Roque Waterfall no se dedica a nada. No se dedica, a secas, como él mismo se encarga de aclarar. Es que este treintañero, que vive de una renta familiar en el Barrio Parque Los Andes, en Chacarita, no parece tener más preocupaciones que grabar los partidos de Atlanta en una videocassetera, leer el diario en un bar mientras se toma un vermouth o salir a dar vueltas en auto con su amigo Harry.
MALDITO SEAS WATERFALL! Alejandro Chomski adapta a Jorge Parrondo y se mete de lleno en “Maldito seas Waterfall”” en la vida sin sobresaltos de Roque Waterfall. Si en el libro original el personaje, con sus rutinas y no hacer nada, generaba una empatía inmediata, en el filme, pese a los esfuerzos de Martin Piroyansky por ponerse en la piel del personaje, se le escapa y genera tedio y aburrimiento. La participación de una serie de secundarios como Luis Machin, Rafael Spregelbud, Germán Da Silva, Javier Lombardo, efectivas, por cierto, no logran remontar una propuesta equivocada en tiempo y forma, que además se muestra en la pantalla como desprolija y apresurada.
Mensaje enviado Hacer absolutamente nada, es un sueño que mucha gente tiene. Dedicarse a los placeres, a lo que a uno le gusta, no tener preocupación alguna y tampoco obligaciones. ¿Cuánto tiempo creen que durarían ustedes viviendo de esa manera? ¿Cuánto tiempo pueden dormir esa necesidad de productividad y anhelo de crecimiento que tiene cada quien dentro de si? ¿Con qué motivo se levantan al día siguiente? Maldito seas Waterfall! (2015) es un inusual proyecto, donde de la nada misma se generan dudas existenciales.
La comedia tiene muchos tipos. En cada país se le da importancia a diferentes subgéneros y es así como en Argentina la comedia más característica es el grotesco criollo de Esperando la Carroza (1985), en Estados Unidos el descontrol ridículo toma el protagonismo (como en 21 Jump Street) y en el Reino Unido la parodia de un viejo género hace reir a miles (Kingsman, 2014). Pero cuando la comedia tiene que ver con el absurdo y se mezcla con el drama es más complicado venderla y no suele abandonar la góndola del cine independiente a pesar de tener cada vez más exposición. Maldito Seas Waterfall sufre de esta hiperespecificidad; le será difícil insertarse en un mercado en el que la comedia grosera y fácil tiene protagonismo desde siempre. La vida de Roque Waterfall (Martín Piroyansky) desde afuera parece muy fácil. Sus padres le dejaron su casa, un departamento que alquila para solventar sus gastos y no tener que trabajar. No hacer nada productivo con su vida, ni tiene interés en absolutamente nada más que su equipo favorito de fútbol, Atlanta, y los poetas malditos. Como encuentra este estilo de vida interesante, el director de cine Hans Hofer (Rafael Spregelburd) lo filmará para crear un documental sobre su vida (ignorando completamente las promesas a sus inversores). En el medio del caos que es la Ciudad de Buenos Aires, una abejita para nada trabajadora será el centro de una producción que parodia todo a su paso: desde el mismísimo género documental hasta sus propios personajes. Alejandro Chomski es el director y se basó en el libro de Jorge Parrondo para confeccionar el guión Sus trabajos previos como Dormir al Sol (2010) y Hoy y Mañana (2003) le dieron un lugarcito entre los directores relevantes de la actualidad argentina, aunque más de la mitad de su carrera está compuesta de cortos. El elenco es breve pero conciso: nadie sobra y todos dan lo justo y necesario para hacer funcionar la historia. El protagonista, Roque Waterfall, es interpretado por Piroyansky, una cara recurrente en el cine argentino (Voley, 2014; Permitidos, 2016). Lo acompaña Spregelburd, conocido por su trabajo como actor (El Hombre de al Lado, 2010) y como guionista de teatro (La Escala Humana, 2002), que resulta ser el único que parece saber lo que hace. Completa el círculo protagónico Juana Schindler. Ningún aspecto de la película es sobresaliente, así que las actuaciones a media máquina no desentonan. Hay algunos temas que sacados de las páginas no surten el mismo efecto. La comedia intelectualoide puede funcionar muy bien y con facilidad en un libro, pero saber si es adaptable a la pantalla merece un ojo entrenado. Maldito seas, Roque Waterfall! y su humor deprimente y resignado podrían haber hecho su tránsito a la pantalla de mejor manera si hubiese sido menos literal y aprovechado mejor las herramientas que el cine otorga.
