El talento siempre sorprende. Quizás cueste reconocerlo pero la verdad es que la producción de Michel Gondry fue cayendo progresivamente a lo largo de los años en términos cualitativos. A pesar de que el realizador venía de ser responsable de un corpus extraordinario en el campo de los video clips, y que tuvo un comienzo de carrera fílmica demoledor con el díptico compuesto por Human Nature (2001) y Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004), ambas escritas por el genial Charlie Kaufman, los dos opus siguientes, Soñando Despierto (La Science des Rêves, 2006) y Rebobinados (Be Kind Rewind, 2008), fueron propuestas agridulces que reclamaban a gritos un mayor desarrollo. Lamentablemente ese fue sólo el puntapié de una crisis que se profundizó con la desastrosa El Avispón Verde (The Green Hornet, 2011) y la despareja The We and the I (2012), una dupla que terminó de desinflar la promesa del inicio del periplo del francés, vinculada a un cine en el que la animación, el humanismo melodramático y los detalles surrealistas estaban al servicio de una trama coherente, o por lo menos concienzuda. Hoy La Espuma de los Días (L’Écume des Jours, 2013) constituye una mejoría y en esencia nos retrotrae al período intermedio, cuando los desniveles narrativos pasaron a primer plano pero sin llegar al colapso, en un jugada cercana a un ejercicio de estilo destinado a los acólitos del señor. Paradojas mediante, estamos ante una traslación bastante literal de la novela homónima de Boris Vian, la cual sin embargo se adapta perfectamente a la idiosincrasia de Gondry en función de lo que podríamos definir -concentrándonos en la pantalla grande- como una lectura freak de Love Story (1970), léase primera mitad de algarabía romántica y segunda parte de tragedia de ribetes médicos. La parejita de turno, Colin (Romain Duris) y Chloé (Audrey Tautou), más la infaltable yunta complementaria, los amigos Chick (Gad Elmaleh) y Alise (Aïssa Maïga), transitan una París vivificada que rebosa efusividad y delirio en cada una de sus calles, como si se tratase de una versión naif de las inquietudes de Terry Gilliam. De hecho, ese trasfondo surrealista funciona como un arma de doble filo, constituyendo tanto la mayor fortaleza como el problema más angustiante del film, porque el director no logra medirse en su apasionamiento visual y termina opacando a una historia de por sí precaria que por momentos parece improvisada y demasiado distante, sepultada bajo el mantra del desvarío non stop. Por supuesto que un Gondry autoindulgente sigue siendo garantía de sorpresas de distinto calibre, ya que su esteticismo es francamente una fuente inagotable de pequeñas maravillas de la imaginación, tesoros aislados que deambulan perdidos en pos de un esqueleto narrativo que los unifique y les asigne verdadero sentido…
Loco, loco amor Transposición de la célebre novela de Boris Vian, La espuma de los días (L'Écume des jours, 2013) le da visibilidad al desbordante y surreal universo que imaginó el escritor francés. Si bien el pasaje al cine demuestra un creativo trabajo de arte, la inventiva y el enrarecimiento de la trama reclaman a gritos un retorno al material original. Ratones que no son mascotas pero que viven en el propio hogar como un inquilino más, anguilas que juegan a no ser cazadas, objetos que funcionan “con vida propia”, una troupe de mecanografistas que, acaso, configuran nuestro destino; así es el desbordante e inspirador universo de Boris Vian, escritor exquisito que aquí nos habla del amor, pero también de la muerte, del universo del trabajo, de la soledad y de la amistad. En este mundo tan peculiar, el joven Colin (Romain Duris) conoce a Chloé (Audrey Tautou) y al poco tiempo conforman una pareja que escapa al imaginario del amour fou, tan transitado por la literatura y el cine francés. Por el contrario, ellos se enamoran y buscan, acaso, lo “estable”, por más que lo que los rodea no tenga nada de estático. El realizador Michel Gondry fue el indicado para poner todo su arsenal visual al servicio de este relato de amor y pérdida. Su película sigue con bastante fidelidad la trama pautada por la novela, y conjuga una marcación actoral que se ajusta con ductilidad al universo surreal de Vian. En su valiosa filmografía, Gondry siempre cometió el mismo error: hacer que la forma se devore al contenido, tal como ocurrió en Human Nature (2001). La cosa empeoró hasta niveles mucho más altos, vale la pena mencionar su fallida El Avispón Verde (The Green Hornet, 2011). Pero, para ser justos, habría que excluir de la lista a la delicada Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004), en donde había una historia de amor que fluía y una premisa original que le servía como marco ideal. Con La espuma de los días, Gondry vuelve a hacer foco en la identificación, y es allí donde gana. Imposible no deshacerse frente a la desazón de Colin, cuando se entera de que a su mujer le está creciendo un nenúfar en el pulmón. Y el pobre hombre se desmorona. El “mundo-Vian” desestabiliza y corre de eje los patrones de conducta; los enrarece, los recontextualiza en el delirio y la efervescencia que está ligada al jazz, música que él amó y de la que también fue cultor como intérprete. El director entendió que ese corrimiento no tenía por qué tomar distancia de las emociones; por el contrario, las “extrañaba”, y eso permitía hacerlas aún más profundas. Película deforme, “elefantiásica”, La espuma de los días podrá recordarnos a algunas de las locuras de Terry Gilliam. Como en El imaginario mundo del Doctor Parnassus (The Imaginarium of Doctor Parnassus, 2009), aquí hay una especie de non plus ultra del delirio que por momentos agobia. Es por eso que esta historia le sienta mejor a la literatura; espacio de mayor intimidad que invita, en el tiempo que a cada uno le plazca, sumergirse en un mundo que se activa y se completa cuando se retorna a la última página marcada.
