Las facultades es un documental de su época. La película está armada como una secuencia de fragmentos que giran en torno de una misma escena, la de la evaluación, con un alumno que trata de responder a los requerimientos de un profesor. Se trata de momentos de gran tensión que condensan tiempo y esfuerzo, de cursada y de estudio: cada pregunta abre un abismo que el evaluado supera como puede, a veces a los tumbos, no siempre de la mejor manera. Los planos son abiertos y capturan las respuestas de los alumnos, pero también sus nervios, los gestos con los que intentan completar algo que no alcanzan a decir, la atención expectante que dedican a cada nueva pregunta. El sistema estético se reitera pero está abierto a un sinfín de variaciones: dependiendo de la facultad y de la carrera cambian el espacio, los materiales, las preguntas o la forma de evaluar (la más potente de todas, la más cinematográfica, seguramente sea la del final de abogacía, en el que dos grupos de alumnos asumen los roles de la fiscalía y de la defensa como si estuvieran en un juicio). Así es que se vuelve evidente un anacronismo muy bello: la manera en la que la película recoge los exámenes, que incluyen el despliegue de conocimientos de alumnos y de maestros, hace pensar en una suerte de galería científica o de inventario de saberes; un dispositivo contemporáneo que recrea una búsqueda enciclopédica de algún siglo anterior. En la película se escucha hablar de filosofía medieval, sociología, botánica, derecho penal, diseño, teoría de cine, anatomía, etc. La seguidilla de los temas hace pensar en un muestrario elemental de las áreas de conocimiento del presente. Cada examen funciona como el umbral que permite asomarse a un universo especializado con sus reglas y sus lugares propios: las paredes frías de la sala con miembros falsos dispuestos sobre mesas metálicas donde se evalúa anatomía no podría ser más diferente de la enorme habitación con muebles de madera en la que se rinde botánica. La sumatoria instaura un efecto lúdico que hace pensar en una especie de gabinete de curiosidades científica y, en un mismo movimiento, cancela cualquier posible solemnidad académica. El dispositivo diseñado por Eloísa Solaas proporciona una gran plasticidad y la película fluye sin perder en ningún momento el interés. Pero en el final la directora introduce un cambio: la última escena transcurre en una clase de economía. Un profesor habla y explica que no existe un verdadero Nobel de Economía, que el premio fue inventado por corporaciones para difundir el pensamiento ortodoxo; que los economistas heterodoxos (como él) carecen de ese poder discursivo; que la ortodoxia logró instalarse como sentido común excluyente que ellos (los alumnos) deben derribar. La situación es distinta a la del examen: ya no asistimos al momento de la prueba, circunscripto al alumno y el profesor; ahora somos incorporados en la escena. La cámara se ubica entre los alumnos y transforma al espectador en un destinatario más de lo que allí se enseña. Cualquiera que se haya sumergido en el fascinante recorrido anterior no puede evitar sentir la brusquedad del cambio: primero espectadores de los mecanismos institucionales de evaluación, la película nos coloca ahora en el lugar de alumnos a los que se les imparte una lección. El momento no ocupa un lugar semejante a los otros, sino que tiene una clave meta. Se entiende que la aparición de la clase y del tema funcionan como un comentario sobre lo ya visto, y cuyo sentido seguramente pueda resumirse así: el trabajo de las instituciones filmadas queda sujeto a la implementación de un modelo económico heterodoxo. La afirmación puede o no ser correcta: no lo sabemos porque la película no desarrolla la idea, no brinda argumentos; el momento llega sobre el final y a las apuradas, como si se nos pidiera que aceptemos una tesis sin ofrecer fundamentos ni explicaciones, sin tratar de convencernos. Pero la irrupción de ese tono pedagógico del final no empaña en nada el trayecto por los juegos del saber por el que Las facultades nos condujo gozosamente hasta hace apenas unos minutos.
Un debut promisorio. Una historia que desnuda los mecanismos de evaluación del sistema educativo local. Exámenes, pruebas, el conocimiento y el aprendizaje expuestos en diferentes instancias, las que, hacia el final, impulsan la necesidad de imaginar otra manera de evaluar a aquellos que quieren superarse y progresar.
Frente a frente en el aula La versatilidad de las materias que tienen como punto en común la evaluación oral de alumnos frente a distintos profesores es el puntapié inicial de este sugestivo documental, que se inserta no en el ámbito académico sino en el territorio de la reflexión sobre un sistema educativo que lejos de acomodarse en los nuevos paradigmas de la comunicación de saberes se enrosca en una cola de enormes proporciones que lo atan a modos de pensamiento y pedagogías caducas. La realizadora Eloísa Solaas acepta el desafío de plantar una cámara dentro de diferentes universidades de Argentina para seguir el derrotero de un representativo grupo de alumnos y alumnas de distintas materias en las instancias casi finales de sus respectivas carreras. En ese mosaico de discursos por ejemplo convive la Botánica o la Medicina con concepciones elementales que cualquier alumno que quiera recibirse en esa profesión debería responder sin dudar, pero tampoco es intención de la directora establecer un diagnóstico sobre los niveles de educación universitaria en los últimos años. Por eso, la inclusión de asignaturas universitarias como Sociología, Filosofía y hasta Teoría del cine exponen desde otro costado de análisis la tensión irresuelta entre el examen oral y los nervios que implican elaborar un discurso propio cuando todo indica repetir conceptos o palabras de las cuales se carece de referencia alguna, o al menos de un razonamiento previo. Las facultades si bien parte de la premisa de la observación sin intervención desde la puesta en escena construye por debajo de la superficie de lo visible y manifiesto un discurso de honda interpelación dialéctica que encuentra su mayor anclaje en la historia de un convicto que estudia en la cárcel Sociología, no sólo analiza textos reconocibles sino que argumenta un saber desde su propia experiencia de vida, contrario a la letra muerta de cualquier obra teórica, para luego en el propio documental complementar en el final, otra idea aun superadora donde Eloísa Solaas se adentra tanto en un final de Derecho con fiscales y defensores de un lado y otro así como en una clase de Economía más cercana al planteo político que económico. Desde ese ángulo, su ópera prima consigue separarse de un convencionalismo habitual de otro tipo de propuestas documentales menos interesantes y audaces.