El director de Hoy y mañana y Dormir al sol incursiona en la comedia de slackers y enredos con más que dignos resultados. "Más que desempleado soy alguien que no trabaja", dice Roque Waterfall (Martín Piroyansky) cuando la médica que lo atiende por un ataque respiratorio le pregunta a qué se dedica. Su tono es seguro, vaciado de dolor y de culpa: él disfruta siendo quién es, haciendo lo (poco, casi nada) que hace desde que sus padres murieron y puede darse el gusto de vivir de rentas, preocupándose únicamente por Atlanta, club cuya camiseta no se saca ni para dormir. El protagonista del nuevo largometraje de Alejandro Chomski (Hoy y mañana, Dormir al sol) tiene una buena dosis de patetismo de la que el film se hace cargo poniéndola en primer plano. Personaje sacado del ideario de Mariano Cohn y Gastón Duprat (aunque está basada en la novela de Jorge Parrondo), Waterfall vive en bata, mira VHS de partidos viejos del club de Villa Crespo, maneja un Ford Falcón destartalado y su agenda parece imperada por los deseos y la voluntad del momento. Esas características, sumada a la presencia de un amigo que lo idolatra por su capacidad para vivir sin trabajar (Walter Jacob), lo vuelven sumamente cautivamente para un realizador alemán (Rafael Spregelburd) llegado a la Argentina con el objetivo de filmar un documental sobre los que “no tienen nada”, pero que terminará haciéndolo sobre alguien que “no hace nada”. Maldito seas Waterfall seguirá tanto el proceso creativo del film dentro del film como el derrotero del protagonista y su incipiente relación amorosa, moviéndose entre el absurdo (la escena del velorio de perros) y una pátina de negrura. A medida que la narración avanza, la faceta de cine dentro del cine empezará a ganar más terreno, nutriéndose de referencias y guiños (Matías Alé, comentarios sobre el cine independiente) que terminan sacándole parte del veneno inoculado durante su primera parte.
El antihéroe Dirigida por Alejandro Chomski, Maldito seas Waterfall (2016) es una película que no termina de convencer, aunque la idea no es mala. Martín Piroyansky interpreta a un protagonista con pocas aristas y aspiraciones que se contrapone al ritmo vertiginoso de la sociedad actual. Roque Waterfall (Martín Piroyansky) es un joven treintañero que ocupa su vida en casi nada, literalmente. No trabaja ni estudia: vive de la renta de un departamento heredado de sus padres. Lo único que hace regularmente es mirar videos de los partidos de Atlanta y juntarse a charlar con su amigo. Pero su vida cambia cuando conoce a una mujer (Juana Schindler), y un intelectual alemán (Rafael Spregelburd) le propone hacer un documental sobre su tranquila vida. Chomski propone una historia que tiene como protagonista a un antihéroe. Porque tiene todo lo que considera necesario para sobrevivir y eso no le provoca motivación alguna para desarrollar actividades. Lo más atractivo es observar esa realidad en contraposición a la ansiedad de la sociedad actual, que parece “avanzar” al servicio del consumismo y los adelantos tecnológicos. Precisamente, ese ritmo al que el espectador suele estar acostumbrado no se condice con el de la película. Maldito seas Waterfall también parodia el proceso de creación y filmación de documentales. Y a la tranquila vida de Roque, el director alemán le encuentra un atractivo particular que se materializa en una mirada más intelectual, a la que elige retratar en blanco y negro. Con un Piroyansky que logra una gran interpretación y vuelve a demostrar que es uno de los actores jóvenes con mayor proyección, la película de Chomski es bastante lenta y puede parecer sencilla. Pero invita a reflexionar sobre la condición humana y las influencias que puede tener, o no, el exterior en una persona. Y eso no es poco.
Waterfall (Martín Piroyansky, en plan Jason Schwartzman) no trabaja. No es un desocupado, simplemente se dedica a vivir de rentas, dormir la siesta, deambular por el barrio y seguir a Atlanta, su club, cuya camiseta no se saca nunca. La existencia de Waterfall llega a oídos de un director alemán (Rafael Spregelburd) bastante excéntrico en busca de ideas. Y así, con su pasatismo impertérrito, será protagonista de su propia vida cotidiana transformada en proyecto ajeno. Una vecina, un amigo (Walter Jakob), un par de personajes del barrio, completan el breve universo de Waterfall en esta comedia de humor absurdo, sexto largo de Alejandro Chomski. El resultado es muy divertido, con un humor asordinado que brota de las más mínimas situaciones, el fantástico Spregelburd hablando en alemán y una mirada que asume la naturalidad de sus excéntricos protagonistas, sin abrazarlos ni subrayar sus rarezas. Un cuento bienhumorado, con un registro -el absurdo- que aporta frescura, y no poca originalidad, al cine argentino de este año.
