La noche Sin lugar a dudas estamos frente a una de las propuestas más radicales de este BAFICI 18. Habría que preguntarse, a esta altura, ¿qué es ser trasgresor? con Internet como absoluta protagonista de los contenidos culturales, más allá de las calidades y el consumo masivo. Eso, hoy por hoy, según esta propuesta implica mostrar escenas de sexo explícito entre hombres y transexuales, pero buscar dentro de los ángulos de cámara un resquicio para no exhibir, por ejemplo penetraciones, deja que desear al término trasgresor.
Tras su paso por el BAFICI, se estrena una de las películas más audaces, provocadoras, desgarradoras y directas del cine argentino de los últimos años. Son cada vez más esporádicas, pero cada tanto aparecen. Se tratan de películas que, antes que buenas o malas, son importantes. Por su capacidad para incomodar física, mental y moralmente al espectador sin nunca golpearlo por debajo del cinturón, para captar con atención audifónica los sonidos particularísimos que apuñalan el silencio nocturno, para empujar hasta la estratósfera los límites de lo mostrable con una firmeza y seguridad apabullantes, para detenerse en los detalles minúsculos hasta transformarlos en gestos de soledad y desesperación, para regalar uno de los finales más luminosos que se recuerden, por su capacidad para todo eso y más, La noche es importante. Y mucho. Si es cierto aquello que las generaciones duran 25 años y que, por lo tanto, al Nuevo Cine Argentino (NCA) le queda poco tiempo –si es que le queda-, el Nuevo Nuevo Cine Argentino sería aquel que ancle sus raíces en películas como El estudiante, Cuerpo de letra, Mauro o las de José Celestino Campusano pre-El Perro Molina (¿La noche es el vacío al que Campusano debería haber saltado después de Fantasmas de la ruta?). Esto es; films que no sólo esfuman aún más la línea que separa la ficción de lo real, sino que optan por una retroalimentación que potencia ambas vertientes por igual. La noche elige el camino de las anteriores enclavándose en un tiempo y espacio concretos, casi despojada de recursos técnicos, munida únicamente por, en este caso, una cámara y un micrófono siempre dispuestos a pegársele al cuerpo del protagonista (el también guionista y director Edgardo Castro). Quizá el homosexual más solitario de la zona de Once y, por qué no, del mundo, palía sus penas embarcándose en trips nocturnos a veces de manera individual y otras acompañado por una amiga travesti que incluyen, en otras cosas, sexo grupal, drogas y alcohol, todo en dosis cosacas. Castro filma casi enteramente en primeros planos cerrados y extensos, entendiéndose por “extensos” no su duración absoluta, sino relativa: el corte siempre parece venir después de cuando nueve de cada diez montajistas lo harían. En ese sentido, los resultados son impecables: en cada felación, en cada línea de cocaína aspirada, en cada segundo de charla sobre nimiedades en la previa al sexo, en cada regreso solo, siempre solo, a su casa, el protagonista aporta un elemento más a ese rompecabezas que es su complejísimo mundo interior. Lúgubre, cruda y honesta visual pero sobre todo emocionalmente, La noche hace de su explicitud –aquí debe haber más sexo que en las otras 399 películas de este BAFICI juntas– un elemento dramático fundacional del relato, diferenciándose de la estilización y el regodeo formalista del cine de, por ejemplo, Gaspar Noé. Por eso Castro acompaña sin enjuiciar, limitándose al acto de mirar y escuchar cómo el hombre se da una y otra vez contra las consecuencias de su soledad. A veces lo hace de cerca, pero otras elige alejarse, como si entendiera que la verdadera intimidad puede ser algo bien distinto a exhibir la anatomía. Y está bien: la última imagen lo dice todo.
LA BELLEZA DEL REVIENTE Para aquellos que no tuvieron la oportunidad de ver, en el marco del BAFICI, la ópera prima de Edgardo Castro, pueden darse el gusto de conocerla. Difícil sería señalar el impacto que La noche es capaz de producir en sus espectadores. Se ha dicho que la propuesta del director es más necesaria que buena. Tal vez sea cierto para aquellos que escribimos sobre cine y particularmente sobre los senderos que los nuevos realizadores demarcan en nuestra cinematografía. Por ejemplo en este caso puntual, sería interesante determinar el rumbo así como el espacio de llegada que el llamado Nuevo Cine Argentino exhibe. Si Mundo grúa podía describir lo mínimo de un mundo en el que lo que cobra importancia es el transcurrir más que el acontecer, en La noche sucede exactamente lo mismo. Si lo interesante de Los muertos de Lisandro Alonso no era la acción que decanta en un crimen, sino los pequeños gestos de un protagonista ex presidiario -que se reducen a la compra de una camisa, un intercambio de sexo por dinero, un paseo en bote-, en La noche apreciamos lo mismo. La experiencia sexual marcada por la excitación de circunstancias más que de géneros es el micromundo que se observa. Sexo grupal, relaciones con travestis y transexuales, tríos, vínculos homo y heterosexuales, consumo de drogas y alcohol se despliegan con el mismo peso con el que Misael Saavedra se desplazaba por esa jungla en La libertad. En este sentido, puede ser que sea cierto que La noche es un film más que bueno, importante y que marca un punto de llegada, aunque sea provisional, del gusto por el realismo cinematográfico. ¿Qué resta filmar en términos observacionales y no narrativos sino el sexo puro y descarnado? Edgardo Castro, quien hasta ahora solo se había desempeñado como actor en films como Historias breves 9 o La parte ausente, toma una decisión muy jugada en la que se expone a cámara en escenas de sexo explícito. La mayor parte de los personajes que aparecen son actores no profesionales, gente de la noche que presta su cuerpo a este proyecto. Filmada con escasos recursos de producción y técnicos, con operaciones de montaje y encuadre más cercanas a un modo de cine moderno que tradicional, La noche cumple la máxima del realismo: todo es digno de ser filmado. LA NOCHE La noche, Argentina, 2016. Guión y dirección: Edgardo Castro. Fotografía: Soledad Rodríguez. Montaje: Miguel de Zuviria. Intérpretes: Edgardo Castro, Federico Figari, Paula Ituriza, Luis Leiva, Dolores Guadalupe Olivares, William Prociuk. Duración: 135 minutos.
