Los globos (2016) de Mariano González, es una dura película que narra el camino de un hombre (Mariano González) que debe asumir un rol para el que no está preparado, o no cree estarlo, el ser padre, mientras continua con sus rutinas laborales que lo evaden de la realidad. La mirada lúcida sobre el trabajo, las rutinas (laborales o físicas) contrastan con algunas incongruencias de un guion que se permite desnudar a un hombre ante la inevitable decisión de asumirse para un rol, o, dejar librado a la suerte su existencia.
Paternidad desinflada En apenas 65 minutos, el actor y director debutante Mariano González logra indagar sin concesiones ni tapujos sobre el terreno brumoso de la paternidad cuando las responsabilidades superan a los adultos y los niños -hijos- se transforman en un obstáculo, si es que no se entabla empatía desde los afectos o vínculos que trasciendan la propia experiencia del presente. Los globos habla de esas cosas con una austeridad narrativa que puede ser comparable al estilo ascético de los realizadores belgas, los hermanos Dardenne, y maneja a partir del encuadre opresivo una relación directa entre la cámara y César, protagonista de esta historia, interpretado por el propio director. El fuera de campo y la escasez de información sobre el pasado de este padre que recibe la inoportuna llegada de su hijo pequeño Alfonso, tras la decisión de su abuelo, quien había estado al cuidado del niño durante la ausencia de César, es una de las claves que permiten al espectador encontrar el equilibrio para no empatizar o rechazar desde el vamos al personaje y sobre todo juzgar sus actitudes con el entorno y las decisiones que tomará en base a la presencia de Alfonso. En ese sentido es meritorio el desempeño de Mariano González tanto en la composición de su personaje como en el manejo del cuerpo y de la sequedad de palabras para desenvolverse en su rutina cotidiana, donde el armado de globos, el trabajo con los moldes y el automatismo en la tarea completan el cuadro descriptivo, su relación con el mundo y con su propia vida. Los globos crece en intensidad dramática a la par de la transformación de esa paternidad que transita por varios estadios y zonas grises a las que el propio director llega sin forzar situaciones desde el guión, consciente de los riesgos y limites de ese encuentro con el realismo puro y duro. La puesta en escena en ese sentido es realmente funcional y deja el espacio abierto para el complemento de la mirada absolutamente despojada de un juicio de valor. Por tratarse de un debut, nos encontramos frente a un director que sabe lo que quiere transmitir desde su cine y por eso a la espera de una segunda película que sea tan o más interesante que esta ópera prima.
Mariano González escribió, dirigió y protagonizó (además de colaborar con el sonido y la edición) esta breve (65 minutos) y dura película que llega a las salas comerciales tras un elogiado paso por el Festival de Mar del Plata el año pasado, donde obtuvo el Premio FIPRESCI. Austera en su puesta y narrativa, el film plantea los temores y las dudas de un padre inestable -económica y emocionalmente- ante el reencuentro con su pequeño hijo.
Una sola escena basta para acordarle a Los globos un puesto destacado en –si existiera– el ranking de películas nacionales que abordan la (compleja) construcción de la paternidad. Es que la reacción del protagonista cuando escucha “Papá” en boca de su hijo no sólo evita el lugar común que nuestras agencias de publicidad explotaron hasta el hartazgo; también resignifica con una potencia arrolladora esa suerte de hito fundacional en la narrativa familiar occidental. A juzgar por ése y otros aciertos de su debut como director, el actor Mariano González se anuncia –con perdón del neologismo– como un buen resignificador. Por lo pronto, este admirador confeso del cine de Luc y Jean-Pierre Dardenne parece trabajar a su manera la misma materia prima que los hermanos belgas esculpieron más de una década atrás, para El hijo primero y El niño después. Como el carpintero que Olivier Gourmet interpretó para el film de 2002, César también es un personaje taciturno, que parece encontrar refugio y cierta expiación en su taller (el suyo, muy precario, montado para fabricar globos de cumpleaños). Como la pareja joven que Jérémie Renier y Déborah François compusieron para el largometraje de 2005, el personaje a cargo del mismo González tampoco sabe qué hacer con su pequeño Alfonso. César crece desde el punto de vista narrativo tanto como aquellos personajes inolvidables de los Dardenne. Quizás porque también la escribió, González encarna esta historia con una consistencia y coherencia encomiables. Acaso haya ayudado el hecho de que su hijo y su padre en la vida real interpretaron al hijo y al suegro del protagonista en la ficción. “Papá, si hay un puma, no te preocupes: yo te voy a proteger”. Algo así le dice Alfonso al fabricante de globos cuando termina la “exploración” que emprendieron juntos a metros de la ruta, y a modo de recreo de un viaje en auto. A partir de esas palabras que fuera de contexto también pueden resultar publicitarias, arranca la secuencia memorable de esta aproximación a la paternidad que curiosamente (o no) carece de cotillón. El año pasado, Los globos ganó el premio FIPRESCI en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. A partir del próximo 9 de julio, la opera prima de González se proyectará los domingos de este mes a las 18 en el microcine del Malba. Antes, el jueves 6, desembarcará en el BAMA Cine de la Ciudad de Buenos Aires y en salas de Córdoba, Neuquén y La Pampa.