Una densa y lisérgica odisea que pone a prueba al espectador. La Espuma de los Días deja claro que Michel Gondry es uno de esos realizadores que cuando se lo deja completa y totalmente librado a sus elementos, y me refiero cuando escribe y dirige en su Francia natal el resultado es un producto que lo ratifica como un realizador que puede ofrecer 2 minutos y 10 segundos interesantes (videoclips y comerciales), pero sostener una narración de 2 horas y 10 minutos es demasiado. La espuma de los días… que se fumaron La Espuma de los Días cuenta la historia de Colin, un joven despreocupado y con mucha dinero que se enamora de una joven llamada Chloe. La pareja se termina casando, y el cuento de hadas no tarda en convertirse en pesadilla cuando una enfermedad azota a la pobre Chloe, obligando, lenta pero seguramente, al pobre Colin a hacer lo que sea con tal de prolongar su vida, incluso a expensas de tener que hacer a un lado sus gustos de bon vivant. Si bien el guion de La Espuma de los Días cuenta con un objetivo y un conflicto, este tarda en aparecer formalmente y está preocupado de una forma caprichosa en desplegar una concatenación de escenas surrealistas que no tienen ni pies ni cabeza que desafían, en igual manera, la paciencia y el ritmo circadiano del espectador. Todo esto por no decir que le sobran escenas que están de relleno, por no decir que están desordenadas. Actoralmente, el reparto que integra la película (Audrey Tatou, Romain Duris, Omar Sy, Gad Elmaleh), todos ellos destacados actores franceses entregan mas profesionalismo y oficio que cualquier otra cosa, ya que no consiguen conmover; no es su culpa, es como si estuvieran ahí por meras cuestiones comerciales (locales, del país de origen de la película, los cuatro protagonistas son algunos de los actores más en boga que tiene el Cine Francés actual) Por el costado técnico, como se podrán imaginar, es insoslayable a nivel dirección de arte y fotografía. Gondry, ingeniosamente, empieza la película con colores muy saturados y conforme progresa el conflicto se va desaturando hasta adquirir un blanco y negro deprimente. Pero el ingenio empieza y termina con ese truco. Nada más. Conclusión Si bien tiene bellas imágenes, La Espuma de los Días es muy larga, muy densa y muy surrealista y de una escasa progresión narrativa. Como un videoclip o un cortometraje habría funcionado, pero estirar y rellenar con escenas surrealistas, por nobles que sean sus propósitos artísticos, no quita que sea una propuesta aburrida que no pasa de ser un caramelo visual con demasiado colorante.
Del sueño a la pesadilla El séptimo largometraje de Michel Gondry está menos preocupado por la suerte de sus personajes que por retorcer y exprimir al máximo un universo visual con reglas tan propias como arbitrarias. Una rata con cara de hombre, un cocinero que interactúa desde la TV y sale de la heladera, zapatos con vida propia y cordones que se atan solos, alimentos danzantes sobre las bandejas, un timbre símil cucaracha... Podría pensarse que lo anterior corresponde a un sueño, pero en realidad son algunas de las características del universo de La espuma de los días, adaptación de la novela homónima de Boris Vian a cargo del realizador de videoclips devenido cineasta Michel Gondry. Gondry siempre manejó universos visuales particulares, excéntricos, coloridos. El problema es que estos deben estar apuntalados por un guión y una narración sólidos y cuidados, capaces de contener esa estética al borde del descontrol. Eso ocurrió en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos gracias al texto de Charlie Kaufman y el resultado fue perfecto. Caso contrario, ocurre lo que en La espuma de los días y todo se limita a una parafernalia visual gratuita y vaciada de cualquier funcionalidad narrativa, un ejercicio de estilo destinado a satisfacer sólo a los acérrimos defensores del cineasta. El film tiene sus mejores momentos en el primer tercio, cuando describe la dinámica del mundo anárquico y deliberadamente artificioso de Colin (Romain Duris). En una fiesta conoce a Chloé (Audrey Tautou, aún imposibilitada de despegarse de la ternura y calidez de su personaje insignia, Amelié), con quien inicia una relación devenida en idilio hasta que le descubren una enfermedad terminal. A partir de ahí, Gondry empuja su séptima ficción a una suerte de Love Story filtrada por la óptica retorcida de Terry Gilliam aunque sin su oscuridad. Extensísima y agotadora, La espuma de los días se desinfla a medida que lo hace la preocupación dramática de Gondry, quien parece menos interesado en la suerte de sus personajes que en retorcer y exprimir al máximo un universo visual con reglas tan propias como arbitrarias.
