Creer o reventar En La pasión de Michelangelo (2012), Esteban Larraín (Alicia en el país, 2008) narra los sucesos que tuvieron como protagonista al “vidente de Peñablanca”. Con el debutante Sebastián Ayala y el veterano Patricio Contreras como protagonistas, el director se despacha con un film de suspenso que atrapa desde los primeros minutos. En la década del ochenta Chile se encontraba inmerso en una crisis económica debido a las políticas implementadas por el presidente de facto Augusto Pinochet. En medio de la convulsión popular, una noticia impactó y distrajo la atención durante algún tiempo. Un huérfano de 14 años se comunicaba con la Virgen María. El poblado de Peñablanca, donde cientos de habitantes de todo el territorio concurrían a las ceremonias en las que Miguel Ángel transmitía los mensajes celestiales, se convirtió en el centro del país. La Iglesia envió a un jesuita que atravesaba una profunda crisis de fe a investigar el extraño suceso. Con una buena dosis de suspenso, Larraín sigue los pasos de este cura interpretado por Patricio Contreras que en un principio estará en desacuerdo con llevar a cabo la investigación ya que su trabajo en la diócesis pasa por ayudar a la gente que tiene algún familiar detenido por la dictadura militar. Y, si bien los guionistas caen en un lugar común con su elección de que el jesuita atraviese una crisis de fe, la actuación de Contreras es tan convincente que hace que nos olvidemos de este tropiezo. El otro acierto del director es la elección de Sebastián Ayala como Miguel Ángel. El joven actor plasma el conflicto de este huérfano que de la noche a la mañana pasa a ser el habitante mas importante del país. Tanta importancia tomó el caso que el mismo gobierno de Pinochet lo utilizó para convencer a la gente de que el pueblo debía apoyar a la debilitada dictadura. Integrante de la nueva ola del cine chileno, Larraín demuestra un manejo muy bueno del suspenso a través de un montaje paralelo que nos guiará por todo el film. Y aunque el final es previsible, las actuaciones del elenco y la excelente música de Ricardo Santander hacen de La pasión de Michelangelo una muy buena opción para disfrutar de una película basada en un suceso del que no teníamos conocimiento por estos rumbos.
La Pasión de Michelangelo es una de esas películas que con una mayor producción seguramente impactaría bastante por su temática. Es una historia real que en su momento causó bastante revuelo en Chile y que ahora tranquilamente se puede usar a modo de denuncia sobre los falsos fenómenos religiosos y como algunas personas sacan provecho de ello. A priori, y si no se conoce del tema, parece que uno se encuentra -una vez más- ante un film que gira en torno de la dictadura militar (en este caso la de Pinochet) pero ni bien la historia avanza el espectador se va metiendo en ese misterio a través de la mirada del Padre Ruiz Tagle (Patricio Contreras), quien intenta desmentirlo pero que en el camino se encuentra algunas sorpresas. Ese es un acierto del director Esteban Larraín, uno de los exponentes de la llamada “nueva ola del cine chileno”. Con co-producción argentina, si bien la puesta en escena es un poco austera se aprovecha la locación en exteriores para recrear la época. En cuanto al reparto, el consagrado Patricio Contreras está bien en su papel pero el joven Sebastián Ayala se carga la película al hombro en el protagónico desarrollando varios matices en su personaje. Desde lo naif hasta lo cínico, pasando por el morbo y la controversia. Está última parte bien asistida en lo actoral por Anibal Reyna, quien su Padre Lucero encarna lo más polémico de la iglesia. En resumen, La Pasión de Michelangelo es una buena opción apara el que quiere ver algo diferente. Una muy interesante historia real trasladada al cine, pero con bajo presupuesto…
Creer o reventar Tras su multipremiada Alicia en el país, Esteban Larraín reconstruye aquí el caso real de un chico de 14 años (huérfano, iletrado) que en 1983 aseguró que podía ver y conectarse con la Virgen María (y, claro, hacer más de un milagro por su intermedio). Con sus estigmas a cuestas y su discurso demagógico y carismático cada vez más desarrollado, el muchacho, Miguel Angel, se convirtió en una celebridad pública y llamó la atención no sólo de miles de fieles ávidos de revelaciones que lo siguieron hasta el poblado de Peñablanca, cerca de Valparaíso, sino también de los medios de comunicación, de las autoridades militares en el poder y, claro, de las eclesiásticas. El film -que tiene un punto de vista algo confuso- está narrado desde la perspectiva del chico (interpretado por el debutante Sebastián Ayala), de la del padre Ruiz Tagle (Patricio Contreras), un jesuita que carga una larga crisis de fe enviado por la Iglesia al lugar para investigar el caso; y del párroco local, el cura Alcázar (Luis Alarcón), que de alguna manera lo protege, lo supervisa y lo manipula. Larraín apuesta por un relato coral (que no permite profundizar demasiado en la psicología