Estrés Estudiantil. Crítica de “Las Facultades” de Eloisa Solaas. ADELANTOS, CINE, CRITICA, DOCUMENTALES, ESTRENOS Ya sea de Filosofía, Derecho, Física o piano, todo estudiante tiene sus recursos y artimañas para superar la etapa más angustiante del año; los exámenes finales. En este retrato completo de la exposición oral, los contenidos de las distintas materias encontrarán relaciones inesperadas. Por Bruno Calabrese. Estudiantes de distintas carreras se preparan para rendir exámenes finales. Botánica, anatomía, sociología, filosofía medieval, derecho penal, morfología, física teórica y piano. Cada uno utiliza sus recursos para sobrellevar la inquietante situación de exposición oral, la práctica evaluativa más común en las universidades nacionales de Argentina. A lo largo de los momentos de espera en los pasillos y, entre el drama y el absurdo de cada examen. Quién haya pasado por la facultad sabe lo que es afrontar los exámenes finales. La tensión, la angustia y los nervios con los que uno enfrenta instancias cruciales no tienen explicación racional. Desconfianza en lo que uno estudió (¿quién no habrá repetido más de una vez “me va a ir mal”), uñas comidas, noches sin dormir y tantas otras situaciones estresantes, un sinfín de sensaciones que solo puede entender el que las vive. La directora toma cuenta de esto y se inserta en el mundo de distintas universidades. Todas con diferentes contenidos académicos y con alumnos de distintos extractos sociales. Podemos ver a un alumno de Sociología, de Agronomía, de Medicina, de Derecho, hasta uno de piano. Pero la directora no hace foco en los contenidos, sino que se centra en lo gestual, en lo que siente cada estudiante (Tranquilamente podríamos ver la película sin sonido que nos transmitirá lo mismo). Con la cámara en primer plano, vemos como los alumnos tragan saliva, titubean, gesticulan, sufren, mientras el profesor pregunta, y muchas veces ayuda comprendiendo los nervios. De esta manera sufrimos con ellos, deseamos que no duden. Todo con una interesante construcción de los estereotipos estudiantiles de cada una de las facultades Una interesante propuesta que sirve para entender las sensaciones y las angustias vividas por los estudiantes en instancias cruciales de las distintas carreras, metiéndonos en la piel de cada uno de ellos. PUNTAJE: 80/100.
“Las facultades”, de Eloísa Solaas Por Jorge Bernárdez Dar examen es complicado, el que se prepara para dar algún tipo de prueba se concentra como un deportista, se entrega al estudio de la materia de manera tal que vive para eso y cualquiera ha escuchado de gente que repite bolillas enteras estando dormidos. Es tan complicado dar examen que se sabe de alumnos que pasan por la secundaria sin problemas, pero que al llegar a la universidad no aguantan la presión de los finales. Eloisa Solaas eligió poner su cámara, su ojo y su sensibilidad dentro de este universo en distintas facultades públicas para mostrar ese momento conflictivo. Se muestra a estudiantes de carreras varias al momento de preparar el examen y después en el instantes de la verdad. No todas las historias cuentan con la misma atención porque está claro que cada carrera tiene su tono y su mecánica. Es decir dar un examen de piano es una cosa y simular un juicio oral por una causa penal es otra y ambas son bien diferentes entre si. El trabajo detrás de cámaras se adivina agotador y la directora contó que lo que suponía que le iba a tocar un cuatrimestre, terminó llevando más tiempo. Hay momentos de comedia y momentos de reflexión, pero nunca el documental se erige en juez de nada ni quiere dejar una postura sobre nada que no sea el relato de extrema tensión de ese momento en que profesor y alumno miden sus fuerzas. Buen debut de Eloísa Solaas que trabajó en el BAFICI y que pasa el examen de ser protagonista con buen puntaje. Esta reseña corresponde a la presentación de Las facultades en la Competencia Argentina del 21º Bafici. LAS FACULTADES Las facultades. Argentina, 2019. Dirección: Eloísa Solaas. Dirección de fotografía y cámara: Esteban Clausse. Segunda unidad de cámara: Inés Duacastella/ Fidel González Armatta. Asistente de dirección: Lionel Braverman. Productora: Maravillacine. Producción: Eloísa Solaas, Paula Zyngierman, Esteban Clausse. Producción general: Marina Scardaccione. Montaje: Pablo Mazzolo, Eloísa Solaas. Dirección de sonido: Nahuel Palenque. Sonido directo: Augusto Bode. Color: Leandro Bordakevich. Distribuidora: Santa Cine. Duración: 82 minutos.
Conocimiento adquirido Todos aquellos que hemos transitado la formación académica nos encontramos familiarizados con los alumnos sometidos a evaluación de Las facultades (2019), la película de Eloisa Solaas, en competencia en el [21] BAFICI. Se trata de un documental de observación que reposa la cámara en el momento de mayor tensión de la estructura de enseñanza: aquella en la que se le pide al alumno que en pocos minutos maneje conceptos, elabore una reflexión y demuestre conocimiento en su discurso. Lo que vemos son exámenes de física, piano, derecho, filosofía, medicina, cine y economía, entre otras áreas. El documental Las facultades se distingue de otros trabajos de observación porque la cámara reposa en los alumnos en esa instancia decisiva, sus rostros y gestos, sus titubeos y posterior alegría o frustración. El edificio de la facultad contextualiza y el docente interrogador (la mayoría de las veces) queda fuera de plano. Como si no importase otra cosa que el alumno evaluado. Esta decisión formal llega a dos conclusiones: por un lado muestra el sinsentido del rigor académico en ese único y determinante momento, y por el otro, la necesidad de su existencia, sobre todo cuando vemos al estudiante del penal empoderado al apropiarse del conocimiento. Las facultades es una película simple a nivel formal pero que profundiza con su planteo intelectual, deja al espectador reflexionando sobre lo visto, justamente por la relación que el montaje –fundamental- teje entre examen y examen encontrando puntos en común: las facultades de los estudiantes para sortear la estresante instancia.
“Las Facultades” es un documental sobre estudiantes de distintas carreras (como Arquitectura, Imagen y Sonido, Física, Derecho, Filosofía y Sociología, entre otras), a quienes se les realiza un examen final oral en diferentes materias. Con reminiscencias del documental observacional clásico y sus recursos técnicos habituales, el registro documental coloca el foco de atención en radiografiar ese típico ritual del diálogo ocurrido entre el estudiante y el docente, destacando usos, modos y costumbres en claro abordaje sociológico. Con rigor, Solaas narra la intimidad universitaria. En las aulas se dirime aquel momento clave para todo estudiante de cara a una examinación. Como punto de partida argumental, esta excusa inicial es potenciada por la realizadora para observar la situación sucedida en diferentes carreras, desde un lugar privilegiado desde donde mirar esa práctica universitaria coloca en un lugar más íntimo de exposición a la relación alumno/docente, prefiriendo enfocar rostros que transmitan las emociones de cada instancia definitoria. Por otra parte, el contraste que se crea entre cada facultad y la atmósfera que prima sobre algunos episodios captados es elocuente. “Las Facultades” fue una de las películas que integró la cartelera del BAFICI en el pasado mes de abril. La directora fue premiada como la mejor realizadora de la competencia Argentina de la edición número 21 de la clásica cita anual porteña.