La nueva película de Michel Gondry (director de una trayectoria interesante pero que sin duda tuvo su momento cumbre con una de las mejores películas de los últimos tiempos, “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”) vuelve a contar una historia de amor y esta vez del modo más surrealista que puede hacerlo. Para eso contó con un trabajo de arte muy cuidado y creativo, sin duda producto de una imaginación desbordante. Así, Gondry sitúa a sus dos protagonistas en un mundo que se parece al nuestro pero nunca del todo. Basada en la novela póstuma de Boris Vian, el protagonista es Romain Duris, uno de los actores franceses que más ha trabajado en los últimos años, en el papel de Colin, un hombre que quiere enamorarse a toda costa pero no lo logra hasta que acude a una fiesta donde conoce a Chloe, Audrey Tautou (quien ya protagonizó con Duris la trilogía del director Cédric Klapisch), una muchacha bonita y adorable a la que un día le crece una flor en el pulmón y a partir de ahí enferma y, cada vez más débil, debe ser tratada con mayor cuidado. A partir de ese momento es fácil suponer para qué lado, y tono, apunta la película. Y además, una de las decisiones estéticas más simples e interesantes, el director decide que la película vaya perdiendo color a medida que la historia avanza y ésta se va tornando más dramática. “La espuma de los días” es una película inventiva, colorida y divertida, más allá del tono dramático que va adquiriendo a medida que se sucede. Su director incluso se permite un pequeño papel en ella y entrega una propuesta bella que, de todos modos, no puede evitar depender más de lo visual, donde es desbordante, que de lo narrativo, donde apela a una trama más bien simple y predecible. En medio de tanta imagen hay unos cuantos símbolos interesantes (algunos más obvios que otros) y si bien su duración es un poco más extensa quizás de lo necesario lo cierto es que es una película muy disfrutable.
Hay oportunidades en las que es bueno saber parar con la demagogia para evitar seguir ensalzando propuestas atribuladas sin corazón que sólo buscan el impacto visual para así justificar su razón de ser. Tambièn hay que saber advertir cuando un realizador, como en este caso, Michel Gondry, está presentando un producto menor, que termina por refritar muchas de las ideas que hace tiempo tiene sobre aquello que considera cine, y que tal vez otrora, pudiese impresionar o sorprender a los espectadores y la cinefilia. Dueño de una filmografía particular, en donde el surrealismo y hasta cierto realismo mágico han dictaminado los vectores narrativos de sus películas, en “La espuma de los días” (Francia/Bélgica, 2013), la adaptación que hizo de la novela de Boris Vian, la propuesta termina fagocitando las buenas intenciones con las que inició el relato y termina por plasmar ciertas ideas del cuento pero transformando su transposición en un lienzo kitch sin sentido. Si quizás el barroco escenario que armó para los protagonistas Chloe (Audrey Tatou) y Colin (Romain Duris), dos enamorados trágicos, que sienten su pasión con alegría, pero también con mucho dolor, hubiese quedado más en un segundo plano, quizás el resultado hubiese sido otro. Pero no, en “La espuma de los días” el cómo supera a el qué, por lo que se termina por una vez más perdiendo una estructura narrativa principal, y bien sabemos que Gondry no es Terry Gilliam, por lo que su vuelo visual nunca puede terminar por generar más interés que la totalidad del filme. Gondry, una vez más, cree que puede seguir apostando más a la forma que al contenido y así es como termina por resentir la propuesta sin ninguna justificación acerca de la utilización de determinados elementos que no tienen razón de ser en el filme. Tatou y Duris hacen lo que pueden con el material que el director les acerca, y aceptan jugar en cada uno de los artificios que éste creó para la historia. Si en “L'écume des jours” Vian analizaba, con buen tino, la historia de amor desesperada entre los protagonistas, quienes deben de alguna manera poder superar la enfermedad de ella (una flor le está creciendo en los pulmones) a fuerza del empeño por el para progresar y superar los obstáculos que le aparecen, Gondry hiperboliza esto y termina por ridiculizar el verosímil que Vian había podido construir a lo largo de las páginas de la novela. Mientras la enfermedad avanza, “La espuma de los días” busca hacerlo también con el universo que se va conformando alrededor de ellos, un espacio en el que se comienza a cerrar sobre sus pasos y en el que ni siquiera la música (Colin es amante del jazz) liberará de sus cadenas a cada uno de los amantes en desgracia. Fallida transposición en la que el director se coloca por encima de la historia y de sus protagonistas, es hora que alguien pueda acercarse a Gondry, pedirle más contenido y exigirle, de una vez por todas, que deje de envolver sus productos con un envoltorio ambicioso y que en el fondo termina en el piso luego de abrir el paquete.
Excesos de la parodia Menos es más. En su ley, el director Michel Gondry no acepta jamás esa máxima que aquí sentaría muy bien a la historia. Una historia de amor, un canto al surrealismo, un cuadro de época que enfrenta al mundo del pensamiento esnob con el existencialismo más racional. Todo eso es La espuma de los días, la película en la que el francés Michel Gondry (Eterno resplandor de una mente sin recuerdos) adaptó el libro homónimo de Boris Vian. Es todo eso y más, y allí reside el problema, en los excesos de trucos visuales, de vericuetos narrativos, de simbolismos melosos en los que recae una historia demasiado impregnada de recursos varios, regados en más de dos horas de película. El joven, acaudalado y sumamente libertino Colin (Romain Duris), quien podría ser una versión surrealista del inventor Erdosain creado por Arlt, goza de sus relaciones insólitas y escribe e inscribe un rumbo anodino para sus propios días hasta que en su vida aparece Chloë (Audrey Tautou), un amor ideal con nombre de blues creado por Duke Ellington. La pareja, y sus amigos, que incluye a las parejas de Nicolas y Chick, hacen de las suyas sin grandes preocupaciones hasta que Chloë enferma. Una flor crece en sus pulmones y mientras tanto marchita la desapegada vida burguesa de Colin. Afuera de ese mundo interno hay otro que a Vian, y así lo interpreta Gondry, se le aparece todavía más absurdo. Así, la película se convierte en una sátira dentro de otra. Colin debe pagar el tratamiento de su mujer y hace lo que nunca, trabajar. Su vida se consume entonces junto a la enfermedad de Chloë (Tautou funciona como un cable a tierra para la película), y al mismo tiempo Chick, un ferviente seguidor de Jean-Sol Partre, representante del racionalismo, el fin social de la literatura, la explicación marxista del mundo, se deja llevar por un fanatismo que ocupa varias secuencias-metáforas de la película para mostrar los mundos opuestos Sartre y Vian (fueron amigos) existencialismo y surrealismo, que finalmente no conducen a nada. Si la novela de Vian ya era compleja, con los tiempos de análisis y relectura que permite la literatura, la adaptación de Gondry no ahorra enredos, y los trucos metafóricos que al principio seducen por su ocurrencia y por sus segundas lecturas, se vuelven tediosos al rato, empañando esa atmósfera de claustrofobia que apenas asoma tras la espuma del filme.
