Derrumbes La interesante apuesta de esta opera prima se plantea desde el inicio y en la imagen o metáfora de una moneda de dos caras iguales. Configurarse esa idea implica además sumergirse en la subjetividad o mundo interno de su protagonista, Alejo Ruiz, de profesión arquitecto pero a quien a sus 36 años lo atraviesa una crisis personal y que se conecta con trastornos de sueño, entre otras cosas. Realidad y sueño son esas dos caras planteadas, para una moneda que gira pero alejada de las normativas de lo real y entonces la conjunción de lo soñado y lo vivido transporta al espectador y al relato en un viaje a partir de un lugar misterioso. Ese lugar guarda una estrecha relación con el pasado del padre de Alejo, con quien existe una relación sumamente tirante, sin ninguna explicación durante el desarrollo del film. No es necesario explicar nada porque en este debut cinematográfico de Hugo Curletto lo real se vuelve anecdótico, y hasta difuso cuando se entrelaza con el deseo y la construcción de vínculos que se derrumban. Como todo buen relato, es infaltable el viaje para marcar las transformaciones del personaje y en ese sentido cuando el viaje se traslada a la montaña, el paisaje hostil y la presencia de un baqueano extraño y de pocas palabras resignifican las búsquedas. También los vínculos de pareja -Guadalupe Docampo en un papel intenso a la vez que contenido- resquebrajados como las paredes de una gran casa en ruinas. Y si hablamos de espacios por descubrir o para habitar desde otro lugar, la distancia marca una relación invisible con el eco que se acorta a medida que se reduce el espacio o hueco entre dos cosas o personas, o… La singularidad de La casa del eco es tomarse el tiempo y el atrevimiento de sostener la ambigüedad entre realidad y sueño hasta el límite, recurso que funciona porque los involucrados en ese juego simbólico son Alejo y su pareja, sus deseos, sus diferencias, miedos y necesidad de escuchar nuevos sonidos.
Entre el sueño y la realidad “La Casa del Eco” es una película nacional dramática y de suspenso psicológico que constituye el debut como director de Hugo Curletto, que también se encargó del guión. Rodada en Córdoba, el reparto está compuesto por Gerardo Ottero, Guadalupe Docampo, Pablo Tolosa, Gina Cavagna y Rubén Gattino. La historia se centra en Alejo (Gerardo Ottero), un arquitecto que vive con su esposa Ana (Guadalupe Docampo) y su hija Elena (Gina Cavagna), a la cual le encanta la gimnasia artística. En el día del cumpleaños, su padre le regala la escritura de una parcela de pinos ubicada en Alpa Corral. Con la reciente caída de una pared en la obra donde trabaja, Alejo emprenderá un viaje con Ana hacia la montaña. Guiados por Pedro (Pablo Tolosa), un lugareño armado, el trastorno de sueño progresivo que padece Alejo se hará cada vez más presente. La ópera prima de Curletto se caracteriza por ser de lectura abierta, por lo que cada espectador puede interpretarla como quiere o no llegar a ninguna conclusión en absoluto. El filme se desarrolla en dos tramas diferentes: por un lado el tiempo en familia que pasa Alejo, yendo a buscar a su hija al colegio o no sintiéndose satisfecho con su trabajo, y por otro la cabalgata con su esposa y el guía en busca del lugar que le obsequió su padre. La línea entre lo que es un sueño y lo que es real cada vez se vuelve más confusa y es primordial saber que las explicaciones nunca llegarán. Con un silencio predominante por sobre los diálogos, la cinta se vuelve parsimoniosa y demasiado metafórica. Insectos caminando sobre troncos o frutas, piruetas de la niña y una maqueta de un edificio que está diseñado para producir eco son solo algunos de los elementos que invitan a pensar qué es lo que el director quiso transmitir. Por más que el filme se torne aburrido, consigue dejar una sensación rara en el espectador ya sea por la música utilizada o la crisis existencial del protagonista. La paternidad, el conflicto en la pareja, la incomunicación, la soledad y el vacío son temáticas que se hacen presentes en “La Casa del Eco”, una película en donde la bella dirección de fotografía, sumado al sonido de los pájaros, hace que sea fácil sumergirse dentro del rústico bosque. Luego de su visionado, una de las tantas incógnitas quedará latente: ¿alcanza con lo que somos?
Ya en tiempos lejanos, “La vida es sueño” proponía esto de imaginar una realidad paralela, onírica a la “verdadera”. Pero ¿qué es lo real? Al protagonista de esta propuesta la respuesta nunca le queda clara, y padeciendo un trastorno de sueño no hace otra cosa que “replicar” su vida en dos planos. Lograda propuesta en la que el espectador deberá estar atento a aquellos cambios y tonos narrativos para comprender la totalidad de las ideas, este debut en la ficción del realizador es otorga aire fresco en el panorama del cine cordobés actual.
