Sátira social de Martin McDonagh con Colin Farrell y Brendan Gleeson Martin McDonagh ("Siete psicópatas") vuelve a deleitarnos con su ácido humor en este largometraje que funciona como una parábola a las guerras civiles. Ambientado en 1923 en una ficticia y remota isla frente a la costa oeste de Irlanda, Pádraic (Colin Farrell) sufre el rechazo e incomunicación de Colm (Brendan Gleeson), su mejor amigo, de forma abrupta y sorpresiva. Sin mediar explicación, y ante la atónita mirada de los habitantes de Inisherin, el motivo del enojo unipersonal es un misterio. Utilizando al absurdo como capa superficial para contar algo aún más profundo, McDonagh da una clase maestra de construcción de personajes y desarrollo de sus historias. Tras Escondidos en Brujas (In Bruges, 2008), el realizador irlandés vuelve a reunir a la dupla Farrell/Gleeson y el suceso se posiciona como uno de los más destacados del año. Con proyección de presencia en los próximos premios Oscar (guión, interpretaciones, dirección y película), Los espíritus de la isla (The Banshees of Inisherines, 2022) nos brinda un duelo magistral entre dos actores que entienden a la perfección la creatividad del dramaturgo. McDonagh utiliza las características más destacadas de sus filmografía. Humor al límite, diálogos filosos, escenarios cerrados, análisis de la sociedad, amistad, muerte y venganza se unen para una de las mejores películas de lo que va del año. Los espíritus de la isla es mucho más de lo que muestra. No es solo una historia del quiebre de una mejor amistad, la desigualdad de emociones y un ultimátum caótico. Este film funciona como una analogía exquisita a las causas, desarrollo y consecuencias de una guerra civil. Dos amigos (pueblos, ciudades, países) se enemistan con dos puntos de vista diferentes sobre una misma situación. A partir de allí, todo es violencia, brutalidad y los damnificados se multiplicarán. Cada actor y cada acción de una guerra civil se grafican de manera sagaz y elocuente. Con un guión capaz de atraparte y hacerte reír, este duelo actoral es para alquilar la mejor butaca posible. Este es un relato visceral, crudo y potente que logrará hacernos repensar sobre las amistades, la guerra y la paz.
La película arranca con una ruptura, pero no amorosa, sino entre amigos. Uno es un cuarentón (Farrell, inmenso), un tipo laburador que vive junto a su hermana y que pasa sus tardes tomando cerveza en el bar del pueblo. El otro es un sesentón (Gleeson, más inmenso que Farrell), hinchado las pelotas de lo intrascendente y ordinario que es su (ahora) ex amigo, por lo que decide, de un día para el otro, apartarse y dedicar su tiempo a su pasatiempo preferido: tocar el violín. El primero no comprende las razones de su ex-amigo, por lo que parece perder la cabeza intentando racionalizar lo sucedido y tratando de recuperar la amistad. En una isla ficticia de la Irlanda de 1920, durante la guerra civil, un conflicto relegado al fuera de campo pero que se mantiene latente a lo largo y ancho de la obra. Estos hombres irán hasta límites insospechados por mantener sus convicciones a flor de piel: un tira y afloje interminable, pero que refleja los dramas sociales y políticos que llevaron a un país a luchar entre sí. Los espíritus de la isla se aferra a un planteo chiquito, casi intrascendente, y lo lleva a límites insospechados, donde la violencia y el desconcierto toman al toro por las astas y vuelven a una comedia ya de por sí negrísima un ejercicio tremendista y a su vez crepuscular, donde todo parece terminar y no tener retorno. Padraic (Farrell), tanto como el espectador, no pueden entender, asociar el alejamiento repentino de Colm (Gleeson), ya que no existe conflicto entre ellos: es Colm el personaje conflictuado, el que atraviesa una crisis de edad. Sólo encuentra confort y salvación en ese violín, cuyas melodías parecen ser la voz que prefiere emitir ante la gente que lo rodea en lo que él cree es el último tramo de su vida. Padraic, entonces, despierta como cualquier otro día, en un paisaje lacónico a su vez que pintoresco, sufriendo el rechazo de su compañero, así como así. El hecho de no ver una interacción amistosa entre ellos genera una sensación mayor de absurdo, porque podemos sentir junto a Padraic ese suceso en apariencia incongruente. Algo que conecta más aún con los dramas sociopolíticos del país y que parecen un fantasma asomado en la lejanía, emitiendo sonidos que sus personajes prefieren no escuchar. Padraic no acepta, no quiere oír las razones de Colm y lo confiere a un antagonismo involuntario: uno no sabe escuchar y otro emplea la música casi como lenguaje en el ocaso de su vida. Acá los dos personajes parecen habitar una suerte de fábula aleccionadora, que jamás termina de funcionar como tal porque los caminos narrativos por el que nos hace pasar su director, Martin McDonagh, son impredecibles y muy alejados de cualquier moral acartonada. Si, hay un constructo cuya imaginería parece por momentos asfixiar a sus personajes (¡esas cruces en las ventanas de sus hogares!) y servir, a su vez, de perfecta representación para poder poner en imágenes cuestiones emocionales por las que atraviesan, principalmente con la moral -¡ahora sí!- que los invade desde sus tradiciones y creencias, pero se entiende que se refieren a un lugar y tiempo donde la religión (católica) era dominante e invasiva. McDonagh ya trabajó el tema de la culpa en la gran Escondidos en Brujas, con el mismo cast, pero esta vez aborda la problemática desde un costado menos anclado en el género: mientras en Escondidos… la comedia se aferraba como garrapata al thriller de suspenso, en Los espíritus… lo hace desde el drama: el mismo se pliega sobre la comedia perfectamente, como el eslabón de una cadena, firme e indestructible, creando así una mixtura perfecta, sin desbordes en su construcción narrativa. Oscura y por momentos existencial, pero sin recurrir a un cinismo canchero y gratuito, con un guión que no deja que perdamos jamás la atención, Los espíritus de la isla es una de las mejores películas del año, del anterior y del próximo también, seguro.
La amabilidad y la automutilación El Norte de Irlanda, región denominada Úlster que abarca nueve condados, históricamente fue la más rebelde en lo que respecta a la supremacía regional de sus vecinos del Reino Unido, por ello al finalizar la Guerra de los Nueve Años (1593-1603), contienda entre los caciques irlandeses y las tropas isabelinas cuyo resultado favoreció a los británicos, éstos decidieron apostar a la Colonización del Úlster como una jugada que garantice la paz y una sumisión duradera mediante un paradigmático proceso de aculturación a la inversa, en este caso a través de inmigrantes de Inglaterra y Escocia de religión protestante -y hablantes del inglés, en contraposición al gaélico irlandés vernáculo- instalándose de manera permanente en el Norte de Irlanda luego de la Fuga de los Condes de 1607, el punto final en términos prácticos de la Etapa Medieval en Irlanda. La huida sistemática hacia Italia de los cabecillas terratenientes católicos y la confiscación de sus tierras por parte de la Corona Inglesa para iniciar la colonización dejaron todo servido para siglos futuros en los que convivieron un Úlster cercano al Reino Unido y el resto de Irlanda, esa mayoritaria católica que anhelaba la autonomía completa y pretendía la construcción de una república, así las cosas después del Alzamiento de Pascua de 1916 comienza de a poco la llamada Guerra de Independencia Irlandesa (1919-1921) que eventualmente deriva en la victoria de los republicanos, la firma del Tratado Anglo-Irlandés de 1921 y la creación en 1922 del Estado Libre de Irlanda, una estructura administrativa bastante agridulce porque garantizaba el autogobierno aunque al mismo tiempo seguía dentro del Imperio Británico y para colmo sus funcionarios públicos debían jurar lealtad al monarca inglés en el poder. La consecuencia más importante del Tratado Anglo-Irlandés, firmado por los líderes nacionalistas irlandeses Michael Collins y Arthur Griffith ante los británicos, fue la secesión de seis condados protestantes del Úlster porque deseaban mantenerse dentro del Reino Unido bajo el rótulo de Irlanda del Norte, panorama que provocó la Guerra Civil Irlandesa (1922-1923), conflicto entre el gobierno provisional pro-tratado y el Ejército Republicano Irlandés (IRA) anti-tratado, ganando el primer bando gracias a la generosa e insistente ayuda en armamento de la Corona Inglesa. Las heridas que dejó este derrotero social aciago en la cultura irlandesa, cuyo pináculo fue la lucha entre unionistas y republicanos durante la Guerra Civil, devendrían primero en la consolidación de los partidos políticos que representan a ambas posiciones hasta nuestro Siglo XXI, los pro-tratado/ amantes de los ingleses Fine Gael y los anti-tratado/ enemigos de los británicos Fianna Fáil, y segundo en el Conflicto Norirlandés, los eufemísticamente bautizados “Problemas” (1968-1998), pugna muy cruenta sostenida en Irlanda del Norte entre la Corona y diversas organizaciones paramilitares y terroristas que surgieron bajo la sombra del antiguo Ejército Republicano Irlandés de la Guerra Civil, siempre abogando por la integración con el resto de Irlanda, la cual a su vez se terminó de separar del Reino Unido a mediados del Siglo XX mediante el abandono de la Mancomunidad Británica de Naciones en 1937 y la adopción ya definitiva del sistema republicano de gobierno en 1949 con eje presidencialista. Los Espíritus de la Isla (The Banshees of Inisherin, 2022), sin duda la mejor película a la fecha del londinense Martin McDonagh, explora de forma metafórica este estado belicoso de cosas centrándose precisamente en el punto más álgido de la lucha fratricida, léase aquel último año de la Guerra Civil Irlandesa en el que estaba en juego la integridad de Irlanda en su conjunto y la asimilación del Úlster protestante y sumiso para con los ingleses dentro de una nación ya emancipada y de idiosincrasia católica, de allí la confusión del grueso de la sociedad irlandesa de la época -la que no batallaba o quizás veía las escaramuzas desde la distancia- ya que los anti-tratado y los pro-tratado habían luchado codo a codo contra los ingleses durante la inmediatamente previa Guerra de Independencia en tanto miembros de un único Ejército Republicano Irlandés, en esencia unos partisanos que no se ponían de acuerdo y que en pantalla están representados por los otrora amigos Pádraic Súilleabháin (Colin Farrell) y Colm Doherty (Brendan Gleeson), extremos de una relación que se corta con la misma intensidad y obstinación de la guerra y bajo el halo de la asfixia emocional de los funestos augurios de las banshees, hadas o espíritus femeninos que anuncian el óbito de algún allegado gritando, lamentándose o chillando cual sirenas tétricas. Súilleabháin es un campesino, en simultáneo testarudo y bonachón como lo son los sectores populares de todo el globo, que en 1923 vive en una isla irlandesa remota, esa Inisherin del título original, con su hermana Siobhan (esa perfecta Kerry Condon), una mujer un tanto harta de la gigantesca formación rocosa y su eterna rusticidad y repetición, y con animales varios como por