El revival del melodrama italiano La prima cosa bella (2010) es un film que conjuga humor, sensualidad y drama para contar la vida de una familia italiana dividiendo el relato entre los años setenta y el presente de sus personajes. Premiada a nivel nacional y seleccionada para representar la península itálica en la 83° entrega de los premios Oscar, el director Paolo Virzì retoma el estilo clásico del cine italiano para narrar una historia en donde la enfermedad se convierte en una oportunidad para la reconciliación familiar. Bruno Michelucci (Valerio Mastandrea) es un poeta frustrado que se gana la vida como profesor de letras en una escuela de hotelería en Milán. Con la impostura de un adolescente, dilata el regreso a su hogar y pasa las horas narcotizado en el parque. Tiene una prometida a la que aún no asume como tal y prefiere llamar co-inquilina. Bruno es el personaje principal de esta historia, un cuarentón que vive sus días malhumorado. Al presente de este intelectual insatisfecho, se entremezclan los recuerdos de una infancia marcada por la personalidad de Anna (Micaela Ramazzotti), una madre extrovertida, amorosa, sensual e ingenua cuya belleza era el foco de atracción y deseo de quienes posaran sus ojos en ella. La primera escena del film emula el recuerdo más traumático para el avergonzado Bruno, cuando en el verano de 1971 su mamma gana el certamen a la madre más bella del balneario de Livorno. A partir de entonces, junto al comportamiento volátil de su madre y la frialdad despótica de su padre, la familia termina por quebrarse haciendo que la vida de Anna, Bruno y su hermana Valeria, no sea nada fácil. El núcleo dramático del relato se centra en el reencuentro filio-maternal que, luego de varios años de desconexión, se verá forzado por el cáncer terminal de su madre. En una suerte de guiño cómplice con el público, el director Paolo Virzì muestra, con la determinación de quien no pretende caer en engaños, un film que se nutre y, a la vez, repone el género del melodrama y el estilo realista de los mejores directores del cine italiano Vittorio De Sica y Ettore Scola. La alusión más evidente es cuando Anna actúa en una escena de La mujer del cura (La moglie del prete, 1971) de Dino Risi en donde es posible reconocer al legendario Marcello Mastroianni, o mejor dicho, al parecido physique du rôle de su doble. Lo interesante es pensar cómo el director dispuso de este film para referirse, de diferentes maneras, a la nostalgia: primero, motivada por la propia historia y, segundo, por los años dorados del cine italiano. Si bien el film es emotivo y fluye con gracia, pero sin sensiblería, hacia el indefectible destino de la mamma, resulta aún más valioso su intento por revivir la comedia clásica italiana en el cine actual.
Revuelo familiar con acento italiano ¿Qué significa tener una mamá bella, vital, frívola y perturbadora? Éste es el tormento que ha tenido que soportar Bruno, primogénito de Anna, desde que tenía ocho años. Todo comienza en el verano de 1971 cuando, durante la elección de la reina del balneario más famoso de todo Livorno, Anna es sorpresivamente llamada al palco y obtiene la corona de “la mamá más bella”. Esto provoca un gran revuelo en la familia Michelucci. La prima Cosa Bella Ahí comienzan los problemas para el clan Michelucci, y vivir se convertirá en toda una aventura que irá superando a Bruno hasta llegar a nuestros días cuando Valeria, su hermana, decide reconciliar a Bruno con su pasado y con su madre que está a punto de morir. Este conmovedor film tiene todos los ingredientes de un enredo familiar italiano, cocinado al dente y con las típicas conversaciones tradicionales de un cine que no fue preparado For Export (por suerte), como otras creaciones llegadas del mismo país europeo. Esta producción además de ser seleccionada para representar a Italia en los premios Oscar, ganó en el 2010 Premios del Cine Europeo: Nominada al Mejor director, en 2009 David di Donatello: Mejor actor (Valerio Mastandrea), actriz, guión y 18 nominaciones más. Una película que se permite ciertos comentarios en dialectos, sin necesidad de vender el destino turístico, sino la historia y todo adaptado para que el espectador disfrute de un plato cocinado con los mejores ingredientes. Una historia sin desperdicio preparada por un director que, desde un principio sabía qué contar: una madre que a su modo crió a sus hijos entre set de filmaciones y amoríos prohibidos, peleas de parejas y una eterna sonrisa protectora. Un hijo parco, Bruno Michelucci, profesor de literatura en una escuela de hotelería de Milán, sobrevive a los recuerdos de una infancia de novela e irá armando un rompecabezas con piezas del pasado que terminarán encajando en un presente que, quizás, sea próspero. Con muy buenos momentos y una adaptación de la época en flashback, coherente en la trama, La prima Cosa Bella enternece, sorprende y emociona. Además de contar con la siempre presente canción que da nombre al film y a la sonrisa de una madre reina de la belleza y el amor.