VIVIR SIN TRABAJAR Con guión y dirección de Alejandro Chomski sobre la novela de Jorge Parrondo es una comedia muy particular. Su protagonista (como siempre un efectivo y convincente Martín Piroyasnky) es un hombre joven cuyos padres murieron en un accidente, que puede vivir sin trabajar porque le dejaron una herencia y ejerce con convicción una existencia de mirada irónica sobre la realidad y mucho ocio. Es tan llamativo que un cineasta alemán decide con pomposidad, exageración y mucho dinero a su disposición, hacerlo protagonista de un documental. En el medio de tanta agitación un encuentro amoroso con una chica particular, sus amigos y vecinos en acción y opinando sobre el. Un humor corrosivo, una mirada nihilista, y el destino de todos los distintos, irritar demasiado a los que se siente incómodos con un ser original, que indefectiblemente nos mueve el piso. Además de Piroyansky se lucen Rafael Spregelbud y Juana Schindler.
El tercer largometraje de Alejandro Chomski, Maldito seas Waterfall, llega a los cines. Cuando el cine argentino parece haber perdido la capacidad para asombrar, se estrena la película Maldito seas Waterfall, que lejos de tener potencial para volverse un clásico, se las arregla para darle una nueva mirada al cine contemplativo “de personajes” que tan de moda supo estar hace no muchos años en nuestra cartelera. Roque Waterfall es un bohemio en el más amplio significado de la palabra. Quedo huérfano hace ya muchos años y habiendo heredado un departamento de sus padres, vive sin trabajar de lo que la renta le provee. Su vida gira alrededor del Club Atlanta, su supermercado, el mendigo que cruza todos los días, un ex combatiente de Malvinas con el que charla de filosofía, y su mejor amigo, quien entre porro y porro sueña con lograr la autonomía económica de Roque. La vida de Waterfall transcurre sin penas ni gloria hasta que se cruza por la vida con un productor que lo convoca para filmarlo en un documental, en el cual se busca retratar al auténtico sujeto contracultural que, aparentemente, Roque encarna. Martín Piroyansky encarna a Roque Waterfall, y lo hace muy bien. Alejado de sus personajes anteriores, Waterfall es desagradable, pedante, y transmite con todo su accionar la verdadera esencia de un ser humano absolutamente vacío. Ni siquiera su pasión por el club de futbol justamente apodado “El Bohemio” es enfervorizada. Maldito seas Waterfall- vision del cine Maldito seas Waterfall- vision del cine Es interesante la mirada que sobre el cae, Waterfall es el personaje que critica a la sociedad sin prestarle atención, al mismo tiempo que es el personaje sobre el cual el espectador emite juicio permanentemente. Su relación con Carla, su exageradamente cheta vecina, su auto destartalado pero que aun así no lo deja nunca a pie, hasta su pijama es claramente suyo. El resto del elenco es desparejo, Luis Machin y Germán Antonio De Silva aun en papeles muy chiquitos están impecables, pero Juana Schindler como su partenaire esta demasiado exagerada para el tono actoral del resto. El director Alejandro Chomski se da hasta el lujo de burlarse a sí mismo, en ese documental homónimo que no solo se filma, sino que se estrena y con un éxito inaudito, vanagloriando al mismo tiempo que lo critica, al ensalzamiento de este personaje que revierte valor artístico en contraposición al poco valor social que representa. Rara por donde se la mire, perdida entre lo bizarro y lo contemplativo, Maldito seas Waterfall es una película nacional que puede gustar a un público muy reducido, pero que no tiene un enganche real para la cartelera cinematográfica.
El arte del no hacer nada Solitario y atacado a veces por alguna crisis asmática, Roque Waterfall lleva, a los 30 años, una vida improductiva y, poco o nada afecto al trabajo, vive de una pequeña herencia familiar. Su pasión es coleccionar videos de Atlanta, el club de sus amores, y en una de sus pocas salidas nocturnas conoce a Hans, un nihilista intelectual alemán quien se halla en Buenos Aires para hacer un film documental sobre gente que no tiene nada. Pero al conocer a Roque decide que su película será sobre alguien que no hace nada, claro que él no está seguro de querer mostrarse ante la cámara, y mientras trata de escapar del director conoce a Carla, cuyo encanto lo estimula a interrumpir su vida sedentaria. El director Alejandro Chomski elaboró esta historia (o historieta) yuxtaponiendo el material documental en blanco y negro filmado por Hans. Se transforma así en una entretenida parodia acerca del mecanismo de creación de las películas documentales, de los ideales artísticos de la juventud y del sentido de la vida. Martín Piroyanski acierta en la composición de Roque, mientras que Rafael Spregelburd, Juana Schindler y el resto del elenco se acomodan a esta trama que divierte y permite esbozar una sonrisa y recapacitar sobre la forma de vivir sin hacer nada.