ejemplo vacas, cabras, caballos y su querida mascota, una burra bautizada Jenny. Cuando su mejor amigo, Doherty, un violinista especializado en música folklórica irlandesa, opta de repente por no hablarle más por considerarlo “aburrido” y porque desea dedicar los últimos años de su vida a la enseñanza musical, a fraternizar con otros colegas y sobre todo a componer canciones que le permitan ser recordado a futuro, Pádraic no sólo no termina de entender qué sucede sino que se obsesiona con retomar la relación como sea o por lo menos tratar de reemplazar a aquel amigote de antaño con el considerado “tonto del pueblo”, Dominic Kearney (gran trabajo de Barry Keoghan), un muchacho atolondrado aunque no tan necio o lento como parece que está interesado en Siobhan y sufre las palizas despiadadas de su padre, el policía repugnante de la comarca, Peadar (Gary Lydon). Como Pádraic no cesa en sus reiterados intentos de acercarse al intermitentemente silencioso, cortante o despectivo Colm, siempre componiendo una melodía que intitula Las Banshees de Inisherin, éste le lanza un tenebroso ultimátum, eso de que por cada vez que lo moleste o intente hablar de nuevo con él se cortará uno de sus dedos izquierdos con unas tijeras de esquilar ovejas, provocando de hecho que se cercene primero el índice y después los dedos restantes ya que Súilleabháin no desiste en su amabilidad del mismo modo que Doherty parece consagrado a la rauda automutilación con tal de sellar la distancia y el rechazo más absurdo de los círculos viciosos kafkianos. La escalada en violencia coincide con la partida de Siobhan, quien acepta un trabajo como bibliotecaria en una isla más grande, y con la muerte accidental de Jenny, atragantada con los dedos de Colm luego de que los arrojase en la puerta del hogar de Pádraic, el cual para colmo no tiene mejor idea que prenderle fuego a la casona de su amigo aunque avisándole de antemano para que saque del lugar a su perro. El sorprendente cuarto largometraje del también guionista McDonagh, un dramaturgo que saltó al séptimo arte mediante dos opus muy desparejos que retomaban aquella comedia negra hermanada al film noir de los hermanos Joel y Ethan Coen o de los primeros Quentin Tarantino y Guy Ritchie, Escondidos en Brujas (In Bruges, 2008) y Siete Psicópatas (Seven Psychopaths, 2012), supera incluso a su maravillosa propuesta previa, Tres Anuncios por un Crimen (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, 2017), otro trabajo acerca de la aislación, las disyuntivas morales y la convivencia entre diferentes en un enclave comunal donde los lazos con el prójimo son cruciales, les guste o no a los protagonistas, amén del hecho de que Los Espíritus de la Isla asimismo retoma recursos y tópicos adicionales muy caros al artista inglés en línea con las familias disfuncionales, la soledad masculina, la criminalidad en el ámbito mundano, los desacuerdos ideológicos o políticos, la amputación, el ansia de justicia, el gusto por los insultos de impronta tradicional/ autóctona, la estupidez promedio de los seres humanos, un fatalismo minimalista apenas maquillado, el amor por las mascotas y finalmente toda esta fascinación con lo macabro fratricida en consonancia con la sátira social, de allí que la sede por antonomasia de nuestra amistad truncada sea el pub de Inisherin, atendido por Jonjo Devine (Pat Shortt), clara garantía de una socialización vinculada a la cerveza, el canto, las conversaciones y los exabruptos de las borracheras. La Guerra Civil Irlandesa enmarca no sólo el relato sino también el quid mismo de la cultura folklórica y su cercanía con el fundamentalismo y la brutalidad que llevan a la muerte, tanto la de Jenny como la de Dominic, quien aparece ahogado -suicidio o accidente, no se sabe- luego de una profecía de la reglamentaria banshee, una anciana que responde al nombre de Señora McCormick (Sheila Flitton). Con esplendorosas composiciones de Carter Burwell y un estupendo reencuentro de los extraordinarios Farrell y Gleeson, aquí maximizando por mucho lo hecho en Escondidos en Brujas, McDonagh nos regala una pesadilla tragicómica sobre la depresión en la edad madura y todos los laberintos que construimos para nosotros mismos cuando ya no sabemos articular ni una mísera palabra de afecto, piedad o auxilio…
Si hay un realizador del que me enamore de inmediato al ver su opera prima (In Brujes), es Martin McDonagh. Es por eso que sigo de cerca cualquier nuevo proyecto que tenga, como es el que hoy nos compete, The banshees of Inisherin. Veamos que salió de acá. Vamos a la ficticia isla de Inisherin, donde a principio del siglo pasado, vemos como dos amigos se distancian por la decisión de uno de ellos. Este suceso tan banal, va a desatar una guerra declarada entre ambos, afectando a toda la comunidad. La historia puede ser una tontería, más si tenemos en cuenta que The banshees of Inisherin dura casi dos horas. Y pese a que la trama se basa en puro dialogo y presentación de universo, al menos a quien le habla, esa duración casi no la sentí. Y no lo digo por estar cegado por mi fanatismo hacia el director; solo basta ver las nominaciones en la próxima edición de los Globos de Oro para darse cuenta que si estamos ante una buena película. Como reza el dicho de “pueblo chico, infierno grande”, eso es lo que nos plantea McDonagh con su nueva película. A priori pareciera que nada pasa en Inisherin y que todos conforman una comunidad unida que trabaja, va a la iglesia, y por las noches se reúnen en el único pub que hay para cantar y charlar entre amigos. Nada más lejos de la realidad. A medida que los personajes conversan (en apariencia de nada), vemos como es el funcionamiento interno de esta isla. Tenemos a la tendera chismosa, el policía violento, hasta incluso el tonto del pueblo. Y a nuestros protagonistas, dos hombres que pasaron los cuarenta hace tiempo, que al parecer eran buenos amigos de toda la vida hasta que uno se hartó del otro considerándolo aburrido. Seamos honestos, en la vida real, también nos molesta cuando perdemos una amistad, imagínense si eso se da en un lugar apartado de la civilización, con apenas unos mil habitantes. Pero para que esto funcione, hay que hablar de la fotografía. Todo lo que se imaginan de una Irlanda antigua, se puede ver acá. Y no solo lo decimos por el irlandés mega cerrado que hablan todos, sino por las carretas, la iluminación a base de velas o lámparas de aceite, y como el no tener otra cosa que hacer más que pasarse el día en el pub tomando una cerveza (negra, obvio), criticando a otros habitantes de la región. Para ir cerrando, el ultimo punto a destacar son las actuaciones. Si bien Colin Farrell es el principal, sobresalen Brendan Gleeson y en especial, Barry Keoghan en el rol del tonto del pueblo. Martin McDonagh vuelve a demostrar que es de los realizadores más interesantes que hay actualmente en el medio. Si bien creo que no se va a llevar ningún Oscar, seria bueno ver esta película con algunas nominaciones en la próxima edición. Sería lo más justo.
Los espíritus de la isla (The Banshees of Inisherin, Irlanda/Gran Bretaña/Estados Unidos, 2022) es una película escrita y dirigida por Martin McDonagh, el mismo realizador de Perdidos en brujas (2008) y 3 anuncios por un crimen (2017). La historia transcurre en una isla remota frente a la costa oeste de Irlanda en el año 1923. Aunque se ve a lo lejos la Guerra civil en Irlanda y todos conocen ese conflicto, los habitantes de la isla, sin embargo, viven una pacífica y rutinaria existencia en su tierra. El protagonista, Pádraic (Colin Farrell), tiene un mejor amigo llamado Colm (Brendan Gleeson) con el que comparte charlas y cervezas en el mismo lugar y el mismo horario todos los días de su vida. Pero un día ocurre algo completamente inesperado: Colm rompe con la rutina y le dice a Pádraic que ya no quiere ser su amigo. Al comienzo este no entiende qué pasa, pero luego se angustia y desespera frente a ese cambio que significa la destrucción de todas sus certezas. La hermana de Pádraic, Siobhán (Kerry Condon) una joven instruida e inteligente, intenta ayudarlo, y otro muchacho, el problemático Dominic (Barry Keoghan, insoportable) el hijo del policía, también intenta colaborar para cambiar la situación. El ambiente donde transcurre la historia es uno de los espacios cinematográficos más recurrentes y queridos del cine. La campiña irlandesa, en este caso una isla, que nació para ser fotografiada y es en sí misma un personaje más, a la vez que una postal que deslumbra y a la vez abruma. El espacio abierto y la vez claustrofóbico que todo el tiempo amenaza con mostrarse mágico y sobrenatural pero que tan sólo resulta ser alegórico y solemne. Hay dos películas en Los espíritus de la isla, una es brillante y la otra es un completo desastre. Pocos casos hay de un título que empiece tan bien y termine tan mal. Pero a no equivocarse, porque sería decir que el viaje del Titanic fue más o menos bueno porque empezó bien pero terminó mal. Es la segunda parte de la película la que finalmente termina definiendo su calidad. Martin McDonagh comienza su historia con un tono humorístico, costumbrista, con “irlandeses profesionales” jugando a ser una pequeña comunidad graciosa y tosca, donde todos se conocen. Los temas al iniciarse la película son simples y pequeños en la superficie, pero encierran angustias existenciales de enorme dimensión. ¿Por qué alguien deja de querer de golpe a otra persona? Lo que también lleva a pensar en los motivos por los cuales la quiso o se sintió cercana a ella previamente. Aquí la historia exagera ese punto tragicómico y se sostiene por dos actores impecables, en particular Colin Farrell, cuyo personaje de un día para el otro pierde todo aquello que parecía ordenar su vida. Hay otros caracteres cuyos destinos parecen marcados por la angustia y el encierro. El hijo de un policía cruel y la hermana de Pádraic que aspira a más, son otras dos historias que van cobrando interés en ese mismo tono costumbrista que lamentablemente se borra al finalizar la primera parte de la película. Los espíritus de la isla entonces abandona su lógica y su tono, para volverse siniestra y metafórica. Cuando Colm explica los motivos del alejamiento de su amigo la película parece abrir una serie de nuevas preguntas acerca de la condición humana, la amistad y los proyectos individuales, pero luego muestra su verdadero juego y todo se rompe. La película es una metáfora sobre el conflicto en Irlanda, la Guerra civil y los grupos en disputa. Los tradicionalistas y los rupturistas. A partir de ese momento a Martin McDonagh dejan de importarle sus personajes y solo los usa para analizar ese conflicto. La película se vuelve teatral en el peor sentido posible del término. El director y guionista, muy amigo del subrayado desde siempre, despliega su crueldad y maneja a sus criaturas para expresar las más obvias y tontas obviedades acerca de la guerra entre compatriotas. Lo que parecía simpático se vuelve insufrible y todo el humor da paso a una película pesada, sentenciosa, necesitada de decir cosas importantes, sin darse cuenta de que eso era lo que hacía al comienzo. Los sentimientos humanos no tienen suficiente peso para Martin McDonagh.
