La imagen del I Ching da comienzo a la película. Centrado en primer plano, una voz en off narra el significado del oráculo milenario, que ha sido consultando por la protagonista antes de su viaje. La introducción, algo enigmática y sugestiva, anticipa el carácter místico que tendrá Inmortal, el nuevo trabajo del prestigioso director Fernando Spinner (La sonámbula, Adios querida Luna, Aballay, el hombre sin miedo, La boya). Ana Lauzer (Belén Blanco) es fotógrafa y regresa a Buenos Aires, sólo para hacer unos trámites y volver a Roma, donde reside. Su llegada, la conecta al fallecimiento de su padre (Patricio Contreras) que tenía una imprenta junto a un socio, el doctor Benedetti (Daniel Fanego) un científico amante de la física cuántica, al que ella culpa por haber llevado el negocio a la quiebra. Mientras va de visita a la casa de Sara (Elvira Oneto), la esposa de su padre, va sacando fotos de la ciudad, hasta ver a un hombre idéntico a su padre. Esa imagen tan vívida, la lleva a investigar si lo que vio fue posible o sólo fruto de su imaginación. Los caminos para descubrir la verdad los encontrará con Benedetti, quien ha creado un mundo paralelo llamado Leteo, en el que los muertos y vivos pueden encontrarse. Un proyecto dirigido por Isadora (Analía Couceyro), una mujer peligrosa y poco confiable. Ana estará dispuesta a cruzar ese lumbral donde conocerá a Víctor (Daniel Velázquez), y ya nada será igual. Presentada en la Competencia Oficial de Cine Fantástico del Festival de Stiges 2020, la película de Spinner ofrece un relato fantástico que habla sobre el amor y la muerte en un contexto distópico. Cine de género, como el que acostumbra a manejar, que se acerca a los orígenes de La sonámbula (1998) y Adiós querida Luna (2004). Inmortal combina el registro cercano y realista de una Buenos Aires impresa en las fotos de Ana y en los lugares por donde se mueve, con la extrañeza de otra ciudad similar, pero construida en otra dimensión. Un escenario inanimado y solitario donde viven los muertos llamados “residentes”; sitio, donde la protagonista tomará el rol de una heroína aguerrida dispuesta a revivir el amor con su padre. La estilización de la puesta en escena traduce los cambios anímicos que enfrenta Ana, embellecida por la composición de los encuadres; un rasgo característico del realizador, sumado al trabajo de los efectos visuales en diálogo constante con los distintos planos sonoros y musicales que la componen. Las imágenes no quedan libradas al azar, siempre hay una búsqueda constante de resignificación. Inmortal logra mantener un clima enigmático y una atmósfera que se ajusta a las leyes del género. Junto a un gran elenco convocado, la película se permite reflexionar acerca de la existencia, la transformación espiritual y el amor, por sobre todas las cosas. INMORTAL Inmortal. Argentina, 2020. Dirección: Fernando Spiner. Intérpretes: Belén Blanco, Daniel Fanego, Diego Velázquez, Analía Couceyro, Patricio Contreras y Elvira Onetto. Guion: Fernando Spiner, Eva Benito y Pablo De Santis. Fotografía: Claudio Beiza. Música: Natalia Spiner. Edición: Alejandro Parysow. Dirección de arte: Juan Mario Roust. Sonido: Sebastián González. Duración: 96 minutos.
El talentoso Fernando Spiner cuenta entre las motivaciones para incursionar en una tradición fantástica, la conmoción que la causó la muerte de su padre y el deseo de volverlo a ver. Escribió el guion junto a Eva Benito y Pablo De Santis, y realizó un muy interesante film sobre mundos paralelos, donde los muertos pueden habitar una suerte de limbo en construcción, que puede ser una esperanza para los dolientes que quedan en esta vida o un gran negocio sin escrúpulos. Con pocos efectos especiales, pero con originalidad de ideas se puede abordan un tema inquietante cuya materia son los deseos, el desencanto, las ecuaciones matemáticas, la ilusión siempre presente de vencer a la muerte y conquistar la eternidad. Con dispositivos tan sencillos como un ascensor de un viejo edificio, más el logrado y casi silencioso mundo de Leteo, los planteos son inteligentes, interesantes y también inquietantes. Belén Blanco es la interprete perfecta para transmitir todas las sensaciones que van de la incredulidad, la zozobra, lo vulnerable y poderoso al mismo tiempo. Muy bien secundada por ese científico “no tan loco” de Daniel Fanego, la obsesiva ingeniera hecha con toda intensidad por Analía Couceyro, más Elvira Onetto, Diego Velázquez y Patricio Contreras.