HEDONISMO POSMODERNO La fantasía de vivir sin trabajar sin dudas está entre los sueños de muchos. Otros tantos (obviamente pocos) tienen la capacidad de hacerlo por contar con algún ingreso pasivo y prefieren mantener un estilo de vida confortable o hasta lujoso. Roque Waterfall (Martín Piroyansky) no. Está tan fuera del sistema como puede, no tiene celular ni redes sociales y sus deseos oscilan apenas entre atesorar en VHS todas las victorias de Atlanta, el club de sus amores e irse “de vacaciones”, si cabe el término en un ocioso, a la playa. La vida de Waterfall es simple, repetitiva e improductiva. Esas son exactamente las características que convencen al intelectual cineasta austríaco Hans Hofer (Rafael Spregelburd) de filmar un documental sobre su vida. Lo apasiona el modo de vivir de Waterfall, su “taoísmo” por no interferir con “el orden natural de las cosas”, su absoluta falta de motivación. Al mismo tiempo que Hofer, aparece en la vida de Waterfall, una mujer (Juana Schindler) que altera un poco su existencia y su sedentarismo. Alejandro Chomsky –Hoy y mañana, Dormir al sol– adaptó la obra “Maldito seas Roque Waterfall” de Jorge Parrondo en una película irreverente y divertida. Parodia el género documental –en el cual incurre también en Existir sin vos, una noche con Charly García que se estrena también esta semana– y el misticismo que lo rodea. Se burla de los intelectuales a través del personaje de Piroyansky, que encarna el hedonismo y otras tantas ideas sin siquiera saberlo. La película ahonda en los aspectos tragicómicos de la vida, a veces hasta rozando el ridículo. Sin embargo, no pierde verosimilitud. Es recurrente el pensamiento de “esto es demasiado”, pero pensándolo mejor, el espectador puede darse cuenta –o bien recordar- que realmente existen personajes con esas características. Y si bien el ritmo del relato está marcado por el personaje principal, es decir, pausado y con pocos sobresaltos, en ningún momento pierde el interés y su indudable atractivo. MALDITO SEAS WATERFALL Maldito seas Waterfall.Argentina. 2016. Dirección y guión: Alejandro Chomski. Intérpretes: Martín Piroyansky, Rafael Spregelburd, Juana Schindler, Walter Jakob, Javier Lombardo, Germán Antonio De Silva, Mariana Chaud, Victoria Alsua, Daniela Pal. Participación especial: Luis Machín, Mauricio Dayub, Gabriela Radice, Matías Alé. Producción: Manuel Faillace y Juan Pablo Colombo. Fotografía: Lucio Bonelli. Edición: Andrés Tambornino. Sonido: Martín Grignaschi. Duración: 71 minutos.
Un diletante que no necesita vivir para trabajar trata de convertirse (o algo así) en escritor. Un cineasta registra esa vida aparentemente inútil. Con estos elementos y personajes que parecen una puesta al día del grotesco argentino, Alejandro Chomsky plantea algunas cuestiones sobre las relaciones entre la realidad y la creación, sobre el tiempo y su uso. Despareja, con momentos no demasiado bien resueltos, tiene en su elenco (Piroyanski es un comediante enorme) su baza más destacada.
Las divertidas desventurasde un ocioso rentista porteño Después de "Dormir al sol", sobre texto de Bioy Casares, que le brindó su amistad, y mientras se concreta "El país de las últimas cosas", adaptado a cuatro manos con el propio Paul Auster, Alejandro Chomski nos regala esta versión "de entrecasa" de la novela de Jorge Parrondo "Maldito seas, Roque Waterfall". La historia es la misma. Un flaco dedicado al dolce far niente es objeto de estudio de un documentalista germano, y objeto de transformación de una vecina amiga de la vida sana. Por supuesto, hay diferencias. El Roque Waterfall de la novela, de 40 años, vive en EE.UU., tiene un edificio en Beverly Hills, y se enreda con una rubia llamada Gladys McAllister, categoría Milf, como hoy se denomina a las señoras de buen ver y accionar. El de la película, 30, vive en Villa Crespo, tiene un inmueble en Barrio Parque Los Andes, y se enreda con una rubia llamada Carla del Pont, categoría flaca histeriquita. El germano sigue siendo germano, nacido Hans Günther Flögenhoefer y aquí abreviado Hans Hofer. También se abrevian algunas situaciones, se suavizan el humor y la crítica de costumbres, pero los personajes ganan presencia y resultan queribles. Este Roque rentista se da la mano con todo el mundo, es voluntarioso, es de Atlanta, tiene una santa paciencia con la rubia (paciencia que no tuvo el perro de la rubia, que prefirió suicidarse), en fin. Botón de muestra, la escena donde se pone a charlar sin apuro con otro tipo, de auto a auto aunque el semáforo esté en verde y los de atrás se desesperen. Elogio de la vida calma, las costumbres de soltero y otros placeres que no están en los libros, "Maldito seas..." incluye de paso una humorada sobre las "películas independientes", una precisa descripción de la falsedad argentina, un gag muy sutil relacionado con el sonido, en la repetición de una escena, un cameo de Matías Alé y un error: el primer documental que ganó la Palma de Oro de Cannes fue "El mundo silencioso", 1956, y no "La vida holgada", del susodicho Hofer.