Amor surreal y bastante tonto A esta altura de la carrera de Michel Gondry se está a un paso de confirmar que las virtudes de sus dos films iniciales (Human Nature; Eterno resplandor de una mente sin recuerdos) se debieron más a su guionista Charlie Kauffman que a las aptitudes del cineasta. Más aun cuando su obra posterior (Soñando despierto; el bodrio de El avispón verde) no condice con aquel combo y mucho menos con su creatividad en el mundo del videoclip en trabajos de Björk, Daft Punk, Chemichal Brothers, White Stripes… y la lista es interminable. La espuma de los días cuenta una historia ridícula pero consciente de su ridiculez y semejante definición es una de las peores que puede recibir una película. La alegre y triste historia de amor entre Colin y Chloé, basada ligeramente en el texto de Boris Vian publicado en 1947, expone estados de ánimo, momentos festivos y mortuorios y el protagonismo de una pareja central de casi nula química (Romain Duris, Audrey Tautou) que son insertados en un mejunje visual y sonoro de difícil digestión. Gondry estimula su creatividad visual al servicio de diálogos imposibles y situaciones que tocan lo ridículo. Pero se trata de una ridiculez culposa, como si la recreación de un mundo surrealista y onírico, que ya estaba presente en Soñando despierto y que en La espuma de los días hace centro en su segunda mitad, tuvieran como destino final una acumulación de imágenes empalagosas dignas de una instalación vanguardista. El problema esencial del film es que su regodeo en la superficie del surrealismo, que poco se parece aun al objetivo turístico nostálgico del Woody Allen de Medianoche en París, solo deja ver sus logros en los rubros técnicos que atañen a la escenografía, el vestuario y la decoración. Todo ello revestido de frases literarias devenidas en aforismos de mesa de liquidación en eternas dos horas diez. ¿Volverá aquel Michel Gondry de los inicios de su carrera o se tratará de otro director procedente del videoclip que hace tiempo perdió el rumbo? Por ahora solo queda rever “The Hardest Button to Button” de White Stripes y “Like a Rolling Stone” de Rolling Stones que aún resultan originales y, además, duran bastante menos.
El estilo Gondry en su forma más vacua Basada en la novela homónima de Boris Vian, La espuma de los días es un exponente del estilo Gondry (Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, El Avispón Verde) en su forma más vacua. La historia del primero feliz y luego desafortunado amor de Colin y Chloé en París es relatada con exceso de adornos visuales y de esa imaginación escenográfica que tan renovadora fue en los fundamentales videoclips del director. Las ocurrencias, las supuestas gracias, las excentricidades, se acumulan sobre una base narrativa de una debilidad y una autoindulgencia muy evidentes. El resultado es una película tan artificial como decorativa, tan agotadora como fallida en su pretendida poética surreal. Los actores siguen la lógica y se suman a la propuesta con gestos ostensibles y de sutileza ausente: la mandíbula de Romain Duris y las pestañas de Audrey Tautou trabajan en demasía.