Pura confusión La ópera prima del director cordobés Hugo Curletto, La casa del eco (2018), propone un viaje a través de la mente de una persona que deambula entre la realidad y la fantasía por un trastorno provocado por el sueño. Alejo es un arquitecto que el día de su cumpleaños recibe de parte de su padre un extraño regalo: unas tierras situadas en medio de las montañas, de difícil llegada, que están en posesión de la familia desde hace tiempo. Alejo emprende así un viaje junto a su mujer, viaje en que la fantasía y la realidad se fusionarán para nunca saber en qué plano se encuentran los personajes. La casa del eco es un proyecto ambicioso desde lo narrativo, dotado de tanta pretenciosidad que lo interesante de su idea original se pierde ante los desniveles de un guion confuso, por momentos sin rumbo. A diferencia de otras películas, como podría ser Familia sumergida (María Alché, 2018), que juegan con la fantasía y la realidad, Curletto apuesta a límites tan difusos que la trama derrapa ante situaciones incoherentes, bastantes forzadas desde lo metafórico, donde todo se termina mezclando y nada encuentra sentido y lógica. La idea contrapuesta del deseo de la paternidad y el rechazo a la maternidad es un conflicto atractivo pero que también naufraga ante el abanico de temas propuestos, con subtramas innecesarias que poco suman y confunden aún más. Pese a esto, La casa del eco es impecable desde lo formal, como también las actuaciones de Gerardo Otero y Guadalupe Docampo, como una pareja con búsquedas e inquietudes tan confusas como toda la película.
“No descanso bien, dormir se me hace insoportable”. Esas son las primeras palabras de Alejo Ruiz: el protagonista de La casa del eco dice que padece de un mal llamado “sueño progresivo” y se lo explica así a un médico: “Imagine una moneda fallada, sin reverso. Con dos caras iguales”. Esta patología da lugar a una trama con realidades paralelas: nunca sabemos bien en cuál de las dos caras está sucediendo lo que se ve en la pantalla. Porque, a diferencia de lo que describe el personaje, esas caras son parecidas, pero no iguales. En las dos, Alejo es arquitecto y está casado con Ana, pero en uno de los universos tiene una hija de unos diez años, mientras que en el otro su mujer se niega a la maternidad. La película juega constantemente con la duda: ¿lo que estamos viendo forma parte del mundo onírico de Alejo o sucedió realmente? “Soñé que viajábamos: íbamos a Corral de Tierra”, le dice Alejo a Ana, y en esa frase explicita el recurso sobre el que se apoya toda la ficción. Hay que aferrarse a esas escasas pistas, porque La casa del eco es difícil de desentrañar. Si Hollywood nos tiene acostumbrados a historias predigeridas, donde nada puede quedar librado a la interpretación, la opera prima del cordobés Hugo Curletto -también autor del guión- se va al otro extremo: los saltos temporales y la deconstrucción narrativa son tales que se impone el desconcierto. Pero no hay climas o emociones que vengan a complementar esa extrañeza, y entonces la película funciona como una maquinaria sin alma. Una travesía a caballo por las sierras, en un triángulo misterioso formado por la pareja protagónica y un guía parco, tiene un suspenso que sostiene, en parte, el interés. Queda claro que Alejo está viviendo una crisis existencial que abarca distintos planos: laboral, amoroso, familiar. Oscila entre el enojo, la tristeza y la frustración. Pero es difícil empatizar con él o siquiera comprenderlo, porque las raíces de sus sentimientos son devoradas por el engranaje fantástico.
Alejo Ruiz decide emprender un viaje al corazón de una montaña con su esposa. Sin embargo, esto se convierte para él en un singular trastorno de sueño que vuelve difusos los límites de su realidad. La travesía se convertirá en un refugio en el que tanto Ana como un taciturno guía se verán amenazados por Alejo. El director Hugo Curletto plantea un film de historia fragmentada en el que el amor se asemeja a una construcción. Paredes que se levantan con la ilusión de un refugio que ambos construyeron con amor y que empieza a temblar. Las muy buenas actuaciones de Gerardo Ottero y de Guadalupe Docampo suman puntos a este film tan extraño como fascinante.