El recurso de “cine dentro del cine” le permite al director poner en escena una doble sátira; aunque por momentos pierda el equilibrio, el mecanismo funciona con gracia y efectividad. Martín Piroyansky, el Waterfall del título, hace otro trabajo destacado. La apuesta que realiza el director Alejandro Chomski con su sexto largo, ¡Maldito seas, Waterfall!, puede parecer infrecuente al principio, pero forma parte de un linaje conocido dentro del cine independiente argentino. Comedia nihilista que posa de nihilista (definición que parece algo contradictoria, pero sin embargo no lo es), la película cuenta la historia de Roque Waterfall, un joven que ha llegado hasta los 30 años sin necesidad de hacer nada. Luego de la muerte de sus padres Waterfall vive solo en un departamento en Chacarita, se dedica sólo a administrar las propiedades que recibió en herencia y se mueve sólo lo indispensable. Apenas si se sienta a mirar los partidos de Atlanta que tiene grabados en VHS (únicamente los triunfos), compra porro para él y su amigo Harry a un delivery, se pasea en pantuflas con la remera de su equipo y sobre todo por el barrio, donde todo el mundo lo conoce y lo quiere, y muy ocasionalmente tiene contacto con el sexo opuesto. Sólo si se da. Hay algo en este trabajo de Chomski que recuerda al cine de Alejo Moguillansky, sobre todo a sus últimas dos películas, El loro y el cisne (2013) y El escarabajo de oro (2014). No sólo porque el casting incluye actores que suelen ser parte de sus elencos, como Rafael Spregelburd, Walter Jakob o Edgardo Castro, o por el tono de farsa que por momentos asume el relato, sino también por su doble carácter satírico. Por un lado como chiste interno sobre las estéticas del cine independiente; por el otro como juego formal de cine dentro del cine. Como en El escarabajo…, acá también un cineasta recibe fondos europeos para filmar una película, pero en el camino decide filmar otra. En este caso, un director checo que tiene que filmar un documental sobre personas que no tienen nada, pero se encuentra con Waterfall, cuya figura de dandy decadente lo fascina, y decide filmar su vida, la historia de un hombre que lo tiene todo, pero no hace nada. Pero también hay lazos que van desde ¡Maldito seas, Waterfall! a Dormir al sol, la película anterior de Chomski, basada en la novela de Adolfo Bioy Casares. Como en aquella, cuya acción transcurría en la intrincada arquitectura de Parque Chas, uno de los barrios más extraños de Buenos Aires, acá todo ocurre en el barrio parque Los Andes, que tiene mucha menos prensa que aquel otro, pero que también es un barrio con algo de micromundo. Chomski aprovecha esa geografía para hacer del extraño universo de Waterfall una especie de Aleph oculto a cielo abierto. Por otra parte la figura de Bioy –otro hombre que tenía todo lo necesario pero cuyas únicas actividades consistían en escribir, acostarse con todas las mujeres que pudiera y cenar con Borges–, es citada como referencia de la figura del protagonista quien, sin embargo, ni siquiera tiene a la literatura como actividad y su amigo Harry dista mucho de parecerse a Borges (aunque es cierto que se aparece bastante seguido por la casa de Waterfall para fumarle el porro). El gran chiste del film consiste en intercalar completa la película que el director checo filma sobre la vida de Waterfall, no sin antes descargar su acidez sobre el cine independiente. Por supuesto que la película dentro de la película es un remanido rejunte de clichés cargado de una falsa poesía similar a la de aquel corto que filma Barney Gómez, el amigo alcohólico de Homero Simpson, en un conocido capítulo de la serie creada por Matt Groening. Un gesto de autoconciencia que resulta divertido. El problema de ¡Maldito seas, Waterfall! es que a veces se pasa de canchera y algunos diálogos (y algunas actuaciones) desequilibran el tono de farsa, que por lo general es bastante logrado. Por otra parte la película se atreve a algunos gags con cierto riesgo (como uno bien al comienzo, en el que Luis Machín interpreta a un ex combatiente de Malvinas lisiado), donde lo políticamente incorrecto es jugado con gracia. En tanto que Martín Piroyansky como el despreocupado Waterfall vuelve a mostrar por qué su figura sigue creciendo en el ámbito de la comedia local.
