Peleando por un sueño Con La pelea de mi vida (2012), el director Jorge Nisco reproduce las fórmulas del medio que más que conoce: la televisión. El guión por su parte es flojo y las escenas monótonas y obvias. Sólo aquellas dedicadas a las peleas parecen adquirir algo de ritmo y se lucen un poco más, pues el resto deja mucho que desear. La línea melodramática es cursi y moralista, y cuando busca la comicidad lo hace sin gracia alguna. En cuanto a la incorporación del 3D no sólo que no se justifica sino que podría haberse evitado. Alejandro Ferraro (Mariano Martínez) es un boxeador que vuelve a Argentina luego de diez años. Al parecer, decide irse del país sólo y en secreto, tras una pelea deshonrosa para su carrera. Al regresar comprende que muchas cosas cambiaron, pero su mayor sorpresa será descubrir que tiene un hijo de diez años, y que la madre del niño, su antigua novia, falleció hace cinco. Se lleva una gran desilusión cuando se entera que el padrastro del pequeño es Bruno Molina (Federico Amador), su enemigo número uno en el ring y el campeón mundial de Boxeo. La pelea de su vida será entonces recuperar su honor y conseguir el amor del niño. La película de Jorge Nisco debería comenzar con una leyenda que dijese “cualquier coincidencia con hechos televisivos no es pura coincidencia”, porque claro está que desde el personaje de Martínez hasta el mismo argumento del film mantienen obvias similitudes con algunas tiras de ficción de Polka, como “Campeones de la vida” y la actual “Sos mi hombre”. Las similitudes no son malas per se, pero si se hacen deberían lograr alguna innovación que las aleje de sus originales. Se entiende que el film apunta a un público televisivo, cuyas expectativas no sean amplias y deseen ver un producto sin demasiadas pretensiones argumentales (e incluso con los famosos e inapropiados “chivos”). Aunque esto signifique muchas veces una clara subestimación al espectador. Las frases donde el box y la vida se comparan se suceden una tras otra como si nadie entendiese que se trata de un film de segundas oportunidades (“el box es como la vida: muchas veces te deja contra las cuerdas pero hay que seguir peleando” aconseja Rolo- Emilio Disi-, entrenador de Alex a su protegido). Las escenas “sentimentales” o con moraleja llegan a un punto exasperante. La emoción que se intenta mostrar a través de la historia del padre y del hijo no está mal, pero como no se buscan nuevas maneras de conmover, o imágenes que hablen más que las palabras, todo resulta conocido, previsible, sin vuelo. EL ansiado final del film podría ser lo que más ayude a la película, pero el clímax que debería lograrse ni siquiera es tal y se diluyen las intenciones. En pocas palabras digamos que, en el boxeo como en el cine, hay que buscar el knock out.
Un campeón en problemas Producto pensado para el público familiar a partir de una historia que combina los toques de acción con las dosis de emoción que requiere este tipo de propuestas. El film comienza en Medellín, Colombia, donde Alex (Mariano Martínez) un boxeador debe escapar de las garras de un marido enfurecido, para luego trasladarse a Buenos Aires. En la ciudad se reencuentra con quienes había abandonado años atrás: su entrenador (Emilio Disi), sus compañeros y también conoce a un hijo de ocho años - que vaya casualidad- está al cuidado de Bruno (Federico Amador), el actual campeón del mundo y rival del protagonista. Filmada en 3D, y a excepción del escape del inicio con sillas que vuelan hacia cámara, el uso de este formato se ve poco aprovechado incluso en las escenas que se desarrollan sobre el cuadrilátero. La trama contrasta dos mundos diferentes (el pobre y bueno vs. el rico y altivo) y coloca en primera plano la historia del niño que debe ser reconquistado por su padre biológico. Previsible. lacrimógena, ingenua y entretenida en su desarrollo, La pelea de mi vida sabe donde golpear al espectador en este amplio muestrario que incluye además las virtudes turísticas de Tigre. Mariano Martínez se convierte en el luchador arriba y abajo del ring en esta película armada para su lucimiento, bajo la batuta de Jorge Nisco, el mismo de Comodines y High School Musical: El Desafío.
Una película con formato de programa Protagonizado por Mariano Martínez, el filme tiene una fuerte referencia televisiva. Producida por Argentina Sono Film y Telefe, La pelea de mi vida no es más que un vehículo para llevar al cine la estética y la lógica de los productos televisivos que hoy dominan el prime time . Ni los actores, ni el guionista Jorge Maestro, ni el director Jorge Nisco pretenden mucho más que proyectar en una pantalla grande, en una sala oscura, un programa de televisión de 95 minutos. El 3D es anecdótico, como ocurre con casi todas las películas en 3D, incluso con las que vienen de Estados Unidos: apenas un relieve en la imagen que no justifica la incomodidad de tener que usar lentes durante toda la película. Pero dentro de esa autoimpuesta limitación, la película se beneficia con su sencillez, concisión y falta de pretensiones. Mariano Martínez es Alex, un boxeador que huye del país humillado por haber sido descalificado en una pelea, dejando atrás a su novia sin saber que está embarazada. Años después vuelve y descubre que tiene un hijo de 8 años, Juani (Alejandro Porro), que está siendo criado por Bruno (Federico Amador), porque su ex novia murió. Bruno también es boxeador, campeón del mundo y se está por casar con Isabel (Agustina Lecouna). En el medio también está Belén (Lali Espósito), niñera de Juani, que aportará interés romántico al personaje de Martínez. La historia dista mucho de ser original. Hoy mismo puede verse en televisión Sos mi hombre , sobre un boxeador que cría solo a su hijo. Pero de la misma manera que los productores no buscan más que trasladar a la pantalla la lógica televisiva, tampoco persiguen otro objetivo que el de captar a ese mismo público con fórmulas probadas y el magnetismo de las estrellas. Si les alcanzará o no con esto, es cuestión de esperar y ver. Hay un par de cosas que se destacan por sobre la medianía. Por un lado, el buen trabajo de Alejandro Porro, el chico que se disputan los antagonistas. No es usual ver buenos actores infantiles y él cumple su papel superando las expectativas y con una frescura superior a la de los protagonistas. Por el otro, Lecouna, especialista en componer chetas caprichosas. Quizás de haber aprovechado más a actores secundarios como Lecouna o Emilio Disi -desperdiciado como el entrenador de Martínez-, tal vez si Nisco se hubiera esmerado más en las escenas de boxeo, a las que les falta épica y sudor, La pelea de... habría sido algo más que una típica película televisiva sin mucho más futuro que el de la taquilla inmediata.