Es una grata sorpresa que este film llegara a nuestras salas. "La prima cosa bella" ha ganado muchos premios en su país y en el resto de Europa durante 2010 y su llegada era esperada para confirmar sus reconocimientos...No había visto nada de Paolo Virzi, su realizador antes, así que era una buena oportunidad para acercarse a su visión del mundo... "La primera cosa bella" que ve Bruno (Valerio Mastandrea) en su vida es su madre. Cuando la historia comienza, pensamos que él simplemente es un celoso enfermizo, cuando avanza sabemos que es sólo infeliz. No ha intentado, como su padre, poder dominar a su madre, pero sufre cada vez que ella se cae y Anna sólo se ríe con los ojos llenos de lágrimas mientras canta alguna canción. Su hermana, Valeria (Claudia Pandolfi), es una chica entre fantasiosa y tonta que ellos han protegido para que no viera la realidad: que no supiera a ciencia cierta cuán violento era su padre, lo celoso que era, si tenía o no fundamentos, si él era un santo o no. Cuando se produce un evento especial (concurso de belleza) empezarán a desatarse los ataques de celos de un marido duro y de carácter fuerte, con disciplina militar que ella disculpa todo el tiempo pero no sabe manejar. Será a partir de esto cuando toda la vida de los chicos cambie y su infancia, de alguna manera, quede amputada...Bruno crecerá para convertirse en profesor. Será incapaz de entregarse a una relación con el mismo fervor que lo hace a las drogas, pero su hermana en persona lo arrastrará a acompañar a su madre que está en etapa terminal del cáncer. ¿Una pista? Anna, su madre (Stefanía Sandrelli, nada menos) no es una enferma común. Está llena de vida. De amor. Sonríe. Se siente plena, a pesar de enfrentar una quimio que podría poner punto final a su existencia, es de esos personajes en los que se puede ver como la sangre hierve en sus venas. Bruno tiene sentimientos encontrados que están anclados en su pasado y que se reactualizan en este complejo presente. La película propone al espectador una visión centrada en su óptica, reflexiva y contradictoria, lo que le da a "La prima cosa bella" una conexión inevitable con el complejo de Edipo y sus ecos de una forma sutil pero tangible. El estilo de narrativa es excesivamente local y con eso me refiero a que mezcla de comedia y drama constante, pasa de los tópicos habituales de esta geografía, de la presencia de la comida, del machismo; la mujer infartante y la intensidad de las pasiones en juego en cada cuadro. Posee un romanticismo marcado que con su pátina tiñe cada una de las imágenes y le da la tonalidad justa pa ra transmitir aquello que el director desea.Trabajada en una paleta cromática bien romántica, el film evita los excesos de los colores vibrantes para que nada opaque la brillante actuación de Sandrelli, quien regala los momentos más bellos del film con su sensible interpretación, médula y sostén de todo el escenario que presenciamos a lo largo del film. Esta (la relación madre-hijo que ellos corporizan) será el eje vincular que definirá todas las otras para él. Además, para aquellos que disfruten del cine italiano hay claras referencias a su época clásica ya que ella llega a actuar de extra en un film de Marcello Mastroiani y él ve el diario con las carteleras de lo que se está estrenando, recurso del neorrealismo italiano que ataba al drama individual con un contexto para irse a lo mundial. Es un film sensible, lleno de momentos más bien femeninos y eso se debe a que los fuertes roles de los personajes de Anna y Valeria, invaden cada espacio vital en la pantalla. No se van a arrepentir de verla en cine, quizás sea un poco lacrimógena si son demasiado sensibles, pero no es un film menor. Merece una oportunidad.
La primera cosa bella es Anna, el maravilloso personaje que tanto le debe a la trivial, desorientada e ingenua Adriana que Antonio Pietrangeli pintó con mano maestra 45 años atrás en Yo la conocía bien y que fue una de las interpretaciones más brillantes de Stefania Sandrelli. Tenía que ser la actriz italiana en su radiante madurez quien la reconociera en esta Anna a la que ni los años ni las relaciones frustradas ni los conflictos que entorpecieron la relación con los hijos ni la enfermedad terminal que ahora la aqueja le han quitado la voluntad de vivir, de seguir sintiéndose joven o de preocuparse por la belleza, que fue su principal aliada; ni ha afectado la intensidad de su amor materno, entendido, claro, según su muy personal concepción. A diferencia de Adriana, Anna no se ha dejado vencer por la fatalidad. Secretaria, criada, extra, figurante sin éxito o simple protegida de alguno de sus muchos enamorados, ha atravesado con una sonrisa, bastante candidez y la mejor disponibilidad todas las desventuras de su vida, desde aquella noche playera en la que su coronación como la mamá más linda del verano (y la modesta, fugaz, popularidad que vino con ella) exacerbó los celos del marido policía, la dejó en la calle con sus dos hijos pequeños y la hizo tropezar con el prejuicio de una maliciosa comunidad provinciana. Espíritu libre, sólo procuró evitar sinsabores a sus criaturas, ser para ellos la mejor mamá del mundo. Quizá no lo consiguió (ahí está la amarga misantropía de Bruno, el mayor, para probarlo), pero lo mismo puede confiarles al final, después de recordar episodios y personajes del pasado y con una sonrisa cómplice: "Pero ¡cómo nos divertimos!". Si Anna (la luminosa Micaela Ramazzotti cuando joven, la admirable Sandrelli en la época actual) es el personaje solar en torno del que giran los demás, el verdadero protagonista es Bruno, el adusto jovencito de otros tiempos, que la adoraba y la celaba en silencio, avergonzado como estaba por conductas que escandalizaban a los demás. De joven, emprendió la fuga. De la ciudad, yéndose a estudiar y trabajar en Milán; de su malestar existencial, recurriendo a la droga. Pero ahora la enfermedad de la madre lo reclama, y tras muchos titubeos cede a los reclamos de su hermana y vuelve, sólo para descubrir que el viaje lo llevará a revivir su pasado y hacer las paces con la familia y consigo mismo. A través de sus recuerdos se reconstruyen dos estaciones de la pasión de Anna: los duros años 70, cuando ella encuentra sucesivos protectores y debe luchar contra su ex marido por la tenencia de los chicos, y los 80, cuando el joven Bruno conoce secretos y verdades que acelerarán su partida. El ir y venir en el tiempo mediante flashbacks afecta un poco la estructura narrativa, puede resultar abrumador (sobre todo en la primera mitad) y deja al descubierto que algunos tramos pudieron haberse reducido, o quizás evitado. Pero Virzi, que tiene presente el espíritu de la commedia all'italiana , logra la difícil convivencia entre el drama y el humor, entre ironía y melancolía. Su film está colmado de sentimiento, pero hábilmente despojado de sentimentalismos. Y en este logro, más allá de los aciertos del guión y de la fina sensibilidad del director, tienen mucho que ver los humanísimos personajes, es decir los actores, todos ellos magníficos. Cabe lo mismo destacar a Valerio Mastandrea, que traduce casi sin palabras el proceso interior que vive su Bruno; a la vital y seductora Micaela Ramazzotti, elección perfecta para el rol fundamental de la joven Anna, y a Sandrelli, que no necesita más que dos o tres miradas para resultar profundamente conmovedora. La prima cosa bella está lejos de ser perfecto, pero es un film para guardar en el corazón.
