Mentiras verdaderas Con Mauro, Hernán Rosselli (hasta ahora reconocido montajista y uno de los editores de la revista Las Naves) consigue una de las óperas primas más destacadas del cine argentino en bastante tiempo, que le valió con absoluta justicia el Premio Especial del Jurado y el de la crítica internacional FIPRESCI en la Competencia Internacional del último BAFICI. No sé si es mejor que tantos otros debuts auspiciosos (me generó una euforia similar a la que en su momento me produjo, también en el BAFICI, Mundo grúa, de Pablo Trapero), pero logra construir un universo propio (temático, estético, narrativo) de una consistencia, una profundidad y una solidez infrecuentes en la producción actual. Y no sólo local. Con algunos elementos que me hicieron recordar también al cine de José Celestino Campusano (aunque tiene un tono y un vuelo muy distintivos), además de la inevitable vinculación con El dinero, de Robert Bresson, Mauro propone un registro, una descripción del sur del conurbano bonaerense que pocas veces resultó tan imponente e impactante. Mauro (Mauro Martínez) es un “pasador”; o sea, aquel que se dedica a comprar cosas con billetes falsos (haciendo diferencia con los vueltos) que vive pendulando entre la cocaína y los ansiolíticos. Además, instala con Luis (cuya mujer, Marcela, está embarazada) un taller de serigrafías para imprimir plata trucha. Y, más allá del trío protagónico, aparecerá una misteriosa mujer capaz de seducir al antihéroe (y conmover su previsible existencia), así como varios personajes secundarios típicos de este submundo, con su dinámica, sus técnicas, sus jerarquías, sus códigos y su jerga tan particulares. Rosselli tiene muy claro qué contar y cómo hacerlo. La puesta en escena, la distancia siempre justa de la cámara, el tono de las actuaciones, los climas conseguidos y el montaje son siempre funcionales a la premisa de sumergirnos en un mundo único, desconocido, fascinante. Una película pequeña y deslumbrante a la vez. Una de las revelaciones del año. Un debut a lo grande. (Esta crítica fue publicada con algunos cambios durante la cobertura del BAFICI 2014)
En el margen La película de Hernán Rosselli, presentada en la Competencia Internacional del 16 BAFICI, es un drama que ingresa en el universo de Mauro, joven de clase media baja que junto a su socio y amigo falsifican dinero. En los márgenes habita el joven Mauro; márgenes sociales y psicológicos. No tiene una sólida contención familiar (su madre le suministra pastillas para que duerma, pero no le brinda un diálogo para ayudarlo a expresar su drama) ni tampoco tiene amigos que lo ayuden a vislumbrar una vida mejor. Al ya apuntado problema para dormir, se le adosa el consumo de cocaína y una personalidad parca, introvertida, tal vez la respuesta a la apatía del ambiente en el que se mueve. Uno de los aciertos de Mauro (tal vez, el mayor) es de índole formal: Hernán Rosselli sabe ubicar en el contexto a su personaje y, sin regodeos ni efectismos, pone foco en el conurbano sur bonaerense de una forma similar a la que empleó Pablo Trapero en su celebrada El bonaerense (2002). El parangón es, además, generacional; como aquella troupe que Trapero integró, la del denominado “Nuevo Cine Argentino”, al realizador de Mauro le toca trabajar con un personaje de pocas palabras y muchos conflictos. Mauro tiene una ocupación particular. En la casa de un amigo que pronto será padre, trabaja en un taller de serigrafía en donde se falsifican pesos. Los mismos con los que más tarde realizará compras para adueñarse del cambio “auténtico”; actividad que parece sumirlo en una monotonía aún mayor. En una de esas jornadas, conoce a una chica con la que inicia un romance. Tal vez, la oportunidad para mover ese universo interno que lo perturba. ¿Por qué Mauro no termina de resultar una propuesta enteramente sólida? Los problemas son más bien narrativos. Con una primera media hora que genera climas y que, sin redundancias, nos presenta a los personajes, Rosselli arroja cartas con las que luego no juega. O, mejor dicho, con las que se precipita hacia el final, y que apuntan más al entorno viciado de Mauro que a Mauro propiamente dicho. No termina de ser muy convincente la tríada que se genera entre Mauro, su novia, y los amigos/socios. Y, sin perder coherencia estética, el final del personaje parece más la consecuencia de una tesis sobre la sociedad que el devenir de la trama. No obstante, sin lugar a dudas estamos frente a realizador joven que promete mucho, y que ha sabido elegir un casting adecuado y efectivo. Habrá que seguirle los pasos.