«Inmortal» es un largometraje dirigido por Fernando Spiner, el cual participó del Festival Internacional de Mar del Plata el año pasado y ahora llega a las salas comerciales. El guión fue escrito por Spiner, Eva Benito y Pablo de Santis. Por su parte, el elenco principal está compuesto por Belén Blanco, Daniel Fanego, Diego Velázquez, Analía Couceyro y Patricio Contreras. Esta particular historia nos presenta a Ana Lauzer (Blanco), quien regresa a Buenos Aires para realizar una serie de trámites luego de la muerte de su padre. Es en su regreso cuando se reencuentra con el Dr. Benedetti (Fanego). En medio de acusaciones por hechos del pasado, Benedetti le muestra a Ana una forma de contactarse con su papá. Las actuaciones del elenco no son destacables, salvo por Fanego. Es muy difícil empatizar con el personaje de Blanco dada su performance. Sin embargo, y a pesar de mantenerse en la misma línea en cuanto a su resultado, Couceyro retrata a una antagonista que logra, con lo justo, el efecto necesario para generar la rivalidad. Lo más interesante de esta película es, sin dudas, su historia y realización. Es una premisa digna de un film hollywoodense del género fantástico. Sin embargo, Spiner la realiza sin la superproducción que alguien se espera. Sitúa esta historia dentro de una Buenos Aires especial que decide mostrar: dentro de las políticas del gobierno de turno, de los reclamos que se evidencian mediante archivos de radio y el sector de la ciudad mostrado en cada viaje de colectivo, se encuentra el doctor Benedetti, quien hace negocios con la inmortalidad. En conclusión, Spiner regresa al cine fantástico con una propuesta que es una bocanada de aire fresco. Con una gran premisa, es una historia a la que se le podría sacar un elemento romántico (que resulta innecesario), ya que por sí misma, tiene fuerza para sostenerse sin aquella inclusión.
El universo paralelo de Fernando Spiner Existen varios puntos de contacto entre "La sonámbula" e "Inmortal 不朽", la última película de Fernando Spiner, que participó Fuera de Competencia del 35 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, luego de estrenarse en Sitges. Ambas películas hablan de mundos paralelos (uno apocalíptico y el otro idílico) diferenciados por el tratamiento de la imagen. El viaje en el tiempo y la explicación científica insuficiente para fundamentar carencias humanas, son el vínculo entre los universos desarrollados en los films. En Inmortal (2020) Ana Lauzer (Belen Blanco) es una fotógrafa que regresa a Buenos Aires por trámites inmobiliarios cuando cree ver en la calle a su padre (Patricio Contreras) fallecido recientemente. El misterio la lleva a encontrarse con el científico y ex socio de su padre (Daniel Fanego), quien crease un mundo alternativo llamado Leteo donde los muertos pueden vivir y reencontrarse con sus seres queridos. Fernando Spiner acude a las posibilidades futuristas que le presenta la propia Ciudad de Buenos Aires: edificios históricos en contraste con rascacielos modernos, autopistas interurbanas con la indigencia que habita en las calles. El tratamiento que ofrecen los efectos digitales le dan la textura fantástica a la película, un recurso utilizado en La sonámbula (1998) mediante la materialidad del fílmico (textura del 16 y 35 milímetros). Inmortal articula el melodrama centrado en las relaciones filiales con la ciencia ficción y su explicación científica para paliar el dolor de los personajes. Recurso que nos remite a la reciente serie alemana Dark, como horizonte de referencias. Pero resulta interesante relacionar con el cine nacional (Moebius por ejemplo) o el propio universo del director, que profundiza sus inquietudes expresadas en su primera película, ahora con las posibilidades que la tecnología permite.