El film estrenado en 2013 co-escrito y dirigido por Michel Gondry (Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos – 2004) con producción de Luc Bossi, encabezado por los actores Romain Duris y Audrey Tautou, llega a los cines argentinos con tan sólo siete salas disponibles en todo el país La trama basada en el libro de 1947 de Boris Vian, presenta una Francia surrealista, dadaísta e incluso futurista que contiene pequeños elementos históricos ocultos y pensadores revolucionarios, todo en un ambiente de flores y cebollas. Colin (Romain Duris) es un joven rico miembro de una elite parisina que junto a sus amigos celebran en su pianococktail y disfrutan del ambiente onírico en el que viven junto a Nicola (Omar Sy), su empleado afro francés y Chick (Gad Elmaleh) un locuaz intelectual , los cuales lo ayudaran a buscar esa mujer soñada, Chloe (Audrey Tautou). foto-la-espuma-de-los-dias-3-115 Luego de la carrera por el matrimonio (nunca mejor definido) la pareja protagonista emprende su viaje de luna de miel, pero luego de la noche esperada ya nada será lo mismo. El mundo en el que viven empieza una caída en desgracia, Chick se vuelve un adicto insaciable por el saber mientras que su mujer queda abandonada ante las pasiones de su hombre, Nicola empieza a envejecer progresivamente y la novia soñada ha enfermado de forma grave. Las secuencias son muy diferenciadas desde el clásico slowmotion, hasta un montaje de papel o incluso una caminata en el agua que logra ser una de las mejores escenas en todo el largometraje, el espectador puede llegar a sentirse ofuscados con el intenso cambio o ciertas situaciones que superan el ridículo, y el resultado final no se aleja de los ambientes distópico de Terry Gilliam. foto-romain-duris-y-audrey-tautou-en-la-espuma-de-los-dias-065 El film es una travesía surrealista cargada de elementos diferenciados de varios géneros que sitúan al espectador en tres marcados actos que van cambiando paulatinamente, al punto que la cinta pierde todo el color al final y termina ahogándose por contar más de lo que puede
Vasos vacíos Luego de bastante retraso, llega a los cines porteños la última película dirigida por Michel Gondry, realizador francés, que saltó a la fama por ser director de memorables videos musicales. El film nos muestra decenas de elementos surrealistas desde el comienzo: zapatos que caminan -y corren solos-, un ratón con rostro humano, un curioso despertador, utensillos de cocina que tienen vida propia, e incluso personas que al bailar, deforman y alargan sus piernas. Todas estas características cuasi oníricas son parte de Mood Indigo o La espuma de los días, y para los seguidores o espectadores habituados a la obra audiovisual de Gondry -ya sea en la pantalla grande o no- nada de esto, ni de la estética que la película utiliza, es demasiado novedoso. La trama -basada en la novela póstuma de Boris Vian- nos presenta a Colin (interpretado por el polifacético Romain Duris), un hombre alegre que busca enamorarse pero no tiene demasiado éxito, ni conoce demasiado sobre “técnicas de conquista”. Sin embargo, una noche asiste junto a su mejor amigo (Gad Elmaleh) y su cocinero que hace las veces de asistente (Omar Sy) a una fiesta en la que conoce a la bella y encantadora Chloe (Audrey Tautou). La mutua atracción surge casi instantáneamente y a partir de allí la película toma un tono más romántico pero siempre original. vlcsnap-2014-04-24-10h08m39s15 Hacia la mitad del film, el estilo del relato cambia paulatinamente a partir del descubrimiento de una peculiar enfermedad en los pulmones de Chloe, y con este cambio, el color del film se va modificando y perdiendo a medida que el cuadro clínico se desarrolla más y más, pasando de planos en tonos pasteles a colores tierra, y luego a los inevitables grises. La dirección de arte y el vestuario del film son maravillosos y excéntricos, y sin duda resultan lo más destacable de toda la producción, junto con la banda sonora. Sin embargo, el guión no acompaña, y el resultado final es una narración vacía, extensa, densa y bastante repetitiva -sobre todo desde el comienzo de la segunda hora- en la que el foco está solo en lo visual, mientras que el relato parece ausente, generando incluso que ninguna actuación se destaque demasiado.
Onirismo al estilo de Pomelo Hay varias clases de onirismos cinematográficos. Uno construye realidades como sueños. Buñuel, Cronenberg, David Lynch. Otro ve los sueños a la luz de un freudismo básico, hecho de símbolos y alegorías llanas. Hitchcock y Dalí en Cuéntame tu vida, Bergman en Cuando huye el día. Está el onirismo maniqueo, en el que el mundo de los sueños es aquello que lo real no sabe ser: Eliseo Subiela, de El lado oscuro del corazón en adelante. La cuarta forma de onirismo, post-psicodélica, imagina los sueños como un trip de Pomelo, el personaje de Capusotto. Cabalgata de imágenes, cuanto más “locas”, mejor. Como si la parte (las imágenes) fuera más importante que el todo (el relato, el sueño mismo). Terry Gilliam a lo largo de toda su carrera, y también Michel Gondry, tal como anunciaba Soñando despierto (2006) y ahora La espuma de los días (de 2013) lleva a su máxima potencia. Más que onirismo, lo de Boris Vian en La espuma de los días, su novela más célebre (1947), podría considerarse, robándole la etiqueta a Alberto Laiseca, una forma de realismo delirante. Lector y autor de policiales negros, Vian escribe ese cruce de comedia hot (por el estilo de jazz que le gustaba escuchar) con folletín (por la enfermedad terminal que aqueja a la amada) con prosa seca y brutal. Da por sentado un mundo en el que los soles son dos y no uno, los ratoncitos hogareños preciados como mascotas, y nenúfares crecen en el pecho como cánceres. Gondry acumula tantas extravagancias, en planos que duran los de un clip (escuela en la que se formó), que las imágenes no se entienden. Y nada que no sean las imágenes importa. De hecho, en una escena obreros de una fábrica quedan partidos al medio por una explosión, y la escena pesa tanto como otra en la que Nicolás, valet del protagonista, para retirar la mesa pasa un escobillón y tira todo al piso.Escrita junto a Eric Bossi, que es uno de los productores, la versión-Gondry de La espuma de los días se parece más a Amelie que al opus máximum de Boris Vian. Más que por el hecho de que el papel de Chloé lo haga Audrey Tautou (siempre con su sonrisa de desarrollo detenido), por la concepción general, en la que lo que importa es la sorpresa, la rareza, una forma de humor que más de uno traducirá como vergüenza ajena. Que es lo que produce cada aparición del actor disfrazado de ratoncito, el juego de escalas entre la casa de Colin (Romain Duris y sus mandíbulas sobredimensionadas) y la del roedor, los platos de comida vivos, como en un comercial de aceite, los juegos de palabras con títulos de libros de Jean-Sol Partre (la novela era contemporánea a Sartre, la película guiña con más de medio siglo de retraso sobre su condición de ídolo pop) o que cada vez que dos personas se dan la mano, sus muñecas giren como trompos hiperrápidos.Que en su última parte la protagonista contraiga una grave enfermedad y su novio caiga de la incalculable riqueza a la indigencia tiene dos consecuencias estéticas. Una es la progresiva decoloración, que Gondry asocia de modo elemental con lo fúnebre y depresivo. La otra, una cierta ralentización de la atolondrada ebullición de invenciones, acompañada de planos que duran algo más que milisegundos. Lo cual permite descansar un poco la vista. Algo que se agradece, teniendo en cuenta que las espumas de Gondry son de larguísima duración. Dos horas once, para ser precisos.
