Aquí vive el horror La nueva película de James Wan (El Juego del Miedo y la inquietante Silencio de muerte, que en Argentina saltó directo al DVD) tiene dos partes bien diferenciadas. En la primera, el realizador da rienda suelta a un film que se ameja a los climas y los tiempos de Actividad paranormal y Aqúi vive el horror, contraponiendo un segundo tramo donde borra con el codo lo que había contado con astucia en los primeros minuos. La noche del demonio sitúa a una familia recíen instalada (el matrimonio encarnado por Patrick Wilson y Rose Byrne) en una casona sinestra y enfrenta a sus protagonistas con las extrañas presencias que comienzan a manifestarse en el lugar. Las cosas se complican cuando Dalton (Ty Simpkins), el hijo mayor de los tres, cae en un estado de coma, que atrae a entidades malévolas que se pasean por los corredores de la casa. El cineasta juega con el "más allá" y tampoco disimula las influencias de Poltergeist, cuando entra en acción un equipo de "cazafantasmas" y una medium que los comunica con un mundo lleno de sombras y trae algunas sorpresas del pasado. El film asusta y sacude en sus primeros minutos, pero muestra más de lo que debe llegando a su desenlace y las "presencias" que deambulan por la casa pierden peso y dejan de sacudir al espectador. Una lástima porque el relato plantea un interesante juego entre mundos paralelos, desdoblamiento de cuerpos y espíritus, miedos infantiles y pesadillas pasadas con asombrosa pericia narrativa, que se termina arruinando más tarde. A veces, más elementos puestos en juego dicen menos.
Está muy bien dirigida y brinda muy buenas secuencias de tensión y suspenso, sin necesidad de recursos sangrientos o desagradables a la vista. Sólo con los efectos especiales y los maquillajes de los fantasmas ya logra crispar al espectador. Si sos de susto fácil, vas a salir encantado del cine, ya que vas a sentir que...
El miedo zonzo La noche del demonio (Insidious, 2010) se anuncia como la película en donde “no es la casa la que está embrujada”. Sin embargo, la trama no puede evitar caer en todos los lugares comunes de los filmes de casas, justamente, embrujadas. Es curioso que el director de Insidious sea James Wan, el responsable de la primera película de la saga de El juego del miedo (Saw, 2004). Mientras que en aquella prima el registro explícito, el gore llevado a la décima potencia, aquí en cambio se trabaja sobre una zona más enigmática. Un matrimonio joven (Patrick Wilson y Rose Byrne) acaba de mudarse con sus dos hijos a una casa que, a simple vista, llama a la desconfianza. Ella comienza a advertir que algo raro pasa (siempre es la mujer la “disonante”). Las cosas se ponen más feas cuando uno de los hijos, luego de un confuso incidente, ingresa en un perpetuo estado de coma. Pero las presencias, lejos de irse, se hacen notar cada vez más. Hasta aquí nada hace suponer que a Wan le interesa innovar, pese a que –claro- “no es la casa la que está embrujada”. El tratamiento sobre lo cotidiano recuerda a Actividad Paranormal (Paranormal activity, Oren Peli, 2008), pero el realizador no logra hacer de esta cualidad una fuente de espesor dramático. Todo, entonces, se convierte en causa y efectismo, a los que se suman dudosas elecciones formales. El caso más evidente es el de la fotografía, que deambula en diversas pátinas de colores a pura arbitrariedad. Relegado a efectos de shock, el relato oscila entre el poco atractivo de los efectos visuales y algunos diálogos que producen más risa que miedo. Luego de que el padre se convenza de que hay que tomarse el asunto en serio, aparece un cura en una secuencia inverosímil y una vidente o “médium” con sus dos colaboradores que vienen a dar cátedra de ultratumba. Lamentablemente, la película lleva todo al terreno de lo solemne, aún con sus monstruos surgidos de la era clase B y el citado grupo invocando al más allá. Películas como ésta nos hacen pensar por qué algunas obras maestras van directo al DVD y filmes olvidables pululan en la cartelera argentina.
El cine de terror volvió a la cartelera! No tengo problemas en afirmar que La noche del demonio es la gran película de horror de este 2011. Bienvenido sea si la superan porque entonces tendremos un año magnífico, pero creo que no va a ser tan fácil. El creador de Saw volvió al género con el mejor trabajo de su carrera, que en lo personal me hizo vivir una experiencia que no voy a olvidar en mucho tiempo. Se podría decir que La noche del demonio es como Actividad Paranormal, pero bien hecha. En este caso el director Wan no te hace perder una hora al pedo en el cine con escenas tontas e intrascendentes hasta que al final se manifiesta el peligro. Desde el primer minuto, con esa soberbia y magistral secuencia de créditos iniciales, el cineasta te mete en el clima de la trama por completo, como si te diera la bienvenida al cine de terror después de mucho tiempo. La película combina a la perfección las historias de casas embrujadas con posesiones demoníacas a través de una propuesta que sobresale por las atmósferas aterradoras que creó el director con su narración. El guión no es una obra maestra, pero esta propuesta en particular no se destaca por su argumento, sino por la manera en que te cuentan el relato. Es cierto que se hicieron miles de historias como esta en el cine, pero La noche del demonio sobresale por el ingenio con el que cautiva al espectador en el film a través de una trama clásica que logra asustarte en serio. Lo que hizo este muchacho con un presupuesto de apenas 800 mil dólares es soberbio. En este caso volvió a trabajar con el guionista y actor Leigh Warnell, con quien creó El juego del miedo, para ofrecer un trabajo diferente. La noche del demonio no es una película sangrienta y ultraviolenta. El que espere ver un film descerebrado a pura violencia extrema como El juego del terror (The collector) o Escupiré sobre tu tumba, glorificados por los autodenominados “verdaderos fans del terror” tal vez salga decepcionado. La noche del demonio se destaca por la sugestión que genera en el espectador, gracias a un excelente trabajo en la dirección, diseño de producción, un buen grupo de actores y la tremenda música de Joseph Bishara. Es un film que está muy en sintonía con clásicos setentosos como Posesión diabólica, con Bette Davis y Olive Reed. Con pocos recursos los realizadores de esta historia lograron hacer un film intenso que te mantiene enganchado hasta el final. Este trabajo consolida claramente a James Wan como uno de los mejores cineastas que trabajan en Hollywood el género de terror. Su nueva obra es una de las mejores producciones de este estilo que se hicieron en Estados Unidos en estos últimos años junto con Arrástrame al infierno, de Sam Raimi y Trick ´r Treat, de Michael Dougherty. No hay que dejarla pasar en el cine.
El suceso actual del cine de terror se titula La Noche del Demonio. Comienza de manera muy clásica: una joven familia norteamericana se muda a una casa en la que comienzan a suceder fenómenos paranormales. Aterrados por ruidos, apariciones y otras manifestaciones sobrenaturales, deciden mudarse. ¿Fin de la película? Nada que ver: el Mal los acompaña a la nueva vivienda. El motivo: uno de los tres hijos del matrimonio, luego de quedar en una especie de coma, es rondado por espíritus nada amigables y por un perverso demonio. Sus padres deberán actuar rápido antes de que el niño termine poseído por las fuerzas del más allá. En la década pasada, el director australiano —aunque nacido en Malasia— James Wan demostró ser un nuevo talento en el género de horror. Su ópera primera fue El Juego del Miedo, un hit que género imitaciones, parodias y varias secuelas. Luego filmó El Silencio de la Muerte, mucho menos exitosa pero con ratos de bastante miedo. También probó que podía con otros géneros y nos dio la efectiva película de venganza Sentencia de Muerte, con Kevin Bacon y Garret Edlund. La Noche... lo reúne nuevamente con su amigo, el actor y co-guionista Leigh Whannell, a quienes se suman los responsables de otro reciente éxito comercial en materia de sustos: Actividad Paranormal. Esta vez, Wan se nutre de tópicos reconocibles en las mejores películas de terror: familias, niños, fantasmas y/o seres demoníacos. Historias en las que el terror no se encuentra en un castillo europeo ni en bosques sino en la casa de cualquiera de nosotros. Imposible no pensar en El Exorcista, La Profecía, El Resplandor y, sobre todo, Poltergeist. De hecho, la película captura muy bien el sabor y los climas de aquella obra dirigida por Tobe Hooper y producida por Steven Spielberg (Según cuenta la leyenda, Spielberg dirigió las mejores escenas). Sin renegar de las evidentes influencias, Wan le da personalidad a su film, y logra secuencias escalofriantes, sobre todo en la primera mitad de la película. Tampoco se priva de homenajearse a sí mismo: en el pizarrón de un aula aparece dibujada la cara del siniestro muñeco que usaba Jigsaw (Tobin Bell) para comunicarse con sus víctimas en El Juego... La segunda mitad aparecen las explicaciones y la resolución, que incluye más fantasmas e intentos de salvataje en el mundo de los muertos. Sí, también a la manera de Poltergeist, pero mostrando lo que hay en ese otro plano de existencia. También hay algunas fallas y baches en el guión (uno de los hijos casi desaparece de la trama en determinado momento, y no por culpa de los espectros), pero tampoco hunde el resultado final. Además de tenerla clara a la hora de asustar, Wan también es muy correcto a la hora de elegir actores. Patrick Wilson y Rose Byrne interpretan al matrimonio que no sólo debe aprender a llevar adelante una familia sino que, para colmó debe lidiar con criaturas del inframundo. El pequeño Ty Simpkins es Dalton, el hijo cuyo cuerpo es codiciado por ánimas en pena y por un monstruo de cara roja. También aparece la cada vez más reaparecida Barbara Hershey, quien supo protagonizar un film de características similares en 1982: El Ente. Whannell, además de co-escribir, compone a un parapsicólogo nerd que utiliza aparatos extravagantes. Sin ser una obra cumbre del género, La Noche del Demonio es una interesante propuesta para dejarse asustar un rato. ¿Si habrá secuelas? El final y el éxito económico hablan por sí solos.
Para mí, el 99.99 % del cine de terror es descartable. Premisas estúpidas e irreales, malos directores, regocijo gratuito en maquillaje y efectos especiales, actores espantosos. Pero existe un 0.01 % del cine de horror que es efectivo, y es el que me provoca pesadillas. En ese minúsculo grupo pondría a El Proyecto Blair Witch, El Exorcista, Actividad Paranormal, y la mayoría de los filmes de la dupla Wan - Whannell. Saw, el Juego del Miedo era brillante y estremecedora; Silencio Desde el Mal tenía su cuota de momentos shockeantes; y ahora completaron el círculo con Insidious, La Noche del Demonio. El filme es una prueba patente que James Wan (y algunos directores asiáticos) son los únicos de generar algo genuinamente espeluznante en los tiempos que corren. Ciertamente el comienzo del filme no parece muy prometedor. Pareciera que Wan y Whannell estuvieran decididos a hacer una especie de Actividad Paranormal 3 (curiosamente, Oren Peli figura como productor de este filme), sólo que rodada de manera más tradicional (sin usar el punto de vista en primera persona), y salpicándola de escenas enteras recicladas de Poltergeist. Ruidos en la casa, puertas que se cierran, niños acosados por espectros. Como suele ocurrir en las películas de fantasmas, uno puede armar una explicación sicológica que justifique todo el asunto, como (p.ej.), que el stress de la mudanza ha despertado los poderes telekinéticos de alguno de los miembros de la familia (posiblemente, del hijo que cae en coma), y que dichos poderes actúan de manera descontrolada, provocando los fenómenos. Como sea, uno pega un par de buenos saltos en esa parte de la película. Pero donde las cosas se ponen realmente estremecedoras es cuando los Lambert se mudan y descubren que los fenomenos los siguen a la nueva casa, esta vez con mayor intensidad y violencia. ¿No eran estos simples poltergeist atados a una casa en particular?. ¿Por qué los siguen a los Lambert?. ¿Qué es lo que buscan de ellos?. Mientras Insidious, La Noche del Demonio se encuentra en el proceso de buscar respuestas, el filme obtiene por lejos sus mejores bazas. Uno pega repingos increìbles, con figuras siniestras que surgen de la oscuridad, demonios que aparecen detrás de uno en cuestión de segundos, y espantos que sólo se pueden distinguir en fotos. James Wan dispara toda la artillería que encuentra a su mano - planos rápidos, efectos sonoros, silencios estremecedores, cuidados efectos especiales -, y el filme obtiene una intensidad increíble. Sería completamente justo calificar a los dos primeros actos de Insidious como una obra maestra del género (no por su originalidad pero sí por su intensidad). Quizás lo último que uno haya visto y se acerque (remotamente) en efectividad haya sido Actividad Paranormal 2. El problema con Insidious, La Noche del Demonio es su tercer acto, en donde aparecen las explicaciones de turno y toda la trama deviene en un climax muy hollywoodense. No es que la explicación del fenómeno esté mal - hay personas que duermen tan profundamente que pasan a otro plano, y pueden terminar con su alma separada del cuerpo; y hay espíritus de todo tipo intentando apoderarse del cuerpo vacío -, pero la resolución del caso no es muy convincente y parece salida de algún film de Freddy Krueger. Y aunque el filme pierde bastante de su intensidad, Wan se las ingenia para culminar con un par de sustos efectivos. Insidious, La Noche del Demonio es un gran film de terror con un final algo flojo y artificial. Es dispar y no es original, pero eso no quita que sea horror 100% efectivo y dirigido con mano maestra. Dígame con sinceridad: ¿cuántas películas de terror lo han asustado de verdad últimamente?.