Una amistad que se quiebra es solo el puntapié inicial de una película que habla de un país dividido, lo viejo y lo nuevo conviviendo en un lugar que expulsa el pasado y quiere abrazar el futuro, aún, a expensas de aquellos que terminan sus vínculos por decisión propia.
Seguramente el suceso de 3 anuncios por un crimen (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, 2017) explica la anomalía de que una película como Los espíritus de la isla forme parte de la Competencia Oficial de Venecia. Contra la clara tendencia de acumular en esta sección películas de Autores (sí, con mayúsculas) y/o de “tema importante”, estamos en este caso frente a una comedia, más allá de cierta dimensión política que el film también tiene. Martin McDonagh vuelve a poner en pantalla la perfecta química de la pareja central de la recordada Escondidos en Brujas, de 2008. Bromance declarado como aquella, el dúo compuesto por Colin Farrell y Brendan Gleeson (Pádraic y Colm, respectivamente) parece haber tenido una relación sin contratiempos en el marco del letargo propio de la vida en un pequeño pueblo de la costa oeste de Irlanda. Pero esto está fuera de campo, es el pasado. Lo cierto es que la película -ambientada en 1923- comienza cuando Colm deja claro a su hasta ahora mejor amigo que no le interesa continuar esa relación y que, simplemente, deje de hablarle. Tratada como una relación amorosa (que efectivamente entendemos que lo ha sido, en lo que hace a la profundidad e importancia del vínculo), la sorpresa es seguida por la incredulidad, la insistencia por recomponer y finalmente la ira. ¿Tendrá lugar en este caso el “re-matrimonio” para cumplir con las particulares reglas del género? No ha de ser aquí donde ello se adelante, pero sí cabe mencionar que eso de la insistencia y las medidas que toma Colm para terminar con el acecho son ciertamente extremas y generan unas cuantas secuencias sangrientas. La soledad de la vida en una isla, la amistad masculina, la finitud de nuestra existencia (y de los vínculos) y la posibilidad de perdurar a través de la creación artística son algunos de los temas que, sin fintas ni subrayado, McDonagh teje en una comedia que se hace fuerte en la solidez de su pareja central y en los detalles propios del “pago chico”. La rudeza de los comportamientos genera unos cuantos momentos de violencia inolvidables, pero también de humor que funciona de manera aceitada. Y ello sin perder la mirada empática y cariñosa hacia el devenir de los protagonistas de esta película que sabe en buena ley evitar la metáfora y la fábula, por más que aluda a ciertos elementos o criaturas fantásticas.
Los Espíritus de la Isla se transforma en un brillante estudio de la soledad masculina, la depresión y la ira contenida, combinando tragedia y comedia de manera notable, para terminar por redondear una de las grandes películas del año
La redención de Colin Farrell. Dirigida por Martin McDonagh, la historia transcurre en la década del ’20 y está ambientada en una isla de Irlanda donde se narra cómo pega un giro la amistad entre Pádriac (Colin Farrell) y Colm (Brendan Gleeson) cuando este último quiere cortar todo lazo con su viejo amigo sin razón alguna. Algo que Pádriac no termina de entender, buscando que su viejo compinche recapacite, lo que lleva a una serie de situaciones que se vuelven cada vez más oscuras para los involucrados. El filme es la tercera colaboración de Farrell con McDonagh luego de haberse conocido en Escondidos en Brujas (2008) y repetir fórmula en Sie7e psicópatas (2012). A la distancia, el director fue lo mejor que le pasó a Colin Farrell: aún sin ser un realizador prolífico, siempre lo convocó para trabajar en proyectos que dejaron muy bien parado al actor de Miami Vice (2006). Hoy día las cosas son muy favorables para él pero recordemos que tuvo una época de cosechar escándalos en su vida personal, seguramente producto de sus adicciones, algo que también empañó el desempeño de su carrera. Protegido por este director, Farrell fue construyendo un perfil mucho más multifacético alejándose de roles de chico malo que en el pasado le habían traído más desgracias que buenas experiencias. Así fue como reconstruyó su carrera en estos años, trabajando con directores como Sofia Coppola, Woody Allen, Yorgos Lanthimos, Tim Burton o Matt Reeves, para citar algunos ejemplos. Los espíritus de la isla es el resultado de esa vasta experiencia acumulada, que vemos en su composición de Pádriac, un personaje melancólico que sólo busca saber por qué su amigo quiere dejar de serlo. El hombre es tenaz en su insistencia de querer reanudar su amistad, pero también queriéndose un poco él mismo y permitiéndose enojarse. Sin dudas, vemos diferentes capas del sereno Pádriac, que no por nada en la próxima entrega de la Academia de Hollywood Farrell podría llevarse el galardón al Mejor Actor. Más allá de Farrell, tenemos también a Brendan Gleeson, compañero de set en Escondidos en Brujas, con quien forja una buena química cada vez que interactúan en este nuevo filme, aunque debo decir que las motivaciones son un tanto exageradas, que me pareció lo más débil del filme. En tanto los personajes de Dominic (Barry Keogan) y Siobhán (Kerry Condon) tienen memorables aportes y dejan aún más en evidencia lo solo que esta Colm en comparación con Pádriac. Una historia de amistad que vale la pena ver.
Hay decisiones en la vida que son difíciles de aceptar, y más si se trata sobre uno mismo. Esto y más tienen que enfrentar los protagonistas del film nominado a 9 premios Oscar, Los Espíritus de la Isla, escrita y dirigida por Martin McDonagh, que se estrena en cines este jueves 2 de febrero. Es un día normal en la isla de Inisherin, Irlanda, cuando de repente Colm (Brendan Gleeson) decide dejar de ser amigos con Pádraic (Colin Farrell). Como este último se niega a aceptar la situación, intentará por todos los medios arreglarla con ayuda de su hermana (Kerry Condon) y el joven Dominic (Barry Keoghan). No por nada cada uno de sus cuatro protagonistas tienen nominaciones al Oscar. Son ellos los que llevan la humanidad del libreto a la pantalla y lo hacen admirablemente. Colin Farrell con su insistencia incansable, Brendan Gleeson con su vulnerabilidad reprimida, Kerry Condon con su fuerza imbatible y Barry Koeghan con su inocente ingenuidad. Ellos son Inisherin. En una isla donde no pasa mucho, y hasta la almacenera de la zona pide noticias como si fuera limosna, sucede demasiado en el interior de cada uno de los personajes, que la audiencia deberá analizar, porque nada está servido en bandeja en esta cinta. Es muy interesante cómo se plantean y se desarrollan estos conflictos. En ese sentido el guion de Martin McDonagh -nominado al Oscar como Mejor Guion Original y Mejor Director- funciona a la perfección. Parece una película simple, pero está muy lejos de serla. A pesar de su lento desarrollo y tomarse su tiempo para cada situación, tiene una complejidad emocional sólo comparable con la vida real. Definitivamente dejará reflexionando al espectador mucho después de verla.