A priori resulta poco tentadora la invitación a ver un documental que se titula Las facultades, y que gira en torno a exámenes finales tomados en universidades públicas argentinas, concretamente en aquéllas ubicadas en el Área Metropolitana de Buenos Aires. Sin embargo, la opera prima de Eloísa Solaas resulta cautivante, fundamentalmente porque echa luz sobre un fenómeno a simple vista intangible, que Platón describió tantos siglos atrás: cuando adquieren conocimiento, las almas recuerdan eso que sabían mientras frecuentaban el mundo de las ideas, pero olvidaron cuando descendieron al mundo sensible para habitar cuerpos. Aquella famosa reminiscencia –especie de resplandor que rescata de la oscuridad– queda plasmada en esta película que la realizadora porteña filmó a principios de 2015, tras haber convocado a estudiantes universitarios dispuestos a protagonizar ante cámara situaciones de estudio y de examen oral determinante para la aprobación de alguna materia. Los alumnos seleccionados cursaban Medicina, Derecho, Imagen y Diseño, Economía, Agronomía, Arquitectura, Filosofía, Física, Música. Entre ellos, uno empezó a hacerlo mientras cumplía condena en una cárcel bonaerense, y –elección curiosa– otra es la actriz y directora de Familia sumergida, María Alché. Solaas ubica cámara y micrófono en la posición justa para capturar gestos y tonos de voz de los alumnos en las distintas instancias que conforman el proceso de evaluación: preparación de la materia, presentación del examen, espera del resultado o nota. Por la perspectiva elegida, los docentes aparecen en un segundo plano y en general intervienen poco (aunque lo suficiente para recordar el rol entre orientador y disciplinador que ejercen). Además de conductas típicas, la realizadora captura la apropiación de conocimiento cuando eso ocurre, el empoderamiento que esta asimilación provoca, la satisfacción de saberse nutrido y enriquecido. Acaso el material filmado en la cárcel (el diálogo entre dos estudiantes y el final que rinde uno de ellos) es el más ilustrativo en este sentido liberador. Y no parece casual que la realizadora acompañe a este muchacho cuando abandona la prisión y lo muestre asistiendo a una clase de Economía en el aula de una facultad. El caso del alumno preso remite a Paulo Freire y a la oposición que el pedagogo brasileño estableció entre la educación liberadora y aquélla bancaria. El registro del examen final en el ámbito carcelario constituye el summum de una ópera prima cuyo primer corte se tituló Finales y ganó en 2017 el Premio a la Mejor Película Latinoamericana en Desarrollo en el 21º Festival Internacional de Documentales de Santiago. Dos años después, la versión acabada de aquel trabajo participó de la competencia argentina de largometrajes del 21º BAFICI, bajo el nombre Las facultades. En este marco, Solaas obtuvo el premio al Mejor Director de esa categoría, y una mención especial por parte de la Sociedad Argentina de Editores Audiovisuales y la Asociación Argentina de Editores Audiovisuales. El anuncio del estreno porteño anunciado para el primer jueves de julio de 2019 evoca el recuerdo de otros dos documentales nacionales que retratan a otras almas que recuperan conocimiento en establecimientos educativos públicos: La escuela contra el margen de Lisandro González Ursi y Diego Carabelli, y Mocha de Francisco Quiñones Cuartas y Rayan Hindi. Por lo visto, hoy en día nuestro cine hace más por la educación pública que nuestro Estado.
Alumnos y alumnas se preparan para los exámenes finales con las más diversas tácticas de estudio. Llega el día de dar los orales. Profesores más o menos exigentes, nervios, tensiones, frustraciones y la liberación final. Luego, a esperar las notas y firmar las libretas. La cámara fija de Eloísa Solaas va hasta las facultades de la UBA del título (Arquitectura, Derecho, Física, Filosofía, Sociología, Botánica, Diseño de Imagen y Sonido, y hasta un bienvenido descanso musical con una prueba de piano) para narrar la intimidad de la vida universitaria en su momento decisivo. Puede que el dispositivo elegido por Solaas (egresada de Imagen y Sonido, premiada como mejor directora en la competencia argentina del último Bafici por esta ópera prima) resulte demasiado rígido, pero la capacidad para poner la cámara en el lugar exacto y luego seleccionar los momentos más importantes (siempre con el objetivo puesto en los rostros de los alumnos y con las preguntas, observaciones y evaluaciones de los docentes en el fuera de campo) hace de Las facultades un acercamiento en varios pasajes fascinante a la dinámica de las universidades públicas. Las diferencias entre el clima muchas veces caótico de las carreras de Humanidades y el contexto solemne y atildado de Derecho quedan evidenciadas sin que Solaas necesite subrayar elemento alguno. Un relato construido con los mejores recursos y atributos del documental de observación, con Frederick Wiseman como principal referente.
Escenas de la vida universitaria La ópera prima de Eloisa Solaas retrata a una serie de alumnos durante sus procesos de estudio y evaluación. Ópera prima de Eloísa Solaas, ganadora del Premio a la Mejor Dirección en la última edición del Bafici, Las facultades podría haberse llamado Examen, ya que la película se focaliza en esa escena específica de la vida universitaria en la Argentina. Documental de observación en el que toda instancia vinculada con el dispositivo de producción se mantiene tácita, la primera película de esta realizadora que fue durante años parte de la tríada de programación del Bafici asiste a la situación de examen de alumnos de distintas carreras. El planteo parecería dirigirse hacia alguna clase de análisis general, tal vez una toma de posición con relación a ese método de evaluación. En verdad se trata de lo contrario: de observar lo particular de cada examen de cada alumno, en cada situación específica. Los nervios de uno, la calma de otro, la falta de preparación de un par, el mayor o menor rigor de los examinadores. ¿Para arribar a qué conclusión? A ninguna: en tanto documental de observación, Las facultades se propone hacer ver, no instar a conclusiones. El film es una variante de lo que podría llamarse “método Wiseman”, en referencia al cineasta neoyorquino Frederick Wiseman, cuya obra entera está dedicada a registrar el funcionamiento interno de las instituciones (un centro de salud mental, un museo, una seccional de policía y así sucesivamente). Solaas se centra en alumnos y docentes de distintas carreras. Pero no todas. Distintas facultades. Tampoco todas. Esta segmentación consciente confirma la renuncia a toda voluntad de generalización. De título engañoso, Las facultades no habla de facultades sino de escenas. De lo que ocurre en ellas: el espacio en el que cada examen se desarrolla, el encuadre elegido, la duración de cada plano, lo que se ve en él. En otras palabras, no habla de un sistema educativo sino de un sistema cinematográfico. A esto alude una transición de montaje cargada de sentido. Un docente de Diseño de Imagen y Sonido le pregunta a una alumna sobre la concepción del realismo por parte del teórico André Bazin, y allí sobreviene un corte brusco (el único de la película, por lo tanto muy notorio) que lleva al título del film. Traduciendo a palabras: Bazin - Las facultades. El gran teórico del realismo cinematográfico André Bazin relacionó esta condición con un determinado sistema de puesta en escena. Ese sistema es el que Solaas adopta: planos en el que el corte se pospone todo lo posible, corte directo de un plano a otro y, en el caso específico de Las facultades, encuadres fijos, sin movimientos de cámara. La de Solaas es una película baziniana. Como consecuencia de este sistema de filmación, cada plano respira, hay una vida o varias en acción allí. No todo lo que se dice en Las facultades se entiende: la película trata sobre la circulación de saberes específicos, que cuentan con lenguajes específicos y en algún caso una jerga específica. Lejos de resultar nocivo, este no entender permite, por el contrario, fijar la atención en el resto de la escena: los tiempos de pensamiento y respuesta de cada alumno, los espacios circundantes, las actitudes y estrategias de educadores y educandos. Un estudiante se destaca inevitablemente del resto. Se trata de un preso, estudiante de Sociología en lo que al principio parecería ser la universidad de un centro de detención, y al final es claramente el aula de una universidad “del mundo exterior”. Instigado por su examinadora, el muchacho es el que más cabalmente lleva a cabo lo que podría considerarse “examen ideal", consistente en que quien lo rinde piense “en vivo”, conjugando además el lenguaje propio con el específico de la materia. En un desliz entendible, Solaas se deja llevar por la fascinación y le dedica más tiempo que al resto, así como también una última escena en la que no se lo ve dando examen sino en clase. ¿Se supone que es esa escena alguna clase de coda para la película? De no ser así, no se comprendería su pertinencia, representando un borrón para una película rigurosa y sistemática como pocas.