de los protagonistas) en el que también aparecen un comunista (Luis Dubo) que vende merchandising de la Virgen, una mujer absolutamente convencida de los milagros en cuestión (Catalina Saavedra) y su escéptico marido (Roberto Farias), un fotógrafo que de alguna manera también queda inmerso en ese contradictorio contexto. El film tiene algunas lúcidas observaciones sobre el súbito ascenso a la fama (y, claro, sobre cómo “bajar es lo peor”), como si Miguel Angel se tratara de una estrella de rock efímera. También es interesante la veta documentalista (el director proviene de ese universo) para describir la urgencia y la descontención (y desorientación) de una sociedad reprimida y a la vez indignada en medio de la dictadura pinochetista, cuando las primeras protestas ya empezaban a aparecer. Pero el tema central, por supuesto, es el de la fe y sus múltiples ramificaciones (desde la sugestión hasta el fanatismo). La película contrapone -a veces de manera un poco obvia- la inocencia original del muchacho con sus desplantes, caprichos y actitudes despóticas una vez que es ungido en nuevo profeta. El film también expone -con algunos excesos melodramáticos subrayados para colmo por la música- la volatilidad y la crueldad de un entramado social siempre advenedizo y maleable. Aunque, como dice el dicho popular, “el que mucho abarca poco aprieta” (el despertar sexual es otro de los subtemas), La pasión de Michelangelo tiene unos cuantos momentos destacados y apuntes valiosos. No será una de esas joyitas que nos ha regalado el reciente cine chileno, pero es una propuesta bastante atendible.
El elegido La película chilena de Esteban Larraín es un retrato de la época oscura de su país, a partir del momento en el que Miguel Angel (Sebastián Ayala), un adolescente huérfano de 14 años, asegura que puede ver y hablar con la Virgen María. Este hecho rápidamente se transforma en un verdadero fenómeno social y la Iglesia decide envíar a un sacerdote jesuita (Patricio Contrearas) para investigar el caso. Ese es el punto de partida de La pasión de Michelangelo, un relato dramático narrado con aristas interesantes que siembran la duda en el espectador y juegan con la intriga cuando el cura (que atraviesa además su propia crisis de fe) trata de averiguar la verdad a manera de un detective con sotana. El relato despliega su cuestionamiento divino y las situaciones lideradas por Miguel Angel, ahora convertido en un verdadero líder al que siguen cientos de fieles y otros que desconfían más de la cuenta. Una congregación a la que asisten mujeres, hombres y niños (capaces de comer tierra si la Virgen así lo exige) y que tapan males aún mayores en un país sumido en la violencia militar. En ese sentido, la transformacóin del joven protagonista sirve como metáfora de un país en pleno cambio y lo hace con buenos recursos en un relato fluído que logra atrapar por la presencia de sus actores y por el clima general que impone la historia. Por momentos, recuerda a Marcelino pan y vino, una película española de la década del cincuenta que mostraba a un niño -criado por franciscanos- que hablaba con Dios. El final sembrará también desconcierto en el público y abrirá más interrogantes.
Los usos de la fe En el convulsionado Chile de principios de los ochenta, mientras Pinochet seguía en el gobierno, pero ya sin apoyo de la población, aparece un adolescente, Miguel Ángel Poblete, en un pequeño pueblo llamado Peñablanca, que dice poder comunicarse con la Virgen María. Como cada vez que surge un fenómeno así, la movilización de la gente se hace cada vez más notoria, y la Iglesia Católica envía a su “abogado del diablo” a investigar cuánto hay de cierto en este milagro. Patricio Contreras compone con su habitual talento al padre Tagle, ese sacerdote convocado a utilizar el escepticismo en cuestiones de fe, trabajo que con el tiempo lo ha alejado de ella. La película comienza con su llegada a Peñablanca, y el guión lo toma como eje principal para mostrar el fenómeno del “niño santo” (interpretado por Sebastián Ayala). Si bien la narración comienza algo lenta, pronto toma ritmo un ritmo más interesante, al abarcar no sólo la cuestión de la fe popular, sino también el uso político que un gobierno en decadencia hace de ella. Los intereses particulares de cada uno de los involucrados, con mayor o menor grado de inocencia, según sea el caso, se van presentando en una historia que va creciendo, como el fenómeno que relata. Esteban Larraín logra contar una historia verídica sin juzgar a los personajes, pero mostrando los entretelones de la trama gubernamental que quiere aprovecharse del joven y de todos los que depositan sus esperanzas en lo que él dice que ve. También consigue generar algo de intriga en la forma en que la presenta, dejando lugar a la pregunta acerca de qué es lo que realmente sucede con el muchacho, algo que termina atrapando al espectador. Un filme bien realizado, con buenas actuaciones, y una interesante reflexión sobre la política y la fe.
