Este film de Cristian Barrozo nos pone frente a una dura realidad. En un pueblo norteño, aunque podría ser cualquiera de nuestro país, varios jóvenes coquetean con el delito y lo prohibido. Poniéndose en juego sentimientos de amistad, de desamparo y de traiciones. Es una historia pequeña, pero que nos golpea, contada en un tono semidocumental, actuada por un grupo de actores jóvenes entre los que sobresale Álvaro Massafra como Leandro, protagonista del relato. Este joven de clase media, retraído y poco comunicativo, es muy amigo de Chachota (Luciano Ochoa) y juntos se involucran en delitos menores, fascinados por la personalidad del Gordo Gustavo, un delincuente a quien la policía tiene en la mira, nacido de la piel del actor Roly Serrano, en una muy buena interpretación. La historia va transcurriendo con un ritmo lento, que permite el desarrollo de los diferentes personajes. La cámara los sigue en su deambular por diversos lugares en un ejercicio de introspección que muestra y a la vez oculta facetas de sus personalidades. Para estos jóvenes los padres no son importantes, no amparan ni protegen, dejan a la deriva, más por incapacidad que por falta de amor, y por eso son seducidos por otros mayores que no siempre los guiarán por el buen camino. Filmada en Salta, con guión del mismo Barrozo y de Malem Azzam, nos enfrenta a una sociedad en decadencia. Si bien técnicamente está muy bien realizada, el relato no convence tanto, ya que quedan varios cabos sueltos, que entorpecen la comprensión del film.
Los Ni Ni del norte La baja de imputabilidad a los menores de edad que incurren en actos delictivos es la carne de cañón de toda la patria mediática y el puntal de lanza de la clase política, síntoma que en estos momentos llega a la opinión pública y encuentra en el reflejo distorsivo de los medios de comunicación y redes sociales su mejor espacio dialéctico para sentar las bases de una batalla ideológica. Lo que no se perdona, ópera prima de Cristián Barroso, se estrena en este momento oportuno al tomar como punto de partida una historia protagonizada por adolescentes que no superan la edad de los 14 años. Leandro (Alvaro Massafra), muchacho de clase media, presenta todos los rasgos de lo que se define hoy por hoy como la franja generacional Ni Ni, es decir ni quiere estudiar ni quiere trabajar. Además, en un hogar con padre ausente y madre joven superada por los desplantes del párvulo, siente fascinación por la figura del gordo Gustavo (correcta actuación de Roly Serrano), personaje siniestro que se relaciona con la trata y la delincuencia bajo un código moral propio, que se ampara en los menores para salir indemne de sus robos, a veces asesinatos. El deambular del protagonista y su carga de violencia como producto de su etapa de confusión adolescente oscila entre los encuentros con amigos también delincuentes, con quienes juega al fútbol por las tardes y con los que roba por las noches. No obstante, el film parece trazar alguna diferencia entre Chachota (Luciano Ochoa), a la vista el amigo más influyente y peligroso, de los otros congéneres que van al colegio y no andan en cosas “raras” como Leandro. Con un registro a veces seco, de fuerte estética realista, el director Cristián Barroso resuelve con pocos sobresaltos una historia dura y muy vigente, sin apelar a golpes de efecto, con un guión que tampoco recurre a diálogos altisonantes ni forzados y que absorbe el léxico de los adolescentes de hoy en día. Un buen debut para un director del que debe esperarse una nueva propuesta cinematográfica que encuentre el equilibrio entre la calidad de la imagen y el ritmo en la narración.
Esta ópera prima de Cristian Barroso, propone una mirada hacia el interior del país, un lugar plagado de delitos y del que nadie puede salir. El protagonista intenta salir del laberinto en el que se ha sumergido, pero no lo dejan, por lo que deberá resistir ante los embates de un mafioso que no logra concebir la idea de libertad para aquellos que maneja. “Lo que no se perdona” es un acercamiento hacia un mundo plagado de obstáculos, en el que nadie puede decidir sobre el resto ni sobre uno mismo. Barroso utiliza paneos y travellings para armar el relato, pero se olvida de potenciar su guion, en una narración que a los pocos minutos pierde la tensión necesaria para seguir atentos a la historia.