Tras su paso por el último Bafici, en el que su directora Eloísa Solaas se alzó con el premio a la mejor dirección en la Competencia Argentina, se estrena Las facultades, un documental de observación que expone una mirada que sigue a los alumnos universitarios en la etapa de exámenes. Eloísa Solaas planta la cámara con seguridad y muestra diferentes situaciones en lo que respecta a la instancia examinadora educativa (estudio, repaso y ejercitación de los contenidos, los exámenes propiamente dichos y la espera ante el resultado de los mismos) en varias carreras (Filosofía, Artes, Derecho, Medicina, etc.) y sin recurrir a testimonios directos o a voces en off. La cámara se invisibiliza en medio de las “escenas” (como ya es habitual en muchos documentales) y los que hayan pasado por los claustros universitarios se verán reflejados. Resultaría un exceso extrapolar ideas sobre la educación a partir de este film y corre por cuenta del espectador develar las decisiones que lo constituyen: ¿Por qué se seleccionan estas carreras? ¿Por qué se elige mostrar esta etapa? Más allá de los momentos que consiguen empatizar con cualquier tipo de público (los exámenes finales orales) a partir de cierta tensión y “humor” provocados por la situación y de la mirada precisa en el cuadro, el documental ni muestra una opinión sobre la educación ni puede ocultar que el andamiaje que lo construye no pareciera superar el presupuesto de mostrar mismas situaciones en distintas carreras y con diferentes personajes, acumulándolas sin más. Entre los distintos participantes (entre los que se cuenta la actriz, guionista y directora María Alché, acá en su rol de estudiante de filosofía) hay un joven en prisión, al que vemos estudiar Sociología tanto dentro de la cárcel como cuando sale en libertad. Hay allí algo cercano a una historia que trasciende claramente a cualquiera de las otras.
Hoy puedo escribir sobre este singular documental Las Facultades sabiéndolo ganador del premio a la Mejor Dirección en la edición N° 21 del último BAFICI, pero puedo asegurar que sus hallazgos cinematográficos se disfrutan y persisten en la sala de un cine con o sin premios, una categoría de reconocimiento que en muchas obras puede ser discutible. Las facultades vale ser vista por su rigor narrativo y su clara perspectiva del lenguaje cinematográfico. Un documental es una construcción arquitectónica, un edificio de planos organizados a partir de una idea, de un sentido, de una pregunta que levanta las vigas del relato. Hay arquitecturas austeras de pocas líneas en el espacio, hay construcciones nítidas o difusas. La arquitectura de este documental es de bloques grandes, de unidades claras conectadas entre si por un leit motiv que flota fuera de campo. Sus vigas están construidas con un simple y riguroso procedimiento narrativo cuidando la medida de sus tiempos y la estructura de sus formas. El diseño del relato es una arquitectura austera pero sólida, y a su vez, propone el registro de la arquitectura del mundo universitario, de los espacios que son su propia arquitectura, su categoría espacial, algo nada menor para reconocer sus ámbitos y el funcionamiento de esos mundos contenidos. A eso se suma también la arquitectura de la narrativa de la vida universitaria el diseño de ese mundo. El espacio, el alumno, el docente y el saber, esa fuerza que se mueve entre las paredes de la facultad y entre los habitantes de ese universo. Los momentos que retrata este trabajo podrían resumirse en cuatro estadíos, los espacios, el alumno que se prepara para el evento llamado examen o sea el estudiante que estudia, el examen en si mismo o sea la observación directa de ese hecho, y, podríamos decir que el final lo que deviene después del examen para cada alumno, para cada caso. El ensamble de escenas nos hace partícipes de un alumno de sociología que estudia en la cárcel, de un alumno de medicina, de uno de abogacía, otra de filosofía, una alumna de la carrera de imagen y sonido y una última de agronomía. Cada uno en sus espacios se prepara, se enfrenta a la evaluación y a su resultante. Ese es el croquis simplificado de las viñetas que podemos observar discurren frente a los ojos del espectador. El procedimiento de narración es puramente observacional, no hay ni un atisbo de intervención en la escena “que es mirada”, en aquel acontecimiento del que somos testigos omnipresentes. Ese rigor puramente observacional que se mantiene inclaudicable en todo el filme es claramente su mayor fuerza. Cierta cercanía a lo observado, pero a su vez, toda la distancia, ninguna opinión explícita. Encuadres prolijos, pensados, medidos y meticulosos, sin preciosismos, pero con perfeccionismo formal claro, marcado en su austeridad. La iluminación envolvente y cuidada moldea cada momento sin pretensiones pero con solvencia. El montaje organiza el sentido del discurso y enlaza a los personajes elegidos cada uno en su situación. No hay escenas rimbombantes, no hay acontecimientos exóticos, todo lo contrario, vemos lo que hemos visto y hecho más de una vez, aquel mundo del cual hemos sido parte no importa donde, ni cuanto tiempo haya transcurrido desde aquel momento. Observamos personas y cosas reconocibles, y también espiamos pequeños mundillos universitarios de carreras que tal vez nunca conocimos de cerca. Si hay algo que es evidente es que la mirada amorosa está puesta sobre el estudiante, en ese joven que vive un proceso de búsqueda, que se pregunta en voz alta, que debate, que teme no saber, que cree alcanzar una idea, que vive en la arquitectura de los pasillos atestados de gente o que estudia en el aula de una prisión. Son ante todo aquellos quienes viven la narrativa de la universidad como parte de sus vidas. A fin de cuentas el protagonista es el estudiante en general, más allá de los particulares casos elegidos y es su mundo el objeto a observar para poder vernos en ellos. Descubrirnos en todos un poco, y de alguna forma, como en un espejo hecho fragmentos de otros otros, reflejarnos, ya que todos ellos juntos somos un poco nosotros. Por Victoria Leven @LevenVictoria
Un documental interesante y sorprendente, la opera prima de Eloísa Solaas, premiada en el Bafici, (Ex programadora del festival) muestra un retrato riguroso del funcionamiento de las universidades en el momento de evaluar los conocimientos adquiridos. Los temidos exámenes finales. La cámara puesta en los momentos justos, sobre el rostro de los alumnos, con los profesores fuera de campo, hombres y mujeres de distintos estilos, exigentes o colaborativos, dispuestos a ayudar o evidenciar fallas. Así se construye un recorrido fascinante en distintas facultades: Arquitectura, Derecho, Física, Sociología, Agronomía, Diseño de Imagen y Sonido. En esta última, como curiosidad, el examen de una realizadora y actriz reconocida María Alche. Esa intimidad de las preparaciones, los estudios compartidos, la ansiedad, los nervios, los momentos decisivos de desilusión o festejo, las bienvenidas distensiones. Un mundo propio con sus leyes, captado desde la humanidad y el conocimiento de los alumnos, que resulta fascinante.