El realizador de «In Bruges» (2008), «Seven Psychopaths» (2012) y «Three Billboards Outside Ebbing, Missouri» (2017), vuelve a sentarse en la silla de director para traernos «The Banshees of Inisherin», un relato particular que nos habla sobre la relación rota entre dos amigos que viven en una isla de pocos habitantes y el tipo de repercusiones que tiene para ellos y para la comunidad donde viven. Martin McDonagh es un director y guionista que sabe moverse en el género de la comedia negra como pez en el agua, pero también sabe cómo construir personajes intrigantes, excéntricos y con mucha personalidad que se desenvuelven con una naturalidad inusitada aun cuando se ven envueltos en situaciones absurdas y exacerbadas. El film se sitúa en la Irlanda de los años ’20, en una pequeña y remota isla de la costa oeste. Allí Pádric (Colin Farrell) se ve sorprendido ante la decisión de su amigo de toda la vida, Colm (Brendan Gleeson), de dejar de hablarse y cortar su amistad de años. Pádric se ve devastado e insiste en entender qué pasó, para trabajar en eso y poder llegar a alguna reconciliación. Incluso su hermana Siobhán (Kerry Condón) y un joven de la isla, Dominic (Barry Keoghan), intentan ayudar a recomponer la relación del dúo. No obstante, la situación comienza a tornarse algo oscura y a escalar en violencia ante la insistencia de Pádric, haciendo que Colm tome una decisión aún más drástica al respecto, con resultados inesperados tanto para ellos como para la pequeña comunidad en la que habitan. Colin Farrell y Brendan Gleeson vuelven a repetir esa dinámica que tanto había funcionado en la primera película del director británico, para otorgarnos una historia dramática con cierta irreverencia y momentos cómicos, que nuevamente nos demuestran la destreza de McDonagh como narrador. Esos microcosmos que crea con su sello distintivo ya son un género en sí mismo, y sabe muy bien como ir yuxtaponiendo el drama puro con la comedia, generando un tono equilibrado y perfecto. La tensión y el clima que va construyendo el relato es de lo más valioso del film, e incluso sirve para que tengamos la sensación de que algo terrible está por pasar constantemente, aun cuando los intercambios entre los personajes resulten hilarantes. El vínculo que construyen de manera sublime Farrell y Gleeson parece algo infantil, caprichosa y absurda, pero con el correr de la trama iremos conociendo algunas de las razones de Colm principalmente. Esa tensa relación en desintegración como reflejo/metáfora de la guerra civil irlandesa terminan de construir una narración más que inspirada y elocuente. La película logra darnos una mezcla justa en todos los aspectos. Entre el drama y la comedia, entre el tono que maneja y los temas que propone trabajar, y entre la dinámica entre Gleeson y Farrell (lo de Colin es algo impresionante, nos da uno de los mejores trabajos de su carrera). «Los Espíritus de la Isla» es un film más contenido en escala que el último realizado por McDonagh, pero la esencia y la dinámica entre los personajes y los hechos que los rodean es la misma que viene planteando desde su ópera prima. Obviamente que todo se presenta más pulido y maduro, tanto técnica (el trabajo de dirección de fotografía de Ben Davis es maravilloso) como narrativamente, logrando continuar con otro capítulo fiel a su tono y estilo. McDonagh nos presenta quizás la película que mejor trabaja las sutilezas y una de las más entretenidas y emocionantes.
Ambientada en una isla remota frente a la costa oeste de Irlanda, ‘Almas en pena de Inisherin’ cuenta la historia de dos amigos de toda la vida, Pádraic y Colm, quienes se encuentran en un callejón sin salida cuando Colm pone fin a su amistad de un modo abrupto. Un Pádraic atónito, ayudado por su hermana Siobhán y por Dominic (un joven con problemas), se esfuerza por reconstruir la relación, negándose a aceptar las negativas de su amigo de siempre. Cuando Colm le plantea a Pádraic un ultimátum desesperado, los acontecimientos se precipitan y provocan consecuencias traumáticas. Se podría decir que esta síntesis argumental del filme es cierta, pero si nos quedamos en el relato per se, estariamos empequeñeciendo la idea que se interpone como una gran metáfora. En principio los temas principales que instala el texto estarían dados por la soledad, la locura, la amistad, la muerte, la guerra, pero no se acaban allí, la
Con una corta filmografía de apenas cuatro películas el director Martin McDonagh cosechó la aclamación de la prensa y el público en su transición del teatro al cine. Si en el pasado disfrutaste Escondido en Brujas, Siete psicópatas y Tres anuncios por un crimen, su nueva obra es una buena opción para tener en cuenta ya que el realizador irlandés propone algo diferente. En esta oportunidad le dio un descanso al cine de género centrado en temáticas policiales para desarrollar una tragicomedia bastante turbia que toma esos elementos violentos y absurdos que le dieron notoriedad en sus espectáculos teatrales. Ambientada a fines de la Guerra Civil irlandesa, en 1923, la trama desarrolla la ruptura de una relación entre dos amigos de toda la vida, cuyo conflicto lejos de encontrar una solución escala a niveles grotescos con ramificaciones en la comunidad a la que pertenecen. A partir de esa premisa McDonagh elabora una fábula compleja que sirve como una gran analogía de las repercusiones psicológicas y grietas sociales que dejó ese conflicto bélico en el país europeo. El argumento también aborda temáticas como la soledad y los problemas mentales y se da el lujo de incluir guiños a los relatos tradicionales de la mitología irlandesa. No obstante, la reflexión más notable que deja el film se refiere a como en ocasiones se pueden arruinar amistades de años por estupideces y desde esa temática universal el relato consigue conectar emocionalmente con todos los públicos. Cabe destacar que si bien cuenta con elementos de la comedia de humor negro esta no es una película para ir a buscar carcajadas al cine. Con el desarrollo de los personajes el guión se adentra en un terreno denso donde el drama cobra protagonismo. Colin Farrell, quien no para de cosechar elogios por su interpretación, ofrece una muy buena composición que no hubiera generado las mismas reacciones sin el antagonismo de Brendan Gleeson. Las interacciones entre ambos aportan una tarea en conjunto muy rica que el director supo explotar en su narración. Una muy buena banda sonora de Carter Budwell que se acopla a la perfección al tono melancólico del film y la fotografía de Ben Davis, quien logra hacerle justicia a los hermosos paisajes irlandeses, complementan la virtudes de la nueva obra de McDonagh. En lo personal me enganchan más las propuestas policiales de este director (Escondido en Brujas sigue siendo mi favorita) pero también disfruté Los espíritus de la isla y me parece interesante su intención de incursionar en otros géneros.
Colm Doherty es un músico de la isla irlandesa de Inisherin que, de la noche a la mañana, decide ignorar a su eterno compañero de copas, Pádraic Suilleabahin. En ese enclave todo es conocido, las caras son siempre las mismas y las guerras de la independencia irlandesa de comienzos del siglo XX son un eco lejano. Empero, más allá de ese vínculo de taberna, todo pareciera alejar a los amigos: Colm intenta cultivarse en las artes para componer melodías y vivir una existencia enfocada en los planes “importantes”, mientras que Pádraic es un joven inquieto y de pocas luces, con un corazón que lo hace ser querido por todos los habitantes de la isla. Pádraic no soporta que Colm lo ignore y reclama constantemente su atención hasta que llega una advertencia: cada vez que intente hablar con él, Colm se cortará un dedo. Es entonces cuando el honor vence a la empatía, el rencor se exacerba por sobre la amistad y el interés muta: cada vez resulta más importante la resistencia que las razones que contribuyeron al estado de situación. Martin McDonagh añade a la historia una serie de personajes secundarios que exacerban el pulso contenido de una sociedad presa del desencanto, como el sórdido y violento policía local Peadar; su hijo Dominic, que busca escapar de él; la hermana de Pádraic, Siobhán, cuya vía de escape son los libros y hasta la señora McCormick, la anciana que preanuncia tragedias como el curso de los vientos que golpean las ventanas de la taberna –como las banshees folclóricas del título original– donde se esconde la adicción al alcohol de una sociedad como su vía de escape. Pero por sobre una reflexión relacionada a cuestiones como la amistad y el egoísmo, la original narrativa de McDonagh descansa en una mirada sobre cómo el fantasma de la guerra convierte en sombra al espíritu humano y el modo en el que un terruño, merced a repetidas obsesiones, se transforma en un espacio cerrado modificando el horizonte en una rigurosa frontera. Donde cualquier realizador ahondaría en el drama, el cineasta convierte a Los espíritus de la isla en un relato que, hasta cierto punto, avanza a paso de humor negro e ingenio y cuando, asimismo, el espectador se confía en el hábil contrapunto de situaciones, todo cambia para recordar que los pesares de esos hombres siguen existiendo y que, además, no existe el drama con humor. El realizador se vale de un tratamiento cinematográfico donde la belleza visual no esconde una austeridad formal, lo que permite que la ligereza juegue con la profundidad de manera constante, y el juego de situaciones asimismo explicite los sentimientos contradictorios del dúo protagónico. Lo consigue gracias al peso propio de dos grandes intérpretes que ya habían compartido cartel en su célebre Escondidos en Brujas, demostrando una química actoral casi perfecta. Aquí, Colin Farrel, como Pádraic, y el Colm de Brendan Gleeson resultan perfectos con su exponencial imbricación en un conflicto inútil que muestra sus rostros compasivos y perversos, serenos y coléricos, bondadosos y malvados casi sin pausas para una sofisticada historia que, pese a algunas reiteraciones, descansa en los trazos más simples la enunciación de su oscura ironía: las mejores intenciones pueden conducirnos al peor de los infiernos. Fábula sobre el fin de una amistad enmarcada en el trasfondo de una guerra que de general y distante pareciera volverse doméstica en el áspero ida y vuelta de sus protagonistas, la crudeza con la cual McDonagh entrega una reflexión sobre el ciclo de la vida contribuye a convertir a Los espíritus de la isla en una ingeniosa y melancólica parábola sobre el desencanto. La originalidad de su tratamiento hace que su historia -repetida desde Caín y Abel, con su enseñanza sobre las consecuencias de los actos- sumada a la perfecta amalgama emocional de sus protagonistas brinda uno de los mejores trabajos de Martin McDonagh. Esos contrapuntos envuelven al espectador en las volcánicas sensaciones de un dúo protagónico magistral, que va desde la ligereza del ingenioso divertimento a la reflexiva profundidad emocional solo presente en los grandes relatos y en las grandes obras.