Lo tibieza no aterra Un filme de estilo ochentista, que promete y no progresa. Desde un primer momento, La noche del demonio remite -por su estética y por su tratamiento- a cierto cine de los ‘80, a aquellos filmes en VHS alquilados en videoclubes, a viejas tramas construidas bajo la influencia de películas como Poltergeist . Este hecho, por supuesto, no implica un demérito. Y menos en épocas de pornosadismo . Recordemos que James Wan, realizador de La noche..., a la que se podría considerar una noble historia de fantasmas, dirigió la primera entrega de El juego del miedo , saga devenida en mero muestrario de torturas. Los elementos de La noche..., aunque muy transitados, son más respetables, en especial por lo que evitan ser. Aquí no hay, por caso, gore populista ni gastadísimos asesinatos en serie. Y sin embargo, esta virtud por ausencia es insuficiente. Porque la película no termina de generar interés. Su estructura narrativa es débil, carente de progresión dramática, como si el realizador se hubiera preocupado por incluir escenas inquietantes (no siempre lo logra) y no por hilvanarlas en una historia atractiva. Por eso suenan forzadas las explicaciones que dan algunos personajes, y que sólo procuran que la trama avance y gane cohesión y coherencia. En síntesis: el ineficiente truco de que un ser ficcional “cuente” lo que la película (el director) no sabe/no puede/no quiere narrar en términos cinematográficos. Esto, obviamente, resta tensión y agrega artificio. La noche...se centra en un matrimonio (interpretado por Rose Byrne y Patrick Wilson) que acaba de mudarse a una casa en la que ocurren hechos extraños. Cuando uno de los hijos se cae, se golpea y entra en algo así como un coma persistente, la pareja piensa en un embrujo inmobiliario. Pero el asunto pasará por otro lado (nada de enojos: ¡lo cuenta la publicidad del filme!). El intento de aportar humor con dos “cazafantasmas” y algún cura exorcista, así como la atmósfera “surrealista” final, son tibios, como toda la película.
Adivina quién vino Los jóvenes profesionales Josh (Patrick Wilson) y Renai Lambert (Rose Byrne) se mudan junto con sus tres hijos a una casa nueva en los suburbios. Al poco tiempo de llegados, Renai intuye que algo anda mal entre estos muros y casi de inmediato uno de los niños, Dalton (Ty Simpkin) cae en una especie de coma a raíz de un accidente doméstico. A partir de allí, las situaciones misteriosas no darán tregua a la familia. Objetos que cambian de lugar, espectros y oscuros rincones donde se ocultan misterios que no alcanzan a ser explicados racionalmente obsesionan a Renai, aunque su esposo se empeña en no creerle. Mientras la familia busca sobrevivir a la fatalidad que se abatió sobre uno de sus miembros, Renai pronto se da cuenta que hay mucho más en juego que la vida de Dalton, y que una serie de espíritus malignos los usan como terreno de batalla. Con elementos que conjugan lo más habitual del género, el director James Wan y su guionista Leigh Whannell se reúnen otra vez para construir un filme que no decepcionará a los más consuetudinarios fanáticos del cine de terror y tampoco a aquellos que se acercan a estos filmes sólo ocasionalmente, a la espera de encontrarle la vuelta al clásico. Sin grandes despliegues de originalidad en su planteo, ya que la estructura es conocida (familia se muda a una casa nueva donde comienzan a suceder extraños fenómenos que giran preferentemente en torno a alguno de sus integrantes), los conflictos devienen un poco trillados hacia la mitad y el final de la película, en detrimento del crescendo inicial. Wan, que no en vano dirigió la primera y mejor entrega de la saga "El juego del miedo", maneja como pocos los climas y el suspenso necesarios para mantener en vilo al espectador, enganchado en una trama a la que los clichés le juegan en contra, pero que en su conjunto resulta disfrutable. Queda de sobra demostrado que para que una película de terror sea efectiva, no es necesario el gore en exceso: el terror es un género que puede sobrevivir al golpe de efecto y el exceso de sangre. También, que un clásico como "Poltergeist" puede dar de comer a varias generaciones de cineastas, tres décadas después de su estreno.
Terror bien logrado al estilo de la vieja escuela Ya he dicho en ocasiones anteriores que me gusta el gore, y también la onda del lejano oriente plagada de fantasmas y espíritus varios... Me parece que hay una renovación generacional del género terror y está bueno conocer a directores y productores que aportan ideas nuevas en época de vacas flacas. A veces voy a algún videoclub surtido y veo cientos de películas mediocres que jamás veré a pesar de ser un seguidor consecuente. Hay que acordar que es difícil ver algo original y cuando aparece, apagamos la luz y nos predisponemos a disfrutarlo en las mejores condiciones posibles. Una sala a oscuras. Eso es lo que hay que hacer con "Insidious" ("La noche del demonio"), sin dudas. James Wan es un profesional enrolado en lo que algún crítico americano llamó el "Splat pack", nombre que hace referencia a un grupo de directores cuya visión del género es violenta, sangrienta y que tienen predilección por el impacto visual. Wan hizo "Saw" y la tremenda "Dead sentence", en que incursiona fuera del terror y se mete con los crímenes urbanos sin sentido. O sea que dentro de esta camada de gente, (anoten: Alexandre Aja -Pirañas 3D, sin ir más lejos-, Eli Roth, Rob Zombie, bueno, se dan una idea no?), consideren a Wan un tipo no tan radical y poseedor de intereses que van más allá de mostrar destrucción en los cuerpos. Hay en él un sujeto preocupado por contar buenas historias. Y aquí, demuestra que puede hacer más que filmar vísceras en primer plano. "Insidious" es un regreso a la vieja escuela, en el sentido que aquí no tendremos una carnicería al estilo "Saw" ni tampoco una bucólica y densa historia al estilo "The ring" o "The grudge". Por el contrario, apoyado en el excelente guión de Leigh Whannell (también de la saga de Jigsaw), Wan absorbe y condensa todas las influencias actuales en el género ("Paranormal activity") y las combina con las clásicas ("House", "Nightmare on Elm Street") para moldear una historia que pone los pelos de punta de sólo pensarla, ergo, acomodarse en la butaca y nunca perder de vista que estamos en manos de expertos. La historia es la de una familia, integrada por Josh y Renai (Patrick Wilson y Rose Byrne, de destacada labor) quienes se mudan junto a sus dos hijos, Dalton y Foster a una casa en los suburbios. De movida, sentimos que algo pasa en la casa. Pero lo que al principio se insinúa como un problema con la vivienda en sí (una típica casa embrujada), pronto se transforma en una cuestión más compleja, cuando Dalton extrañamente cae en un coma profundo y los médicos no entienden la razón. Su madre vive atormentada por las apariciones que percibe en su hogar pero cuando logra que su marido acceda a su pedido de mudarse, nada cesa, sino que se profundiza. De aquí en más, sólo podemos anticipar que la segunda hora de la película es de lo mejor del género en mucho tiempo. Wan no apela al dolor físico ni nos muestra cuerpos sufrientes, sino abre la puerta a otra dimensión y nos invita a recorrerla, con las luces apagadas. La trama se vuelve sobrecogedora y nos atrapa hasta el sorprendente final, donde todos los interrogantes se resuelven en un frenético cierre acorde al climax que hábilmente se había tejido desde el primer fotograma. Me atrevo a decir que "Insidious" es una película para cualquier tipo de público. Es inteligente, cuidada y lógica en su progresiva secuencia, por lo que califica para espectadores que no son adictos al género. Muy buen estreno y una gran novedad en cartelera, ideal para vivir en pantalla grande.
El cineasta malayo James Wan juega al miedo sin recurrir a efectos sangrientos El es profesor universitario, ella es cantante y compositora y tienen tres pequeños hijos, el más pequeño todavía un bebe. Se van a vivir a una casa nueva, con todo el estrés que implica una mudanza que, por lo que se ve, tiene como finalidad dar nuevo aliento a la mamá, algo atribulada por su reciente alumbramiento. Algunas puertas se abren solas y, en el ático, parece que hay algo encerrado que no es precisamente un gato. Precisamente cuando el más grande los chicos sube al altillo, todo cambia. Tras un golpe inicialmente sin consecuencias, el pequeño entra en una especie de coma que los médicos no pueden diagnosticar con precisión. Al mismo tiempo, algunos ruidos y siluetas fantasmagóricas se recortan amenazantes para la mujer. ¿Casa embrujada? Por si acaso, se mudan de nuevo y la pesadilla crece. Hasta aquí prácticamente todo lo que ocurre se ve, y no necesita explicación. El director malayo James Wan (tiene 33 años), autor de la primera -y más lograda y del guión del interesante videogame- entrega de El juego del miedo , sabe cómo crear climas pero, cuando trata de resolver el porqué de lo que ocurre hay se complica un poco y tiene que recurrir a demasiadas palabras o argumentos algo endebles. Sin embargo trabaja lo visual, la luz y efectos mínimos (por suerte, ningún despanzurramiento gore) pero muy efectivos, y hasta algún gag del tipo Los cazafantasmas (un dúo de monigotes que lucen tiradores, buscadores de señales electromagnéticas o cosas parecidas munidos de artefactos reciclados y caretas antigases), a partir de la convocatoria de una médium que pueda ayudar a resolver qué le ocurre a ese chico. En cuanto al guión, no obstante esta cadena de explicaciones que hacen bastante ruido, el cuidado en la recreación del mundo paralelo al que el padre debe acceder para recuperar a su hijo, y la aparición de figuras endiabladas, así como algunos demonios (antropomórficos con rostros que lucen llamas infernales) generan suficiente miedo como para que el público de este tipo de propuestas salga medianamente satisfecho. Los trabajos de las figuras centrales, en especial el de Rose Byrne (la protagonista de la serie Damages ), es correcto. No es una obra de la altura de clásicos, pero tampoco cae en el lugar común de la sangre a borbotones y tripas por kilo de lo último visto. Como decían nuestros abuelos, algo es algo.
Terror del clásico para el publico cansado de torturas y demás modas en el género. Muy bien, si entraron para leer la review puedo adelantar que les interesa la película, lo cual es un gran paso. Ahora, quiero advertirles que si entraron para leer una crítica objetiva, temo defraudarlos. No soy objetivo con el cine de terror. Me cuesta, siento que es parte de mí y que el género me alimentó más que cualquier otro. Si ahora que saben eso quieren seguir leyendo, bienvenidos sean. La Noche del Demonio es una película que no cuadra en esta época. El único link que se me ocurre en este momento para referirme a ella es el clásico Poltergeist, de 1982. Allí, Tobe Hooper (director de La Masacre de Texas original) daba un volantazo increíble y se alejaba de aquel sanguinario y ordinario Leatherface para entrar en un mundo que, si me permiten, asusta mucho más que un loco con una motosierra: entró en el mundo de lo paranormal, de lo extraño, de lo inexplicable y de lo que más nos asusta: lo desconocido. Una historia similar tiene el director de La Noche del Demonio, James Wan, que si bien comenzó con lo que fue la piedra fundamental para esta actualidad del terror con desmembramientos (El Juego del Miedo), luego fue cambiando. Primero se hizo cargo de Dead Silence, otra película de terror bien típica con un muñeco de ventrílocuo que asustaba más que cincuenta Jigsaws juntos. Después pasó por el suspenso con Sentencia de Muerte y ahora vuelve a su primer amor, el terror, pero con una mano mucho más entrenada y con una idea clarísima sobre lo que asusta a la gente. La Noche del Diablo nos presenta a una familia formada por un padre, una madre y tres hermanitos pequeños. Ellos acaban de mudarse a una casa grande, con jardín, altillo y todo lo que el sueño americano pide, pero lo que no saben es que la felicidad les va a durar poco. Luego de un accidente hogareño sucedido en extrañas circunstancias, uno de los pequeños entra en un coma que parece irreversible. Pasa meses y meses en ese estado, postrado en la cama y, mientras tanto, los eventos sobrenaturales comienzan a poblar la casa: apariciones, ruidos, cosas que se mueven… ya saben, una típica casa embrujada. Renai (Rose Byrne), la madre del chico no soporta más vivir en ese contexto, por lo cual le ruega a su marido (Patrick Wilson) irse de allí. Si bien no cree mucho en las cuestiones fantasmales, él dedide que lo mejor por el bien de todos es, efectivamente, irse. Pero luego de la mudanza, las cosas raras vuelven a suceder en la nueva casa, ya que los fantasmas no estaban encerrados en su antiguo hogar, no… Los fantasmas están haciendo cola para ocupar el cuerpo de Dalton (Ty Simpkins), ya que su alma está encerrada en un extraño lugar llamado “Más Allá”. Luego, ya saben, viene el exorcista, las cosas se ponen oscuras, la familia al principio cree y luego no… lo de siempre, bah. Y eso es lo genial, porque hace mucho tiempo que no se hace una película con esos ingredientes “de siempre”. Alguna película oriental, y un poco (apenas) la primera entrega de Actividad Paranormal. Después, todos prefieren aserrar una pierna que asustar con un alma en pena. Y aquí es donde Wan les gana a todos: Sabe hacer las dos cosas. Pero, si me preguntan, me quedo con este Wan. Ahora, la pregunta, ¿por qué si todo es color de rosa no se lleva la calificación más alta? Sencillo: la película tiene dos defectos importantes. Por un lado, le sobra tiempo. Hacia el final, Wan estira escenas que podrían haber quedado más cortas y hasta más terroríficas. Y en segundo lugar, y es una cuestión muy personal y estética, no me convenció el diseño casi StarWarsesco que le dió a su demonio principal. Al verlo, no podía dejar de pensar en el Darth Maul de Episodio I. De todas formas, la película asusta más cuando esa criatura no se ve, por lo cual el mostrarlo también podría ser un defecto (y no se asusten, que no estoy arruinando nada. El demonio aparece hasta en el trailer) En definitiva, La Noche del Demonio es casi una película para melancólicos. Para todos aquellos que ven un televisor con interferencias y se asustan y, sobre todo, para aquellos que todavía escuchan el nombre de Carol Anne y sienten un escalofrío.
