajados los mecanismos y los lugares comunes, incluso muy lejos en cuestiones de tiempo cómico, algo que es fundamental. La fórmula, en la Argentina, parece ser: galancito de la tele + figurita femenina de la tele + trama que los separe y los junte + humor entre costumbrista y grotesco + ternura + carisma = público asegurado. La comedia romántica nacional descree que el género pueda tener un vuelo cinematográfico: constantemente se apela a lo televisivo, y no sólo en los actores, sino además en los tiempos y la estructura de los planos. Y como nos ha enseñado Norah Ephron, la comedia romántica puede ser una referencia cinéfila, o como ha demostrado Judd Apatow, también puede soportar un subtexto social. El modelo de comedia romántica a la argentina, entonces, se queda con la posibilidad más chicas del modelo, contentándose con ser apenas un entretenimiento leve. El ejemplo puesto, es más que válido, si Música en espera funcionaba era porque releía los clásicos, le incorporaba muchas resoluciones visuales y de puesta en escena, y tenía dos protagonistas que con naturaleza construían personajes de varias dimensiones. Todo lo anterior -lo malo- se puede aplicar a Güelcom, la opera prima de Yago Blanco con Mariano Martínez y Eugenia Tobal como una pareja que se distancia cuando ella se va a vivir a España, y que el tiempo los reúne, con ella volviendo del extranjero junto a su nuevo novio, y él forzando encuentros para intentar el reencuentro. Es decir, comedia romántica en su vertiente de rematrimonio. En ese sentido, Güelcom es desfachatadamente honesta: no es más que eso y, aún a riesgo de resultar muy menor, no intenta ser edificante, moralista o una bajada de línea constante como otros modelos pésimos que hemos tenido que sufrir por estas tierras: Igualita a mí, Un novio para mi mujer o ¿Quién dice que es fácil? Ojo, sí hay un subtexto peligroso en su mirada sobre los que se van a vivir al extranjero, con un decálogo de frases hechas que elabora el psicólogo de Mariano Martínez, pero este tema es tan lateral y se aborda desde demasiados lugares comunes, como para tomárselo muy en serio. Incluso el final se encarga de burlarse un poco de sus propios postulados, en una auto-ironía bastante saludable. Lo que sí es terrible es cómo se usa lo extranjero para el humor: muchachos, un chiste sobre un gallego diciendo “coger” ya era viejo en tiempos de La tuerca. Los problemas de Güelcom son básicamente de guión, aunque hay uno que resulta insalvable: la actuación de Mariano Martínez. En primera instancia, uno no se cree su rol de psicólogo porque más allá de su inmadurez para afrontar la pérdida, tiene cierta solidez argumental que evidentemente le queda grande; pero segundo, y más grave aún, la película le exige, a través de la forma, que sostenga el relato con su voz en off (lo que ocurre es en realidad el recuerdo oral de lo que Martínez cuenta a cámara y lo que vemos es un doble flashback: el momento en que Tobal lo abandona y se va a España, y el que regresa del extranjero). Martínez habla a cámara como recitando los parlamentos, siempre con monotonía y cansinamente, textos que además están evidentemente sobrescritos. Por más que Martínez sea psicólogo y posiblemente tenga un bagaje intelectual amplio, ningún profesional habla de la misma forma en su trabajo que en la vida real. Y, peor todavía, los textos están excesivamente armados para todos los personajes. Lo que hace que unos y otros puedan sostenerlos con diferentes niveles de soltura es la experiencia o la presencia cinematográfica: Peto Menahem y Gustavo Garzón por ejemplo salen ilesos de la contiende lingüística porque es evidente que tienen oficio, mientras que Maju Lozano sale adelante con simpatía. Tobal, en un personaje demasiado envarado y de pocas dimensiones, hace lo que puede. Decíamos del guión: el de Güelcom demuestra que conoce dos o tres cosas de comedia romántica, pero también que no sabe cómo articular algunas herramientas. Por empezar, hay un par de personajes secundarios que aportan efectivamente un respiro cómico (lección aprendida del modelo norteamericano), pero en el caso de