Es, tal vez, la mejor de las diez candidatas al Oscar este año. Lo tiene todo: comedia, drama, profundidad, humor y tremendas actuaciones de todo el elenco. Los espíritus de la isla, con Colin Farrell y Brendan Gleeson, es para no perdérsela. Martin McDonagh (3 anuncios por un crimen) volvió a reunir a Farrell y a Gleeson, protagonistas de Escondidos en Brujas (2008), que era una maravilla sobre dos sicarios abandonados en esa ciudad. La película tiene mucho, pero mucho humor, algo de violencia y trata sobre la amistad de dos hombres en un pueblito apacible frente a la costa de Irlanda continental, en 1923, cuando la Guerra Civil persiste, pero es una acción lejana. Pero un día, una tarde, sucede algo terrible. "Simplemente ya no me caés bien", le dice, secamente, Colm (Gleeson) a Pádraic Súilleabháin (Farrell). No lo soporta. Está cansado de mantener charlas sin rumbo, está hastiado de las conversaciones inocuas de su (ex)amigo, se cansó del aburrimiento y quiere dejar algo para el futuro: componer una canción con su violín, The Banshees of Inisherin, que da el título al filme que tiene 9 nominaciones al Oscar, incluyendo película, director, guion original y a cuatro de sus intérpretes. Pádraic es de los que no conciben ni aceptan un No como respuesta y, tan pesado se pone, Colm le tira un ultimátum. Un ultimátum que afectará más que la amistad, su propia vida. Si Pádraic vuelve a molestarlo, se cortará un dedo de la mano por cada intento de conversación. El encuentro es en un pub, a las 2 de la tarde -hora normal para estos dos hombres para beber más de una pinta de cerveza-. Otros personajes igualmente queribles y por los que sus intérpretes también aspiran a sendas estatuillas de la Academia de Hollywood a mejor actuación de reparto son los que componen Kerry Condon (Stacy en Better Call Saul) como Siobhan, la hermana soltera de Pádraic, y Dominic (Barry Keoghan, Druig en Eternals, Dunkerque), el joven con menos luces del pueblo e hijo al que maltrata y no se sabe si algo más el detestable oficial de policía de la isla (Gary Lydon). La decisión de Colm, cuando le dice a Pádraic con respecto a su (ex)amigo “¿Cuántos años tiene? ¿12?” Pádraic es un lechero que vive en una modesta casa de campo, con sus vacas y su burro, y que no entiende lo que sucede. Un matrimonio puede culminar en divorcio, pero ¿su amistad de años con Colm puede terminar? Ingenio, rapidez y humor Martin McDonagh no solamente es un gran dialoguista y guionista. Sus libretos tienen ingenio en la construcción de historias, rapidez, lucidez y carga de sorpresa en las respuestas que da un personaje a otro, y maneja como pocos el humor. Los espíritus de la isla es una comedia bien negra, con algo de macabro, en la que examina el orgullo masculino. Y si por ser comedia hay risas, también hay otro tipo de muecas. Muecas de dolor. Pero lo que hace McDonagh es examinar lo que sucede cuando alguien se cierra a todo tipo de comunicación. Se originan equívocos, supuestos, y se puede derivar en la confusión y la angustia. La isla de Inisherin es ficticia, no existe, pero cierto mito del que se vale la película, con una Muerte deambulando con nombre de mujer y un palo con un gancho en vez de guadaña, con los espíritus o almas en pena del título, tiene sus raíces en relatos irlandeses. Es una película con varias capas, como sucede con las buenas películas.
es una excelente cinta sobre la amistad, que funciona en demasiados niveles y tiene tantos subtextos que dan ganas de revisionarla. Es una de las atracciones de este Festival, y ya había ganado en en Venecia los premios de Mejor Guion y Mejor Actor (Colin Farrell). Puntuación: 9/10
"Los espíritus de la isla": entre el drama y el humor oscuro Colin Farrell y Brendan Gleeson encabezan el elenco de una propuesta capaz de sorprender y conmover en partes iguales. El nombre del inglés de ascendencia irlandesa Martin McDonagh logró convertirse en una fija de la temporada de premios cada vez que se estrena una película suya. Hasta se puede decir que su carrera de cineasta nació con buena estrella en lo que se refiere a galardones, ganando en 2004 el Oscar al Mejor Cortometraje con Six Shooter, su único corto. A partir de ahí, tres de sus cuatro largos han merecido la creciente atención de la Academia. Su debut fue con la tan efectiva como efectista Escondidos en Brujas (2008), nominada en la categoría de guion original. Casi diez años después fue el turno de Tres anuncios para un crimen (2017), que recolectó siete candidaturas y ganó con justicia dos estatuillas, las de actriz principal y actor de reparto para Frances McDormand y Sam Rockwell. Ahora es el turno de Los espíritus de la isla, que acaba de recibir nueve nominaciones y es una de las favoritas en la carrera de los Oscar 2023. De hecho, es una de las únicas dos entre las diez ternadas en el rubro de Mejor Película que además ha recibido nominaciones para su director y sus cuatro protagonistas principales (la otra es Todo en todas partes al mismo tiempo, la que más candidaturas ha recibido este año, con un total de once). Es sabido que reconocimientos como este, definidos muchas veces como “premios de la industria”, no necesariamente tienen a la calidad artística de una obra como principal elemento de evaluación a la hora de elegir a los ganadores. Pero en el caso de las películas de McDonagh, y en especial las dos últimas, ambos elementos conviven en saludable equilibrio. Como en cada trabajo de este cineasta, en Los espíritus de la isla el drama vuelve a combinarse con un humor oscuro que en esta oportunidad llega a extremos siniestros. La película está ambientada en la Irlanda de los años ’20, poco después de que el país de los tréboles consiguiera su independencia de Inglaterra (1922), y en medio de la guerra civil que entre 1922 y 1923 sostuvieron los que estaban a favor de pactar con el Reino Unido y quienes se oponían. Dicho marco histórico no solo es importante porque se despliega como telón de fondo de la acción, sino porque el relato mismo puede ser visto como una alegoría que pone en escena de manera tan simple como efectiva aquella división fratricida. El talento de McDonagh reside en su capacidad para poner sus intenciones en acción, pero sin desatender una de las prerrogativas básicas del cine clásico: entretener. La historia transcurre en una de las islitas que festonan las costas irlandesas. Se trata de un espacio ficcional en el que tendrá lugar un relato que, aun siendo perfectamente realista, se halla en el límite de lo fantástico. Ese carácter ambiguo ya aparece sugerido en el título mismo, en la mención de esos espíritus que son menos un ente que una entelequia, una idea antes que una presencia concreta. Ahí viven Pádraic y Colm, dos amigos de toda la vida que suelen pasar el tiempo entre charlas, en ese territorio en el que no hay lugar para mucho más que palabras. Pero una mañana Colm le dice a Pádraic que no quiere seguir siendo su amigo y le pide que ya no le dirija la palabra. De no hacerlo, cada vez que este vuelva a hablarle se irá cortando de a uno los dedos de una mano. SI bien la premisa no está exenta de horror, McDonagh hace gala de una capacidad soberbia para que el humor disipe esas nubes oscuras sin perder tensión. Claro que la metáfora es evidente, sin embargo el director la alimenta con detalles sensibles e ingeniosos que hacen que la historia de esta enemistad imposible se vuelva entrañable. El elenco, encabezado por Colin Farrell y Brendan Gleeson, no solo ofrece labores individuales y colectivas estupendas, sino que también se convierte en garante de una propuesta capaz de sorprender y conmover en partes iguales.
Los espíritus de la isla es la cuarta película escrita y dirigida por Martin McDonagh, en la que vuelve a trabajar junto a Colin Farrell y Brendan Gleeson, protagonistas de su opera prima Escondidos en Brujas. Nominada a nueve premios Oscar, cuenta además con las actuaciones de Kerry Condon, David Pearse y Barry Keoghan, entre otros. La historia transcurre en la isla irlandesa de Inisherin, en la que Colm (Gleeson) decide dejar de hablar con Pádraic (Farrell), poniendo así fin a su amistad. Por lo que el segundo se esfuerza en recuperar esa relación, encontrando una serie de nos por respuesta, que dan origen a una seguidilla de consecuencias trágicas. El principal problema de esta película es que su director parece no querer a los personajes, y confía en una genialidad autoimpuesta, en lugar de la tradición narrativa de la cultura occidental a la que pertenece tanto por haber nacido en Inglaterra como por contar una historia ambientada en Irlanda. Ya que, si bien hay algunos momentos felices, no alcanzan para que levante vuelo una trama que se estanca y se vuelve reiterativa generando aburrimiento en el espectador. Motivo por el cual es necesario recurrir tanto al deus ex machina como sustitución del clímax por un punto de giro para darle un cierre a una situación estirada hasta lo inverosímil. Lo que no le quita mérito a la química existente entre su pareja protagónica, ambos nominados al Oscar, con uno de los mejores personajes de Colin Farrell, como este campesino simple cuya vida entra en crisis porque se altera su rutina. Contraparte de un Brendan Gleeson culto y con vocación artística, pero con un comportamiento autodestructivo arbitrario, del que no se nos muestran las causas, sino que terceros lo definen como una depresión. En conclusión, Los espíritus de la isla es una película en la que no hay condena ni redención para sus personajes, porque no toman decisiones morales que se conviertan en acciones con una lógica que permita hacer avanzar la trama. Desperdiciando así tanto un plateo interesante, como su paisaje, que cumple la única función de embellecer las imágenes para darle más chances en esta temporada de premios.
Un film muy curioso que tiene como tema central la ruptura de una amistad entre dos hombres, que compartieron casi toda una vida. La decisión de dejar esa relación por uno de ellos sume en la desesperación al otro, que no entiende que sucede. Los dos son habitantes de una isla imaginaria a comienzos de siglo XX, en una comunidad donde todo se sabe de inmediato. Un mundo que escucha un enfrentamiento bélico a lo lejos, por eso también la película puede leerse como una metáfora de las guerras civiles de la historia de Irlanda. Pero esa determinación del hombre mayor, a dejar de estar con su amigo porque es aburrido y porque desea dejar un legado musical y se sumerge en ese tema, hace que el otro experimente como nunca la desolación, el desconcierto, la obligación de interrogarse a si mismo con sus limitaciones. Una situación que desencadena violencia, apuestas cada vez más sangrientas, que emerjan secretos ocultos de un policía abusador, que las “almas en pena” de la isla (su título original) no se apiaden de esos humanos que transitan el borde de la locura, la tozudez y hasta el humor más negro. Pero que son profundamente conmovedores. Las actuaciones de Colin Farrell y Brendan Gleeson como del resto del elenco son muy buenas. El autor y director Martin Mc Donagh, el mismo de “Tres anuncios para un crimen” y “Escondidos en Brujas”, nos brinda un film singular, dotado de una fuerza emocional sorprendente, en un marco natural bellísimo, con una subyugante fotografía y muy buen dirección de arte. Esta película tiene nueve merecidas nominaciones al Oscar.