El sueño de la renta propia El personaje del filme de Alejandro Chomski cumple con la idea de muchos: vivir de rentas y sin obligaciones. El sueño de tantos: tener casa propia, una renta modesta y no estar sometido a las garras del trabajo o las obligaciones. Todos fantaseamos alguna vez con no hacer nada, pero ¿cuántos son capaces de cumplir esa utopía, aun contando con los medios económicos? Roque Waterfall (Martín Piroyansky) lo realiza al extremo: sus únicas actividades consisten en mirar viejos triunfos de Atlanta, su equipo, en VHS; leer el diario en el bar del barrio; tomar sol y charlar con los linyeras amigos. Anclado en los ‘80, usa videocasetera, nunca se saca su camiseta retro auriazul ni su piloto raído, anda en una vieja rural, no tiene celular ni usa redes sociales. Un cineasta alemán (Rafael Spregelburd) lo aprecia como un raro ejemplar de hombre libre dentro de la sociedad del consumo y el deber ser, y lo convierte en sujeto de su nuevo documental. Extraña cruza de Isidoro Cañones con uno de los apáticos protagonistas del (viejo) nuevo cine argentino, lo bueno de un personaje como Waterfall es que es fácil identificarse con él. Pero la película -basada en la novela homónima de Jorge Parrondo- no funciona tanto como comedia, por más que esté cargada de diálogos ingeniosos, sino más bien como una reflexión sobre la vida contemporánea. Con una conclusión a lo Pavese: trabajar cansa.
El actor, guionista y director de cine argentino Martín Piroyansky (“Permitidos”, “Sin hijos”) interpreta bien a un joven treintañero que no trabaja, ni estudia y vive de rentas. No tiene ambiciones profesionales, ni artísticas, no tiene celular, ni utiliza redes sociales y tiene un Ford Falcon destartalado. Lo que hace habitualmente es mirar videos en VHS de los partidos del club de sus amores Atlanta, casi siempre lleva esta camiseta puesta (no se la saca ni para dormir) y se suele juntar a charlar con su amigo (Walter Jakob). Se vincula con algunas personas del barrio (Luis Machin y Germán Antonio De Silva). No quiere hacer nada. El vive igual y quiere viajar a Aruba, sería como un autista. Hasta un cineasta alemán (Rafael Spreguelburd) quiere hacer un documental sobre la vida de este hombre, una rareza porque es alguien que no hace nada. Contiene algunos cameos y se encuentra bien musicalizada. Es una historia rara. Los espectadores deben entrar en ese humor sutil y absurdo.
Martín Piroyansky, lo mejor de la película "¡Maldito seas Waterfall!" Basada en la novela de Jorge Parrondo, el filme se extravía continuamente y es sostenido por un Piroyansky más inspirado que nunca. Martín Piroyansky se acostumbró a interpretarse a sí mismo, y aunque esta autoparodia resultase simpática y redituable, ya nos ponía en alerta. ¡Maldito seas Waterfall! era el proyecto que el actor necesitaba para superar sus manías de Woody Allen teenager y demostrar su alto potencial para componer personajes difíciles, como supo hacerlo en La Araña Vampiro (2012), de Gabriel Medina. Aquí Piroyansky es Roque Waterfall, un treintañero inactivo sin otra aspiración que pasar el rato y ser documentado por un director alemán. La destreza de Piroyansky para transmitir apatía sin caer en tics depresivos es formidable: sus gestos son parsimoniosos, su voz no suena tensa ni derrotada, su mirada brilla sin complicidad. El Roque Waterfall de Piroyansky es un estado de ánimo en puntos suspensivos, una existencia despojada de moral, el grado cero de la preocupación. Semejante inmutabilidad impide empatizar con el personaje, pero tampoco nos permite odiarlo. Gracias a esta composición exacta el filme esquiva cualquier sentencia relativa a la mediocridad, a la vagancia y a la crisis de la adultez. Es una lástima que su guionista y director, Alejandro Chomski, no haya mantenido la misma calidad que el actor. ¡Maldito seas Waterfall! es una obra extraña y oscilante, con dos niveles cómicos incompatibles: por un lado, un delirio atmosférico, inherente, implosivo, que logra en sus austeros 70 minutos un barniz atípico, un desconcierto hipnótico. Por otro lado, se incrusta un humor obvio, de situación, con remates toscos que destruyen esa nebulosa agradable. Los ejemplos contundentes están en los diálogos con Juana Schindler, desesperados por ser graciosos, o en la impostación de Rafael Spregelburd, una sátira de intelectual tan burda que podría ser un sketch de Capusotto. Algo similar sucede con el montaje: cada tanto adquiere una aceleración que prioriza la ocurrencia por encima de la idea, que busca el efecto y olvida lo orgánico. Si la propuesta no dudase de sí misma, si hubiese entendido que al gran chiste no había que sumarle chistecitos, estaríamos ante una película valiosa para el cine argentino. Pero su atrevimiento acaba siendo tímido y ¡Maldito seas Waterfall!, salvo por la magistral actuación de Piroyansky, exhibe una inestabilidad alarmante.