Un eco que no rebota por ninguna parte “No hace eco porque no hay la distancia suficiente”, le dice Alejo a su mujer, Ana, cuando ésta grita para producir ese efecto, en un cañadón. La película se llama La casa del eco en referencia a un proyecto de Alejo, que es arquitecto y planea una vivienda en la que aquello que se dice quede rebotando. Avisado de que el relato cinematográfico se arma en buena medida por asociaciones –por ecos, justamente–, el espectador no puede evitar pensar que si el eco es un elemento clave en el proyecto que desvela al protagonista, si está presente en el título de la película y además se hace una referencia a él en una escena aislada (sin tomar en cuenta que el protagonista se llama Alejo, nombre que hace eco con distancia), esa idea debe aspirar en el relato a un sentido mayor que el meramente literal. Algo que se lanza y vuelve, algo que queda resonando, algo que pervive en el aire. Y sin embargo, no. No hay nada en el relato de La casa del eco que haga eco, si se permite el juego de palabras, con la idea de eco. Salvo que se pretenda que “la casa del eco” sea el cerebro del protagonista, lo cual suena no sólo pretencioso sino no del todo verificable. Bellamente encuadrada y fotografiada, la ópera prima del realizador cordobés Hugo Curletto está atravesada por líneas narrativas que no se asocian. La película, escrita por el mismo Curletto, empieza con el protagonista haciéndose una TC de cerebro, que le indicaron porque sufre de importantes problemas de sueño. “Sueños progresivos”, dice, otra frase que suena a clave. En la segunda secuencia recibe la visita de su padre, con quien por lo visto guarda algún entripado, que curiosamente no se especificará. La pura utilidad narrativa parece justificar la visita del padre, para que legue a su hijo un terreno que alguna vez le regalaron, pero nunca se ocupó de conocer. La línea del terreno sí tendrá continuidad: Alejo (Gerardo Otero) irá con Ana (Guadalupe Docampo) a reconocerlo, y para ello deberán contratar los servicios de un baquiano chúcaro, en travesía a caballo por terreno agreste. A su vez está la cuestión de los sueños de Alejo, que se muestran indiferenciados de la vigilia, y hay escenas aisladas de Alejo con su hija, de las que extrañamente no participa Ana. La película parece construida por una suma progresiva (como los sueños del protagonista) de líneas narrativas, que no ayudan a dar cuerpo al relato, entendiendo por tal algo orgánico, sino a engordarlo, en el sentido de un peso sobrante. Las imágenes digitales de la casa cuyas líneas remedan los laberintos del oído medio, la visita del padre, la situación de tensión con el guía, el motivo del envenenamiento de Alejo, que recuerda demasiado a La araña vampiro, que transcurría en la misma zona y también trataba de un viaje alegórico. De todo eso, lo que parece importar (así sucede al menos en términos emocionales y dramáticos) es el abismo que separa a Alejo de Ana, en torno del deseo de ser padres o no serlo. Algo que se juega en los escasos minutos de la discusión culminante (y en una escena muy anterior, que podría servir de indicio) y casi nada en el resto de película.
Alejo es arquitecto y ganó un premio por un diseño: una casa en la que el eco se escucha desde todos lados. Se siente orgulloso de haber conseguido acortar las distancias para que el fenómeno acústico se produzca. Está casado con Ana y tienen una hija. La vida monótona que se nos muestra al principio se ve interrumpida por lo que no se sabe si es un salto temporal o un sueño. La Casa Del Eco es un drama con tintes de thriller que parece buscar un solo objetivo: marear al espectador.
