La “A” es como una montaña. Si hay algo que casi nadie esperaba era otra adaptación de Heidi, la archiconocida novela de Johanna Spyri, y lo singular del asunto es que esta nueva traslación realmente es muy buena, llegando a rankear en punta entre la infinidad de interpretaciones de la que podemos considerar como la historia por antonomasia de Suiza, en especial a ojos del mundo. El principal responsable de que aquí en el sur conozcamos los pormenores de las aventuras de la huérfana del título es el anime homónimo de 1974 dirigido por Isao Takahata y con contribuciones importantes de Hayao Miyazaki, aquellos míticos 52 episodios que fueron transmitidos por televisión en Latinoamérica desde fines de la década del 70 hasta entrados los 90. En esta oportunidad por suerte tenemos otra Heidi, una que se condice mucho más con el trabajo original de Spyri y con características que evitan limitarse a captar el público femenino o los adultos de corazón sensible, aunque siempre respetando la esencia libertaria y humanista que anida en todas las versiones de un relato que reconcilia campo y metrópoli. Mientras que la nenita de la serie japonesa era un vendaval de emociones y entronizaba una concepción dinámica de la naturaleza, acorde con las posibilidades que abría la animación con respecto al live action de la época, hoy la protagonista de Heidi (2015) es una chiquilla enamorada del paisaje alpino y la vida trashumante asociada, sacando a relucir el hecho de que los afectos filiales nunca van de la mano con la hipocresía alrededor de la tutela de los pequeños, a quienes se los suele considerar meros objetos. En este sentido, basta con recordar que el primer capítulo empieza y termina con dos de los actos de crueldad más famosos de la literatura infantil: la trama comienza con Dete (Anna Schinz), la tía de Heidi (Anuk Steffen), abandonándola en el hogar de su Abuelo (Bruno Ganz), un ermitaño que vive aislado en los Alpes criando cabras; y el segmento finaliza cuando Dete se lleva a la niña para venderla a una familia de burgueses de Frankfurt, en Alemania, como “dama de compañía” de Klara (Isabelle Ottmann), una jovencita parapléjica confinada en su mansión. El realizador Alain Gsponer y la guionista Petra Biondina Volpe esquivan lo que pudiese haber sido un “abordaje hollywoodense” en lo referido a la entonación del texto de base, circunstancia que en términos prácticos significa que no estamos ante un aggiornamiento de índole oportunista y bobalicón; como hubiese representado la introducción forzada de escenas de acción, chistecitos cancheros, secundarios inconducentes, CGI de apariencia símil polietileno y un sinfín de diálogos patéticos que apelasen a los espectadores pueriles del cine mainstream de nuestros días. Por el contrario, la película decide adoptar un punto de vista muy apegado al libro de Spyri, por un lado enfatizando la plenitud y los sinsabores de la niñez y por el otro complejizando a cada personaje en pos de mostrar distintas capas del susodicho según su contexto natural/ familiar/ social. La jugada sale muy bien porque aquí se reemplaza la iconografía religiosa de la novela (el regreso al redil sacro por parte del Abuelo) por una apertura afectiva más simple y eficaz (el compartir de nuevo su vida). De hecho, el film saca provecho tanto del entrañable vínculo entre la pequeña y su Abuelo como del que une a la protagonista con Klara, logrando que en el primero se enriquezca el anciano y en el segundo la propia Heidi. Nada de esto sería posible sin el maravilloso trabajo de casting, sobre todo si pensamos en la adecuación del trío protagónico compuesto por Ganz, Steffen y Ottmann: cada uno aporta la dosis justa de efusividad a personajes que sufren y disfrutan casi en igual proporción y que además se ven complementados por clásicos infaltables como Peter (Quirin Agrippi), el pastor ciclotímico amigo de Heidi, y Rottenmeier (Katharina Schüttler), la temible ama de llaves de la mansión de la familia de Klara. Así las cosas, llama poderosamente la atención que se haya apostado por una lectura tradicionalista que privilegia los sentimientos, las actuaciones del elenco y la felicidad que pueden ofrecer la compañía del prójimo, la alfabetización y la belleza de las montañas, por sobre el cúmulo de artificios y poses de cotillón que hoy priman en la industria cultural…
Llega “Heidi” (Alain Gsponer, 2016) a la pantalla grande, esta vez en una coproducción entre Alemania y Suiza. Heidi, el clásico eterno que jamás morirá, regresa para la nueva generación de niños y adultos. Ver a esta niña por los alpes suizos, corretear y ser feliz, en un mundo donde no hay celulares, televisión, internet, nada de eso, porque lo hay todo. Esta película respeta la historia original del animé japonés de 1974. Alain Gsponer (The Little Ghost, 2013) es quién dirige esta adaptación escrita por Petra Biondina Volpe y basada en la novela de la eterna Johanna Spyri del año 1881. Heidi, con más de 50 millones de ejemplares vendidos, es la obra más leída en lengua alemana. No busca ser un cuento para niños, nunca lo fue. Menos en estos tiempos. En este film, Heidi (Anuk Steffe) es una huérfana de siete años, criada por su abuelo (el gran Bruno Ganz) en las montañas suizas. Junto a su amigo, Pedro (Quirin Agrippi), que cuida de las cabras y disfrutan de hermosos días al aire libre. Ambos vivirán diversas aventuras. Pero un día la tía Dete (Anna Schinz) decide llevarse a Heidi a la ciudad de Frankfurt, para educarla, y de paso, se haga amiga de Klara (Isabelle Ottmann), la niña inválida de una familia adinerada. Klara, es egoísta al principio, no desea que Heidi regrese con su abuelo, porque no quiere quedarse sola, y en la gran ciudad rodeada de mucho dinero, está sola. Pero gracias a la amistad de Heidi, y el aire de la montaña, volverá a caminar y vivirán aventuras tanto en la ciudad como en los alpes. El film brinda una hermosa fotografía, y una bella música, generando una historia de amor emocionante. La historia crece por las grandes actuaciones del elenco. Heidi es hermosa por dentro y por fuera. Anuk logra una muy buena actuación, siendo esta su primera película, es dulce y carismática. El excelente actor Bruno Ganz (La Caída, 2004), siempre hace cosas maravillosas en pantalla. En este caso, interpreta a un abuelo serio, ermitaño, fuerte, al principio frio, pero luego encantador. Un papel al que no se le puede negar ningún actor. Un rostro que puede hablar sin pronunciar palabra. Heidi es una historia de luz y amor, una historia que queda detenida en el tiempo. Heidi es ver el contacto con la naturaleza, con la tierra y los alimentos que nos da. Heidi es la relación de un niño huérfano con el mundo interno y el externo. Heidi es el amor de un abuelo, Heidi es la amistad, es la bondad de un niño, y por supuesto, es ver el retrato social de la Europa de aquella época, con las notorias diferencias sociales que había y que siguen existiendo en el mundo. Los días de grabación habrán sido perfectos en ese lugar de cuentos de hadas. Descalzos sobre el pasto, bajo el celeste cielo.