Algo sobre mi madre Bruno (Valerio Mastandrea) es un profesor de hotelería y poeta frustrado que ya frisa los cuarenta años. Misántropo, huraño, se resiste a tomar las riendas de una vida adulta y se ha anclado en el pasado para justificar su adicción a los opiáceos y la falta de resolución de sus situaciones familiares y maritales. Su hermana Valeria (Giulia Burgalassi) lo va a buscar a la facultad con un ultimátum: es la última oportunidad para que se acerque nuevamente a su madre, Anna (Stefania Sandrelli), que convalece de un cáncer terminal en un hospicio de Livorno. No es una tarea fácil para Bruno confrontar situaciones que evocan, a su entender, el origen de todos los males de los Michelucci. Si Anna no hubiera sido elegida la Mamá Más Hermosa de la playa de Livorno en 1971... quizá todo lo que llegó después no habría sucedido. Anna habría aguantado, como hasta ese entonces, el trato despótico de su marido Mario (Sergio Albelli). Bruno y Valeria no habrían dejado la comodidad de su hogar para correr aventuras de hotel en hotel mientras Anna revelaba su auténtica personalidad: la de una mujer cautivadora e impredecible, capaz de alterar el aire a su alrededor. Como efectivamente alteró a Bruno, un hijo incapaz de superar la barrera que lo separa de esa mujer a la que ama y admira a su pesar. Aunque contiene y desarrolla muchas unidades temáticas de interés, no todas bien logradas (del breve homenaje al cine italiano de los ´70, a la torpe y estereotipada tía de los niños Michelucci) hay, cualitativamente, una gran distancia Para homenajes al drama edípico ya existe una notable película italiana, con mucha más sangre y explosividad insular: "Respiro" (Emmanuele Crialese, 2002), con una desmesurada Valeria Golino que en la Sicilia de los años ´90 es compañera y tormento de sus hijos varones. En esta cuestión nuclear análoga (la relación de Anna y Bruno y cómo él se construye con los años en relación a sus vivencias infantiles), faltó bastante alma y empatía entre los personajes. Quizá no sea una falla del director y co-guionista, sino de los actores. Por lejos, las situaciones ambientadas en la actualidad son las de mayor impacto sobre el espectador y aquí se lucen, sin excepción, actores y equipo de producción. Una propuesta que apela a la nostalgia
Una comedia italiana con encanto Una gran actriz Stefania Sandrelli ("Nos habíamos amado tanto") se roba el filme, mientras el actor Valerio Mastandrea no desentona. Hay excelentes actores niños y afiatado grupo de colaboradores. Amor, lágrimas y una suave melancolía neorrealista. Bruno Michelucci es un hombre con problemas. Ciclotímico, hipocondríaco, pesimista. Dedicado a la enseñanza en una escuela de hoteleria, comienzan a asaltarlo recuerdos que involucran la singular personalidad de una madre inmadura, irresponsable, pero con un gran amor de sus hijos. Poco a poco iremos conociendo esa invasora forma de ser que involucra a toda una familia. La acción encuentra a Michelucci, recordando episodios de su infancia y adolescencia marcados por la explosiva personalidad materna. Bella, de pocas luces, amante del cine y las revistas del espectáculo, Ana es una permanente optimista, con una notable capacidad de supervivencia, algo así como un Fénix que vive con una sonrisa y una canción, a pesar de todo. EXTRA DE CINE Extra de películas italianas, su vida es casi una película donde una sola vez fue dueña de la corona y los agasajados (el premio en Livorno). Valeria y Bruno, los hijos, debieron vivir como pudieron a su alrededor y con sus novios, varios a lo largo de las épocas. Paolo Virzi construye una clásica comedia italiana a la manera de Scola, Monicelli, De Sica, donde lo humano se impone y lo emocional ocupa el primer lugar. Sus personajes, especialmente Ana son incapaces de triunfar, pero no se detienen en su camino lleno de obstáculos. Como protagonistas de la época setentista, están las canciones de Nicola Di Bari, que a pura calidez acompañan el desarrollo del melodrama. Y como también son canciones que conocimos años atrás, el efecto se duplica. Una gran actriz Stefania Sandrelli ("Nos habíamos amado tanto") se roba el filme, mientras el actor Valerio Mastandrea no desentona. Hay excelentes actores niños y afiatado grupo de colaboradores. Amor, lágrimas y una suave melancolía neorrealista.
Celebración de la vida a la italiana «La prima cosa bella/ che ho avuto dalla vita/ è il tuo sorriso giovane, sei tu». La primera cosa bella que tuve de la vida fue tu sonrisa joven, eres tú. Con este tema, Nicola di Bari salió segundo en el Festival de San Remo 1970. Ya nadie recuerda quién le ganó, ni viene al caso. Su tema es el que sigue sonando. Acá también fue un éxito, en versión original y española, de traducción ligeramente infiel, cantada por su mismo autor. La comedia sentimental que ahora vemos comienza en Livorno, verano de 1971. La canción está plenamente de moda, el pueblo está de fiesta, y en plena fiesta se elige a la mamá más linda del balneario. Todo hijo sabe que su mamá es la más linda, y está orgulloso. Salvo el de esta historia, amargo desde chiquito. La madre es demasiado linda, demasiado divertida, demasiado llamativa. Y en el pueblo hacen comentarios. El padre también es un amargo, encima carabiniero. El tiene sus cosas, pero no llama la atención. Claro, ¿quién va a mirarlo? La historia evoca episodios de infancia y adolescencia desde la perspectiva del hijo ya grande, obligado por su hermana a visitar a la madre, que está grande y enferma en un hospital. Enferma de muerte. ¡Pero es la más alegre de la sala! Los enfermos terminales son capaces de amarla, los médicos la aman. Incluso recibe un homenaje semipúblico, de esos que sólo pasan en una comedia italiana. Bueno, una comedia italiana como ésta, que maneja hábilmente la pintura de caracteres, la caricatura pueblerina y la nostalgia, es una celebración de la vida, tiene lindos temas de época, y luce un elenco encabezado por Micaela Ramazzotti, acá de pelo negro, la hoy venerable pero todavía muy atendible Stefania Sandrelli, divina, el chico Giacomo Bibbiani, y Valerio Mastandrea, alter ego de Paolo Virzi, el director, que, oh casualidad, es hijo de Livorno. Un bonus, la reproducción de una anécdota del rodaje de «La mujer del cura» en esa ciudad, que si no es cierto merece serlo, porque suena italianísima. Su propio hijo interpreta al director Marco Risi en esa escena, y Giovanni Rindi hace de Marcello Mastroianni. Pero nadie hace de Sophia Loren. Demasiado para el director de casting habrá sido encontrar alguien con el ángel de la Sandrelli cuando joven.
La noche festiva donde la joven y bella madre de Bruno es elegida en esa (ridícula) competencia al voleo que consiste en elegir a “la madre más bella”, ese niño en cuestión se encuentra notablemente ofuscado y fastidiado, sentado en su silla mientras se ve forzado a contemplar toda la ceremonia que tiene como protagonista principal a su madre, centro de las miradas y chiflidos de un público sediento de carne, al mejor estilo pan et circenses...