Lo mejor que podemos hacer cuando un amigo deja de hablarnos sin ningún motivo es apartarse sin pedir explicaciones. Menos si no se le hizo nada que lo llevara a tomar tan drástica y dolorosa decisión. Al igual que el amor, la amistad tampoco hay que forzarla. En Los espíritus de la isla, ganadora del Globo de Oro a mejor película de comedia o musical y nominada a nueve Oscar, el director angloirlandés Martin McDonagh (3 anuncios por un crimen) construye una particular historia a partir de la ruptura de dos amigos, protagonizados por Colin Farrell y Brendan Gleeson, quienes ya trabajaron juntos en Escondidos en Brujas (2008), la opera prima del director. La película indaga en la separación de Pádraic (Farrell) y de Colm (Gleeson), dos viejos amigos que viven en una isla ubicada al oeste de Irlanda en el año 1923, durante la guerra civil irlandesa, rodeados de un paisaje imponente, lo que el director de fotografía Ben Davis aprovecha para resaltar la desolación de los personajes, sobre todo de Pádraic, a quien le cuesta aceptar la decisión de Colm. McDonagh captura lo que el fin de la amistad provoca en ambos, con efectivos pasos de comedia negra y con personajes secundarios bien definidos, que ayudan a que el resultado sea una de esas películas entre extrañas y sencillas que cada año se inmiscuyen sin alarde en los premios de la Academia. Uno de los motivos por los que Colm deja de hablar a Pádraic es porque le resulta aburrido y porque quiere dedicar su tiempo a componer música. Colm ya no quiere seguir escuchando las necedades de su amigo cada vez que se juntan a compartir unas pintas en el único pub del lugar. Pádraic vive con su hermana Siobhán (Kerry Condon) en una casita en la que tienen varios animales, entre ellos un poni que tendrá una función decisiva en la trama. Y es la hermana quien hará de mediadora de las disputas entre su hermano y Colm, quienes entran en una suerte de enemistad íntima. Otro de los personajes que sobresale es el interpretado por Barry Keoghan, quien hace de Dominic, el loquito marginal al que ya nos tiene acostumbrados. Dominic sufre del abuso de su padre policía (Gary Lydon) y quiere ser amigo a toda costa de Pádraic, quien le tiene cierta lástima. También hay que destacar el papel de Sheila Flitton como la anciana medio bruja de la isla, quien le da un toque misterioso a la historia, y la música de Carter Burwell, que hace que todo funcione como una pequeña pieza teatral, en la que se ve el resquebrajamiento de una amistad en un ambiente montañés. Algunos dicen que del amor al odio hay un paso, y McDonagh muestra que de una amistad de años se puede llegar a una suerte de guerra privada. De este modo, el director establece un sutil paralelismo entre la amistad quebrada y la guerra civil que transcurre de fondo, como si la relación entre los personajes fuera una metáfora de lo que ocurre fuera de campo. Sin embargo, la película no es del todo sobre el fin de la amistad, sino más bien sobre la imposibilidad de terminarla. McDonagh parte de un guion con una idea sencilla y, a la vez, universal, a la que convierte en una entretenida y singular historia sobre dos amigos que no pueden dejar de serlo.
Reseña emitida al aire en la radio.
Llegó a las salas “Los espíritus de la Isla” (Banshees of Inisherin), una comedia dramática escrita y dirigida por Martin McDonagh que, con nada menos que 9 nominaciones al premio de la Academia, promete mucho. ¿Cumple? Se cuenta la historia de Pádraic (Colin Farrell), un campesino de Inisherin, una remota isla irlandesa, y el fin de su amistad con Colm (Brendan Gleeson), que es un violinista y compositor que disfruta de animar con música a sus compatriotas al final de cada día de trabajo. El músico, un día cualquiera, simplemente deja de hablarle a su amigo, y ya no quiere pasar más tiempo con él. La letrada hermana del primero, llamada Siobhan (Kerry Condon), mientras tanto, intenta encontrar su lugar en un lugar inhóspito para un carácter curioso como el suyo. Todo esto es ambientado en 1923, durante una guerra que se escucha de lejos. Lo primero que podemos destacar del film es la certeza de la comunicación en todas sus formas: las decisiones tomadas apuntan todas eficientemente a un mismo objetivo y mensaje. Un análisis más profundo permite entender el trasfondo y lo oculto en la repentina enemistad de Colm. Se tratan temas como la mortalidad, la lealtad, la piedad y la culpa, todos de una manera sumamente ingeniosa y que escala muy de a poco… adquiriendo, por momentos, cierta lentitud que no siempre enriquece a la pieza audiovisual. Es muy interesante la forma que tiene el guion de mostrar ciertos paralelismos entre la situación que viven Colm y Pádraic, y la guerra que ocurre no tan lejos de ellos. Secundariamente, podríamos decir que las actuaciones, junto con el casting, son lo mejor del film. Farrell logra convertirse en un simple y entrañable solitario, y Gleeson en un tajante y taciturno jubilado. Son destacables también las performances de quien es la hermana de Pádraic (Condon) y de Dominic (Barry Keoghan), un joven del pueblo conocido por sus pocas luces y ser hijo del jefe de Policía; ambos se encuentran nominados para los Premios de la Academia a Mejores Actor y Actriz de reparto. Las decisiones técnicas y estéticas que definen lo visual y auditivo resultan muy bien, dejando ver un lugar grisáceo, monótono y chato, con un leve grado de pintoresco para mantener el interés del espectador a flote. Las imágenes de los paisajes naturales son imponentes, insuperables. Los efectos especiales cobran cada vez más importancia, a medida que la cinta avanza y las intenciones de los personajes se agravan. Tanto el vestuario como el maquillaje son muy efectivos, junto con la dirección artística, a la hora de ubicarnos en tiempo y espacio. Por último, es necesario aclarar que el humor que se maneja no es para cualquiera. Incluso se podría decir que, por momentos, la trama adquiere más características dramáticas que comédicas, armándose así chistes íntimos e irónicos, muy cercanos al público - o distantes, dependiendo de cómo aterricen en cada persona. Personalmente, debo decir que la película es muy buena, pero no es de mi gusto - en mí, aquellos chistes quedaron distantes, y ese humor tan ácido no encendió mi interés. Si, por el contrario, aquella impronta es de tu agrado, mi recomendación es que la veas en el cine, para aprovechar al máximo la exquisita fotografía, pero solamente si conocés al director y su tan definido estilo. Por Carole Sang
UNA HERIDA ABSURDA Martin McDonagh es un tipo inteligente. Demasiado inteligente. Del tipo de inteligencia que, en exceso, puede ponerlo a uno varios centímetros por encima de los demás. De hecho la mayoría de sus películas padecen de esa soberbia intelectual que las hace demasiado cínicas y superadas, creídas de sí. No deja ser, en todo caso, el karma de los guionistas convertidos directores y demasiado enamorados de sus palabras y de manipular a sus personajes como dioses rencorosos. Pero en Los espíritus de la isla, McDonagh parece haber encontrado el tono adecuado y los intérpretes perfectos para que su apuesta, que sí tiene una fuerte presencia del texto, no anule lo cinematográfico. Colin Farrell y Brendan Gleeson son dos bestias de la pantalla, impecablemente acompañados por Kerry Condon, pivoteando entre los deseos de ambos personajes. Ambientada en las primeras décadas del siglo pasado en un pueblito de Irlanda, el punto de partida es sumamente absurdo: Uno de los personajes, en busca de silencio y una experiencia existencial, le deja de hablar al otro, que era su mejor amigo. Así, de golpe, sin mediar explicación. En primera instancia, la película avanza como una comedia extraña, de atmósfera enrarecida, que juega con los tópicos del cine de época, y con dos personajes que se atacan verbalmente y se van tanteando como en un juego del gato y el ratón. Claro que la cosa escala y se pone espesa, de una negrura realmente trágica. Pero lo inusitado, lo realmente significativo de la película, es que McDonagh se hace una pregunta atípica para un autor de un estilo que bordea la misantropía: ¿Qué significa ser una buena persona? ¿Cómo uno mantiene la bondad como forma de vida cuando el mundo parece indicarnos todo lo contrario? Ese es el dilema de Pádraic (Farrell), quien es tomado un poco como el tonto del pueblo, quien entra en duda respecto del sistema de valores con el cual se conduce. Y ahí, cuando haga el clic, comenzará una disputa dialéctica con Colm (Gleeson), que será atravesada con una violencia tan peculiar como el humor de esta película notablemente escrita por McDonagh. Claro que el autor no pude evitar la tentación de lo simbólico, de sacar del terreno de la metáfora todo lo sugerente hasta secar todo y expresarlo en los términos de la alegoría. En el último acto, la película se colma de simbolismos religiosos y políticos (tal vez sean la misma cosa), simbolismos que posiblemente estuvieran presentes desde el vamos pero que quedaban en segundo lugar detrás del humor y el tono absurdo. Es probable también que McDonagh no encontrara la forma de salir del embrollo y buscara en el desenlace algo más pragmático (esta es, en definitiva, una película sobre la diferencia entre hermanos y sobre lo terrible de la guerra) que le diera a su película un sentido. La diferencia con otras películas (incluso suyas, como 3 anuncios por un crimen) es que aquí esa búsqueda -si se quiere- más trascendente no termina por limitar el alcance de unos personajes perfectos y de un mundo excéntrico, de un espesor que nos termina trasladando a un tiempo y un espacio diseñado con precisión y belleza. Tiempo y espacio, por otra parte, que es el de un cine alejado de ciertas fórmulas actuales, y que nos invita a habitarlo como pocas películas en el presente.