El cine chileno, que en más de una oportunidad fue reconocido a nivel mundial con títulos tan emblemáticos como, entre otros, Julio comienza en julio y La luna en el espejo, ambos de Silvio Caiozzi; El chacal de Nahueltoro , de Miguel Littin, o La frontera , de Ricardo Larraín, es, lamentablemente, poco estrenado en la Argentina. La pasión de Michelangelo -tras la premiada No , también de esa procedencia- viene, pues, a reparar en parte este olvido y a mostrar a Esteban Larraín como uno de los más jóvenes y promisorios realizadores del nuevo séptimo arte trasandino. Para su propósito, el realizador tomó una historia verídica ocurrida en un pequeño pueblo de aquel país durante los duros años de la dictadura de Augusto Pinochet. Hasta allí, y por órdenes de sus superiores, llega el padre Ruiz-Tagle, un jesuita que carga desde hace años una profunda crisis de fe, para investigar a Miguel Ángel, un adolescente huérfano que dice poder ver y hablar con la Virgen María. Rápidamente, el rostro sufriente del muchacho es reproducido en todos los medios y de inmediato cientos de miles de personas peregrinan hasta Peñablanca, el poblado en el que vive, para participar en ceremonias donde profecías, estigmas, levitaciones y curas milagrosas son parte de la rutina habitual. El sacerdote verá confrontadas sus certezas y sus dudas con algo que parece una manifestación divina. Por su parte, Miguel Ángel ha comenzado una drástica transformación pasando de un tímido adolescente a un caprichoso dictador que manipula el entorno a su favor. ¿Qué puede hacer ese sacerdote recién venido de la gran capital para esclarecer este misterio? ¿De qué manera podrá luchar contra varios pobladores que hacen pingües negocios vendiendo imágenes y estampas de la virgen a aquellos que caen arrodillados a los pies del joven? Las conversaciones entre éste y el cura no bastan para apaciguar ese entorno en el que enfermos y moribundos se arremolinan en torno de ese muchacho para que él les acaricie sus cabezas en procura de salud y bienestar. Los miembros de la Iglesia Católica prohíben, con la intención de apaciguar los ánimos, rendir culto a la virgen en Peñablanca y el gobierno deja al muchacho librado a su suerte. Sobre la base de un guión tenso, por momentos cálido, a veces intensamente dramático, el director logró un film en el que sus personajes y sus entornos hablan de una fe que se convierte en angustia para esos dos personajes que confrontan sus ideas y sus convicciones. Larraín logró, además, y con precisos toques de multitudes sedientas de esperanza, un entramado en el que ese Miguel Ángel, poderoso al principio, no puede evitar sufrir un derrumbe bíblico. Para apoyar este relato están aquí la impecable labor de Patricio Contreras como ese sacerdote inmerso en una problemática que se le escapa de las manos, y de Sebastián Ayala, un joven actor que supo ponerse con autoridad en la piel de alguien que cree estar signado para acercarse a la devoción divina. La fotografía y la música son otros precisos elementos de apoyo en esta producción que habla, sin duda, de un cine chileno que siempre busca impactar y sacudir al espectador.
Los usos políticos de la fe La utilización de la fe católica para tratar de disimular las protestas durante el gobierno de Augusto Pinochet en el Chile de 1983 es el tema que eligió el director Esteban Larraín para su segundo filme. En "La pasión de Michelángelo", Larraín partió de un hecho real ocurrido en su país. Es el caso de un adolescente, un "chico de la calle", conocido como Miguel Angel (Sebastián Ayala), quien en "Peñablanca", un pueblo del interior de Chile, incentivado por un anciano sacerdote de la iglesia del lugar, todos los días va hasta un campo cercano, en el que hay un pequeño altar y, cuando ve que llega la gente comienza a gritar que ve a la Virgen María. LA INVOCACION Después el muchacho se tira al suelo, levanta sus manos, mira hacia arriba y dice "ahí está!" -aludiendo a la Virgen- y comienza a mostrar algunos hilos de sangre que corren por su frente. La gente se enfervoriza e intenta acercarse al chico, tocarlo, con la esperanza de que les conceda un milagro. El fenómeno llega hasta la capital y el sacerdote Ruiz Tagle (Patricio Contreras) es enviado por el arzobispo a investigar qué ocurre con el muchacho. En "Peñablanca" Ruiz Tagle habla con la gente, con un periodista de la zona y saca la conclusión de que el fenómeno está armado, para distraer a la gente sobre lo que sucede en el resto del país. Poco después se entera que el chico es asesorado en su fe por otro sacerdote asignado por el gobierno para tal función, pero es muy poco lo que puede hacer Ruiz Tagle, porque ese despertar de la fe convirtió al pueblo en el centro de atención de los chilenos, además de incentivar el comercio en la zona. PLENA CRISIS Lo que sucede después tiene características trágicas, porque Miguel Angel se convierte en un enfermo mental que cree ver realmente María. Se trasviste para parecerse a ella y hasta se pone una peluca. Su situación empieza a ser preocupante para todos porque dudan ya del fenómeno y el muchacho deja de ser una noticia de primera página de los diarios. Esteban Larraín logra momentos de gran intensidad emocional y su tratamiento de un hecho de las características mencionadas, es el más acertado al mezclar elementos del policial político, con imágenes que parecen extraídas de un documental. Admirables son las actuaciones de Patricio Contreras y de Sebastián Ayala.