Por amor al neorrealismo La prima cosa bella no sólo es el título de este opus del realizador toscano Paolo Virzì sino que alude a una canción famosa que hiciera furor en Italia allá por los años 70. Pero es el leitmotiv emocional y de unión de esta familia separada por las incompatibilidades de una pareja, que es sufrida por sus hijos. Esa es la historia central, narrada desde el punto de vista de Bruno (en la niñez interpretado por Giacomo Bibbiani, en la juventud por Francesco Rapalino y en el presente por Valerio Mastandrea), quien tras una infancia un tanto traumática junto a su hermana Valeria (Aurora Frasca para la niñez, Giulia Burgalassi en la juventud y en la actualidad Claudia Pandolfi) ha intentado cortar todo tipo de lazo con su madre Anna Nigiotti (Micaela Ramazzotti en la etapa de juventud y Stefania Sandrelli en el presente). Sin embargo, el pedido expreso de su hermana de viajar a su pueblo de infancia Livorno para acompañar en los últimos momentos a su madre, quien padece de un cáncer terminal, significará para el protagonista un reencuentro con un pasado doloroso, que pese a sus tiempos de tristeza conserva en el recuerdo fragmentos de enorme felicidad. Así las cosas, con un relato fragmentado en tres tiempos que sintetizan casi cuarenta años en la historia de esta familia, el director italiano Paolo Virzì impregna la trama de sentimientos, nostalgia, cinefilia, y clasicismo desde el punto de vista de la narración que abraza la estética del neorrealismo, sobre todo cuando de retratar el pasado se trata. Sin bien las fibras sensibles del melodrama a la italiana atraviesan gran parte de las dos horas de metraje, los apuntes humorísticos no dejan de aparecer en un registro entre ingenuo y liviano para amenizar la densidad dramática que recubre varias capas del relato. Entre ellas: la lucha de una madre con un temperamento poco habitual para la época en una Italia machista que debe hacerse el camino sola y contando con la buena predisposición de aquellos hombres que se cruzan en su agitada vida sin pedirle nada a cambio. Desde esas pequeñas anécdotas de supervivencia maternal se desprende una chance frustrada de convertirse en estrella de cine dada la exuberante belleza y la sensualidad que se ve truncada tras los arrebatos violentos de un marido celoso y una hermana egoísta y resentida. En el derrotero de Bruno se irán intercalando momentos alegres de juventud; tristezas de infancia y vergüenzas por tener que escuchar comentarios sobre la reputación de su madre y su facilidad para acostarse con extraños. No obstante, eso no significa que las distancias afectivas con ella no puedan resolverse antes de que sea demasiado tarde. Parte de la virtud de La prima cosa bella responde exclusivamente a saber contar una historia desde la emoción sin resultar meloso ni solemne como demuestra este prometedor realizador en un film que recuerda a esas joyas del neorrealismo Italiano.
VideoComentario (ver link).
Todo sobre mi madre Comedia dramática italiana sobre la relación entre un hijo y una mamá muy particular. El reencuentro de un hijo con su madre, a quien ha dejado de ver y hoy sufre una enfermedad terminal, no parece el argumento más adecuado para una comedia. Y si bien el nuevo filme de Paolo Virzi ( Carolina en la ciudad ) tiene sus elementos dramáticos, en su tono, sus elecciones estéticas y su “desparpajo” apuesta a un humor que surge de la comprensión, del sentirnos parte de una experiencia de vida. Bruno (Valerio Mastandrea) es un profesor de literatura bastante amargo, adicto a lo que sea que le permita evadirse. Un día su hermana viene a buscarlo para decirle que su madre está enferma y lo último que Bruno quiere hacer es ir a verla. Pero termina yendo. Y es ahí donde el filme empezará a contar en dos tiempos el reencuentro y el origen de esa difícil relación. Flashback a 1971. Bruno es un niño y no le gusta nada que todo el mundo mire a Anna, su madre, tan bella como liberal en sus comportamientos (la encarna Micaela Ramazzotti, antes, y Stefania Sandrelli, ahora). Cuando le dan un premio a “Miss Madre” en el pueblo su marido empieza a celarla y termina echándola a patadas. Ella se lleva a los chicos y de allí en adelante vivirá con sus sueños de fama, pasando por casas de distintos “amigos” ante el fastidio de su hijo y la fascinación de la niña. En el presente, y pese a la enfermedad, Anna sigue siendo una mujer descuidada y salvaje, que desaparece del hospital para irse a pasear, y se cambia y pinta como si en cualquier momento fuera a comenzar una fiesta. Y con esa madre, Bruno deberá lidiar, y tratar esta vez de no juzgarla. Con un material que daba para el sentimentalismo y la nostalgia, Virzi arma una comedia con apuntes dramáticos más cercana a la voracidad narrativa y casi festiva de los filmes italianos de Gabriele Muccino ( El último beso ) que a los de Giuseppe Tornatore, con elecciones visuales, musicales y apuntes cómicos inesperados que le quitan pomposidad a los momentos más dramáticos sin por eso hacerles perder fuerza. El filme tendrá revelaciones, subtramas y diversos episodios (demasiados, la alargan innecesariamente), pero en lo central quedará grabado en el espectador la impresión de haber conocido a una serie de personajes que llevan encima sus contradicciones, sus complicadas historias, y hacen lo mejor que pueden para vivir con ellas.
Un hombre trata de sobreponerse a un recuerdo traumático de la infancia que pone en el centro de un drama familiar a su madre. El film no es, sin embargo, una exploración psicológica -o no sólo eso- sino un retrato ajustado de tensiones sociales y de la validez o no de la idea de familia. El realizador Paolo Virzi ya había mostrado buen hacer con Caterina en la ciudad, y aquí vuelve a tomar un camino equilibrado y ecuánime para contar la vida de sus personajes con la distancia justa.