Esa misteriosa cualidad de lo “verdadero” parece brotar desde el primer plano de esta película del debutante Hernán Rosselli acerca de la vida de un hombre que se dedica, irónicamente, al tráfico de billetes falsos. Lo “verdadero” está impreso en cada diálogo, en cada actitud, en cada imagen de este filme cuya impresión de realidad es tan fuerte que durante un buen tiempo uno siente que está ante un documental o algún tipo de ejercicio manejado con “cámaras ocultas”. No hay una nota falsa, no hay un plano fuera de lugar, no hay un diálogo que parezca extraído de un guión previamente escrito. Si el neorrealismo con el que el cine argentino viene coqueteando desde su renovación de mediados de los años ’90 buscara una expresión de máxima pureza, de destilaciñon absoluta, tendría que detenerse aquí: no se puede ir mucho más lejos que esto. mauroLo cierto es que Rosselli construye, con los devenires de su oscuro personaje (que tiene algo del Ratso de Dustin Hoffman en PERDIDOS EN LA NOCHE) a través de un mundo suburbano, un retrato impresionista de un negocio, de una “familia” y de un espacio social. Ese sur del Gran Buenos Aires tiene aquí su primer gran película, con Rosselli encontrando en ese mundo y personajes algo similar (y aún más imponente en su verosimilitud) a lo que Raúl Perrone o José Campusano encuentran en sus respectivos universos. Es una película sobre las peripecias de un pasador de plata trucha que pone un taller para falsificar billetes y luego se enamora poniendo en riesgo su empresa y sus relaciones personales. Pero más allá de la trama, lo que la película construye (desarma y rearma) es un universo de boliches nocturnos, ferias de ropa, bandas de metal, de calles suburbanas que parecen cobrar vida en la pantalla. mauro2Una película sobre el trabajo (da la impresión que estos falsificadores “actúan” demasiado bien su… trabajito), MAURO es la puesta en escena de una forma de vida y, como sin quererlo, de un país de economías paralelas –y vidas paralelas– en constante crecimiento. La película tiene algo de MUNDO GRUA y algo de BONANZA, en un estilo que la hace continuadora de la “primera ola” del nuevo cine argentino. Pero Rosselli –en su opera prima como director, él es montajista– no va por el lado de la contemplación ostensible, de cámaras fijas y planos largos. El mundo que retrata se mueve al ritmo nervioso y atribulado de su personaje. Va y viene, y se lleva puesto a los espectadores. Una opera prima notable y posiblemente el máximo “descubrimiento” del BAFICI desde EL ESTUDIANTE, de Santiago Mitre. (Crítica publicada originalmente durante el BAFICI 2014)
Fe Noir. La continuidad de la era post Nuevo Cine Argentino demuestra que hay capacidad para representar micromundos no estudiados, nuevos espacios, y construir -también- nuevas estéticas, más alejadas del fenómeno anterior pero sin renegar de esas líneas trazadas sobre personajes periféricos, más cercanos al mundo real que al imaginario cinematográfico. Este es el caso de Mauro, el protagonista de esta ópera primera que lleva su nombre. Su rebusque en la vida es el de ser un “pasador”, que significa encargarse de buscar cambio en la calle con dinero falso, al mismo tiempo que con un amigo (Luis) tratan de abrirse camino al fabricar por las suyas el dinero y venderlos a comerciantes y dueños de lugares populosos, algo marginales, con la ayuda de la mujer de su amigo (quien está embarazada). No obstante la trama no se ocupa exclusivamente de la “aventura” de este dúo, que oscila entre la amistad y la pelea por nimiedades, sino también de la cotidianeidad (palabra clave de este momento del cine nacional y que se vio potenciada en el BAFICI 2014, festival en el cual se presentó el film de Rosselli). Lo que se ve aquí es la cotidianeidad de un personaje que pasa unos días en lo de su madre (un personaje adepto al cine clásico, menciona a Roman Holiday y las diferentes versiones de Motín a Bordo), pero también por la droga y algunos boliches, donde conoce a una joven con la que rápidamente se engancha. Gracias a ella llega una posibilidad para que Mauro y Luis hagan un gran trabajo y así abrirse camino, como si se tratara de un film noir. Hay algo de ese género, especialmente por el rol de la joven novia de Mauro que termina en un devenir casi de femme fatale. Algunas de sus charlas, post sexo, van por el carril de lo esotérico y de la fe, como así también del trabajo de él, el cual se basa en la confianza del que recibe esos billetes creados artesanalmente. Hacia el final Mauro y Mauro buscan salir a flote, después de la marea que inunda la cotidianeidad pero que no la sumerge hasta el fondo, algo que quizás le pasaría a un personaje bressoniano (hay un claro diálogo con El Dinero de Bresson). Rosselli (quién figura como un hombre orquesta en la dirección, producción, guión, fotografía, sonido directo y montaje) se anota en la lista de promesas gestadas en esta era para direccionar el futuro del cine nacional independiente.