Garzón no se sabe muy bien para qué está ahí más que ser una excusa del guión: una pena, porque es un personaje atractivo, al que el actor le incorpora varias dimensiones con un par de pinceladas nada más; pero también se comete un error básico para el género: nunca nos creemos que Tobal esté enamorada de su novio español (personaje títere utilizado a conveniencia del guión) y sabemos que el psicólogo Martínez nunca será seducido por nadie. Más allá de que uno sepa de antemano que van a terminar juntos, la trama no se gasta demasiado en generarnos el suspenso necesario para que dudemos. No obstante hay material para no desdeñar del todo el film: durante una cena, el primer encuentro entre Leo (Martínez) y Ana (Tobal), el aire se corta con un cuchillo, la cámara se mueve inteligentemente entre los personajes, incluso apela al plano conjunto (algo a lo que los directores argentinos parecen tenerle fobia) para generar mayor tensión entre los personajes. Se sabe que Ana y Leo se odian y desean no estar ahí, y que los que comparten la cena saben que ellos saben que ellos saben lo que saben, pero nadie dice nada. Es un momento, la mejor secuencia de la película por lejos, donde la comedia es efectiva y el suspenso de lo romántico se sostiene en el aire. Uno podría agregar maliciosamente que justo en esa escena el personaje de Martínez se mantiene en silencio intencionalmente. Y lo triste es que no hay ironía en el comentario. Con un trabajo más pulido sobre el guión y la renuncia a las figuritas del momento por actores que tengan el timing necesario, Güelcom sería al menos una buena comedia romántica. Así como está, es apenas un intento que no irrita, pero que aburre con su liviandad y su recorrido rutinario.
Publicada en la edición impresa de la revista.
Recién comenzado el tercer milenio se dio en la Argentina una conmoción social cuando una gran parte de la población se sintió defraudada por sus gobernantes. La crisis económica se convirtió en una especie de “desesperanza”, con la curiosa reacción de un sector de los argentinos que decidió que su país no era el lugar apropiado para continuar viviendo. Se generalizó una crisis de identidad y casi todos los descendientes de inmigrantes cayeron en la cuenta que podían, en muchos casos, reclamar la nacionalidad de sus padres o abuelos europeos e instalarse en la Comunidad Europea donde todo parecía funcionar “como se debe”. Muchos argentinos volaron hacia Europa donde los títulos universitarios que ostentaban no fueron valorados en la medida que ellos pensaban que lo serían, y terminaron trabajando en tareas que en la Argentina nunca harían porque “les daría vergüenza”. Una gran proporción de esos emigrantes volvieron y ocultaban “su frente marchita” (como dice el tango) con el argumento que habían dejado las oportunidades europeas porque extrañaban todo, absolutamente todo. El argumento Esas extrañas migraciones de gente que se fue y volvió es la punta de base argumental de la película “Güelcom”, titulada con un neologismo originado en la mala pronunciación de un saludo en inglés que a lo largo de la proyección aparece en pantalla en diferentes idiomas. La historia está desarrollada en el género de la comedia romántica, porque la trama principal cuenta el reencuentro de una pareja que se ha separado cuando ella decidió emigrar a España. Sinopsis Ana se marchó a Europa para continuar con su profesión de cocinera, pero terminó trabajando como camarera y vuelve a la Argentina para asistir a la boda de unos amigos. Los contrayentes también son amigos de Leo, el ex novio de Ana, al que ella abandonó para vivir su aventura europea. El reencuentro entre Leo y Ana es inevitable, aunque la reconciliación es difícil, se han acumulado rencores y la vida, lejos el uno del otro, los ha cambiado. Toda la historia está hilvanada con una especie de decálogo sobre “las frases más usadas por los argentinos que se van del país” que el personaje de Leo, a modo de reflexión, descarga continuamente al espectador. El director Yago Blanco, director de “Güelcom” es también su coguionista junto a Diego Núñez. Su primer largometraje