Como un culebrón mal construido Paradojas del cine argentino: una película que se promociona con la "novedad" de la tecnología 3D parece atrasar varias décadas en su propuesta. Con estructura dramática, diálogos y actuaciones dignas de un subproducto televisivo, La pelea de mi vida luce como un culebrón mal construido. Todo un despropósito cuando la TV local ha alcanzado un gran nivel en no pocas de sus ficciones recientes (incluso el guionista Jorge Maestro y el director Jorge Nisco, contratados para este film, han dado muestras de esa capacidad y jerarquía). La pelea de mi vida tiene muchos (demasiados) puntos en común con Gigantes de acero, la reciente película en la que Hugh Jackman luchaba por recuperar el amor de un hijo al que había abandonado. Si ya Gigantes de acero era una vuelta de tuerca del espíritu de la saga de Rocky, aquí estamos ante un nuevo reciclaje, pero de segunda generación. En esta oportunidad, es Alejandro Ferraro (Mariano Martínez) quien regresa de un exilio autoimpuesto en Colombia (a los pocos minutos nos enteraremos de que huyó del país luego de un bochornoso combate); vuelve al gimnasio de su viejo maestro (Emilio Disi), se entera de que ha tenido un hijo que ahora vive bajo la tutela del campeón del mundo de su categoría (Federico Amador) -a quien obviamente terminará enfrentando-, y se enamorará de la bella niñera del chico (Lali Espósito). El problema no es que esa breve sinopsis contenga demasiados lugares comunes porque podríamos estar ante una película que trabajara sobre clisés y estereotipos para reírse de ellos, para reelaborarlos, para potenciarlos con fines irónicos, paródicos o de fuerte impacto sentimental. Pero no. La pelea de mi vida cae en los lugares comunes más rancios con los peores recursos. No hay aquí gracia, fluidez, carisma ni inteligencia. Apenas cierto profesionalismo técnico, aunque el uso del 3D ni siquiera está del todo aprovechado para lograr espectacularidad o profundidad de campo, sino más bien como "chiche nuevo" (las gotas de sudor que vuelan sobre el lente de la cámara, el guante del boxeador que invade la visión del espectador). Demasiado poco para una película que, por el esfuerzo de su producción y por la popularidad de sus protagonistas, merecía otro resultado final.
Un niño con más de un padre El filme no aporta novedades, se mueve dentro de los clásicos parámetros del género y tiene buen ritmo. Todo transcurre como era previsible y los admiradores de los juveniles intérpretes no aspiran a nada mejor. Junto con ellos, están veteranos como Emilio Disi y Mauricio Dayub, el exitoso "fóbico" de la obra de teatro "Toc toc". Precisamente porque el boxeo le dio mucho, aquella derrota en el cuadrilátero aceleró el exilio de Alejandro Ferraro (Mariano Martínez). Lo que no pudo imaginar es que Belén (Lali Espósito), la mujer que dejó iba a tener un hijo suyo, que él no conocería hasta este momento, cuando vuelve con todas las ganas de ser lo que no fue. Juani (Alejandro Porro) todavía no se enteró que tiene dos papás y los dos boxeadores; uno, el que recién conoce; otro, su padrastro, Bruno Molina (Federico Amador), campeón mundial en la categoría medianos. Los ocho años de Juani, aunque es muy despierto a pesar de su edad, ignoran muchas cosas. Sin embargo, la intuición le va a decir algo que no sabe. El desafío final será entre los dos hombres, sobre un cuadrilátero y con guantes de box. Alguien tendrá que ganar. FIGURAS POPULARES "La pelea de mi vida" es la clásica comedia romántica interpretada por figuras populares. Jorge Nisco, el director de "High School Musical: El desafío" y "Comodines", dirige con mano segura a figuras conocidas de la televisión como Mariano Martínez, que ya tuvo su debut en la película "El faro" de Eduardo Mignona, pero viene de poderosos éxitos televisivos como "Valientes", o "Son amores", desde sus inicios hace más de diecisiete años. En cuanto a Federico Amador, también es muy seguido por el público de televisión ("El elegido"). En cuanto a la joven Lali Espósito, interpreta a Belén, quien cuida al pequeño Juani, mientras su multimillonario padre entrena. El filme no aporta novedades, se mueve dentro de los clásicos parámetros del género y tiene buen ritmo. Todo transcurre como era previsible y los admiradores de los juveniles intérpretes no aspiran a nada mejor. Junto con ellos, están veteranos como Emilio Disi y Mauricio Dayub, el exitoso "fóbico" de la obra de teatro "Toc toc".
Pectorales en 3D La historia comienza con Alejandro Ferraro (Mariano Martinez) viviendo y boxeando en Colombia, ya que abandonó Argentina hace casi 10 años, luego de haber sido descalificado en una pelea, dejando carrera, amigos y novia atrás. Luego de un incidente se ve forzado a dejar Colombia y volver a su país. A su regreso, tiene un lacrimógeno y emotivo encuentro con sus amigos y entrenadores de toda la vida. Reencontrándose con su pasado, se entera de que su novia murió hace años, y que tuvieron un hijo, Juani (Alejandro Porro) que vive con su padrastro Bruno Molina (Federico Amador) quien también es boxeador, y campeón de la categoría medianos. El único papá que Juani conoció es Bruno, y así lo trata; ambos se adoran, hasta que Alejandro entra como puede en la vida de su hijo, se hace su amigo, con la pretención de ganar su lugar como padre. Entonces ambos boxeadores tienen algo más por qué pelear, además del título. Juani se convierte en el objetivo y sostén de Alex, quien encuentra en su paternidad la razón para volver a pelear, y encaminar su carrera, de tal modo que en muy poco tiempo logra retar a Bruno por el título mundial. La historia es tan melosa como conocida, y la hemos visto varias veces en películas, telefilms, y novelas enlatadas. Todos los protagonistas son lindos, los hombres tienen biceps lustrosos, y las mujeres están siempre espléndidas, como por ejemplo Belén (Lali Espósito) quien siendo la niñera del pequeño, jamás abandona los vestidos y los tacos altísimos, muy prácticos para cuidar chicos. La película fluye, técnicamente está muy bien filmada, cada cosa está en su lugar, y el 3D le agrega más emoción a las peleas. Visualmente utilizaron todos los recursos posibles para crear un mundo ficticio, donde los únicos problemas son emotivos y fuera de eso el mundo es un lugar precioso, con hermosas y cuidadas escenografías, todo es lindo y prolijo hasta el hartazgo, las casas, los gimnasios, los colegios y hasta las comisarías. Las actuaciones son funcionales a este tipo de películas, bastante estereotipadas, el manager inescrupuloso, el entrenador que es como un padre, la madrastra superficial, la niñera buena, el campeón que parece duro pero en el fondo es un padre sensible, y el heróico protagonista que todo lo puede. A una historia conocida y sensiblera, se le suman recursos estéticos y técnicos, como el 3D, lo que la hace más ágil y atractiva, pero no compensa un guión que no tiene nada nuevo para ofrecer.