El debut como realizador de Hugo Curletto (también oficiando labores en guión) nos presenta a Alejo, el protagonista de la historia, quien atraviesa un singular trastorno neurológico que le posibilita soñar de manera progresiva. Él tiene 36 años, es arquitecto y por motivos de un accidente laboral y con intención de alejarse de la ciudad junto a su pareja, llevará a cabo un viaje hacia la montaña. Allí encontrará una parcela de pinos -regalo de su padre- ubicada en la localidad de Alpa Corral (Córdoba), que en la ficción conocemos como Corral de la Tierra. La sinopsis anteriormente relatada, si bien nos ubica en contexto, reduciría la propuesta primaria del director: que la historia implante la duda sobre lo real como un factor lúdico, a manera de invitar al espectador a un viaje a través de la mente de una persona que se dirime entre el sueño y la vigilia, producto de la alteración que sufre. De esta manera, replicando la vida de su protagonista en lo onírico, “La Casa del Eco” es una lectura abierta que se desarrolla paralelamente en dos planos. Observaremos en un extremo la vida rutinaria y familiar de Alejo, y en el otro la guía personal que lo llevara hacia el ámbito rural y distante donde encontrará el obsequio de su padre. La cuidada ambientación que la historia ofrece nos provee otro bienvenido condimento, proponiendo una mixtura que atraviesa lo urbano y lo campestre, para recurrir a paralelismos entre el vértigo de la ciudad y lo crudo de la naturaleza. La narración se maneja bajo dos dimensiones, la vigilia y la correlatividad de los sueños. Bajo ese verosímil “La Casa del Eco” recurre a los dobleces, en dónde los límites entre sueño y realidad, a ojo del espectador, parecieran no ser tan simples de descifrar. Sin embargo, la obra provee de ciertas pistas, como herramientas facilitadoras, percibido en el uso de continuas metáforas, las cuales proponen un juego simbólico. Allí dónde el sentido está implícito y la referencia a lo mitológico del “eco” enriquece posibles interpretaciones, contraponiendo la perspectiva adulta con la mirada inocente de la niñez. Alejo está atravesando una crisis personal profunda, sorteando un período inestable de anhelos y frustraciones, y bajo esa tesitura el director nos habla de los vínculos y transita la forma en la que buscamos llenar esas carencias amorosas, cuando esa construcción filial puede aparentar fragilidad y atravesar dudas. De tal forma, los personajes interpretados por Gerardo Ottero y Guadalupe Docampo llevan adelante temáticas como el conflicto existente que los enfrenta (referente al deseo opuesto sobre concebir un hijo), que también, sobre su devenir, aborda distintas observaciones acerca de la incomunicación y la soledad en la vida de la pareja. Si la inquietud que sufre el protagonista cuestiona su esencia y como afrontar el amor inmerso en una continua sensación de extrañeza, la película también se propone narrar un viaje físico, que termina siendo un viaje interior, añadiendo otra fina capa de doblez a su trama: se trata también del autodescubrimiento, acerca de la misión de alguien en la vida. De la misma forma que un arquitecto domina el espacio físico para construir una estructura sólida, Alejo deberá manipular sus recuerdos, sensaciones y sentimientos para armar el rompecabezas de su enigma familiar y personal. Por lo tanto, el derrumbe de una pared también refiere a la estabilidad psicológica, a su cimiento existencial. Si bien el film deja varias incógnitas abiertas, ya interpretará el espectador cuáles de esas resonancias resultan reales o imaginarias. “La Casa del Eco” se constituye como una aceptable indagación psicológica acerca de cómo se relaciona este ser en conflicto con su entorno, nutrido de disparadores acerca de ese resguardo interior que comienza a temblar. Como enésimo recurso metafórico, ese resquebrajamiento que sufre el protagonista deja a la vista grietas y en esas grietas se perciben tensiones, angustias, interrogantes; que quedarán dispuestos sobre la trama y el espectador deberá saber codificar. ¿Acaso el eco que nos devuelve la voz no nos está haciendo cargo de nuestra propia huella, de nuestra singular identidad?
Un hombre tiene un serio problema de falta de descanso y padece de algo llamado "sueño" progresivo. El problema lo lleva a renunciar a su trabajo y a conocer un misterioso terreno con pinos que le regaló su padre, quien nunca fue al lugar. Llegar a ese sitio recóndito implica toda una aventura dado que sólo se accede a caballo y con un guía muy hosco, del que le advierten que podría estar loco. Pero el protagonista va a visitar su "parcela de pinos" con su mujer, y el problema es que cada vez que se tira un ratito a intentar descansar se hunde en algún sueño raro, o flashback, o inclusive alucinanción -vaya uno a saber por qué- que detiene por completo la acción. Y no es que la trama principal sobre el viaje al lugar de los pinos sea demasiado ágil. En realidad, todo está filmado al ritmo nulo de la música ambiente que funciona como score. La cámara puede detenerse con la mayor parsimonia en un tronco con una hormiguita o el agua de un arroyito. Y no es que no haya imágenes atractivas, sobre todo en lo que tiene que ver con los hermosos paisajes, o que las actuaciones no sean dignas, sino más bien que este es un film pretencioso y lento hasta la exasperación.