Mariano González es casi un desconocido; había tenido un papel menor en La león de Santiago Otheguy y también había participado en algunos cortometrajes; se lo conocía, principalmente, como un actor de teatro. ¿Quién sabía de él como director? Nadie. Sin antecedentes, el director hizo una película que es una verdadera proeza: la precisión narrativa y su pertinencia conceptual son una sorpresa, no menos la seguridad que se adivina detrás de cámara y prosigue frente a cámara. González escribió, dirigió e interpretó el papel principal de Los globos.
Se viene el estallido Mariano González es el director y protagonista de esta más que interesante ópera prima, que retrata a la paternidad con una rispidez pocas veces vistas en el cine argentino. Una repetitiva labor en una fábrica de globos en el conurbano y un exigido entrenamiento de crossfit parecen ser las únicas actividades de César. Tiene, de tanto en tanto, encuentros sexuales de forma casual, que parecen responder más a una mecánica y no tanto a una necesidad afectiva. César es un hombre joven de poco hablar y mirada dura. Precisamente es allí, en su mirada, en donde podemos apreciar desde el comienzo de Los globos (2016) algo más que una personalidad. Hay un pesar, un sopor, una tristeza, que revelan carencias de afecto y un pasado oscuro. La primera película de Mariano González lo revela como un realizador atento, puesto en servicio de generar tensión ya desde el encuadre. La decisión de no apartarse demasiado de César genera paulatinamente una sensación de angustia que, lejos de disiparse con la llegada (irrupción) del pequeño hijo, se termina pronunciando. Sucede que César estuvo preso por un crimen que la película no aclara (pertinente decisión del guion) y que enviudó joven. El abuelo del chico no se puede hacer cargo de él, y Los globos se concentra en los momentos previos a una posible adopción. La película se ciñe a la teoría del iceberg: ese presente es lo que vemos, pero debajo hay un pasado que no se termina de exponer pero que demuestra que las cosas incluso pudieron haber estado peor. Cuánto de todo ese pasado era no necesario revelar es posiblemente el punto débil de la película; por momentos, tenemos la sensación de que era importante saber un poco más. A las cualidades argumentales apuntadas, hay que agregar la sólida actuación de González, en la piel de un personaje que genera una marcada antipatía pero al que, poco a poco, iremos comprendiendo. Hay, casi hacia el final, una secuencia clave en medio de un bosque que de alguna forma promueve un acercamiento más compasivo hacia él. Una suerte de síntesis de lo mejor de la película en términos formales, con una cámara en mano y un trabajo sobre el fuera de campo equiparable a la puesta de los hermanos Dardenne. Luego de esta película sobre la paternidad y el encuentro con los afectos habrá que prestarle atención a los próximos trabajos de Mariano González.
Es un film distinto, áspero, por momentos brutal, seco, en un mundo sin concesiones, que se mete de lleno en los temores a asumir la paternidad de parte de un hombre que quiere vivir con el mínimo compromiso. El director, guionista y protagonista de esta película construye, en esta su opera prima como realizador, un ambiente marginal y curioso, interrumpido por el llamado a tomar una responsabilidad. Un suburbio de Buenos Aires, una fábrica de globos casi artesanal, que implica para este hombre, no solo cumplir con su trabajo sino despertar al dueño, contener a su hijo cuando se pasa de reviente, cocinar y conformarse con muy poco. Su “dormitorio” es un cuarto de trastos, su entrenamiento físico con un grupo precario, sus pasiones pasajeras y apenas convenientes. Ese mundo tambalea cuando su suegro lo “obliga” a hacerse cargo de su hijo, la madre murió y los abuelos ya no pueden hacerse cargo. El protagonista intentara darlo en adopción, pedir favores para que otro se haga cargo y hasta bordear la peor crueldad en un juego macabro. Mas que interesante el modo y la reconstrucción de ese mundo por parte del realizador, retaceando información al espectador, pintando una realidad sin concesiones, retratando con certeza, la incapacidad de los anestesiados por las circunstancias para expresar y mantener sentimientos.
