Los abuelos de la nada Hay un puñado de sublevaciones que surcan el horizonte de esta película co producida entre Argentina, Brasil y aportes franceses, dirigida por el debutante carioca Raphael Aguinaga y que según palabras de su propio director y guionista formará parte de una trilogía: la de ir contra un orden establecido; la de la vitalidad frente al desánimo del espíritu y la de creer en épocas donde el nihilismo prevalece y todo atisbo de sacralidad se cuestiona o banaliza. Pero si a eso se le suma un registro muy en consonancia con la fábula y el protagonismo absoluto de un grupo de ancianos en un elenco de notables actores y actrices de renombre como Marilú Marini, Arturo Goetz, Lidia Catalano, Nelly Prince, Graciela Tenembaum y Juan Carlos Galván la expectativa es aún mayor. La sublevación transcurre en la rutinaria vida de estos personajes abandonados a su suerte en un asilo de un pueblito de Buenos Aires –se filmó en locaciones de Bellavista-, aislados del mundanal ruido, de lo que pasa puertas hacia afuera, y solamente conectados con la realidad de vez en cuando por un televisor sintonizado en las noticias o una radio a pilas que debe ser compartida por todos. La llegada de un nuevo huésped, Alicia (Marilú Marini), genera cierto movimiento en los habitantes de la casona, así como el arribo no deseado del déspota hijo de la dueña apodado La bruja (Pablo Lapadula) por su maltrato constante y su abuso de poder. El relato se estructura por episodios y avanza por los carriles del humor despojado de todo cliché para representar a la ancianidad y elige tomar el camino del positivismo en lugar de resaltar aquellos aspectos negativos e inevitables de la tercera edad. No obstante, cada personaje refleja alguno que otro conflicto ligado a la vejez como por ejemplo la soledad, el encierro, los achaques físicos y la desprotección a partir del abandono. A ese registro, que procura mantener el código de la fábula con la manifiesta intención de separarse del corte realista, se le debe agregar un nivel alegórico que resulta el aspecto menos logrado del film, sin que esto menoscabe la propuesta integral, que apela a la vitalidad del espíritu por encima de los contratiempos y resalta la importancia del amor como posible búsqueda al final del camino. Un nutrido puñado de ideas atraviesa el microclima de La sublevación y el recurso de la ironía con vistas a una sutil crítica también, quizás no todas lleguen a destino pero las intenciones se notan, así como la posibilidad de escindirse por un segundo del planteo literal para aventurar algunas lecturas metafóricas relacionadas a la historia contemporánea argentina siempre bajo la tentación del título del film y las referencias a la sublevación de un grupo aislado de la realidad por un discurso dominante y dictatorial empuñado en la figura de un personaje apodado La bruja. Seguramente su director Raphael Aguinaga no pensó en hacer esta película para hablarnos de la historia política argentina pero por sus características y teniendo en cuenta el elenco, las referencias tangueras y otras tantas -que vale la pena dejar en suspenso al espectador - La sublevación parece una película argentina.
Mientras tanto, en el asilo La sublevación (2012) del director brasileño Raphael Aguinaga está muy lejos de relacionarse a un concepto político o histórico específico. Es más bien una fusión acertada de comedia y drama, cuyo argumento va mucho más allá de una simple visión sobre la tercera edad. La tranquila vida de los abuelos del asilo La Milagrosa se ve afectada cuando su enfermera decide tomarse sus merecidas vacaciones y dejar en reemplazo a su hijo, un joven opresor al que los ancianos llaman “La Bruja”. Ellos harán hasta lo imposible para hacerle frente a este maltratador y es allí donde se dan las situaciones más alocadas. El término “sublevación” hace referencia a la rebelión de una persona o grupo de personas contra una autoridad o poder establecido al que se niegan a seguir obedeciendo, utilizando la fuerza o las armas. De tinte costumbrista, aunque también con toques bizarros, el film de Raphael Aguinaga es mucho más pacífico que aquello; es un claro reflejo de cómo un grupo de personas que atraviesan la tercera edad pueden hacer cosas realmente interesantes si se juntan con un mismo propósito. Y “El Brujo”, la figura de poder, constituye sólo una excusa para salir de la aburrida rutina de todos los días. Aquí no hay críticas a un sistema político ni reclamos de ningún tipo. El director construye la figura de la vejez (y todo lo que ello implica) de un modo no lacrimógeno sino mediante un relato más liviano, aunque no carente de emotividad y profundidad. Los simbolismos son su as bajo la manga y conforman un guión dinámico que no se encasilla en ningún género. Quizá ello sea lo más acertado del film: no precisa de reflexiones demasiado técnicas, pero a su vez son visibles los diferentes temas y subtemas que van incentivando el interés del espectador. Con impecables actuaciones, La sublevación- que recuerda en ocasiones a Rigoletto en apuros (Quartet, 2012)- deja abierta cada historia de sus protagonistas y subraya el efectisismo de trabajar una temática “gastada” con ingenio.