Fernando Spiner arma un potente relato sobre la vida y la muerte en donde el pasado, presente y futuro se unen para narrar la búsqueda de la vida eterna. Belén Blanco en una sólida actuación.
Con Inmortal Fernando Spiner regresa a uno de los géneros que más le fascinan, el fantástico, con una historia sobre una dimensión paralela en la que se conservan imágenes de la vida real. Un simple ascensor aparentemente fuera de servicio es lo que separa a una Buenos Aires bastante reciente (unos docentes protestan contra el gobierno macrista) del universo de Leteo, donde a los “muertos vivos” se los llama residentes. La protagonista del film es Ana Lauzer (Belén Blanco), una fotógrafa radicada en Roma que regresa por diez días a Buenos Aires para “hacer unos trámites”. Su padre (Patricio Contreras), de quien estaba bastante distanciada, ha muerto hace poco tras la quiebra de su imprenta y ella debe resolver cuestiones ligadas con la sucesión y unas escrituras con Sara (Elvira Onetto), la última mujer del fallecido. Cuando en una de las primeras escenas del film ella viaja en colectivo por el sur del conurbano cree ver por la ventana la figura de su padre deambulando por una zona fabril de Avellaneda. No puede ser, pero... Las explicaciones vendrán pocos minutos cuando Benedetti (Daniel Fanego), el típico científico un poco loco (pero no tan loco) que fue amigo de su padre, le hable del funcionamiento del universo paralelo de Leteo que él mismo ha diseñado. Y también entrará en escena su jefa, Isadora, una misteriosa ingeniera interpretada por Analía Couceyro. El elenco principal se completa con Víctor, un “residente” al que Ana conocerá en su primera incursión en Leteo. Inmortal pendula todo el tiempo entre el realismo (hay un buen uso de locaciones como el hotel América de Constitución, el edificio Lanusse o el bar El Progreso e imponentes imágenes tomadas con drones de la circunvalación porteña) y la dimensión fantástica, donde a los efectos visuales parecen faltarles un poco más de tiempo o recursos de postproducción (o ambas cosas). La película también extraña algo más de aire, de humor, en un universo que -más allá de lo trascendente de la historia- está muchas veces dominado por la solemnidad. Blanco maneja con suma ductilidad los distintos estados de ánimo por los que va atravesando Ana en su camino de búsqueda y descubrimiento en el marco de una historia que maneja ideas inteligentes e inquietantes que van de lo espiritual y lo existencial (los títulos de apertura, por ejemplo, están dedicados a los oráculos del I Ching) a cuestiones tan esenciales, profundas y complejas como el amor y la muerte.
Fernando Spiner suele explorar dentro de los géneros: en la ciencia ficción, con películas como La sonámbula y Adiós, querida luna, o con una versión criolla del western en Aballay, el hombre sin miedo. Inmortal marca su regreso al cine fantástico, con una historia sobre la vida, la muerte y cómo el amor las traspasa. Belén Blanco encarna a una fotógrafa que vuelve a su Buenos Aires natal para ocuparse de trámites pendientes tras la muerte de su padre (Patricio Contreras). Allí descubre que el científico, interpretado por Daniel Fanego, quien llevó a su padre a la bancarrota, tuvo éxito con su experimento para viajar al más allá. La actriz ancla la película con una interpretación de expresividad sutil, que insta al espectador a acompañar al personaje en un proceso de duelo atravesado por un hecho fantástico. Cuando ese tono misterioso cambia, ante la aparición de las explicaciones y algunos efectos visuales que no terminan de funcionar, la película pierde un poco el rumbo tonal, a pesar de que el guion mantiene la trama ajustada por una estructura muy clara. Inmortal construye un suspenso intrigante y plantea ideas sobre el duelo. Entre todo eso, propone una mirada singular sobre la ciudad de Buenos Aires, materializada en distintas secuencias, como la recorrida de un pasillo de hotel que parece infinito o la simetría del plano de un bar. Y su contracara en el más allá, un reflejo presentado en tonos amarillos pálidos, que subraya el valor de esa vitalidad, a veces abrumadora, de la ciudad de los vivos, frente a la quietud aplastante de la que habitan los muertos.