El chupón Desde su paso por festivales, La Noche (2016) es el film del que todos hablan, por la crudeza de sus imágenes, por la audacia del actor y director (Edgardo Castro) de hacerse cargo del personaje principal; por el registro tan real de la vida nocturna en bares, albergues transitorios y clubes nocturnos que solo podría ser puesto en escena por alguien que haya transitado una experiencia similar; y, por sobre todo, animarse. A su vez, el final. Uno de los mejores finales que haya tenido un film nacional en estos años. La Noche es la opera prima de Castro, quien también interpreta a Martín, un solitario que deambula por la noche de Buenos Aires exponiéndose a todo tipo de excesos, desde aspirar cocaína a mansalva en baños y pasillos de boliches, hasta buscar sexo casual por cuanto lugar transite. Martín es un alma perdida en la ciudad de la que poco se conoce sobre su actividad diurna, ni siquiera sobre su pasado. Está ahí, sin iniciar ningún tipo de búsqueda sino un recorrido. Si bien extrema en el contenido de carácter sexual que imprime a partir de los minutos iniciales, La Noche no debe verse como un film que solo busca recrear escenas ardientes con el objeto de provocar; tienen un sentido de realismo poco visto y no es comparable con el trabajo de otros directores como Gaspar Noé, cuya utilización coreográfica de escenas de sexo tienen una intención implícita de mera transgresión. Se suele comparar al film de Castro con el cine de José Celestino Campusano, aunque el registro es otro. El de Campusano, como lo indica el nombre de su productora, es un cine bruto. Lo de Castro, fuera de sus planos secuencia y de su realismo, es un tanto más cuidado y, de hecho, emotivo. El desenlace hacia el que converge este relato de andanzas descoloca, porque se espera que transcienda como en toda épica, un surgimiento y eventual caída, cuestión que no sucede y permite embelesar al film con una charla de bar entre dos personajes que inicialmente consideramos de la fauna nocturna salvaje y resultan ser dos Bambis. La Noche es una marca que quizás se vaya dentro de unas semanas, pero de la que nunca nos olvidaremos.
LA SOLEDAD Y SUS COMPULSIONES La opera prima de Edgardo Castro además protagonista, guionista y productor tuvo y posiblemente tenga destino de polémica entre quienes puedan considerarla pornográfica y demasiado osada y los que la valoramos como un crudo retrato de una soledad sin límites. Premio Especial de Jurado en el último BAFICI. Un protagonista del que nada se sabe, que pasa sus noches entre las drogas, el alcohol y fundamentalmente el sexo con hombres, mujeres, travestis, en grupos. Muestra esas situaciones extremas con naturalidad, con cuerpos alejados del glamour, en la zona del Once. Noches pobladas de pocas palabras, repeticiones de consumo y satisfacción que apenas alcanza. No se regodea con las imágenes, a veces en primer plano, a veces alejadas, con situaciones cotidianas, el roce del peligro y atisbo de amistad que puede ser redentora.
Después de circular por una serie de festivales de cine (el de Mar del Plata fue el más reciente), La noche desembarcará el próximo diciembre en un circuito reducido de salas porteñas: el viernes 2, en el Malba y en el BAMA y el jueves 15, en el cine Gaumont. Una buena porción de críticos tildó de ‘polémica’ la opera prima de Edgardo Castro, por el tipo de noche que el también actor retrata casi sin artificios: aquélla que algunas almas solitarias de las grandes urbes transitan en busca de sexo, placer, compañía, evasión, acaso refugio.
Es interesante la conexión que algunos críticos hicieron después de las primeras proyecciones en la Sección oficial del BAFICI pasado de La noche, la ópera prima de Edgardo Castro, con el primer Campusano, el más sórdido, el menos prolijo y también el más disruptivo. Tal vez, y todavía sería mera hipótesis, uno (Castro) sea la evolución del anterior (Campusano). Pensarlo así, daría lugar a sostener que la periferia entra al centro, “degradándola” quizás, cuando en realidad es más probable que sea al revés. Ahora bien, más allá de estas particularidades La noche tambien es especialmente universal. Porque la noche que transcurre es la de Buenos Aires pero podría ser cualquier otra ciudad actual. Acá ya no se trata de los barrios pobres de Quilmes a algunos kilómetros de Buenos Aires, sino de uno de los barrios “bajos” de la propia Capital: el barrio de Once, lugar de paso por excelencia, lugar de la venta ilegal en la calle, de bares oscuros, de marginación, prostitución, mayormente travesti. Zona liberada, el barrio de Once, que se adivina por algunos detalles (el altar de Cromagnon, carteles de bares, la calle Paso, el paso nivel de Jean Jaures) ya que mayormente, las dos horas quince que dura La noche, están conformadas por una totalidad de primeros planos y planos medios que difumina los fondos, que pega la cámara a los cuerpos, las cabezas, las nucas de los personajes, siguiendo especialmente a uno, el propio director enunciando desde una subjetividad oscura pero de alguna manera entrañable, cercana. Es decir, el espacio de esa ciudad no interesa, podría pasar en cualquier lugar: baños donde se consume cocaína, encuentros sexuales ocasionales, largos y grupales, donde se dialoga también, se conoce al otro agregándole un sexo que la cámara no oculta, al contrario, se ocupa de explicitar. Lo cuasi-documental lo hace pornográfico, el sonido es crudo, las voces se mezclan con locales donde aturde la música y el dialogo se borra, generalmente. La potencia de La noche se nota en los resultados de su recepción que tiene. Edgardo Castro se convierte en el anti-flaneur: el que circula, merodea, pero lo hace conociendo personas y lugares que se quieren ocultar, esas zonas que toda sociedad reprime, las que muestran aspectos que toda ciudad tiene, esa que está repleta de amenazas, y una vida intensa y constantemente al borde.