Crecer de golpe. Filmada en su totalidad en la provincia de Salta, la historia que nos cuenta pareciera tener un condimento universal. ¿Cómo es que jóvenes que no pasan los 18, a veces ni los 15 años, terminan inmersos en un mundo delictivo de alta peligrosidad? El guion de Barrozo y Maen Azzam se caracteriza por no estigmatizar, por dejar los prejuicios en la entrada y poder exponer sin ninguna ideología clasista. El planteo es sencillo; Leandro (Álvaro Massafra) es un adolescente de 14 años, vive con su madre, y, por lo que podemos ver, tiene un buen pasar, de clase media tradicional sin grandes lujos ni enormes necesidades. Se encuentra en esa edad en la que hay que romper con los moldes, y las malas amistades no ayudan. El grupo de amigos, todos del mismo status, es más bien dudoso; pero hay uno que resalta, el outsider, Chacota (Luciano Ochoa); de quien no sabremos mucho de su vida, pero sabemos que deambula, y presumiblemente, sí sea de una clase social inferior. Chacota es un delincuente de poca monta, y arrastra a los suyos con él, en especial a Leandro. En realidad, trabaja para Gustavo “El Gordo” Ovalle (Roly Serrano), que es el que le marca los lugares para ir a robar y le da un porcentaje. Ah, Ovalle también es dueño de un putyclub en el que sí, hay trata de blancas. Barrozo logra que toda esta trama de muchísima suciedad, sea vista con naturalidad haciéndola creíble. Sí, quizás haya un exceso de puteadas en el vocabulario de los jóvenes, o quizás ya pasé una edad en la que me distancié de las personas de quince años y quiero creer que no hablan así. En todo caso, son expresadas sin ningún esfuerzo, haciéndonos creer, más allá de algún desnivel interpretativo lógico y esperable, que todos los diálogos pueden ser verdad. Lo que no se perdona comienza como una suerte de film intimista, con el día de Leandro y sus relaciones con el exterior. Pero poco a poco se transforma en un policial noïr, plagado de personajes despreciables y antihéroes. La relación entre Leandro y Chacota sufre un quiebre, y El Gordo urde un plan para eliminar al soplón de su clan; plan que los incluye a los dos en un primer plano. Hablamos de un film de recursos escasos, simples, sin el presupuesto para elevarse en alto vuelo; pero esto no le impide que cumpla con su cometido, de incomodar y plantear una problemática tangible. No hay necesidad de edulcorar. El primer tramo del film, antes de ir deslizándose por el policial; si bien pareciera lento, y hasta demasiado hablado, permite una lograda construcción de los personajes, que no pasan por simples lugares comunes. A diferencia de buena parte de lo que fue el Nuevo Cine Argentino allá a principios de este nuevo Siglo; Lo que no se perdona no se enfoca en una clase social para hablar del germen del problema; más bien nos habla de una generación perdida. Sí, plantea una lucha de clases, pero en un nivel en el que nadie es limpio y las responsabilidades están tan repartidas como entre las generaciones. Porque sí, si los jóvenes están perdidos, hay una gran responsabilidad del mundo adulto, y el film lo demuestra. Conclusión: Incómoda, sucia, y certera Lo que no se perdona, posee varios atractivos para ubicarse como un testimonio notable de una temática que muchas veces es tratada superficialmente. En su andar nos deja pensando, y de paso, nos regala a un Roly Serrano que, aunque haga de un personaje realmente despreciable, no puede dejar de ser adorable.
En el mundo del hampa, dentro de esas leyes nunca escritas llamadas códigos, lo que no se perdona es la traición. Lo que no se perdona es también el debut del salteño Cristian Barrozo, quien sitúa en su provincia un pequeño relato que gira en torno a una delación pero que también aborda temas de la agenda actual como la trata de personas y el debate por la edad de imputabilidad.