Scarface a la chilena Cuando uno escucha el nombre Michelangelo lo primero que se le viene a la mente (al menos a mi) es la tortuga pinja de color rojo ,esa que usaba los cuchillos. En un segundo termino me refiere al genial artista italiano que pinto la Capilla Sixtina. Ok,ninguno de los 2 es el prota de este film.El Miguel Angel del titulo(sublime Sebastian Ayala) es un pendex de la calle que vive en los 80′ en un pueblito shileno llamado Peñablanca y que “supuestamente” tiene visiones de la virgen Maria. Gracias a sus dotes “divinos” de a poco va volviéndose popular entre los pueblerinos,hasta que se transforma en una especie de “superstar”.Con todo lo que eso implica.A través de lo que dura el filme vemos como Miguelito , que también le gusta la bagget, pasa de ser un pibe humilde y sencillo a un chanta arrogante con ansias de poder.Como contraparte tenemos a un cura jesuita(genial Patricio Contreras) enviado por el Vaticano a investigar el caso, un tipo ateo ,quien no cree un carajo en aquellos “milagros”.Sin embargo,la interpretación de Ayala se come (entre otras cosas) la película a fuerza de carisma.Su personaje es tratado y desarrollado en su plenitud, llegando en ocasiones a ser una especie de “Cara Cortada” chileno, sofocado por la ambición y sobrepasado por su necesidad de ascender socialmente. Firme junto al Pueblo Supuestamente esta película dirigida por Esteban Larraín,esta basada en hechos reales. Supuestamente digo, porque es parte del imaginario cultural de los chilenos,nunca se supo si existió Miguelito. Todo ambientado en la época de la dictadura ochentosa de Pinochet.La cosa es que los milicos estos ven al pibe como una buena chance para distraer a la gente y no tienen mejor idea que construirle un altar para que realice sus milagros y lucrar con la fe de los incautos. La intervención del aparato gubernamental tampoco será de mucha ayuda para salvaguardar la probidad e inocencia del supuesto hijo de la Virgen, quien se irá deteriorando hasta el absurdo y lo grotesco, lo que le costará la fidelidad de sus seguidores más devotos, teniendo que recurrir a actos non sactos para mantenerse en la cúspide. ” Yo no entendí ,¿Sabían que asuntos internos les tendían una trampa?” Es obvia la intención o línea editorial de la película, de mostrar la responsabilidad del gobierno militar en el curro que fue Miguelito. Pero su desarrollo fue muy incompleto. Nadie pide que deshilvanen todo el misterio, ni que la película sea un documental. Pero quedaron bastantes dudas.Se centra más en el caso particular de Miguel, lo cual está muy bien,pero en cuanto a todo lo relativo a la conspiración militar y el rol de las autoridades, queda en nada, hizo falta profundizar más en ese aspecto. Conclusión No sera una obra de arte. Ni tampoco un film para mostrarle a una chica si la queres colocar un sabado a la noche. Sin embargo es un interesante retrato de un pibe callejero que se transforma en casi una santidad, para un pueblo necesitado desesperadamente de fe,en donde el terror y la muerte reales eran moneda corriente.