El director suizo Alain Gsponer aprovecha muy bien el material de la novela clásica de Johanna Spyri y logra un producto familiar que también deja expuesto el choque de culturas. Después de la famosa serie de animación japonesa que conquistó el mundo en la década del setenta y de varias versiones realizadas para cine y televisión, llega esta producción que evoca la simpleza de una historia que apuesta a la emoción y la ternura. Basada en la novela de Johanna Spyri, Heidi encuentra ahora un tono menos edulcorado y efectivo a la hora de narrar la vida de esta pequeña húerfana -encarnada con carisma por Anuk Steffe- criada por la tía Dete -Anna Schinz- durante cinco años y entregada a su abuelo -el siempre convincente Bruno Ganz, el mismo de La caída- que vive en una cabaña en los Alpes suizos. Allí conocerá todo el entorno natural, entre cabras, y con la llegada del pastor Pedro -Quirin Agrippi-, su nuevo amigo. Pero la tranquilidad durará poco cuando su tía se la lleve a una estricta mansión en Frankfurt para educarla y cuidar a Klara -Isabelle Ottmann-, la niña inválida de una familia adinerada. El director suizo Alain Gsponer aprovecha muy bien el material de la novela y lo sigue con fidelidad, transformando la historia en un producto familiar que también deja expuesto el choque de culturas y la situación europea con sus diferentes sociales. Heidi es analfabeta, se somete a la educación de un profesor en la ciudad y sueña con escribir un libro a pesar de las burlas de sus compañeros. Al abuelo se lo muestra como un personaje ermitaño sobre el que pesa un pasado oscuro y es rechazado por los aldeanos. En esas diferencias que axisten entre los personajes se apoya esta nueva versión -sin canciones- que tampoco deja de lado su toque mágico sobre los minutos finales. Colocando el acento en la ecología de la historia y pintando una montaña rica en contrastes, Heidi es uno de los mejores exponentes que ha dado el cine sobre la niña de espíritu rebelde y de gran corazón.
La pequeña salvaje Pues sí, aunque parezca mentira aquí tenemos la enésima adaptación al cine del clásico infantil escrito por Johanna Spiry a finales del siglo XIX. ¿Era necesario volver a explicar la historia de la niña que se crió entre cabras? Pues seguramente no, porque en el imaginario colectivo de los que ya tenemos cierta edad, recordamos la gloriosa serie japonesa dirigida por el maestro de la animación Isao Takahata (La tumba de las luciérnagas) y que en Argentina se emitió por televisión hace ya más de treinta años.
Abuelito dime tú Desde Alemania llega Heidi (2015), film que brinda homenaje al clásico literario infantil, y desde acá nos preparamos para recibir una dosis de azúcar en gran escala. Basado en aquel libro infantil publicado en el año 1880 sobre una niña huérfana que se cría en los Alpes Suizos junto a su abuelo, se presenta este film alemán en cuyo reparto se encuentran unos casi desconocidos actores salvo una grata excepción: el gran Bruno Ganz, aquel temible Adolf Hitler de La caída (Downfall, 2004). Sin lugar a dudas, Heidi es un ícono en el mundo cinematográfico gracias a aquella versión protagonizada por Shirley Temple (Ricitos de oro) en 1937 y, en un nuevo milenio, se presenta el desafío de lograr atraer al público infanto juvenil ante el amplio abanico de opciones que tienen hoy en día. Heidi, interpretada por la pequeña Anuk Steffen en su primer y único trabajo para la gran pantalla, nos envuelve en cada escena con su inocencia y simpatía, presentándonos un mundo totalmente feliz donde todo es posible y donde los milagros pueden hacerse realidad. Ante este panorama, su director Alain Gsponer (Lila, Lila) recurre a un elemento indudable: la capacidad interpretativa de Bruno Ganz, que se roba las miradas en cada escena y protagoniza cada una de las explosiones de emoción del film. De esta manera, se acomodan los hitos de la película, teniendo a la combinación de Heidi y su abuelo como intérpretes. Cabe aclarar la sorpresa que ocasiona ver a una artista como Anuk Steffen en su primer trabajo en el cine. Su presencia y carisma deja de lado cualquier falta de experiencia, algo similar a lo que sucedió el año anterior con la película El gran pequeño (Little Boy, 2015) donde un desconocido Jakob Salvati lograba conmovernos con la emocionante espera por su padre. Apostar por estos niños casi desconocidos parece moneda corriente en producciones fuera de Hollywood, donde aquí las chances se reducirían a la nulidad absoluta. Heidi posibilita una oportunidad única a grandes y chicos: poder compartir un film en conjunto. Escasean esta clase de películas donde el abuelo se sentiría a gusto de conmemorar épocas doradas de su infancia, donde los padres se pondrían contentos por ver a sus hijos sonreír y donde estos niños se sentirían en constante empatía con la protagonista. Celebramos una nueva versión de Heidi pero más celebramos aún que lo clásico nunca pasa de moda.
El regreso de la pequeña huérfana. Se trata de una versión “clásica” de la historia original, que abarca desde la reconstrucción de época hasta el andamiaje psicológico de los personajes. El experimentado Bruno Ganz aporta prestigio en el rol del Abuelo. Cada generación tiene la Heidi cinematográfica que se merece, podrá pensarse con algo de maldad, pero lo cierto es que la novela de la suiza Johanna Spyri –publicada originalmente en 1880– ha sido llevada en muchas más oportunidades a la pequeña pantalla de televisión. Y por más fuerza que haya tenido la versión de Allan Dwan de 1937, diseñada como vehículo ideal para los mohines de Shirley Temple, el animé producido a mediados de los años 70 (que supo contar con los aportes de un joven Hayao Miyazaki) es, para muchos, la adaptación definitiva de la historia de la pequeña huérfana y su abuelo cascarrabias. A tal punto que el “Abuelito, dime tú” es hoy una cita inconfundible en la cultura popular de los países hispanohablantes. Esta nueva Heidi cuenta con algunas ventajas de base, comenzando por un rodaje en locaciones reales de los Alpes que les otorgan a las secuencias de exteriores un componente de belleza imposible de emular en estudio (la Temple, claro está, tuvo que correr y saltar en un par de parques nacionales californianos y ante los cicloramas erigidos en los sets de la 20th Century Fox). No se trata simplemente de explotar los paisajes a partir de una fotografía ad hoc: las imágenes de la naturaleza son un elemento esencial en una adaptación que se propone “realista”, desde la reconstrucción de época hasta el andamiaje psicológico de los personajes, pasando por el idioma, un alemán suizo que, en la Argentina, no podrá apreciarse, ya que todas las copias se exhibirán en el maldito español neutro. Por otro lado, el acierto de casting de la joven debutante Anuk Steffen ofrece una frescura no afectada, una naturalidad que resulta ideal para el personaje de Adelaida (el nombre real de Heidi). El experimentado Bruno Ganz, por otro lado, aporta prestigio en el rol del Abuelo e incluso, en los primeros tramos, logra inyectarle alguna dosis de oscuridad bien temperada. Hasta aquí, algunas de las virtudes de una Heidi clásica, fiel a la novela y casi nunca adocenada o “literaria”, aunque un tufillo qualité flote en escenas puntuales, en particular luego de la llegada de la protagonista a Frankfurt para su educación y conversión a la vida moderna y civilizada. Justamente, ese bloque narrativo intermedio es el que denota un cierto apuro en la acumulación de escenas y varias de ellas se sienten como un simple trámite despachado sin demasiado cuidado o atención. Imposible aseverarlo, pero puede intuirse un primer corte mucho más extenso, aligerado a riesgo de caer en la sensación de atolondramiento en la cronología de los acontecimientos. El resto es la historia –a esta altura eterna y universal– de la chica rústica enfrentada a otra clase de valores (y a otras clases sociales), virgen de toda corrupción y dueña de unas cualidades humanas y una bondad capaces de derribar los prejuicios y resquemores de todos aquellos que la rodean. Aunque para ello haga falta algo parecido a un milagro. En el fondo, más allá de la defensa de la humildad y la pureza teóricamente inherentes al ámbito rural, el texto más famoso de Spyri va en busca de la creación, en el personaje de Heidi, de una entelequia decimonónica que conjuga lo mejor de dos mundos: una emisaria de la educación y la cultura citadina en el campo y el mejor ejemplo de la simpleza y honestidad del campesino en la gran ciudad.