Josh, su esposa Reani y sus tres hijos acaban de mudarse a una vieja casa. Cuando el pequeño Dalton sufra un accidente y caiga en coma, empezarán a producirse extraños fenómenos y la familia se verá acosada por algo que no parece de este mundo. Insidious (La noche del demonio) remite en muchos aspectos a la última película de Sam Raimi, Drag me to hell (Arrástrame al infierno). No es una cuestión que se limite sólo a la historia, aunque hay puntos importantes en común a pesar de que el argumento sea diferente, sino que hay similitudes en la forma de desarrollarla, en su filmación, en el uso de efectos, incluso hay un parecido en la secuencia de títulos iniciales. En una época en que el terror vive una nueva etapa, el director de The Evil Dead recuperó ciertos elementos del cine clase B de los '80 y su apuesta fue bien recibida. Es curioso que sea James Wan, director de la Saw (El juego del miedo) original y productor de las seis siguientes, quien busque desarrollar una película no convencional para la actualidad, tratando de romper los códigos que él mismo ayudó a instalar. En la historia, Josh y Reani se mudan con sus tres hijos a una nueva casa y pronto empiezan a notar que algunas cosas no están bien. Cuando el menor de los chicos, Dalton, entra en un inexplicable coma profundo, los problemas se profundizan y la evidencia de que hay una fuerza maligna en el hogar se hace cada vez más contundente. Para ser una película que busca ser "diferente", James Wan se toma mucho trabajo para lograr que sea parecida a otras. Aún con argumentos distintos es muy similar al ya mencionado filme del 2009, dado que se respeta a rajatabla lo hecho por los otros. Las diferencias entre los que creen y los que no, las presencias que deambulan por la casa, el eventual llamado a la especialista y su equipo de expertos, el segundo final, el director pareciera buscar un Poltergeist moderno que tiene sus logros a pesar de sus dificultades. Un aspecto importante es el hecho de causar impresión con economía de recursos. Como sucediera algunas semanas atrás con Scream 4, más allá de ser un producto algo gastado se recibe como un soplo de aire fresco que de Estados Unidos provenga una película de terror sin torturas o en la que se busque la forma más novedosa de matar. En los planos detalles a la hora del ritual, en la sobriedad de los efectos y sus espectros en trajes de época, en las caras de sonrisas espeluznantes y las imágenes estáticas de las apariciones, se encuentra el elemento fuerte de Insidious. Que muchas veces menos es más, Wan lo sabe desde El juego del miedo y de esta forma es que se anota unos puntos; fuera de esto la película no es original, se vuelve repetitiva y el misterio que busca crear es bastante predecible.
Una de terror que asusta más con sus climas que con sangre Aunque generalmente se ha dedicado al gore más explícito de la primera «El juego del miedo» o a policiales truculentos como «Sentencia de muerte», esta vez el director James Wan optó por adentrarse en lo sobrenatural con un estilo más sustancioso en climas e ideas que en sangre. Con excelentes resultados, ya que «La noche del demonio» es una gran película de terror de bajo presupuesto, que tiene el don de asustar realmente al espectador. La premisa parece original, aunque analizándola bien, no es otra cosa que una inteligente reelaboración del legendario episodio «Little girl lost» de la clásica serie «Dimensión Desconocida» sobre una nena perdida en una especie de limbo sobrenatural lindante con su propia habitación. El episodio en cuestión fue también el que inspiró la famosa producción de Spielberg «Poltergeist», pero Wan le da un toque especialmente realista y dramático al asunto, tan dramático como para tener en coma a un chico durante casi toda la película. Sólo que el chico no está en coma: su familia se acaba de mudar a una casa antigua donde hay ruidos y apariciones raras y difíciles de creer, pero que culminan con el espíritu vagando por el Más Allá y acosado por seres horribles, mientras su cuerpo vacío está postrado sin que ningún médico pueda hacer nada por él. Barbara Hershey, la gran actriz que protagonizó un clásico en la materia como «El ente», es la abuela del nene que conoce un secreto que hace evolucionar la historia en una dirección distinta a la de la típica historia de casa embrujada o espíritus diabólicos. James Wan logra paralizar de miedo al espectador con efectos de montaje y un buen guión que no requiere de demasiados efectos especiales, y sólo hacia el electrizante final la película se adentra en un terreno totalmente ajeno a la realidad, pero igualmente atemorizante, con recursos imaginativos que le dan al film un raro toque de cine de arte. En sintesis, «La noche del demonio» es una película de terror absolutamente recomendable al fan del género. Para el resto, hay que repetir la advertencia: asusta en serio.
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El último regreso de la casa embrujada Está bien que Actividad paranormal (la 2, sobre todo) está lejos de haber inventado las casas poseídas, los niños como presas favoritas del mal, la fatal transmisión de una maldición de una generación a otra, y hasta las cámaras de vigilancia como modo de ver lo que a ojo desnudo no hay forma de ver. Pero que todo eso reaparezca aquí, y que uno de los productores de esta película sea Oren Peli (creador y detentatario de aquella franquicia) hace pensar que un par de ideas pasaron –en esa licuadora en permanente play que es el Hollywood contemporáneo– de una película a otra. Bah, en realidad un montón de ideas de un montón de películas vinieron a parar a esta suerte de pararrayos de tormentas de ideas ajenas que es La noche del demonio, escrita por Leigh Whannell y dirigida por James Wan. Creadores –responsables, si se prefiere un término más jurídico– de la serie Saw. O El juego del miedo, como se la conoce aquí. En realidad no tiene nada que ver Insidious (título original de esta película) con El juego del miedo. Serie de la que Wan dirigió sólo la primera, valga la aclaración, reservándose el rol de productor de todas las demás. El hecho es que La noche del demonio no se basa en el despliegue de una infinita gama de sofisticadísimas torturas como en aquélla sino que se trata de algo más clásico, noble y también remanido, cómo no: el motivo de la casa embrujada. Los Lambert no terminan de acomodar sus pertenencias en la nueva casa de los suburbios, que las puertas empiezan a abrirse y a cerrarse solas, ruidos raros empiezan a oírse en la habitación del pequeño Dalton y mamá Renai (Rose Byrne) llega a ver incluso (o cree ver: esa duda es esencial para crear una zona de ambigüedad, antes de jugar de lleno la carta sobrenatural) a algún desconocido amenazante detrás de las cortinas. Aunque papá Josh (el gran Patrick Wilson, un aporte siempre valioso) no termina de creerle del todo a su mujercita (otro clásico), cuando el niño sufre un grave accidente y hay mudanza (algo no tan clásico). Pero la mudanza no resuelve nada. “No es la casa la que está maldita sino una persona”, dice alguien, mirando fijo a uno de los presentes... Brrrr. La noche del demonio es una película poseída por otras. Además de las nombradas, deberían anotarse El horror de Amityville (la idea de la casa embrujada), Poltergeist (la médium que viene a desencadenar fuerzas ocultas), The Haunting (los técnicos que miden el más allá con toda clase de aparatitos, las sesiones de espiritismo) y hasta Los cazafantasmas (los profesionales en lidiar con lo que está del otro lado) y, tal vez, el film italiano El más allá, a partir del momento en el que el cuerpo astral de uno de los Lambert (esa teoría sostiene la película) es proyectado a una zona oscura y tenebrosa, definitivamente no de este mundo. A la salida de la privada de prensa cundían los comentarios indignados, por suponer que a partir de determinado momento la película se va, con perdón por el juego de palabras, al demonio. Ese momento lo marcaría la aparición del par de cazafantasmas (uno de ellos es el guionista, Leigh Whannell), dúo cómico que por el contrario le da a la película, según este cronista, un bienvenido componente de humor: nada más ridículo que una película berreta que se toma en serio. Y ésta lo es, como lo confirma esa sesión de espiritismo con máscaras de gas (¡qué idea!) o esa última parte, llena de gente pintarrajeada, que no asusta mucho. Pero tiene clima toda esa excursión al más allá, y eso no es algo de lo que muchas películas puedan vanagloriarse.
A James Wan lo conocemos por su máximo hit hasta el momento, Saw, esa gran marca en la que como director solo dio el golpe inicial, para lo que finalmente fue una saga que se agotó con el correr de los años y un malón de secuelas desafortunadas. En este caso, a seis años de aquel film y a tres de otros dos sin demasiadas luces, el realizador malasio vuelve con un opus mayor, un trabajo de terror en sintonía fina con lo mejor del género, a la vez que con esa cualidad ya olvidada: que una película de terror, valga la redundancia, provoque miedo. Insidious pone el foco en una pareja y sus hijos, quienes se mudan a una casa grande y que pocas horas después de estar allí asisten al llamado de la desgracia. Un ruido en el altillo, una caída, y el mayor de los niños que termina en coma, sin causa aparente y sin diagnóstico preciso. A poco de eso, y con el pequeño de nuevo en su casa, dormido y con la posibilidad de despertar de un momento a otro, una serie de sucesos fantasmagóricos y espeluznantes se dan cita en cadena, aterrorizando a los habitantes del caserón y provocando la menos querida de las hipótesis: el quid de los sucesos paranormales no está en la casa, está en el niño comatoso. James Wan entrelazó aquí el buen cine de terror clásico, con sus fantasmas, su posesión diabólica, su exorcismo en ciernes, sus imágenes lúgubres, su efectiva explotación de los temores inconscientes. Sin embargo, y pese a ser de la camada de realizadores afines al golpe de efecto estruendoso y shocker, aquí eligió el medio tono, a bordo de un montaje que va de lo nervioso a lo clásico, jugando con luces y sombras siempre bien planteadas y, sobre todo, con la base de un gran guión que hace honor a lo mejor del género y, para más datos y albricias varias, sin apelar al guiño teen. Además de, sin duda, colocarse con comodidad entre lo mejor que este 2011 habrá dado al cine de terror y suspenso, Insidious es, como si fuera poco, un título que viene a reflotar con hidalguía al subgénero de los cuerpos tomados por presencias maléficas, ese que venia siendo maltratado con insistencia, y que quizá por primera vez en varios lustros, haya encontrado a uno de sus mejores exponentes, con perdón de El Exorcista.