Un viejo caserón alberga a un grupo de ancianos al cuidado de una enfermera solidaria que de pronto decide tomarse algunos días de vacaciones; para ello deja a su joven hijo al cuidado de los internados. El muchacho acepta el ofrecimiento con desgano, pero su poca paciencia comienza a transformar la conducta de esos hombres y mujeres, quienes hasta ese momento pasaban sus días frente al televisor, jugando a las cartas o dialogando sin cesar. En esos momentos cruciales llega a la casa Alicia (Marilú Marini), alguien con un pasado tortuoso que ha perdido el cariño de su hija y la posibilidad de ver a su nieto. A la vez, una noticia sacude a los ancianos: por la televisión se enteran de que la Iglesia Católica ha clonado a Jesús, pero que éste ha desaparecido para recorrer el mundo en busca de una cura para una enfermedad letal. Los ancianos deciden intentar ayudar a Jesús, pero para ello deben liberarse del muchacho que ahora los cuida y les ha quitado todas sus diarias alegrías. Así comenzará una sublevación que pondrá en peligro la vida de varios de ellos, a la par que se vislumbrará un rayo de esperanza para Alicia, amparada por un hombre que comienza a comprenderla. El novel director Raphael Aguinaga intentó con su historia insertarse en las desdichas de esos ancianos alejados del amor de sus parientes y mostrar sus penas y alegrías, pero su propósito apenas alcanza algunos momentos de honda reciedumbre dramática, ya que lo que ocurre en el film deja bastantes cabos sueltos y reitera situaciones. El elenco se esfuerza por dar calor a sus personajes, lo que logra en contadas ocasiones, mientras que los rubros técnicos otorgan el clima pedido por la trama, aunque ello no fue suficiente para que el film lograra lo que se proponía: radiografiar esas almas en pena sujetas a una constante infelicidad.