Tardó casi un siglo en aparecer pero finalmente la encontraron. Anuk Steffen quedará en el recuerdo como la versión definitiva de Heidi en el cine y la televisión. Un enorme hallazgo del director suizo Allan Gsponer, quien decubrió a esta joven y talentosa actriz en un casting de 500 niñas. La novela de Johanna Spyri se destaca entre los grandes de clásicos de la literatura que mayor cantidad de producciones brindaron en los medios audiovisuales. Junto con esa obra maestra de la animación japonesa que realizó Isao Takata en los años ´70 esta nueva película sobresale como la mejor adaptación que brindó el cine con Heidi. En materia de películas y miniseries live action el trabajo del director Gsponer es por lejos la mejor de todas y es muy poco probable que pueda ser superada en el futuro. Un problema que tuvo la adaptación de este libro en el pasado es que los productores solían cambiar la trama original o la personalidad de la protagonista. Un claro ejemplo de esta cuestión es la primera película que se hizo en 1937 con Shirley Temple. El argumento no le hacía justicia a la obra de Spyri y Temple repetía el mismo personaje de sus trabajos previos con la diferencia que en ese film se llamaba Heidi. Aunque otras producciones luego se acercaron más al espíritu original de la novela, como la versión del 2005 con Max Von Sidow, las niñas protagonistas no llegaban a lucirse en el rol principal. Esta es una cuestión donde este estreno marca la diferencia. Anuk Steffen no interpreta a Heidi sino que directamente es Heidi y en esto tuvo un enorme mérito el trabajo de dirección. Esta joven actriz que no tenía antecedentes en el cine sacó a la perfección la personalidad de la heroína de Spyri con los distintos matices de su personalidad. Anuk recrea a Heidi tal cual se comportaba en la obra literaria y logró desenvolverse muy bien en los momentos dramáticos. La misma situación se da con el resto de los chicos que interpretan a Pedro y Clara, quienes tampoco habían trabajado previamente en el cine y brindan interpretaciones muy espontáneas, donde se conectaron a la perfección con la protagonista. El clásico rol del abuelo en este caso corrió por cuenta de Bruno Gans, quien se roba algunas escenas como el hermitaño viejo de los Alpes. Al tratarse de una película de dos horas el conflicto se vio algo condensado, pero el director logra desarrollar muy bien la experiencia de madurez que enfrenta Heidi a lo largo del relato. El film inclusive incluye algunos guiños al animé de los años ´70, como la escena en que la protagonista es llevada por la fuerza a Frankfurt. Hay una escena en un tren que recrea un momento clásico del dibujo animado. Desde los aspectos técnicos esta co-producción que surgió entre Suiza y Alemania es extraordinaria. Gsponer logró capturar a la perfección la belleza de los alpes y la naturaleza de esos paisajes que en esta historia juegan un papel fundamental. Resultó un acierto también que Heidi recuperara la caracterización clásica del libro, es decir una niña morocha con rulos y vestimenta desaliñada, en lugar de la imagen hollywoodense que se vio en producciones previas. Por alguna extraña razón el personaje solía ser presentado como una niña rubia que usaba llamativos vestidos y parecía salida de una publicidad de chocolate. La versión de esta nueva película está más en sintonía con el modo en que Johanna Spirit concibió originalmente a Heidi y es otro detalle que en este caso decidieron respetar. Me gustó mucho este film por la manera en que el director abordó los momentos más sentimentales de la historia sin que la película caiga en un melodrama forzado. Heidi es una excelente propuesta familiar que merece su recomendación y acerca a la nuevas generaciones de espectadores un gran clásico de la literatura infantil.
LA HUERFANITA QUE TRIUNFA Una historia que conocen muchas generaciones, fue animada por los japoneses, paso por Hollywood, y ahora regresa filmada en los verdaderos escenarios donde transcurre, en los Alpes suizos El director Alan Gsponer eligió al gran Bruno Ganz, para el abuelo gruñón con quien tiene que compartir sus días la nieta huérfana. Un hallazgo la joven actriz Anuk Steffen. Un melodrama que lleva a la niña a cuidar de una chica inválida, lejos de su única familia. Una historia de época que tiene un atractivo innegable, a pesar de ser tan conocida, y que tiene una versión bien realizada que posiblemente convoque a nuevo publico.
“Heidi”, exactamente como la imaginó su creadora Primera advertencia: falta el perro Niebla. Lo cual resulta lógico, porque esta nueva versión de "Heidi" se basa real y respetuosamente en la novela de Johanna Spyri, que se ambienta en el cantón de Graubünden, vulgo Los Grisones, donde no hay San Bernardos, ni cantantes tiroleses, ni grandulones de pantalón corto con tiradores. La novela transcurre a fines del Siglo XIX, y lo que hay es miseria, trabajo duro y gente bruta. El paisaje es lindo pero nadie lo mira. Salvo Heidi, que es naturalmente alegre y cariñosa, llena de energía, curiosidad, e inocencia. Como ya sabemos, tales virtudes ablandarán el corazón del abuelo ermitaño, y hasta contribuirán en la curación de una niña rica con tristeza. La vieja y tierna historia se cuenta aquí en detalle. Vemos montañas llenas de luz en contraste con los colores apagados de la ciudad, y del pueblo vecino, personajes sólidos, cada cual con su parte buena y su parte mala, situaciones básicas de fuerza emblemática, y, sobre todo, una nena de 10 años con pelo enrulado, tal como la imaginó Spyri. Hay lugar para la sonrisa, la pequeña emoción, y también para la inesperada comparación: ¡pobres los niños de antes, con los métodos de lectura que usaban los maestros! (y qué cierto sigue siendo lo que dice, al respecto, la abuela de Clara). Otro plus: el encanto que transmite la nena Anuk Steffen, y todo lo que expresan los ojos de Bruno Ganz en su papel de abuelo. Es el segundo abuelo bueno que compone, el anterior era el de "Vitus". Suizos todos: la nena, Bruno Ganz, la adaptadora Petra Biondina Volpe, el director Alain Gsponer, los Alpes. Y si no se filmó exactamente en Maienfeld, el pueblo que dice la novela, fue por una sencilla razón: desde hace décadas, ese lugar está plagado de turistas japoneses. Para interesados: entre las muchas versiones de "Heidi" que se han hecho, cabe señalar las de Allan Dwan con Shirley Temple, 1937, Luigi Comencini con Elsbeth Sigmund, 1952 (primera versión suiza) y, por supuesto, la serie de Isao Takahata, 1974, un creador también memorable por "La tumba de las luciérnagas" y "El cuento de la princesa Kaguya". Como rarezas, una miniserie brasileña de 1956, una versión libre hindú de 1958, y el inefable "Heidi 4 Paws", de Holly Goldberg Sloan, 2009, enteramente interpretada ¡por perros! (pero falta Niebla). En cambio, "A Gift for Heidi", 1958, donde dos turistas son víctimas de una avalancha y la nena pide ayuda a una base militar norteamericana, y "The New Adventures of Heidi", 1978, donde la nena pasa sus vacaciones en Nueva York, esas son películas para llevar a Tribunales.