Otra casa embrujada y poco más La película del malayo James Wan, responsable de El juego del miedo, narra la historia de una familia que habita una residencia frecuentada por ánimas y seres extraños. Una cinta que confirma el mal momento del género. Cada cinco, diez años, las películas de terror plantean los mismos interrogantes: ¿hacia dónde va el género? ¿Cuáles son las innovaciones formales y temáticas? ¿Qué nuevos aportes pueden descubrirse en films que parecen reciclar fórmulas y recetas construidas tiempo atrás? Bien lejos quedaron los temores familiares de Poltergeist (1982) de Tobe Hooper, a esta altura un clásico genérico que re-formuló a aquellas casas embrujadas del viejo Hollywood, valiéndose de efectos especiales originales y del dinero invertido por el empresario Steven Spielberg. En los últimos años, en cambio, surgió el sadismo como necesidad sanguínea, donde el fuera de campo parece haberse tomado unas eternas vacaciones para dejar lugar al plano detalle de torturas y flagelaciones; a la revancha por medio del ojo por ojo, diente por diente; al ríspido montaje que acumula atrocidades, vejaciones, humillaciones varias. En ese marco se encuentran Hostel, Escupiré sobre tu tumba, la saga El juego del miedo. Tales películas, además, no serían tales sin el uso de lo último en tecnología audiovisual, donde los personajes también registran esos horrores llevados al extremo. Por eso no tiene que sorprender que La noche del demonio, del malayo James Wan, responsable del puntapié inicial de la execrable El juego del miedo, intente responder algunas de las preguntas del principio de esta crítica. Un matrimonio, tres hijos, una casa importante, uno de los chicos que cae en estado de coma, una suegra que sabe algo que el resto desconoce, una experta en actividades paranormales que escribió un par de libros sobre casas poseídas y sus dos sorprendidos ayudantes, son los personajes habituales en este tipo de películas. Y La noche del demonio (¡qué feo título!), a los tropiezos y por momentos en caída libre, se esfuerza por ser original: no sólo se trata de una historia de casas embrujadas, sino que el castigado hijo de ese matrimonio perfecto se encuentra en la llamada “zona astral”, suspendido en las amplias instalaciones del lugar, con el riesgo que invoque a las ánimas que andan dando vueltas. Algunas explicaciones científicas asombran a la pareja que no puede entender que ocurran tantas cosas extrañas. En efecto, se está en el territorio del terror versero, donde el género se cruza con la ciencia en forma didáctica. Y habrá algunos sustos y corridas, los intentos por retornar al pobre chico, una visita previsible a la otra dimensión y una solución que parece la definitiva, pero claro, surgirá el doble final que anuncia futuras actividades paranormales en esa casa, o en la de al lado, o en la del pueblo vecino. O cerca. La noche del demonio demuestra que el terror en el cine no vive su mejor época. Sólo sobrevive. Un poquito, casi nada.
El diablo quiere ser parte de la familia Nadie se ha tomado tan en serio como el cine la evidencia de que hay algo siniestro en los niños. Un plano de los ojos fijos de un nene de seis años puede ser más aterrador que cualquier criatura surgida de la teología, la psicopatología o la genética, nuestras tres grandes proveedoras de monstruos. ¿Por qué? No importa, lo cierto es que las películas de terror saben explotar la ambigüedad infantil en todas sus dimensiones. La noche del demonio es y no es una de esas películas. Lo es en su mejor parte y deja de serlo cuando decide distorsionar la interesante historia que está contando para transformarla en la versión cinematográfica de uno de esos programas sobre fenómenos sobrenaturales que muestran a seudocientíficos cazafantasmas midiendo la energía de una casa embrujada. De todas maneras hasta ese punto crucial, la narración sigue el esquema clásico de insinuar más de lo que muestra. Una familia típica norteamericana, con dos pequeños hijos varones y una beba recién nacida, se muda a una casa grande donde, por supuesto, no faltan los pasillos largos, las puertas que chirrían y los altillos oscuros (por suerte, nos ahorran los sótanos con lavarropas espásticos). En el altillo, el nene mayor (Ty Simpkins) sufre un accidente, se golpea en la cabeza y se raspa la pierna. No parece nada grave, pero a la mañana siguiente, cuando toda la familia está tomando el desayuno, el padre (Patrick Wilson) descubre que el chico no se despierta. Ha caído en un coma profundo del que los médicos no conocen las causas fisiológicas. No tan sutiles indicaciones explican que el letargo del niño se vincula a las extrañas manifestaciones sobrenaturales que se van incrementando escena tras escena. La madre (Rose Byrne), una compositora que permanece en la casa todo el día, es la receptora más sensible a esas amenazas. Antes de desbarrancarse en una ridícula historia de proyecciones astrales y exorcismos tecnológicos, la trama se entretiene un rato con el conflicto matrimonial entre la esposa que quiere huir y el marido que prefiere no enfrentar el problema. Pero de pronto el guión se acuerda de que el protagonista es Patrick Wilson y que hay que justificarle el contrato haciendo que su personaje tome las riendas de la acción. Así es enviado directamente a enfrentarse con una legión de espectros que no parecen extraídos del infierno sino del decorado de un tren fantasma. En ese punto, la película ya ha renunciado a toda elegancia narrativa y sólo avanza a los golpes hasta el final.
Buena dosis de susto Muy al estilo "Poltergeist", el mismo director de "Saw, el juego del miedo" continúa su saga de terror con un filme sobre fantasmas y más allaces. Josh y Reani forman una pareja con tres hijos que se muda a una nueva casa. Allí las cosas se complican. Uno de los niños recibe un golpe y entra en un coma profundo que los médicos no consiguen diagnosticar. A eso se suman ruidos y apariciones inexplicables. Tan mal les va que deciden mudarse nuevamente, pero la cuestión no se resuelve hasta que llaman a una medium. Con buenas dosis de susto y sin sangre a borbotones, "Insidious" (su nombre en inglés) retoma el tema de la otra dimensión, donde quedan varados los muertos que no consiguen descansar. Y si bien al principio parece una película de terror más, de esas en que el espectador está esperando un giro dramático a la historia, luego se va convirtiendo en un buen ejemplo del cine de suspenso. Lo interesante en realidad es que los acontecimientos no se amontonan y surge claros en la lectura del guión. Allí hay algo que nadie puede aclarar y esa misma es la carnada a la que apela la cinta para atraer y entretener. Y hasta es fácil asociarla al filme de 1982 producido por Steven Spielberg, y a su saga, pero la diferencia es la cotidianeidad en la que se desarrolla la película. Vale.
El metrónomo y los recipientes vacíos Con un presupuesto minúsculo para los estándares hollywoodenses de apenas un millón y medio de dólares, La Noche del Demonio (Insidious, 2010) resultó un inesperado éxito de taquilla en Estados Unidos recaudando la friolera de 50 millones: por lo general en este tipo de casos interviene tanto el momento del estreno y la competencia circunstancial como el “boca a boca” y los méritos específicos del equipo de realizadores. En el terror no es fruto del azar que se reproduzca este contexto, en mayor o menor proporción, fundamentalmente por la fidelidad del público en cuestión y la repetición de los mismos apellidos detrás de cámaras, garantes de una determinada idiosincrasia formal que suele cumplir sus promesas. Estamos ante la tercera colaboración entre el director malayo James Wan y el guionista y actor australiano Leigh Whannell, responsables nada menos que de El Juego del Miedo (Saw, 2004) y El Silencio de la Muerte (Dead Silence, 2007). Definitivamente los señores se complementan bastante bien porque si hay algo que vincula a films tan disímiles es la excelente articulación entre los resortes del subgénero considerado y el trabajo meticuloso aportado desde la cúspide para administrar con sabiduría los recursos en stock. Podríamos afirmar que una vez más dan vuelta la página y deciden dejar de lado el gore, jugarse con una historia de “acoso paranormal” y abrazar el suspenso sustentado en pequeños detalles. Hoy el dúo sorprende gracias a una propuesta heterogénea con una primera mitad que combina elementos varios de El Exorcista (The Exorcist, 1973) y Aquí Vive el Horror (The Amityville Horror, 1979), y una segunda parte orientada hacia el inefable tópico de las “proyecciones astrales” y el secuestro de almas cercano a Poltergeist (1982). El matrimonio compuesto por Josh Lambert (Patrick Wilson) y su esposa Renai (Rose Byrne) lleva una vida tranquila en su nuevo hogar hasta que la caída desde una escalera del ático de Dalton (Ty Simpkins), uno de sus tres hijos, deriva en lo que parece ser un estado de coma. Casi de inmediato se van acumulando sucesos extraños y los terribles espectros no tardan en llegar. Luego del maravilloso thriller de venganza Sentencia de Muerte (Death Sentence, 2007), Wan regresa al minimalismo concienzudo de sus opus iniciales pero siempre conservando su interés en la puesta en escena, el pulso narrativo y los rubros técnicos, todos ítems en los que La Noche del Demonio sobresale a puro preciosismo y solvencia. El talento del cineasta se percibe en la diagramación de las tomas y la utilización por demás altisonante de la banda sonora: uno de sus mayores logros radica en haber resuelto un final ambicioso de un modo sumamente sencillo y sin que se noten las limitaciones presupuestarias (ya era hora de que pudiéramos ver un rescate etéreo en un “más allá” pocas veces representado). Sin lugar a dudas otros puntos importantes que debemos destacar son el villano de turno, una entidad muy misteriosa con “cara de fuego”, y la bienvenida contribución de veteranas del género como Barbara Hershey (Lorraine Lambert, la madre de Josh) y Lin Shaye (Elise Rainier, una suerte de médium especializada en niños), dos figuras extraordinarias que se roban cada secuencia en la que participan. En lo que respecta a Wilson y Byrne, puede que no sean grandes intérpretes no obstante cumplen dignamente evitando el clásico arsenal de estereotipos de los “padres atormentados”. Sólo resta poner el simpático metrónomo en funcionamiento y disfrutar de esta lucha lacónica por recipientes corporales desocupados…
Anexo de crítica: A pesar de una excelente primera mitad donde el estilo minimalista de James Wan se destaca en cada escena con una puesta al servicio de la tensión en un in crescendo en sintonía con la desesperación de estos padres sorprendidos por el profundo coma de su hijo, resulta innegable que la trama deriva hacia un terreno ya visitado y obvio al punto de desmoronarse promediando el final. No obstante, los guiños cinéfilos y ciertos apuntes de auto parodia levantan un poco la puntería...
¡EL TERROR HA VUELTO! James Wan, director de la primera entrega de "El Juego del Miedo" y de "Dead Silense", entre otras, vuelve a sorprender en esta propuesta de terror paranormal ya que, como bien lo hizo "Arrástrame al Infierno" de Sam Raimi, logra asustar, crear climas envidiables de suspenso y acompañar la historia con un humor negro que le aporta originalidad, divertimento y mucho más horror a la cinta. Una familia se muda a un nuevo hogar. Uno de los niños tiene un accidente en el altillo que le ocasiona entrar en coma. Pasan los meses y él no logra despertar. A su alrededor, su familia comienza a sentir y a ver fantasmas, entidades que comenzarán a molestar a sus integrantes y que tienen un objetivo en común: poseer el cuerpo frágil del niño. La película da comienzo con una enigmática escena que introduce los créditos iniciales. Un corto y escalofriante plano secuencia por la casa, la presentación de uno de los fantasmas que luego hará de las suyas y el pase a la utilización de imágenes en blanco y negro que finalizan con el presente de la familia protagonista. Es a partir de ese momento, cuando la película plantea sus intensiones y empieza a demostrar, muy lentamente, lo que tiene para brindarle al espectador. La cinta se puede dividir claramente en dos partes bien diferenciadas. Por un lago todo el planteamiento del conflicto y las primeras apariciones de los fantasmas, y por otro, la aparición de los personajes secundarios que ayudarán a la familia a deshacerse de los espíritus. El primer tramo del guión es el más tradicional del género: escenas lentas, muy cuidadas escénicamente, en las que se puede apreciar como los integrantes de la familia, en especial la madre, comienzan a experimentar los diferentes hechos paranormales en la vivienda. Es aquí donde se emplean los sonidos de las puertas; los ruidos fuertes que se escuchan en la habitación del bebé; la utilización de sombras repentinas; y un aprovecho magnífico de las figuras fantasmales como principal fuente de suspenso, entre otros recursos que se usan para asustar y crear tensión. La cámara brilla por mostrar lo que el espectador no quiere ver, son muchas las situaciones en las que la misma hace un travelling siguiendo la mirada o el recorrido de los personajes, que son verdaderamente escalofriantes y son llevados adelante con mucha precisión y con un sentido visual muy particular. La segunda parte, ya pasando la mitad del relato, es lo que hace a "Insidious" una cinta diferente y superior a muchas que tratan el mismo tipo de historias. Aquí se da un giro narrativo, visual, sonoro y climático muy grande, claro y, principalmente, sin dejar de lado el suspenso y el nerviosismo que se logró crear con anterioridad. Aquí se invoca al humor negro; a los escalofriantes efectos especiales que remiten directamente al cine de terror de los ochenta; a la utilización del maquillaje de los fantasmas como fuente principal de terror; y a una soltura argumental que le aporta un grado de entretenimiento y de suspenso muy interesante a la obra. La escena del viaje astral es, desde el punto de vista del espectador, como subirse en la primera fila de un tren fantasma y sentir cómo las cosas aparecen y desaparecen sin explicación alguna, cómo sonidos fuertes se cortan repentinamente y cómo, gracias al excelente trabajo de dirección, una diabólica sonrisa puede transformarse en un morboso elemento de suspenso. A su vez, se presenta a un espíritu en particular, que es una mezcla entre el diablo y Freddy Krueger, que se destaca cada vez que aparece en escena. Las actuaciones, sin ser sorprendentes, están correctas y nunca desequilibran el relato. Vale destacar el trabajo de Patrick Wilson (el padre) y el de Lin Shaye (la especialista en espiritismo). "Insidious" no tiene un guión que maraville, que deje pensando al espectador o que sea sumamente sorprendente, es una experiencia cinematográfica de terror que asusta, que está muy bien dirigida, que introduce climas de suspenso escalofriantes, que se destaca por su soltura y por crear un relato de fantasmas de calidad. Una verdadera sorpresa. Un film que, junto con "Arrástrame al Infierno", "Trick´r Treat" y "REC", son lo mejor que el género ha aportado en los últimos años. Para divertirse y asustarse. UNA ESCENA A DESTACAR: el viaje y esa escena en el cuarto del bebé. UN DATO: como en las pasadas películas de James Wan, aquí aparece la figura de Billy, el payaso de "El Juego del Miedo". Prestar atención y buscarlo.