Inquieta drama casi buñuelesco Luis Buñuel la hubiera hecho de otro modo, pero también hubiera recomendado esta versión. Se trata de un interesante, incómodo e intenso drama psico-religioso basado en hechos reales: el caso de Miguel Angel Poblete, adolescente que en 1983 decía ver a la Virgen, congregando multitudes en las afueras de Peñablanca, un pueblito perdido no muy lejos de Santiago de Chile. El espectáculo que provocaba entre la gente crédula, el rédito que sacaban comerciantes y acaso también funcionarios, decidieron la condena de la Iglesia, cuya Conferencia Episcopal estaba enfrentada al gobierno militar. Pero ahí no terminó la historia. La película que ahora vemos revisa el asunto a través de diversos personajes: un cura jesuita enviado a investigar, el viejo cura párroco, crédulo pero no tonto, buscavidas ateos pero muy partícipes, sencillas pobladoras, untuosos señores que captan al "vidente" y le sugieren el texto de las "revelaciones", y el propio chico, de comportamiento ambiguo, que creció fascinado por la liturgia y perturbado por la carencia de una madre. Así se abre la posibilidad de diversas lecturas sobre los fenómenos religiosos populares de Sudamérica, el manejo de íconos y mensajes, la mecánica de investigación de la Iglesia, la fe de sus ministros, la sospecha de orquestación política (parte donde el guión peca de esquemático), la metáfora de una sociedad necesitada de ilusiones, la fe por encima de cualquier manejo o explicación, la naturaleza humana del supuesto mensajero. Ahí los autores realmente supieron analizar y exponer la psicología del personaje, y la última línea sobre el destino del auténtico Miguel Angel no es para cargar las tintas, sino para completar coherentemente su retrato. Por otra parte, lo que dice es cierto. Director, Esteban Larrain, de formación documentalista. Coguionista, el veterano José Román ("Valparaíso mi amor", "Ya no basta con rezar", donde la tenía más fácil, etcétera). Protagonistas, Patricio Contreras como el jesuita que, según sus mismas palabras, ya no ve "el rostro de Dios en la gente", el aún más veterano Aníbal Reyna, cuyo párroco confiesa en cierto momento que por amor a la Virgen ha "pecado de vanidad, orgullo y también lujuria" (aunque jamás haya tocado al "angelito", lo que hubiera sido un deleite para los anticlericales), y, por supuesto, el debutante Sebastián Ayala, a quien habrá que prestarle atención. No es una película perfecta, pero tiene fuerza y algo que decir.
Milagros en la dictadura Un caso real que sucedió a comienzos de la década del '80 y un régimen dictatorial que recibe los primeros rechazos con la gente en la calle. Un adolescente (Sebastián Ayala), acaso usado por el poder, que dice poder ver y hablar con la Virgen, y un cura (Patricio Contreras) peleado con la fe que es enviado al lugar del hecho con la intención de averiguar cuánto hay de verdad en aquello que transcurre en Peñablanca, en la región de Valparaíso. La pasión de Michelangelo habla de un país y de una dictadura como la de Pinochet, pero también expresa su opinión sobre los supuestos milagros de la fe, la manipulación de los medios, la exacerbación de la gente frente a tales acontecimientos. En uno de los segmentos más vivos aun hoy y también recordables de La Dolce Vita de Federico Fellini, el maestro italiano describía un tema semejante, al mostrar el desenfrenado pandemónium de un pueblo ansioso por la aparición de la Virgen, supuestamente observada por dos chicos. Allí, y en solo media hora, Fellini sintetizaba el carácter esperpéntico de la situación y los varios excesos de un hecho registrado por la prensa amarilla. El film de Larraín, más allá de sus bienvenidas intenciones, navega entre el contexto político y la historia del supuesto adolescente que conversa con la Virgen. Esa indecisión le juega en contra al film, amparándose en su mirada superficial y de mera cobertura periodística. Más aun, el tercer vértice de la trama, con Contreras encarnando al cura sin fe, termina convirtiéndose en el segmento más interesante de la film. Película de denuncia, válida por supuesto, pero nada más que eso.
La fe que transforma “Los caminos del Señor son misteriosos, padre”. En esa frase, que mezcla cinismo y devoción, se pinta a Miguel Angel, el vidente de Peñablanca (afueras de Valparaíso, Chile) que aseguraba recibir mensajes de la Virgen María allá por la década del ochenta. Basado en hechos reales (googleen Miguel Angel Poblete), este filme refleja a un país inmerso en un pozo, a espaldas de la delicada situación militar. El factor de distracción es el fenómeno de Peñablanca, pueblo que nadie conocía antes de la “aparición” de la Virgen sobre el cerro El Membrillar. Cuando ve en un libro a La Piedad, la famosa escultura de Miguel Angel Buonarrotti, su vida cambiará: de allí en más será Michelangelo. Desde ese momento se transformará, se la creerá y más si gente funcional a Pinochet le preguntan si “pueden cargarse” a unos muchachos que extorsionan al joven. El dice que sí. Ya no es el mismo, su media sonrisa maléfica muestra su otra cara: sabe que tiene un poder, el de influenciar a mucha gente (hasta los hace comer tierra). Nada divino, todo es terrenal. Acá no hay sangre en balde ni crucifixiones, sí estigmas (sólo en la frente). La película acierta en no ahondar en la situación política chilena y a los funcionarios se los ve como lúgubres personajes trajeados. Larraín muestra la evolución desde la leyenda milagrosa hasta el fraude, del negocio religiosos, hasta al fracaso y el olvido. No todos creen en Miguel Angel; el papel contemplativo del padre Ruiz Tagle (Patricio Contreras), un jesuita con una profunda crisis de fe, navegará entre el asombro y la sobriedad. Siempre se verá escéptico ante las, por ejemplo, misteriosas formaciones en las nubes similares a la estampa santa. No aconsejable para católicos fervorosos (el filme muestra al joven desnudo ataviado cual Virgen), su homosexualidad se cruza con la intolerante sociedad de entonces. Hablar en lenguas, lisiados que caminan, tullidos que sanan, un fenómeno del cual el gobierno militar sacó provecho hasta que no lo necesitaron más y abandonaron. Con su mitomanía a cuestas.