La nueva película de Fernando Spiner, vista en Mar del Plata 2020, llega finalmente a salas con una historia de ciencia ficción metafísica y melancólica. La poética existencia de un lugar, como un espacio onírico, que puede visitarse por un rato. Al que uno puede acceder, mediante un código y luego de un viaje en un misterioso ascensor, para reencontrarse con los que perdió y, acaso, hablar con ellos una vez más. Es la historia que firma Spiner y el escritor y guionista Pablo de Santis y que remite a cierto cine argentino de los ochenta y primeros noventa: Moebius, de Gerardo Mosquera, Hombre mirando al sudeste, de Eliseo Subiela. Historias ingeniosas, ideas poderosas y un cruce entre el realismo y el fantástico. O el realismo mágico, como solía decirse del cine de Subiela. Más allá de lo que venga a la cabeza a cada uno, la que descubrirá ese lugar (El Eteo) es Ana (Belén Blanco), una fotógrafa que llega de Roma a un hotel de Constitución, en duelo por la muerte de su padre (Patricio Contreras). En Buenos Aires, reencontrándose con la ciudad y sus recuerdos, sabrá que el padre estaba involucrado en ese proyecto, manejado por su socio (Daniel Fanego) y su escepticismo se irá desarmando de a poco.
Relato fantástico con un valioso concepto sobre la vida y la muerte Tras su paso por el documental -con la notable La boya (2018)- Fernando Spiner vuelve a la fantasía, terreno donde maneja el dominio necesario para lograr una película que, aún con sus flaquezas, plantea debates muy interesantes al hablar de los límites entre la vida y la muerte. En las películas de Fernando Spiner siempre llaman la atención los conceptos que mueven los hilos de las narrativas. Precisamente en Inmortal, su regreso a la fantasía y la ciencia ficción tras el documental La boya (2018), la búsqueda se centra en los límites que hay entre la vida y la muerte, tema universal si los hay. Los puntos más altos de la historia los otorgan el buen trabajo visual -que transforma escenarios urbanos conocidos en locaciones apocalípticas y diferencia con tonalidades marcadas los mundos de vivos y muertos- y una Belén Blanco mostrando toda su versatilidad actoral a la hora de componer emociones. Inmortal arranca con el regreso de la fotógrafa Ana (Belén Blanco) a Buenos Aires para realizar los trámites de la sucesión de su padre (Patricio Contreras). En ese trance se encuentra con el Dr. Benedetti (Daniel Fanego), un científico que trata de convencerla de que ha descubierto la puerta a una dimensión paralela llamada Leteo donde podría visitar a su padre muerto. Un discurso que bien podría tomarse como simple habladuría cobra sentido en Ana, quien recientemente vio a su progenitor caminando por las calles de Avellaneda. A partir de esta premisa el cineasta traza un melodrama de ciencia ficción y metafísica, con la utilización de efectos visuales austeros que no siempre contribuyen a generar climas de tensión en la historia. Por momentos Inmortal parece una prima criolla de Dark, serie alemana de viajes en el tiempo que saltó a la popularidad en Netflix, debido a la forma que tiene de explicar conceptos y presentarlos al espectador de forma intrigante. Esto, sumado a la sensible y precisa actuación de Belén Blanco, logran encauzar la película por buen camino. Sobre el final las cosas se cierran un tanto "a las apuradas", sin la posibilidad de que se explore un poco más la relación entre el personaje de Blanco y Velázquez. Hubiese sido interesante darles un cierre a la altura de la historia ambiciosa. Por otra parte, es preciso remarcar que algunas actuaciones rozan lo caricaturesco y esto le quita peso dramático a personajes importantes para el desarrollo de la trama. Observaciones que en ojos críticos pueden quedar resonando, pero que no impiden disfrutar de Inmortal, otra pieza fantástica que reafirma la calidad artesana del cine de Fernando Spiner.