El perdurable encanto de Heidi Toda una leyenda popular extendida por muchísimos rincones del planeta la de esta nena de los Alpes suizos que por enésima vez llega a la pantalla para revivir una historia nacida a fines del siglo XIX, conocida por chicos y grandes y, por lo que parece, inagotable. Es natural que tan reiterada frecuentación (son innumerables las versiones a que ha dado origen la novela, el best seller suizo por excelencia, y no sólo en el cine sino también en la televisión, en el teatro, en el musical, los films de animación, y hasta hay un parque temático en Suiza), genere en el espectador cierta aprensión. Pero no le lleva demasiados minutos al director suizo Alan Gsponer atenuar ese escepticismo. En principio porque desde el comienzo está clara la seriedad con que ha sido encarada la producción, no sólo por la fidelidad al contenido de la novela -a pesar de que necesariamente ha debido reducirse, ya que el original ocupó dos tomos- sino también por el cuidado con que se han reproducido los escenarios en que transcurre la historia, Ninguna sospecha de cartón pintado asoma en el film. Los paisajes son los mismos en los que los concibió Johanna Spyri, en el cantón de los Grisones: primero la cabaña en lo alto de los Alpes en la que el abuelo ha elegido recluirse y de cuya presencia (al principio huraña, más tarde cálida y protectora), disfruta la huerfanita Heidi, una nena dulce y risueña que termina conquistándolo. Igualmente disfruta de la imponente vista de las montañas y de la atención de las cabras de Pedro, su inseparable amigo pastor. No menos convincente es el escenario (sin duda ha sido impecable todo el trabajo de ambientación), cuando para la pequeña y sensible chiquita enamorada de la naturaleza las cosas cambian bruscamente: la tía que un día la depositó en manos del abuelo paterno contra la voluntad de éste ahora debe trabajar en la ciudad, y es la oportunidad para que la chica pase por nuevas experiencias, viva en una suntuosa mansión, conozca la escuela y perfeccione sus modales desempeñándose como dama de compañía de una chica de su edad, Klara, postrada en una silla de ruedas. Ya se las arreglará la protagonista para volver a sus añoradas montañas y para no perder el contacto con su rubia compañera. Como puede verse, la adaptación es muy fiel a la estructura de libro, inclusive en su pintura de una sociedad clasista. Y que más allá de señalar sus visibles contrastes también desliza algunos apuntes que descubren que en la historia de Spyri cabe cierto espíritu ligeramente crítico en la observación de varios personajes, desde un abuelo de conductas independientes hasta una abuela capaz de comprender la nostalgia de una niña por su mundo rural y sus libertades. Entre los aciertos de la película, es justo señalar el del casting, especialmente en los casos de Anuk Steffen, una Heidi tan vivaz como espontánea y conmovedora, y de Bruno Ganz, inmejorable abuelo, a pesar del menoscabo que supone que en nuestro medio todas las copias sean presentadas en versión doblada al español. Méritos similares pueden destacarse en la música de Niki Reiser y en la estupenda fotografía de Mathias Fleischer.
Vigencia de un clásico La naturaleza, la orfandad, incluso la nostalgia de la infancia que provoca en los espectadores, son atractivos suficientes para ver Heidi. El cruce de tristeza y belleza, de carencias y exuberancia, de sabiduría y desconocimiento siempre ha sido una de las marcas emocionales de Heidi, esta novela decimonónica que sigue siendo un éxito en su formato libro, animé y cinematográfico. Pero esta nueva adaptación, guionada por Petra Volpe y dirigida por Alain Gsponer, resulta quizá el trabajo más hiperrealista montado sobre las novelas que Johanna Spyri publicó en 1879 y 1880. Hace justicia con ese trabajo, con el personaje y con el imaginario cultural que ha creado Heidi, pero quizá podría haber asumido algún que otro riesgo narrativo más allá de demostrarnos que su personaje resiste el paso del tiempo. Resiste. Pero la historia es tan conocida que ese exceso de fidelidad, de purismo, se solventa en detalles exquisitos, que van del paisaje a la música, por las montañas nevadas, la cabaña solitaria, la reconstrucción verosímil de Frankfurt. Gsponer cuenta bien ese mundo de belleza y carencias. A diferencia de muchos relatos infantiles contemporáneos, esta historia no necesita trabajar en dos niveles paralelos el enganche para chicos y grandes. La naturaleza, la orfandad, incluso la nostalgia de la infancia que provoca en los espectadores, son atractivos suficientes para ver Heidi. Es una historia del siglo XIX, pero también es atemporal, paradójicamente atemporal. Y es indiscutible que Heidi es un personaje a rescatar. Anuk Steffen no desafina en el papel de la niña, al contrario, y es un llamador que Bruno Ganz asuma el rol del abuelito. Resulta un atractivo en sí mismo ver la transformación de ese ermitaño que con líneas mínimas de texto absorbe los impactos que ya conocemos, en esta historia sobre la identidad, el carácter, la personalidad ligada a la gente y los lugares, los contextos sociales que nos permiten desarrollarnos, aunque suene lejano el mundo de los pastores, las cabras, tanto como la ausencia de pantallas, teléfonos. Al final, se trata de llevar emociones a la pantalla, de volverlas reconocibles e inspiradoras para los espectadores. Chicos y grandes convocados a un mundo conocido que puede parecer extraño, pero sólo por un instante, como si el tiempo no pasara entre montañas y nieves eternas.
"Heidi" fue una serie de televisión que en 1974 desembarcó en la pantalla chica para quedarse por muchísimos años repetición tras repetición. Ahora le llegó el turno a la versión "live action" (con personas) y realmente, el resultado es bellísimo. Lo que tiene de particular la peli es que respeta la historia clásica que tanto amamos quienes veíamos a la pequeña Heidi y vuelve a reflotar esos cuentos simples, de personajes buenos (aunque hay una mala) y algún que otro momento mágico para emocionarte. Anuk Steffen, quien interpreta a la pequeña Heidi, es perfecta... es Heidi. No podría haberlo hecho otra actriz. El resto del elenco acompaña muy bien, al igual que los paisajes, que te aseguro te van a deslumbrar plano tras plano. Hermosa peli para toda la familia que no aburre en ningún momento. Super recomendada.