La técnica del 3D le permite al director, Jorge Nisco, lucirse en las escenas de las peleas, hechas con mucho cuidado. El nivel de esas escenas contrasta con la historia simple y televisiva de un niño que se debate entre el padre del corazón y el biológico. Se nota demasiado la intención de apuntar a la emoción. Mariano Martínez y Federico Amador se lucen, para bien de sus admiradoras.
Un producto televisivo en pantalla grande. Chato, sin vuelo, sin pretensiones, sin segundas lecturas y sobre todo predecible y obvio. (Nota del autor: En honor a Mariano Martínez y su personaje, esta nota no contara con “s” finales.) Esto ya lo vi La pelea de mi vida relata la historia de un boxeador, Alex (Mariano Martínez), que tras meter la pata en su carrera recién iniciada, se autoexilia en Colombia donde tra’ die’ año’ de estadía y otras macanas’ ma’, volverá a la Argentina. Una vez aquí, descubrirá no sólo que su antigua novia murió hace 5 año’, si no que adema’ tuvo un hijo con ella. Ella se casó con su archienemigo, boxeador también, quien crió a su hijo biológico como si fuera propio.Cualquier similitud con otra’ mil historia’, es completamente a propósito. Al enterarse de todo, Alex buscara por todo’ los medio’ darse a conocer a su hijo para ganarse su corazón. No sin ante’ volver al Boxeo, enamorar a la niñera de su hijo y ganarle el título mundial a su archienemigo, en una escena semi-climatica. Podría terminar aquí la review tranquilamente, pero no. Voy a ahondar un poco en esta película. Por ahí los convenzo de que no la vayan a ver. 3D unidimensional Jorge Nisco dirige esta película filmada en 3D completamente sin razón aparente. Ninguna escena justifica su 3D, NINGUNA. No tiene sentido que sea 3D. No hay cosa’ volando a cámara, no hay elemento’ acercándose a la cámara, y el único momento que se podría haber explotado para tal “maravilla técnica”, no se aprovecha. Si bien lo’ boxeadore’ tiran vario’ puñetazo’ a la cámara, cosa que podría haberle venido bien al 3D, dicho’ puñetazo’ salen de foco. Si, así de amateur como lo leen. ¿Cómo hacer sobresaltar en 3D algo fuera de foco? ¡IMPOSIBLE! Por otro lado la historia en sí carece de vuelo. La obviedad y el lugar común están a la orden del día. Les comento la siguiente escena: Alex (Martínez) vuelve al gimnasio, Emilio Disi, su coach de toda la vida lo espera, y tras decirle alguna’ cosa’, le devuelve la llave del locker. Adivinamos por la escena una relación paternal. Pero no! No alcanza! Entonce’ Martínez le dice a Disi “Usted siempre fue como un padre para mí”. Perfecto, si teniamo’ duda’, ya esta! Ya entendimo’. Pero no! Hay ma’! Disi le responde a Martínez “Y vos sos como un hijo para mí”. En ese nivel de obviedad y repetición nos vamo’ a manejar TODA LA PELICULA. La’ accione’ son mostrada’ en primer plano y luego son explicada’ al meno’ 3 vece’. Claro, ese es el lenguaje televisivo novelero. Chispa’ Sin embargo, hay que decir que al menos la película se ve bien y la sobre exposición de Osvaldo Principi (invitado obligado en una peli de boxeo de factura argenta) está bien. Federico Amador compone al villano o a veces no tan villano, dependiendo de cada escena, del ánimo del director o no sé de qué. La trama cae en lo’ lugare’ comune’ de el pobre vs el rico. Pero a la vez se cuida de no dejar tan mal parado al rico y reivindicarlo. Se explora un poco el tema de la’ segunda’ oportunidade’, pero también se elogia a lo’ que hicieron bien la’ cosa’ la primera vez. También se aborda la temática de la responsabilidad en ambos padre’. Lo’ cuale’ resultan ser excelente’ ambo’. En una palabra, si me apuran un poco, casi le’ diría que NO HAY CONFLICTO. El padre adoptivo del muchacho es un copado y le da todo. Y el biológico, también. Listo se acabo! Definamo’ que finde’ lo ve cada uno, y listo! No hay conflicto! Mariano Martínez compone a Alex y a esta altura no sé si su falta de “s” finale’ se debe a dicha construcción o no. Será que nunca lo vi hacer de Lord Ingle’, o de no se… profesor, ehm… maestro, padre de familia, no se cualquier personaje con un poco mas de lectura que el suple deportivo. Entonce’ por eso no sé hasta que punto construye bien, o no. CONCLUSION La Pelea De Mi Vida falla en mucho’ punto’, orientada a un público netamente infantil y masculino, (aunque no tanto, es Apta para mayore’ de 13) y cae en todo’ lo’ lugare’ comune’ que ya les conté. Le explica todo al espectador, y lo deja catatónico mirando lo que transcurre en la pantalla, aunque mucho no pasa. Película olvidable y ma’ que anecdótica se la mire por donde se la mire. Y ya que venimo’ obvio’ y predecible’, vamo’ a decir, que esta película pierde por Knock Out pero casi sin dar pelea, e’ ma’, esta’ cosa’ pasan por pelear fuera de la categoría. Esto es Cine, no es TV.