Tediosa travesía nocturna de un vicioso que no sabe qué hacer con su vida Esta es una película para gente de muy buena vista, porque casi todo transcurre a media luz, o aún menos. En cuanto al contenido, es lo que las viejas de antes llamarían asqueroso, las de ahora desagradable, y las más curtidas, simplemente aburrido. Precisamente, ha tenido buena repercusión en festivales donde está de moda elogiar lo asqueroso, desagradable y aburrido. E inexpresivo, esto también es una marca de estilo (y de moda) en esos lares. La historia es simple. Un cuarentón, que no se sabe de qué vive, pasa las noches en encuentros poco memorables de droga y sexo casual (homo, bi, tri, trans, lo que venga), y pasa los días en caminatas muy poco interesantes para comprar drogas o camisas. En esto último lo acompaña una morocha, pero después parece que se queda con una rubia. En el fondo, lo que el tipo busca parece que es algún afecto, aunque para suponer eso hay que esperar hasta el final de 135 interminables, monótonos y oscuros minutos. Autor, libretista, productor e intérprete con el pitulín al aire, Edgardo Castro. Lo acompañan Dolores Guadalupe Olivares, Willy Prociuk, Paula Ituriza, y otros pocos. Y lo alientan quienes hablan de polémica, escándalo, mentes libres, "una cámara tan curiosa como audaz" y demás carnadas artificiales.
Bombos y platillos precedieron al estreno de La noche en el último Bafici. Al igual de lo que ocurre con cada producción de El Pampero (en este caso, en compañía de Bomba Films), la película dirigida, guionada y protagonizada por Edgardo Castro contó con mucho ruido previo y siguió dando que hablar durante los días siguientes. Con adeptos y detractores, se transformó en el acontecimiento del festival (allí logró el Premio Especial del Jurado).
BAFICI 2016: de noches, viajes y búsquedas. Un hombre de mediana edad y clase media va encontrándose con distintas personas a lo largo de una noche en la que se suceden encuentros sexuales, periplo que lleva adelante con más desapego que placer. La cámara en mano, el sonido real y cierta desprolijidad deliberada permiten que el espectador se involucre emocionalmente con el personaje, de quien nada se sabe: los universos de la familia y el trabajo permanecen olímpicamente fuera de campo. Su realismo semidocumental (el propio Castro encarna al protagonista) parece reversionar el estilo que cierto cine argentino viene desplegando desde Pizza, birra, faso (1998) en adelante, transmitiendo sensaciones contradictorias e imponiendo -por entre el morbo y la incomodidad- una persistente atmósfera de abatimiento y desolación. Mostrar a una travesti comiendo una pizza sobre la cama de una pensión mientras el televisor desprende su habitual griterío artificioso, o a una pareja pasando el rato en un bar sin nada importante de qué hablar, llevan a ese efecto de melancolía, esbozando las coordenadas de un micromundo desangelado, desprovisto del glamour con el que suele adornarse a personajes noctámbulos. Las recurrentes escenas explícitas de sexo oral y desnudos (más algún aditamento escatológico), sin la mediación de cuerpos esbeltos, transcurren de la misma desentendida manera con la que hombres y mujeres se mueven por este círculo vicioso: no habría por qué ver un mérito en esto, y al respecto vale la pena recordar el inteligente uso que han hecho de escenas de sexo explícito, por ejemplo, los franceses Patrice Chéreau (en Intimidad, 2001) o Alain Guiraudie (en El desconocido del lago, 2013). Aunque válido como experiencia, La noche resulta un film tan indeciso, marginal y falto de magia como su protagonista.
Perrone foco en FICIC El perro de Ituzaingó que analiza su obra. “Hierba”, su ultimo filme se presentó como parte de la muestra, demostrando la vigencia de su potente mirada sobre la imagen pictórica y las consecuencias de intervenirlas con personajes que las atraviesan. Manet, Monet, Renoir ceden su imaginación a un realizador que una vez mas juega con la pantalla y el celuloide. El resultado, un hipnótico filme que termina de construirse con el espectador. “La Noche” ópera prima del actor Edgardo Castro viene de revolucionar BAFICI y ahora lo hace en Cosquín con una función nocturna (cómo no) a sala llena y con espectadores ávidos por conocer más del proceso de realización. En el filme Castro se desnuda ante la cámara y además acompaña a seres perdidos, como él, que necesitan del otro para completarse. El vacío, la soledad, la innecesaria vinculación social fuera de un objetivo, el amor no encontrado, la violencia que se explicita en cada escena sin ser violencia al fin. Castro logra un retrato sobre la nocturnidad, acercándose a otras películas como “Shame”, pero sin moralina, ni mucho menos, prejuicios. “Homeland (IRAQ YEAR ZERO): parte 1 Antes de la Caída” señalada por el FICIC como LA PELICULA DEL FESTIVAL, este desgarrador relato de Abbas Fahdel sobre la amenaza de guerra y las repercusiones que una familia tiene antes del hecho. El registro documental del director habla de todo aquello que se tiene y que la imposibilidad de poder frenar lo inevitable hace que se peligre la continuidad de todo. La contemplación activa, vaya paradoja, proponen un relato que en sus 160 minutos no hace otra cosa que hablar del hombre y su naturaleza asesina a pesar de conocer las consecuencias.