El futuro es mujer ¿Un intento de volver a ya extinta comedia a la Italiana? No necesariamente. Si bien hay un coqueteo, una tentativa -en un principio- de atravesar los caminos de la comedia dramática-costumbrista la cosa va por otro lado. Hay, si se quiere, una revisión crítica (que aparece reconocible en la tradición de cierto cine que en Argentina podría reconocérsele a algunos films de Juan José Campanella) de los componentes del cine popular (que mal abordados se convierten en populismo efectista). Es interesante ver como el film de Virzi realiza una parábola invertida: una familia que nace quebrada y se reconstituye con el paso de los años, que se rearma con los restos de los rencores, violencias, celos, pasiones que la vieron nacer. En este punto la película tiene notables puntos de contacto con Roma, de Adolfo Aristarain, Los chicos de mi vida, de Penny Marshall, pero también con cierto tono moralizante que cuestiona las decisiones y libertades sobre el placer, el cuerpo y el sexo que estaban en Y tu mamá también, de Alfonso Cuarón. Es en esa imposible tradición (sumada a la falaz adscripción inicial a la comedia alla italiana) en donde debe ser pensada La prima cosa bella: por un costado, una crítica feroz a la institución familiar y proponiendo la necesidad de repensar ciertos vínculos establecidos (entre padres e hijos, entre parejas, entre hermanos, etc), a la vez un innecesario subrayado moral sobre las decisiones de la madre del protagonista (subrayado moral que aparece representado por una enfermedad terminal). Ese vaivén -amen de su extensión un poco desmedida, 122 minutos- es el que por un lado permite momentos de genuina y noble emoción (la escena de la reconciliación de los hermanos y la canción cantada a trío entre madre e hijos) y por otro innecesarios castigos físicos, escenas efectistas (las palizas que recibe la madre del protagonista, la sensación de que siempre es manipulada y verdaderamente no decide sobre su cuerpo y sexualidad, algunos ataques propios de la enfermedad mostrados desde una cámara en una grúa generando planos grandilocuentes). En última instancia, estamos frente a una película ambivalente, con un notable y efectivo uso del gran angular como mecanismo de puesta en escena de los saltos en la memoria hechos por el protagonista dentro de la itinerante estructura de flashbacks que se nos propone. En esos recursos formales el espectador puede reconciliarse con las decisiones poco felices. En cualquiera de los casos, esa sensación de ida y vuelta entre distintos registros dramáticos no deja de ser un bienvenido riesgo que no busca recetas ni convenciones fáciles sino busca bucear en el recetario de los lugares comunes para desarmarlos y admirarlos a la vez. El último plano de la película (simbólico, maternal) da cuenta de esa relación compleja con las tradiciones familiares: se las odia para poder amárselas.
Pobre mi madre querida La primera secuencia del film es un ejemplo de lo que en el cine es posible representar desde todo punto de vista. Ese fragmento que nos introduce en la historia se instala, en sí mismo, como una pequeña obra maestra. Empezando por la construcción, el relato narra una fiesta popular de verano en el balneario de la ciudad de Livorno. Allí se elige, como todos los años, a la reina, pero en esta ocasión los organizadores han decidido, además, consagrar a la madre más bella del balneario. Entre todas las presentes la cámara va buscando a las candidatas para hacerlas subir al escenario, entre ellas se encuentra la bellísima Anna Niggiotti (Micaela Ramazzotti), esposa de Bruno, un carabinieri tosco, rudo e insensible, y madre de Valeria y Bruno. El marido insita a que la lleven al escenario, ella no lo desea, pero accede. Cuando es elegida por el presidente del jurado, un cantante popular y conocido por sus conquistas femeninas, se desata la tormenta. El marido furioso ante los embates del cantante; Anna que no sabe que hacer, se queda estática, sólo alcanza a esboza una incipiente sonrisa, pero más que una sonrisa es una mueca; la hija que festeja el triunfo de su madre; el hijo que no sabe si ser feliz por el éxito o ser como un espejo del padre, enjuiciarla y desaprobarla. Ella vuelve a su lugar entre la gente como una derrotada, con la mueca que continúa en su rostro. Su hijo la mira; su hija la abraza; el marido la regaña; a ella le cae una lágrima solitaria por la mejilla. Fundido a negro, y comienza la historia. La forma estructural de esta secuencia es clásica, progresiva, pero la dirección en general, y la de actores en particular, sobre la base de un elenco de primera línea, la determinación de encuadres, la selección de los planos, los ángulos de toma, y el ritmo marcado por la compaginación, resumen una clase magistral de séptimo arte. Estamos en la actualidad y nos enfrentamos a Bruno, ya adulto, profesor de literatura y escritor frustrado, taciturno, amargo. Vive con una novia, a la que califica como coinquilina. Nada puede hacer que tenga algún acceso al placer de vivir. Su existencia es casi tortuosa. Su hermana lo viene a buscar, le informa que la madre esta muy enferma y quiere verlo. La narración esta desarrollada en dos tiempos, el actual y el pasado, ese pasado que se resignifica a cada instante, que será el vehiculo de reparación de la relación de Bruno con su madre ya vieja, interpretada por la admirable Stefania Sandrelli, y con su hermana menor Valeria (Claudia Pandolfi), quien ha podido construir su propia familia. En ese ir y venir a través de la progresión dramática actual en la relación de esa madre, toda vitalidad, que se hace querer por todos, y el automatismo desafectivo de su hijo, se apuntalan los conflictos. Utilizando flashbacks que nos van dando una pintura de los personajes, de las épocas por al que transcurre la historia, pero constituyendo una película melodramática, género presente en la tradición del cine italiano, se instala como una narración en el cual el beneficio primero se basa en lo imprevisible por ver, y en aquello que va a suceder en la inventiva de la trama, pues los acontecimientos de la forma y la delicadeza en que son contados no han sucedido antes de la narración, suceden durante la misma, porque el mecanismo de la fabula se ciñe a las reglas aristotélicas de la poética, y logran hacer coparticipes de las vicisitudes a los espectadores para lograr que estos se identifiquen con el desarrollo y sus personajes. Si bien el personaje principal, ese a partir del cual se constituye el conflicto, es Bruno, el que lleva adelante las acciones es Anna en sus dos versiones, la de 1971 y la de 2009, siendo a la postre el personaje principal de la narración.. Un gran guión sustentándose en los sentimientos, pero que nunca cae en la sensiblería barata y fácil; una muy buena dirección de arte y vestuario, en que los objetos representan sus épocas, sin falsificar ni adulterar, que no aparecen como de forma intencional sino de mera presencia casual; una muy buena fotografía, que aporta el matiz adecuado no solo en relación al momento vivido por los personajes, sino también da cuenta del espacio y tiempo en que transcurre la historia. Todo esto sostenido por un sólido plantel de intérpretes, y la mano de un realizador que supo proceder con firmeza y claridad en las decisiones a fin concretar la tarea de los equipos que había seleccionado para ejecutar el proyecto fílmico. (*) Producción argentina de 1948, realizada por Homero Manzi y Ralph Pappier.