Emociones que no ceden a la sensiblería. Lo admirable del film no es tanto la dureza del tema como la resistente sequedad de su tono. El actor, guionista y realizador se concentra en construir un personaje golpeado y castigado, que debe enfrentarse a la que quizás sea la resolución más importante de su vida. Luego de una placa que reza “A mi padre, el Gordo” (dedicatoria nada banal, si se tiene en cuenta que la historia posee como sustancia esencial más de un conflicto ligado a la paternidad), los planos semi documentales que abren la ópera prima de Mariano Gonzalez pueden traer el recuerdo –memoria cinéfila mediante– de algunas escenas de la notable Mauro, cuyos personajes sobrevivían gracias a la fabricación casera de billetes falsos. Pero si en Los globos también está presente un acercamiento a las actividades cotidianas con algo de táctil -un ojo atento a los pormenores del trabajo, la cocción de alimentos para su consumo diario, los contratos tácitos o formales e incluso el sexo- el oficio de César, a diferencia del de los falsificadores de Hernán Rosselli, es absolutamente legal. Aunque artesanal y marginal: la mini fábrica de globos de su patrón, armada en el galpón del fondo de una casa en el conurbano bonaerense, con elementos arcaicos y algo destartalados, escapa a la automatización y se empeña en requerir el esfuerzo manual de cada uno de los movimientos del operario. “Pinchado… pinchado”, recita como un mantra su eventual asistente, un hombre que también vive en el inmueble, mientras prueba los coloridos globos a la vieja usanza: hinchando los pulmones y soplando. De César (el mismo González, de profesión actor, aquí poniéndose por primera vez detrás de la cámara) se sabe poco y nada. Apenas que estuvo un tiempo “guardado” –en la cárcel o en rehabilitación, la película no lo explicita– que se toma sus faenas laborales y las prácticas de crossfit casi cotidianas con esmero y dedicación y, ya algunos minutos dentro de la narración, que tuvo un hijo con una mujer que ha muerto, la crianza del pequeño desplazada hacia las manos de los abuelos maternos. El conflicto central de la película se hace evidente y, como en un relato de los hermanos Dardenne, una decisión personal puntual se transforma en la fuerza primordial que hace girar el sistema de rotación y traslación del protagonista. ¿Será correcta la elección de dar en adopción a su propio hijo, un chico de unos cinco años, a cierta familia que le podría ofrecer seguridad y un buen pasar? ¿O primará el instinto paternal antes que cualquier determinación guiada por la lógica? Además de los globos, el que parece pinchado es César. Casi no habla o lo hace sólo cuando es estrictamente necesario. En el rigor obsesivo con el cual emprende cada una de sus actividades parece latir la severidad del converso, aquel que ha decidido dejar algo atrás cerrándole las puertas por completo. Luego de pasar a buscar al chico (interpretado por el hijo de González en la vida real), un viaje relámpago lo hace reencontrarse con Laura (Jimena Anganuzzi), con quien comenzará a tener sexo en el auto mientras el pequeño duerme en el asiento trasero. Bien podría haber sido con otra mujer, tal vez alguna de las clientas del puesto de tragos donde Laura hace las veces de bartender. Las conversaciones con su hijo parecen ocultar cualquier atisbo de ternura tras una gruesa capa de laconismo auto protector, el único escudo que parece conocer César ante la posibilidad del dolor. La máscara de González como actor es esencial en la construcción de ese mundo cerrado sobre sí mismo, casi impermeable a la esencia de lo que ocurre a su alrededor. Lo admirable en Los globos no es tanto la dureza del tema como la resistente sequedad de su tono. El actor, guionista y realizador no cede jamás al impulso de la sensiblería y se concentra en construir un universo cuya visión le pertenece a su personaje y nada más que a él: un ser golpeado y castigado, emocionalmente constreñido, quizás herido para siempre, que debe enfrentarse a la que quizás sea la resolución más importante de su vida. La emoción llegará, finalmente, y lo hará con la fuerza de una sudestada, aunque los resultados de la tormenta no sean evidentes ni estén acompañados por una epifanía visual y/o sonora. Apenas un diálogo tonto sobre la diferencia entre perros y gatos que, detrás de su aparente intrascendencia, deja entrever la posibilidad de la empatía e incluso un amor incipiente como contrapeso a los miedos y responsabilidades de la carga parental biológica y legal.