Se estrenó el pasado jueves la última película escrita y dirigida por Martin McDonagh, la cual formó de la Competencia Oficial del Festival de Venecia y el Festival Internacional de cine de Mar del Plata el año pasado, con muy buenas críticas y nominaciones a la temporada de premios. El realizador de «Tres anuncios por un crimen» traslada al espectador a una isla de Irlanda a principios de 1900. Los protagonistas principales, Colm y Pádraic (Brendan Gleeson y Colin Farrell, respectivamente) son dos amigos que han forjando una relación de amistad muy estrecha aparentemente indestructible, que cambia repentinamente cuando Colm decide dejar de hablarle hasta ese entonces su mejor amigo y le pide expresamente que él tampoco le dirija la palabra. Atónito por tal situación, Pádraic intenta buscar los motivos que justifican tal decisión, pero Colm se mantiene firme en su postura de dar por terminado cualquier tipo de contacto, con consecuencias extremas en juego. «Simplemente ya no me agradas más». Colm (Brendan Gleeson). ¿Se volvió loco? ¿Hice algo malo? le pregunta Pádraic a los habitantes de la isla, quienes están tan sorprendidos como él ante la decisión de Colm. Los personajes secundarios no pueden dar respuesta e intentan acompañar al devastado Pádraic en el proceso de «duelo». En este aspecto Kerry Condon (que personifica a Siobhan, la hermana de Pádraic) y Barry Keoghan (Dominic, en la ficción) ofrecen roles pequeños y muy bien trabajados. En ellos vemos representado, más allá del conflicto principal de la película, lo que el entorno bélico genera en los personajes (la Primera Guerra Mundial es el trasfondo que apenas se menciona). Con climas de comedia, «Los espíritus de la isla» teje subtramas dramáticas interesantes que generan el debate pos función. ¿Qué sentido se le puede dar a la vida? ¿Dónde radica la importancia de determinados vínculos? ¿Qué pasa cuando aparentemente no sucede absolutamente nada? son algunos de los interrogantes sobre los cuales la película navega con inteligencia. Los trabajos de Brendan Gleeson y Colin Farrell son impecables, al igual que el guión y la dirección. Con precisos elementos narrativos y una locación que también es protagonista, el último film de MacDonagh ha cosechado triunfos en la temporada de premios y tiene chances de seguir haciendolo en los futuros SAG awards y Academy awards. Una comedia inteligente, oscura y reflexiva cuya fotografía y rubros técnicos se disfrutan desde un comienzo en la pantalla grande. Opinión: Muy buena.
Martin McDonagh utiliza una amistad rota como telón de fondo para explorar el conflicto en el hombre, la naturaleza del orgullo y el rencor, la importancia de la amistad y las curiosas aristas del ego masculino.
La nueva película dirigida y escrita por Martin McDonagh también vuelve a reunir a la dupla protagónica de «In Bruges» (Escondido en Brujas): Colin Farrell y Brendan Gleeson. Situada esta vez en una isla (ficticia) de la Irlanda rural de la Guerra Civil que se sucede a lo lejos, la historia parece súper simple basada en su premisa: dos amigos de toda la vida dejan de serlo tras la decisión brusca e inamovible de uno de ellos de darle fin a esa amistad. Sin embargo, en sus capas y de una manera sutil y más sólida que nunca en la filmografía de McDonagh, flotan un montón de otras cuestiones, entre ellas la soledad y la búsqueda de trascendencia. También, como dato de color y no menor, es una de las películas más nominadas para la próxima entrega de los premios Oscar, con nominaciones en las categorías más importantes, incluyendo Mejor Película y Director. Pádraic es un tipo sencillo que vive con su hermana y cuida de sus animales. Su pasatiempo principal es ir a beber con su amigo de toda la vida, Colm. Pero un día como todos va a buscarlo a su casa y él no quiere verlo. Lo que parece un capricho que no comprende y que supone que es pasajero, se torna firme: Colm no quiere juntarse más con él, descubrió que está en una etapa de su vida en la cual ya no puede desperdiciar tiempo y prefiere dedicarse a la música que vagabundear entre cervezas con su aburrido e insignificante (ahora ex) amigo. Si bien estamos ante una comedia dramática, las pinceladas de melancolía y misterio (todo lo que no se entiende siempre genera incomodidad) la van tiñendo de una tristeza azul. De repente, Pádraic se da cuenta de que esa vida que le sentaba bien, porque nada más esperaba de ella que poder estar tranquilo y pasar sus tardes bebiendo y riéndose con su único amigo, con una rutina simple pero marcada, ahora se le torna muy solitaria. No puede entonces aceptar así como así que la amistad se termine, sobre todo sin una explicación, todo resulta absurdo. Pádraic tiene a su hermana (Kerry Condon), la mujer quizás más sensata en un pueblo de aburridos (como ella exclama en algún momento: todos son aburridos acá) y en una película sobre masculinidades, y al chico raro y marginado del pueblo (Barry Keoghan, quien vuelve a trabajar con Farrell tras The Killing of the sacred deer), hijo de un policía que abusa de él de varias maneras. Y sobre todo tiene a su burra, a quien su hermana quiere afuera de la casa pero en esos momentos de tristeza que ahora lo acarrean él necesita a su lado, es su fiel compañera. El dúo actoral entre Gleeson y Farrell es perfecto: ambos apuestan por la sutileza, por un registro contenido que no resulta por eso menos potente. Gleeson con pocas palabras pero una mirada que lo dice todo; Farrell, un actor que ha madurado muchísimo, desde una sencillez y aparente fragilidad que lo aleja de muchas de sus interpretaciones anteriores. McDonaugh apuesta por la regla de menos es más y no hay grandes excesos sino que la tensión crece de manera gradual. A la larga son dos personajes que de repente sienten un fuerte vacío: Colm por la inminencia de la muerte y la idea de una vida desperdiciada y Pádraic por la pérdida de su amistad de toda la vida en un pueblo donde no hay muchas más personas, una pérdida por la cual se siente culpable sin poder entender. Cada uno de estos vacíos despierta algo distinto en cada uno; Colm por primera vez ve a un Pádraic diferente. La campiña vasta y desolada, de cielos grises y suelos de todas las gamas de verde rodeados de un mar tempestuoso (impecable fotografía de Ben Davis), es el escenario de esta historia que hace ver a estos hombres tan pequeños en el mundo. Eso es lo que de repente siente Colm y necesita aunque sea a último momento revertirlo y por eso se aleja de Pádraic y se pone a componer música, esperando trascender aunque sea con ese legado. Y tener a un amigo bueno pero tonto e ignorante como él no se lo va a permitir nunca, por eso es tan tajante en su decisión. El miedo a la muerte, el miedo a perder el tiempo, a pasar por la vida como si nada, cosas que nunca se cuestionó Pádraic, quien solo necesitaba distenderse entre chistes y cervezas. Lo que empieza como una historia simpática pronto se devela más oscura y por allí rondan las banshees, almas en pena de la mitología irlandesa que acarrean malos presagios, en este caso personificada en una señora que interpreta Sheila Flitton de manera tétrica. Por momentos divertida e irónica y durante otros tantos amarga y triste, con tintes filosóficos y dos personajes construidos con solvencia y sencillez, Los espíritus de la isla es una película que no deja de crecer dentro de una desde su visionado, que abre muchas preguntas y reflexiones sobre la amistad, la soledad, el lugar del hombre, el destino, los legados… y que además logra plasmar el dolor y tragedia de una guerra sin ponerla nunca en foco, sino dejándola allí, a lo lejos. Exquisita.
Como sucede con cualquier relación afectiva, esta amistad está condicionada por una geografía y una época. El año 1923 no es cualquier año en el calendario histórico de Irlanda. Los ecos de la guerra civil llegan esporádicamente a la isla (imaginaria) en la que viven Pádraic (Colin Farrell) y Colm (Brendan Gleeson), el pastor y el violinista, los amigos en conflicto. McDonagh presupone un ethos rudimentario en el pequeño pueblo al lado del mar. La prepotencia del ecosistema edifica el alma de los habitantes; la monotonía define los días, el rumor malicioso entretiene, el único consuelo consiste en beber y cantar por las tardes y las noches en el pub.
Ambientada en una isla remota frente a la costa oeste de Irlanda, cuenta la historia de dos amigos de toda la vida, Pádraic y Colm, quienes se encuentran en un callejón sin salida cuando Colm pone fin a su amistad de un modo abrupto. Un Pádraic atónito, ayudado por su hermana Siobhán y por Dominic, se esfuerza por reconstruir la relación, negándose a aceptar las negativas de su amigo de siempre. Cuando Colm le plantea a Pádraic un ultimátum desesperado, los acontecimientos se precipitan y provocan consecuencias traumáticas.