Eloísa Solaas obtuvo el premio a la Mejor Directora en la Competencia Oficial Argentina en el último BAFICI por ésta su ópera prima como solista. "Las Facultades" aparece como una muy particular obra, sencilla en cuanto a su temática lo que la engrandece por saber contar tan efectivamente eso que le puede pasar a cualquiera y ahora se convirtió en una película. ¿Cuánta adrenalina se descarga en la instancia examinadora en cualquier carrera universitaria? Se podría medir desde la preparación al momento en que el alumno pone a prueba su capacidad o se desatan todas las dudas o se mezclan los temas, las bolillas y se hace un nudo en el estómago. Todo el camino fue retratado en varios casos, en distintas carreras y un punto más a favor es la historia de un muchacho que se puede deducir no estudia en el mismo contexto que otros jóvenes que ya pasaron frente a la cámara; la presunción se hará certeza cuando descubramos que esa persona está presa y rindiendo para acceder a clases en una universidad estatal fuera del penal. Se retrata el esfuerzo por superarse, la sensación que dan los muros y los alambrados frente a la lucha de este estudiante por la libertad que representa el conocimiento y la ayuda que él pueda brindar a los demás al recibirse, más allá del delito por el que fue encerrado. Por otro lado, y en los casos más cercanos, los profesores que examinan se presentarán con su cuota de tensión y debiendo desplegar paciencia y ojo clínico ante las “guitarreadas” de los examinados. Algunos intentarán probar sus teorías y otros sentirán que rindieron acorde a lo que pensaban. “Las Facultades” es una especie de espejo para los que pasaron alguna vez por una mesa de examen fuera cual fuera el resultado o la materia. Se destaca el ritmo entretenido que va desarrollando de a poco cada historia y enlazando los cuadros hasta lograr la pintura completa sobre el tema de investigación elegido para el filme. Muy al estilo del francés Laurent Cantent en "Entre los Muros" nos va a dejar pensando en el sistema educativo, sus participantes y lo que significa tener la oportunidad, la fortuna de formarse para ser un profesional en la vocación elegida.
Eloisa Solaas presentó “LAS FACULTADES” en el último BAFICI y se alzó con el premio a la mejor dirección dentro de la Competencia Nacional con una mención especial de la Sociedad Argentina de Editores Audiovisuales. Sumado a este premio, la trayectoria de la directora dentro de la industria cinematográfica más esa inquietante instancia de interpelar el ámbito académico dentro de diferentes Universidades Públicas, genera a priori un gran interés y muchas expectativas sobre este trabajo. Expectativas que el documental de Solaas cumple, efectivamente, pero con algunas parcialidades. En algunos reportajes la directora ha contado que eligió filmar justamente exámenes de carreras que le eran desconocidas, pudiendo de esta forma no solamente abordar el proceso y la situación de rendir un examen oral dentro del ámbito universitario sino también transitar, ella misma, un camino de investigación y de abrir un camino en un ámbito y una situación donde no todos se prestan a ser filmados. Si bien el documental lleva el título de “LAS FACULTADES”, podría llamarse “Los Estudiantes” o sencillamente “Los Exámenes” dado que Solaas se dedicará a lo largo de su recorrido, a presentar básicamente situaciones de alumnos de diferentes carreras frente a un examen oral. Si bien existen algunos fragmentos que invitan a “espiar” el ritual de los estudiantes en la preparación previa a rendir un parcial o un final, la película focaliza casi en forma excluyente al momento del examen oral propiamente dicho. En este sentido, todos los posibles disparadores que se presentarían en un entorno universitario, más específicamente el de las universidades públicas y más particularmente aún, cierto perfil de universidades que trabajan un proyecto inclusivo como pueden ser las universidades de conurbano bonaerense, invitaban a expandir la mirada y poder bucear en el mundo universitario en más de un sentido y sin atarse ceñidamente a un solo momento como es el de la evaluación que no deja de ser solamente una parte, una parcialidad dentro de todo el recorrido que una carrera universitaria propone. Pero una vez apuntada la mirada certeramente al tema elegido, Solaas como directora, logra armar un caleidoscopio enteramente coral en donde los diversos alumnos elegidos, quienes son filmados en situación de examen, sin buscar que ninguno de ellos se transforme en un personaje destacado por sobre otro. No es una película que busque identificación con los personajes ni despliegue personalidades carismáticas sino que elige construir a partir de la diversidad y mostrar, equilibradamente, desde estudiantes de derecho haciendo un role playing y simulando una defensa en tribunal oral, una estudiante de profesorado de biología a la que le cuesta identificar las partes de una flor, o un estudiante de medicina que tendrá que trabajar con los preparados cadavéricos o analizar las placas radiográficas o tomografías que el docente le presenta en el mismo momento. Solaas despierta nuestro costado más voyeur, tratando de espiar este ámbito casi secreto, para muchos desconocido, íntimo y personalísimo como es el alumno frente al docente en una etapa evaluatoria, que de acuerdo a las teorías de educación más modernas, puede llegar a ser la etapa más importante del proceso de aprendizaje. Los nervios del que trata de acordarse la respuesta que no logra construir, una estudiante de Cine que parece no “encontrarle la vuelta” al análisis de un mega clásico como “El Acorazado Potemkin”, otra de Filosofìa que no es nada más ni nada menos que la actriz y directora María Alché (actriz de “La niña Santa” y directora de “Familia Sumergida”) o un estudiante de Sociología dentro de la cárcel, son algunos de los protagonistas que se van sumando poco a poco a la propuesta de este documental. Sin desmerecer esta investigación inquieta, observadora, detallista y que coloca siempre la cámara en el punto exacto que nos permite ingresar a ese territorio casi prohibido y más allá de la reflexión en la construcción del conocimiento que propone “LAS FACULTADES”, aparece el deseo, quizás sumamente personal, de que algunos otros temas que están tan presentes en la realidad de la educación pública universitaria en el aquí y ahora, también podrían haber estado presentes para intentar mostrar un abanico más amplio de las experiencias que se viven dentro de las Universidades en la actualidad. Con alguna observación adicional del aspecto edilicio, el tenso compás de espera cuando los minutos se prolongan en el pasillo para ver con qué nota aparece firmada la libreta o las charlas previas en las aulas, el documental se va nutriendo de esos pequeños momentos y dialoga con otros trabajos en su género como pueden ser en el ámbito de los colegios secundarios “La escuela contra el margen”, “El cine va a la escuela” y otra mirada sobre la experiencia de intercambio vivencial y de aprendizaje o “Mocha” sobre una educación inclusiva en la diversidad. Así como Cantet nos ha dejado entrar en sus aulas con “Entre los Muros”, Solaas hace lo propio con una aguda observación y una declaración de principios cuando en “LAS FACULTADES” nos invita a ingresar a ese mundo tan particular, único y para muchos jamás visitado que es el que se alberga en un aula, y mucho más particularmente cuando profesor y alumno siguen creciendo en la experiencia del aprendizaje compartido.
Quien haya pasado por una situación tan estresante como la es enfrentarse a un examen final en una universidad sabrá lo que se quiere llevar a la pantalla en Las Facultades. La directora Eloisa Solaas relata, en su primer largometraje, la experiencia universitaria vista desde distintas disciplinas académicas como lo son las ciencias sociales, naturales, medicina, arquitectura y derecho. Filmada con planos cerrados enfocados enteramente en los rostros de los intranquilos alumnos, la película va contando distintas historias de distintos estudiantes universitarios. Los profesores tratan de no ser el foco de atención nunca en esto modo de relato, funcionan como una suerte de voz en off, corrigiendo y calificando las respuestas con una exigencia estricta tal como la de cualquier docente de universidad. La trama logra encontrar su punto más fuerte en una historia en particular, la de un chico que estudia en una penitenciaria a los pensadores sociólogos más destacados y que luego cuando queda en libertad (cumpliendo su condena), lo vemos ya cursando en la universidad una carrera derivada a las ciencias exactas. Un gran desenlace que deja muchas reflexiones interesantes. Por momentos se lo podría haber sumado un poco dinamismo a la forma de mostrar algunos aspectos pero Solaas desde un principio nos aplica la pauta de lo que seguiremos viendo en el resto del metraje. Es algo que se le podría reclamar, pero a la vez también aceptar. Cuestión de gustos. Las Facultades, es una película que logra transmitir a la perfección la dificultad que conlleva cursar una carrera universitaria pero que también enaltece la importancia de la enseñanza y la de nuestra querida educación pública.