VACÍA, RELUCIENTE Y VACUA Heidi era aquella niñita, inocente y cándida, que en los años 70 nos hacía reír con sus guiños y llorar a mares con sus gestos de pura bondad. La serie animé (ni siquiera sabíamos que quería decir eso) que contaba con los aportes de un también joven Hayao Miyazaki fue un éxito sensible y a la vez comercial que recreaba la infancia de la niña huérfana. Corrían otros tiempos, han pasado décadas y revisitar un clásico no es copiarlo; sino revestirlo de nuevo sentidos y nuevas sensibilidades que provoquen al original, que lo desmembren, que se pueda extraer de él un estilo, una poética. De esta manera el clásico “vuelto a leer” resultaría interesante. Lo que sucede con esta nueva versión de Heidi es que la película calca casi a la perfección aquella serie que veíamos en los 70. Nada resulta interesante, no hay ningún sentido nuevo que muestre su crecimiento en el tiempo, su perdurabilidad. Los clásicos son permeables y por esos poros se suele colar la inteligencia, el buen tino de quien lo adapta. Esta “nueva” Heidi suena ecológica y repleta de aire libre. Demasiada bondad para hacer creíble la vida de una nena de siete u ocho años. Todos los personajes se vuelven caricaturas, estigmas de esa historia original. Los paisajes pasados seguramente por unos cuantos filtros que hacen que los colores sean demasiado puros, como el espíritu de Heidi, se vuelven maquetas a ojos de un espectador que, obviamente conoce la historia, y necesita algo más que eso. Bonitos paisajes conforman una estética vacía y perfecta incomprensible en el 2016 donde la infancia se ha criado con otros parámetros que no son los de Heidi de los 70. La narrativa conforma ritmos desparejos, la película se apura sobre su segunda mitad, como se apura la buena de Heidi para que su amiga se “cure” ce la parálisis con aire libre, leche de cabra y una mariposa rebelde. Heidi, su abuelo, Pedro, la srta. Rotteinmaier, la paralítica Clarita y toda la galería de personajes están delineados con pocos rasgos apelando a que el espectador complete con aquello que ya sabe y no es decepcionado. Es cierto, la lista de valores que l película promueve son válidos y eternos, pero el mundo, pese a quien le pese ha cambiado. Y sabemos que cuando el mundo cambia también gira, y esos giros transforman el arte y el cine en particular. HEIDI Heidi. Suiza/Alemania, 2015. Dirección: Alain Gsponer. Guión: Petra Biondina Volpe. Intérpretes: Bruno Ganz, Anuk Steffen, Isabelle Ottmann, Anna Schinz, Quirin Agrippi, Katharina Schüttler, Peter Lohmeyer, Jella Haase, Maxim Mehmet, Monica Gubser. Producción: Jakob Claussen, Lukas Hobi, Ulrike Putz y Reto Schärli. Duración: 111 minutos.
Este personaje de la literatura infantil fue representada en distintos formatos y en esta ocasión se encuentra dirigida por el suizo Alain Gsponer, quien sigue manteniendo la melancolía, ternura, simpleza e inocencia. Algunos de los elementos que tienen mayor atractivo son: la fotografía, el contraste de colores, las locaciones y su música. Un clásico para disfrutar en familia. Los personajes resultan entrañables y se encuentra llena de mensajes positivos.
Una nueva adaptación de la novela decimonónica para el nuevo siglo La frecuente expresión “buen cine” puede ser una insidiosa justificación de un cine superficialmente reluciente pero de naturaleza pusilánime, proclive a un exhibicionismo formal que impresiona al distraído aunque siempre inescrupuloso en la apelación a fórmulas catadas que mendigan tanto por asombro como por aprobación. Eso es Heidi, una película a prueba de riesgo, resignada a ilustrar una novela decimonónica europea como si se tratara de calcar un libro en el lenguaje universal de las imágenes. Unas décadas atrás, este procedimiento tenía un nombre: cine de qualité. Probablemente, esa forma de injuria ya no les interese ni siquiera a los críticos dispuesto a encomiar la fotografía y la sempiterna inocencia de los personajes, pero he aquí un modélico film en el que su presunta calidad proviene de la literatura, a la que el cine debe servir y subordinarse. Paradoja típica del qualité, procedimiento recurrente de maquillaje: insinuar desparpajo formal en momentos triviales y así disimular la voluntad de transcribir fielmente la página en plano. Así, la pereza para trabajar sobre la forma cinematográfica se presiente cada vez que hay un ademán calculado: un primerísimo plano para señalar el placer de andar en patas de la heroína, un plano cenital para mostrar cualquier cosa que aporte perspicacia visual, por ejemplo, un almuerzo en la montaña; los ejemplos son muchos, pero no dejemos de recordar un pasaje ocurrente: la mayor elaboración formal consiste aquí en encontrar una continuidad sonora entre el soplido de una nariz y el sonido de una locomotora a vapor. No es la primera vez que la novela de Johanna Spyri ha conocido su transposición. La simpática Anuk Steffen, la niña que ahora interpreta a la huérfana adoptada por su abuelo huraño que vive en los Alpes suizos, tiene algo de Shirley Temple, la famosa actriz de la primera versión de Allan Dwan, aunque pocos recuerden esa versión “original”. Para la gran mayoría el encuentro inicial de Heidi con el personaje de Pedro, el niño pastor, remitirá de inmediato a la serie de animé japonesa de 1974. Y no faltará quien espere la vieja canción que invoca la sabiduría del abuelo. Por las dudas, en vez de aquel tema musical sonarán cuerdas de todo tipo casi sin interrupción. El silencio es un enemigo de los niños, no menos que la sonoridad de los Alpes. Sucede que Heidi es un cuento demasiado codificado para innovar, y es quizás por eso que Alan Gsponer escenifica la novela como si fuera tanto una postal de los Alpes como de nuestros recuerdos. La señorita Rottenmeier sigue siendo estirada y trivial; Clara, la niña paralítica, triste y solitaria; el padre, el señor Sesemann, un millonario inepto para los sentimientos. Ni las montañas suizas ni Frankfurt se salvan de sus semblantes de maqueta. La novela es una idea platónica, el film tan solo tiene que participar de su fulgor prestando obediencia. Telegráficamente, además, hay que dejar constancia de algunos valores irrenunciables: los lazos de familia son esenciales, alfabetizarse resulta aún un meritorio lujo para algunos (en vías de democratizarse) y la vida en la naturaleza, si bien exige mucho al espíritu, preserva la inocencia y hasta tiene poderes curativos. Es por eso que las apariciones de los inmensos Bruno Ganz y Hannelore Hoger, el primero, el abuelo de Heidi, la segunda, la abuela de Clara, pertenecen a otro film. Ellos son criaturas cinematográficas demasiado libres que “desentonan” con la mera ilustración del aprendizaje de la niña, tanto cuando la abandona su tía como cuando esta la vende a una familia aristocrática y sobrevive al sentimiento de desarraigo emocional. Cuando Ganz y Hoger, símbolos del cine del primer Wenders y Kluge, están presentes, las escenas adquieren una vivacidad que mitiga la falsa virginidad del ecosistema, los estudiados modales, el selecto mobiliario y la esmerada indumentaria.