¿Who you gonna call? Hace mucho que no la pasaba tan mal en el cine como este jueves, pero sigan leyendo porque eso habla muy bien de La noche del demonio (mucho mejor en inglés: Insidious, para dar nombre a un demonio que merodea un cuerpo con la intención de entrar en él, ouch), una hermana tardía y algo boba de Poltergeist que tiene al rubiecito Dalton en lugar de la trágica nena. La familia de Dalton acaba de mudarse a una casa nueva, de esas que hacen decir “¿No se dan cuenta de que se mudaron a la casa del horror o nunca vieron una película?”, con escaleras de madera chirriante y un pasillo con reloj de péndulo. Mamá es la re bonita Rose Byrne, que también la pasaba medio mal en Sunshine de Danny Boyle (no dejaré de nombrar esa película cada vez que pueda, lo juro por el sol que me alumbra), y que acá, como en Get him to the Greek, también canta, y papá es el insulso Patrick Wilson (segundón en Papá por accidente y Un despertar glorioso) del que en este caso se aprovecha su profunda insipidez para convertirla en terrorífica normalidad que oculta cosas. Dalton cae misteriosamente en algo parecido a un coma, cosa que da ocasión a embates de suspenso bien graduados. Los médicos dicen que no saben qué es, nosotros estamos esperando todo el tiempo que vomite como Linda Blair o que mire la tele sonámbulo como la pequeña Poltergeist –que no voy a nombrar en caso de que sea verdad la maldición implícita-, porque se sabe que los niños rubios tienen ese efecto, y mientras tanto mamá y papá discuten cuando él empieza a llegar cada vez más tarde del trabajo (terror de la desprotección) y no cree que mamá haya visto esas cosas extrañas alrededor de la pieza de Dalton. La discusión familiar va a parar, intervención de suegra Barbara Hershey de por medio, al mismísimo infierno o más allá del que papá debe rescatar al pequeño viajero astral, y acá viene lo que me interesa. Porque es en el final adonde La noche del demonio se vuelve involuntariamente ridícula y, para mi corazón agradecido porque fue la única parte que pude mirar con los ojos abiertos (sic), casi tierna. Es que el espíritu más poderoso que se encuentra ahí es el de la clase B, en la médium que llega acompañada de dos geeks que tienen toda clase de gadgets para medir, testear y detectar demonios, torpes y poco serios como dos ghostbusters, y también en ese más allá que es visiblemente un escenario lleno de niebla de utilería y con fantasmas que son tipos disfrazadas, con mucho maquillaje, a los que es totalmente posible vencer a las piñas. Vale: si el infierno es así, yo me le animo; nada mejor que el miedo cuando se vuelve palpable y tiene cara, sobre todo si uno acaba de pasarla endemoniadamente mal, que es lo mismo que decir muy bien, que es la razón por la cual uno va a ver terror al cine. Para Santi que me soportó (y que también se tapó las orejas).
Trucos para asustar de modo clásico El primer momento del film predice: lo que parece un globo blanco se invierte en lámpara de una habitación donde un niño duerme bajo la luz cálida, el travelling de la cámara conduce al espacio contiguo, reverso del anterior, cuyo tono frío oculta una silueta lejana, finalmente develada como el rostro de una anciana cadavérica. La luz de vela acompaña el rictus. Luego, el título del film, con letras rojas y música de violines estridentes. Bien clásico. Y bien diferente de los anteriores films del mismo director: James Wan es el mismo responsable de El juego del miedo (2004) y de Sentencia de muerte (2007). Tal vez, la primera supo contar con ciertos recursos clase B, bien truculentos y gore, así como con la astucia necesaria como para volver tal propuesta una serie de éxito, donde la tortura es leitmotiv. La segunda de ellas, una buena oportunidad perdida, sobre todo cuando el miedo de clase media de su protagonista (Kevin Bacon) parecía volverse mueca crítica para, finalmente, ratificar el ojo por ojo. Un pena de film. Pero en La noche del demonio el tema es otro, y está muy bien. Algo de casa embrujada, maldición heredada, niño poseído, y cazafantasmas freaks. Todo ello en moderadas dosis, de acuerdo con la lógica de un argumento que, pretendidamente, se emparenta con la propuesta de mucho cine B, de evidente bajo presupuesto y mucho ingenio, con sonidos de cadenas y sombras ominosas. El devenir lo marca el niño al caer en un coma misterioso, mientras sus padres, con tantos líos propios, ya no saben cómo enfrentar el problema ni cómo soportarse mutuamente. Pero, en verdad, la historia cierta es otra, y lo que parece un coma devendrá revisión del pasado familiar y prueba marital. Mientras tanto, los fantasmas aparecen, asustan y divierten. Sin sobresaltos grandes, con pequeños momentos bien filmados, conducentes a un momento mayúsculo, aquél que supondrá un enfrentamiento final y con el malvado mayor. Porque habrá, como corresponde, un demonio. Apenas entrevisto, más sugerido que definido. Cuyo escondite es un acierto de garras que se afilan, vitrola de música oxidada, y juguetitos que bailan al compás. Más un más allá que se viste de casa vieja, maderas crujientes, mucha niebla, infinito negro, y almas en pena. Es decir, muy pocos recursos para un más que buen film de terror, a la vieja manera y por fuera de la prédica fascistoide que habitara en Sentencia de muerte. Como si se tratara de una hermana menor de Arrástrame al infierno, donde Sam Raimi revisitara su primer y mejor cine, de vínculos bizarros y medianoches de autocine, La noche del demonio (2009) anota un punto a su favor y permite entender a su realizador como artesano y amante del género, cuyos lugares comunes serán, hasta que se demuestre lo contrario, la manera mejor de ofrecer buenos miedos al espectador. Que se repita.
Diabólico. ¿Qué es lo que nos da más miedo? Una cara que nos mira donde no debería haber nadie. Una presencia desconocida que respira cerca nuestro cuando estamos durmiendo. La voz de un emisor anónimo cuyo origen resulta imposible de precisar. La forma más primitiva del miedo se construye con el malestar generado a partir de la perversión súbita de un orden que consideramos natural. Miramos la foto que nos sacaron y en el lugar del paisaje familiar, violentándolo, aparece la figura difusa de un ser que nadie fue capaz de advertir en la escena original. La noche del demonio empieza con una secuencia de planos que recorren una casa en penumbras. En cada uno de ellos se agita algún trazo de anormalidad: en la habitación del niño que duerme en medio de una paz perfecta, un rostro observa pegado a la ventana. Al fondo del pasillo en cuyas paredes se ven las fotos de los integrantes de la familia, junto al reloj señorial, se mueve una forma vagamente humana. El director James Wan, responsable del inicio de la mecánica y redituable saga de El juego del miedo, había probado ya la fórmula de un hogar burgués interrumpido abruptamente en el flujo de su cotidianeidad con Sentencia de muerte. En aquella ocasión el odio estaba servido casi como un requisito indispensable del guión: un chico moría a manos de una patota y el padre se hundía en una furia homicida. Mediante breves escenas que subrayaban el bucólico ambiente hogareño previo a la tragedia –el joven destacaba en los deportes y se sugería la posible obtención de una beca de estudios–, además de la ostensible afinidad entre padre e hijo quedaba establecido de antemano un grado de horror que, como si se tratara de un reflejo condicionado, solo podía ser redimido por la sangre. Una curiosidad de La noche del demonio es que la vida del matrimonio protagonista no parece demasiado idílica. La película hace una rápida descripción de un sinfín de contratiempos domésticos (la pareja tiene tres chicos que van de los diez u once años para abajo) en la que lo primero que se advierte es que mientras el tipo, después de roncar la noche entera, se va volando a su trabajo, la mujer se queda lidiando con todas las tareas de la casa y en el tiempo que le queda recién puede ocuparse de su propio trabajo, aparentemente relacionado, por unos libros que se ven en la biblioteca, con el uso terapéutico de la música. Más tarde se la ve sentada al piano, tratando de componer una canción. La posición de relegamiento personal que ocupa dentro de la órbita de la casa queda más clara enseguida, en otra escena en la que el marido confiesa no prestarle mucha atención a sus canciones y ella no atina más que a reírse con resignación. Cuando uno de los hijos entra en un inexplicable coma repentino, el hombre sigue con su rutina diaria fuera de la casa y la mujer se dedica por entero a su cuidado. La película deja pronto de lado todas esas cosas sobre la mujer, pero el que piense que en el comportamiento del marido hay una señal no estará tan errado. Lo que ocurre es que más tarde, en los momentos en que las inquietantes imágenes del principio se revelan como parte de un flashback, heridas fundacionales flotando en el laberinto de la mente de uno de los protagonistas, la película empieza velozmente a perder la fuerza que provenía de una amenaza que no tiene nombre, que acecha sin explicación ni motivo discernible alguno. El equipo conformado por la amable viejita y el simpático par de tontos que es convocado para liberar a la familia del mal constituye, en la trama, un anticipo de la vocación reparadora de La noche del demonio. Solo queda a partir de allí machacar con golpes de efecto, con un montaje abrupto reforzado por la música y con explicaciones que nos ilustran acerca del carácter malévolo de los espíritus que intentan apoderarse de la voluntad del niño dormido. Aclaremos: no es que se nos retaceen los demonios en la película de Wan, solo que estos quedan demasiado pronto relegados al papel que les asigna una manifiesta intención cientificista. Cada tanto, apenas alguna imagen afortunadamente misteriosa, de esas cinceladas en el vacío, casi como un significante puro, viene a horadar la pasión positivista americana mediante la que se nos dice que, después de todo, con los especialistas adecuados cualquier clase de horror puede ser extirpado de las tinieblas, convenientemente expuesto y neutralizado. Créanme que el último plano de la película no cambia nada.
Del más allá El guionista y director de El juego de miedo, y guionista de El juego de miedo 3, James Wan, nos trae La noche del demonio, una propuesta absolutamente opuesta a aquellas de la saga de Jigsaw, y un poco más cercana a otra de sus películas, El silencio de la muerte. Opuesta, en principio, porque elige una historia sobrenatural con buenas dosis de suspenso, alejada del gore de montaje frenético de El juego del miedo, y apoyada en una inquietante puesta en escena, suaves y efectivos movimientos de cámara, y una buena fotografía. El film de Wan es bastante diferente a la mayoría de los exponentes cine de terror actual. No es una remake, no es un slasher, ni un festín de sangre súper-explícito. Es una película de embrujos y posesiones basada en un continuo y cada vez más opresivo ambiente, y varios climax cada vez más intensos. Como un cuento bien narrado y dosificado, a medida que transcurre, la historia se pone más incómoda y terrorífica. Aquí está la historia de la familia Lambert, el matrimonio de Josh y Renai -interpretados contundentemente por Patrick Wilson (Hard Candy, Watchmen) y Rose Byrne (Troya, Exterminio 2, Sunshine)- y sus hijos, sobre todo de Dalton (Ty Simpkins), quien repentinamente una mañana no se despierta, y luego de estudios médicos inconcluyentes permanece en ese extraño coma durante meses. Al mismo tiempo, cosas extrañas comienzan a suceder en la casa y parecen estar relacionadas con Dalton y su situación. El gran acierto de La noche del demonio, es apostar por elementos y algunas estéticas olvidadas o dejadas de lado en los últimos tiempos en el género de miedo. No sólo la utilización de planos secuencia y encuadres que parecieran sacados de un manual escrito por Hitchcock, sino también la utilización de temas y personajes que parecieran ya fuera de lo establecido, como “cosas que dan miedo”. Este film extrae bastante de viejas joyas de culto, como From Beyond, del dúo de realizadores Brian Yuzna y Stuart Gordon, y por lo tanto también a H.P. Lovercraft; o películas pequeñas de televisión como Don’t be afraid of the dark. Incluso bastante del cine de John Carpenter, sobre todo en lo que tiene que ver con el desarrollo de cierto ambiente opresivo. Pareciera que Wan le pusiera imágenes al terror indecible, al elemento indescriptible que siempre aparece en la literatura lovercraftiana y también fuertemente en esta película. Va describiendo un mundo paralelo invisible e intangible, donde habitan poderosos entes malignos, con terribles intenciones. Además, de todo aquello, tenemos la escena de los cazafantasmas, donde dos investigadores de lo paranormal (¡!) analizan si el caso de los Lambert es “real”. Esta escena tiene su comicidad, descomprime de la tensión persistente y nos prepara para lo que viene. También, la exagerada actuación de Lin Shayes como Elise Rainer, la médium que va a ayudar a los Lambert, queda perfecto con el tono ochenteno que a veces tiene La noche del demonio, y además es casi un homenaje a la Tangina de Poltergeist. Un punto en contra sea quizás el diseño de algunos de los personajes “malos”, especialmente uno que se parece a Darth Maul, del Episodio Uno de La Guerra de las Galaxias. En fin, tenemos a un James Wan que intenta hacer una película de terror con el espíritu de hace tres décadas pero que funciona muy bien hoy. Que entretiene sin tanto efectismo desde la construcción, elemento por elemento, de un buen relato; y que al menos da un respiro a un mercado hipersaturado de productos post El juego del miedo. Le alcanza con esto para ser de las mejores del año.