Lugares comunes, contados a los tropezones En La sublevación pasan cosas raras. En principio, la tele no para de bombardear la noticia de que Cristo ha sido clonado por el Vaticano y anda suelto por el mundo. Pero eso es lo de menos. El asilo para ancianos donde transcurre por completo la acción del film (con la excepción del final “liberador”) es manejado por una sola persona –enfermera, portera, administradora y todos los etcéteras posibles– y los asilados parecen vivir en un mundo paralelo en el cual nunca se almuerza o cena, en el cual conviven Internet y los teléfonos a disco y donde los receptores de radio “pierden señal” por tener las pilas gastadas. Con la excepción de un par de viejitos con problemas de movilidad, el resto está en perfectísimo estado físico y mental, pero todos parecen atados al espacio reducido del geriátrico por una fuerza más poderosa que la de El ángel exterminador. Cuando la responsable del lugar se va de vacaciones por un tiempo, el reemplazante es su propio hijo, un joven dictatorial y sádico apodado por los ancianos “La bruja”, una suerte de súper villano de film infantil, más malo que mil pestes, capaz de tomarse cuatro o cinco pastillas de éxtasis juntas. La ópera prima del brasileño Raphael Aguinaga –filmada en la Argentina con reparto local y en idioma español y estrenada en Brasil con el título Juan e a Bailarina– parte de una premisa, una idea motora, y desarrolla el relato llevándose todo por delante. Lo que importa es el mensaje, el medio es lo de menos, podría ser su lema. Pero hasta las fábulas (sobre todo las fábulas) tienen su lógica interna, su ética, su estética. Con un acentuado estilo de tira televisiva coral, una marcación actoral estridente y sus lugares comunes elevados, por momentos, a la enésima potencia –pero sin subirse nunca al grotesco, lo cual podría haber disparado resultados más interesantes y atrevidos–, La sublevación avanza a los tropezones y va desarrollando las historias particulares de cada personaje, todos y cada uno de ellos una tipología, un “caso” que intenta iluminar algunos de los males relacionados con la tercera edad: la soledad, el abandono, la enfermedad. En ese sentido, el film desaprovecha un reparto que incluye a Arturo Goetz, Marilú Marini y Luis Margani en roles que exceden el estereotipo y, en ciertas escenas, parecen haber escapado del ecosistema publicitario. Cerca del final, cuando la sublevación del título comienza a encaminarse y los protagonistas toman el poder del lugar, sólo resta atar el moño del paquete con un final feliz que incluye conversiones religiosas exprés, reencuentros inesperados (falta de respeto al espectador: ¿cómo conoce ese personaje la ubicación del cuarto de la abuela si nunca estuvo en el lugar?) y... sí, el probado golpe humorístico de poner a un grupo de ancianos haciendo cosas de pebetes.
Ópera prima y cosas de viejos Dos ejes temáticos se combinan en la trama de La sublevación, ópera prima de director brasileño y coproducción europea y latinoamericana. Por un lado, un establecimiento para ancianos, conformado por ciertos clisés temáticos, pero al que la astucia del guión no deja desembocar en golpes bajos y miserabilismos emotivos. Por el otro, el costado religioso de la historia, surcado por el delirio misantrópico a lo Subiela, donde se espera el arribo de Dios para curar el flagelo del sida. Entre esos mundos en colisión, el extremo realismo y la invocación a lo sobrenatural y divino. La sublevación también es una película de buenos trabajos interpretativos, luz tenue y mortecina, encierro y asfixia permanente. La primera escena impacta desde el aspecto visual: un auto deposita a una mujer –Marilú Marini– frente al geriátrico, sin necesidad de recurrir a los clisés cuando se trata el tema de la ancianidad maltratada por propios y extraños. Sus compañeros de lugar, cada uno con sus características, abarcan los tipismos recurrentes en esta clase de relatos (el charlatán, la casi demente, el silencioso y encerrado en su mundo) pero, otra vez, valiéndose de las suficientes maniobras de guión para no caer en la "lección de vida" o en una "mirada sobre la condición humana", pantanosas zonas que La sublevación escapa con suma inteligencia. Sin embargo, el personaje que queda al cuidado de los viejos, un joven jodido que necesita consumir éxtasis, somete a la película al subrayado sin vueltas. No caben dudas que La sublevación es un film extraño, curioso, riesgoso en su propuesta, inválido en varios pasajes, teñido de cierta originalidad desde la puesta en escena. Un punto aparte es disfrutar de dos estilos actorales: la sabiduría interpretativa de Marini frente al primitivismo realista de Luis Margani. Ambos son válidos y representan el ambiguo estilo que elige la película.