Adolescencia interrumpida Lo que no se perdona (2015), la ópera prima de Cristian Barrozo, es un film sobre la adolescencia y el paso a la adultez marcado por la violencia. Leandro (Alvaro Massafra) se encuentra en una posición delicada. Proveniente de una familia de clase media, frecuenta al Gordo Ovalle (Roly Serrano), un delincuente que regentea un prostíbulo y utiliza a menores de edad para realizar algunos de sus trabajos. A la deriva, Leandro deambula por el pueblo y evade las responsabilidades diarias. No asiste a la escuela, destrata a su madre y el único lugar donde puede estar tranquilo es con sus amigos, aunque las diferencias con uno de ellos no tardarán en aparecer. Además de dirigir, Barrozo es el responsable del guión. Las conversaciones que mantiene Leandro con sus compañeros están dotadas de una naturalidad poco frecuente. Del mismo modo, las líneas de diálogo del personaje interpretado por Roly Serrano y por sus socios criminales carecen de ampulosidad. En cuanto a lo visual, la mayoría de los planos encuentran al protagonista de espalda. De esta manera, el realizador nos hace partícipes del deambular constante de un adolescente que no encuentra su lugar en el mundo. Las figuras de autoridad representadas en la madre, la policía y la maestra, quedan fuera de campo o desenfocadas. Los rostros nunca se muestran en su totalidad. El adulto que goza del mismo tratamiento que el protagonista es el Gordo Ovalle. Allí, en ese aguantadero, la tensión irá in crescendo hasta el desenlace, donde Leandro deberá tomar la decisión que sellará su destino y marcará el paso definitivo al mundo de los adultos.
Un film realizado en Salta, con elenco local y la participación del famoso Roly Serrano, que nació en esa provincia. Dirigida por Cristian Barroso, que escribió el guión junto a Malem Azzam, acierta con este fresco de cierta sociedad que se desentiende de los mas jóvenes, de distinta extracción social, clase media o marginales, que se sienten atraídos por la figura “paterna” pero también mafiosa del hombre que maneja los hilos de los negocios ilegales en el lugar. Un papel, este último, que Serrano cumple con creces con algunas escenas al borde de la tensión que incluyen a una menor. Solo un gran actor puede mostrar distintas capas de perversión y hasta cierta ternura maligna. Todo se desarrolla entre actividades delictivas y en un ambiente con códigos propios sobre lealtades y traiciones que acorralan a los protagonistas y los sumergen en un ambiente que cada vez s peligroso. Hasta un desenlace de justicia por mano propia. Un elenco bien elegido y una tensión que no decae.
Un thriller seco con toques líricos En crisis con su familia, Leandro, un hierático adolescente de la clase media salteña, se involucra en un delito que tendrá graves consecuencias. Ésa es, muy sintéticamente, la línea argumental de esta película seca y efectiva, ópera prima de notable solidez del salteño Cristian Barrozo, profesional de vasta expriencia en rubros técnicos, tanto en cine como en televisión. Pero Lo que no se perdona suma con sagacidad e inteligencia otras capas temáticas: desde el declive económico como fuente de degradación moral hasta el machismo, la violencia y la discriminación que son moneda corriente en el entorno donde se mueve un grupo de personajes de diferentes generaciones que, sin excepciones visibles, parece haber perdido la brújula. También deben contarse como fortalezas de la película el desempeño de los actores (Roly Serrano está formidable, igual que el debutante Álvaro Massafra) y el impecable trabajo de cámara, fotografía y puesta en escena, tan sofisticado como funcional a la narración. Incluso en sus momentos más sórdidos, el film se mantiene sobrio y estilizado, preciso en la creación de climas y reticente a las soluciones ramplonas y los lugares comunes. Barrozo cuenta una historia de corte policial oscura, densa y pesimista sin resignar el aliento poético.
UNA GENERACIÓN EN CRISIS La incomunicación, la falta de identidad cultural, los múltiples conflictos adolescentes, la familia que no, y la educación que tampoco, son algunos de los temas que aborda Lo que no se perdona, ópera prima del cineasta salteño Cristian Barrozo (aquí la entrevista). Leandro (Alvaro Massafra), un introvertido adolescente de clase media siente que no encaja en ningún lado, y prueba transgredir a través de la delincuencia, pero fue fichado por la policía. Ya nada será igual y lidia con eso. Él y algunos pibes del barrio son reclutados por el “Gordo” Ovalle (Roly Serrano) dueño de un aguantadero sórdido, desde donde les pasa trabajitos para hacer. Entre los pibes está Chachota (Luciano Ochoa), sospechado de haber delatado a su amigo Leandro en una entradera. La tensión entre ellos aumenta y Ovalle no quiere buchones en su equipo. Bajo un formato cuasi documental, el realizador se mete en la cotidianidad del protagonista. Registra con detalle las acciones y contextualiza su “incomunicación” con la realidad. A través de largos planos secuencia y cámara en mano el verismo de las imágenes da cuenta de los contrastes sociales y clasistas como parte de la problemática que refleja. La mirada de Leandro carga una