El estudio en Argentina Las Facultades (2019) es un documental nacional de observación que constituye la ópera prima de Eloísa Solaas, egresada de la carrera de Diseño de Imagen y Sonido en la UBA. El reparto incluye a diversos estudiantes y profesores de universidades públicas. La cinta participó en la Competencia Oficial Argentina del BAFICI, donde ganó el premio a la Mejor Dirección, el premio ASA (Asociación Sonidistas Argentinos) al Mejor Sonido y una mención especial por el montaje. Con una cámara fija en primer plano, el filme nos presenta a estudiantes universitarios de distintas carreras tales como Derecho Penal, Filosofía, Medicina, Arquitectura, Botánica, Agronomía, Piano, Filosofía, Sociología (ciencias sociales en el penal 48 del Servicio Penitenciario Bonaerense), entre otros. De esta forma seremos testigos de cómo se prepara cada uno para rendir el examen final oral y cómo es esa instancia ante el profesor, la cual está llena de presión, estrés y nervios. Tartamudeo, sudor en las manos, repetición de palabras, silencios luego de las preguntas, entre otras cosas, son solo algunos de los aspectos de los que da cuenta Eloísa Solaas en su primer documental, donde se centra en mostrar cómo es la etapa de prueba dentro de las universidades de nuestro país. Aunque la cinta presente temáticas interesantes en donde los jóvenes a través del habla expresan sus conocimientos, pronto el filme se torna aburrido y largo a pesar de que solo dura 82 minutos. El principal problema recae en que, como espectador, no se sabe cuál fue el objetivo de la directora. Muchos de los orales demuestran que los alumnos se quedan sin saber qué decir o responden incorrectamente, como una mujer que hace tres años que no se presentaba a dar su examen de cine. Sin embargo en otros sí se logra notar que los conocimientos están adquiridos, como el estudiante de Medicina que da su examen utilizando radiografías y partes reales del cuerpo humano. ¿Con este documental se pretendió mostrar que la manera de evaluar en las universidades públicas no es la correcta? ¿O que la mayoría de jóvenes no estudian lo suficiente? En ningún momento queda claro lo que se quiso transmitir. Las Facultades se queda a mitad de camino por tener un buen tópico a desarrollar pero no saber qué mensaje dejar. Por otro lado, al presentar tantas carreras y profundizar en variados temas dentro de ellas, el espectador inevitablemente termina perdiendo el hilo de lo que los alumnos están explicando, más teniendo en cuenta que el uso de determinados términos no es de nuestro propio conocimiento.
Pocas cosas pueden ser más estresantes que preparar un final, sentarse frente al docente o esperar la nota. En el documental Las Facultades, la directora Eloísa Solaas explora esto y, con una cámara distante, parece sumergirnos en ese ambiente y se puede sentir el nerviosismo de las aulas.
Las Facultades: hora de la verdad Todos los que pasamos por una carrera universitaria sabemos lo que se siente. Es diferente a las pruebas en un colegio donde pareciera haber un grado más de libertad, y nuestra propia irresponsabilidad le quitaba (algo) de puja al asunto. Por más que hayamos estudiado mucho, por más que conozcamos el temario completo como la palma de nuestras manos, llega la hora de rendir un parcial y la cosa se pone difícil. Más si es un examen oral. El papel pareciera darnos algo de impunidad. Pero estar ahí, cara a cara frente al profesor, haciendo uso de nuestra espontaneidad, exponiendo nuestros temores en vivo y directo, lleva a valernos de nuestra presencia para que además de conocimiento expresemos confianza, y por qué no, la existencia de un posible pánico escénico. Un parcial/final oral, puede ser una experiencia traumatizante para cualquier alumno facultativo. Algunos lo llevan hasta el extremo de no pensar en un futuro ante la eventual posibilidad de “fallar”. Sabiendo que el cine puede ser reflejo de muchas realidades, más si hablamos de cine documental, resulta una experiencia particular de la que se vale Eloísa Solaas para encarar su ópera prima Las Facultades. Vos, yo, (una cámara) y un salón vacío; pensalo Nadie puede negar la originalidad temática de Las facultades. Ahí cuando el género documental puede “repetirse” en denuncias sociales, homenajes a vidas particulares o sucesos extraordinarios, Eloísa Solaas opta por posar su mirada frente a un hecho puntual, casi rutinario, hasta naturalizado. Un puñado de alumnos y un puñado de profesores. De algunos vemos cómo se preparan previamente estudiando, y a otros ya los vemos directamente frente al momento decisivo del examen. Universidades públicas y privadas, de alto rango o de acceso más popular. Medicina, Derecho, Agronomía, Arquitectura, Filosofía, Cine, Música, entre otras. Diferentes facultades, diferentes carreras, y diferentes profesores ¿La reacción de los alumnos es ecuánime? Una vez que asimilamos la temática de Las facultades podemos pensar que su premisa podría ser el disparador para múltiples planteos que vayan más allá de ese momento crucial de rendir un examen. Lo que habrá que ver es si Solaas focaliza en esta apertura de planteos. La oferta es amplia. Hay alumnos más notoriamente preparados que otros, así como también profesores más abiertos que otros. Las facultades va trazando un mosaico con diferentes muestras y ejemplos. Primero nos da un pantallazo general de cada uno, y ahí ya podremos ir viendo, o adivinando, el futuro de ellos, si aprobarán o no. Luego (en algunos) ahondará. Hay una estudiante de botánica muy nerviosa, que ante el olvido de alguna/s palabra/s se desmorona como un castillo de naipes, y si bien la profesora tratará de ser comprensiva, cada vez se hunde más y más. Un alumno de anatomía que surfea diferentes preguntas frente a un profesor que parece buscarle su punto débil. Una alumna de historia del cine que viene a rendir libre luego de un par de años, y ya eso pareciera mal predisponer a un profesor algo absolutista. Veremos a la conocida actriz María Alché, también alumna de filosofía, confiada, canchereando su conocimiento frente a un profesor con el que termina teniendo algo más parecido a un debate entre eruditos que un examen. Pluralidad y puntualidad Un poco de todo ¿Y mucho de nada? Entre otros ejemplos, hay dos testimonios que destacan, en los que Las facultades se pudo concentrar para haberse enriquecido como un contrapunto. Justamente los dos testimonios son sobre derecho, más precisamente derecho penal (aunque uno sería procesal penal). Por un lado, un profesor muy sobrador, en rol estrella (consciente de la cámara), que examina un rol playing sobre un juicio penal en el que dos grupos de alumnos hacen las veces de defensa y fiscalía. Un detalle: el grupo de defensa son de tez morena, notoriamente humildes; y la fiscalía la integran chicos rubios, probablemente de mejor posición económico social. El profesor se pondrá puntilloso con la defensa hasta hacerlos entrar en nervios y casi ridiculizarlos; y será más laxo y amable con los fiscales. Por otra parte, una profesora toma examen a un alumno que estudia derecho en una cárcel y está a punto de obtener su libertad. Entre los dos arman un diálogo social muy potente y humano sobre la situación carcelaria y la posibilidad de cambiar el sistema. No se sabe quién es el profesor y quién el alumno, los roles se desdibujan porque el alumno le aporta la experiencia y la profesora está dispuesta a intercambiar con él de igual a igual. Cada vez que Las facultades se centra en estos dos casos, la experiencia crece y enriquece en detalles. Por el resto, nunca termina de explotar o focalizar lo suficiente como para lograr trascendencia. La cámara es más bien estática, apenas si captura algunos gestos, siempre atenta al alumno (hay profesores a los que ni los vemos). Salvo algunos momentos en los pasillos (para mostrar las banderas de centro de estudiantes, pero sin decir nada puntual al respecto) o de preparación previa (Alché ya la cancherea desde antes de entrar al salón), lo que se ve es un foco puesto en esa intimidad alumno y profesor. Pensemos algo, si la idea es mostrar la tensión a la que es expuesto el alumno, ¿la presencia de una cámara y la consciencia de que su posible momento de trastabilleo o frustración será expuesto frente a miles de espectadores, no lo pone más nervioso? Curiosamente, por esa no presencia física de casi todos los profesores, pareciera cuidarlos más. Se nota también cierta manipulación en Solaas a la hora de elegir qué mostrar y qué no, qué momentos del examen presentar, y cuál dejar fuera de cámara. Un examen de piano aportará solo a modo de música incidental. Las facultades parte de una idea original y promete más de lo que termina entregando. Su premisa de una situación por la que muchos de nosotros pasamos, podía servir para hablar de las presiones sociales, de la exigencia universitaria y la posterior aplicación práctica, de las diferencias en escalas sociales, de la competencia entre alumnos, hasta para tratar cuestiones de género, entre otros puntos. Lamentablemente, salvo en algunos casos (no estoy tan seguro que lo conseguido con el rol playing haya sido buscado), termina siendo una propuesta más superficial que lo esperado.