A través de sus películas de ficción, Fernando Spiner tiene la capacidad de tomar géneros populares -mayormente explotados en el exterior- para darles una impronta muy suya, más cercana a la idiosincrasia argentina, pero sin dejar de ser universal. Sobre todo, cuando se trata de ciencia ficción: en La sonámbula planteó un futuro distópico; en Adiós, querida Luna mostró los avatares de una misión espacial, y en Inmortal se mete con el mundo de las dimensiones paralelas. La fotógrafa Ana Lauzer (Belén Blanco) viaja de Roma a Buenos Aires para tramitar la herencia de su padre (Patricio Contreras), que acaba de morir. ¿Pero murió realmente? Primero lo ve en la calle, como si nada, aunque no logra acercarse a él. Entonces se le revela la verdad: el doctor Benedetti (Daniel Fanego), otrora amigo del hombre, le revela que había escapado momentáneamente del lugar en el que yace ahora: Leteo, una ciudad parecida al mundo real (calles, edificios, bares), pero en donde los difuntos pueden seguir viviendo. Allí Ana se reencuentra con el padre, al menos por un rato cada día, y también conoce a Víctor (Diego Velázquez), un residente con el que entabla amistad. Pronto descubrirá una serie de cuestiones que pondrán en peligro a Leteo, a Víctor y a ella misma. Como en La sonámbula, Spiner toma como inspiración menos la ciencia ficción y fantasía hollywoodense y más la que cultivaron desde la literatura Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y, especialmente, Adolfo Bioy Casares y su novela La invención de Morel. Incluso los “muertos” de Leteo por momento son como hologramas, casi como los que anticipó el autor. Sin embargo, el director evita aferrarse al homenaje, a la cita fácil, y sabe darle una identidad propia al film. Spiner también acierta a la hora de crear Leteo y de los contrastes con la vida real: allá no hay disturbios, no hay problemas, ni siquiera hay tránsito porque los autos aún están en vías de ser habilitados para funcionar. Además, moran muy pocos habitantes. De hecho, aquella dimensión todavía está en proceso de armado. Y todo es de una tonalidad amarillenta, como producto de un soleado perpetuo. Pero los habitantes no la pasan de maravillas: el padre de Ana manifiesta cuánto extraña lo que antes odiaba, como el ruido de la ciudad. Belén Blanco sabe llevar adelante la película y nos recuerda por qué debería tener más protagónicos en cine. Daniel Fanego compone a un científico al estilo del que hizo en la telenovela Resistiré, y vuelve a demostrar que con su sola presencia le suma a una producción. Analía Couceyro interpreta a una enigmática mujer que trabaja con Benedetti, mientras que Diego Velázquez brinda una nueva actuación sólida, que no requiere de exageraciones para resultar convincente. Aun cuando le falta la contundencia de La sonámbula y el desparpajo de Adiós, querida Luna, Inmortal es una nueva y sólida prueba de que Fernando Spiner ama la ciencia ficción y sabe cómo reinterpretar los tópicos más clásicos.