marca y su silencio, también. Barrozo trata de meterse en su mundo, en su pensamiento, hallar esa instancia de quiebre con sus lazos afectivos. “Esto tiene directa relación con lo que miles de adolescentes argentinos pasan día a día, comenta su realizador. Sin apoyo y comunicación familiar ni un sistema educativo que los contenga, se encuentran al límite en una edad difícil, en esa transición hacia la madurez y se enfrentan a obstáculos que no saben cómo resolver”. La película se estructura a partir de un hecho que se muestra dosificado en medio de la historia, para que el espectador vaya uniendo las piezas a lo largo del relato. Un relato que, en su afán de acrecentar el verismo, abusa de los planos secuencia y minimiza las elipsis, lo que disminuye el ritmo narrativo de una historia que amerita mayor dinamismo. Testigo de una generación en crisis, Barrozo filma en la ciudad de Salta con actores locales. Uno de ellos, Álvaro Massafra (Leandro), fue premiado como mejor actor en el Festival Internacional cine de las Alturas (2016) donde fue presentada la película. Al elenco se suma, la participación del talentoso Roly Serrano, interpretando a un tipo oscuro y nefasto que la policía tiene marcado. Lo que no se perdona logra sostener un clima de tensión fusionando el drama realista con el policial, sobre todo hacia el final. Una propuesta que, si bien tropieza en la organización del relato, es consciente del tiempo que denuncia. LO QUE NO SE PERDONA Lo que no se perdona. Argentina, 2015. Dirección: Cristian Maximiliano Barrozo. Guión: Cristian Maximiliano Barrozo y Malen Azzam. Intérpretes: Roly Serrano; Alvaro Massafra; Luciano Ochoa, Angel Collante y Carolina Guerrero. Director de Fotografía: Rusi Millán Pastori/ Sonido: Damián Montes Calabro. Montaje: Emiliano Serra (Teykirisy). Dirección de Arte: Paula Ferrer. Duración: 77 minutos.
Crónica de un niño solo, con arma. Drama social disfrazado de historia policial o viceversa (todo un clásico en la historia del cine), la ópera prima del salteño Cristian Maximiliano Barrozo tiene la particularidad de provenir de una región del territorio argentino usualmente poco representada desde sus entrañas, a partir de una mirada alejada del centralismo de la producción cinematográfica. Característica que le aporta todas sus virtudes: un oído atento al timbre del habla local, los aires documentales de algunas secuencias rodadas en bulliciosas locaciones reales, la ausencia del paternalismo porteño observando desde la distancia. Sobre esa capa de base, el realizador monta un relato ficcional clásico, con un héroe ídem (aunque muy joven) tomando al toro por las astas ante una desesperada situación de vida o muerte. Casi desde un primer momento, con esos ostentosos movimientos de cámara que siguen al protagonista regresando a su casa luego de una noche en la comisaría, los engranajes narrativos comienzan a chirriar, no tanto por falta de aceite como por la constante presencia de rebarbas en sus puntos de encastre. El debutante Álvaro Massafra, sin experiencia previa en la actuación, interpreta a Leandro, un adolescente de clase media a quien poco parecen importarles sus obligaciones escolares y que el film presenta como algo conflictuado. Tanto él como sus amigos –en particular Chachota, quien claramente pertenece a una clase social más humilde– coquetean con actividades criminales de poca monta, apoyados por la modesta pero efectiva estructura de Gustavo, dueño de un prostíbulo y organizador de robos desde las sombras. En ese papel, Roly Serrano aporta una nueva versión de su clásico personaje de “pesado”: ronco y usualmente borracho, su sola presencia impone respeto y miedo, construcción dramática al uso profesional que, en más de un pasaje, choca con la dirección de actores del resto del reparto, amenazando con devorar toda la atención. La aparición insospechada de una chica del barrio en la ecuación, en una de las escenas más inverosímiles del film (inverosímil por contexto y desarrollo), marca el punto de inflexión para el inicio del tercer acto, donde primarán el instinto de supervivencia y la fidelidad a ciertos principios personales. A pesar de su título, Lo que no se perdona no es un film moralista. Ni pretende encarnar en un ensayo sociológico sobre la criminalidad juvenil en estos tiempos. A pesar de ello, no puede evitar cargar las tintas sobre ciertos aspectos que no pueden interpretarse como secundarios, v.g.: la manera de representar visualmente la falta de comprensión de los mayores (específicamente, la de la madre del chico), dejando usualmente fuera de cuadro el rostro de la mujer, extraño reflejo del “plano Tom & Jerry”, aquel que sólo mostraba las piernas de la dueña del famoso gato. En otros momentos, Barrozo sigue al protagonista desde atrás en largos travellings –recurso que parece haber sido patentado por los hermanos Dardenne– o se detiene en sus gestos mientras, en off, se escucha la voz del policía que lo ha detenido. Momentos más o menos logrados que se pierden ante la inminencia del enfrentamiento final, aquello que más parece importarle al relato: la crónica de un niño solo, arma en mano, frente a frente con un malo de película.