LA MARGINALIDAD COMO GESTO Maldito seas, Waterfall! es una propuesta infrecuente dentro del panorama del cine argentino actual: es una comedia que apunta al público festivalero con sus referencias cinéfilas y su juego con el cine dentro del cine, pero que exhibe -a partir de burlarse de aquellos materiales que la componen y que son un guiño a los clichés del denominado Nuevo Cine Argentino-, una vocación por saltar el gueto y ser popular. Tal vez no logre ninguna de las dos cosas, ni que la apoye un público masivo ni que los “intelectuales” la tomen demasiado en serio, pero en el espíritu lúdico que la motoriza hay algo atractivo que supera, incluso, las propias limitaciones y falencias. El film de Alejandro Chomski tiene un supremo acierto: su protagonista, Roque Waterfall (un Martín Piroyansky como pez en el agua), es una suerte de slacker, un hedonista de campeonato que vive de rentas y sin mayor objetivo en su vida que el de ver viejos partidos de Atlanta, su equipo. Waterfall es un tipo sin reglas y sin dogmas, o si los tiene son dogmas vagos que apenas funcionan como un ligero manual de instrucciones. Entonces, el acierto es que Chomski desde la forma apuesta por una narración que incorpora el espíritu del personaje: hay un humor lunático que a veces funciona, mucho absurdo y un devenir de situaciones sin un hilo demasiado evidente. Waterfall se cruza con un director checo que está filmando una película en Argentina y que se termina fascinando con su impostura, por lo que busca retratarlo en un documental. Este elemento es el que aprovecha Chomski para burlarse un poco de sus colegas y exponer la ridiculez de ciertos conceptos que inundan el cine de un perfil más independiente. Es cierto también que así como la película opta por un recorrido zigzagueante y que genera una enorme correlación entre forma y contenido, por momentos se vuelve un poco confusa en relación a cuáles son las verdaderas intenciones del realizador. Porque si por un lado la burla es divertida, por el otro se vuelve un recurso fácil desde el momento en que no opone un concepto a cambio (por ejemplo, algunos personajes son sólo una idea sin profundidad como la “rubia cheta y tonta” que se relaciona con Roque). Maldito seas, Waterfall! acompaña a sus criaturas hasta cierto momento, porque a la hora de las resoluciones les suelta la mano y prefiere la mirada distanciada que aporta el cinismo . Cuando llega el final, lo que vemos es la película sobre Waterfall, que respira mucho de ese falso lirismo del film que Barney Gómez presentaba en aquel festival de cine de Springfield. Pero allí donde Los Simpson construían una sátira que se podía leer en dos direcciones, la película de Chomski profundiza uno de sus niveles, tal vez el único. Maldito seas, Waterfall! es una película que funciona cuando más arriesga y apuesta por lo lúdico volviéndose imprevisible, y que en contrapartida se empantana cuando se contenta con señalar con el dedo desde un lugar de superioridad. Pero sin hacer una apología tonta de la originalidad, hay que reconocerle su carácter de rareza casi marginal; marginalidad que por otro lado le sienta perfecta a Roque Waterfall.
Tercer largometraje de Alejandro Chomsky, Maldito Seas, Waterfall parte de una idea que pudo ser disparadora de un análisis interesante, o el simple manejo de una situación divertida ¿Por qué no suceden ninguna de los dos supuestos? Luego de Hoy y Mañana y Dormir al Sol, podríamos decir que a Chomsky le atraen los personajes con cierta apatía, o desgano por emprender una actividad pronta. Claro que en Dormir al Sol contaba con la exquisita pluma detrás de Bioy Casares en una adaptación de tono medido y correcto para el célebre autor. Maldito Seas… también es la adaptación de una novela, en este caso de Jorge Parrondo, y el principal problema que uno encuentra es el personaje que conduce el título. Roque Waterfall (Martín Piroyansky, con sus mohines habituales a los que le suma una cierta pesadumbrez) es un treintañero que básicamente se dedica por no hacer nada de su vida, por lo menos nada productivo. Su vida pasa por lo que vulgarmente se conoce como “hacer huevo”. Tiene el privilegio de poder vivir de rentas, y su rutina va de grabar visitar bares durante el día, salir a pasear con su amigo, tener algún tipo de interacción desapegada, y dedicarle a tiempo a su pasión por Atlanta; no mucho más ¿Cómo se genera empatía con un personaje así? El guion no lo logra. Roque transmite a la pantalla el mismo tedio que abunda en su vida, y lejos de envidiar su relajada vida, se suma cierta irritabilidad. Pudo ser un perdedor querible, alguien que perdió su rumbo y que tratará de encontrarlo ante la vista del público en medio de varias peripecias, no. Tampoco se asoma a un análisis de conducta de alguien que decidió poner su vida en pausa y descansa en todos los sentidos posibles. En una duración corta que no llega a la hora y media – pero que parece bastante más –, se producirá un giro