Al igual que con el terror , la ciencia ficción no ocupa un gran lugar dentro de la historia del cine nacional. Los habituales representantes clásicos como “Invasión”, “Moebius” y “Hombre mirando al sudeste”, funcionan como una suerte de espejo en el que proyectarse. Una suerte de modelo que permite contar historias de ciencia ficción “filmables”, y en cierto punto, más realistas que fantásticas. Sin embargo, la cuestión presupuestaria no es el único condicionante. Evidentemente, existe en la literatura argentina (con Borges y Bioy como representantes) una fascinación por ese entrecruzamiento de aguas (la irrupción de lo extraordinario en lo cotidiano), y, por supuesto, una fascinación por el espacio-tiempo “Inmortal”, el regreso de Fernando Spiner a la sci-fi, se inserta en toda esa tradición, pero también en la propia visión de su filmografía. Spiner es un hombre de géneros. Hizo anteriormente dos películas de ciencia ficción (“La sonámbula” y “Adiós querida luna”), y un western (“Aballay: el hombre sin miedo”), así que su incursión con “Inmortal” no es casual. El film inicia con la llegada de Ana a Buenos Aires, tras la muerte de su padre. A través de la viuda, descubre un entramado que la lleva a entender la razón de la quiebra económica de su padre: ha estado financiando un experimento secreto para viajar más allá de lo visible. Las calles de Buenos Aires, solitarias y laberínticas, perfectamente encuadradas por Fernando Spiner, se asemejan a las del film de Hugo Santiago, con un fuerte componente fotográfico que eternaliza, por un lado, los rostros de un contexto social (puro presente), y por otro, la de capturar imágenes en constante movimiento, en donde existe la posibilidad de registrar otra realidad posible. Lo de Belén Franco es muy convincente, incluso cuando existen momentos en los que el film va perdiendo verosimilitud, a través de la ampulosidad de ciertos diálogos. “Inmortal” está llena de buenas intenciones y mucha ambición. El problema sucede cuando los efectos especiales (a los que les falta cocción) comienzan a boicotear la trama y a restarle fuerza a lo construido. El tono solemne, algo “nolanesco” en sus búsquedas metafísicas, choca cuando la trama se desata hacia la ciencia ficción más pura y camp. Se hubiera agradecido algo de ligereza y humor en el tono de “Inmortal”, sin embargo, el film de Spiner es sumamente competente, y una interesante aproximación a los terrenos fantásticos poco explorados en la cinematografía argentina.
“El perro que no calla” es una mezcla de fantasía y ciencia ficción y es bastante infrecuente en el cine argentino. Fernando Spiner lo había hecho con La sonámbula hace más veinte años; es un director que conoce las reglas de los géneros y del espectáculo, también en estos pagos. Inmortal cuenta sobre un duelo y una máquina que conecta la dimensión de los vivos con la de los muertos. Aunque a veces se torna demasiado melancólica, cumple con nobleza en narrar un cuento.
Retorna a las salas un emblema del cine independiente, como Fernando Spiner. Y lo hace bajo el formato genérico de su preferencia, la ciencia ficción. Una pérdida familiar se convierte en el disparador de “Inmortal”, film a través del cual Spiner elucubra una forma alternativa de comunicarse con las personas que ya no están en plano físico. No se trata de una conexión espiritual o emocional, sino de algo concreto que se instituye como verosímil. A partir de ello, desarrolla una idea que Eva Benito y Pablo de Santis firman a dúo. El eje de la película plantea la posibilidad de una dimensión paralela; y de allí se produce la apertura a un paradigma que involucra la participación de corporaciones capitalistas en medio de un negocio turbio, en donde se ve inserta la protagonista de la película, en la piel de Belén Blanco. Una fotógrafa, quien mejor que ella para capturar esa porción de realidad, a veces una ilusión. El acto que representa resguardar ese instante que permanecerá en la memoria, incluso en un intento de prolongar el asombro ante aquel abismo: la puerta de entrada a un mundo paralelo incrementa, multiplica, las realidades posibles. Artesano de la imagen, Spiner concibe una atractiva búsqueda estética, podemos constatarlo en la coloración elegida para cada tramo. También en su puesta en escena, retratando porciones de la misteriosa Buenos Aires y sus márgenes. Acaso una ciudad en construcción, como un gran laboratorio, pueden rincones porteños reconocibles habitar la extrañeza absoluta. “Inmortal” se conforma como un relato infrecuente para nuestro medio, mixturando el policial fantástico con el drama psicológico. Retornando a las fuentes de la poco explorada tradición de la industria nacional en el ámbito sci-fi. Una historia que se remonta a una gema de culto como “Invasión” (Hugo Santiago, 1968). Su poco habitual tránsito continúa hasta logradas perlas de la década del ’90, como “Moebius” (1996, Gustavo Mosquera) o “La Sonámbula” (1998, el propio Spiner) y de allí al nuevo milenio, con films como “La Antena” (2007, Esteban Sapir) o “Fase 7” (2011, Nicolás Goldbart). Aquí, el cineasta retoma semejante legado, apostando a un género atravesado por la identidad del ser nacional, el relato está impregnado por la coyuntura social. Referencias a un libro oriental milenario nos instruyen acerca de probabilidades. “Inmortal” plantea interrogantes, como cajas chinas que refractan sus sentidos; los resuelve y abre nuevas inquietudes. Un bucle sin fin. Spiner construye una experiencia audiovisual para disfrutar en pantalla grande, si su dilema argumental plantea derrotar a la muerte, aunque sea por un breve lapso, metafóricamente intenta el autor derrotar el visionado de estrenos en plataformas y pantallas domésticas. Proyectada por primera vez en el marco del Festival de Cine de Mar del Plata de 2020, cuenta el film con un gran elenco: Analía Couceyro, Patricio Contreras, Elvira Onetto y Daniel Fanego, se suman para completar un cast sumamente eficiente. Un ejemplar de cine nacional para destacar dentro de la cosecha anual.