Dislate geriátrico Hacia el final de esta película el espectador puede llegar a percibir, con bastante buena voluntad, un cierto intento de emular el espíritu de “Esperando la Carroza”, en cuanto a ese mensaje positivo acerca de la vejez. Sin embargo esa leve semejanza sólo llegará en la escena de los créditos, lo que pase antes está muy lejos de aquella comedia. Alicia (Marilú Marini) es depositada en una casa de ancianos por su nuera, y alejada así de su vida cotidiana. En este hogar tan particular conocerá a otros ancianos allí internados, que están conmocionados por la noticia del momento: la aparición de un clon de Jesucristo. Cada uno carga con su historia, en particular un hombre misterioso que nunca sale de su habitación (Arturo Goetz), y que logrará encontrar en Alicia la esperanza perdida. Sin embargo, la tranquilidad de la casa se altera cuando el hijo de la enfermera del lugar, un drogadicto a quienes los viejos apodan “La Bruja”, llega a reemplazar a su madre. La historia tiene poco, o ningún sentido. Distintos momentos de la vida en esa lúgubre casa, la triste cotidianeidad apenas interrumpida por la obsesión por ver en la televisión las novedades del caso del nuevo Cristo, o la presencia de la perversa figura de “La Bruja”, que somete a los internos y vende las medicaciones a cambio de éxtasis. Desafortunada e innecesariamente, la estructura narrativa del filme está compuesta por varios capítulos, separados por placas en negro con el título correspondiente a cada uno, frases siempre más interesantes que lo que termina ocurriendo en la película. El filme no logra ubicarse en un género, por momentos es comedia, en otros drama, bordeando el absurdo y hasta la ciencia ficción. No es que se pretenda que se restrinja a un género, pero sí sería deseable que al menos encuentre un camino que le dé sentido. Lo interesante son las actuaciones de los viejitos del asilo, así como la de Graciela Tenembaum, quien encarna a la paciente enfermera que se encarga sola de cuidarlos a todos. Lo demás aburre por inconsistente y disparatado, en el peor sentido del disparate, aquel caprichoso y vacío de contenido, que ni siquiera logra causar gracia. No se puede evitar sentir que todos estos actores veteranos se merecían una película mejor para demostrar lo que aún son capaces de dar.
Un hogar para adultos mayores, con tristes historias familiares y una convivencia obligada. Hasta que un personaje catalizador provoca el despertar de conciencias y la rebelión del título. Con grandes actores como Marilú Marini, Lidia Catalano, Arturo Goetz y un gran elenco, la historia de esos mundos privados crece en ternuras pero sin golpes bajos.
El director brasilero Raphael Aguinaga se le anima al cine argentino y estrena La Sublevación, una cinta que, a pesar de tratar temas sensibles, resulta una entretenida y tierna historia que nunca recurre al golpe bajo. Rebelión geriátrica Luego de la muerte de su hijo, Alicia es dejada por su nuera en un antiguo caserón que funciona como un hogar para ancianos. Allí adentro encontrará un mundo completamente distinto al que estaba acostumbrada. El tiempo pareciera no avanzar y las preocupaciones están reducidas al mínimo, siendo la primera y principal las próximas vacaciones de la cuidadora. Alicia comenzará también un romance con Juan, un recluido residente del hogar. Todo esto ocurre mientras la radio y la TV no dejan de hablar de la misma notica… el Vaticano clonó a Jesús! Sin miedo al ridículo La Sublevación es una película que resulta extraña desde su gestación. A pesar de ser un film nacional que habla sobre las posibilidades y limitaciones de la vejez, está dirigido por un joven director brasilero fanático del cine argentino. Sin lugar a dudas esto hace La Sublevación se vea como una película nacional, pero se sienta completamente distinta. La historia del film transcurre casi en su totalidad dentro del hogar para ancianos Nuestra Señora de la Merced, el cual podríamos decir que es un personaje en sí mismo. Este caserón hermoso pero antiguo es casi una alegoría de la gente que lo habita. Los residentes de este microcosmos están desprovistos de toda preocupación y olvidados por el paso del tiempo. Ellos tan solo esperan el paso de los días hasta que finalmente la muerte venga a buscarlos. La trama toma un giro imprevisto cuando aparece esta historia sobre la segunda venida de Jesús. El mismo fue clonado por el Vaticano y, al igual que su novia, es portador de HIV. Aunque Aguinaga usa esta sub-trama como excusa para bajar línea contra la iglesia y los grandes laboratorios farmacéuticos, la crítica resulta poco zagas. De todas maneras, esta ridícula historia calza a la perfección en el film, y también le viene como anillo al dedo a los residentes del hogar de ancianos