“La casa del eco”, de Hugo Curletto Por Mariana Zabaleta Nunca sabrás si estás despierto. El genio es maligno cuando no da respiro, cuando no podemos asirnos de ninguna pista para distinguir el sueño de la vigilia. Alejo Ruiz no puede transitar la vigilia, algo terrible aconteció. No hay arquitecto, ni genio humano, que pueda dimensionar los recovecos del edificio-mente. Hugo Curletto nos invita a perdernos, junto a Alejo, siguiendo las pistas del eco, aquel que viene del futuro y del pasado. Una propuesta que tiene su fuerte en un guion complejo, para nada lineal, más bien la superposición de episodios compone una postal surrealista. Rota la barrera del mundo interno, la caída del muro quebró, más bien acotó, las distancias entre el recuerdo, el sueño y el presente del protagonista. No habrá certezas subjetivas que se confundan con verdades objetivas, transitar un guion construido bajo estas premisas es un desafío, alejado de los rutinarios horizontes de expectativa que todo espectador conduce a la sala. Es por ello que estando desprevenidos la confusión constante conduce al tedio y al aburrimiento, para alejarnos de ello la puesta apuesta al thriller psicológico dando lentamente varias vueltas de tuerca. Alejo como Segismundo: un “vivo cadáver”, un animado muerto, emprende acompañado la búsqueda de una parcela de pinar que su padre le ha legado. Lo que no sabe, como buen capitalino, es que bajo los pinares ninguna vida se engendra, la acides de la resina todo lo mata. Construir un relato-edificio sobre arenas movedizas será imposible, mejor dejarse llevar por el vaivén de la imagen. LA CASA DEL ECO La casa del eco, Argentina, 2018. Dirección y Guion: Hugo Curletto. Intérpretes: Pablo Tolosa, Guadalupe Docampo, Gerardo Ottero, Gina Cavagna. Duración: 97 minutos.
La cotidianidad se desplaza a un paréntesis sensorial en La casa del Eco, primera ficción de Hugo Curletto, en paralelo a un protagonista cuyo presente resuena inconexo, evasivo, fuera de lugar. Alejo (Gerardo Ottero) padece dificultades para dormir cuando el derrumbe de una pared de la obra en que trabaja sacude su letanía. Un encuentro breve y tenso con su padre (Rubén Gattino) le revela la existencia de un pinar familiar en Corral de Tierra, que el joven arquitecto se larga a rastrear junto a su novia Ana (Guadalupe Docampo) y un lugareño de pocas pulgas (Pablo Tolosa). La cuestión filial –presente en el pinar, la compañía de una hija acróbata imaginaria (Gina Cavagna) y las discusiones con su pareja acerca de ser padres– se presume el otro lado de la tribulación de Alejo, la salida posible a un solipsismo que es también rasgo estético del filme. Ese extrañamiento no se induce de una distorsión onírica o psicológica del personaje sino del exceso de realidad, una materialidad sensible que evocan las texturas sonoras y visuales asociadas en la historia a la exterioridad de la arquitectura, la neurociencia o la expedición rural. En ese sentido, el zumbido ambient de Tomates Asesinos y la fotografía precisa y monolítica de Sebastián Ferrero son claves para entablar un continuo en el que ciudad y campo, tiempo y espacio, sueño y veracidad, mente y mundo devienen superficie: como dice Alejo, el eco es un fenómeno espacial que necesita de la distancia justa para que suceda. Su angustia no es tanto existencial como de perspectiva, de posicionamiento, de escala. Los exquisitos encuadres del bosque y el río (que recuerdan a Rui Poças), las bellas secuencias gimnásticas de la hija de Alejo y los detalles de insectos y objetos esférico-geométricos son lo mejor del filme de Curletto, que por otro lado luce por momentos un tanto errático, embotado y entumecido. Así y todo La casa del Eco sale indemne de su encierro entregando una película delicadamente incorformista, que en su anacronía aparente refracta el tema ecológico, la uniformidad digital y la continuidad de la especie. Su actualidad es también cinematográfica: inevitable comparar la mirada de Alejo hacia la maqueta de La casa del Eco (proyecto futurista que simboliza al eco como refugio, espejo fragmentado, soledad y castigo mitológico) con el escrutinio del protagonista de Casa propia de Rosendo Ruiz de la morada en miniatura que pretende habitar; o la urbe tras las rejas y acústicamente diferida que rodea a Alejo con la Córdoba claustrofóbica de Instrucciones para flotar un muerto de Nadir Medina: acaso el cine local atraviese una fase ensimismada en rumbo hacia una síntesis nueva.
Una muy interesante película de Hugo Curletto, autor también del guión que plantea desde el viaje de una pareja a un territorio heredado, donde su padre nunca quiso llegar, pero también el itinerario de una crisis que se manifiesta con crudeza en medio de una aventura, un sueño, una ilusión deseada. La película se plantea como un thriller emocional de un arquitecto que logró dominar la distancia necesaria para lograr el eco y hace un proyecto de una casa donde, desde cualquier lugar, ese efecto es posible. Es un hombre torturado por un trastorno de sueño que lo hace vivir en un mundo donde lo imaginario y lo real tienen la misma potencia real. Los miedos, los deseos, los accidentes, la inmensidad de un vacío imposible de llenar quedan en evidencia. Cuando aparece el sinceramiento en los afectos el efecto puede significar la reconstrucción o la pérdida. Los planteos del director, con caminos paralelos que transita el espectador, entre la vigilia, las distintas realidades, provoca un singular efecto de sorpresa y entendimiento, que se resuelve en cuentagotas. Bien filmada, bien actuada, no se pierda esta película osada y bien construida.