Después del estreno mundial en el Festival de Mar del Plata, la ópera prima llega a los cines comerciales contando un relato atroz sobre de la paternidad. Al igual que Edgardo Castro con “La noche” (2016), Mariano González se puso todo el equipo al hombro y además de dirigir y escribir la historia de “Los globos”, la protagoniza como César en un papel de padre dolido por la vida. El señor César trabaja en un taller chico haciendo globos grandes de diferentes colores, como en los viejos tiempos. Pero el laburante es un ser de la nada, no tiene proyectos para cambiar el rumbo de su vida. Acepta su estatus tal cual es y lo adora así. Es por eso que cuando aparece su hijo (la madre falleció y estaba a cargo de su abuelo materno), entiende que todo lo anterior se terminó. El nene de nombre Alfonso, interpretado por el mismo hijo del director, no tiene diálogos hasta la mitad del metraje, porque su aparición es casi fantasmal y la repercusión de su aparición causará cambios anímicos en el padre. Al principio ocultará a su primogénito, como si no existiera. La negación paterna resurge lo mejor del film, a medida que avanza, el actor se (re)encontrará con su propia versión, viéndose en un espejo del pasado donde las heridas serán abiertas sin la necesidad de un flashback o escena del pasado. Tanto el dolor físico como el espiritual indurarán la vida de César, sin que él lo pida y deberá tomar decisiones maduras para poder continuar con el lazo afectivo. Los demás acompañantes del largometraje están presentes de forma pulsante, todos tienen motivos para reprimir al nuevo papá, pero muy pocos lo hacen o se meten. Y seremos testigos de ese cambio, de un ser solitario a una persona amada. No serán transformaciones radicales sino que se verán en pequeños gestos, miradas taciturnas y un diálogo final que repercute simpatía. Un guion que hace partícipe al espectador sin juzgar y sin buscar un golpe bajo. El mayor labor se encuentra en la faceta actoral de González y la intocable realización de fotografía que proyecta Fernando Lockett (el realizador favorito de Matías Piñeiro) para generar una ciudad perdida, con sus falencias y carencias del día a día. El desdén y la poética narrativa hacen que el actor de teatro logre un film digno, honesto y apto de admiración para hablar de la paternidad. Puntaje: 3,5/5
Una ópera prima sobre la paternidad narrada de forma seca y visceral por este realizador, guionista y también protagonista. Se lanza en 6 salas tras su estreno en el Festival de Mar del Plata 2016, donde ganó el premio FIPRESCI de la crítica internacional. El cine ha tematizado el vínculo padre-hijo en incontables ocasiones. Lo que tiene de particular Los globos no es entonces su conflicto principal, sino la forma visceral en la que se aproxima a la relación entre el protagonista (el también realizador y guionista Mariano González) y ese pequeño del cual debe hacerse cargo después de la inesperada muerte de la madre. El pasado de César es una incógnita, pero las consecuencias están a la vista. Su rutina está integrada por un trabajo en una desvencijada fábrica de globos del conurbano bonaerense, clases de crossfit y algunos encuentros casuales con mujeres. En ese contexto reaparece su ex suegro para imponerle el cuidado de su pequeño hijo Alfonso, a quien no ve desde hace años y prácticamente no conoce. A duras penas puede hacerse cargo de él, tanto emocional como económicamente. Ante ese panorama, y con la ayuda de la empleada de un bar, toma una decisión que le traerá consecuencias irreparables: darlo en adopción. Las dudas, los temores y la inseguridad propia de ese acto trascendental son los ejes principales sobre los que se asienta este relato tan íntimo como desesperante. González le imprime a su ópera prima un tono seco, por momentos de un realismo suburbial crudo y descarnado, siempre misterioso, igual que los procesos internos de este hombre en pleno enfrentamiento con el desafío más grande de su vida.
La paternidad es un tema habitual en el cine, a través de todos los géneros. La comedia sabe dar muy buenos exponentes; incluso cuando predomina el humor, hay tiempo para la profundidad, y así lo demuestra Papá por Siempre (Mrs. Doubtfire, 1993). Por el lado de la animación, Buscando a Nemo (Finding Nemo, 2003) es una oda al amor de un padre por su hijo. Como corresponde, el drama sabe sacarle el jugo a este tópico. Basta con recordar casos que van desde Ladrón de Bicicletas (Ladri di biciclette, 1948) hasta En Busca de la Felicidad (Pursuit of Happines, 2006), pasando por Kramer vs. Kramer (1979) y La Vida es Bella (La vita è bella, 1998), entre muchas otras. El cine argentino también sabe tener padres antológicos. Guillermo Francella, por ejemplo, encarnó a algunos muy amorosos en comedias pasatistas y a otro, decididamente nefasto, en El Clan (2015). Sin embargo, pocas veces el rol del padre fue retratado de manera tan incómoda y honesta como en Los Globos (2016). César (Mariano González) trabaja fabricando globos y piñatas en un galpón del Gran Buenos Aires. En sus ratos libres practica crossfit y tiene sexo ocasional. Pero un hecho repentino altera su vida: al morir su ex mujer, deberá hacerse cargo Adolfo (Adolfo González), su pequeño hijo, a quien no veía desde hace tiempo. En medio de toneladas de dudas e inseguridades, César irá recuperando la relación con el chico, pero deberá definir qué hará con él. Además de escribir y dirigir, Mariano González protagoniza este drama familiar intenso, alejado de toda fórmula de películas con esta misma premisa. Los climas son densos, y la cámara en mano y la crudeza de algunas imágenes no hacen más que acentuar los temores que experimenta César. La relación con el hijo (también lo es en la vida real) generan momentos de ternura que funcionan como oasis en medio de la desesperación. Si los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne hubieran dirigido un film en el conurbano bonaerense, el resultado sería similar al de Los Globos.