Un viaje al corazón de las tinieblas. A pesar de su crudeza, que no evita ningún escalón en su descenso a los desbordes nocturnos, el film de Castro, que él mismo protagoniza poniendo literalmente el cuerpo frente a cámara, destila una rara ternura, producto del amor del director por sus personajes. Tour de force: esta expresión es apropiada para definir a La noche, debut como director del actor Edgardo Castro. Tomada del francés, la frase es traducida por la Real Academia como “acción difícil cuya realización exige gran esfuerzo y habilidad” y también como “demostración de fuerza, poder o destreza”. Ambas acepciones le calzan perfecto a este trabajo en el que Castro realiza un registro detallado de la vida de Martín y Guada, sus dos protagonistas, siguiéndolos en el frenesí de sus desbordes nocturnos (que son muchos, variados y riesgosos), pero también en la rutina de lo cotidiano. Aunque la expresión suele utilizarse para definir la obra de un artista, en especial las narrativas o dramáticas, esta vez también sirve para describir la experiencia del espectador. Para ello es necesario tomarse una licencia respecto de la traducción correcta de la frase, para permitirse el abuso de lo literal. Porque La noche ciertamente puede ser para los espectadores un paseo forzado por esa versión moderna de Sodoma y Gomorra en que se convierten las grandes ciudades como Buenos Aires cuando cae el sol. Es que Martín, interpretado por el propio Castro con un compromiso físico y emocional absoluto, ha elegido para sí el camino del exceso y en su recorrida por la vida nocturna parece no tener límite alguno. Con inteligencia, Castro plantea la estructura del relato como un crescendo en el que siempre encuentra una forma para ir unos escalones más abajo en su descenso. El film comienza con Martín ordenando un poco su casa y preparándose para salir. En la escena siguiente se encuentra con un taxi boy y con él pasará la noche en un hotelito más parecido a una pensión familiar que a un albergue transitorio. Por un lado La noche es un retrato de autodestrucción que no se permite el lujo de la elipsis, y Castro no se priva de registrar completa y en detalle la sesión de sexo oral que los dos hombres tienen antes de quedarse abrazados sobre la cama. La película transpira una realidad que nunca cede a la tentación de la fantasía tranquilizadora de la belleza quirúrgica del canon publicitario. Entonces su taxi boy es un chico con tonada de provincia, más parecido a cualquiera de los que a la mañana temprano van al trabajo en tren, subte o colectivo, que a Channing Tatum o Mark Wahlberg. A pesar de su crudeza, en esta primera parada del recorrido de Martín también se puede reconocer al espectro cálido de la ternura, elemento que Castro interpone cada tanto en el camino de la sordidez. Aunque esa ternura aparece a lo largo de todo el relato, nunca llega a ser un alivio, sino más bien un rellano en el que se puede parar a tomar un poco de aire antes de que el próximo empujón vuelva a hacer que Martín siga rodando escaleras abajo. Una boite en la que un stripper musculoso y una travesti vieja realizan una performance sexual; baños diminutos en los que se toma merca de parado y amontonado con otros que se chupan ahí nomás, sin disimulo; un telo grasoso en el que Martín y su amiga Guada, una travesti que trabaja de puta, comparten la cama con otro tipo al que acaban de conocer; la casa de un amigo en donde se enfiestan con una mujer también desconocida; más merca, más alcohol, más coger en cualquier parte y con el primero que se cruce, hasta que el cuerpo aguante. Que no es mucho. Castro tampoco elude el retrato de las madrugadas en las que Martín vuelve a casa a los tumbos, hasta quedar inconsciente en la escalera. Aunque todo lo anterior (y más) ocupa la porción mayoritaria de La noche, Castro también se detiene en el vínculo de Martín y Guada, que parece ser para ambos el único punto de contacto genuino y profundo con el mundo. Si la compulsión y el desenfreno son obstáculos que ahogan el deseo verdadero, esos encuentros entre los protagonistas (que no van más allá de un paseo de compras por el Once o de sentarse a comer pizza al mediodía) representan la puesta en acto de ese mismo deseo silenciado. En esos intervalos vuelve a habitar aquella ternura y siguiendo su huella se llega hasta la coda, breve, poderosa y final, que permite releer a La noche ya no como descenso infernal, sino como lo opuesto. Un recorrido a través de un laberinto en el que el director guía a sus personajes hasta que por fin encuentran la salida. Recién ahí, en una inédita muestra de pudor, Castro apaga la cámara y les permite quedarse solos, ojalá que para siempre.
Con este film Edgardo Castro además de protagonizarlo debuta como director. La pelicula tuvo su presentación en el Bafici, donde recibió una Mención Especial del jurado en la competencia internacional, y se proyecta a partir de este viernes 2, en el Malba, y desde el jueves 15 en el Espacio Incaa Gaumont. Muestra una serie de situaciones que viven algunas personas solitarias que se enfrentan al amor, al sexo, a las drogas y al odio, entre otras situaciones. Contiene escenas de sexo explícito que pueden llegar a irritar a algunos. Gran parte de su desarrollo es en la noche con: travestis, strippers, prostitutas, taxi boys, drogadictos y dealers, entre otros. Dentro del elenco algunos son actores y otros no. Se mezcla el documental y la ficción, contiene algunos excesos. Es bastante provocadora como algunos films de Gaspar Noé.
espués de su paso por varios festivales, llega el film La Noche, la cruda película dirigida y protagonizada por Edgardo Castro. Martín (43 años) atraviesa la noche porteña como un sonámbulo, con un alma hecha polvo que a duras penas le sigue el ritmo en su eterno y sórdido –aunque tristemente rutinario- derrotero entre travestis, dealers, taxiboys, putas, trasnochados, afters, pooles, bares y telos que son los decorados de su historia. La noche arranca como una película de excesos, sexo y drogas van de la mano; siguiendo la vida de este hombre solitario mientras se aventura de manera casual o planeada en sus diversas rutinas. La cámara toma de manera cercana e intimista al mismo Castro, en un tren de situaciones que parecen no tener fin; con planos que buscan incomodar al espectador, no solo por lo gráfico de los mismos, sino como empata hacia su protagonista, que nunca sabemos cuando disfruta o no cada momento.