Heidi: la cálida belleza de los Alpes Une nueva versión de la clásica novela llega esta semana a los cines locales, en esta ocasión en una película con actores que nada tiene que envidiar al clásico animé. La mayoría de las personas conoce más a Heidi por el animé estrenado en Japón en 1974 que se convirtió en un clásico de clásicos a lo largo de los años y se transmitió por casi un década en la Argentina con gran éxito a pesar de tratarse de sólo 52 episodios. Se podría decir que hay toda una generación de adultos esperando a poder mostrarles a sus hijos la magia de este relato que no tiene ni tiempo ni lugar ya que emociona siempre como la primera vez. Y, por fortuna, parece que el director suizo Alain Gsponer se tomó enserio el objetivo de estar a la altura de un clásico y no descuidó ningún detalle a la hora de poner manos a la obra, desde el look del abuelo de la protagonista hasta las ropas que utilizan los personajes, todo tiene una reminiscencia a la serie animada nipona pero al mismo tiempo un estilo propio. La historia es la de siempre: Heidi –diminutivo de Adelheid o Adelaida- es una niña huérfana a la que su tía ya no puede mantener y por eso la deja al cuidado de su abuelo paterno que vive en los Alpes suizos ya que ella debe ir a probar suerte a Fráncfort. La niña se encuentra frente al doble desafío de adaptarse a su nuevo hábitat y caerle bien a su abuelo que ha quedado con el párroco del pueblo en entregarla en adopción. A su favor cuenta con un carisma y optimismo a toda prueba. Si bien la comparación con la serie animada es inevitable, los guionistas han tenido en cuenta este detalle pero fueron por más al buscar un mayor grado de fidelidad con respecto al trabajo original de Johanna Spyri y por eso el abuelo comienza siendo un verdadero ogro que deja a Heidi librada a su suerte el primer día aunque va cediendo progresivamente, contra el anciano hosco pero amable que se podía ver en el dibujo animado. Si bien la primera parte de la película transcurre en los Alpes suizos ("filmada en escenarios naturales"), la segunda hora relata el regreso de Heidi "a la civilización", cuando su tía Dete (Anna Schinz) la lleva a vivir a la casa de los Sessemann, donde conocerá a Klara y a su institutriz, la señorita Rottenmayer, en una versión un tanto más sexy que la que está instalada en el imaginario popular. En el plano actoral, el director se tomó la molestia de buscar entre 500 niñas a su Heidi, y vaya que la encontró ya que Anuk Steffen es la viva imagen del personaje, con una sonrisa y un carisma que se compra a la audiencia en cuestión de segundos. Lo mismo se aplica al gran Bruno Gantz (muy recordado por su versión de Adolph Hitler de La "Caída", una de cuyas escenas es un clásico de la viralización de memes que se terminan aplicando a cualquier circunstancia). Sin embargo, lo más destacable del film es como, a pesar de que se "acusa" a los suizos de fríos y distantes, la película resulta enternecedora hasta un extremo inimaginable. El director juega con las emociones del público a través de una interesante combinación de planos cerrados de los personajes y generales de la montaña que adentran al público de manera intimista en el relato y luego lo llevan a disfrutar de un paisaje excepcional, al que el director de fotografía resalta de manera sublime. En Heidi, la montaña es la libertad, con colores vívidos y la ciudad es de una opresión angustiosa que se trasluce en decorados ocres y un encierro permanente dentro de la mansión Sesseman. Así las cosas, Heidi se transforma en una película deliciosamente realizada que sentará un nuevo precedente con respecto al personaje en los años venideros y, quizá, si la crítica y el público la acompañan, se convertirá en un nuevo clásico.
En el magnífico paisaje de los alpes suizos y hablada en alemán se filmó el regreso del clásico sobre la niña huérfana y su abuelo gruñón: uno de los grandes éxitos del cine helvético, y europeo, del último tiempo. Para esta nueva versión con actores, la pequeña Anuk Steffen (elegida entre cientos de niñas) y Bruno Ganz (el Hitler de La Caída), el director Alain Gsponer quiso pegarse al texto original de Johanna Spyri, publicado por primera vez en 1879. Y, en palabras del director, sacarle toda la cursilería. El resultado es una lograda adaptación que pone el drama de época bajo la luminosa fotografía de sus cielos y espacios abiertos. La resiliente Heidi juega con Pedro y sonríe aún a la severa señorita Rottenmeier, ajena a la trama de prejuicios, clasismos y durezas de la sociedad que su abuelo ermitaño decidió abandonar. Sin la carga de nostalgia de los que vieron la serie animada japonesa, habrá que ver qué pasa con el público infantil de hoy frente a esta historia de ternura, pero dramática al fin, que viene de ayer.
sao Takahata había inmortalizado el cuento legendario de Heidi en su versión animé, eran las postrimerías de los setenta y la versión animada de la pequeña huerfanita abandonada por su tía y puesta al cuidado de su abuelo gruñón se metía en los cines continuados, baluartes de los cines de barrio. Heidi de Takahata – imposible no asociar a la jovencita con su vestidito colorado y su carita redonda- se posicionó como la versión más recordable del cuento suizo – escrito por Johanna Spyri-, la historia inoxidable y siempre vigente de la niña que va a vivir con su abuelito a la aldea de Dörffi, en los Alpes Suizos, siempre es bien recibida por un público nostálgico. Generaciones de niños han crecido con la historia de esta pequeña, que pese a sufrir el abandono, siempre porta una alegría iracunda. El cuento clásico, en donde Heidi es expropiada del seno de su abuelo, para ser llevada a una familia “civilizada” – en donde conoce a su eterna amiga Clarita- es recuperado por Alain Gsponer, director suizo – tiene muy buenas películas en su haber como Lila, Lila y Así es la vida- quien es fiel a la narración clásica y transpone el cuento de la pequeña con los matices y las candidez del original. Los paneos incesantes en las montañas nevadas, y los vaivenes de Heidi en una historia trágica pero con happing ending – a esta altura ya todos sabemos de qué va la historia- reponen el cuento de una manera loable. Heidi es Anuk Steffen y Alpöhi – el abuelito- es Bruno Ganz, ambos construyen las mejores escenas de la película. Ganz tiene una versatilidad única, sus arrugas incipientes, su mirada tosca, y su barba albina, lo imponen en los primeros minutos de metraje como un abuelo desamorado que lejos está de adoptar a Heidi. Las primeras secuencias en donde la pequeña - además de ser bellísima esta nena actúa bien- trata de caerle en gracia a su abuelo, son de una ternura increíble. Ganz es bueno y es una pena que Gsponer, no le haya dado más tiempo en la película, lo mejor está en esa relación, que incluye luego a Pedro (Quirin Agrippi), el joven pastor que se hace amigo de la niña. El trio funciona de maravilla, pero el cuento y la literalidad por seguir el original, llevan a Heidi a vivir con una familia “coqueta” de Frankfurt, quien busca educar a la “niña salvaje”. Algunas actuaciones un tanto exageradas y la poca química de Heidi con una Clarita (Isabelle Ottmann) un tanto incolora, hacen decaer una película que arranca muy bien, pero Anuk Steffen (Heidi) nunca pierde su frescura y sostiene cada pasaje de la película. Vale la pena explorar en este clásico y emocionarse de a ratos con este cuento, no será la Heidi de Takahata, que por ahora es nuestra preferida, pero Gsponer hace un buen trabajo en esta reposición del clásico infantil.