fue “Los domingos son para dormir” (2001), y ha participado en el como camarógrafo de varios cortometrajes que han ganado premios en diversos festivales. También dirigió el corto “Intrusos” (1996) con el que ganó el premio del Festival Buenos Aires Joven II. Crítica a la película “Güelcom” El director Yago Blanco realizó una labor en la que el género de la comedia romántica es indudable, pero con mucho más de formato televisivo que cinematográfico. El ritmo decae muchas veces aunque logra remontarlo insertando las frases del decálogo del protagonista, y de esa manera el espectador vuelve a prestar atención a una trama cuyo desarrollo es previsible. Una parte del elenco demuestra poseer sólo rudimentarios elementos actorales, y seguramente la elección de esos actores se basó más que nada en la popularidad que han alcanzado en televisión. Los protagonistas, Mariano Martínez y Eugenia Tobal, no logran transmitir la emotividad de sus personajes en ningún momento y hacen uso reiterado de “tics” personales ajenos a sus roles. Maju Lozano arma y desarma la parte física de su personaje y sus intentos de elaborarlo emocionalmente se ven frustrados, llamativamente en ella, por una voz poco trabajada y con resonancia nasal. Peto Menahem realiza un buen trabajo con su personaje de Javier, aunque la deficiente labor de sus compañeros hace que se desluzca en gran parte de la película. Se destaca Gustavo Garzón con equilibrados toques que revelan que sabe lo que debe hacer un actor de comedia. También son para destacar los trabajos realizados en esta película por Nicolás Condito y Paula Morales, quienes lograron la precisión exacta que necesitan sus personajes para hacerlos creíbles sin caer en desbordes. Un mensaje con esperanza La película “Güelcom” de Yago Blanco contiene el mensaje subliminal de la esperanza de que no siempre todo se perdió, que generalmente hay algo para rescatar y que las personas pueden volver a conectarse. Y que no a todas las personas que emigraron de la Argentina les fue tan mal, aunque no se cumplieran todas sus expectativas. Esta realización pareciera estar dirigida, por su formato y por su elenco, hacia los seguidores de los actores que la protagonizan.
Interesante ópera prima que no consigue todo lo que se propone, pero funciona como entretenimiento. Güelcom, la ópera prima de Yago Blanco, es una película pequeña y bien intencionada que, con la forma de comedia romántica, pretende explorar la disyuntiva, migrar o permanecer en el terruño propio. Los protagonistas son Mariano Martinez y María Eugenia Tobal, quienes también comparten elenco en Los únicos, la serie con mayor rating del momento. Ellos interpretan a una ex pareja que se separó abruptamente unos años atrás cuando ella, Ana, decidió probar suerte en España. Leo no la acompañó, no quiso dejar su trabajo y sus raíces, y desde entonces no puede decir su nombre. Como tienen el mismo grupo de amigos Leo se entera del circunstancial regreso de ella. A esta altura vale la pena decir que Mariano Martinez realiza un trabajo sobrio y contenido que habla de su madurez como intérprete. El resto del elenco acompaña de forma despareja, Maju Lozano aporta desparpajo, Eugenia Tobal naturalismo y las demás actuaciones naufragan en un forzado registro de comedia que resulta desproporcionado en relación con lo realizado por los actores ya mencionados. Al comienzo da la impresión de que el filme se estructurará a partir de carteles de bienvenida que se van mostrando a lo largo del metraje en distintos idiomas o de las "10 frases más usadas por los argentinos que se van del país". Pero ninguno de estos aportes funcionan en clave rítmica o marcan climas o momentos importantes de la narración. Lo que se le agradece a Güelcom es su ligereza, el filme consigue agradar y entretener sin caer en moralinas ni intentar ser edificante. Pero ante sus múltiples problemas (dirección de actores, ciertas fallas del guión y esa incomprensible no estructura) las buenas intenciones y los logros parciales de Güelcom solo pueden transformarse en crédito abierto para Yago Blanco de cara a sus próximos emprendimientos.