Emotiva, melancólica, expansiva, desbordante de sentimientos, neorrealista y a la vez contemporánea, La prima cosa bella es una comedia dramática en la mejor tradición del cine italiano, con varios David Di Donatello a cuestas y candidata a los Oscar. Risi -homenajeado en el film, ya que aparece en un set de filmación-, Monicelli y algún realizador más actual como Scola asoman su legado en esta pieza fenomenal de Paolo Virzì que recorre varias décadas de una familia disfuncional. Con un elenco extraordinario que encuentra el tono y la sensibilidad justas para componer cada personaje en sus diferentes edades, la película salta infatigablemente entre los años 70, los 80, y la actualidad mientras describe vínculos parentales que oscilan entre las sonrisas, las lágrimas, la desgracia y la alegría. Un arranque prodigioso nos muestra un típico evento veraniego del pasado –con ecos del comienzo de Luna de Avellaneda de Campanella- con elección de reinas dudosas y fugaces, cantantes melosos y animadores kistchs, sólo para presentar una pareja y dos hijos pequeños que serán parte indisoluble de una trama que en su par de horas de extensión no deja de atraer, conmover y proponer toques de bienvenida diversión. La descomunalmente bella Micaela Ramazzotti y el formidable Valerio Mastandrea son sólo dos nombres a mencionar dentro de un cast inmejorable bañado por melodiosas canciones peninsulares que son un personaje más y que hasta que le dan título al film.
El pelotazo en la cabeza El efecto adormecedor que podía provocar ese viernes soleado, con el silencio callejero de la tarde recién llegada y con una inminente gripe en el cuerpo, iba a ser apenas durable. ¡Pum! Pelotazo en la cabeza: esto no es sólo lo que le ocurre en la primera escena a Bruno, el aletargado personaje principal, también fue lo que La prima cosa bella provocó en mí. Apenas hubo tiempo –y a pesar de sus dos horas de duración– para distracciones, anotaciones o alguna tos impaciente, puesto que, en la vorágine de la experiencia de ver esta película, lo real parecía estar pasando más cerca de la pantalla que de la sala en la que estaba. La prima cosa bella es la historia de Bruno Michelucci (Valerio Mastandrea), un profesor de literatura de una escuela de Milán que sobrevive con los recuerdos de una infancia marcada por la belleza y la vitalidad de su madre Anna (Stefanía Sandrelli). El relato del pasado de esta familia comienza en 1971, cuando Anna (en su juventud es interpretada por Micaela Ramazzotti) es elegida la “mamá más bella del verano” en una playa de Livorno; a partir de este punto, además de advertir por primera vez la belleza de Ramazzotti, las escenas comienzan a dividirse entre flashbacks y el presente en el cual Bruno vuelve a Livorno y, acompañado por su hermana Valeria (Claudia Pandolfi), se reencuentra con su madre. El realismo que impregna los diálogos, las actuaciones y la puesta en escena en general es, quizás, el mayor atractivo. Pero la belleza de la película resulta, además, de una especie de trasplante que opera en cada escena de conflicto: la extirpación del melodrama se realiza apenas éste asoma y en su lugar se instala el humor que, por otra parte, jamás es forzado. En este sentido la película se parece a Anna, la apasionada madre que sin importar la situación y abrazada a sus hijos, mezquina la tristeza o el cansancio: el gesto que delata el agotamiento y la alegría fingida cuando sus hijos no la miran jamás aparece en ella. No recuerdo haber disfrutado tanto esa última media hora, ya pasados los noventa minutos, cuando el reloj biológico del espectador comienza a avisar que hace rato que uno está allí: La prima cosa bella es, en este aspecto, una cura al pensamiento distraído, al adormecimiento de los pies y los sentidos en la sala. La película, y al igual que las múltiples interrupciones que aparecen siempre que Bruno está a punto de drogarse y que lo obligan a hacer otra cosa, nunca se abandona a la comodidad de anclarse en un único elemento. Ni un personaje, situación o escena resultan tan estáticos u omnipresentes en La prima cosa bella como para robar protagonismo: por el contrario, el universo de Virzi parece estar enteramente reglado por lo intercambiable, lo mutable, lo relativo. Puede que todo lo anterior se reduzca, finalmente, a la única idea del intentar verse de lejos, el abstraerse de todo hecho trivial y cotidiano para mirar el conjunto, como en una película. Y esa posibilidad en La prima cosa bella es la misma madurez que también atraviesa a sus protagonistas; por eso el humor, por eso la falta de polaridad y etiquetas en los personajes, por eso el exilio del melodrama. Cuando el presente cae en la cuenta de que, con el paso de los años, hasta lo más duro del pasado puede ser gracioso, ridículo o insignificante, llega la mejor de las películas: no aquella que se manifiesta tomando mucho jarabe para la tos, tampoco esa que se despliega ingiriendo una pastilla roja, sino más bien la que inicia con un pelotazo en la cabeza.
Atrapado en Livorno El director italiano Paolo Virzí adelantó que frente a tantas malas noticias por la crisis europea, su opción fue La prima cosa bella, una película que rinde homenaje a la comedia clásica italiana de los años 1970. El impulso derivó en una comedia dramática sobre los lazos familiares y el descubrimiento de verdades nunca dichas. Bruno (Valerio Mastandrea) vuelve a Livorno porque su madre Anna está muy enferma. Lo hace a regañadientes, llevado por su hermana Valeria (Claudia Pandolfi). La película va mezclando el presente de Anna (Stefanía Sandrelli) y su pasado, con los niños pequeños. La vida familiar parece haber cambiado completamente una noche de 1971 en que Anna (Micaela Ramazzotti) fue elegida la "mamá más bella del verano". Su belleza la empuja al centro de las miradas y de ahí en más cobra otra luz el recuerdo de Bruno. Aquel niño serio todavía huye del estigma familiar. Guiado por el punto de vista de Bruno, Virzí va mostrando escenas de violencia familiar protagonizadas por su padre Mario, enfurecido por la exposición pública de la esposa; la separación, cuando expulsa a Anna del hogar; el rol de la tía tutora; los chismes del entorno; las mudanzas sucesivas de Anna con los niños; la relación tortuosa con los hombres. Micaela Ramazzotti expresa sensualidad y cierta inocencia que la pone en la frontera de la bella tonta. Ella finge, sonríe y canta Nicola Di Bari para proteger a sus hijos de la realidad, mientras sueña con ser actriz de cine. No faltan personajes ni elementos clave en la pintura de la tragicomedia de Bruno. La perspectiva, muy interesante, cae, no obstante, varias veces en el cliché. El montaje de las distintas épocas va descubriendo la historia familiar y la psicología de los personajes, al tiempo que Stefanía Sandrelli compone una enferma terminal que no pierde la sonrisa. El otro relato, el que Virzí resigna, hubiera generado otra película. Anna es bella y paga por eso en una sociedad que pone a la mujer en el rincón de la casa. El personaje, muy rico en matices, se queda en la gestualidad más exterior. El reparto, de muy buenos comediantes (los niños incluidos), convive con el ridículo de algunas situaciones y los finales previsibles. Livorno tiene mar. Se habla poco de eso y no se lo ve, hasta que después de andar perdido entre el lado oscuro de los recuerdos y las adicciones, Bruno descubre, otra vez, que un buen día puede ser el comienzo del resto de su vida.