Imágenes de lo real Boliches oscuros, apenas iluminados tubos fluorescentes, kioscos amurallados, ropa barata, rock, transas, casas bajas, calles perdidas, pasiones de cabotaje y la distorsión moral de una clase media empobrecida, sobreviviente. Mauro, ópera prima de Hernán Rosselli, Premio Especial del Jurado en el último Bafici, sigue la cotidianidad de un falsificador y su grupo más cercano, en pleno conurbano, un espacio reacio a ser retratado por su gigantismo, pero que Rosselli parece conocer como nadie antes en el cine argentino. La película tiene un montaje urgente, que acompaña los desplazamientos del protagonista (extraordinario trabajo de Mauro Martínez) y muestra su contexto crudo, lleno de aristas filosas, trampas de un territorio hostil en donde hay que saber moverse. Mauro es sobre todo un "pasador", que con los billetes falsos que fabrica junto a su amigo Luis y su esposa Marcela –notable trabajo a la hora de mostrar la manufactura artesanal de proceso–, compra cosas, estafa a otros desesperados, a muchos miserables que, como ellos, tratan de sobrevivir. Y la rutina funciona, sigue su lógica hasta que Mauro conoce a Paula, un personaje tan desplazado como el resto pero extraño al trío inicial y que desencadena el quiebre, la tragedia. La verosimilitud se transmite en cada fotograma del film, que logra una autenticidad devastadora, una verdad incuestionable, un verosímil visceral y arrebatador en 80 minutos de relato, para mostrar un universo conocido pero a la vez distante y ajeno. Si Pizza, birra y faso sentó las bases de lo que luego se llamó Nuevo Cine Argentino, 15 años después, cuando el paradigma se convirtió en norma e incluso le aparecieron clones al NCA, Mauro –sin obviar Vil romance y Fantasmas de la ruta, ambas de José Celestino Campusano–, viene a redefinir el realismo en el cine nacional con una puesta precisa, asentada en un tratamiento documental que no hace más que aportar verdad a la ficción.
Interesante debut de Hernán Rosselli en el largometraje “Mauro”, primero de los tres largometrajes argentinos en la Competición Internacional del BAFICI, tiene más de un aspecto rescatable. Quizás el mayor atributo del film del debutante Hernán Rosselli sea el saber contar una historia verosímil evitando regodeos formales, muy habituales en otras producciones nacionales recientes. Ambientado en la periferia sur de Buenos Aires (Lanús, Temperley) presenta a Mauro, un joven que se gana la vida como “pasador” de billetes falsos y que decide dar un paso más adelante instalando con un socio un taller clandestino de falsificación de dinero. Dos mujeres muy disímiles completan el núcleo de personajes centrales de la historia. Una de ellas es la pareja de su colega, cuya frialdad contrasta con Paula a quien Mauro conoce en un bar nocturno. Proveniente esta última de una zona vecina (Llavallol), será la víctima por desconocimiento de la actividad ilegal que realiza el personaje que da nombre al film. La película refleja muy bien el medio lumpen y violento en que se desenvuelven los personajes donde son comunes los ajustes de cuentas, traiciones y delaciones que tendrán incidencia en la progresión del relato. Habrá también algunas referencias cinéfilas como las que se desprenden de los comentarios de la abuela de Mauro sobre películas como “La princesa que quería vivir”, que califica de “comedia con final triste”. O también, cuando sin dar el nombre del film, se refiere a las tres versiones de “Motín a bordo”. Nombra al actor de cada una de ellas: Marlon Brando, Mel Gibson (“El motín del Bounty”) y la más antigua con Clark Gable, pero aquí la abuela (o acaso Rosselli) se equivoca y señala a Errol Flynn en su lugar. Entre los méritos de “Mauro” otro punto alto son las actuaciones con artistas de nombres desconocidos, al menos para este cronista, sobresaliendo la joven que interpreta el personaje de Paula sin desmerecer a Mauro Martínez en el rol central. Es probable que “Mauro” no gane ni seguramente merezca el premio a la mejor película, pero tampoco sería justo que se vaya con las manos vacías.