Lo clásico sigue siendo la mejor opción Valioso regreso al clasisismo. Nos veníamos preguntando últimamente cuál era el camino para una renovación del género de terror. Y parece que el camino para esa revitalización pasa no tanto por la invención de algo completamente nuevo u original, sino por una vuelta a las fuentes. O sea, un retorno al clasicismo, como se da en La noche del demonio. Raro que este filme provenga de los creadores de la saga de El juego del miedo, uno de los máximos ejemplos del cinismo posmoderno que permite el disfrute irreflexivo de la tortura y el derramamiento de sangre. Pero hay que tener en cuenta que James Wan y Leigh Whannell concibieron Dead silence, una película que ya buscaba apartarse de la violencia gratuita para apuntar hacia un trabajo de los climas, los personajes y la narración. Su final era bastante atropellado, pero aún así era una cinta interesante. Con Insidious, toman como premisa una historia ya transitada, que remite bastante a décadas emblemáticas del cine de terror, como los setenta y ochenta, contando la historia de una familia que se enfrenta con lo que primero creen que es una casa embrujada, pero que resulta ser la posesión demoníaca de uno de los hijos. En cierto modo, su estructura narrativa es muy similar a la de El exorcista –quizás EL filme de posesión-, con los primeros dos tercios dedicados a una progresiva construcción de personajes, y una escala de sucesos cada uno más inquietante, con ruidos extraños, apariciones, pesadillas y una atmósfera cada vez más opresiva. Cuando llega el clímax, ya el espectador está preparado, e incluso la película se encarga de introducir una pareja de técnicos analistas de fenómenos paranormales que funcionan como comic relief y descomprimen la situación. Aquí se apela a la dosis de autoconciencia apropiada, sin quitarle trascendencia al relato, pero exhibiendo una ajustada noción de que lo se está contando ya se contó, pero en otra época. En la parte final, La noche del demonio busca explicitar ciertas nociones horrorosas vinculadas a la narración lovecraftiana, las figuras demoníacas, las dimensiones paralelas y las entidades espirituales malignas. Aquí se vuelve despareja, porque por momentos cierto artificio explícito la favorece, pero en otros carece de dinamismo. Pero a pesar de esto último, con su narración pausada y concisa, sus personajes construidos con breves pero precisas pinceladas, sus sólidas actuaciones y una puesta en escena que recurre apropiadamente al plano secuencia para delinear los espacios, La noche del demonio se impone como uno de los mejores exponentes del cine de horror en los últimos tiempos. No es una maravilla ni mucho menos, pero su inteligencia y simplicidad brinda esperanzas con respecto al futuro del género.
Esta producción nos da varias oportunidades, una es hacer una crítica directa sobre lo mostrado, o narrado, la otra es tratar de incluirle las otras variables del estreno. Si hay algo que particularmente no me asusta para nada es saber que no se, o como diría Sócrates, el filosofo no el jugador de fútbol brasilero, “Solo se que nada se”. Por lo cual recurrí al mata burros, léase diccionario ingles / español, con el fin de encontrar el significado de la palabra “Insidious”, el titulo original del filme en cuestión, y encontrar, aunque más no sea, una justificación por el cambio. La traducción correcta es “insidioso”, que a nivel coloquial se podría entender como algo malo con apariencia de bondad, lo que determinaría, o redundaría, o haría previsible a gran parte de la historia. Bien, aceptado el cambio. Alguien ahora podría explicarme, a partir de la publicidad de la obra, específicamente el afiche en las calles que nos muestra una mansión, delante de la misma el rostro de un niño casi angelical con mirada de ultratumba y una frase demoledora “no es la casa la que esta embrujada”, y debajo el titulo de la realización. ¿Para que le cambiaron el titulo? ¿No podría haberse denominado “INSIDIOSO”? ¿O acaso creen que el público argentino que iría a verla desconoce la definición del término? El director, casi de culto, James Wan, responsable de la también atesorada primera película de la ya a esta altura insoportable saga de “El Juego del Miedo” (2004), tuvo al menos en este caso el tino, y se lo agradezco, de no recurrir a escenas de violencia extrema, excitante, casi explicita, como los descuartizamientos muy gore en los filmes de la saga citada. Es verdad que comete otras atrocidades, cinematográficamente hablando. Ya en los títulos nos muestran todos los efectos y monstruitos que aparecerán a lo largo de toda la proyección, quitando la mitad del asombro que intenta producir en el espectador. Luego la historia. A esa casa, que ya sabemos por el bendito afiche que no esta embrujada, llega una familia tipo, o sea una pareja parental y sus hijos pequeños. Cuando por un accidente el mayor se golpea la cabeza queda en estado de coma. Luego de pasar una temporada en el hospital, elipsis de por medio, por la prolongación temporal de la “enfermedad”, es llevado a su casa. Allí comienzan a suceder extraños acontecimientos que en principio son entendidos como provenientes de la casa, (pero nosotros ya sabemos que no es así por el afiche), del transito a lugares comunes del genero al cliché más exasperante no se hace esperar, que pareciera querer emular a las basuras de “Actividad Paranormal” (2007) o hasta intentar parodiar “Poltegreist” (1982), pasando por exorcismos baratos, mundos paralelos, desdoblamientos de cuerpos, fantasmas, hasta me pareció ver al ex presidente de los argentinos en el periodo de 1989 / 1999, va cubriendo todo el espectro, en sus dos grandes acepciones. Hasta descubrir la razón de los sucesos que, como ya sabíamos, no era la casa la que estaba embrujada…. Pero, a decir verdad, hubo tres momentos en que sentí miedo La primera vez fue cuando mire el reloj... y ví que faltaba más de una hora para que terminara la proyección.. La tercera vez, ya fue una sensación de horror, y es cuando el filme termina dejando abierta la posibilidad de una segunda parte. El pánico se apodero de mi en el segundo momento, y es cuando pude percibir el daño irreversible que el tiempo le había provocado a la otrora bella Bárbara Hershey (la abuela del nene, que no vive con ellos en la casa, que sabemos que no esta embrujada, por los avances publicitarios).
Fantasmas de jueves El poster de La Noche del Demonio proclama "no es la casa la que está embrujada". Hasta ahí es cierto. Lo del demonio, ya es más dudoso. La historia de una familia-que-se-muda-a-casa-nueva-con-espíritus es algo remanido. No es que esto vaya a significar que la repetición de tópicos y situaciones no funciona. Sino hay que ver el caso de ¿Que paso Ayer? Parte 2 que repite fórmula, reparto e ideas, pero aún así, funciona. Es que esta no es una película desechable en su totalidad. Pero no logra cuajar por su acumulación de casa embrujada + posesión diabólica + fantasmas. Regurgita todas y entre tanto revoleo acierta un par de veces. La "novedad" en ésta es que se trata acerca de viajeros astrales, una idea diferente pero que no termina de cerrar, simplemente no termina de cerrar. El hijo mayor de una familia entra en coma pero los médicos no pueden justificar su estado, el niño es incapaz de despertar. Antes de eso se suceden un par de golpes de efecto y sobresaltos musicales (el primero ya en los títulos). Puro truco para espantar un poco, no mucho más. Por este embrujo fantasmal es que los padres con cierto recelo del padre (un correcto Patrick Wilson) terminan llamando a unos investigadores (estilo cazafantasmas) para ver si es cierto que existen espíritus o alguna presencia maléfica en el hogar (de hecho nuevo hogar, se fueron pero los fantasmas los siguieron, ya esta dicho no era la casa la que estaba embrujada) y ahí, funciona la película. Los dos nerds investigadores le brindan un toque de humor y sus juguetes símil Ghostbusters divierten por un rato. Porque luego llega la médium (o algo así) para que puedan saber dónde está el espíritu del chico. Ahí ya Poltergeist hace su aparición, pero... no es Poltergeist. Porque esa acumulación de apariciones fantasmales no dejó espacio para la sorpresa y las últimas escenas en pleno mundo fantasmal/zona astral no asustan. Creo que en manos de un director menos efectista y sin el abuso de recursos visuales (y de sonido) como los que aplica James Wan (El Juego del Miedo) podría haber funcionado mejor, no deja de ser una opción aceptable en un género que viene errando en cantidad. Esperamos al maestro Carpenter para que con The Ward, nos haga volver a creer en este querido género.
Josh (Patrick Wilson) y Renai (Rose Byrne) conforman un matrimonio que, junto a sus tres pequeños hijos, acaban de mudarse, rebosantes de alegría y llenos de esperanza en el futuro, a una hermosa casa de grandes dimensiones con un aún más hermoso jardín, la cual –en la vida real- jamás podrían permitirse un maestro de escuela y su sub-artista esposa. Pero La Noche del Demonio no es la vida real sino una película, y la bucólica escena recien descrita se verá transgredida por una sucesión de hechos aterradores que acosarán a la familia Lambert y obnubilarán sus vidas, tornando así sus amplias sonrisas en aterradoras muecas de espanto y desesperación. Porque La Noche del Demonio, no es una película a secas; es una película de terror (como bien puede adivinarse en tres cuartos de segundo luego de haber leído el título de la misma). Evolucionando por sobre las obviedades y los párrafos que no aportan nada a aquel espectador en potencia, ávido de degustar una buena película de terror, y a modo de favor hacia él afirmaré, a fin de ahorrarle los siguientes párrafos de crítica, que La Noche del Demonio es un decente film de terror (aunque es probable que mis palabras sean totalmente vanas, y el ficticio lector no sea tal y haya hecho girar la rueda central del mouse a toda velocidad para ver cuántas butacas le concedo al film obviando la totalidad de mis palabras). Pero “decente” para una película de terror, a esta altura del partido, es una calificación holgadamente superior al 83% de la totalidad de películas de terror que se estrenan cada año. Lo que, sin dudas, es una buena noticia. Buena noticia para mí, para los amantes del terror, para el “lector” que no me lee, para los productores –dada la jugosa taquilla cosechada en las boleterías de los Estados Unidos- y, sobre todo, para James Wan, su director. Wan, también director de la buena El Juego del Miedo, la correcta Dead Silence, y la nociva Sentencia de Muerte, realiza en La Noche del Demonio su mejor labor tras las cámaras, y casi, su mejor película. Desde la magnífica secuencia de títulos se percibe el mimo con el que Wan ha tratado la ambientación del film, espectral y perturbadora; y la decisión, muy acertada, de colocar al espectador en una correcta sintonía con respecto a aquello que verá, cómo debe disponerse y cómo debe observar aquellos fotogramas que se sucederán ante sus ojos durante algo más de hora y media. Todo en esta película se encuentra al servicio de lograr esa ambientación que mantenga en vilo al espectador y, sin llegar a asustarlo, le genere cierta incomodidad. Queda esto patente en la utilización progresiva de la fotografía yuxtapuesta a la evolución de los núcleos narrativos (luego del primer punto de giro los colores pierden en saturación para acentuar aquello que los personajes experimentan), la aparición en cada plano de tonos fríos y cálidos (a fin remarcar la lucha entre el bien y el mal que se sucede durante todo el film), una utilización constante de elementos propios del cine de terror de la década de 1980, y una correcta utilización de los silencios, golpes de sonido y demás elementos sonoros. Pero James Wan comete un error muy grande que lastra de manera bestial gran parte de lo logrado a través de la tan cuidada ambientación. El error de Wan consiste en colocar escenas cómicas a partir de la hora de película con el fin de, supongo, alivianar la tensión en el espectador, para luego volver al tono terrorífico. El problema de esto no radica en si resultan graciosas o no (lo resultan), sino en que el director genera un corrimiento de género de una manera totalmente abrupta, generando un choque de emociones en el espectador que no terminan de coaccionar. El resultado es similar a lo que podría experimentarse si, cada vez que Michael Mayers atrapara a sus víctimas, se quitara la máscara y le sacara la lengua y se pusiera a hacerle morisquetas con el rostro al asustado adolescente/nerd fofo/mal padre/prostituta/personaje prescindible de turno. En el plano actoral la película raya a buen nivel, con una siempre elegante Rose Byrne, un correcto Patrick Wilson, una versión contenida de Barbara Hershey, Lin Hay (uno de los elementos propios de las películas de terror de los ’80 que mencioné antes) y una extraña versión de Alejandro Apo interpretada por Angus Sampson. Recapitulando, La Noche del Demonio es una buena película de terror, con algunos errores muy grandes y totalmente innecesarios que terminan por restarle grandes enteros a la película, la cual, aunque en los tramos finales vuelve a ser lo que era en el comienzo y nos regala un buen clímax, no logra despojarse del mal ya hecho; estigma que permanecerá en la mente del espectador una vez abandone la sala del cine. Sin dudas una demostración de, aunque realice películas de calidad decente-buena, James Wan aún está verde para manejar determinados elementos propios de lo audiovisual y, sobre todo, que no es Sam Raimi.