Mariano González es guionista, productor director y actor de su ópera prima, Los globos que se estrena el 6 de julio próximo. El film había ganado el concurso de óperas primas del INCAA allá por el 2012 y en el 2016,el premio Fipresci en el Festival Internacional de Mar del Plata. El inicial universo fabril, pero artesanal, es un mundo donde César procesa chapas con formas de globos haciéndolas entrar en un liquido plástico y de color, para después entalcarlas y clasificarlas en parsimonioso ritmo. Algunos globos saldrán pinchados, otros irán a la caja, por lo tanto a la venta. Ese trabajo en un galpón precario y desordenado, donde César tiene una habitación y comparte el trabajo con otra persona, a quien despierta haciendo ruido al mover la chapa de la ventana. ¿Quién sabe cómo se fabrican los globos?. O en todo caso, ¿qué sabemos de la fabricación de las cosas? César también cocina y hace secar las milanesas tal cual hace con los globos que cuelgan en las máquinas; hay una circunspección en esas tareas, como l de aquel que conoce los oficios rutinarios y desganados, sin ninguna maravilla. La rutina, un día, se rompe ante la obligación de hacerse cargo de su pequeño hijo. Algunos llamados telefónicos preceden a ese momento. El espectador siempre se moverá en un terreno poco claro: no se expondrán muchos datos concretos, como por ejemplo por qué César tiene una herida en la cabeza, o quiénes son los personajes que lo rodean, o quién llama por teléfono, tampoco se sabe adónde va la ruta, cuál es el lugar concreto de esas casas o por qué los ejercicios físicos grupales que interrumpen con la misma fuerza con la que se llevan a cabo. Todos los datos que se hagan visibles, los que importen, sí y sólo sí tendrán que ver con la percepción que Cesar tiene del mundo, incluido esa paternidad que le imponen. Por eso tal vez, lo mejor que tiene la película son los diálogos entre padre e hijo, pequeños y breves pero que van construir un lazo que tendrá su nudo en el estallido de llanto, también suficiente para saber en qué consiste la fuerza de ese vínculo, que no es otra cosa que un amor por construir. Cercano al cine de Santiago Loza, los recursos fílmicos de Mariano González son sencillos pero potentes: sus elipsis, sus movimientos de cámara sobre el personaje, sus trabajos con el fuera de campo son prometedores de un cine personal y emotivo que ojalá tenga continuación.
Los globos, de Mariano González Por Mariana Zabaleta Tan cruel como bella, la propuesta de Mariano González no solo lo tiene como protagonista, sino también como director. Opera prima que se evidencia tanto planeada, como sentida, desde hace bastante tiempo. Ningún plano deja nada al azar, bellísimas interpretaciones juegan como figuras en un diorama nostálgico. El río, la espesura de la vegetación y los viajes en auto oxigenan la atmósfera, un conflicto hace denso el ambiente. La paternidad, como dilema existencial, esta retratada fielmente. César debe hacerse cargo de su hijo Alfonso. Sin planearlo, sin quererlo, la precariedad de ser un artesano en una modestísima fábrica de globos complejiza aún más la situación. Mas allá de ciertos aspectos materiales, que la película convoca, como la dificultosa reinserción social y laboral de un ex convicto, es importante destacar una enunciación solapada. Asistimos a una expectación, que por medio de una cámara inquieta, sigue a César en todo momento, bajo luz y sombra. La rutina, el descanso, los placeres y el trabajo. Un retrato cuasi pictórico, deudores del naturalismo y el realismo más rioplatense. Aún así hay algo fundamental que se escapa, el porque de las decisiones, una línea histórica quebrada que no nos deja empatizar del todo con el protagonista. Donde pensamos que hay recuerdo se nos extiende el vacío, cierto aire de enigma se respira. Quizás solo sea la vivencia de ser pequeños, donde las figuras paternales (y maternales) suelen configurarse con zonas oscuras. Solo el tiempo, y las conjeturas, cierran esas elipsis. González lo sabe, o no, pero el relato juega con ello, entregando un homenaje tanto a la paternidad, como a las necesarias aporías de nuestro recuerdo. LOS GLOBOS Los globos. Argentina, 2016. Guión y dirección: Mariano González. Intérpretes: Mariano González, Alfonso González Lesca y Juan Martín Viale. Fotografía: Fernando Lockett. Edición: Santiago Esteves, Delfina Castagnino y Mariano González. Dirección de arte: Julieta Dolinsky. Sonido: Emiliano Biaiñ, Marcos Zoppi. Duración: 65 minutos.
Cesar (Mariano González) trabaja en una pequeña fábrica del Conurbano bonaerense haciendo globos. Entre paletas, y látex de colores, el hombre se hunde en ese submundo preparando pedidos, en silencio, que luego llevará él mismo en su motocicleta hacia cada destino. A diferencia de la variedad tonal de los objetos que produce, su vida parece ser bastante gris -y más bien oscura-. Monotonía que se ve trastocada cuando alguien llega para romper su rutina de manera definitiva: Alfonso (Alfonso González Lesca), su hijo.
Drama sobre la paternidad perocon poco pulso Aquellos que siempre tuvieron la curiosidad de saber cómo se fabrican los globos de colores de los cumpleaños infantiles y algunos meetings políticos seguramente apreciarán las escenas de este largometraje, un drama sobre paternidad que aunque se queda a mitad de camino no deja de tener sus puntos de interés. Mariano González, factótum del film como escritor, director y protagonista, encarna a un hombre que luego de una forzada ausencia de dos años no sabe bien qué hacer con su pequeño hijo, cuya madre también está ausente. La fabricación de globos, además de resultar didáctica sobre esa industria, también funciona como espejo agridulce de la triste situación y culpa de este personaje que, pese a su angustia, cree que lo mejor es entregar al chico en adopción. Mientras lo decide bebe, fuma mucho y sale con mujeres, lo que redunda en una escena erótica imaginativa y lograda, y otra más perturbadora por la presencia del niño. Durante la primera mitad el film mantiene el interés y crea un clima de hermetismo que provoca intriga, pero de a poco el globo se pincha básicamente por falta de pulso narrativo y atractivo de las imágenes. Las actuaciones no están mal, especialmente la del chico, que sostiene dos de las mejores escenas.