Los últimos días de una mujer en fuga Con inspiración en el film de 1966, Yo la conocía bien, con Stefanía Sandrelli, aquí la misma actriz --a sus 64 años-- es una mujer que agoniza pero sigue manifestando su amor a la vida y a sus hijos, así como la apuesta por la libertad. En 1966, en el Festival de Mar del Plata, el film de Antonio Pietrangeli Yo la conocía bien, que marcó el primer gran protagónico de Stefania Sandrelli, mereció el premio a la mejor dirección. En este film, la Sandrelli componía a una joven provinciana que partía de Pistoia a Roma para alcanzar el estrellato. En su periplo conocía a numerosos hombres que la humillaban, que la engañaban y al mismo tiempo trabajaba en diferentes lugares. La historia de su protagonista, sensible e ingenua mujer, de nombre Adriana, que no conoce ni el ayer ni el mañana, finaliza de una manera trágica. A casi medio siglo de aquel estreno, el director toscano Paolo Virzi, a quien tenemos presente por aquel film Caterina en Roma, vuelve a su Livorno natal para ofrecernos un retrato de familia que pone en el centro de la escena a una mujer que en cierta manera revive el carácter de aquella llamada Adriana. En más de una oportunidad Virzi ha declarado que uno de sus films íconos es y seguirá siendo Io la conoscevo bene. Entre ambos, el talento y la fuerza vital, el arrojo y el profesionalismo de la Sandrelli, quien en el film de Virzi, a sus sesenta y cuatro años es Anna Nigiotti, una mujer que sigue sorprendiendo a los demás por su energía, por su entusiasmo, por esa capacidad que tiene para sobreponerse a su dolencia terminal, que lleva adelante con entereza en ese sanatorio; al que ahora en pocos minutos más llegarán sus más esperados visitantes: sus hijos Esta conflictiva historia, este secreto álbum de familia comienza a principios de los años 70 en el balneario de Livorno, momento en el cual la misma protagonista --una muy seductora y joven Anna-- pasa a ser elegida y coronada como la reina de ese lugar. Una primera foto, risas, aplausos, gestos de desaprobación por parte de su familia, particularmente por parte de su marido y de sus niños, Bruno y Valeria. Es el mismo año en el que el cantante Nicola Di Bari, ante la negativa de Gianni Morandi, interpreta él mismo esa canción que había compuesto junto a Mogol, La prima cosa bella, mereciendo el segundo premio en el Festival de San Remo. Como en Yo la conocía bien, el film de Virzi se abre en una ciudad costera y desde el primer momento, en ambos films, se muestra a ambas protagonistas en su manera desenfadada, casi primitiva; en el film de Virzi, la joven Anna está interpretada por Micaela Ramazzotti. Es ella quien provoca ante la mirada de los demás adversos comentarios y una de aquellas fotografías, la noche del concurso, exhibida públicamente, desatará la violencia conyugal, lo que la llevará a vivir de fuga en fuga, tratando de enfrentar el vacío y el rechazo, junto a sus hijos. Y es precisamente la mirada de su hijo mayor la que va reconstruyendo toda esta historia que se abre, tras ese epílogo en la costa de Livorno, en la temporada estival, en el momento en que Bruno ya es un hombre de mediana edad, profesor de Letras, abatido, dominado por cierta abulia y un malestar crónico, sin poder enfrentar su historia sentimental. Lo vemos acostado, casi desmayado en un parque, sin fuerzas, hasta que el golpe de un pelotazo lo lleva a levantarse con particular indignación. Es esta segunda secuencia, la que, de manera inmediata, nos acerca ahora a su hermana Valeria, quien junto a uno de sus hijos, le informará sobre el estado grave, agónico, de su madre. Desde un juego de temporalidades, y desde la visión de Bruno, quien vive de manera enojosa su vínculo con su propia madre desde la infancia, el film de Paolo Virzi va reconstruyendo la propia relación del director con la ciudad que lo vio nacer, Livorno. Y si bien no debemos considerar el film como un relato autobiográfico, señalado esto por el propio realizador; no obstante, es el propio ámbito el que pasa a ser igualmente protagonista. De esta manera podemos volver a traer a la memoria aquellas palabras del gran maestro de tantas generaciones, Jean Renoir, cuando afirmaba: "Lo que realmente me moviliza el corazón cuando estoy frente a una pantalla es ver que toda esa historia transcurre en un mismo lugar". Bruno, ahora, desde su presente, podrá comenzar a revisitar los días de su infancia, de su adolescencia, la relación violenta que debió soportar su madre y al mismo tiempo esa fuerza entrañable, sincera, de amor hacia sus hijos. Bruno recordará a su padre desde sus silencios y desde su irascibilidad y desde su severa y rígida tía, sujeta a férreas doctrinas religiosas. Algunos de los hombres que decían amar a su madre, que declamaban esa falsa ayuda, pasarán a ser un muestrario de rostros desencajados y de risas burlonas. Desde los primeros minutos del film, la canción La prima cosa bella, cantada por su propia madre, cubre todo el escenario nocturno de la memoria. Considerada por la crítica italiana como un film equivalente al Amarcord para Paolo Virzi, La Prima Cosa Bella mira por igual, desde una historia que apunta hacia una esperada comprensión de miradas con un tercer nombre aún no conocido, hacia el cine. Y lo hace saludando a una situación de altercado durante la filmación de La Mujer del Cura de Dino Risi. E igualmente, Bruno saldrá al encuentro de su madre, estacionando su motocicleta en la puerta de un cine.