Pasatiempo que pudo ser un buen melodrama Con mayor pulido, esta historia daba para buen melodrama deportivo, en la línea de «El campeón», donde un boxeador arruinado lucha por el cariño de su hijo, y su tenencia, ya que la ex tiene buena estabilidad económica. La hizo King Vidor, con Wallace Beery y Jackie Cooper, acá la adaptó Torres Ríos al fútbol en «El hijo del crack», con Armando Bo y Oscar Rovito, y después Franco Zeffirelli la devolvió al box y la puso en la cima, de nuevo como «El campeón», con Jon Voight y Ricky Schroder. Aquí hay algunos puntos de contacto con la de Zeffirelli, que pudieron ser más, sin ningún problema. Y hay puntos donde «La pelea de mi vida» aporta actualización. Porque aquí, dato interesante, el boxeador en decadencia no enfrenta la amenaza de una ex con mayor estabilidad económica, sino la de un colega triunfador, a quien el niño considera su verdadero padre. El fue quien lo crió, cuando el otro se había mandado mudar, sin saber que dejaba una novia embarazada. Ambos púgiles se aborrecen desde hace años, tienen ganas de sacarse el odio a las piñas, pero algún día deberán compartir el amor de esa misma persona, el hijo de ambos. Lo dicho, esta historia daba para buen melodrama deportivo, y encima con un punto de vista actualizado. Desgraciadamente, el libreto cae en vicios de superficialidad y esquematismo tales que no hace llorar, ni sufrir, ni tampoco es comedia. Es sólo un pasatiempo de peleas y cariño. Pero ese pasatiempo puede tener un público seguro, ya que su elenco, sus vueltas argumentales, los diálogos y las reacciones de los personajes, la luz, la futura madrastra flaca, estirada y mandona (a cargo de la clásica mala Agustina Lecuona), hacen pensar en un consumidor televisivo. Que no podrá esperar a ver la película en su casa, porque está hecha en 3D. En cierto sentido, esta obra anticipa la televisión del futuro, cuando el 3D esté en todos los hogares. En fin. Bastante bien hechas las peleas, donde Mariano Martínez y Federico Amador lucen su buena preparación, bien aprovechado el recurso del relieve (renglón aparte, los labios de Lali Esposito, aunque aparezcan en medio de un plano general), bien promocionado el sistema de televigilancia del Tigre, y oportunos los relatos de Osvaldo Principi. Guión de Jorge Maestro, dirección de Jorge Nisco, el hombre indicado para ganar esta pelea.
Una cosa que hay que tener en cuenta cuando uno entra a ver una película cuyo eje temático es el boxeo es que Rocky Balboa hay uno solo y no es argentino. Por ello no hay que buscarle épica ni una banda sonora que perdurará por generaciones, más aún en esta producción nacional. Sin embargo, La pelea de mi vida tiene otros puntos para destacar (pero muchos para criticar). Lo primero que se puede observar a simple vista es que su fotografía y edición son de un programa televisivo digno de una producción de Adrián Suar. De hecho el director Jorge Nisco (Comodines, High School Musical: El Desafío) hizo carrera en Pol-Ka dirigiendo muchos de sus hits. Pero aquí avanza un poco más y hay que destacar un buen trabajo tanto en la coreografía como en la manera en la cual las peleas están rodadas. Si bien no son reales tampoco son absurdas. Otro aspecto técnico para remarcar es el uso del 3D, el cual salvo por algunas escenas en las cuales se le tiran objetos al espectador en la cara (incluida la transpiración de los boxeadores) es totalmente intrascendente y da la sensación que se la estrenó de esta manera por el marketing. El relato es simple, se cuenta la historia de Alex (Mariano Martínez) un boxeador exiliado en el extranjero por algo de gravedad y que se nombra sin especificar a lo largo de la película pero que se revela muy al pasar, cosa que descoloca un poco. Cuando regresa a Buenos Aires se entera que tiene un hijo y que este vive con el actual campeón del mundo (Federico Amador). A lo que el protagonista le dice a su entrenador (Emilio Disi): “Voy a ir por todo”, y así es como se embarca en la búsqueda del título mientras intenta ganarse el corazón del chico y ya que estaba de paso el de su niñera (Lali Espósito). La actuación de Martínez no cumple y solo se le puede destacar su entrenamiento. Caso contrario es el de Amador que es la persona que realmente le da a la cinta una tridimensionalidad y logra que el espectador genere empatía con su personaje. Unos cuantos clichés, chivos groseros (una mala costumbre en el cine nacional), algunos chistes poco graciosos y un guión sin corazón pero efectista terminan por dar identidad a esta producción que será disfrutada por los que consumen este tipo de productos en la televisión, y eso no es poco decir porque el rating siempre acompaña. Matías Lértora Periodista y crítico de cine. Trabaja en “Casting” (Radio Rivadavia), “Servicio Completo” (Radio LK), y “Conflictuados” (Radio Palermo) Twitter: @mlertora
Y finalmente van llegando los títulos que empiezan a explorar el formato 3D, desde lo local. Esta vez, la apuesta parecía ir sobre seguro: un actor taquillero de la televisión, Mariano Martínez, en un rol, que ya probó hace tiempo, en la lejana serie "Campeones de la vida", apuesta del 13 hace más de una década. Jorge Nisco (a quien conocemos por habernos traído la segunda temporada de "Mujeres asesinas" allá por 2005), se puso al frente del proyecto (con guión de Jorge Maestro) y con el estilo que ya domina, propone una historia, muy convencional y simple, para la pantalla grande. La trama es esquemática, el príncipe de nuestro título es Alex (Martínez), un boxeador que hace peleas de poca monta en Colombia. Algo sucedió años atrás (fue descalificado en un combate), por lo cual Argentina es un recuerdo. Sin embargo, algo en él se rebela ante esa situación y decide regresar a su país, para reencontrarse con su equipo de entrenadores y también, porque se entera de que ha sido padre, de un niño llamado Juani (Alejandro Porro), quien es criado por Bruno (Federico Amador), dado que su madre falleció hace unos años. Alex regresa y quiere todo, su carrera de vuelta, su hijo, y de paso, también, a la bellísima niñera de Juani, (quién no la querría!?), Belén (Lali Espósito). Claro que para eso, deberá enfrentarse con Bruno, quien tiene bastantes cosas claras, es exitoso, campeón mundial en su categoría y no le cae para nada bien su vuelta. Veremos la sucesión de peleas que el protagonista hace para volver a los primeros planos y cómo va relacionándose con su hijo, buscando constituirse como padre, presente. El film no tiene mucho misterio, es una historia directa, televisiva, contada con pocos detalles, exteriores acotados y poco trabajo dramático en el guión. Una cosa que llama la atención es que no hay mucho desarrollo para las cuestiones más delicadas que se juegan en el film... esto de los dos papás, el impacto de las razones por las cuales Alex se fue (apenas aparece el porqué, pero nunca el contexto en que se dio), la reconstitución "mágica", del vínculo con sus antiguos entrenadores... Nadie pregunta demasiado y Martínez, hace lo mejor que puede, subiendose al ring y transpirando a más no poder, gran parte del metraje. Positivo: si, las coreografías que se juegan en el ring, me gustaron mucho. Creo que son lo mejor y más convincente que ofrece esta propuesta. Las actuaciones, están al nivel de lo que se ve en televisión abierta todos los días... Es cierto que Martínez tiene mucho oficio, pero lo elemental del guión no le dan mucho vuelo a su personaje. También me gustó el regreso de Emilio Disi, a quien le basta una sola escena para marcar el camino y la belleza de Espósito, a pesar de que use zapatos con mucha plataforma para compensar sus pocos centímetros de altura. Es una divina, por qué hacerla ganar en centímetros? En síntesis, si sos fan de este tipo de actores, o te gustaría ver como lucen los cuerpos de Martínez y Amador en 3D, sería aceptable visitar sala. De lo contrario, evaluen que esperan de un film y contrasten con la opinión de este y otros servidores. Esperabamos más.