cuando aparezca en escena un documentalista, interpretado por Rafael Spregelburd (otro que repite mohines), intrigado por la vida de Roque, la cual quiere plasmar en pantalla. Allí el film intenta un cambio de registro, un poco a la manera del inicio de Me casé con un boludo o UPA, mostrando el trasfondo del cine independiente argentino con mucho de grotesco. Pero eso no es todo, porque el guion encontrará el modo de ubicar otra vez a Waterfall y su apatía en el centro de la escena, esta vez con un pequeño embrollo relacionado al documental y los cambios que pueden estar presentándose en su vida. Sin grandes hallazgos técnico, pero tampoco ninguna dificultad importante para esta propuesta más bien modesta; sus mayores inconvenientes son a la hora de remar con un centro que no genera el suficiente interés y por el contrario crea cierto rechazo y hasta irrealidad para el espectador medio. Maldito Seas Waterfall es una comedia, con toques costumbristas (de una clase un poco elevada quizás), que no llega concretarse precisamente en sus dos factores, genera escasa gracia, y cuesta encontrarse en el espejo de esta costumbre.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030
Nuestra fauna local está llena de Roques Waterfall: seres despreocupados, casi negligentes respecto a proyectos personales, que viven de alguna renta o se las han sabido ingeniar para tener algún modesto ingreso y no trabajar. El desafío a la hora de llevar uno de estos personajes a la pantalla es plantearse si realmente ocurrirá algo que perturbe su calma, si realmente habrá una historia que contar o si, simplemente, el cineasta se sentará a contemplar la decadencia. Lo curioso sobre Maldito seas Waterfall es que Alejandro Chomski logra abarcar los dos caminos. La vida de Waterfall (Martin Piroyansky) se desarrolla sin ningún tipo de sobresalto: mira, graba y vuelve a mirar partidos de Atlanta en una VHS llena de polvo, lee el diario y profusa un profundo desinterés a casi todo lo que lo rodea, alumbrando no obstante su paso con pequeños destellos de sabiduría. Así, en su rutina de pasear por el barrio, dormir la siesta y pasar el tiempo rodeado de los más variados personajes, encabezados por su mejor amigo Harry (Walter Jakob), quien espera cobrar una herencia para vivir haciendo nada como él, o Carla (Juana Schindler), una chetita rubia que le habla en inglés al perro), Waterfall se cruza con Luis (Javier Lombardo), el productor local de Hans Gunther Flogenhoefer (Rafael Spregelburd), un director de cine de Europa del Este que vino a la Argentina supuestamente a hacer un documental sobre la pobreza en la Villa 31. Pero decide cambiar su objeto de estudio luego de cruzarse con el peculiar Waterfall, quien, a regañadientes, el termina aceptando que las cámaras lo sigan para registrar su cotidianeidad. La película se apoya casi únicamente en su protagonista. Las secuencias de relatos documentales de los personajes secundarios, cuando Waterfall no está en pantalla, se hacen un poco cuesta arriba, aburridas. Incluso, la actuación con más fuerza y credibilidad es la de Piroyansky: el resto del cast oscila entre interpretaciones pobres y sobreactuaciones muy acartonadas, lo cual puede ser a propósito: no sería descabellado proveer al protagonista de un entorno marcadamente artificial para resaltar lo genuino que es. Además del registro documental en sí (vemos la película de Gunther a través de una proyección), Chomski hace un recorte urbano de Buenos Aires por demás interesante: más que nada recorre exteriores en Villa Crespo y Chacarita, zonas reconocibles como el Barrio Parque Los Andes (que por ser un barrio cerrado dentro de Capital Federal cuenta con cierto encanto particular), o esquinas como las de Av. Dorrego y Av. Corrientes; espacios que, sumados a la devoción del personaje principal por Atlanta, se acercan mucho a determinado nicho de público que de seguro sentirá un gran apego a la película. Retomando lo que comentábamos en la introducción, la monotonía en la vida de Waterfall se ve justamente interrumpida por Gunther y su equipo. Es en este punto donde, a través del cine dentro del cine, la película logra recorrer los dos caminos posibles ante un ser que vegeta: ocurre algo significativo dentro de su vida, algo que merece ser contado. El chiste es que lo que ocurre no lo hace moverse ni lo empuja a actuar: el hecho extraordinario que vive es que un grupo de cineastas se decide a retratarlo, es su pasividad llevada al extremo y arrojada desnuda frente a un lente. VEREDICTO: 6.0 - NO ES PARA TODOS Quien vaya a la sala en busca de entretenimiento y risas, probablemente salga decepcionado. Lo más interesante de Maldito Seas Waterfall es la posibilidad de reflexionar sobre la pasividad y la desidia de determinados personajes que viven al límite del sistema. El problema es que quizás no es un mensaje que pueda calar muy hondo en el público masivo, y sin esta interpretación la película pasa completamente desapercibida.