¿Farsante o auténtico milagrero? Huérfano de catorce años, vecino de pueblo chico, ¿es Miguel Angel un vivillo, un farsante, un muchacho deseoso de atención o quizá de poder, un títere en manos de titiriteros políticos, un chico con ganas de soltar las plumas en compañía de su grupo de amiguetes, un chivo expiatorio de la volubilidad popular o un verdadero milagrero? Basado en un suceso ocurrido en el Chile de Pinochet, el realizador Esteban Larraín (con antecedentes como documentalista y sin parentesco con sus colegas Ricardo y Pablo Larraín) parece no saber qué pensar frente a este enigma. Es difícil comprender cuando no se hace el esfuerzo, y La pasión de Michelangelo se contenta con simplemente describir una situación que se presta a las más variadas interpretaciones, generando interrogantes que jamás responderá. Se supone que el hecho sucedió a mediados de los años ’80. Hasta la Curia santiaguina llegan rumores de que en las afueras de un pueblito semidesértico llamado Peñablanca, un muchacho estaría comunicándose con la Virgen, produciendo milagros. El arzobispo encomienda al padre Tagle, jesuita en pleno estado de crisis de fe (Patricio Contreras), que se traslade a Peñablanca, para investigar qué está sucediendo. El padre Lucero, cura del lugar, no sólo ampara al muchacho (Sebastián Ayala), dándole casa y comida, sino que parecería ser el primer convertido al culto de Miguel Angel. Tanto como los vecinos de la zona, que suben cotidianamente a un montecito de las inmediaciones, donde el chico “reproduce” lo que la Virgen le dice (con el padre Lucero acercándole un micrófono), entra en éxtasis, habla eventualmente en un latín que ignora y padece estigmas que le producen visibles hemorragias. A medida que crece la fama de Miguel Angel y el embotado padre Tagle no produce ningún informe, la superioridad se preocupa y la dictadura hace llegar al lugar a un funcionario, que oculta su identidad. “Hay que tener fe en el gobierno”, ordenará poco más tarde la Virgen, por boca de Miguel Angel. Progresivamente el muchacho comienza a desbarrancar: se envuelve en capas, se comporta como una suerte de pequeño Liberace y distorsiona cada vez más los mandatos divinos, al punto de indicar a los creyentes que coman tierra. En el colmo del travestismo Miguel Angel se disfraza de virgen, peluca rubia incluida, y es el acabose. El padre Tagle contempla todo eso con un desconcierto que parecería también el del realizador. Larraín se limita a transcribir estos episodios con tal grado de abstención de todo punto de vista, que en la escena final se presencia lo que tiene toda la traza de ser un milagro por parte del muchacho, luego de que éste confesara en público que era todo una farsa. Con lo cual la de Miguel Angel termina siendo una fábula que no guarda en su centro un secreto, sino una simple yuxtaposición de sentidos intercambiables.
Basada en un hecho real, cuando arrecian en Chile las protestas antipinochetistas, la aparición de un adolescente vidente, que asegura recibir mensajes de Virgen, es utilizada por el poder. Un jesuita descreído logra frenar la maniobra pero ese chico queda a la deriva. El director Esteban Larrain realiza una profunda reflexión sobre el poder, en el chico, en la Iglesia, en el Estado. Buenas actuaciones de Patricio Contreras y Sebastián Ayala.