Esta es la ópera prima de Mariano González. El año pasado “Los globos” ganó el premio FIPRESCI en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Va mostrando los distintos momentos que vive un padre con su hijo, el reencuentro con los afectos, en un hombre lleno de indecisiones, que habla poco, un ser angustiado que ha tenido un duro pasado. Con el correr de los minutos el espectador comienza a comprender más al protagonista y mucho dice a través de los distintos tipos de planos y el gran manejo de la cámara. Cuenta con un buen trabajo de Mariano González como director, guionista e intérprete que además trabaja junto a su pequeño hijo Alfonso González Lesca.
Esta sorprendente opera prima protagonizada por el propio director y Jimena Anganuzzi se centra en un hombre solitario que debe hacerse cargo de su hijo pequeño tras la muerte de la madre, pero que no está seguro de poder. Un drama seco, intenso y honesto. Y una de las mejores películas argentinas del año. César vive en el conurbano y trabaja en una humilde fabrica de globos. Su vida parece reducirse a trabajar, dormir en una piecita mugrosa, participar de un grupo que hace una versión casera de cross-fit, salir cada tanto a tomar algo e intentar levantarse alguna chica con la que pasar la noche. Pero de a poco la película va revelando detalles de su vida que desconocemos: César (interpretado por el propio director) tiene un hijo de unos 5 años que ha vivido con su abuelo tras la muerte de su madre en un incendio unos años atrás. Pero ahora parece haber llegado el momento de hacerse cargo de la criatura y César –quien ha tenido problemas con la ley en el pasado– no sabe ni quiere manejarse con el chico y ya parece tener decidido entregarlo en adopción, por un contacto que le pasó su amiga y casual compañera (Jimena Anganuzzi). Esa descripción del comienzo de la trama de LOS GLOBOS no explica ni sirve demasiado para entender la excelencia en casi todos los rubros de esta sorprendente opera prima que el protagonista (actor de profesión) también dirigió y escribió. Remedando en cierto modo el estilo de los Dardenne de la etapa de EL HIJO –película con la que tiene más de un punto de contacto–, González filma de un modo seco y preciso (la fotografía es del enorme Fernando Lockett), narrando a sus personajes en movimiento casi perpetuo y con mínimos diálogos, una cámara encima de la acción y grandes elipsis que obligan al espectador a atar cabos narrativos. En eso (y en el tono de realismo suburbano) la película tiene algo de MAURO, de Hernán Rosselli, con la que tal vez no casualmente comparte montajista (Delfina Castagnino). LOS GLOBOS es una película sobre las idas y vueltas de ese intento de reconexión entre padre e hijo y tiene varias imperdibles escenas entre ambos (el niño es extraordinario y sus comentarios, que no imagino guionados, generan algunos de los mejores momentos del filme). Parco e hiperactivo, César parece no poder parar un segundo y la presencia del niño lo irrita, lo incomoda, lo saca de su rutina, de su centro. Y la opción de que lo adopte la que parece ser una pareja tan amable como económicamente sólida no resulta tan absurda dentro de su lógica. Pero tampoco es fácil. La de González no es una película de redención en la que un hombre descubre su lado sensible y paterno gracias a la presencia de un niño tierno. No se conduce ni narrativa ni estéticamente hacia lugares obvios o previsibles. Impacta porque uno logra entender las dudas y miedos de su personaje principal, aún con pocas palabras y sin derrochar simpatía (más bien lo contrario). Y también lo hace porque está filmada con un nervio, una seguridad y una convicción que no parecen de un operaprimista (y mucho menos de alguien que ha hecho más que nada teatro) sino de alguien que sabe muy bien lo que quiere, que se rodeó de un equipo de grandes profesionales y que entregó una de las mejores películas argentinas del año.
Los globos, la premiada opera prima de Mariano González, reflexiona sobre la paternidad con crudeza y, a la vez, sensibilidad. César trabaja en una fábrica de globos. “Fábrica” es un término enorme para nombrar ese lugar que funciona como espacio laboral derruido y de vivienda a préstamo. Sale de noche a divertirse y a encontrar, de ser posible, con quién pasarla. También se entrena haciendo crossfit y funge como un padre en vínculos de amistad. A través de un llamado descubrimos que tiene un hijo y que debe hacerse cargo de él porque su suegro no puede tenerlo ni criarlo más. Casi no lo conoce ni sabe cómo actuar de padre. Su vida se ve modificada o al menos debería. Intenta entregar al niño en adopción a una familia que le acerca una de sus ocasionales parejas. ¿Cuándo se es padre? ¿Sólo por haber engendrado un hijo? ¿Es más sencillo para un hombre no hacerse cargo? Un retrato sobre la paternidad y los vínculos paterno-filiales es lo que desarrolla en su opera prima Mariano González (además guionista y protagonista) en un drama asordinado y seco en sus procedimientos narrativos que evita cualquier apunte melodramático. Elipsis ajustadísimas, diálogos precisos que no sobreexplican lo que vemos, acertadas actuaciones de todo el elenco son los méritos evidentes de este filme donde se evitan los estereotipos y se reflexiona sobre una imagen de padre nada heroica ni políticamente correcta. La relación entre padre e hijo (que también lo son en la vida real) entrega momentos de belleza, de humor y de conmovedora emoción. Y el pequeño Alfonso González Lesca es toda una revelación. Finalmente ese universo planteado nos permite pensar y sentir a la vez -sin que una cosa anule a la otra-, y dejarnos inmersos en dudas ante un tema, la paternidad, que por siglos se mantuvo sin cuestionamientos ni posibilidad de plantear otras opciones.