CIVILIZACION Y BARBARIE La buena salvaje. Heidi (una mezcla entre la novela original y la iconografía de la serie animada de los 70’s) perdió a su madre y la llevan a vivir con su abuelo, un hombre bastante tosco que habita una cabaña en la pradera. El vínculo atraviesa el arco esperable: primero el abuelo pone distancia, después empieza a quererla. Para cuando son uña y carne, Heidi es llevada a la fuerza a vivir en la casa de una familia de alta sociedad: lo que sucede ahí es una reformulación del habitual tópico del buen salvaje. La niña no recibió más instrucción que la vida entre cabras y trotes en los Alpes suizos, es desmañada y un poco bruta. La severa institutriz intenta acomodarla a la nueva vida, lo que significa en ocasiones ser bastante cruel. Heidi llegó a ahí a pedido de un hombre viudo, que está lejos del hogar y quiere una compañía para su hija discapacitada, Clara. El director Alain Gsponer compone toda esta primera parte sobre la base del conflicto básico: la niña silvestre intentando acomodarse a una vida civilizada. Las secuencias gastronómicas son la base (ya lo mostró Steven Spielberg en El buen amigo gigante), puesto que el comportamiento en la mesa ha sufrido de una estructuración que distancia a los grupos sociales: la contraposición entre un almuerzo en la cabaña y uno en la casa refinada es más que evidente. Pero Gsponer, además, trabaja todo este recorrido con un concepto de cine qualité para niños, que en ocasiones resulta bastante molesto. La buena ilustrada. Claro está, Heidi buscará regresar al origen, a esa cabaña y a su abuelo, regreso que instala el mismo conflicto, pero al revés: es ahora la niña ilustrada la burlada por sus compañeros salvajes, ya que entre otros motivos elige el oficio de la escritura por sobre alguna otra tarea rural. Lo curioso en el film es que todos estos conflictos no parecen tener mayor sedimento en la psicología del personaje, puesto que Heidi absorbe todas las lecciones que la película le enfrenta con tan buena predisposición, que resulta bastante falsa (fundamentalmente sobresale su relación con el abuelo, que es mucho menos traumática de lo que debería). En todo caso, el vínculo más interesante es el que se genera con Clara, que adquiere rasgos posesivos y bien identificables con la lógica de una niña que ha sufrido el abandono y la introspección. Lo que está claro es que Gsponer no quiere amilanarse ante los conflictos, y amén del colorido que desprenden sus escenas alpinas, aligera cualquier carga dramática que la historia posee (el personaje del abuelo tiene sus ribetes oscuros) o que uno pueda recordar de aquella tira animada. Si la lucha es entre civilización o barbarie, esta Heidi elige un poco de ambas: lo barbárico como reacción ante lo ordenado y establecido, lo civilizado como intrusión de la ilustración en la conformación de un nuevo tipo de sociedad. Y si bien no significa que hay que elegir entre uno u otro, es bien cierto que esa indefinición y esa apuesta por una corrección política excesiva es lo que hace de esta película un producto apenas correcto, pero carente de vida y complejidad.
La pequeña niña que vive en los verdes campos de los Alpes Suizos es probablemente uno de los personajes con más adaptaciones en la pantalla, cinematográfica, y sobre todo televisiva. Creada en el texto por la pluma de Johanna Spyri en 1880, no solo es una de las novelas infantiles más famosas, sino que impuso (junto a otras) el imaginario de una apacible vida idílica en contraposición al caos urbano. Quizás muchos recuerden al personaje no tanto por el libro, como por la serie de TV creada por el maestro Isao Takahata en los setenta, con su animación y música tan característica que la convirtió en un clásico inmediato y atemporal. Quizás a caballito de un nuevo resurgir del personaje gracias a la nueva serie animada francesa que aquí emite Disney Channel; nos llega una nueva versión de la historia para las grandes salas, con varias particularidades, no proviene de Hollywood, y logra una buena mixtura entre un estilo actual (que la puede asimilar a su heredera Annie) y un clasisismo de origen. Para bucear en los antecedentes de esta nueva versión llegada de Alemania y Suiza, habrá que remontarse no tan lejos a la letra de Spyri, ni tan cerca al animé de Takahata. La dorada Shirley Temple fue Heidi en los años treinta, y viendo los resultados del nuevo film, debe mucho a aquella película. La adorable Anuk Steffen es el personaje del título, una nena de cinco años, acostumbrada a la vida de campo en los Alpes, criada por su abuelo con un entorno que le es acorde en compañía de su amiguito Pedro. Más adelante aparecerá su tía Dete, quien decide que Heidi no puede seguir siendo criada por las costumbres del abuelo, al que considera salvaje; y decide llevársela a Frankfurth, a la civilización, para educarla, y para que cuide de Klara, postrada en una silla de ruedas. El alemán Alain Gsponer, que cuenta con una filmografía algo ignota por estos lugares, se encarga de la dirección en lo que claramente es un film de estudio aunque no provenga de EE.UU.. Dota al filme de todo lo necesario para que sea sumamente agradable ante una primera vista. La fotografía realza la grandiosidad de los Alpes, hay planos aéreos y abiertos que inspiran libertad, pero también cercanos para apreciar cada una de las travesuras de la pequeña. Cuando se traslada a la ciudad pierde algo de encanto visual, igualmente logar un interesante contrapunto con lo visto hasta ese momento. La historia se sigue con interés, con un ritmo que pueden seguir niños y adultos sin perderse ni aburrirse. Pero aquí es donde se diferencia de Spyri y hasta de Takahata. Estamos en presencia de una Heidi edulcorada, que no profundiza en ribetes que en la novela y el animé eran más trascendentales. La inocencia reboza por todos los poros e instala una sonrisa permanente y hasta toca alguna fibra para que alguna lágrima pueda rondar; pero a las ideas del abuelo frente a las ideas de la tía, y los padecimientos posteriores de la niña apartada de su eje, le falta peso; tal cual ocurría con el film protagonizado por Temple, pura ternura. Aún con esta flaqueza argumental que no depara mayores sorpresas, Heidi pareciera ser un producto a contrapunto de lo que hoy en día se ofrece para el público menudo, al que hay que abrumarlo con un frenesí de imágenes, gritos, y colores extremadamente fuertes para tenerlo cautivo. Se agradece que este film vuelva las cosas a su lugar, que se disponga a bajar un cambio sin volverse lento ni pesado. Del elenco, naturalmente destaca Bruno Ganz como el abuelo, derrochando talento, aunque sea consciente de estar frente a un film infantil y se disponga a media máquina expresiva. Steffen es un hallazgo, tiene todo lo que se le puede pedir al personaje, se gana el corazón del público sin hacer demasiado esfuerzo, y no parece ni acartonada ni incómoda, algo común en los actores pequeños. Siendo este su debut en pantalla, ojalá podamos seguir disfrutando de su inocencia. Colorida pero no chirriante, bella hasta el preciosismo, cálida y amena, simpática, esta nueva versión de Heidi es una propuesta más que interesante para la cartelera infantil, para que los adultos acompañemos y no padezcamos. A los admiradores de la obra original les faltará algo, notará una simpleza quizás excesiva, claramente este no es un producto pensado para ellos, apunta a las nuevas generaciones, y desde ahí sale triunfante.
Heidi, el clásico de Johana Spyri, que hablaba de la entrañable amistad de una niña custodiada por su abuelo y una joven de una clase completamente diferente a ella. En la nueva versión que Alain Gsponer (“El pequeño Fantasma”, “Lila, Lila”) trae en este siglo, esa amistad se potencia, pero también la soledad de la niña ante la intempestiva decisión de su tía de llevarla a vivir con su huraño abuelo (Bruno Gainz), a quien nunca ha visto. La imponente apuesta de esta versión de “Heidi” (Alemania, 2016) trae no sólo la posibilidad de descubrir a una joven promesa como Anuk Steffen (Heidi), quien impregna de espontaneidad a esa niña que de un día para el otro transformará a cada una de las personas que conozca. La trasposición es textual, cada escena corresponde a cada capitulo de la historia, y gracias a un nivel de producción imponente, se terminará por construir un sólido relato desde el encuentro primero entre Heidi y su abuelo (Gainz) y luego con cada personaje que aparezca delante de ella. Pedro (Quirin Agrippi), el pequeño pastor que ayuda al abuelo, será aquella compañía que la niña necesita para pasar las horas del día con un momento de relajación y actividades lúdicas, aquellas que le permitirán ir forjando un espíritu libre y confrontador. Justamente eso es lo que le servirá luego para poder afrontar la drástica decisión de su tía de alejarla del campo y la pradera para llevarla como “niña de compañía” de una joven paralítica llamada Clara (Isabelle Ottman), quien tras la muerte de su madre nunca pudo recomponerse. Desde el primer encuentro ambas forjarán una hermosa amistad, la que sólo es interferida cuando la siniestra Señorita Rottenmeier (Katharina Schüttler), quien esconde no sólo la vaga sensación que podrá, en algún momento, conquistar al señor Seseman (Maxim Memeht), y así dejar de trabajar. Pero Heidi, con su inocencia, y a veces, con su torpeza, se entrometerá en los planes de Rottenmeier, quien no verá con buenos ojos primero la relación de ésta con Clara, y menos luego, la que la niña entablará con la abuela de ésta (Hannelore Hoger), que además, la ayudará a leer y a formalmente adquirir una educación. “Heidi” reflexiona sobre la niñez con simpleza y con valentía, primando en esta nueva adaptación, que se suma no sólo al clásico del animé de los años setenta, sino a otra versiones cinematográficas como la más recordada protagonizada por Shirley Temple, una mirada mucho más dura sobre los prejuicios y el encasillamiento de las personas, como determinantes de las relaciones. Una impecable recreación de época y la posibilidad de rodar en escenarios naturales, tan vívidos y potentes como aquellos que Spyri describía en cada una de las páginas del cuento, otorgan aire a esta nueva trasposición para generaciones recientes que no vivieron el fenómeno de la tira animada. “Heidi” vuelve además a poner el foco en la niñez como espacio no sólo de juego, sino como un lugar en el que se necesita el apoyo constante y la constante y paciente mirada del adulto para enfocar o reenfocar las energías y caminos. Si por momentos uno se pierde en los Alpes, y sueña con volver a tararear el clásico jingle del dibujo, es porque, casi sin quererlo Gsponer nos lleva a nuestras infancias, repletas de posibilidades y ganas por ser de grandes aquello que tanto queríamos.