para comenzar la sublevación a la que hace referencia el título. Estos toques de comedia absurda hacen que La Sublevación nunca caiga en el golpe bajo que, debido a los delicados temas que pretende retratar, bien podrían haberlo hecho. Raphael Aguinaga intenta abordar distintos temas y pasearse por varios géneros a lo largo del film que es a la vez su opera prima. Y lo cierto es que, aunque nunca derrapa por completo, esto termina por jugarle en contra a la película, ya que pareciera nunca tener en claro lo que quiere ser o contar. Marilú Marini interpreta a Alicia, la nueva residente del hogar. Gran parte de la película esta vista a través de sus ojos. Es por medio de ella que nos introducimos en este mundo extraño (tanto para ella como para el espectador) de arrugas y cabellos grises. Gracias a una acertada actuación de Marini, nos resulta fácil familiarizarnos y relacionarnos con el resto de los personajes. El siempre correcto Arturo Goetz interpreta a Juan, el interés romántico de Alicia y la voz de la razón dentro del hogar. El elenco secundario acompaña como es debido, con simpáticas y tiernas actuaciones de gente como Lidia Catalano, Juan Carlos Galván y Luis Margarini, solo por nombrar algunos. Conclusión La Sublevación funciona a fuerza de buenas actuaciones y una simpática historia, aunque nunca termina de explorar todo su potencial. Se pasea por distintos géneros y aborda temas en los que apenas roza la superficie. Así y todo es un comienzo prometedor para Aguinaga como director, quien pareciera no tenerle miedo a explorar sus ideas por más ridículas que puedan llegar a parecer. Y en mi opinión, ese es el gran mérito de La Sublevación.
La crítica no fue publicada en la edición online.
¿Qué necesita una película para ser una gran película? Productos como La Sublevación demuestran que no son necesarias las grandes ambiciones, la ampulosidad, o el maximizar todo, simplemente tener algo, no se sabe qué, llámenle ángel, un toque distintivo, ese no se qué que las hace únicas. No es necesario que sea perfecta, basta con dejar conforme al espectador, lograr un entretenimiento válido, y si se puede un buen mensaje, en este caso relacionado a la llamada Tercera edad. Temática que no es novedosa en el cine, la literatura, o la dramaturgia, pero a la que siempre parece que puede encontrársele otra vuelta de tuerca. La acción se desarrolla en el Asilo Nuestra Señora de la Merced, un lugar en el que un grupo de ancianos está acostumbrados a su rutina diaria y al compañerismo que se desarrolla entre ellos como un microcosmos. Un clima tranquilo que, por supuesto, se alterará por varios sucesos; primero la llegada de una nueva “interna” Alicia (Marilú Marini), una mujer que se dejó al abandono y llega al lugar para revolucionar todo, las hormonas principalmente; también una noticia que resuena por todos los medios sobre la posibilidad de un Mesías en el pueblo; y lo principal, y lo que da título al film, la partida durante un tiempo de la cuidadora permanente la cual es remplazada por su hijo, un déspota al cual el grupo de mayores se opondrá como sea. Como es de esperarse La Sublevación es un film de argumento y realización simple, su director debutante, el brasileño Raphael Aguinaga, no pretende la sorpresa o el deslumbramiento, sino refugiarse en la calidez y la simpatía, y sí jugar un poco con el absurdo sin caer en la burla o la chabacanería. También se cuenta con otro importantísimo as bajo la manga, un elenco renombrado y de lujo integrado por la mencionada Marini (más afín al teatro pero de estupenda interpretación), la siempre eficaz y talentosísima Lidia Catalano (a ver cuando un protagónico para esta hermosa mujer), Arturo Goetz, la adorable Nelly Prince, y Luís Margani mucho más que el Rulo de Mundo Grúa. Todos componen personajes a su medida y conforman una armonía interna, entre ellos y de entrega a la historia, verdaderamente deliciosa; otra sería la película con otros actores. La sublevación logra que, tengamos la edad que tengamos, se nos instale una sonrisa desde el principio y no la abandonemos, aún en los momentos dramáticos, que los hay y varios. Otro apunte a favor es no quedarse en la simple moraleja sobre la vitalidad de la tercera edad, ya vista no hace mucho por ejemplo en Rigoletto en Apuros, sino adentrar un poco más, tocar límites de crítica social (sin meterse en terrenos farragosos), y hasta un toque bizarro y deliberadamente incoherente que le otorga luz propia. En la simpleza de las cosas La Sublevación encuentra las armas para convertirse en una pequeña gran obra, puede que no quede perpetrada en la historia del cine, pero en estos momentos de cartelera anquilosada otorga un brío que no muchas películas actuales tienen, y eso de por sí, es un gran valor.