La espuma de los efectos Michel Gondry adapta la celebrada novela de Boris Vian en un festival de esnobismo lleno de gadgets surrealistas animados cuadro por cuadro, música de jazz y tonterías a granel, muy bien realizadas y admirables a la vista, pero que no ayudan a contar una historia de manera más o menos sensata. Sobre todo con una duración superior a las dos horas, la absurda y trágica historia de amor de un hombre enamorado de una mujer con una extraña enfermedad (le crece una flor en los pulmones), es el tipo de libro de libro de culto tan difícil de convertir en película como sucedió con "El almuerzo desnudo" de Williams Burroughs en manos de David Cronenberg. Con la diferencia, además, de que Gondry no es Cronenberg, sino más bien un genial director de clips, algunos tan buenos como los que rodó para los Chemical Brothers, pero su principal problema a la hora de encarar largometrajes es que siempre puso su estilo -y sus caprichos- por delante de lo que sea que haya que narrar. Otro guionista habría pensado, con sensatez, eliminar algunos de los párrafos mas inasibles del libro de Vian, pero Gondry va por todo, con zapatos que andan solos, timbres que caminan, pianos que preparan cocktails al tocar las teclas, y un sinfín de hallazgos visuales simpáticos en sí mismos, pero al mismo tiempo obstáculos serios para contar algo que pueda sostener el interés durante dos larguísimas horas. Especialmente debido a que el director, enamorado de su propio talento, repite los mismos gadgets una y otra vez hasta agotarles toda su gracia. Recién al final, cuando el romance se vuelve trágico, la película se vuelve blanco y negro conteniéndose un poco en su imaginería rococó para concentrarse un poco más en la síntesis de la poética de Boris Vian. Si para entonces es demasiado tarde o no, es algo que depende del gusto de cada espectador. De lo que no cabe duda es que en "La espuma de los días" hay mucho para ver, pero que es el tipo de película más original e interesante que auténticamente lograda.
Surrealista, exótica y atemporal. “La espuma de los días” es una comedia francesa que flota en el aire parisino sin lograr alcanzar el clímax. Basada en la novela “L’Ecume des Jours”, de Boris Vian y dirigida por Michel Gondry, el filme se centra en la historia de amor de Chloë (la siempre dulce “Amelie”) y Colin. Al principio, el matrimonio es un sueño ideal hasta que -de una forma muy extraña- Chloë se enferma porque una flor está creciendo en sus pulmones. Si bien la novela de Vian intentaba ser futurista en 1947, cuando fue escrita, la película de Gondry evoca cierta impronta de la Paris de los 70. La película contiene elementos surrealistas que se materializan en comida que se mueve o cuando la pantalla se divide en dos mostrando lluvia y sol en el mismo lugar y momento. Si bien estas escenas hacen del filme una experiencia visual muy rica, terminan subyugando el relato y dando como resultado una película muy difícil de interpretar. Gondry siempre se caracterizó por su forma de innovar, como en “El eterno resplandor de una mente sin recuerdos” y por haber creado el efecto “bullet time” utilizado luego en Matrix, pero esta vez, más allá de los efectos artesanales para dotar de vida a los objetos, le faltó una dosis de modernidad que podría haber hecho esta película más interesante.
EL AMOR EN REVERSA La espuma de los días es la anteúltima película del francés Michel Gondry quien con su imaginario surrealista y su siempre confortable “toque crítico” invita nuevamente a la experiencia de viajar a mundos soñados donde los temores o las ilusiones cobran vida, en general, en forma de pesadillas. En esta oportunidad, y en un registro que combina la ficción con la animación, Gondry propone la adaptación de La espuma de los días, una novela de Boris Vian publicada en 1947. Para comenzar se hace necesario indagar en el título de la obra de la cuál Gondry se sirve sin variaciones. La espuma de los días en algunas partes de mundo pero Amor Índigo en otras. Ambas opciones cargadas de sentido ya que para la primera, el concepto de espuma revela el carácter efímero y banal, en este caso, de una relación de pareja. Mientras que para la segunda, hace referencia a un tema de Duke Ellington que es uno de los caballitos de batalla del filme, un baile que enamora, un baile cuyos danzantes se comprometen a la vida en pareja. Sin embargo, lo que el título de la obra parece evocar es la inevitable verdad de que todo lo bello tiende a desaparecer. Porque la felicidad no dura para siempre y se presenta frágil y etérea. Entonces Gondry recupera este sentido y lo plasma en una película que, lejos de las clásicas historias de amor (donde el amor se presenta como la salvación mágica) se manifiesta como una sombría realidad existencialista: la angustia de saber que el fin está latente desde el primer segundo de vida. Por eso, La espuma de los días tiende a mostrar cómo el deterioro y el futuro desvanecimiento se hacen cuerpo en la vida de este grupo de personajes quienes funcionan como muestras de una sociedad capitalista que se