La falsificación más auténtica El film de Hernán Rosselli revisita todos los códigos del cine negro desde un realismo seco y minucioso. Y transpira la misma clase de callado oficio, de orgullo artesanal, con que Mauro y su amigo fabrican billetes falsos. Si Mauro fue el film-sorpresa de la última edición del Bafici es porque Hernán Rosselli lo gestó en una suerte de mundo aparte del oficial-cinematográfico. Lo cual no hace más que confirmar que en las películas verdaderamente valiosas el modo de producción guarda estrecha relación con el universo que se pone en escena. Es tan vívido y convincente, tan detalladamente empático el retrato que Hernán Rosselli hace de su protagonista y el entorno, de sus mínimos gestos y grandes movimientos vitales, que no puede menos que adivinarse una identificación que llega al punto de la igualación. Mauro transpira la misma clase de callado oficio, de orgullo artesanal, con que Mauro y su amigo fabrican billetes falsos. El cine es también una falsificación que –como los Rosas de veinte pesos que Mauro y Luis producen con máxima paciencia y rigor– contiene altas dosis de verdad. Por inauténticos que sean en su valor legal, esos billetes son, por la consecuente artesanía de su producción, más verdaderos que los presuntamente “verdaderos”. Así como lo es Mauro, en relación con el sistema del cine argentino. Poniéndose en línea con los primeros films de Adrián Caetano y Pablo Trapero, tanto como con la obra entera del vecino de Berazategui José Celestino Campusano, Hernán Rosselli refunda, en su ópera prima, el realismo, la ética y estética del conurbano en el cine argentino de las últimas décadas. Un conurbano que, como en los casos citados, es zona fronteriza. Fronteriza entre lo legal e ilegal, entre lo oficial-cinematográfico y lo que no lo es. Ver Pizza, birra, faso, Carancho, Fango. Mauro y su amigo Luis no son “pesados”, son trabajadores de clase media-baja. Las primeras imágenes los muestran torneando una abertura metálica, en un taller de la zona de Bernal (el Oeste como territorio del Trapero pre-Elefante blanco; el Sur como patria chica de Campusano-Rosselli). Mauro tiene un “trabajo” paralelo: es “pasador” de los billetes falsos que le provee un tachero. Contacto de una organización que, como todo grupo clandestino, se estructura sobre la base de un sistema de células, con integrantes que no se conocen entre sí. El tachero sí que tiene pinta de pesado, detalle que a Mauro le convendría tener en cuenta. Clase media con deseos de independencia económica, Mauro y Luis deciden “ponerse por su cuenta”, instalando su propio taller de producción de billetes de veinte en la casa del segundo de ellos, donde Mauro, sin domicilio fijo, se instala provisoriamente. Una noche, en la disco en la que suele pasearse como perdido (el tipo es un solitario corto de palabras, que resuelve con pastillas y “saques” el evidente malestar que lo carcome), Mauro conoce a Paula. Esta lo pondrá en contacto con el dueño de un boliche (el escritor Pablo Ramos, de notable presencia cinematográfica), que quiere hacer una operación grande. Muy grande. Guionista de la película –además de productor, director de fotografía y coeditor, junto a la reputada Delfina Castagnino–, Rosselli revisita todos los códigos del cine negro (el antihéroe parco y solitario, el roce entre el mundo cotidiano y el submundo del delito, la amistad, la traición, una sugerida misoginia incluso) desde un realismo seco y minucioso. La descripción de ambientes es precisa; la de personajes, reducida al mínimo. La presentación de situaciones es directa, ya se trate del pollo al horno que se cena sin acompañamiento alguno como de un desnudo. Los planos son a veces crudamente frontales, como en el caso mencionado, y otras ponzoñosamente escorzados. Como uno en el que no llega a distinguirse quién le hace un cariño a la mujer de Luis: si su marido o el amigo. La película mejor montada que el cine argentino haya presentado en años, el manejo de las elipsis narrativas por parte de Rosselli es lisa y llanamente magistral: la narración avanza a grandes saltos y deja afuera tanto lo prescindible como información básica, que se retacea para hacer trabajar al espectador. Observar cierta desaparición final, extraordinaria, en tanto permite dejar cierta zona clave de sentido en una ambigüedad irresoluble. Las actuaciones, a cargo de un elenco profesional que no lo parece, son una lección perfecta de cómo hacerlo en cine. Los cortes son directos. Los planos, fijos. Pero sin exagerar su duración, de modo de no rozar jamás la abstracción. Si se requiere un detalle, se muestra en detalle y siguiendo la serie. Como todo el proceso de producción de billetes, tan instructivo como un documental institucional. Contrariamente, toda la escena de la visita a la madre está sostenida casi enteramente en un único plano, fijo y distante. Todo remite a Robert Bresson, cuyo cine Rosselli claramente ha mamado. En silencio y sin declamaciones, como corresponde. Todo es cuestión de economía, tanto en términos temáticos (la producción de billetes) como estéticos. Coherencia total: Mauro es la gran película de ficción que el cine argentino 2014 haya entregado hasta el momento. El de Rosselli, el debut más prometedor, desde el del mencionado José Celestino Campusano con Vil romance.