El último round Hay radios de fórmula, recetas de cocina y películas de género. En el caso de La pelea de mi vida, el género no se reduce al del drama pugilístico, sino a un filme masivo con aprendidos ítems de manual de Hollywood, más giros sentimentales propios de la televisión argentina. Como Un argentino en Nueva York o Papá es un ídolo, la película busca hacer un relato simple que, a través de varios lugares comunes llegue directo como una flecha al corazón de los espectadores. No sólo al corazón, también a la libido. Y los hombres en el ring, con bíceps aceitados (y, si es posible, con un par de tatuajes) parece que siguen rindiendo en la pantalla, como un infalible estereotipo viril y rudo (ahí nomás está Sos mi hombre, más atrás Campeones). Así que la historia empieza con Mariano Martínez, que interpreta a Alex, mostrando antes sus abdominales que sus sentimientos. El guión va a los bifes y lo hace con buen timing: Alex "el príncipe" es un boxeador que se fue del país hace unos años, sin saber que su novia estaba embarazada. Ella luego se casa con Bruno "el potro", otro boxer, quien trata a su hijo como propio, incluso cuando ella se muere. Por varios motivos, Alex regresa al país, se entera de que tiene un niño y quiere recuperarlo, ganar su admiración. Por supuesto, lo hará a través de los puños, en un ring, porque es lo único que sabe hacer. La película tiene su porción emotiva (la relación del niño con sus dos padres), su parte de romance (el personaje de Lali Espósito) y de acción (las peleas). Entre los aciertos está la elección del pequeño Juani, interpretado por Alejandro Porro, que se carga todos los diálogos de humor y aporta la gran cuota de espontaneidad (veremos a este niño en más ficciones, y se lo ha ganado); y la de Emilio Disi, que al igual que en Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo, toca un registro distinto, con amarga sutileza, como el melancólico entrenador de Álex. En el rubro técnico, vale decir que el 3D impacta al principio, en una secuencia de persecución en la que sillas y frutas caen sobre la nariz del espectador, y luego pasa desapercibido, hasta la gran pelea, en la que Martínez y Amador lucen sus meses de entrenamiento y el espectáculo boxístico logra un ritmo justo. La profundidad que aporta el 3D es por momentos la que le falta a la psicología de los personajes principales, a quienes los golpes los noquean pero las emociones no siempre los rozan. En la columna del debe está también la ambientación musical al estilo golpe de efecto marca Disney, que subraya demasiado y se imposta cuando no es necesaria, y una marcada preferencia por las resoluciones inmediatas, quizá demasiado rápidas para una historia que apuesta principalmente por conmover. Sin embargo, lo dicho probablemente tenga poco y nada que ver con la respuesta en taquilla del filme. Y si la cosa funciona, sabremos otra vez que ciertas fórmulas siempre son efectivas.
Demasiada TV, muy poco cine Cómo sería ver un programa de televisión no muy logrado en pantalla grande? Sería incómodo, aburrido y muy parecido a lo que uno experimenta cuando está viendo La pelea de mi vida. Desde las primeras escenas, la lucha que el espectador tiene que hacer contra la vergüenza ajena es agotadora. Dos boxeadores, uno sobreviviendo como puede en Colombia, el otro en la cima de su fama en Buenos Aires. La torpeza narrativa es asombrosa y todo el film parece de cartón pintado. Todo está mal, es falso, está mal preparado. Si aparece un fotógrafo, parece un extra al que le dieron una cámara y no alguien que realmente saca fotos, y así con todo, en todos los niveles. Diálogos imposibles y una música tan omnipresente como inadecuada, hacen más ardua aun la primera hora de película. El uso del 3D está en la misma frecuencia. Es inadecuado, torpe y completamente inútil. La última media hora de película, incluso estando llena de defectos, es un poco mejor, en particular porque han puesto un poco más de esfuerzo en filmar las peleas que en el resto de la trama. Si en televisión esta hubiera sido una historia mediocre llena de clichés, en cine se transforma en algo realmente inaceptable. En el elenco, Federico Amador es quien está más cerca de lograr un resultado razonable, aunque ni la dirección ni el guión lo ayuden. El resto es directamente para el olvido. Cada escena, cada diálogo, todo queda lejos del humor, la emoción y la acción que, uno asume, pensaron que podía ofrecer esta película. No es tan fácil hacer cine masivo de entretenimiento y es un insulto para los espectadores cuando alguien los subestima pensando que un título como La pelea de mi vida justifica el valor de una entrada.