Martin McDonagh (Londres, 1970), responsable de los premiados films “En Brujas” (2008) y “Tres Anuncios para un Crimen” (2017), regresa a la gran pantalla con el que representa su cuarto largometraje. En “Los Espíritus de la Isla”, una de las principales candidatas para la próxima entrega de los Premios Oscar, nos encontramos con una tragicomedia negrísima, posible de ser interpretada a modo de fábula, y firmada con mordacidad. Situada en Irlanda, tierra de guerra entre hermanos de cercanas geografías, por los siglos de los siglos, la historia ha mostrado que la violencia elige prevalecer. Amigos o familia de sangre, quienes poseen un fuerte tejido conector y la misma idiosincrasia, no se han encontrado en esta vida para propiciar la enemistad. O al menos, no deberían. Pensémoslo de nuevo. De la noche a la mañana, algo podría cambiar y las circunstancias transformarlos en enemigos a muerte. Simplemente solo porque ‘el otro’ aburre. ¿Esperábamos una respuesta más inteligetne? La pregunta que ante nosotros se pronuncia exhibe suficiente elocuencia: ¿hasta cuándo uno está dispuesto a dañarse para hacerle un mal al prójimo? El film representa una rencilla pueblerina -acaso esta historia mínima- como si se tratara de la punta del iceberg de un nivel de intolerancia que crece, exponencialmente, a escala nacional. McDonagh se mueve de un género a otro, con notable ductilidad. En una breve fracción de tiempo, la paz mutará en desenfrenado encono, aunque el nivel de agresión no alcance el tono desbordante de “Siete Psicópatas” (2012). Los enormes Colin Farrell y Brendan Glesson se pierden bajo la piel de sus personajes. Casi no podemos reconocerlos, y eso es lo que hace a dos actores grandes de verdad. Una amistad partida, una honestidad brutal, absoluta, que derrumba las expectativas de otro. Argumentos nimios, e insostenibles justifican el punto de uno de ellos, mientras el desconcierto se apodera de su contraparte. ¿Pero, a fin de cuentas, quién es quién para cuestionar principios? Máscaras teatrales adornan una humilde casa rural, porque el ser humano porta su disfraz y las emociones saben cómo esconderse fácilmente. Mientras tanto, el simbolismo cobra una obvia referencia. El relato, ambientado a principios del siglo XX, recurre a una fonética del inglés propia del lugar, aspecto que otorga un matriz pintoresco extra a la propuesta, poniendo especial énfasis en las aspiraciones de vida y en la soledad existente en el corazón de unos personajes incomprendidos, desolados y grisáceos. Dos espectros qué pueden verse uno a otro, dos almas en pena (banshees) tal y como el título original refiere (Inisherin) en mención a la educación geográfica en dónde transcurre el enfrentamiento. La exquisita dupla repite década y media después de la originalísima y mencionada “En Brujas” (la precoz consagración del cineasta, en su ópera prima); tanto Farrell como Glesson consiguen sendas nominaciones al Oscar, las primeras de sus respectivas carreras; hito más que merecido. Situado en la cima del panorama cinematográfico mundial para cierta corriente crítica, y a pesar de su breve trayectoria, lo que ven quienes miran con buenos ojos a McDonagh es su contundencia. Considero que la misma está ligeramente sobrevalorada. Tornándose en extremo lenta y reiterativa en su desarrollo, poco más tiene para ofrecernos la modesta “Los Espíritus de la Isla”. Apenas algo de vuelo poético en la consumación tragedia matiza la aceptación impostergable de la propia condición humana.
Me senté a ver este estreno sin saber qué esperar, pero con el buen dato de la nominación al Oscar. Bajo ningún punto de vista imaginaba que me iba a reír tanto y quedar totalmente atrapado por la atmósfera que plantea Martin McDonagh. El director ya nos había sorprendido con su film anterior: 3 anuncios por un crimen (2017), lo cual habla de un buen promedio a nivel carrera. Algo que destacaré aquí es que nos encontramos ante una comedia negra y una muy poco convencional ya que se sitúa en 1923 en una isla ficcional perteneciente a Irlanda (en ese momento en plena guerra civil). A los espectadores nos meten de lleno en la relación entre dos amigos, cuando uno decide romper lazos con el otro de manera unilateral. Aquí es donde nos enamoramos de un genial Collin Farrell, quien no acepta la nueva situación. Y de un apabullante Brendan Gleeson, quien impone el nuevo status quo. Ambos comienzan una danza que no tiene sentido alguno desde un punto de vista objetivo en cuanto a lo que se proponen y logran, pero que tiene perfecta lógica en ese mundo que nos quieren vender. Todas y cada una de las miserias humanas quedan al descubierto, así como también algunas de las virtudes de nuestra especie. Es por ello que podemos encontrar correlato e identificación. Pero esto sucede clave humor -negro- exacerbado y el tercer gran personaje (la isla) es lo que le da el "toque". Amén de que el resto del elenco también la rompe. La soledad, la salud mental y las aspiraciones son los tres grandes ejes temáticos, que son retratados de la manera más original y aquí reside la grandeza de este film. Los espíritus de la isla es una gran película, una propuesta diferente digna de temporada de premios y más que digna de ser descubierta en el cine.
Hasta ahora, las películas del realizador y dramaturgo Martin McDonagh han demostrado ser siempre interesantes. Es decir, no solo como objeto total del cine, sino secuencia a secuencia. El espectador no puede saber si lo que sigue a un momento será cómico o dramático, aunque en general -lo demuestran Escondidos en Brujas y Tres anuncios por un crimenel guión logra llevarnos a una distancia donde podemos sonreír incluso en la tragedia. Eso implica, de paso, tener actores que comprendan esos tonos en el filo de los géneros. Aquí narra cómo dos amigos dejan de serlo por la decisión de uno de ellos. También narra la vida en un pueblo perdido de una isla irlandesa, en la frontera entre la civilización y la barbarie, en realidad un mundo arcaico de brutalidades cotidianas que ha quedado al margen del mundo (el comentario final sobre la guerra civil en Irlanda es revelador al respecto). Pero esos dos tipos, el estólido Colm y el simplérrimo Pádraic (extraordinario Colin Farrell, de paso) son dos personajes de la vieja comedia muda, o de la Commedia dell'arte. Dos polinchinelas arrastrados por decisiones tan irrevocables como el paisaje detenido en el tiempo. En ese punto, este cuento nos lleva a lugares profundos a fuerza de sonrisas y de violencias normalizadas. Nada que ver con el cine que vemos cada semana, pero cine al fin.
Esta crítica va a comenzar muy distinta a lo que tenía en mente por el sólo hecho de que leí otras antes de empezar esta y me quedé sorprendido. Muchas hablan de una parábola con la guerra civil irlandesa (época en que está situada esta historia), metáforas que quiere dar el director y guionista Martin McDonagh…la verdad que a mí todas estas metáforas se me escaparon. Yo vi una historia en tono de comedia dramática que trata un tema que muy pocas películas o series tocan: la amistad y la elección de terminar un vínculo, quizás sin motivo aparente para una de las partes, pero con un motivo más que suficiente para la parte que decide terminarlo. A mí me llegó de esa manera y la sentí muy cercana y hermosa. Hace poco escribí un escrito que hablar de terminar vínculos. Planteo en él que estamos (mal) acostumbrados a que si se termina un vínculo es porque “algo pasó”. Nos cuesta aceptar que simplemente una de las partes no le interesa sostener más ese vínculo, por el motivo que sea, y la parte que la quiere seguir con el vínculo tiene esa necesidad de saber, de querer entender que pasó, por qué, que hice mal, que dije de malo, etc. Esta película demuestra esto de una forma muy clara. El personaje de Brendan Gleeson no quiere ser más amigo del personaje de Colin Farrell, y ahí comienza la debacle de la historia. Durante casi dos horas vemos a estos (ex) amigos en situaciones divertidas y tristes. Sumado a que viven en un pueblito pequeño en dónde todos se conocen, comienzan a correr los rumores, se “corre la bola” de lo que está pasando y la gente, por supuesto, opina al respecto y tiene cosas para decir. La hermana de Farrell intenta ayudarlo a superar esta situación extraña en la que se encuentra, y muestra otro lado del amor. Tengo muchas más cosas para decir del guion, pero voy a seguir en la zona de spoilers porque no quiero contar de más. Quiero destacar las actuaciones de nuestros dos protagonistas, están muy bien ambos. Farrell no sorprende, es un gran actor. A Gleeson no recuerdo haberlo visto antes, me gustó mucho la simpleza y la tranquilidad que transmite al personaje, haciendo que uno le crea, y hasta quizás se ponga de su lado, aunque también necesite un por qué. Durante muchos años pensaba en que me gustaría que exista una película o serie en la cual no se toque o no haya el amor romántico, lo sexo afectivo. Esta película toca el amor de la familia y de la amistad, cumple con lo que quería, y lo hace muy bien. Es muy destacable la fotografía de esta película. No suelo enfocarme mucho en esto, pero ver esos hermosos paisajes de Irlanda (me está llamando cada vez más), la forma en que está filmada la película y su gran caracterización de la época (1923) tanto en la vestimenta como en toda la escenografía necesaria es muy buena. La banda sonora es preciosa, más aún cuando es Gleeson quién toca el violín. Mi recomendación: Hermosa película que toca la amistad como ninguna antes. Mi puntuación: 7/10 Zona de spoiler: Farrell no le cree a su amigo que no quiere ser más su amigo. Entonces intenta hablarle, le busca la vuelta, no logra soltar. Cuándo el amigo le dice, y tiene que llegar al extremo, que se va a cortar un dedo cada vez que le hable, tampoco le cree y vuelve a insistir. Se corta un dedo. Se da cuenta que va en serio. Hasta que la ira y el alcohol vuelve a consumirlo y va a gritarle de todo a su ex amigo. Piensa que era eso lo que necesitaba, un poco de “amor duro” para entrar en razón. El amigo se corta los otros 4 dedos de la mano y se los tira en la casa. Mientras tanto la hermana decide irse a la ciudad a trabajar, quizás cansada por no poder ayudar a su hermano, quizás cansada de estar en un pueblito. El burro favorito de Farrell se come uno de los dedos y se muere. Va y le dice a Gleeson que le va a quemar la casa, con o sin él adentro, que deja afuera al perro. Le quema la casa, cree que él está adentro y no le importa. Resulta que no estaba adentro, no se muere su ex amigo y tienen una charla frente al mar, Farrell termina aceptando o entendiendo que es en serio, y están a mano. ¿Para qué nos contas el guion si ya la vimos (o no)? Para poder hacer mejor mi punto. Es muy difícil soltar cualquier vínculo. Aceptar que no hay más de eso. En la época que está realizada la película no existía o no era normal ir a terapia. Hoy en día sí, y me parece súper necesario que todos vayan. Farrell en un momento le dice a su hermana que su amigo debe estar depresivo, por eso no quiere ser más su amigo. Buscando cosas para no soltar, no entender que se acabó. Duele, pero hay que respetar las decisiones de la otra persona si no quiere más estar en ese vínculo. Lo digo por experiencia.