La profesionalización de la falsedad El próximo sábado 9/8, a las 22, se estrena en el MALBA -con el auspicio de OtrosCines.com- esta notable ópera prima sobre un “pasador” de dinero falso, que ganó el Premio Especial del Jurado en la Competencia Internacional del último BAFICI. Si bien Mauro se trata de la ópera prima de Hernán Roselli; él no es ningún ajeno al mundo del cine, y a sus oficios; ya que se ha desempeñado como montajista en películas de Campanella, Stagnaro y más; y esa experiencia se nota en la excelencia de su film. Mauro además es un hombre que tiene una relación muy cercana a las drogas –la cocaína en particular, pero también consume ansiolíticos y demás fármacos- y es un ventajista o lo que en Argentina se denomina comúnmente un “pasador”, es decir, alguien que comprar pagando con dinero falso, y así obtiene dinero real a partir de los vueltos de sus compras. Pero este protagonista no es ningún improvisado, sino que incluso llega a “profesionalizarse” y junto a su amigo Luis arma un taller para imprimir billetes truchos. Un día la cotidianidad de este hombre cambia al conocer a una mujer seductora que cambiará algo dentro de su vida. A través de esta historia, Rosselli nos brinda una muestra de un sector del sur del conurbano bonaerense; con varios lugares comunes si…pero a la vez con frescura, mostrándonos su jerga, y costumbres; todo esto acompañado y posibilitado por geniales actuaciones y por una puesta en escena sumamente acertada. En definitiva Mauro es una pequeña gran película que con una profundidad que asombra, construye espacios tanto narrativa como estéticamente, excelentes.
Mauro es un pasador. Pasador es el nombre que se utiliza para los que hacen circular billetes falsificados, y que mediante los vueltos, va obteniendo un margen de ganancia. A Mauro se lo ve en negocios callejeros de Once, de Constitución, de Retiro. Lugares que se ven igual. Mostrando una repetición tanto en su accionar como en los anclajes de supervivencia paralela al mercado oficial. Mauro es de zona sur, no es casualidad que se vean los centros neurálgicos donde el conurbano se confunde con la Capital Federal, y donde el tren (transporte popular por antonomasia) atraviesa la línea imaginaria pero terriblemente palpable que divide el centro de la periferia. Mauro tiene una pareja amiga, Marcela y Luis. Con éste último es quién monta un pequeño taller donde comienzan a hacer los billetes que antes solo se encargaba de hacer pasar. La ópera prima de Hernán Rosselli es una de las películas argentinas del año. Y una que además aporta una visión difícil de hallar habitualmente. El mérito principal de Rosselli es dejarnos ver a través de Mauro. Los boliches, las calles, la estación del tren, la casa de un amigo. Todo es expuesto con una cercanía y autenticidad que no suele abundar en el cine nacional. Rosselli no trata de explicar ni de utilizar diálogos para ubicarnos en esos lugares y realidades, él nos aproxima a un mundo íntimo mediante la cámara, llenando los espacios con gente genuina y posible. La vertiente policial de la historia brinda tensión al relato, sin ella la historia habría quedado más cercana al relato costumbrista. Nuestro protagonista no solo es pasador, también trabaja en un taller y cuidando ancianos, pero la ilegalidad pareciera afirmarse como uno de los pocos instrumentos de supervivencia para romper la agotadora realidad. Los boliches, las calles, la estación del tren, la casa de un amigo. Todo es expuesto de la mano de Roselli con una cercanía y autenticidad que no suele abundar en el cine nacional. Rosselli sabe contar y mostrar. La ciudad, los rostros y los contextos, no son cálidos, resultan desamparados. Pero no los dibuja con desprecio, en su enfoque hay amor y respeto. Utiliza la cámara para que apreciemos lo que muchas veces se prefiere obviar, los detalles de un andén, un fondo de patio sin flores y una habitación donde también habita la humedad. Lo actores se perciben en los espacios, uno convive con ellos, sea bajando una palta de un árbol como barriendo el polvo del suelo. En esos gestos (como el de Mauro visitando a la madre) uno logra verse conectado. Un mundo cierto de gente laburante, un mundo estancado bajo un sistema limitado.