Las piñas las recibe el cine Los filmes familiares de TELEFE siempre han sido un desprendimiento del riñón televisivo de una empresa que seguramente entiende mucho de negocios pero bastante poco de cine. La llegada de La Pelea de mi Vida a la cartelera no hace más que agregar otro eslabón a una cadena interminable que tuvo por un largo período a Guillermo Francella como un imán irresistible para atraer en masa a un target sensiblemente más conformista que aquel que concurre a una sala comercial con regularidad. Con Francella abocado a proyectos más consistentes (un afortunado efecto colateral del Oscar que ganó El Secreto de sus Ojos) y con uno de sus realizadores más aciagos -el inimputable Rodolfo Ledo- llamado a silencio desde hace unos años, el canal asociado con la nunca confiable Argentina Sono Film apostó a varias figuras reconocidas de la pantalla chica (Mariano Martínez, Lali Espósito, Agustina Lecouna, etc.), a un director consagrado con productos de Pol-Ka (Jorge Nisco) y a una temática masticadita que como suele ocurrir en nuestro país tiene como modelo a una o más películas estadounidenses. En este caso podría tratarse de una mezcla entre El Campeón (The Champion, 1979), Gigantes de Acero (Real Steel, 2011) y Halcón (Over the Top, 1986), aquella historia con Sylvester Stallone luchando a brazo partido (chistonto: recordemos que la peli es sobre un campeonato de pulseadas) para ganarse el amor, el respeto y, ya que estamos, la tenencia de su hijo. La Pelea de mi Vida carece de sorpresas o novedades con la sola excepción de su formato 3D. ¿Además de encarecer el valor de la entrada cumple con alguna función dramática? No en verdad. Nisco lo utiliza básicamente para arrojar objetos sobre el lente de la cámara con una torpeza irritante. La persecución a Mariano Martínez ambientada en Medellín y con el actor tratando de escapar de sus perseguidores tirándoles lo que se le cruza en el camino (¡hasta frutas y verduras!) provoca poco menos que vergüenza ajena. La subjetiva de los personajes con el agregado del efecto 3D -en el cual esos elementos se le vienen encima al público- debe estar entre lo más ridículo que se haya visto jamás en una producción de estas características. Los contados momentos que justifican este costoso proceso fílmico son tan básicos e innecesarios como la película que los contiene. La Pelea de mi Vida quedará en los anales de la industria local como uno de los primeros intentos por aprovechar una movida comercial que ha atraído mucha gente nueva al cine aunque está más que claro que en dos meses nadie podrá recordarla por méritos propios (ni siquiera como producto pochoclero). Alex (Mariano Martínez) era un joven y prometedor boxeador cuando abandonó la Argentina tras perder ignominiosamente una pelea (con resabios del enfrentamiento entre Evander Holyfield y Mike Tyson). No sólo dejó la tierra en la que nació sino también a todos sus afectos, entre ellos su entrenador Don Rolo (interpretado por un Emilio Disi impecable que emociona en el reencuentro con su pupilo: ¿la mejor escena a nivel actoral de toda su carrera?) y a su novia que se encontraba embarazada sin que él lo supiera. Luego de diez años de destierro en Colombia Alex regresa a casa para descubrir, con asombro, que no sólo posee un hijo sino que su ex amada ha fallecido y al chico lo está criando un antiguo rival de la Federación de Box, el campeón del mundo Bruno “El Potro” Molina (digna actuación de Federico Amador). Decidido a recuperar su lugar, Alex conoce al pequeño Juani (Alejandro Porro) y a su niñera, la bonita Belén (Lali Espósito), de la que obviamente queda prendado. Mientras asciende en su carrera velozmente (como sólo la nunca bien ponderada secuencia de montaje es capaz de resumir con tanta eficacia), Alex le revela a Juani su identidad lo cual termina enfrentándolo con Bruno en la vida y después en el cuadrilátero. Ya entramos en el terreno del clímax donde Nisco demuestra sus mejores armas como realizador, procurando elevar a la historia –al menos en esos minutos- de la chatura televisiva que es moneda corriente en los proyectos de TELEFE. El salomónico final de La Pelea de mi Vida dejará contentos a grandes y chicos quienes, de acuerdo a lo observado en la función de estreno, responden con aplausos, risas y emoción en los distintos pasajes que así lo determina el guión del experto Jorge Maestro. Contra esta eficacia marcada a control remoto no hay crítica que valga. Y que le guste a quien le guste…
Año 2012 y todavía siguen haciéndose películas como La Pelea de mi Vida. Una película más de aquellas que parecen estar más cómodas en la televisión. Y ni siquiera en la televisión actual, sino en aquella del Telefe de los 90. Sí, la película es en 3D, pero su uso carece por completo de ideas cinematográficas. Lo que más molesta de este tipo de películas industriales malísimas es que, en otras manos, podrían haber sido muchísimo más potables. Como sucedía con las comedias ochenteras de personajes como Carlos Galletini, el problema no es que se hagan películas de este tipo, sino que quienes las hacen no tienen ni la más remota idea de los mecanismos del cine: no conocen el cine; conocen, más bien, la televisión y la publicidad...
Un ex boxeador humillado hace tiempo se entera de que tiene un hijo. Y que el padrastro del niño es otro boxeador. Lo bueno de la película es que no hay villanos, que está filmada con buen gusto, que los actores, casi todo el tiempo, parecen seres humanos reales. Lo malo es que plantea una situación compleja que resuelve de modo simplista. Sin embargo, es un buen ejercicio en cine de entretenimiento. El 3D suma un poco, pero no tanto: aún hay mucho que aprender en ese campo.
Boxeadores perfil ABC1 para un ring sin mística El boxeo es uno de los deportes que más le ha dado de comer al cine, porque es donde con más claridad se reconoce al héroe épico tradicional. Pero también porque asimila mejor las estructuras dramáticas clásicas como la tragedia y la comedia, el melodrama y hasta el cuento de hadas. Basta recordar la saga Rocky, patrón para films de boxeo, pero también Toro salvaje (Scorsese), El campeón (Zeffirelli), Million Dollar Baby (Eastwood), las biopics sobre campeones como los Rockys Graziano (interpretado por Paul Newman en 1956) y Marciano, y hasta Gatica, el Mono, de Leonardo Favio, para reconocer alguno o todos estos elementos. Si hubiera que ubicar dentro del grupo a La pelea de mi vida, se diría que está más cerca del melodrama de El campeón (pero sin golpes tan bajos) que de la épica de Rocky o del apunte social de las películas de Scorsese y Favio. Alex es un boxeador argentino venido a menos que, radicado en Colombia, se contenta con hacer unos pesos en combates arreglados por la mafia de las apuestas. Pero un día tiene que pelear en presencia de Bruno, campeón del mundo también argentino, con quien parece ligarlo algún nudo del pasado, y entonces se negará a perder como indicaba el arreglo. Un poco por orgullo y otro para salvar su vida, Alex regresa al país. Pasaron más de diez años en los que nadie supo de él y todos lo creían muerto. Alex se entera de que Sol, una novia rica a la que abandonó en su huida, tuvo un hijo de él y que tras años de esperarlo al fin se casó para darle un padre al pequeño. El verdadero problema es que Sol murió y el padre adoptivo del chico es nada menos que Bruno. Casi todas las películas antes nombradas apelan a un imaginario asociado a la clase obrera y la cultura popular, que en combinación con la fantasía del ascenso social a las piñas acaban por cocer un caldo rico en propiedades míticas. La pelea de mi vida quisiera abrevar ahí, pero se permite licencias que malogran el intento. En Rocky 3, el viejo entrenador Mickey le dice al héroe –que luego de tres películas se volvió rico y menos tonto que en las primeras– que no debe pelear con Kluber Lang (el personaje de Mr. T) porque ha perdido el hambre que lo llevó a ser campeón. Un hambre que ahora nutre a su rival. No se trataba sólo del hambre de gloria, sino de hambre real, el que empuja a chicos sin salida a encontrar un oficio en el boxeo. Eso, hambre, es lo que les falta a los protagonistas de La pelea de mi vida, dos tipos de clase media alta en los que no se atisba un pasado ni remotamente cercano al lumpen, del que suelen surgir los héroes del boxeo (real o cinematográfico). Ese perfil ABC1 del universo en donde se desarrolla no arruina la película, pero afecta su verosímil. Por no hablar de la relación psicopática que ambos padres mantienen con el chico a partir de que el conflicto se desata, un festín de manipulaciones que harían las delicias de un gabinete psicopedagógico. Tampoco eso sería un problema si la película asumiera dichas conductas como espurias pero, al contrario, La pelea de mi vida cree que en esos actos retorcidos hay legítimas manifestaciones de amor. Con la ausencia de un personaje que ocupe el rol del “villano” –forma ociosa de evitar los clichés del subgénero–, la película vuelve a caer en la manipulación y acaba castigando a uno de los protagonistas más que al otro (y tal vez al que menos lo merece), jugando a un final agridulce por los motivos equivocados. Finalmente, el recurso del 3D aporta poco y sólo parece un intento de aprovechar la popularidad del recurso en la boletería.