Nocturama A priori La noche (2016), escrita, producida, dirigida y protagonizada por Edgardo Castro, sigue el derrotero de Martín, un cuarentón que deambula por las calles del barrio del Abasto, consumiendo cocaína y teniendo sexo casual con travestis y taxiboys, pero no es solo eso. Sino que detrás se esconde algo mucho más profundo: una melancólica soledad. Castro (o Martín) se sumerge en un tour nocturno que incluye desde sexo gay con taxiboys, ménage à trois con travestis, cocaína y alcohol al por mayor y hasta una escena de lluvia dorada. La puesta en escena es de una explicitud que juega con lo pornográfico pero a la vez dotada de una gran sensibilidad. Lo que parece festivo es todo lo contrario. Por qué Martín es un personaje sin rumbo, que no sabe muy bien lo que quiere y hace todas las cosas equivocadas para encontrarlo. En La noche hay dos tipos de escenas: en una, se sucumbe a la pulsión sexual; en la otra, se erra desahuciado sin saber muy bien qué. El personaje central es seguido por una nerviosa cámara en mano que registra todo con una genuinidad prácticamente documental. La imagen sucia y desprolija como el sonido directo son fundamentales en el realismo que se busca. Que La noche tenga sexo explícito, esté filmada como un documental, ponga al espectador en un lugar de incomodidad y lo interpele casi permanentemente frente algunos cuestionamientos morales habla de un director que decidió asumir riesgos estéticos y formales, algo ausente en el cine contemporáneo. Al final de este tour de force hay una escena que resignifica la nocturna odisea de Martín, revelando un secreto y dándole a la historia uno de los mejores finales que el cine argentino brindó en mucho tiempo. Por no decir el mejor.
Fue el film del que más se habló en Bafici, y con razón, porque la película de Edgardo Castro consigue, con una audacia y una libertad inhabituales, mostrar un mundo que late por debajo de este, cuando las luces se apagan y los negocios cierran. En telos y bares oscuros, travestis, taxy boys, prostitutas, homosexuales solitarios comparten encuentros en un viaje hacia el fin de la noche. Hay mucho sexo explícito, que no está allí porque sí: ni para provocar burgueses ni para decorar vacíos. Y drogas, insomnio, y alcohol. La Noche, de una honestidad brutal, construye con ese material un desolador relato de un hombre solo, de un mundo desesperado. De ahí, de esa gente rota, surge una poética sorprendente, hasta la emocionante escena final, que recuerda a alguna pintura de Edward Hopper, ese que retrataba gente sola, en bares vacíos, en el borde de la noche hacia el día. No será para cualquiera, pero es una gran película.
La gran sorpresa del cine argentino de 2016 llega a las salas después de un exitoso paso por el BAFICI. El filme dirigido y protagonizado por Castro se centra en la vida nocturna de un solitario y angustiado personaje a través de un submundo de sexo, boliches y drogas en una desesperada búsqueda de afecto y contacto humano. Como la película de Michelangelo Antonioni con la que comparte título, LA NOCHE de Castro es la crónica de una angustia, un cierto ennuicontemporáneo, pero con recursos formales muy diferentes –si no directamente opuestos– a los del maestro italiano y otra clase social como protagonista. Castro construye una épica cotidiana y nocturna de la vida de Martín, un ser solitario interpretado por él mismo que vive por la zona del Once y cuya principal actividad parece ser tener aventuras sexuales de todo tipo (con hombres, travestis, en tríos o grupos), consumir drogas (cocaína, preferentemente) y beber hasta regresar desmayado a su departamento casi todas las noches. No se lo ve trabajar, no se sabe nada de su pasado (no hay traumas ni abandonos visibles) ni se conoce mucho de su actualidad fuera de “la noche” a lo largo de los 135 minutos que dura el filme. Castro se filma a sí mismo en puro tiempo presente: los diálogos son todos ligados a acciones concretas, puntuales y al grano (conseguir droga, comprar una camisa, mirar a Fantino en la tele, pedir otra cerveza y así) y jamás hacen referencia a nada que esté fuera de cuadro. Es la crónica de una serie de noches –de una vida o de una etapa en la vida– de un tipo, su amiga travesti Guadalupe y algunos seres más (interpretados por actores no profesionales y “gente de la noche”, digamos) en algunas zonas porteñas no particularmente fashion. Castro no se anda con vueltas en su descripción de estas vidas en las que el sexo y las drogas son los ingredientes principales: nada se oculta ni se disimula pero tampoco se exhibe para la “explotación” o el escándalo. Es el retrato más sincero posible, casi documental, de lo que son esas noches largas, esas vidas tambaleantes, esos cuerpos imperfectos, ese devenir constante sin rumbo fijo. No se critica, no se juzga, no se celebra, ni se trata de escandalizar. Es lo que es, lo que hay, lo que se vive, lo que les pasa. Con John Cassavetes como referente principal –y cierto cine francés y europeo más sexualmente franco, pero lejos de cualquier aroma a Gaspar Noé–, Castro construye un relato crudo y duro pero casi nunca sórdido: hay momentos de celebración, ternura y belleza (el final es conmovedor) y muy pocos momentos donde se vive al borde del miedo o el peligro. La larga duración de cada secuencia –en su mayoría sexuales– sirve, a lo sumo, para dejar en el espectador la sensación de cierto hartazgo y repetición, una soledad que el personaje tapa con sexo que en muchos momentos parece más compulsivo que disfrutable. LA NOCHE podría claramente definirse como un tour de force personal –autoral y actoral– de Castro y de la otra estrella de la película que es Guadalupe (Dolores Guadalupe Olivares), la que finalmente resulta su gran (su única) compañera. Apoyándose entre sí en esos momentos de potencial crisis, los dos terminan constituyéndose en los Ratso y Joe Buck de esta versión hardcore y local de PERDIDOS EN LA NOCHE: se tienen el uno al otro y eso tal vez alcance para soportar la angustia y el frenesí de buscarle el sentido a este paso por el mundo.