El tema de Güelcom es la falsedad. La voz en off que narra la historia pertenece a Leo, un psicólogo que se pasa toda la película tratando de desmantelar las mentiras de los otros, dentro y fuera del consultorio. En ese sentido es que funcionan las diez frases más usadas por los argentinos que se van del país: Leo las menciona con ironía y pone en ridículo a los que las utilizan. En semejante contexto, no es raro que el evento que une a todos los personajes sobre el final sea un “segundo casamiento” planificado para la pareja que contrajo matrimonio en España sin la presencia de sus amigos argentinos. El segundo casamiento es nada más y nada menos que una mentira, que lo tiene al protagonista haciendo de maestro de ceremonia y de cura al mismo tiempo, con un ritual igual al de la iglesia pero realizado al aire libre y respetando solo en parte sus formas. Algo parecido ocurre también con el paciente de Leo que aprende a tocar la guitarra de manera impecable de una sesión a otra, como si nada. El problema es que, de tanto que se mete en el barro de lo falso, la película termina ella misma replicando a sus personajes. Por ejemplo, las interpretaciones no resultan verosímiles nunca, como si los actores estuvieran haciendo algo por compromiso y en lo que no creen. Se nota en el timing y la entonación de los diálogos que resultan exagerados y sin ritmo, cuando directamente no están mal y molestan (ver al personaje de Peto Menahem gritando exitadísimo palabras como “follar”). Para colmo, en medio de ese clima de falsedad general, surge cada vez con más evidencia algo desagradable: las mujeres son, la mayoría de las veces, las responsables de haber construido ese mundo hecho de pequeñas (y grandes) mentiras. Fuera de las escenas en las que las tres amigas se abrazan, cuentan cosas y hacen preguntas, donde ya se siente un aire de tilinguería importante, hay otros momentos donde las protagonistas femeninas participan activamente en la elaboración de un engaño. Pasa con Andi, que le miente a Javier, su marido, diciéndole que quiere un bebé y que no se está cuidando solamente para volver a tener sexo de manera frecuente y pasional. En una escena un poco asquerosa, Andi, orgullosa, le cuenta a Ana su artimaña, y las dos se matan de risa pensando en Javier. De paso, la primera escena de sexo entre Andi y Javier debe ser una de las más falsas de toda la historia del cine: en la cama, ella se le sube encima sin avisarle y, casi como por arte magia, ya están teniendo relaciones. La falsedad que la película aspiraba a denunciar con las diez frases o el trabajo de Leo termina por consumir la historia y convertir todo en ficticio, especialmente lo cercano a las mujeres y su comportamiento. Alguien podría argumentar que esa visión misógina se debe a que el narrador es Leo, un resentido que se refugia en su trabajo. (Ya que estamos, algunas cosas del departamento de Leo tampoco son muy verosímiles, como la fotito de Freud en un portarretrato o el cuadro –bastante grande– de la mancha). Pero lo cierto es que, incluso con las intervenciones de la voz en off espetando las diez frases y las apariciones frente a cámara como narrador (muy pocas, esporádicas y nada funcionales), no se puede decir que el relato esté matizado por la mirada del personaje. Más bien pareciera lo contrario: Leo, incluso con sus apariciones, nunca termina por erigirse en el verdadero responsable de contar la historia, y por eso, tanto sus explicaciones hacia el público como la vuelta de tuerca del final (que se adivina a la legua) resultan torpes y forzadas, cuando no directamente innecesarias; la película podría prescindir de eso y nada cambiaría. Uno tiene la sensación de estar viendo una película hecha a las apuradas y sin muchas ganas. Por si el quiebre de registro de las actuaciones no fuera suficiente, la puesta en escena intenta constantemente a construir emoción y simpatía recalando casi exclusivamente en las caras. El abuso del primer plano no hace más que acentuar todo lo que ya se percibía a la distancia: las actuaciones no resultan creíbles y los personajes son unos tilingos insoportables. Para terminar, y como si todo eso no alcanzara, Güelcom (hasta el título es una palabra que no existe) comete incluso un desliz mayor que todo lo dicho hasta ahora: hace que una de las mujeres más lindas de la Argentina como Eugenia Tobal aparezca construida de manera impostada, con un bronceado horrible, diciendo las peores grasadas posibles (algunas de las diez frases le pertenecen a Ana) y sobreactuando un personaje feo que no va con su perfil en ningún momento.