Esta es la opera prima de Cristian Barrozo. El protagonista de esta historia se encuentra oprimido por distintas encrucijadas de la vida que tiene que asumir y la cámara sigue a los intérpretes y los lugares donde se mueven de manera pausada, con toques de documental. Cuenta con muy buenas actuaciones y personajes bien construidos aunque su guión resulta un poco débil y antes del final comienza a desvanecerse.
Policial negro nacional, creíble y bien actuado Esta interesante opera prima ubica a Cristian Barrozo como un director a tener en cuenta en el futuro. "Lo que no se perdona" es un buen policial negro que plantea problemas sociales de actualidad, y sin caer en ninguno de los lugares comunes que eluden el género para priorizar lo testimonial. La historia transcurre en una ciudad del norte argentino, donde un adolescente de clase media va cada vez menos al colegio, y en cambio se dedica a fumar marihuana, jugar al fútbol o incluso participar en algún delito menor, como hurtar un celular en un negocio. Un amigo suyo, claramente delincuente, trabaja para un conocido mafioso pesado, y cuando el protagonista queda involucrado en un asunto por su amigo, queda claro lo que el jefe le harár al presunto delator. Estos tres personajes están sólidamente interpretados por los juveniles Alvaro Massafra y Luciano Ochoa, y el experimentado Roly Serrano es un criminal tan siniestro como creíble. Justamente este factor, la verosimilitud, es determinante para recomendar esta película que puede tener sus altibajos pero antes que nada resulta real. Hay cierto abuso de las tomas largas en detrimento de un montaje que aporte más ritmo y tensión, y una mezcla de sonido que sumado al acento localista por momentos requiere subtitulado, pero estos detalles no impiden que el conjunto merezca verse. Lo que casi no se perdona es haber utilizado el titulo en castellano del famoso western clásico de John Huston con Audrey Hepburn "The unforgiven".
Leandro (Alvaro Massafra) es un adolescente con problemas. Proveniente de una clase media, el chico de quince años, descuida sus estudios y comienza a inmiscuirse en un círculo peligroso. Rodeado de malas influencias como la de Ovalle (Roly Serrano), el joven escucha las historias de ese hombre quien, tomando vino Toro de un tetrabrik, le cuenta cómo fue que uno de los que trabajaban para él terminó muerto por soplón. Mientras tanto Leandro acata las órdenes que él le da, incluso aunque pongan en riesgo su vida. Algunos de los amigos de su edad tampoco parecen poder salir de ese entorno, por el contrario, Chachota (Luciano Ochoa) es otro de los jóvenes que se exponen sin saberlo, teniendo ambos a la policía tras sus pasos. Pero claro, Leandro es rubio y de tez blanca, por tanto todo resulta un poco más sencillo para él.