INFLAR EL PECHO En su ópera prima, Mariano González toca un tema profundo, intenso y esencial como es la relación entre un padre y un hijo. Lo que difiere de innumerables ejemplos cinematográficos donde hemos visto abordar esta temática, es el punto de vista que el director decide tomar para contar una historia cruda y compleja como puede ser un padre que no quiere (en principio) ni puede tomar el rol que le corresponde. El director, quien también escribió el guión y se puso en la piel de César, protagonista de la historia, narra de manera poética a un hombre que pareciera flotar, sobrevivir, subsistir, reaccionar, a veces de manera autónoma, a veces de manera visceral pero siempre poniéndole el cuerpo a todo lo que la vida tiene para darle, y para quitarle. Sin que sepamos mucho de su pasado, César pasa sus días trabajando en una fábrica de globos bastante venida a menos, hace crossfit en el mismo patio de la casa donde vive (lugar donde también funciona dicha fábrica), y tiene sexo ocasional con distintas mujeres. Sus días cambian cuando su suegro le informa que no puede seguir haciéndose cargo de su nieto (de la madre no sabremos mucho, más que sobre su muerte en un trágico accidente). César a duras penas puede con su propia vida, con lo cual resulta difícil imaginar como hará para poder hacerse cargo de la de un nino pequeño (quien interpreta a su hijo Alfonso en pantalla, es su hijo en la vida real, detalle que se impone y aprecia en las escenas bellas y duras que ambos comparten). El argumento podría no distinguirse por su originalidad, pero allí es donde reside el acierto de González, en no juzgar a sus personajes ni esterioriparlos. Los deja correr libres por el bosque, los perdona y los vuelve a encontrar una y otra vez. Se hablan desde la mirada, la que coincide y la que no, se hablan desde el cuerpo, lleno de polvo, golpeado, provisto casi siempre de la misma ropa y de la misma piel. Otra gran decisión tiene que ver con la manera de narrar, de contar, filmar con cámara en mano, seguir a los personajes, cuasi encerrarlos en esos planos cortos que nos involucran de lleno con César, con su imposibilidad de hacerse cargo, primero de él y luego de su hijo, con los miedos y angustias que asfixian el aire alrededor, el aire de esos globos que no se inflan, que no vuelan, que no se elevan. Una película distinta, con innegable influencia del cine de los hermanos Dardenne, donde queda claro que pueden contarse historias fuertes, secas, sin recurrir al golpe bajo, a la sensiblería barata y demagoga. Con el precedente de haber ganado el premio de la crítica en el Festival de Cine de Mar del plata, Los Globos, se posiciona como una de las mejores películas nacionales que seguramente veremos este año, y como una ópera prima que augura un excelente camino para su director y protagonista. Por María Paula Putrueli @mary_putrueli
César es empleado en una pequeña empresa familiar de globos, donde le dan casa y comida a cambio de trabajo. Mantiene una rutina dura, callada, que se interrumpe cuando tiene que salir a buscar a su pequeño hijo, que vive con su abuelo. Un chiquito del que no puede, no sabe, no está preparado para hacerse cargo. Madre no hay. Los Globos, ópera prima del actor Mariano González (también protagonista junto a su hijo real, ver reportaje aparte) es una crónica realista, seca y atrapante que indaga, sin complacencias, en los temores la paternidad en conflicto. Con un registro directo, siguiendo a su protagonista de cerca, la película se preocupa por el tono: con el niño en lugares y situaciones no infantiles, frente a un padre al que no se le cae ni un abrazo ni un gesto de afecto, expone su dureza. Sin embargo, no hay drama, ni redención, ni mucho menos el trillado aprendizaje que cambia al personaje para siempre. César es un tipo golpeado. Que tiene un hijo del que hay que ocuparse. Y a esa premisa, poderosa, no le hacen falta adornos.