Alejo está pasando por un momento especial. Algo no cierra en su vida y ciertas asperezas hacen crisis durante una reunión familiar (su cumpleaños). Al final del encuentro, su padre tiene reservado para él algo que no aprovechó en su momento cuando cerró la fábrica en que trabajaba, unos lotes ricos en pinares en Corral de Tierra (Alpa Corral). Allí decide pasar un período Alejandro, abandonando su trabajo de arquitecto y pensando que un tiempo al aire libre puede ayudarlo a solucionar un malestar físico, que puede ser resultado de algo psicológico, la falta de sueño continuado. El viaje es una buena propuesta para pasar un período con su pareja. Más allá de un premio en su especialidad, será buen momento para poner en ejecución ese proyecto de casa ideal donde el eco tenga un lugar especial. ATMOSFERA ONIRICA El director cordobés Hugo Curletto, de trayectoria dentro de los medios audiovisuales, debuta con un largometraje de ficción en el que aborda un viaje con todo lo que éste implica como metáfora de sentimientos que pugnan por acomodarse en una estabilidad general. A partir de un tratamiento que se inicia de forma realista, con la presencia desencadenante de la naturaleza como contexto, el filme deriva en un estrato onírico con pocos contactos con la realidad y disgresiones cronológicas, donde se acentúan los desencuentros afectivos y se desnudan inestabilidades que parecen profundizarse en el caso de Alejandro. Así, un reciente episodio laboral, el derrumbe de una pared en una obra, parece haberle anticipado que la solidez es un mito y en cualquier momento el desequilibrio puede desencadenar el caos. Con escasez de diálogos, ciertos momentos que no alcanzan a definirse entre la realidad y la ficción, sumados a un ritmo lento, donde la intriga no desencadena suficientes puntos de tensión, el relato decae y es atrapado por la morosidad. Cuidado formalmente, destaca la actuación de Guadalupe Docampo ("El jugador", "Errata").
Este año sin lugar a dudas es el año donde comenzaron a mostrarse las producciones más independientes provenientes desde diferentes puntos del interior de nuestro país. En esta semana se está estrenando la marplatense “El tiempo compartido”, de Misiones vimos “Los Vagos” y del movimiento que se da en llamar “el nuevo cine cordobés” –a pesar de que hay notas periodísticas que dan cuenta de este fenómeno cinéfilo desde el 2012- ya se estrenaron las interesantes “Casa Propia” de Rosendo Ruiz e “Instrucciones para flotar un muerto”, como ya había brillado oportunamente el cine de Mariano Luque con “Salsipuedes” u “Otra Madre”. Sumado a esto y en el terreno del documental pronto tendremos el estreno de “El silencio es un cuerpo que cae” el documental de Agustina Comedi que trabaja con precisión la dualidad entre lo público y lo privado indagando en la historia familiar. Ahora es el turno de “LA CASA DEL ECO”, ópera prima del director cordobés Hugo Curletto que se distancia del pelotón de películas mencionadas anteriormente porque no se basa ni en el naturalismo ni en el costumbrismo sino que apuesta, con sumo riesgo, a una película de señales, de símbolos, un rompecabezas para que el espectador vaya completándolo con su propia mirada o sencillamente, dejándose llevar por esa idea de “huecos” o de “vacío”. El protagonista de la historia es Alejo, un joven arquitecto al que le suceden dos hechos casi sincrónicos que sacuden completamente el equilibrio sobre el que transita sus días. Primeramente, un derrumbe de una pared en la obra donde trabaja y luego, como regalo de cumpleaños, su padre le obsequia la escritura de un terreno con pinos, ligado a su historia familiar. Quizás como vía de escape de su trabajo por el accidente ocurrido, quizás con un sentido de búsqueda interna en base a la relación con su padre, Alejo siente la pulsión de emprender un viaje y rastrear la ubicación de ese terreno. Los guiará en esta aventura un lugareño que le alquilará unos caballos y los acompañará en el camino. Durante ese trayecto, el problema del trastorno de sueño que sufre Alejo se hará progresivamente más y más grave, situación clave para el desarrollo de las ideas más potentes de la película. “LA CASA DEL ECO” mezcla en forma permanente y con una narración sin ninguna cronología, sueño y realidad. Ambientes oníricos con ambientes reales y entre ellos se dirimen, por un lado, las ganas de Alejo de ser padre mientras que su pareja se resiste permanentementecuando en otros momentos vemos su vínculo con una niña –Elena- a la que asumimos como su hija (¿idea fantasmática? ¿o real? ¿O anhelo futuro?). Lo