Brillante trabajo de dirección y de una debutante carismática pequeña actriz Era hora de una visita cinematográfica al cuento clásico de Johanna Spyri porque sin dudas es junto con el personaje de Dorothy, en “El mago de Oz”, y tal vez la huérfana del musical “Annie”, uno de los personajes infantiles más frescos y queribles de la historia. Más allá de la versión de 1937 con Shirley Temple (un papel hecho a medida de aquel gran talento) es difícil pensar a Heidi fuera del “Animé” producido en 1974, repetido mil veces en la TV vernácula, con edición de disco de vinilo incluida, allá por 1978. Ese dibujo animado transmitía a la perfección el espíritu libre del personaje central escrito en 1880, y para los memoriosos la vara estará alta a la hora de ir al cine esta vez. La historia, algunos más otros menos, la conocemos todos por simple traspaso generacional. Una niña huérfana llamada Heidi (Anuk Steffen) es llevada por su tía Dete (Anna Schinz) a la morada de su abuelo (Bruno Ganz) situada en los Alpes Suizos. Un lugar en donde solamente se puede construir una cabaña y la soledad. El hombre adusto y solitario no está acostumbrado a relacionarse con otros humanos, más allá de lo indispensable, lo cual lo ha vuelto alguien distante y hasta descreído de los hombres y su honorabilidad. Con semejante panorama es difícil, pero lógico, que la niña conquiste su corazón vacío. El relato, siempre dividido en dos actos muy claros, cuenta la construcción de un vínculo a partir de contrastar inocencia con experiencia, primero, y la ruptura del mismo a partir del momento en el cual la tía vuelve a buscar a la niña para llevarla a Frankfurt, a la casa de una familia de alta alcurnia, en donde conocerá a Klara (Isabelle Ottman), otra niña algo mayor, pero inválida, en silla de ruedas. Hay que reconocer en Alain Gsponer una habilidad para entender el cuento y su enorme riqueza de contenido. Su “Heidi” trabaja brillantemente sobre los dos universos en los que la protagonista es forzada a insertarse. El primero, el que habla de la libertad absoluta, casi en estado natural del ser humano, es el que construye a fuerza de utilizar hábilmente la imponente locación de las montañas como símbolo de la pureza. Allí vemos y vivimos el desarrollo concreto del arraigo al lugar de pertenencia. No importa cuál sea. Ese mismo, o el campo, o el barrio de uno. La geografía por imposición en la cual la gente se cría, vive, llora, mama, juega y aprende. El otro, es el contraste total. De la montaña a la casa de Klara hay un abismo, y acá se lo percibe crudamente. La casa de Klara es gigante, pero el mundo en el que Heidi se mueve lo es aún más. Porque es libre. Aquí es donde el deseo se vuelve necesidad y por ende una elección. Nadie quiere a ese viejo excepto ella. Acaso porque en la convivencia sin prejuicios es donde se encuentra una paz verdadera. El tiempo de jugar es uno, el de crecer es otro. El destino de la niña está casi signado sino fuese por el intrínseco deseo de volver al lugar que representa la felicidad plena. Aún con sus avatares y su contexto, pero también con la vivencia de vivir la solidaridad y la amistad, con la eventualidad de tener que elegir entre un vínculo u otro. La sensación de extrañar a un ser querido también está presente aquí. ¿Quién no tiene miedo de extrañar a alguien sino está? Los logros de esta preciosa producción arrancan por la sentida adaptación de Petra Biondina Volpe, seguida de una narración efectiva y clásica del realizador y, por supuesto, acompañada de la estupenda fotografía de Matthias Fleischer (el mismo de “Rose”, 2005), y la banda sonora de Niki Reiser. Claro, así como se habló de Shirley Temple, hay que destacar a la niña Anuk Steffen. Pocas veces podemos ver un trabajo tan espontáneo, fresco, lleno de libertad y despojado de vicios, más allá de algunas marcaciones puntuales, pero hasta en esos ojos dispersos y curiosos se respira verdadera libertad creativa. Como si Heidi hubiese esperado casi 80 años para volver a vivir. Ni hablar de la sapiencia y el control total de la escena del genial Bruno Ganz, ya instalado para siempre en la piel del abuelo. Brillante. “Heidi” es un reencuentro con el cine de narración tradicional casi sepultada luego de “La novicia rebelde” (Robert Weis, 1965), pero además con la simple idea de bajar a tierra ese concepto del juego en la niñez y la inocencia contundente para mirar el mundo y explicarlo desde los ojos del niño. Ese que interpela con sólo estar. Ser.
Para todos aquellos de más de 40 que crecimos tomando la leche y mirando Heidi a la vuelta de la escuela, con la convicción de que esos Alpes de caligrafía nipona sólo debían existir en un universo paralelo (eso era antes de descubrir a Tolkien, obvio), el recuerdo es de una melancolía siempre al filo de un pico nevado, y de una candidez que la pubertad, con su inminente realismo y sarcasmo, tornará culposa. Heidi fue el primer melodrama (y para muchos el último) de nuestras vidas. La objetividad de la distancia, sin embargo, muestra que la tira animada de Isao Takahata es una versión definitiva y cerrada sobre el clásico texto de Johanna Spyri. Y entonces, es un alivio descubrir que esta reciente adaptación fílmica, de enorme suceso en Suiza, no desanda los logros del animé; más bien reconfigura aquellos atisbos precarios de ternura y desigualdad, de la mano con una visión nada condescendiente de la infancia. Con una magistral sincronía entre guión (Petra Volpe) y dirección (Alain Gsponer), Heidi (Anuk Steffen) y Pedro (Quirin Agrippi) vuelven a dotar de magia a esos Alpes de leyenda, aguardando la frugal pero nutritiva dieta de pan, leche y queso de cabra que prepara el abuelito. El abuelito es Bruno Ganz, el mejor actor del mundo. Y con esa carta ningún film puede fallar.