MIS PREJUICIOS Y LA DECISIÓN DE JUAN CRUZ Dos para Qué Pasó Ayer 2. -Agotadas. -Juan Cruz, me dice que están agotadas. -¿Qué otra hay? -Rápido y Furioso 5. -No vi la 4. -Igual se entiende. -¿Otra? -La Noche del Demonio. -¿Qué onda? -No sé, la dirige James Wan. -¿Quién es? -Hizo la primera de SAW, otra de una marioneta que no vi y después una con Kevin Bacon que tenía una persecución muy linda en una cochera. -¿La Noche del Demonio se llama Insidiuos? -Sí. -Tenemos que verla. -¡Nah! Prefiero jugar con la Wii. ¿Te conté que me compré el Mario Kart? -No. -Me vino con un volante inalámbrico. -Un grosso en la radio dijo que no pensemos en el director, que La Noche del Demonio es diferente. -Mentira; los directores no cambian, son como las personas. -Me retrasan la fila… ¿Qué van a ver? Vamos a ver Insidiuos porque da mucho miedo. Tuve la suerte de respirar los nervios de una sala llena y generalizo la experiencia. Risas tensas, baldes de pochoclos intactos y silencios interrumpido por el comentario de una chica que juraba no poder ver. Más allá de que sea un gran electrodoméstico del terror, hay algo que me dejó desconcertado: su prolijidad y conformismo. James Wan no se la cree: es una película de terror y respeta los orígenes del terror, esos íconos que modelaron un imaginario: niños, fantasmas, casas, embrujos, demonios y familias que se despedazan por todo lo anterior. Estos íconos, dispuestos y organizados con una buena gramática fílmica, no fallan. James Wan se dijo a sí mismo: “seré un artesano, pero un artesano de los mejores”. Y con esta mediocridad feliz aparecen los méritos. La conciencia de una cámara flotante, fantasmagórica, que se desliza continuamente por el espacio y multiplica los fuera de campo. La decisión de James Wan de no hacer cortes para las escenas más tensas y coreografiar planos secuencias, te pone histérico. No acabar con una toma implica no acabar con la amenaza de que en el encuadre se pudra todo. Un guión cerrado, con vueltas de tuerca puestas en momentos justos, desviando la atención sin insistir con lo mismo. Un poco lo que pasaba con la primer SAW: te mareaba cambiándote la perspectiva y al final todo volvía sobre un elemento que olvidaste. La seguridad con la que James Wan cambia tiempos narrativos. Hace cortes directos para elipsis de días o meses. El cuelgue de tomas que te muestran la casa y sus objetos de manera enrarecida y angustiante, sin otra función que el extrañamiento de lo cotidiano. Lo siniestro, como pedía Freud. Miles de filtros puestos en post-producción, logrando paletas de colores interesantes que dividen la historia según sus giros. Injertos de humor con nuevos personajes para relajar una tensión que ya está en su pico máximo. ¡¡¡La música atonal!!! Mostrar poco, apenas. La sugestión como regla básica para que el espectador complete zonas oscuras. Sobre el final, se desconcentra James Wan y hace alarde del maquillaje y los efectos especiales. Hasta musicaliza con melodías descolocadas de acción. Pero bueno, pensemos estas imperfecciones como algo necesario para que la mediocridad sea reluciente y perfecta. Juan Cruz, cuando James Wan saque otra, te invito.
Si el terror como género les cae simpático y tienen ganas de pasar un rato realmente entretenido, les aconsejo ponerle unas fichas a Insidious (estrenada aquí como La noche del demonio), la clase de film que merece verse -y sufrirse- en una sala de cine. Ojo que a continuación voy a contar algunos detalles. El crítico Horacio Bernades definió Insidious como un “pararrayos de tormentas de ideas ajenas”. En efecto, como señalaron todas las reseñas, el film de James Wan despliega muchísimos lazos con famosas películas del género, desde el ya clásico Carnaval de almas hasta las más recientes Arrástrame al infierno y Actividad paranormal, aunque evidentemente el faro de los autores es la irremplazable Poltergeist. Aquí también hay un niño asediado por fuerzas malignas y una familia zarandeada por la incertidumbre. Bueno, en realidad es la madre (Rose Byrne) quien está desesperada, porque percibe cosas raras y teme por la vida de su hijo. Al padre (Patrick Wilson), en cambio, se lo nota un poco más tranquilo. Ampliando la ingeniosa metáfora del “pararrayos”, podría decirse que Insidious enaltece a sus referentes porque absorbe lo mejor de ellos, su electricidad, y a la vez evita el cepo del reciclaje mecánico. Los ecos externos recubren la película pero no la ahogan, porque no se anteponen a la construcción de los climas. Es curiosa la dualidad que sentimos: sabemos que no estamos ante nada nuevo, pero al mismo tiempo nos rendimos gozosos frente a ese horror labrado con artesanía y sagacidad, en donde las argucias genéricas de siempre se depuran para mostrarnos sólo la punta del ovillo, la eficacia de lo mínimo. Esta dosificación funciona sobre todo en la primera mitad del relato, porque en la segunda el guión abandona toda sutileza para lanzarse a un barroquismo desatado, y allí la película pierde esa humildad que transmitía en el comienzo. Sin embargo, Insidious es una experiencia que se justifica de punta a punta, más aun cuando la proyección termina y uno comprueba que las garras que nos rozan no pertenecen precisamente a los monstruos nocturnos. Porque lo cierto es que el infierno respira cerca nuestro, ahí nomás, tan pegado al día a día que no podemos (no queremos) distinguirlo. Hay un detalle de Insidious que parece sacado de otra película, de otro género, un apunte que junto a otros que pueblan el film invitan a relegar el hilo sobrenatural para hurgar en algo más siniestro... y más humano y bien actual. En una escena el matrimonio se prepara para ir a dormir: mientras la mujer cae vencida en la cama, agotada por el trabajo y el cuidado del bebé, su marido se coloca con delicadeza una crema antiarrugas alrededor de los ojos. Sí, tal cual. Ella está nerviosa por una rutina que ya se perfila colmada de sobresaltos, mientras él sólo es capaz de concentrarse en sus patas de gallo. Ahí el director le hace un primer plano a Patrick Wilson para confirmar que este hombre tiene la piel increíblemente tirante. Irreal. Pero no es un efecto especial. Es simplemente el mundo del revés. El nuestro. Y acá no hay exorcismo que valga.
Sorpresa terrorífica Insidious o La Noche del Demonio (traducción poco original por cierto), es la última película de terror que se está estrenando en estos días por nuestros pagos. Dirige esta producción James Wan, que también fue el responsable de la exitosísima Saw (El Juego del Miedo 1), que sentó nuevas bases en el cine de terror contemporáneo, aunque lamentablemente también dio a luz a las verborrágicas secuelas de la historia. El film trata sobre una familia tipo estadounidense con 3 hijos, que se muda a una nueva casa en los suburbios donde teóricamente serán felices y comerán perdices, pero como todos sabemos, el film tomará otro rumbo mucho más macabro. Los problemas comienzan cuando uno de los hijos cae de una escalera y entra en un coma profundo, que luego se descubre no es fruto de la caída que experimentó. Comenzarán a sucederse eventos muy extraños en la casa de los Lambert, eventos que son más complejos de lo que podemos imaginar a simple vista. Uno ve el cartel del nenito con cara de malo antes de entrar a la sala y piensa... "Mmmm, me parece que esto va a ser un MOCO (pérdida de tiempo), ¿como me convencieron de venir a ver esto?...", pues ¡Oh, Sorpresa!, la película resulta ser muchísimo mejor que las expectativas que tenía. Actúan en el film Patrick Wilson (Watchmen, Hard Candy), Rose Byrne (María Antonieta, X-Men First Class) y Barbara Hershey (El Cisne Negro) entre otros, haciendo papeles de lo más respetables y lo digo sin doble sentido. La historia parece ser nada original, ya que a simple vista plantea la misma situación de siempre de la casa embrujada, pero ¡cuidado!... rápidamente se encarga de aclarar que lo poseído no es la casa, sino su tierno hijito, cuyo cuerpo es codiciado por las entidades más freaky que he visto en mucho tiempo. De ahí en más, la cinta se va volviendo cada vez más aterradora, introduciendo nuevas cuestiones como los viajes astrales, mundos paralelos y unos caza fantasmas que no tienen desperdicio. El guión no es una obra de arte del cine de terror, ni tampoco pretende serlo, pero sí tiene un objetivo bien trazado que engancha al espectador y hasta lo hace saltar un poco, algo muy raro de ver en las últimas cintas de este género. Siempre hay que ubicarse en el tipo de film que estamos yendo a ver, en este caso, uno de terror, con elementos sobrenaturales y entidades demoníacas. Si aceptamos esta premisa, creo que el resultado es de calidad y entretiene. Una curiosidad, uno de los caza fantasmas es el actor Leigh Whannell, que también actuó en la Saw original, y que en esta ocasión también es el escritor de la historia como lo fue con aquella cinta. Recién lo reconocí cuando estaba finalizando la película.
Una casa encantada Puede ser la casa ideal. Josh y Renai lo deben pensar, mientras se acomodan en la nueva y elegante casona que han elegido para compartir la vida con su tres chicos. Ella será la que más trabaje para acomodar todo. Matrimonio ideal, jóvenes, lindos y felices, hijos sin problemas, la beba un poquito llorona y nada más. Hasta que algo parece desentonar, algunos sonidos, una puerta que se abre y esa misma sensación que se apodera de Renai, se repite en el mayor Dalton, el mismo que en la buhardilla encontrará algo que lo hace caer. Y es el momento en que la casa entra en caos. Como un mecanismo de relojería, la tranquilidad se rompe, todo se desequilibra y Dalton entra en un coma que lo ata a la cama. Después vendrá el terror, la locura, la vidente. La vida no será igual. Director y guionista son los mismos de "El juego del miedo", una película de terrores. Nuevamente se reunieron estos ex compañeros de estudios, el malayo-australiano James Wan y Leigh Whannell y se confabularon para hacer lo que más les gusta, "una película de miedo". ARTE DE BRUJERIA Pero, por arte de brujería, el filme no resultó lo que uno pensaba que podía ser, aunque sus resultados económicos sean brillantes. Dentro del cine de género, o sea, dentro del clásico de horror, las películas de "casas encantadas" tienen un lugar especial y éste, en su primera parte, se constituye en un modelo de las casa habitadas por "poltergeist". Esa primera parte tiene misterio, sutileza, súbita irrupción del horror hacia lo desconocido y una elaboración rica en el plano sonoro. Lo que en la primera parte fue sugestión, delicadeza, inquietud y en un crescendo de horror, en la segunda se convierte en un trazo grueso. En vez de sugerir, se muestra sin delicadeza y se recurre a vetas humorísticas, quizás para alivianar tensiones, pero los "especialistas en paranormalidad" no hacen reir a nadie. A ellos se une una vidente tan evidente como obvia. Cómo no recordar a clásicos del horror con esos personajes apenas inquietantes, pero capaces de desarrollar gota a gota la maldad, como la exquisita Ruth Gordon o ese "Bebé de Rosemary" más sugerido que mostrado. A Wan y Whanell se les cae la película. La transformación es guiñolesca y se añora esa estupenda primera parte. Muy bien realizada técnicamente, con interesante utilización del sonido, el filme está interpretado por excelentes actores, el muchacho de "Hard Candy", Patrick Wilson, la chica de "X Men", Rose Byrne y la estupenda Barbara Hershey ("El cisne negro").
Ayer vi Insidious, de James Wan, el encargado de la magistral Saw (2004). La odié tanto que hasta es querible. Una basura de película pero que casualmente después del visionado se hace recordar. ¿Por qué? Por la banda sonora, por el estilo tan berreta que tiene para asustar y porque el director se pasa TODA la película esmerándose por sobresalir, a tal punto que algunos de sus planos lo logran. La propuesta carece de originalidad, pero tiene una constante intención de ser diferente que, cuando menos, es valiosa. A veces es inevitable reir con algunos pasajes del guión, como los clichés o el hito de las frases estúpidas en la historia del cine de terror: "¿Crees que la casa esté embrujada?" Marche un manual para hacer libretos para Leigh Whannell. Este último tiene una pequeña participación, en la cual está irreconocible. Y si a todo eso le agregamos el nombre de Oren Peli en la producción (Peli dirigió Paranormal Activity, 2007), tenemos cartón lleno. Son los mismos de siempre intentando que el público devore los mismos conceptos, la misma estética y los mismos plots. Siempre va a haber niños correteando por la casa, sesiones de espiritismo (Wan no evita su estética surrealista cuando intenta shockear visualmente, véase la máscara de la anciana), y conflicto matrimonial. Pero encima esta vez hay desenlace sorpresivo (si a eso se le puede llamar sorpresivo) y a Barbara Hershey malgastada a más no poder. El collage visual pasa por atmósfera a lo Stephen King, súmums sonoros a lo Von Trier y malas actuaciones a lo Ivan Reitman. Insidious es de esas cintas que los aficionados amarán, pero que los críticos y los consumidores compulsivos descartarán al toque. Se queda en un punto intermedio por el intento de hacer algo distinto, aunque -están advertidos- no le sale. Sólo rescato la banda sonora y algunos movimientos de cámara innovadores que Wan usa para no menospreciar la utilización de los espacios hogareños. Espacios que, no, Patrick Wilson, no están embrujados.