Las Secuelas Familiares La Prima Cosa Bella es una de esos lindos films "de barrio", sobre la importancia de la familia y sus interacciones (muy trabajado en el cine italiano), sobre la vida misma tomada en un marco de tragicomedia. Su puesta es simple, sin pretensiones exageradas, contando con pericia la historia de muchas familias disfuncionales. Por supuesto tiene ese plus de suceder en un pueblito de Italia en los años '70, cuestión que le suma un aire de melancolía y belleza cultural. El director Paolo Virzi nos ofrece la historia de Bruno, un tipo amargado y medio depresivo que es obligado por su hermana a ir a visitar a su madre que está muriendo y a quien no ve hace tiempo. El motivo del alejamiento y las relaciones familiares son contadas en un juego de tiempos que van desde los '70 cuando él era un niño y debía sobrevivir a las locuras de sus padres, hasta la actualidad cuando ya es un hombre adulto al que le cuesta mucho ser feliz. Hay 2 aspectos muy atractivos en la película: El 1ro es la actuación de los niños... le dan al film un importante regalo que es la pureza, inocencia y ternura de expresar los pesares del crecimiento junto a una familia que está bastante loca (como la mayoría de las familias de todos). El 2do aspecto es el personaje de Anna (la madre) tanto en su juventud de madre bellísima, como cuando está muriendo ya de grande. La personalidad es tremendamente hipnótica, con esa dualidad de espíritu libre de buen corazón y ser humano descuidado, inocente, ingenuo, que no mide la consecuencia de sus actos. Quizás lo que le juega un poco en contra es la cuestión de contar una historia que se puede decir FUE universal. Creo que en lo tiempos que vivimos la interacción familiar ha cambiado mucho, no en la esencia de los conflictos madre-hijo, padre-hijo, madre-hija, etc., sino que el mayor cambio se da en la forma de afrontar esos conflictos familiares. Los espectadores de 25, 30 años para arriba podrán sentirse identificados, pero creo que las generaciones más nuevas no. De todas maneras es una película disfrutable con el sello característico italiano de la comedia trágica.
La familia no se elige Bien a lo italiano, la familia toma un lugar preponderante entre los temas de La prima cosa bella. Paolo Virzi realiza un film que oscila entre el pasado y el presente para poder explicar el vacío existencial de Bruno. De esta forma, vamos conociendo en el trascurso de la narración los dilemas que pasó la familia del muchacho. Bruno se siente perdido, sin ánimos de vivir. Se comporta de a ratos como adulto y la mayoría de las veces como un niño. Se rehúsa a formalizar con su novia y sin querer le hace difícil toda convivencia. El alcohol y la droga son sus auxilios en los momentos más críticos de su ánimo. Con el tiempo perdió contacto con su familia. Mientras que intentaba dejar atrás al pasado, su hermana menor, Valeria, lo buscaba. En uno de los contactos que realizaron, ella le comentó lo enferma que estaba su madre, Anna, y el poco tiempo de vida que le quedaba. Con esas palabras Bruno decide, empujado por su hermana, visitar a su madre. Pero así visitará también su pasado. Se volverá a encontrar con todo lo que aún le hace doler. Tendrá entre las manos su vida para observarla. Con su madre verá el problema en carne viva pero también la solución. La prima cosa bella tiene todo el tiempo un tinte de tristeza, un color pálido como melancólico. Las imágenes son muy importantes para definir las personalidades de los personajes. Quizás Bruno es el más notable. El mantiene siempre una preocupación en su rostro como si desde chico cargara en sus hombros a su mamá, literalmente hablando. Bruno siente el peso de cuidar tanto a su hermana como a su madre cada vez que el padre se distancia de ellos. Sólo una vez se lo muestra al protagonista sonriendo de chico y es justamente en una foto que muestra cómo la madre y el padre les brindaban contención a sus hijos. Los padres de Bruno son algo descuidados e inconcientes, más bien inmaduros. Pero sin embargo hacen todo lo posible para que sus hijos estén bien. Son la antinomia de la tía que representa un modelo más antiguo de familia y pensamientos. Ella quiere mantener las estructuras de su niñez en un mundo que no se lo permite por los cambios constantes. Logra darse cuenta de su error pero su rigidez mental no le permite salirse de la estructura con lo que vuelve loco al hermano por el cuidado de sus sobrinos. Anna y su marido a diferencia de la tía están más acordes al mundo moderno. La crianza de los hijos fue a la par, casi como si se estuviera hablando de amigos. Anna tiene una personalidad avasalladora a pesar de la tranquilidad que trasmite su rostro. Con una actitud de negación absoluta, llámese salvación psicológica, mantiene oculto todo problema. Hasta llegando a su muerte se la ve erguida y con una sonrisa. De todas maneras esto no representa fortaleza. Anna es una persona débil e indefensa debido a su ingenuidad. Valeria siendo un poco más fuerte que su madre también es débil, aunque sepa aparentarlo desde su pose firme. Ese caparazón es rápidamente destruido por su hermano, que representa toda la protección para ella. Valeria mantiene una actitud bastante parecida a la de la madre en cuanto a fingir estar bien sin estarlo. El padre de Bruno es una ausencia absoluta. Por momentos padre y por otros nada. Culpa al destino de no tener a sus hijos cerca. Su inmadurez es tan grande que le pide al hijo que se ocupe y cuide de las dos mujeres. Es personalidad violenta y suele no hacerse cargo de los problemas. Son las personalidades y descripciones psicológicas quizás el mayor atractivo de la película. Por lo que intenté enfocarme claramente en un análisis de los personajes. Sin duda la narración ha ayudado ha dar con la personalidad de cada uno de ellos. Las imágenes dicen mucho más que los diálogos, con lo cual es rica en argumento y manejo de la información.
Un presente que duele y un viaje en procura del pasado. Bruno, profesor de literatura, es convocado de urgencia para que asista a su madre, muy desmejorada. Ese viaje lo retrotrae a la infancia, a un tiempo con luces y sombras que ha venido negando. El pasado se le echa encima a Bruno con una fuerza inusitada, y allí se dibujan su madre bellísima y la figura de un padre carcomido por los celos, que acabará echándola del hogar. De ahí en adelante, la imposición de una vida itinerante. El reencuentro con esa madre, al cabo de tanto tiempo, encenderá esas imágenes que ha estado a punto de sepultar. Esa mujer aún hoy, enferma y todo, sigue haciendo de las suyas, escapándose del hospital en cuanto se descuidan, para pasear en libertad. Comedia agridulce, lanzauna mirada diáfana sobre el tiempo perdido, y vuelve al presente para señalar que todavía queda mucho por rescatar.