lleva todo por delante, inclusive, los sentimientos. Colin (Roman Duris) quien “cuenta con una fortuna suficiente para vivir convenientemente sin trabajar para otros” vive con Nicolas (Omar Sy) su mayordomo y dama de compañía quien lo acompaña y aconseja a diario, además de existir para su satisfacción las veinticuatro horas del día. También convive con un ratón (Alain Chabat) que se aloja en una réplica a escala del departamento de Colin (incluso tiene una copia en miniatura de las llaves de acceso a la caja fuerte). Colin degusta comidas exóticas y pasa sus días quemando el tiempo libre en la invención de un “piano-cóctel”. Mientras que Chick (Gad Elmaleh), su mejor amigo, trabaja en una fábrica y no le alcanza el dinero. Pero tiene un hobby, es fanático de Jean Sol Partre, un filósofo existencialista que dentro de pocos días dará una conferencia en el centro de Paris. Ambos, Colin y Chick disfrutan su vida de solteros hasta que Alise (Aïssa Maïga), una bella americana se pone de novia con Chick. Colin, ante los celos, decide enamorase también, y es así como en una fiesta de la alta sociedad conoce a Chloè (Audrey Tautou). En seis meses exactos, se casan y en la luna de miel, Chloè aspira involuntariamente un nenúfar el cual le causa una grave enfermedad. A partir de aquí la vida holgada del tiempo libre, las fiestas y los cóctels se transforma en la pérdida sistemática de la fortuna de Colin a favor de un costoso tratamiento del cual nadie confía. Colin tendrá que comenzar a trabajar mientras que su mansión se va transformando en un pantano cuyas medidas se van reduciendo progresivamente al ritmo del vaciamiento de la caja de seguridad. Las exóticas comidas se transforman en sandwichs, el piano-cóctel tiene que ser vendido y el arte abstracto que engalanaba los rincones de la vivienda ahora viraron a floreos plásticos sin ningún tipo de belleza. La espuma de los días es una película Gondry. Es decir, tiene todos aquellos elementos que a esta altura lo legitiman como un autor de cine. Es el uso recurrente de la estética y la temática del surrealismo mezclado con un ambiente de fuerte crítica social, económica y cultural, además de su gusto por la música, lo que hace de su filmografía un corpus selecto de deleite audiovisual. Ambientada en un Paris ficticio, el filme logra condensar en ciento treinta y un minutos la ingeniería de una ciudad capital inmersa en la lógica de un capitalismo tradicional y poderoso: el abismo entre la clase alta y la baja, la división del trabajo, las reformas edilicias y hasta las atracciones turísticas como signos de una sociedad que vive para consumirse sin tener tiempo en detenerse a pensar (justamente Chick es quien gasta su tiempo leyendo filosofía razón por la cual es pobre). Situada en un tiempo y espacio conocido, pero enrarecido (podrían ser los años cincuenta) Gondry opta por una narración lineal y estructuralmente tradicional. Sin embargo, le aporta su valor agregado cuando decide empezar por el final. La cronología de las acciones muestran en reversa la representación de una historia de amor clásica en donde “un chico conoce chica se enamoran y…”. En vez de transitar el camino del infortunio a la buenaventura luego de conocer el verdadero amor, el cineasta muestra cómo el amor conduce al protagonista a la peor ruina. Interesante punto de vista que revela la capacidad de un realizador provocador enmarcado en la lógica del cine contemporáneo. La espuma de los días funciona como una gran metáfora de la vida “real” de las personas, pero también invita a la reflexión sobre la no perdurabilidad de los instantes de felicidad y todo aquello que nos da motivos para continuar viviendo. Algunos se refugian en la expansión de su intelecto, otros pasan sus horas inventando objetos inútiles. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Al club de los infilmables Michel Gondry es un hombre dado al riesgo, pero la adaptación de un texto de Boris Vian lo volvió alguien de temer. Como Naked Lunch de William Borroughs, L’Ecume des jours pertenece al club de los infilmables; el primer error fue de David Cronenberg, ahora le tocó al francés. Obvio, el hombre tropieza dos veces. Colin (Romain Duris) habita un mundo de hombres disfrazados de animales, objetos animados, cocineros que se pasan recetas por monitores, piernas que se alargan, manos que giran y un novelista gurú llamado Jean-Sol Partre. La parodia se extiende con maniquíes, una aparición pública similar a la beatlemanía y hasta la inclusión de un actor, Gad Elmaleh, parecido a, obvio, Sartre. Luego Colin encuentra a Chloe (Audrey Tautou), se casan en una basílica con aviones dentro llamados Jetsus, y la farsa, pese al puntillismo de la adaptación, no tiene la sustancia disparatada del texto. L’Ecume des jours es vagamente contemporáneo (y totalmente consanguíneo) de Zazie dans le metro, el gran film de Louis Malle sobre un libro de Raymond Queneau; pero el trabajo de Gondry resulta afín a delirios contrahechos como Bunny and the Bull, de Paul King; Repo Chick, de Alex Cox, o The Zero Theorem, de Terry Gilliam.