Cuando la fe y la esperanza son lo último que se pierde en la tercera edad. Este film ya se estrenó en abril en las salas de São Paulo y Río de Janeiro, su título original “Juan e a bailarina”, se presentó hace dos años en el Festival de Río de Janeiro con el título “La sublevación”, es la ópera prima de su realizador y se encuentra hablada en español. Fue rodada en la Argentina y tiene un gran elenco: Arturo Goetz, Marilú Marini y Lidia Catalano, entre otros. Todo comienza en una gran casona “Nuestra Señora de la Merced”, cuando vemos que alguien falleció y una mujer mira todo con cierta tristeza, tiempo más tarde una mujer que conduce un automóvil junto a su hijo deja a otra en esa casona en la madrugada con una valija. Esta ni se anima a golpear la puerta, duerme como un perrito abandonado y desprotegido, se trata de Alicia (Marilú Marini), quien la atiende es Rosa (Graciela Tenembaum), la encargada de atender a un grupo de ancianos que viven en ese lugar. El realizador nos va presentando a cada uno de los personajes, separando su desarrollo en episodios y en medio del clima que viven estos; por un lado Juan (Arturo Goetz) vive encerrado en su habitación, inmerso en los recuerdos, siempre escucha el mismo disco, bebe alcohol e intenta atrapar una paloma para comerla. Un grupo de ancianos se reúnen porque Lucrecia va a leer el testamento que dejó la compañera Carmen la cordobesa, para: “ Lucrecia ,un rosario; a Pepe la radio y mi camiseta de fútbol; a Violeta la caja de chocolates y como recomendación que no le diga nada al sobrino que ha muerto para seguir recibiendo los chocolates, (pero esta es diabética); a Dolores un reloj pulsera que no funciona y sus lentes de lectura; a Norma nada, la considera una idiota y no le desea lo mejor y a Rodolfo (Carlos Rivkin) el amor de su vida 3200,66 dólares” , (este es pareja de Norma). Pero el grupo se siente sacudido cuando se entera a través de la televisión de una noticia que viene del Vaticano, la Iglesia Católica han clonado a Jesús, pero éste ha desaparecido para recorrer el mundo y curar enfermedades. Ellos se conmocionan, quieren ayudar al nuevo Jesús, surgen ciertas polémicas, pero todo se ve oscurecido, cuando Rosa la mujer que los atiende decide irse de vacaciones y deja a cargo a su hijo, ellos lo apodaron como “La bruja” (Pablo Lapadula), este los maltrata, no los atiende bien, vende los remedios de los viejos para obtener éxtasis, y ni el padre Gerónimo los puede ayudar. La única esperanza para ellos es encontrar a Jesús, y para eso necesitan sublevarse. Estos ancianos se encuentran solos, sin el amor de sus parientes, por momentos sus rostros manifiestan una gran tristeza, pocas son sus alegrías, no solo sienten el abandono de Rosa y la crueldad de “la bruja”, el joven que los castiga es como un represor que le quita todas sus distracciones y hasta viste como tal. El film contiene muy buenas actuaciones, interesante la paleta de colores y buenos planos para sobre saltar detalles, una luz tenue que acompaña, la música que otorga un toque de dramatismo, se sienten los momentos de asfixia, encierro y la necesidad de la libertad, por momentos se acerca bastante al absurdo, tiene algo de fabula y buenas imágenes de la Antártida. La historia aborda distintos temas y géneros, no cae en el golpe bajo pero algunas situaciones son reiterativas e inconclusas.