Momentos cruciales, únicos. Meses de espera, estudio, preparación, pocas horas de sueño. Todo eso se va acumulando lentamente hasta que hace eclosión un día, el de dar un examen, parcial o final, en una universidad. Sobre esta temática angustiante para cada persona que decide estudiar, es que Eloísa Solaas plasmó la idea de filmar su ópera prima. Allí están los alumnos. Solos o acompañados repasando el temario. Los pasillos de cada facultad son un hervidero. Los nervios, dudas, ilusiones y frustraciones se pueden apreciar durante el documental. Lo mismo que el instante más temido, estar frente al docente que lo bombardeará de difíciles preguntas. La cámara de la directora nos hace partícipes y testigos de los exámenes orales que suceden en diversas universidades, incluso hasta la de música. Sólo de esto trata la película que tomó ciertos casos testigo a modo de ejemplo. Dentro de las aulas vemos quién sabe y está seguro de sí mismo. Los que dudan y salen a flote, o los que terminan hundidos. Quiénes tienen el temple de acero o los que les aparece la mente en blanco. Los aprobados o bochados, etc. La directora los deja ser. No los interroga, ni busca emociones. La única melodía que suena en un par de ocasiones es la del muchacho que toca música clásica en el piano, frente a la mesa examinadora. Todo lo demás, es sonido ambiente, directo. La narración es puramente objetiva, políticamente correcta. No es el propósito de ser tendencioso, sólo se exhibe lo que puede ver el ojo humano. No se utiliza material de archivo, ni siquiera una voz en off para que nos guíe un poco o permitirnos conocer cuáles fueron las intenciones o motivaciones de la directora en narrar de este modo, una situación que ocurre miles de veces al año.
Es un retrato de cómo funciona la inteligencia. Cómo aprendemos a razonar, cómo incorporamos conocimiento y cómo lo generamos. Gran documental presentado en el último Bafici. En principio, parece ser la captura de momentos de estudio y de exámenes de un montón de personas cursando diferentes momentos de diversas carreras. Pero lo que realmente es –y aquí es donde las cuatro estrellitas quedan cortas– es un retrato de cómo funciona la inteligencia. Cómo aprendemos a razonar, cómo incorporamos conocimiento y cómo lo generamos. Eso es fascinante, casi parece una película de suspenso o de ciencia ficción, una que no les tiene miedo ni a las imágenes ni a las palabras.
NOS UNE EL SUFRIMIENTO ACADÉMICO, Y LAS HORAS DE ESTUDIO Como podemos apreciar, la virulencia actual que vive nuestra sociedad de mostrar problemáticas, temáticas y otras hierbas antes dejadas de lado por los discursos públicos en los distintos ámbitos de la esfera social, también ha arribado al cine. Que un documental tematice sobre la extenuante instancia de finales orales obligatorios, que tan acostumbrados nos tienen las universidades públicas y de calidad de nuestro país es una empresa para festejar. Quien escribe transitó su camino universitario de una hermosa carrera, pero muy dolorosa al mismo tiempo: tenía más del 80% de finales orales obligatorios. El recuerdo traumático y los malos tragos quedaron, junto con satisfacciones también, pero esta nostalgia estudiantil se revivió en recuerdos y en carne propia con Las dacultades, ópera prima de Eloisa Solaas. Recopilando con una cámara intrusa el antes, durante y después de una seguidilla de finales orales dados en distintas facultades de la Universidad de Buenos Aires (Derecho, Filosofía y Letras, FADU, Sociología, Física, Agronomía y Medicina) y visibilizando también el seguimiento de una modalidad de estudio particular, como es la educación superior en contextos de encierro, Solaas permite a los espectadores un recorrido cercano, natural y sobre todo empático de todos los estadíos anímicos que pasan los estudiantes de los estudios superiores. Es interesante cómo se capta la especificidad de cada modalidad de examen: por ejemplo, en Derecho, el final emprende la tarea de emular la dinámica de un juicio, con sus partes (vestidas acorde al estereotipo de abogado que circula en nuestra sociedad), así como también con veredictos y estrategias jurídicas que se explicitarán y apelarán como sucedería en un juicio, junto, claramente, con la corrección de los mismos por parte de los profesores; en Medicina, la modalidad de examen pasa por distintas etapas que componen el quehacer médico como son análisis de radiografías y examen de las partes de un cadáver, un ping pong de preguntas rápidas, entre otros puntos. Todo lo mostrado hasta aquí nos permite contraponer cómo esta modalidad de examen riguroso, con un protocolo que se repite en las distintas facultades (exposición, pregunta, repregunta) llevado a cabo por la Universidad de Buenos Aires, no es similar en la lógica de examen dentro de una cárcel, donde si bien la exigencia académica se respeta, la instancia es más relajada y distendida. El alumno que la película muestra está tomando mate junto con la profesora que lo evalúa, camina mientras explica, siendo esta instancia evaluadora otra etapa de aprendizaje que culmina la trayectoria estudiantil de una materia, más que un momento definitorio donde se pone a prueba cuánto aprendió cada alumno de forma definitoria y muchas veces punitiva. El documental también muestra la cocina estudiantil de algunos alumnos en el momento preparatorio de un final: cómo se puede estudiar de forma solitaria o en grupos, las horas llenas de mates, apuntes, libros, computadoras, charlas y discusiones intelectuales que componen una fórmula de estudio más que conocida por todos aquellos que hemos transitado las instituciones universitarias. Lo atractivo de este planteo que propone Las facultades es que no se detiene tanto en los saberes teóricos que las distintas carreras y exámenes podrían ofrecer, sino que se pondera la instancia emocional que esta modalidad evaluadora representa para los alumnos, los nervios que despiertan, las voces temblorosas, las manos que tiemblan, la duda existencial que se despierta ante la repregunta de los docentes. Interesante ejercicio de mostración de una situación que podría parecer banal a los ojos del conjunto de la sociedad pero que es más que habitual en la vida académica de las universidades nacionales y que puede llegar a significar dolorosas instancias ánimas para con los estudiantes, y que pocas personas advierten o problematizan al momento de reflexionar la propia trayectoria académica, durante y luego de finalizarla. Esta ópera prima de Solaas deviene en un gran homenaje al cine documental de Wiseman, quien sin necesidad de agregar más explicación que aquello que la cámara toma cual testigo silencioso, cuenta una historia a la perfección. Por último, se destaca que esta directora debutante se toma una atribución que funciona como un guiño a los cinéfilos que vean la película: la estudiante de filosofía que el documental nos muestra es la actriz y directora María Alché. Como puaner, sufrida y egresada de esa casa de estudio, la gloriosa Facultad de Filosofía y Letras -entre amigos, simplemente Puán- digo y repito: los puaners estamos en todos lados, incluso, en un documental sobre facultades; incluso, escribiendo críticas sobre ese documental.