Martín es un cuarentón que vive solo y se mantiene sin que sepamos cómo. Su día a día -más bien, noche a noche- no cambia tanto, siendo sus únicos objetivos encontrar un poco de sexo, droga y alcohol. La noche, protagonizada por su director Edgardo Castro narra la historia de un hombre que vive en la oscuridad -donde la decisión de una iluminación mínima e indispensable es un gran acierto. La cámara en mano e indecisa a la hora de hacer foco retrata a un protagonista que parece estar perdido en medio de su propia realidad. La vida solitaria de Martín implica pasatiempos donde priman las relaciones sexuales -imágenes explícitas y filmadas en largos planos secuencia- con hombres, mujeres y travestis y donde la satisfacción y el orgasmo parece ser lo único que no se muestra. Los excesos, en sus diversas formas formas, simulan ser un modo que estas personas encuentran para que los días transcurran con la mayor levedad posible. Todos ellos tienen algo en común: están solos y deambulan por la zona de Once y aledaños buscando algo sin saber bien qué. Los escenarios son hostiles: bares, clubes de striptease, boliches -sobre todo en el baño-, hoteles de alojamiento y otros de mala muerte. Todos los personajes comparten el mismo motivo: tener con quien compartir cocaína y soledad.
LA LARGA NOCHE DE TODOS ESTOS AÑOS 35035_43_lanoche02 Por Marcela Gamberini La noche es una película sobre el amor y la soledad, sobre los efectos de sentido y las clases sociales. En cuanto a su estructura es un melodrama. Un melodrama moderno, salvaje, conmovedor. No hay música en el sentido habitual; la música es el ruido de la ciudad que acompaña a los personajes en ese derrotero de angustia y necesidad del otro. Un hombre se despierta, come unos fideos fríos que saca de la heladera, fuma. Nada de lo que Castro filma queda fuera de campo; vemos el movimiento constante de esos cuerpos que (como se dijo en alguna oportunidad, remite al cine de John Cassavettes) impregna cada plano con un realismo intenso. Lo más real es lo que sucede entre esos cuerpos, esa energía que los conecta y, paradójicamente, los desconecta de la realidad circundante y de la realidad personal. Pero nada en La noche es irreal, sino más bien hiperreal. La película remite un poco al cine de Edgardo Cozarinsky, sobre todo a Ronda nocturna. Ese deambular incesante por los pliegues de una Buenos Aires fantasmática en una noche interminable que explota de soledad y de ausencias se vislumbraba en aquella película, que también retrataba la pobreza en las calles. La noche, Edgardo Castro, Argentina 2016 Los personajes van penetrando la narración como los miembros viriles penetran los cuerpos. El sexo es un modo de acercarse al otro, de extraerle sentido. Acompasadamente, la noche los invade, los acompaña. Es impactante el modo en que Edgardo Castro-director y protagonista- logra una película que carece de sordidez y de moralismo. Los excesos compensan las faltas; el exceso son los cuerpos, los ceniceros repletos de colillas, la merca que cae de una tarjeta y empolva el suelo. Esa desmesura (típica del melodrama) de la puesta en escena–realismo puro-es lo que queda después de haberlo sustraido todo o casi todo. La noche es un espiral donde esos personajes borrachos y pasados encuentran el día en la calle, en los umbrales y en las plazas, territorios que Castro filma como nadie. Los personajes son fantasmas urbanos. El presente es absoluto. Un presente que se define en la duración de los planos, donde se desgrana en acciones cotidianas y en escenas de sexo que empiezan una y otra vez, donde se conversa, donde se toma merca o cerveza. Cada noche es un eterno presente, un volver a empezar y el día siempre los sorprende después de noches largas y tambaleantes. Los bares, los billares, los privados, las calles, los hoteles componen el paisaje donde los personajes bailan su danza de soledad y emprenden con desesperación la búsqueda de afecto. Los interiores son tristes y descascarados como los del alma de esos trans, strippers, prostitutas y dealers. Las callecitas del Buenos Aires nocturno se vuelven extrañas. La pulsión de los espacios ilumina la película a través de una cartografía del abandono: el espacio marca límites y nos lleva a los extremos, la marginalidad y a un mundo casi desconocido. Una película que configura todo este universo como si se tratara de un exorcismo de las pulsiones: Eros y Tanathos cogen y se consumen mutuamente. Lo explícito en La noche no son las escenas sexuales, el sexo en estado puro, la genitalidad, las drogas, el alcohol; lo explícito es una clase desamparada que la película muestra con una claridad sorprendente. Por eso La noche es una película profundamente política; muestra aquello que otros ocultan, y lo muestra desde adentro, empapándose de sudor y semen. El mundo de los homosexuales, de los trans (increíble la actuación de Dolores Guadalupe Olivares, la entrañable Guada) y de las putas es visto por el director como si fuera un amoroso entomólogo, en primeros planos, casi palpables, y a la vez es visto desde adentro, se “siente” desde el interior de esa clase, “clase” en varios sentidos: social, económico y de género. Castro recrea un microuniverso que logra desmarcarse del denominador común de representación del homosexual amanerado y caricaturesco que funciona en el imaginario cultural. Este estereotipo esta anulado en La noche, donde sus personajes están vivos, sienten; se trata de personas, no personajes, que exploran, buscan, desean. Los cuerpos en primera persona que muestran el alma más que los genitales diagraman una coreografía ingrata y tangible, que en su hábitat nocturno, se palpan, se tocan, se atraviesan en un intento de alcanzar lo profundo, ahí donde reside el alma. Edgardo Castro registra los cuerpos tan de cerca, el propio y el ajeno, que nos invita a llevarnos la película (esa experiencia) en nuestros propios cuerpos, abandonando el pudor y la moral–sobre todo la moral burguesa. La secuencia final resignifica la película y la distancia se impone por primera vez. La cámara que durante toda la película está casi adherida al cuerpo, ahora, en esta escena final, toma distancia y Castro elige mirar desde una ventana, alejar la cámara para lograr a través de esa distancia, dialécticamente, un acercamiento profundo con el espectador y lo narrado. Ahí, en ese bar, esos dos personajes lograrán, al menos un rato (tal vez una noche, la del título, la larga noche de todos esos años) encontrarse y acompañarse, en una lágrima de ella, en un regalo de él, en las manos que se cruzan sobre la mesa Marcela Gamberini / Copyleft 2016
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