No apto para creyentes Muchas veces las películas se terminan malogrando por falta de concepto o malos finales. Un desenlace mal elaborado o al menos mal resuelto modifica en su conjunto el paquete presentado porque el moño es más importante que el envoltorio y en cine el envoltorio se ve antes que el contenido. Si de contenido se trata, lo primero que podemos afirmar es que La pasión de Michelángelo, segundo opus del chileno Esteban Larraín – no tiene parentesco con Pablo Larraín- transita por los carriles del cine político a partir de un hecho verídico acaecido en los años 80 en plena dictadura pinochetista, que tiene su epicentro en un pequeño pueblo, cerca de Valparaíso, protagonizado por un adolescente de 14 años, huérfano, quien aseguraba tener una conexión directa con la Virgen Maria, al hacerse portador de un don que le permitía comunicarse para dar cabida a sus mensajes. El vidente de Piedra blanca arrastró la concurrencia de miles de fieles, movilizó a los medios de comunicación que explotaron la noticia desde sus aristas religiosas, amarillistas y escapistas de una realidad atravesada por un clima social y político convulsionado, que rápidamente se ajustó a un contexto propicio para manipular desde las altas esferas del poder la relación intrínseca entre la fe y la esperanza cuando la necesidad de creer en tiempos difíciles es mucho más necesaria y redituable. La trama avanza por contraste de dos puntos de vista: el del cura vicario Ruiz Tagle (Patricio Contreras), quien es enviado por las autoridades eclesiásticas a investigar y corroborar el acontecimiento de señales milagrosas para oficializar el acontecimiento en el orden institucional y el punto de vista de Miguel Ángel (Sebastián Ayala), el muchacho que se ha convertido de la noche a la mañana en la sensación mediática y en el títere perfecto de la política para amansar las ovejas del rebaño, quien lejos de mostrarse humilde ante sus pares y la comunidad exhibe su vanidad y se rodea de oropeles y un séquito obediente desafiando a su autoridad. Todas las condiciones de un thriller religioso están servidas en bandeja teniendo presente la obviedad de un personaje con crisis de fe, a la sazón el jesuita Ruiz Tagle, en pleno trabajo de investigación ante las sospechas de fraude y engaño colectivo a manos de un falso profeta, con un trasfondo político que salpica tanto a la iglesia como al Estado y desde una mirada que no juzga y reflexiona el fenómeno pero que no logra despegarse del esquematismo y el estereotipo. Sin embargo , La pasión de Miguel Ángel comienza a trastabillar una vez que todas las cartas se exponen en la mesa y ya no queda mazo por repartir en la caprichosa dialéctica de las compensaciones para no tomar ninguna dirección y despejar la saludable ambigüedad que una película de estas características necesita para tener sentido y coherencia. Ese defecto, que hace a la esencia del film, estalla promediando el final y entonces todo aquel andamiaje revestido de cierta sutileza y prolijidad se desmorona y precipita al abismo de la mediocridad de una manera gratuita y realmente muy poco creíble para dar cuenta de ese recurso facilista paradójicamente llamado la máquina de Dios. Da toda la sensación de que el realizador chileno no supo separar la impronta emocional con la distancia y rigor racional para sumergirse en un terreno difícil como el de la fe y mucho menos alcanzó a sugerir, bajo su enfoque manifiestamente no religioso, alguna brecha que fuera lo suficientemente atractiva para dejar la semilla de la duda planteada en el espectador, sin ofender su creencia pero sí descreyendo de los modos en que puede manipularse a los creyentes, algo que resulta universal y no inherente a la idiosincrasia de un pueblo o nación.
Dos puntos son los más rescatables de éste filme chileno, del mismo director de “Alicia en el país” (2008), en primer lugar la recuperación del gran actor Patricio Contreras, no por su calidad interpretativa, que nunca estuvo en duda, sino por la complejidad del personaje que le toca construir y para el cual utiliza todos los recursos histriónicos necesarios, al mismo tiempo de hacer un uso económico de los mismos. Tanto es lo que puede manifestar con una mirada, un gesto facial, o una impronta corporal, que lo textual por momentos quedaría figurativamente sólo como refuerzo. Por otro lado la historia en sí misma es un hecho innegable, con un personaje real, sucedida en el país trasandino, en la cual un joven de 14 años, Miguel Ángel, comienza a transitar por las calles aludiendo estar comunicado con la Virgen María. Apadrinado por el cura del lugar, el Padre Alcázar (Luis Alarcón), el joven llegará a tener cierta influencia muy falaz, y por algún tiempo, sobre la gente del pueblo de Peñablanca, haciéndose extensivo a otras partes del país. Allí llega el Padre Ruiz Tagle (Patricio Contreras), un misionero enviado por la iglesia para corroborar o no los “milagros” que se van produciendo en ese lugar olvidado de Dios, sobre todo en la época