La ópera prima como director y guionista de Hernán Roselli se ubica en ese sector tan explorado hace pocos años en la filmografía argentina, el de la eterna juventud marginal. A fines de los ’90 el llamado Nuevo Cine Argentino nació como respuesta a un cine plástico que se venía realizando, a una realidad de un país que no daba respuesta y que había abandonado a su juventud dejándola sin vistas en el futuro. Fue una primera camada de las nuevas Escuelas de cine que tenían que imponerse y mostrar su punto sobre lo que los rodeaba. Ahí se ubica Mauro, casi quince años después del nacimiento de ese movimiento que luego decantó en la madurez y profesionalidad de sus mejores exponentes. Mauro es un ya no tan joven de la Zona Sur del Conurbano bonaerense que vive inserto en un apacible caos permanente del cual no halla ninguna salida. Sin trabajo, uno de sus amigos, con la novia embarazada, lo invita a trabajar en su imprenta casera, en la que falsifican dinero que luego deberán salir a gastar para quedarse con el vuelto de dinero real. En el medio, Mauro conoce a una chica con la que comienza una relación no del todo fácil. Mauro es cocainómano, sufre de insomnio, y su madre en vez de escucharlo le da sus pastillas para dormir. Así es la vida de Mauro, esto es lo que nos muestra Roselli, un extracto de una vida en aparente ruina. Con pinceladas de comedia y pinceladas de drama, Mauro sufre de ser un film a destiempo. Su muestrario del Conurbano pareciera algo parcializado, más aún la mirada desesperanzadora frente a estas personas que tiene que recurrir a bajezas para sobrevivir, sin ser mostradas como “pobres", claramente es una clase media. Mauro no tiene grandes hallazgos estéticos, su cámara es el planteo de la tercera persona invisible. Tampoco los hay en el plano narrativo en donde carece de un ritmo fluido y un peso dramático propio. Si alguno de sus momentos se sostiene es gracias a cierto carisma natural de algunos de sus intérpretes en su mayoría no profesionales. No hablamos de un cine contemplativo, ni de silencios abstractos, no hay acá preciosismos de ningún tipo, por el contrario hay un ligero regodeo por las charlas sobre la nada, y las bajezas de una clase que no puede despegar. El NCA hace rato se fagocitó a sí mismo, la abulia que expresaban sus personajes era característica de su época. Si cuando vemos un cine que nos hace acordar a esa declamatoria de los ’80 decimos que es un film que atrasa, fácilmente, con esta ópera prima no podríamos hablar de un producto de última vanguardia. En realidad todo lo contrario, es un referente de un cine que quedó atrás, por suerte.