CRONICA DE UN HOMBRE SOLO No hay nada como recorrer la noche de una gran ciudad para comprender que estar rodeado de gente no necesariamente significa estar acompañado. En lo que representa su ópera primera como director, Edgardo Castro explora en La noche el camino de un héroe urbano contemporáneo: un hombre adulto homosexual en busca de afecto y compresión, pero por el trayecto equivocado, ya que todos los senderos lo conducen a la misma soledad de que la intenta huir. El protagonista es Martín, un hombre del cual no se conoce nada excepto su actividad nocturna en la city porteña. Esta ciudad es retratada por el director en su máxima expresión decadentista: un submundo dominado por las drogas, el sexo, los maltratos, la indiferencia y otros avatares que pueblan la cotidianidad actual. Este héroe venido a menos es acompañado en su trayecto por Guada, su amiga travesti, con quien no sólo comparte orgias, sino también charlas, paseos de compra, etcétera. Es interesante cómo desde la dirección y el tratamiento artístico, con sus provocativas escenas de felatios, sexo grupal y consumo de drogas, se provoca en el espectador un hastío a la sexualidad, ya que la misma no representa el goce sexual y erótico, sino una búsqueda compulsiva e inacabada de completitud, pues Martín termina sus noches con un retorno a su hogar en plena luz del día, descompuesto por el abuso de alcohol y cocaína. La marginalidad de este submundo decadente no sólo mora en las relaciones que se entablan entre los personajes, sino también en los distintos individuos que aparecen a lo largo del film: una travesti que mora en una piecita de pensión del Once; una stripper entrada en años que no puede ni bailar sólo desnudarse; adictos a la drogas que no ansían otro cosa más que consumir; o un taxi boy que denigra a sus clientes con una de las más crueles vejaciones. Del mismo modo, la marginalidad se halla en los lugares que visitan estos personajes: el barrio de Once, con sus pensiones destartaladas, llenas de humedad y abandono, los paseos de compras, los boliches improvisados en locales totalmente deshechos, entre otros. Como buen film nacional de corte independiente, La noche está repleto de los clichés más habituales de este género: el uso de cámara en mano, tomas de la nuca de los personajes -recurso explotado hasta el cansancio desde el inicio del cine moderno, recordemos los planos de la nuca de Jean Seberg en Sin aliento, de Gordard-, escenas de la vida nocturna bolichera (con el rico juego de luces que implica tal locación), planos secuencia y la utilización de sonido directo, que en este caso adquiere una rica acepción, ya que no se entiende de forma adecuada el diálogo entre el héroe y los distintos personajes con los que se va topando, lo que podría simbolizar la incomunicación que caracteriza las relaciones interpersonales en este mundo moderno, donde más que comunicarnos de manera más eficiente, en realidad nos conectamos menos con los otros. Con un relato crudo, directo y provocativo, La noche se presenta como un film que llama la atención, aunque que no presente nada nuevo. Sin embargo, la intriga que entretejen las distintas noches del protagonista, constituye un bello relato social de este mundo contemporáneo que, si bien es un tema muy tratado cinematográficamente, nunca está de más volver a abordarlo.
Empecemos por las pequeñas injurias que se le han adjudicado a La noche y que no son otra cosa que signos de perplejidad de quienes miran moralmente una experiencia que no entienden. El personaje que interpreta Edgardo Castro vive de noche y se acuesta con cualquier persona que esté dispuesta a hacerlo. En su mayoría son hombres, aunque también pueden sumarse travestis y mujeres. Al personaje se lo ha calificado de vicioso, a sus prácticas sexuales de asquerosas. La incontinencia verbal del moralista habla más de sí que del film. De más está decir que al guardián de las buenas costumbres le conviene esperar los estrenos navideños; el film de Castro fatigará su tolerancia. El personaje no es ni un vicioso ni un degenerado; no sabemos prácticamente nada de él y la dócil psicología no nos ayuda para poder descifrar su conducta; ningún relato antecede a las salidas nocturnas; de principio a fin el pasado está vedado. La falta de signos familiares incomoda, como también el hecho de no saber de qué vive ese hombre. Tiene un departamento discreto, puede pagar sus tragos, un hotel, un taxi y sus líneas de cocaína, pero no luce como un burgués sumido en la decadencia. La falta de un nombre y una historia no impide ver quién es o cómo es. En principio él es su cuerpo y este no miente. ¿Qué le pide su cuerpo? Una experiencia signada por la intensidad que solamente experimenta en presencia de otro cuerpo, de la que surge la poderosa evidencia de estar vivo. Castro sabía que solamente él podía interpretar ese papel. Estaba preparado porque conocía la experiencia de primera mano e intuía qué se necesitaba y qué había que poner en juego para que la ficción expresara una verdad. El relato de La noche no se define por su linealidad sino por momentos autónomos de gran intensidad. En este sentido la escena culminante está hacia el final: en un hotel Castro y otro hombre se toman su tiempo para ver si tienen sexo. Es una escena límite y también una prueba, lo que sucede ahí puede espantar, pero también sorprender. Tal vez sea demasiado decir que se trata de un bautismo, pero es indiscutible que la experiencia entre ellos tiene algo del religare propio del discurso religioso. El prejuicio impedirá desvíos interpretativos como el enunciado. Tal vez sea menos radical señalar la ostensible ternura del primer encuentro sexual del film. Las luces de neón ensombrecen las marcas en la piel del amante, pero Castro las nombra y las besa, un poco antes de practicarle sexo oral. Esa escena inscribe modestamente la ética del film. Entre esos dos hombres, que recién se conocen, existe una misteriosa fraternidad anímica, acaso una incandescencia espiritual que detiene fugazmente la desesperación. Entre los misteriosos encuentros con desconocidos, hay uno entre el protagonista y una travesti que evoluciona en un poderoso vínculo; a veces comparten experiencias sexuales, pero la indefinida sintonía entre él y ella es de otra naturaleza. Salen a hacer compras, se juntan a tomar una cerveza. La ternura de la celebrada escena final donde ellos dos se encuentran en un bar, y donde notamos un cambio en el registro, ya se anuncia en un pasaje precedente y menos elaborado de la primera escena sexual. Pero aquí la fraternidad anímica es diferente, pues ahora se perpetúa en el tiempo. Ellos saben que en la soledad de sus vidas están juntos. Ese plano general no resignifica, como se ha dicho en reiteradas ocasiones, lo que hemos visto hasta ahí; más bien confirma el punto de vista laborioso y no explícito que este director arriesgado y libre elige para filmar a los que viven (en) la noche. Es que La noche es una de las grandes películas jamás filmadas sobre el funcionamiento concreto de eso que los psicoanalista llaman el instinto de muerte. Paradójicamente, La noche es un film vital; al no revestir de supersticiones su confrontación con lo que opaca el deseo y la voluntad de vivir la verdad de un sujeto resplandece y cada fotograma transmite una partícula de un cuerpo vivo.