Ninguna casa fue hipotecada durante la realización de esta película Si vamos a enfrascarnos en un manifiesto sobre las injusticias de fomento y exhibición que aquejan a las películas nacionales que nos gustan cada vez que tengamos que reseñar cosas como esta que nos toca ahora, podríamos estar golpeándonos el pecho al menos unas cinco veces por año: cada vez que estas cosas se estrenen a todo trapo y, en menor medida, cuando se proyectan las películas nacionales que nos gustan, si es que llegan a Mar del Plata, si es que tienen más de dos funciones diarias y si es que duran más de una semana en cartelera. La pelea de mi vida, al menos, da lugar a ser criticada por sí misma, en vez de ser un simple intermediario entre la industria nacional y nuestros planteos hirviendo. Es cierto que se ubica, de principio a fin, bien lejos de frustrar cualquier expectativa que tuviéramos de encontrarnos con un residuo patológico disfrazado de estreno cinematográfico, pero al final del mal trago la película se encuentra, del otro lado, con algo que no es una redención ni una reivindicación, sino más bien una amnistía que no escandaliza a nadie: no es el hecho de que todos sus defectos se deban a la pereza de un director, un par de productores, un encargado de casting o un equipo de guionistas. Es que La pelea de mi vida está dirigida, producida, actuada y escrita por gente y con métodos con los que puede hacerse una tira vespertina de lunes a viernes. Es un episodio largo, o el último capítulo de una historia que en el tránsito televisivo de la tarde provocaría más dolores de cabeza por correr de horario a Los Simpson que por su existencia, falta de cualidades o códigos morales. Si usted lector fue a ver la película, sabrá que hoy cuenta con un abanico de quejas destinadas a los distintos departamentos artísticos y técnicos que, respetando a los sindicatos como buena producción industrial, se reunieron en pos de filmar la historia: que no sabe si se eligió filmar en 3D para tirarnos sillas de plástico, pelotas y saliva de boxeador a los anteojos o viceversa; que los boxeadores del bando popular (Mariano Martínez) atraviesan una lucha interna por comerse o no las eses del final; que desde el vestuario no habrán querido dar muchas vueltas y resolvieron remeras cuello en V para Martínez y camisas para Federico Amador; que el personaje de Juani tiene 8 años y según algunos diálogos su padre biológico huyó del país dejando a su novia embarazada 10 años atrás; que Lali Espósito es entregada como carne a los leones del difícil oficio de actuar en dos o más registros emocionales distintos; o que en el montaje americano que nos ahorra escenas boxísticas los títulos de Olé son de tipo informativo, y no los guiños con doble sentido a los que acostumbra el diario. Pero todos los aplausos son para la música, constante y vergonzosa, que a todo momento lo considera digno de un toque de bar chimes. Hoy resulta inútil desdeñar a una película por “televisiva”, cuando hay tantas series que le pasan el trapo a los estrenos de cada semana. La pelea de mi vida histeriquea mucho con tales calificativos, porque nos sienta en la butaca del cine como si estuviéramos tirados en el sillón haciendo tiempo, con el poder de saltar a un programa más interesante o apagar el televisor y embarcarnos en otra actividad más productiva. No deja de ser bueno que la gente pague una entrada de 3D para sentirse como en casa.
Nada nuevo sobre el ring Las películas de boxeadores cuentan con títulos clásicos y grandes directores, desde King Vidor hasta Scorsese con su “Toro Salvaje”, donde se impone un héroe popular y una épica fuerte. En el cine y en la literatura nacional contamos con “Gatica, el Mono”, de Leonardo Favio y con nobles relatos de Julio Cortázar o Abelardo Castillo, e incluso con la canción de León Gieco “Cachito, Campeón de Corrientes”, pero no es el caso de “La pelea de mi vida” que está más cerca del melodrama televisivo y efectista que de los relatos con intenso sustrato social vinculados con un imaginario de la clase obrera y la cultura popular. El argumento ronda en torno a Alex (Mariano Martínez), un boxeador argentino aún joven y fuerte pero que supo de tiempos mejores. Al iniciarse la película lo encontramos autoexiliado en Colombia, sobreviviendo con combates arreglados de antemano por la mafia de las apuestas. Pero un día se niega a perder y eso sumado a que es un donjuán perseguido por guardaespaldas de un marido engañado, decide regresar al país luego de diez años. Así se reencuentra con su antiguo entrenador (Emilio Dissi) y amigos del gimnasio (entre ellos Mariano Argento, la revelación de “El hombre de al lado”). Al retomar los vínculos con su pasado, el protagonista se entera de que ha sido padre durante su ausencia, que su novia abandonada falleció y su hijo biológico -que ya tiene ocho años- ha sido adoptado por su máximo rival en las cuerdas y en la vida. La historia tiene ingredientes que hubieran podido conformar un buen melodrama deportivo pero el guión cae en la superficialidad y esquematismos tan previsibles que lo hacen ser apenas un pasatiempo con público cautivo por la popularidad de los actores y una temática atrayente. Entre chivos y clichés El filme no aporta novedades y menos alguna búsqueda que justifique su formato cinematográfico. A nivel actoral, poco hay para el lucimiento de veteranos como Emilio Disi y Mauricio Dayub bastante desperdiciados, así como de Mariano Argento que se limita a breves bocadillos sin comicidad. Los mejores momentos en cuanto a sonrisas giran en torno del protagonista infantil, el pequeño actor Alejandro Porro, que interpreta a Juani, el niño que deberá elegir entre un padre del corazón y un padre biológico. Mariano Martínez y Federico Amador lucen una buena preparación para el rol de boxeadores pero están lejos del prototipo marginal del que suelen surgir los héroes del boxeo. La película tiene su porción emotiva (la relación del niño con sus dos padres), su parte de romance (el personaje de Lali Espósito) y de acción (las peleas, siempre bien filmadas). Además del protagonista infantil, se destaca Federico Amador que no ocupa un lugar destacado en los afiches ni en los créditos. En cuanto a comicidad, es buena Lecouna como madrastra antipática y frívola. El problema de “La pelea de mi vida” es que no existe el menor intento de trascender sus lugares comunes, trabajando sobre los estereotipos para reelaborarlos y potenciarlos. Solamente, se limita a transitarlos con pobres recursos. Apenas, cierto profesionalismo técnico, aunque el uso del 3D no se justifica demasiado. Resulta molesta mucha publicidad encubierta: desde algunas marcas y productos, hasta la promoción turística de lugares del Tigre como Puerto de Frutos. En el “debe” de la película también figuran una banda sonora artificiosa que se imposta cuando no es necesaria y una tendencia a las resoluciones inmediatas, que terminan de condimentar un plato insulso y sin épica más allá de las puntuales escenas sobre el ring.