interesante del planteo de Curletto –en su doble rol de director y guionista- es que justamente será el espectador quien deba darle una lectura propia a lo que les sucede a los personajes. Nada esta explicitado, pero tampoco ninguno de los datos es azaroso, aunque por momentos la falta total de pistas pueda resentir a aquel espectador que necesite más concreciones. Así encontramos a ese pinar como punto necesario de llegada y de marcación territorial (intima y exterior al mismo tiempo) y el planteo de la casa como lugar de refugio y de contención. Justamente Alejo ha ganado un concurso diseñando la casa que da título a la película. Una casa en donde en escala reducida se ha logrado generar el eco, escuchar la propia voz, repetirse al infinito: reverberar. Reverberar en el vacío, en ese mismo vacío existencial por el que atraviesa Alejo. El bosque es el lugar de refugio pero es a la vez el lugar donde los pinos desprenden una toxina, una oruga es crisálida pero al mismo tiempo es veneno, el médico que ayuda a Alejo en su terapia del sueño es quien a su vez le habla de una mujer y un accidente. Así, haciéndose eco unas escenas de otras, Curletto arma una película inquietante, por momentos perturbadora, donde se mezclan los tiempos y la narración nos confunde. ¿Qué es realidad y qué es sueño? ¿Cuándo es “ahora” y cuándo es “ayer” o “mañana”?. Parte del logro de narrar estos dos mundos paralelos es gracias al impecable trabajo de Gerardo Otero (Alejo), un actor que ahora muestra su ductilidad en el cine, después de una exitosa carrera teatral con trabajos como “Red” junto a Julio Chávez, “Tribus” junto a Patricio Contreras y Victoria Almeida, pero fundamentalmente por las demoledoras “Tebasland” y “La ira de Narciso” dirigidas por Corina Fiorillo. Guadalupe Docampo entrega, en casa una de sus facetas, una composición fuerte y llena de matices, formando una excelente pareja con Otero. Los rubros técnicos y la estética general del filme hablan de un producto sumamente cuidado y generando los climas necesarios (musicalización, fotografía, diseño de arte) para que “LA CASA DEL ECO” sea una propuesta diferente para aquellos espectadores que disfruten de tomar riesgos.
CON SU BLANCA PALIDEZ Una pared que se derrumba, una voz en off que dice “no descanso bien, dormir se hace insoportable” y las imágenes de una tomografía computada en una sala cuya fisonomía bien podría confundirse con una nave espacial. La omnipresencia del color blanco y la parquedad ya se instalan como señales de una trama que no avanzará más allá del automatismo de los personajes y de las actuaciones. Lamentablemente, la película de Curletto parte de una idea interesante y se estanca en ese plano dado que el resultado es tan pálido como un vampiro de la Hammer. Alejo es el protagonista, un arquitecto que ha obtenido un premio por el diseño de una casa capaz de producir eco. El logro profesional no se disfruta puesto que los trastornos de sueño no permiten más que una vida suspendida en la monotonía familiar. Las consecuencias de esto son mostradas a través de un hieratismo expresivo recurrente y con efectos agotadores pasada la mitad del film. En ese afán por construir una atmósfera antes que una historia, el malestar lo envuelve todo, hasta un polvo de pareja. No hay un momento de placer en la vida del protagonista de rosto adusto, capaz de reprocharle todo a su mujer. En un pasaje la reta por una redundancia verbal. Esta insistencia sostenida sobre la acumulación de indicios que acrecienten “un dolor fantasma” en la experiencia de Alejo confirma, en todo caso, la redundancia de La casa del eco, caminando en círculos a partir de situaciones arbitrarias. Hechos forzados sirven para introducir un viaje al corazón de la montaña en busca de unos terrenos cedidos por su padre. Entonces el “sueño progresivo” del joven agrega eslabones a una cadena de incomodidades donde dos historias se imbrican entre la vigilia y la dimensión onírica. En todo ese trayecto hay siempre incomodidad y la sensación de peligro inminente mantiene cierta tensión, pero desafortunadamente es sólo un eco dentro del cuadro general abúlico. Dos situaciones, dos marcos narrativos y dos triángulos se enlazan caprichosamente y abren un abanico de historias sueltas. El problema es que el hilo que debe unirlas es muy débil narrativamente y entonces queda la impresión de un conjunto vacío, despojado de materialidad, de vida, disfrazado de un rompecabezas al que parece habérsele perdido tres o cuatro piezas fundamentales. Con su blanca palidez (diría Procol Harum) La casa del eco nos deja sordos.