Dinero, secretos y falsificaciones Hay estrenos con muchas copias, con muchos horarios, en todo el país, como será el caso de Relatos salvajes, la semana que viene. Hoy, a las 22, en el Malba, será el turno de otra película que también forma parte de lo más atractivo del cine argentino de 2014: Mauro, de Hernán Rosselli. En un horario por semana, en una sala, la película argentina considerada la mayor sorpresa argentina del último Bafici -en donde ganó el premio Fipresci y el premio especial del jurado- buscará público como para ganar más semanas, más horarios, quizá más salas. Mauro es la historia del discreto Mauro, que es "pasador". Es decir, alguien que compra cosas para pasar billetes falsos. También están Marcela y Luis. Ella está embarazada de pocas semanas. Luis y Mauro instalan un pequeño taller de serigrafía para falsificar billetes. Mauro conoce a Paula en un bar. Hay más personajes y todo un mundo desplegado alrededor de ellos, un mundo con su propia lógica, sus diálogos, sus jerarquías. A diferencia de El dinero, la magistral última película de Robert Bresson que ponía el centro de la tragedia en un billete falso y su circulación, en la ópera prima de Rosselli la actividad con los billetes es un contexto laboral, una actividad que sirve de fondo -significativo- para la vida de los personajes. Y de sus diálogos. Una de las claves del Nuevo Cine Argentino de los ?90 fue preocuparse porque el habla de los personajes tuviera su lógica, que podía ser un artificio consciente (Rapado, de Martín Rejtman) o un intento de plasmar el habla cotidiana (el cine de Perrone, Pizza, birra, faso, de Caetano-Stagnaro; Mundo grúa, de Pablo Trapero). Mauro imprime verdad en sus diálogos. Es una película hablada, conscientemente hablada, una película cuyos elementos se notan pulidos, decantados. Cuenta su director: "Mauro fue un proceso que duró cuatro años. El primer año hice la investigación y compré los equipos, mientras ensayaba con Mauro Martínez, que fue el motor del proyecto. Escribí un monólogo bastante largo que ensayábamos una y otra vez. En el texto contaba algunas experiencias personales y algunas historias relacionadas con el sexo y el deseo. Lo filmamos una y otra vez en bares, plazas. De paso yo mismo ensayaba la puesta de cámara, la fotografía y la toma de sonido. Después se sumaron Santiago Hadida, como socio, ayudándome en el sonido y la producción. Y Juliana Risso, José Pablo Suárez y Victoria Bustamante. Los ensayos con ellos fueron más fluidos, porque, después de un año de trabajo, Mauro Martínez ya encarnaba el registro y el tono que yo quería para la película. A partir de ahí fuimos filmando y editando en simultáneo. Casi no hubo períodos de preproducción, producción y posproducción, fue todo un mismo proceso. No es que improvisáramos mucho. Hay escenas, de algún modo más nucleares, que parten de un texto muy trabajado y escenas a partir de pautas más débiles. Había un guión tradicional de 120 páginas que escribí durante el primer año de ensayos, pero que boicoteamos todo el tiempo. Siempre estaba más dispuesto a filmar cualquier idea, por más simple y tonta (o quizá por eso, mejor) que surgiera en el momento del rodaje, con los objetos y las situaciones del lugar, que lo que había escrito en mi casa solo. Desde el principio estaba esta idea de la narración elíptica, una cierta idea de madurez narrativa, que se lleva por delante al espectador en términos de información". Rosselli -que anota que para Mauro tuvo como referencia el cine francés de los 70, el de Pialat, Eustache, Garrel, Doillon: un cine desencantado y fundamental- se anima a dotar al trajinado realismo del cine argentino de variaciones, de intimidad creíble, de música, de súper 8. De recursos que se integran en una narrativa que fluye sin ripios, con una puesta en escena y un montaje conscientes, reflexivos, que hacen de esta película uno de los grandes estrenos argentinos del año, aunque se exhiba sólo una vez por semana.
Mauro es una de esas películas pequeñas, íntimas, capaces del raro prodigio que implica el acercarnos al mundo frágil de sus protagonistas sin quebrarlo ni hacernos sentir intrusos. La cámara se coloca bien cerca de Mauro, Luis y Marcela y observa en detalle el proceso material necesario para falsificar billetes. La técnica para lograr una buena copia parece poder aprenderse solo con mucha práctica, y el trabajo resulta ser un oficio tan rutinario y despojado de espectacularidad como creativo: imitar mejor una marca de agua, el brillo de los números o la calidad del papel es una tarea ardua y artesanal que se realiza en habitaciones mal iluminadas. Mauro, el pasador del grupo, va y compra cosas con billetes grandes. El protagonista es callado e introvertido y no parece que tenga suerte con las mujeres hasta que en la barra de un boliche se le arrima Paula, una desconocida que prácticamente se lo levanta. La película cuenta entonces una larga secuencia de estabilidad afectiva y laboral, dejando de lado la tensión que pediría un relato sobre el submundo del delito. En cambio, el director elige concentrarse en los actos mínimos del día a día de los personajes. La actuación de Mauro Martinez es extraordinaria y se revela lo bastante sólida como para soportar los insistentes primeros planos con que lo cerca la película. Después de la previsible caída, el debutante Hernán Rosselli extiende el relato más allá del final esperable y sigue la readaptación de su protagonista, por ejemplo, cuando consigue trabajo en un geriátrico y aprende de un amigo la manera correcta de hacer (de falsificar) un test psicológico.