El amor de un padre se demuestra arriba del ring Esta historia comienza en Medellín, Colombia, cuando Alex (Mariano Martínez) se encuentra con su nueva conquista, una mujer rubia casada con un hombre poderoso, en el momento más comprometido debe escapar de su marido y sus guardaespaldas, gracias a sus habilidades lo logra y emprende el regreso a Buenos Aires. Después de una serie de desaciertos decide volver a Buenos Aires. Alex Ferraro “el príncipe” se reencuentra con aquellas personas que abandonó hace varios años, en esa ocasión luego de haber sido descalificado en una pelea debido a su impulsividad, huyo de todo, hasta dejó a su gran amor, su novia Sol, y hoy vuelve al gimnasio que casi lo vio nacer, allí se encuentra su entrenador Don Rolo (Emilio Disi) y sus compañeros. Una vez instalado sigue buscando sus afectos y entre ellos su viejo amor, Sol, que murió pero el fruto de ese amor es Juani (Alejandro Porro), un niño encantador de 11 años, ellos no se conocen, vive con su millonario padrastro, este siempre fue su rival en la vida y en el ring. Se trata del boxeador y campeón del mundo en la categoría Medianos, Bruno Molina “el potro” (Federico Amador), a punto de casarse con Isabel (Agustina Lecouna). La trama es similar a la de una serie para televisión, rápidamente se descubre, termina siendo muy previsible. Contiene varias escenas para emocionar, y todo es una mezcla de campeones y algún otro producto pol-ka. Se lucen las coreografías, las luchas y los cuerpos trabajados de Martínez y Amador, para el suspiro de sus admiradoras, con toques de comedia y romance. El film intenta beneficiarse con la incorporación del 3D para la lucha en el ring y cuando en una secuencia vuelan unos objetos, aunque este formato no altera demasiado, tranquilamente se podría haber obviado.
No hay mucho para decir de esta producción nacional, pero muy lejos del espíritu del cine argentino. Encuadrado dentro de los productos que se realizan con el único fin de la recaudación, tal cual aparece el mandato dirigido desde la industria del cine en el gran país del norte, o sea Hollywood, este se podría definir como de lo peor que se haya hecho por estos lares. En evidente intención de copiar a aquellos de los que, si bien son un desperdicio de celuloide, algunos logran bien sus objetivos. Ello esta sustentado pues cuentan, allá en el norte, con una cantidad de profesionales técnicos que se dedican exclusivamente a ello. En nuestro autóctono caso es demasiado evidente la influencia de la televisión, desde la estética elegida para contar, del diseño de sonido que satura a estudio de grabación, los diálogos, como la música dentro de la banda de sonido, como la utilización de la luz sólo puesta en función de que se vea lo que hay que ver, el uso del color en tonos brillantes para darle algún brillo a un producto que no lo tiene, olvidándose de darles verosimilitud, construcción y desarrollo no sólo a los personajes sino a la historia en general. Bien podría definirse este producto como un fallido piloto para la televisión vernácula, de una telenovela melodramática mal pensada y peor realizada. Mezcla sin sentido de filmes como “El campeón” (1979) del italiano Franco Zefirelli, protagonizada por Jon Voigth y Faye Dunaway, o la más conocida “Rocky” con Silvester Stallone, la primera, de 1976, y con salpicaduras de “El estigma del arroyo” (1956), pero tomando de cada una de ellas lo menos fructífero, y por si esto fuera poco hasta “parafraseando” a “Legionario” (1998). La historia se centra en la rivalidad de dos boxeadores, tanto en lo pugilístico como por motivaciones vivencias cotidianas. Ferraro (Mariano Martínez) es un exiliado voluntario que vuelve al país luego de 10 años, huyendo de mafiosos colombianos por problemas de polleras y enfrentamientos con la mafia del boxeo de ese país, tal cual Jean Claude Van Dame en “Legionario”, pero aquí no hay una dama en juego, sino que un niño en medio de un padre que lo crío, y Bruno (Federico Amador), actual campeón mundial de la categoría, padre biológico del chico que ni siquiera sabe que es padre, pues la mujer que parió al nene murió, ésta, a la vez, fue el amor de la vida del boxeador. Nada de todo esto esta justificado. Los personajes principales son dos boxeadores que fueron diseñados por personas que parecen que nunca escucharon ni vieron a uno como para delinearlo correctamente. Algunos personajes laterales a la historia están bien construidos, hasta bien actuados, como el entrenador interpretado por Emilio Disi, quien hace más de lo que puede para sostenerlo. La otra vedette del producto es la tecnología actual, el 3D, sólo empleado correctamente en una par de escenas, pero sin un sentido narrativo que lo justifique. La historia bien desarrollada, podría haber sido hasta interesante. Los responsables principales, Jorge Maestro en el guión y Jorge Nizco en la dirección, que anteriormente habían dado muestras de gran pericia, podrían haber terminado en un honroso empate, pero el filme pierde por nocaut.
Publicada en la edición digital #244 de la revista.
"...Trata demasiado duro de emocionar, y le pone la música y los violines y la fotografía y el diálogo y es como que tiene demasiada sacarina [...] dijeron: pongamosle un poco de azucar, otro poco de sacarina y le demos un poco más con Stevia también, para que quede bien endulzada. Es como querer echarle azucar a la Coca-Cola..." Escuchá la crítica completa (click en el link).