Vínculos sensibles en tiempos sórdidos Mariano González dirige y protagoniza Los globos, debut sobre un hombre que le escapa a la paternidad. Su hijo Alfonso es el niño de la ficción. El filme se estrena esta semana en el Cineclub Municipal Hugo del Carril. Los globos de Los globos, ópera prima de Mariano González, nunca se inflan: se aferran con su color apagado a los moldes con forma de paletas de ping-pong de la modesta y desahuciada fábrica de conurbano en la que César (González) se rearma después de un pasado de reclusión. Esa falta de condescendencia en un filme sobre el a menudo tierno vínculo padre-hijo atraviesa todo Los globos, que a su modo hiperrealista (entre la vertiginosa cámara en mano de los hermanos Dardenne y el pulso social de Pablo Trapero) cuenta con intervalos sobriamente efectistas que incluyen sobredosis, golpiza y sexo clandestino. Pero hay reposo en Los globos, sobre todo en la segunda mitad, cuando el plano solitario de César se amplía al peso visual y emotivo de su hijo (también hijo de González), si bien la experiencia conjunta no será gratuitamente apacible y entregará uno de los instantes más desgarradores del cine argentino reciente. Ese retrato sensible de lo roto (o pinchado, o desinflado), condición que arrastran el protagonista en primer plano y el contexto sórdido sugerido, es el aire fresco que nutre Los globos.
Ser padre no es para todo el mundo, no todos tienen el deseo, ni están preparados para serlo. No sólo tiene que ver con la edad, sino también con la madurez, con el momento de la vida que se transita, con la capacidad de asumir tamaño compromiso, etc. Por estos motivos a César (Mariano González, quien es también el guionista y realizador de esta película) se le modifica su existencia cuando tiene que hacerse cargo de su pequeño hijo Alfonso (Alfonso González Lesca), que estaba bajo el cuidado de su abuelo en una casaquinta, y tiene que llevárselo consigo. La situación es difícil porque el chico nació de una relación ocasional y su madre murió cuando el hijo tenía 2 años. Por otro lado, el protagonista terminó de hacer una rehabilitación de un par de años y ahora trabaja en el conurbano bonaerense, en una precaria fábrica de globos, y el dueño del lugar le presta una pieza para que se pueda alojar. Como la situación no es la ideal para criar a un chico, planea darlo en adopción a un matrimonio conocido por una de sus amantes. Los días de César transcurren entre el trabajo junto a un compañero, las clases de crossfit al aire libre, los boliches, donde lleva a su hijo porque no tiene con quién dejarlo. Está siempre en continuo movimiento, el ocio no está hecho para él, su espíritu inquieto lo mantiene ocupado y el chico no entra en sus planes, no lo crió y no es parte de su vida. El protagonista es un duro, aunque no un provocador, saber resistir y aguantar las hostilidades diarias, dice pocas palabras, pero actúa lo necesario, en forma controlada. Por su forma de ser habrá tenido un pasado duro y turbio, pero no lo demuestra, lo utiliza como una herramienta para poder vivir dignamente dentro de sus posibilidades El film tiene mucho ritmo, Mariano González opta por escenas breves y efectivas, sin caer en sentimentalismos. Sólo mostrando hechos para que la historia tenga continuidad. Tal es así que la narración prácticamente es un medio metraje, porque apenas pasa la hora de duración, pero no precisa más ya que durante ese lapso César decidirá qué hacer con su hijo, la resolución que tomará, no sólo influirá en la vida del nene sino también en la suya también.
Un hombre que trabaja en una fábrica de globos tiene una vida simple: trabajo, algo de ejercicio, algo de sexo ocasional. Un buen día aparece el padre de quien fue su mujer y de un modo poco amable lo obliga a hacerse cargo de un niño, su hijo, con el que la relación ha sido nula. Decide, más temprano que tarde, darlo en adopción. La película es un melodrama hecho y derecho, con todos los elementos necesarios del género, pero transcurre en un escenario que se mira con misterio. Ese conurbano es otro planeta, porque el protagonista es en sí mismo un misterio, sobre todo emocional, y el paisaje lo refleja. No hay un solo golpe bajo en el film porque la historia se desarrolla con un realismo notable, con un pulido enorme en el guión para dejar el hueso puro de la historia y del universo donde transcurre. Una gran película que necesita encontrar a sus espectadores.
UN CONFLICTO LEJANO La ópera prima de Mariano González -también protagonista y guionista- tiene a simple vista un gran conflicto, pleno de matices, para poder desarrollar de manera compleja y profunda: un hombre bastante retraído, dedicado a fabricar globos, cuyo pequeño mundo se agranda de golpe a partir del fallecimiento de su esposa y el dilema que plantea el hacerse cargo de su hijo o entregárselo a otra familia que le garantice una mejor vida. El gran problema de Los globos es que durante más de la mitad de su metraje (poco más de una hora) gira en el vacío, sin acertar a darle al relato un marco preciso y sensible que permita empatizar con las disyuntivas que atraviesan al protagonista. Recién cuando el personaje del niño empieza a tener una mayor presencia dentro de la trama y los eventos que se suceden, es cuando el film adquiere una mayor carnadura y hasta honestidad en su tratamiento. Sin embargo, ya es demasiado tarde: la conexión con el espectador no termina de entablarse y en el medio quedan varias subtramas y personajes sueltos, como meras apariciones. La sensación final respecto a Los globos es contradictoria: por un lado pareciera que la película ameritaba apenas un cortometraje, por otro que había mucho más en lo que profundizar, lo que implicaba un metraje bastante más largo. En cualquiera de los casos, lo que queda es un film fallido, que se queda en meras insinuaciones y sin explotar sus posibles potencialidades.