Lo valioso y la nada Quienes no nos dedicamos específicamente a la filosofía podemos quedar un tanto excluidos de La espuma de los días, tomándolo como un film absurdo y sin sentido. Sin embargo, basta haber leído o escuchado algo sobre Sartre para tratar de hilar cabos con lo que se está viendo. La espuma de los días está basada en la novela de Boris Vian del mismo nombre y trabaja algunos conceptos del existencialismo. Por esta razón, podemos ver alusiones a Sartre, más allá de una teoría planteada desde lo práctico, que sería cómo se desarrolla el film. Es así como el filósofo favorito, y del cual se enamora el mejor amigo del protagonista Chick (Gab Elmaleh), se llama Partre tomando sin dudas ese nombre por el filósofo. Asimismo, en una de las escenas, Chick se encuentra leyendo un libro llamado Vómito que claramente refiere a Náusea de Sartre. En cuanto al desarrollo de la película, podemos ver cómo quedan expuestos algunos de los temas que Sartre plantea en sus libros que corresponden a su etapa existencialista, como el propósito vital del hombre, la muerte, el automatismo y la existencia que define a los hombres. Especialmente aparece el concepto de que la vida del hombre es vacía. Podemos observar dos partes bien distintas, aunque no se pasa de una a la otra de manera directa, va cambiando de a poco. Encontramos una primera parte alegre, con colores, marcada por el amor preciado, por la abundancia de cosas e incluso sin preocupaciones, hasta el punto en que los personajes se subsumen o viven en la superficialidad. Esta primera etapa corresponde a la juventud y el encuentro con el amor de una mujer que vive el protagonista, Colin (Romain Duris). Por otro lado, la segunda parte se desenvuelve en una atmósfera gris, de bronca y tristeza, aparejada a la malaria y a la pobreza. Sin embargo, no es la pobreza la que determina el malestar o los problemas, sino que es la enfermedad de Chloé la que desata todo. En este sentido, es interesante, y quizás más en la segunda parte que en la primera, cómo uno como espectador se da cuenta que el entorno se forma a través de la mirada del protagonista. Aunque vemos lógica en la primera parte, con respecto al resto del film no encontramos en este un trabajo coherente con el absurdo y lo superficial, a tal punto que termina siendo, muy por el contrario, desconcertante y tedioso. Los actores aparecen demasiado sobreactuados y las escenas parecen no tener sentido. La utilización del stop motion tampoco pareciera hacer un gran aporte. Sí podemos rescatar de esta primera parte la forma en la que se trabajan las muertes, que pierden valor, parecen algo natural y hasta causan risa y corresponden a la superficialidad que invade al protagonista. La segunda parte del film tiene un trabajo más logrado. Se enfoca en el deterioro de los protagonistas y todo confluye para que esto suceda. Hay una estética de la angustia, llevada a cabo por las imágenes, la tonalidad gris y la música. Esto está acentuado por actuaciones más sólidas y comprometidas con el papel. Aparece, a su vez, más marcada en esta segunda parte una crítica al sistema de trabajo, que poco piensa en las personas y mucho en la producción.
Luego de brindar una de las adaptaciones de cómics más retardadas que se hicieron en los últimos años, como fue esa aberración infame llamada El avispón verde (elogiada por críticos que creen que el Pulp es una línea de yogures), el director Michael Gondry volvió a incursionar en las historias sentimentales que es donde más sobresale como cineasta. Ya quedó demostrado que la acción y la aventura no es lo suyo, si bien en la película del Avispón gran parte de la responsabilidad del desastre fue de Seth Rogen y su estúpido guión. En La espuma de los días Gondry presenta una adaptación de la novela homónima de Boris Vian, que ya había sido adaptada en el cine en dos oportunidades. El cine francés brindó la primera versión en 1968 con Jaques Perrin (el director del documental Nómadas del viento) y más recientemente en el 2001 los japoneses, que les encantan las historias de amor desgarradoras y deprimentes, también adaptaron el libro en Chloe, que protagonizó Masatoshi Nagase, una de las figuras de El club del suicidio. La versión de Gondry es claramente la interpretación más creativa e interesante que se hizo de esta obra por todo el soberbio despliegue visual que ofrece el director a la hora de trabajar los elementos surrealistas de esta propuesta. Como buen cineasta de autor en este caso tomó la trama clásica de la novela de Vian y la hizo suya en una película que lleva su firma artística en cada fotograma. Muchos medios le objetaron a Gondry el énfasis excesivo que puso en los aspectos visuales. Si bien es cierto que la película ofrece un espectáculo de una opulencia visual considerable, este elemento es lo que hizo atractiva a una historia triste que se narró numerosas veces en el cine. Una pareja joven se enamora y se casan. Ella al poco tiempo adquiere una enfermedad terminal y se empieza a morir. Esos elementos surrealistas que eran parte de la novela original, con los que Gondry se hizo un festín (para rendirle por momentos un tributo al cine de Terry Gilliam), es el principal gancho de esta propuesta que podría haber sido otra historia triste de amor como Love Story. El director en cambio apostó a convertir el relato en una experiencia visual apasionante que se disfruta de manera especial en una pantalla de cine. La película está dividida claramente en dos segmentos. La primera mitad donde se conocen los protagonistas y Gondry brinda algunas de las secuencias más hermosas y luego una segunda parte que se enfoca más en el drama y la tragedia. No es un dato menor que el director selección una excelente pareja para los personajes principales como la dupla que formaron Audrey Tautou y Romain Duris (Las muñecas rusas), cuya química fue vital para que el espectador se conecte con los personajes. Más allá de la saturación que presenta Gondry por momentos en la puesta en escena, La espuma de los días es una película que se llega disfrutar si uno está predispuesto aceptar el juego que propone el director desde las secuencia iniciales. Tal vez no se recuerde entre lo mejor de su filmografía pero es un film que podrá se apreciado por los espectadores que se engancharon en el pasado con los trabajos más personales de este artista.