La premisa de Las facultades es extraordinariamente simple: un grupo de universitarios rinde exámenes finales, desde un oral de física hasta una muestra de piano. Lo que a priori podría parecer un ejercicio denso y monótono termina convirtiéndose en una celebración del conocimiento humano. Construida como documental de observación y posicionando al espectador casi en el punto de vista del profesor que toma el examen, la película lleva consigo la fascinación intrínseca de mostrar al público un mundo típicamente privado. Los exámenes orales tienen, cada uno, una estructura propia: algunos son tensos, otros son divertidos, muchos son incómodos. Pero en su selección de participantes, en la diversidad de las disciplinas que se muestran, hay más que la diversión de ver a estudiantes nerviosos frente a un profesor. Ya sea en un examen de sociología o de física, de medicina o de derecho, la mayor virtud que tiene el documental es la de festejar el conocimiento. Es cierto que los momentos más memorables son aquellos que resultan más graciosos, pero hay algo más en la película que la separa de un mero ejercicio de reality tv, y está en esos exámenes que salen bien. Resulta hipnótico escuchar a alguien hablar durante cinco minutos sobre algo ya no que aprendió, sino que sabe. Esto es así aunque el examen sea de historia o de física cuántica. La seguridad del saber es fascinante y esa seguridad se traduce en una retórica prolija, atractiva y contagiosa. Cuando Las facultades termina, la sensación es doble: podría haber durado dos horas más, y dan ganas de volver a la facultad y estudiar todas las carreras existentes. El único momento en el que la película se traiciona a sí misma es en el final, en el que se rinde ante la potencia de uno de los personajes que elige retratar y decide romper el código que se había mantenido hasta entonces. Como todo documental de observación, su atractivo recae en el poder de lo (aparentemente) real. La cámara, en casi todos los casos, está fija y, excepto en el examen de derecho (que, al estar estructurado como un simulacro, con partes defensoras, litigantes y un juez, no tiene más opción que darle al profesor su propio plano), está siempre enfocada en el estudiante. Lo que se nos presenta es la realidad sin intervención del montaje, sin puesta en escena, la realidad como transcurre frente a la cámara. En cambio, cuando uno de los protagonistas, un estudiante de UBA XXII, consigue su libertad, la película decide darle a ese momento un tratamiento privilegiado, retratando su salida del penitenciario y construyendo un relato ya intervenido en el que su protagonista pasa de la cárcel a la universidad, para finalizar en una clase de economía. El momento es bello, sin dudas, pero pierde potencia porque muestra los hilos y contrasta con la crudeza del resto del documental.
Cuando una palabra se repite mucho, vuela, se vuelve extraña. Y cuando se reúne, en una película, un sinfín de situaciones cotidianas de estudiantes universitarios, el resultado adquiere, también, un efecto muy particular. Es que la situación de dar examen, así mirada, puede resultar pavorosa y desopilante. La idea de Eloísa Solaas en esta su ópera prima, ganadora a la mejor dirección en la Competencia Argentina del Bafici 21, fue esa: poner una cámara a registrar estudiantes que preparan o dan examen. Esos orales cara a cara en los que el solo hecho de discursear, frente a un profesor atento, nos deja en blanco, temblorosos. Esas tardes de estudio, en casa o en la facultad, en la que intentamos incorporar, interpretar, textos o ideas complejos. O memorizar el programa hasta la extenuación. Son estudiantes de derecho, de arquitectura, de ciencias físicas, de diseño de imagen y sonido, de sociología, filosofía o piano. Con sus respectivos, pacientes docentes. Y algunas tomas áulicas. Con cariño y cuidado (por la puesta, los diálogos, el sonido), Las facultades no echa en falta ni necesita accesorios, voces en off ni información adicional. Como un fresco, una cámara espía que se mete en las conversaciones más curiosas de la vida social. Las de los estudiantes de las distintas carreras.
En su debut como directora, Eloísa Solaas elige la instancia del examen como punto central de su registro; la preparación, la espera y el examen en sí constituyen las etapas que filma; los estudiantes son muchos y las disciplinas también: Filosofía, Derecho, Medicina, Agronomía, Cine, Sociología, Música, entre otras. Como la institución elegida es la universidad pública (UBA y UNSAM), la composición etaria y social del alumnado es diversa. Un microcosmos se despliega amablemente frente a cámara, de tal modo que se puede constatar la especificidad de los lenguajes y la innegable asimetría entre quien mide un saber y quien tiene que demostrar un aprendizaje, un retrato microscópico sobre el poder en relación al saber.
Aquí a lo largo del film se van mostrando las distintas emociones, ansiedades, miedos, entre otras sensaciones que sienten los estudiantes de distintas carreras. La cámara sigue a cada uno de los alumnos de las diferentes carreras, cuando preparan y frente a un examen: vemos sus gestos, sus vacilaciones, su nerviosismo, entre otras situaciones. Los espectadores siguen sus incertidumbres, inquietudes y alegrías.
El actual presidente Mauricio Macri siempre sorprende con una nueva frase poco feliz que acompaña su accionar. Hace dos años, el no buen orador brindó una conferencia donde su inconsciente se puso de manifiesto al hablar de “una terrible inequidad, de aquel que puede ir a la escuela privada versus aquel que tiene que caer en la escuela pública”. Caer como aquel que cae en una adicción y la escuela pública como algo erróneo para este presidente. Macri dijo caer y no quiso decir otra cosa. La frase que “se le escapó” se comprende al analizar su sesgo clasista y su intención privatizadora dentro de la cual una educación pública y gratuita parece algo grave y que urge combatir. Quizá por eso los presupuestos que se destinan a la educación son cada vez más bajos obligando a docentes, no docentes y alumnos a salir a la calle para exigir sus derechos. Quizá por eso también su gestión no se preocupa si alguien fallece en una escuela por la inacción constante de su gobierno.