en que la dictadura de Pinochet aparecía estar afirmada. Entre las vicisitudes mismas de un hombre de fe, cuya credulidad va decreciendo, y la manipulación que del muchacho hace el cura del lugar, induce a la criatura a que intente despegarse del yugo eclesiástico y transitar solo con un afán meramente lucrativo, con la presencia de los oportunistas que ven en el hecho un gran negocio, como un otrora comunista vendiendo imágenes de la Virgen, o el fotógrafo gráfico desempleado que registro unas nubes en el cielo con supuesta imagen de la Virgen, pasando por los fanáticos de la fe sugestionados por una verdad improbable, tal cual la esposa de éste último, personificada, otra vez de manera increíble, por Catalina Saavedra, la misma que este año viéramos en “La Nana”. El problema principal del filme radica en su estructura y en la actuación del que debería ser el personaje principal de Michelangelo, encarado por el debutante Sebastián Ayala, el que es fagocitado, desde lo actoral, por los nombrados anteriormente. Desde las cuestiones técnicas, la fotografía realista refuerza el texto, pero la producción tiene entre sus puntos bastante bajo el diseño de sonido y, principalmente, la música que por momentos se torna intolerable, por lo empalagosa más que por lo empática. Asimismo afecta a la narración el utilizar demasiado tiempo para describir los hechos que involucran el ascenso del personaje, repitiendo excesivamente actos y palabras que redundan y no brindan nueva información, por lo que el relato se vuelve un tanto moroso, hasta que aparece el ultimo punto de quiebre y todo el desenlace se precipita terminando por estar mal construido. Ello le quita verosimilitud, siendo verídico. Tanto que no sólo la cantidad de personajes que circulan, sino también los temas que va presentando o insinuando, carecen del desarrollo apropiado, como el abuso de menores en el seno de la iglesia, los avasallamientos de la dictadura, o el empobrecimiento del pueblo. No es de lo mejor que haya llegado desde nuestros vecinos, pero se deja ver.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Los huérfanos de la fe La nueva película de Esteban Larraín reconstruye una ocurrida durante la dictadura pinochetista en un pueblo chileno, donde un joven decía tener línea directa con la Virgen María. ¿Opio nacional? ¿Fraude político teológico? ¿Un caso clínico? ¿Psicopatología de masas? La pasión de Michelangelo, la segunda película de ficción de Esteban Larraín reconstruye un evento cultural y políticamente clave a principios de la década del '80, después de unos 10 años de Pinochet. ¿Qué tiene que ver la Virgen María con una dictadura impía? Si bien 'desaparecido' es una palabra precisa para sintetizar el régimen de Pinochet, La pasión de Michelangelo gira en torno al concepto inverso. Se trata de la aparición en los cielos de Peñablanca, no muy lejos de Valparaíso, de la madre de Dios. Un joven llamado Miguel Ángel Poblete parecía tener línea directa con la entidad celestial: la escuchaba, podía verla materializada en las nubes, curaba en su nombre, sangraba por ella y hasta podía interpretar mensajes sin muchos matices ni vueltas: "Recemos por el presidente; confiemos en él", decía en nombre de la Virgen. Como si la razón fuera un instrumento de la fe, será el padre Modesto (sólido trabajo de Patricio Contreras) el encargado de verificar si se trata de una superchería o de un signo vertical que confirma la existencia de una realidad suprasensible. Mientras intenta descifrar si el joven es un demente, un títere del poder o un mediador entre dos reinos, los locales viven una fiesta: su pueblo perdido se ha convertido en tema nacional, más importante incluso que las primeras protestas contra el régimen, que han dejado en Santiago muertos, heridos y detenidos. El tema es fascinante, y el punto de vista de Larraín, no del todo ajustado, asume un principio de caridad interpretativa tamizado por un humanismo a secas: el padre Modesto, que llega a desmontar el fenómeno religioso, sentirá una verdadera compasión cuando la Iglesia le baje el pulgar a Miguel Ángel y la institución castrense lo abandone a la ira de los feligreses. La inesperada conversión de un periodista ateo por un presunto milagro y la curación prodigiosa de un creyente dejarán lugar a la duda en favor de Miguel Ángel. A Larraín le faltó fe en sus imágenes. La música omnipresente y algunos parlamentos muy esquemáticos socavan la iconografía del filme y su ambivalencia simbólica. El modelo narrativo no está lejos de asemejarse a una historieta de una clase de catequesis sobre la herejía. Pero la sustancia del filme neutraliza por momentos sus yerros y es suficiente para sugerir que la orfandad de su protagonista no es mayor que la de un pueblo desesperado. Y no estaría nada mal una película sobre cómo Miguel Ángel se transformó en Karol Romanoff, una religiosa transexual y líder de los Apóstoles de los Últimos Tiempos, que murió en el 2007. Para Miguel Ángel, la vida siempre estuvo en otra parte.