Alejo (Gerardo Ottero) es un arquitecto treintañero que tiene grandes problemas para dormir. Padece un trastorno que le hace transitar la vida con serias dificultades. De tal modo que traspasa la pantalla y nos va envolviendo sensorialmente e involucrando a todos los espectadores con sus padecimientos. Porque, así planteada esta ópera prima de Hugo Curletto, filmada en Córdoba, donde juega permanentemente con varios planos temporales que parecieran flashbacks pero no lo son. es oportuno hacernos varias preguntas sobre la trama. ¿Alejo está loco?, ¿alucina?, ¿sufre de pesadillas? ¿tiene una poderosa creatividad? No lo sabemos con exactitud. Si algo de la historia es verdadero, o es todo producto de la gran imaginación del arquitecto, presentado profesionalmente como una persona exitosa. Está a cargo de la construcción de un edificio y ganó un premio por la presentación del proyecto para desarrollar la casa del eco, una particular vivienda cuyo principal objetivo es que los sonidos se repitan varias veces, a causa de la extraña forma del inmueble. Pero, más allá de esto, ¿hay algo de real en todo lo que vemos? Aparentemente está casado con Ana (Guadalupe Docampo) y, luego de celebrar el cumpleaños de su padre, él le regala los títulos de un terreno del que nunca conoció ni se preocupó, llamado Parcela de Pinos, ubicada cerca del pueblo Corral de Tierra. La curiosidad por visitar ese lugar es muy fuerte y convence a su mujer para que lo acompañe en la aventura, lo que se convierte en eso, sin dudas, porque necesitan recurrir a un baqueano, Pedro (Pablo Tolosa), montañés hosco y solitario, para que los lleven con sus caballos a ese territorio inaccesible. Durante la travesía Alejo pareciera recordar anécdotas y situaciones con Ana y la hija de ambos. Pero es necesario no explayarse demasiado sobre la historia e intentar comprenderla dentro de la sala de proyección. Si la idea original del director era impactar con su propuesta, la convirtió en una narración muy confusa donde, se supone, el que tiene claros los conceptos de lo que quiere relatar es él mismo, porque de tan sofisticado que pueda ser el guión en la manera de contar esta historia, con ciertos ribetes fantasiosos, termina mareando al espectador como el mismo protagonista. Lo más logrado es la buena creación de climas en cada escena, como así también los vínculos entre los intérpretes. Alejo es taciturno y pensativo, Ana es un poco más alegre y distendida, pero exaspera el tono monocorde durante los diálogos, con todos los personajes hablando del mismo modo. Además, la narración es extremadamente lenta, si lo comparamos con un vehículo siempre está en primera velocidad, no cambia a segunda, volviéndose tedioso y soporífero. Si uno de los temas a tratar es el eco, no se lo desarrolló en profundidad, el realizador no jugó lo suficiente con los sonidos, y pasó de largo como ciertas historias inconclusas, de final abierto.
Entre sueños Lo más incómodo de La casa del eco, la ópera prima de Hugo Curletto, es que remite a un juego entre planos temporales-oníricos pero no lo logra. Los cortes entre escenas son tan abruptos, casi desprolijos, que, aunque hayan sido pensados de ese modo en la estructura de la película, no aporta más que desconcierto y así hace que las situaciones se noten deshilvanadas y pierden la conexión necesaria entre una y otra. Las excelentes tomas y locaciones no ayudan para un relato que se pierde en ellas y en el intento de explicar la búsqueda de Alejo (Gerardo Otero), el protagonista, por encontrar un fin y un sentido a las palabras que se dicen y a veces quedan rebotando, o vuelven, justamente, como un eco. La asociación más que libre, o la interpelación al espectador para que pueda interpretar a su modo las referencias al respecto no surten efecto dado que, en realidad, hacen caer en confusión a quien procura seguir el hilo que guía el recorrido de las peripecias del protagonista (a veces con Ana, su esposa, interpretada por Guadalupe Docampo; a veces con su hija, rol que ocupa Gina Cavagna) en las que se juega con elementos referenciales a la mitología griega, incorporándolos al relato con la intención de darle un contexto más interesante, tal vez, puedo decir, más contenedor. O de darle un toque erudito. O no sé. La verdad es que no puedo saber la intención del director en la construcción del relato. Tal vez la idea que tenía en su cabeza al respecto, toda la construcción narrativa ideada para dar forma a la película en la sala de edición tenía un cierto sentido, un aplomo a la hora de su primera aproximación, pero al final se desploma como la pared en la obra en construcción en que Alejo se encuentra trabajando.