Siempre es dificil volver a casa... Ya desde el elenco que el director ha logrado reunir para "Güelcom" -figuras de alto impacto con trabajos en medios televisivos y radiales- se respira un aire de comedia liviana, sin mayores pretenciones que un buen entretenimiento. ¿Pero logra el fin que se propone aún en su objetivo de poder pasar un rato agradable con una comedia romántica clásica y grandes aspiraciones? El protagonistas es Leo (Mariano Martinez) quien tiene a su cargo ir conduciendo el relato casi en primera persona para describir con mayor o menor detalle, su experiencia amorosa fallida con Ana (Eugenia Tobal) quien lo ha abandonado sentimentalmente, para ir a probar suerte en España para desarrollarse como chef, dado que su pasión es la cocina. Pero pronto Leo -a pesar de que su grupo de amigos tiende a esconderle la verdad porque sabe el dolor que Ana le provocó con su partida- se enterará que ella está de visita en Buenos Aires después de cuatro años de no verse. La excusa de esta visita es el casamiento de otra pareja amiga de este grupo, que ahora vive en Ibiza, pero quiere hacer un casamiento informal en Buenos Aires ya que sus amigos no han podido compartir la ceremonia en España. Todo parece que podrá sostenerse durante la organización en grupo de este casamiento, pero cuando no solamente aparezca Ana sino también su nuevo novio español, las cosas serán mucho más dificiles de lo que Leo pensaba. Yago Blanco construye la historia valiéndose de diversos recursos para que el producto sea dinámico y variado: desde monólogos a la cámara por parte del protagonista, flashbacks para poder completar algunos aspectos de lo sucedido o volviendo atrás para ampliar algunas anécdotas del grupo de amigos e historias contadas en paralelo que luego se entrecruzan. Eso hace que "Güelcom" tenga un aire llevadero, aunque se resienta por algunos problemas, sobre todo en el tono que le imprime el guíón al personaje de Leo. Mientras que el grupo de amigos forma un compacto y homogéneo elenco secundario, Mariano Martinez parece demasiado forzado por su profesión -psicólogo- a impostar subrayadamente sus frases hasta con un tono sumamente escolar y completamente desacompasado con el resto de las situaciones. Habla de sus pacientes en rueda de amigos o bien le habla a sus pacientes con frases que no suenan naturales y menos aún con el tono que lleva el resto del guión. Leo es el personaje que presenta mayores dificultades y sobre todo se hace evidente porque sobre él recae el peso de la cadencia de la narración, generándose un desnivel con el resto del elenco. Por su parte, la protagonista femenina, Eugenia Tobal, tiene momentos en los cuales tampoco parece encontrar demasiado cómodamente la veta de su personaje, pero lo suplanta con un enorme encanto (es indiscutible que ella y Mariano Martinez hacen una pareja que se ve hermosa frente a la cámara) y belleza que remiten todo el tiempo a una especie de Meg Ryan vernácula que la pantalla podría aprovechar. Lo más fuerte y más interesante, sin lugar a dudas, son las líneas que el guión les deja servidas al trio de amigos que componen Peto Menahem -con un amigo intimo de Leo explotado sobre todo en la segunda mitad de la película-, Eugenia Guerty -con momentos al borde del delirio y con mucho histrionismo que ponen una alta cuota de humor junto con Menahem- y Maju Lozano quienes cada uno en su papel, logran escenas frescas y divertidas y con un tono reconociblemente nuestro. "Güelcom" acierta en la pintura del decálogo de los argentinos que se fueron al exterior, en el fresco del grupo de amigos con un aroma indiscutiblemente nacional, que se reencuentra con aquellos que intentaron probar suerte por otras latitudes; y también es creíble la pareja romántica protagónica con sus devaneos amorosos. Sin embargo, alguna falta de fuerza en la composición de los protagonistas y sobre todo, como ya se apuntó, en la artificialidad de algunas lineas que el guión le depara al personaje de Mariano Martinez (y de lo poco creíble que suenan las confesiones a la cámara) hacen que la comedia no puede levantar un mayor vuelo. De todas maneras, se construye como un pasatiempo sumamente agradable y cumple con el cometido propuesto, sin abordar el tema del exilio y las oportunidades que tuvieron que buscarse durante la crisis, en el exterior, desde un punto de vista virado a la comedia.