LO QUE NO LE PERDONAMOS A ROLY SERRANO Sucede que a veces nos encontramos con películas que acumulan elementos que a priori y por separado están bien, pero que sin embargo no terminan de despegar, un poco por su linealidad pero más que nada por su falta de relieve. Algo así es el caso de la película de Cristan Barrozo, Lo que no se perdona. Más allá del filtro indie argentino a través del cual se deja ver, estamos en esencia ante un film de pandilleros, o de gángsters si es que queremos extender un poco el sentido de esa definición. Veremos a Leandro (interpretado con sencillez y efectividad por Alvaro Massafra), un adolescente un tanto disfuncional como cualquier otro que coquetea con ser parte del mundo del crimen, que en el universo de la película está representado por Gustavo el personaje de Roly Serrano, un proxeneta y capo mafia fanático del vino en caja, un estereotipo con todas la de la ley argentina. La cuestión es si Leandro se arrojará definitivamente, o no, al tentador mundo del crimen que le propone Gustavo. Lo interesante es que atrás en Lo que no se perdona hay un realizador con unas cuantas ideas claras, que no hace concesiones a nivel técnico con lo cual la película es de una prolijidad irreprochable. La cámara siempre está donde debe, y Barrozo además demuestra virtuosismo y una vocación fundamental por el plano secuencia siempre que es posible, lo cual se agradece. Los problemas giran alrededor de la presencia de Serrano, no porque su desempeño sea malo, de hecho hace lo que hace siempre, pero la diferencia de tono con el resto de la película, sobre todo con el ascetismo de Massafra, convierte cada una de sus intervenciones en un movimiento de caricatura. Está clara la intencionalidad de estilizar al máximo las nauseabundas cualidades de la personalidad mafiosa del personaje, pero lo cierto es que el resultado queda casi siempre fuera de registro. Es que Lo que no se perdona es un film opresivo y silencioso al cual le introdujeron la intensidad de un personaje televisivo de Polka, como si El bonaerense fuera interpretada por Suar y Cabré. En el resultado final también notamos algo de lo que mencionamos al principio, pasada la primera media hora el film se vuelve un poco previsible, y el argumento queda demasiado flaco. Los personajes se estancan en un mini-limbo del que sólo despiertan para la resolución final donde se volverán a poner en juego la moral de las calles y los códigos del hampa. El giro final no re-significa todo el film, pero nos da una sorpresa amarga y agradable. Y sí, aunque el film de Barrozo no termina de despegar nos da algo de eso que nos gusta reclamar, cine de género entendido y reformulado desde la mirada local, que se diferencia, por ejemplo, de gran parte del cine de género de terror autista y nefasto que aparece de vez en cuando en las salas de nuestro país. Si no me creen vean la horrible 5 A.M. o El muerto cuenta su historia y sabrán de lo que hablo.
Sin estar basada en un hecho real, Lo que no se perdona retrata una realidad que está, no sólo en Salta, provincia en la cual sucede esta película, la de jóvenes delincuentes inimputables por su minoría de edad. Leandro, un joven con problemas en su familia, que deriva con problemas en la escuela y la mala elección de compañías, al mismo tiempo que se rodea inevitable y constantemente de situaciones de violencia. Un joven que hasta hace muy poco era un niño, y recién comienza a transitar la adolescencia, aquella etapa que es tan caótica y revolucionaria en la vida de cualquier ser humano. La película, ópera prima de Christian Barrozo, nos muestra a su protagonista deambulando, rateándose de la escuela, frecuentando amistades en estaciones de servicios, videojuegos y canchas de fútbol. La cámara lo sigue, lo persigue, mientras Barrozo delinea este mundo plagado de violencia en el cual está inmerso. Esto se ve primero en su amistad con Chachota, un adolescente que roba al mismo tiempo que maltrata psicológicamente a su novia de manera constante. Y luego aparece otro de los lugares que frecuenta, ese bar-prostíbulo que regentea el Gordo Ovalle (interpretado por Roly Serrano, único rostro familiar del film). Un mafioso que utiliza a los menores de edad para provocar delitos. Al mismo tiempo, su personalidad, su figura misteriosa y oscura disfrazada de hombre sabio y amable con aquellos que le caen bien, genera en el protagonista una fascinación y admiración que no encuentra en nadie de su familia. La tensión su director la construye a través de escenas que no muestran más de lo necesario, y a medida que aumenta, en la música, una banda sonora cuasi escalofriante y cada vez más perturbadora y sucia hasta llegar al momento cumbre, esa resolución inevitable. A nivel técnico, el film goza una cinematografía notable pero especialmente de un muy buen uso del sonido, ambos recursos funcionan muy bien para la construcción de climas. Actoralmente, tanto los más jóvenes como el experimentado Serrano entregan buenas performances, los jóvenes un poco más desde la naturalidad mientras que Serrano es bastante más preciso a la hora de interpretarlo al Gordo Ovalle. En cuanto al guión, el film está narrado en un principio de un modo más bien lento, preocupado más en retratar el mundo que rodea a su protagonista. Esto hace que al final la resolución se la sienta apresurada y algo forzada, más allá de lo inevitable que parece, lo necesario que es para que el protagonista sufra la transformación que lo hará un adulto. Al mismo tiempo, en su afán de no sobreexplicar, algunos detalles quedan un poco confusos. Interesante y atrapante aunque no del todo lograda en su narración, Lo que no se perdona ofrece una propuesta valiente que no resulta ajena, y lo hace con un nivel técnico notable más allá de su escaso presupuesto.