Llega al Malba una de las películas de las que más se habló especialmente durante el pasado BAFICI, donde formó parte de la competencia y donde no pasó para nada desapercibida. Protagonizada y dirigida por Edgardo Castro, La Noche es un relato oscuro y sórdido, pero emotivo al mismo tiempo, y siempre crudo y honesto. “Porque estoy cayendo cada vez más profundo, y volviéndome cada vez más oscura, buscando amor en todos los lugares equivocados”, canta Lana del Rey en una de las canciones más devastadoras y oscuras de su último álbum. Es el lamento de alguien que está solo y busca llenar vacíos, como sea, con lo que tenga, con lo que encuentre. La noche también lo es, un retrato intimista sobre un hombre de quien no sabemos demasiado (¿hasta qué punto es necesario saberlo?), ni de dónde viene, ni de qué trabaja, ni qué espera de la vida. Un hombre solo, que cae continuamente en las drogas y el sexo casual, muchas veces pago, incluso para “dormir abrazaditos”, como le pide al primero de los hombres con los que lo vemos buscar un momento que se parezca un poco a eso llamado intimidad. La noche supo convertirse en el centro de la polémica durante su exitoso paso por el BAFICI porque su protagonista y director no temió ser explícito con sus escenas de sexo, constantes y largas, pero quedarse con eso sería algo muy injusto. Más allá de lo innegablemente sexual del film, escenas de todo modo retratadas de un modo frío y mecánico, no sensual, donde por lo que vemos y cómo lo vemos no parecería que disfrutara precisamente, el film también tiene su dejo de ternura, sobre todo al retratar la amistad de su protagonista con Guada, un travesti que, como él, de noche por esas calles de Buenos Aires no vive, simplemente existe. Guada también tiene su historia, por eso la película no lo sigue exclusivamente a Edgardo, sino que por momentos la sigue a ella, ya sea para mostrarla llegando sola a su casa con una caja de pizza y sentándose a comer en el pequeño lugar donde vive. Y es con ellos dos que la película nos regala uno de los finales más bellos, aunque la terminen convirtiendo quizás en una película más conservadora de lo que uno esperaría. La ópera prima de Edgardo Castro tiene sus irregularidades, incluso en el modo de filmar se percibe cierto amateurismo, pero también mucha crudeza y corazón, una combinación que la convierten en una película que por su envoltorio sexual quizás nunca sea recibida como corresponde en los circuitos más comerciales, donde posiblemente sea catalogada más como obra pornográfica. Como sucede con todo, es muy fácil juzgarla por lo que uno ve en su superficie, pero La Noche es más profunda y honesta que eso. Es oscura, larga y dolorosa, pero también tiene un atisbo necesario de optimismo, aunque pequeño, aunque llegue al final (“La espera es la parte más difícil”, como cantan Tom Petty And The Heartbreakers), que hacen de La Noche una película muy conmovedora, de esas que movilizan cada célula.
EXCESOS BRUTALES La noche que describe Edgardo Castro presenta una sucesión de imágenes características de una parte marginal de la población de la capital federal que intenta calmar su soledad deambulando por los recovecos más oscuros de la ciudad. Una tras otra las imágenes que pone en pantalla son frescos en movimiento de situaciones cotidianas de habitantes taciturnos que sólo buscan un poco de alivio. En ese contexto, enmarcado en una zona geográfica muy específica de Buenos Aires como lo son los barrios de Once y Abasto, el protagonista de esta narración errante lleva al espectador tras sus pasos a recorrer, noche tras noche (es más de una noche porque se ven claramente más de dos amaneceres) los antros de lujuria que frecuenta, donde el alcohol, las drogas y el sexo son las recreaciones principales. Como descripción de un estado de situación y la representación (muy realista) de un sector social periférico, La noche, tal vez pueda pecar de hiperrealista. La construcción de la veracidad y la sensación de estar viviendo el tiempo real del filme está presente a través de la harto utilizada técnica del plano secuencia y la tan sobrevalorada “cámara espía” que parece habitar la escena sin ser vista. No digo que en sí sean recursos inapropiados sino más bien bastante repetitivos y hasta agobiantes. Además, el exceso de mostración (si es este el objetivo de tanta exuberancia representativa) provoca un tedio más cercano a lo desagradable que a lo narrativamente necesario para contar esta historia de bajos fondos. Lejos de una opinión moralista lo que intento comprender es la necesidad de ofrecer tanta cantidad de planos detalles de miembros reproductores masculinos cuando en realidad la sugerencia podría haber funcionado de manera más orgánica. Sin ánimos de ofender ni degradar el trabajo de nadie, pienso que La noche tiene un espíritu atractivo pero falla en la puesta en escena. La mayoría de las veces, menos es más. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
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