Volver a los comienzos Es una película de terror dirigida por James Wan, conocido por dirigir Saw 1 (solo la uno). El argumento consiste en que una pareja y sus tres hijos se mudan a una vieja casa en donde Dalton, el hijo pequeño, sufre un accidente y cae en coma, y así empezarán a producirse extraños sucesos y la familia se verá envuelta en una serie de fenómenos sobrenaturales. Okey, es fácil caer en el cliché de desmerecer o criticar negativamente esta película basándose en cuestiones tales como: “argumentos que ya hemos visto” “los actores son estúpidos” “el villano principal no me asusta” y otro tipo de tontos argumentos que los amantes del mainstream hollywoodense o pochoclero suelen hacer. Por eso, si sos parte de ese público, y tu película de terror favorita o que mas te asustó fue “actividad paranormal” y afirmas que la única buena película de terror es el exorcista. Esta no es tu película. Directamente no la veas y te ahorraras tiempo en tu vida, y saliva a la hora de hablar de la misma. Mas allá de las superfluas apreciaciones y el increíble parentesco con Poltergeist, se pueden rescatar algunos ingredientes del film que este director utilizó para convertirlo en brillante. insidious poster1 Volver a los comienzos: Insidious “La noche del demonio” cine Por empezar, se retoman muchos recursos del terror clásico, como por ejemplo una banda sonora sublime, con violines e instrumentos desafinados que generaran una tensión esplendida. Asi como también una buena utilización de los clichés terroríficos tales como puertas crujientes, ancianas diabólicas y gemelas malditas. Los colores son algo que me llamó la atención. Últimamente se crea una atmosfera azul para todas las películas de terror. Este auge viene de la mano con todos estos últimos remakes que surgieron a partir del año 2000. La película se sucede en dos mundos: El de los vivos y el de los muertos. En este caso, los colores del primer mundo son más bien cálidos, asemejándose a las películas de los 80 e incluso a las producciones del cine de drama, logrando asi muchísimo más realismo para luego crear un ambiente fantasmagórico y totalmente oscuro en la segunda parte del film. Es muy valorable también la utilización de escenografías que remiten a una obra de teatro, y fantasmas maquillados, dejando de lado las animaciones por computadora que tanto arruinan los films si no son bien resueltos. En conclusión, Insidiuos “la noche del demonio” logra provocar algunos sustos, crea un refugio para los amantes del genero de terror ochentero, Y se hace realmente entretenida. Lo mejor: La música, los maquillajes, el ridículo y bizarro villano, los guiños con el cine de terror clásico, y que logra provocar algunos sustos. Lo peor: El argumento es muy predecible y algunos de los fantasmas son bastante innecesarios, quitándole genialidad al film.
El miedo disfrazado A veces pasa: una película de género de clásica factura sorprende por su orquestación, por sus portentosos climas, su efectividad y la imaginación en ella volcada. Insidious es una joya del cine de terror que, lejos de apuntar a la repulsión y al gore, busca –y encuentra- el miedo mediante sutiles mecanismos. Primero lo primero: el título que fue colocado a esta película en los países de habla hispana nada tiene que ver con el original Insidious. La traducción literal sería “insidioso”, pero en lugar de buscarse un sinónimo que sonara mejor se optó por un curioso y poco pertinente “La noche del demonio”. Se adelanta de antemano que existe una presencia demoníaca, detalle que sólo se revela pasada la mitad de la película. Y además, no es que exista una “noche” específica en la cual aparezca el demonio en cuestión, sino que se trata de un continuo de días –y noches-, sin ninguna preponderancia particular para ninguno de ellos. El término “insidioso” refiere concretamente a las pérfidas intenciones de un sinfín de amenazas que acechan a la pareja protagonista, a presencias extraterrenales que acosan a una familia tipo hasta la locura, al punto de llevar al coma a uno de sus tres hijos. Así, la película podría dividirse fácilmente en dos. En la primera mitad tiene preponderancia la mujer, una madre hiperabrumada por el cúmulo de tareas a su cargo, y que se ve poco y nada respaldada por su marido. En esta primera parte los espíritus acosadores hacen apariciones esporádicas y muy parciales, en ese estilo de terror sutil tipo Los otros o Al final de la escalera: hay objetos cambiados de lugar, puertas que se abren y cierran solas, extraños ruidos, sombras espectrales. Aquí se desliza cierta referencia metafórica a los miedos masculinos, haciéndose énfasis en la voluntad del protagonista de “escapar” del núcleo familiar ante una situación cotidiana con la que sencillamente no puede lidiar. En cambio, la segunda parte está centrada en ese mismo padre, en su aceptación de la realidad, en el movimiento que implica tomar cartas en el asunto y emprender un temible enfrentamiento a las fuerzas sobrenaturales en cuestión, y a sus propios miedos. La factura es impecable. James Wan es un director malayo de raíces chinas que creció en Australia, que ya había filmado tres sólidos largometrajes en Estados Unidos, El juego del miedo (la primera de la serie; la visible), Dead silence y Death sentence, y aquí logra su mejor película, caracterizada esencialmente por un clima lúgubre, de ensueño, y una puesta en escena soberbia y cuidada al detalle. La dirección artística es un lujo, y está repleta de elementos que se prestan para un análisis semiótico (relojes, juguetes y vestimentas antiguas se predisponen de forma sugerente) la ambientación sonora es fundamental en la construcción de climas, y los sonidos graves –que muchas veces aparecen descontextualizados, hasta en momentos no terroríficos-, no dan paz e incrementan el tormento al espectador. El montaje violento aporta dinamismo sin afectar al bienvenido clasicismo general del planteo. Insidious se apoya tranquilamente en un territorio seguro y transitado, –algunos fragmentos recuerdan a películas recientes, como Actividad paranormal, El orfanato o Shutter- pero desde allí se afirma para levantar auténtico vuelo y dar rienda suelta a la imaginación de sus creadores. Además, existen tres elementos o trampas retóricas que el director maneja a la perfección y que demuestran su profundo conocimiento respecto al género, herramientas que llevan a que Insidious logre sus sobresaltos y que la experiencia de su visionado adquiera tal intensidad. Primero: abundan las pistas falsas, es decir, los elementos presentados (una puerta entreabierta, un espejo, un cuarto visto parcialmente al fondo del cuadro) que captan la atención haciendo pensar que el próximo objeto de pavor provendrá de allí, cuando en realidad acaba surgiendo inesperadamente de otro sitio -este elemento es una constante en el buen cine de terror; un aspecto casi básico, vale decir-. Segundo: se introducen eficazmente falsas seguridades. Es decir, se genera un ambiente que lleva a creer que no pueda existir, al menos momentáneamente, una amenaza real sobre los personajes. Por ejemplo: en una escena la madre del protagonista cuenta una pesadilla y se reproduce lo que ella vivió en ese sueño. El espectador así sabe que está doblemente amparado, por tratarse de una situación pasada y por ser un contexto no-real, y que por eso todo lo que se muestre allí no interferirá con el presente que viven los protagonistas en ese momento. Pero inmediatamente la narración se corta, con un impactante cuadro de la realidad actual en el que la figura de la pesadilla hace acto de presencia, abruptamente y en un plano absolutamente desconcertante, a pleno día y en plena charla. Lo mismo ocurre en una escena en que el abarrotamiento de gente amigable dentro de una misma habitación hace pensar en una situación segura. Pero es tan ingenua la creencia de que el miedo no llega en esos momentos como pensar que uno no va a asustarse en una sala de cine colmada de gente. Tercero: el elemento más atípico, -y a través del cual James Wan da muestras definitivas de genialidad- es el saber insertar un falso registro en plena narración. El director logra introducir elementos humorísticos en una trama que no podía ser más grave y oscura; y es realmente difícil –o imposible- dar con una película de puro horror con esta clase de elementos ridículos, hilarantes, descontextualizados, casi kitsch –como la aparición de un par de frikkis con pinta de caza-fantasmas, especializados en detectar fenómenos paranormales- que llevan a arrancar risas nerviosas de la audiencia. En el imaginario popular, una película de miedo no puede dar risa, y éste es un elemento que Wan utiliza para desconcertar, impactar y descolocar aún más al espectador. Aquí hay sabiduría. Se ha vuelto imperativo seguir a James Wan, auténtica revelación del panorama del terror actual. Y qué mejor idea que vivir el impacto de Insidious ahora, que está pasando por la pantalla grande.
Tengo miedo neneeeee!!!!! Veamos que onda esta película… esa era mi espectativa inicial con INDISIOUS. Digamos que de movida la película entra en el género en las cuales encasillan Amityville Horror, Paranormal activity y películas Japonesas como the Ring o Ju-On The Grudge. La trama nos cuenta la historia de una familia que recién se muda a una casa. durante sus primeros días, misteriosos eventos comienzan a tener lugar hasta que su hijo Dalton, también, misteriosamente queda en coma. Pronto estas situaciones que rozan lo anormal se agravan. Por ello, la familia decide mudarse nuevamente, pero pronto se dan cuenta que lo que pensaban que habían dejado atrás, estás más cerca que nunca. Lo interesante de la película es que no es complicada, es simple y al grano. Interesante porque causa buena impresión y efecto: asusta. Si bien posee todos los clishes de las películas del género, INSIDUOS maneja los mismo con precaución y los utiliza en los momento justos sin abusar de ellos. Las actuaciones de los protagonistas están bien, en especial me gustó la de Rose Byrne que encarna a la preocupada madre de Dalton y tiene que lidiar con la situación de que su hijo está en coma y nadie sabe el por qué. Otra actuación que me gustó fue la de Lyn Shade que hace de la medium de turno y que se luce en escenas muy tensas donde las fuerzas de satán se baten a duelo con nuestro protagonistas. También tenemos a Patrick wilson que muchos lo recordarán por su papel en “WATCHMEN” donde encarnaba a OWLMAN, que si bien nos brinda una buena performance no sale de la media.Por otro lado, la película tiene varios toques de humor y por momentos uno se ve empalagado de tantas situaciones semi graciosas empañadas por chorros de sangre intercalados por las muertes que van sucediendosé. Otro recurso del cual abusó la película son las referencias a otras películas, donde se vuelven a plantear reglas y hasta se burla de sí misma hablando de las eternas secuelas. La película en varios momentos hace recordar varios clásicos del género de terror como Nightmare on Elm Street o Poltergeist, lo cual considero que es un gancho infalible para el espectador. Los efectos visuales no son la gran cosa pero repito, logran su cometido, asustar. Realmente la recomiendo a los amantes del terror, para mí es un “instant classic“. Me atrevería a decir que es la mejor película de terror de los últimos 2 años. La atmósfera creada por el cine ayuda y el buen sonido permite que nos metamos de lleno en la historia y más de una vez digamos en voz alta: “no vayas para ahí boluuuu!!!!!. Con un final imperdible y otro post créditos cierra este gran film. Definitivamente me gustó y merece ser vista en la pantalla grande donde la experiencia se multiplica por 3. Mi calificación para esta gran película (que se está evaluando la realización de la 2da parte):
El limbo de la oscuridad Josh (Patrick Wilson) y Renai (Rose Byrne) son los padres del pequeño Dalton (Ty Simkins) quien cae en un misterioso coma luego de sufrir un accidente doméstico. La hipótesis de su internación casera, en una vivienda recién adquirida por la familia, son tan desconocidas como el diagnóstico mismo. James Wan, quien dirigió la primer parte de El Juego del Miedo y guionó la tercera entrega de la saga, se unió a los productores de Actividad Paranormal para gestar en 98 minutos una película que tiene una pata demonológica (vean los dibujos que hace el niño), espiritismo (conexiones con el más allá desde el más acá) y viajes astrales en el limbo mismo (en esta parte mejor no profundizar porque es una clave en el desarrollo del film). La película ingresa en el plano del mediumnismo cuando una mujer es convocada para conectarse con espíritus que habitan la casa encantada y hallar a los entes maléficos que acechan la casa. Dos ayudantes, que están más cerca de ser nerds cazafantasmas a profesionales del espiritismo, asesoran a la mujer quien entra en trance gracias a aparatosos dispositivos. Ojo, allí quizás la película pierde fuerza, su guión se torna algo insostenible y el pánico decae. Sombras lúgubres que van detrás del protagonista, enigmáticos estigmas caseros y la figura de un padre reacio a ser fotografiado encaminan una película que garantiza varios saltos de la butaca y sudor frío a discreción. ¿O acaso ese no es el propósito de una película de terror?