Entre el realismo mágico y lo fantástico Hay algo de realismo mágico en “La Sublevación”. Los protagonistas son los residentes de un asilo cuya vida se ve dada vuelta por múltiples hechos en una corta cantidad de tiempo: se muere una amiga que vivía allí; la enfermera que siempre los cuida se va por unos días y deja a su malvado hijo –“El Brujo”- a cargo; y, para colmo, la noticia llega de que Jesús (Jesucristo) ha sido clonado y su clon desapareció. ¿Para qué? Para buscar la cura de una enfermedad. Más preguntas. ¿Cuánta paz hay verdaderamente en una comunidad de ancianos? ¿Hasta qué punto puede romperse? Me tomo libertad con el uso de la palabra ‘comunidad’. Después de estos elementos fuera de lo común que colocan a la narración en un nivel cercano a lo fantástico, la comunidad es la clave principal de la película de Raphael Aguinaga. Hay un clima familiar entre estos viejitos que los acerca instantáneamente al espectador. Quizá no recordamos nombres, pero sí características puntuales: la amarreta, la dormilona, el don Juan, los loquitos recluidos. Una primera línea pone a jugar, con mucha diversión y soltura, a un grupo de amigos que disfrutan de sus días a todo color. Allí están la Norma de Lidia Catalano, la Dolores de Nelly Prince o el Pepe de Juan C. Galván. Por otro lado, el film despliega una subtrama romántica entre Arturo Goetz y Marilú Marini, mediada por el simpático Luis Margani. Si este lugar de la historia no excede su dosis dramática es porque la gestualidad de Goetz mantiene todo en su lugar. Su Juan estaba a un paso de ser un loco de remate, pero el fenomenal actor lo convierte en una criatura plausible. Entre estas dos puntas se tironea “La Sublevación”: el drama desolador y verosímil, preciso; y el delirio cómico de lo inimaginable que sin embargo está sucediendo. Las escenas que vamos viendo desafían la credibilidad y aún así se perciben cercanas. Ese tironeo necesario, causa del equilibrio, es un elemento que estaba faltando el año pasado en “Topos”; fábula más corrida de la realidad, todavía más extrema aunque con un universo justificable dentro de sus parámetros, pero que terminaba descuidando por completo el elemento humano. Es importante la conexión con los personajes, y lo que logra “La Sublevación” es construir una pequeña gran comunidad, principalmente por lo memorable de sus criaturas. El ritmo y las situaciones de la trama quedan ya sujetas a este acierto de construcción. Quizá hay que marcar que la abuela interpretada por Marilú Marini exagera su desconcierto con la vida y podría haber bajado un cambio, pero con estos viejitos hay tela para cortar rato largo. De repente se siente que no hay nada que no puedan hacer y que queremos verlos haciendo cualquier cosa. Dejarlos ir, soltarlos (y no hablo precisamente de muerte) porque toda película tiene un final, es una buena decisión una vez que estamos inmersos en ese mundo. El film nos compra desde las primeras -delirantes- escenas, con conversaciones a los gritos. Una cuestión no menor es lo relativo al tratamiento de la tercera edad. Hay que encarar bien a los viejitos; con ternura y respeto. En muchas comedias este dato pasa desapercibido porque los abuelos suelen funcionar como una especie de descanso cómico, y se los muestra de forma extremadamente liberal o conservadora. Nadie cuestiona porque cumple otra función, pero es cierto que faltan films que le den el total protagonismo a los viejos, y que entiendan desde qué lugar hacerlo. “La sublevación” capta esto, y los actores disfrutan de interpretarlo, y se disfrutan entre ellos, y nosotros disfrutamos viéndolos trabajar. Es un disfrute al cubo