En un futuro no muy lejano, el cambio climático, la pandemia, el uso y abuso de recursos naturales y varios otros males del estilo llevaron a la civilización “bienpensante” a abandonar la Tierra e instalarse en un planeta cercano llamado Kepler 209. Lo que parecía ser la gran solución para una elite se transformó en preocupación cuando descubrieron que, con los años, la nueva atmósfera dejaba estériles tanto a hombres como a mujeres. La solución fue mandar una misión exploradora de regreso a la Tierra como avanzada de un posible regreso. La súbita desaparición de ese primer grupo llevó, dos generaciones más tarde, a enviar una segunda expedición que pudiera recabar datos concretos sobre la posibilidad de procrear. Con la llegada de esta al planeta comienza Éxodo, la última marea. Blake (Nora Arnezeder) y Tucker (Sope Dirisu) son los únicos sobrevivientes de un aterrizaje complicado, y muy pronto descubren que el planeta no está deshabitado, sino que todavía quedan los hijos de aquellos que su gente abandonó años atrás convertidos, a sus ojos, en salvajes. La película de Tim Fehlbaum acierta en estética y fotografía, especialmente en su primer tercio. La falta de mayor presupuesto lleva al realizador a resolver a partir de una puesta en escena precisa, que va del plano claustrofóbico a tomas panorámicas que representan la inmensidad convertida en sorpresa para aquellos astronautas que solo conocen la Tierra a través del relato de sus mayores. Un arranque climático, con buenas dosis de suspenso, se torna con el correr de los minutos en una película de acción, con Blake y su compañero capturados por los pobladores, y el descubrimiento de que nada es lo que parece. El guion avanza a buen ritmo, mientras desarrolla varios tópicos remanidos, que igualmente se dejan ver sin molestar demasiado. Una clase dominante que se cree superior al resto, el adoctrinamiento de mentes jóvenes y, especialmente, el concepto de maternidad como sinónimo de futuro, que está presente en todo momento, tanto en las acciones de los personajes como en objetos. Todo esto sumado a algún otro tópico ya visto y leído profusamente en múltiples obras de ciencia ficción. En cuanto a las actuaciones, solo vale rescatar la de Nora Arnezeder, por ser el único motor del film. Su interpretación contenida va a la perfección con el tono de la película y la creación de climas, aunque permanentemente sobrevuela la duda de si se trata de un trabajo pensado o de limitaciones propias de la actriz para ofrecer mayores matices. A pesar de no elevarse más allá de su planteo y de alguna que otra idea, Éxodo… funciona. Especialmente cuando desarrolla esta hipótesis de un futuro posible, donde la naturaleza, a pesar de haber dado todo de sí, quedó devastada por la acción del hombre. Ese mensaje, sumado a un atractivo estilo visual, dan como resultado algo más que un mero entretenimiento. Y eso siempre es de agradecer.