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Antes que nada: este film solo puede verse en el Malba y es de lo mejor que dará el cine argentino este año. Es la historia de un pasador de dinero que se vuelve falsificador, pero es también mucho más que eso. Con una gran economía de recursos y absoluta precisión, Rosselli genera una historia tensa y humana sobre el esqueleto del policial, y nos introduce en un mundo desconocido aunque parece cotidiano. Puro cine, del mejor.
Mauro, ganador del Premio Especial del Jurado en el [16] BAFICI, es el primer largometraje de Hernán Rosselli y cuenta con gran realismo la historia de un falsificador de billetes. Verdadero/Falso Mauro (Mauro Martínez) es pasador de billetes falsos. Durante el día recorre ferias y negocios comprando cualquier cosa para cambiar los billetes falsos, y de noche cambia billetes más grandes en bares y boliches. Siempre se mueve solo, es un tipo callado y discreto. Luis y Marcela viven juntos esperan un hijo. Mientras tanto, Luis y Mauro deciden ir un paso más allá y montan un taller de serigrafía casero para falsificar los billetes artesanalmente. Paralelamente, Mauro conoce a Paula en un boliche y empiezan a salir, y aparecen planes más ambiciosos para el emprendimiento de estos dos amigos. La familia y el trabajo mauroEn Mauro lo primero que llama la atención es el registro casi documental que utiliza Rosselli, lo cual le otorga una dosis importante de realismo a la película. En su mayor parte se usa la luz natural para iluminar y la cámara fija, tiene poca música y en su mayor parte diegética. Los planos son cercanos, en algunos casos de gran crudeza. Existe un registro minucioso del proceso de falsificación de billetes.Hay que prestarle atención a las elipsis. La narración avanza a saltos grandes, el espectador debe ir completando los datos que faltan. No hay escenas explicativas ni de sobra, el montaje es excelente. No se muestra la marginalidad, como ya se hizo muchísimas veces en el cine argentino, acá la cosa va por otro lado. Mauro y Luis son de clase media-baja y realizan un oficio ilegal, pero no son tipos peligrosos (que igual no quita que tienen que lidiar con tipos pesados). La película habla del trabajo como necesario para salir adelante, del oficio hecho con una delicadeza y precisión que enorgullece a quienes lo realizan. Vemos a la familia que construye Mauro con Luis y Marcela, la ternura de ese vínculo y sus códigos. Todo desde cerca y con la zona sur conurbano como marco de la historia, con sus asados al sol, la banda de heavy metal, la estación de tren y sus ferias. Conclusión La ópera prima de Hernán Rosselli es una bocanada de aire fresco para el cine argentino. Renueva el realismo y la estética del conurbano, y el elenco hace un trabajo tan espectacular que nos hace pensar que no son actores profesionales. Mauro brilla por su construcción y por su veracidad y, al igual que sus protagonistas con sus billetes, Rosselli nos entrega un producto ficticio que parece más verdadero que la realidad.
Mentira la verdad La última edición del BAFICI tuvo al cine argentino como protagonista casi exclusivo. Se habló más de la Competencia Argentina y de las películas argentinas en la Competencia Internacional que de cualquier otra cosa. En ese marco, Mauro obtuvo el segundo premio en importancia y se transformó en una auténtica revelación. Y quizás “autenticidad” sea una palabra clave para definir el trabajo de Hernán Roselli en la dirección. Sin la mirada condescendiente de cierto cine festivalero que a veces se obsesiona con los personajes marginales, el director debutante muestra un conurbano bonaerense que conoce bien. Más allá de las posibles referencias, como Bresson (que resulta excesiva y tiene que ver una temática similar a El dinero, de 1983), hay una mirada propia que describe sin adornos. Mauro está narrada con la habilidad suficiente para potenciar sus atractivos y esconder sus limitaciones. El procedimiento de montaje que recorta las escenas otorga urgencia y veracidad y, de paso, limita la exposición de los no-actores, en particular del protagonista, el Mauro del título, cuya vida se ha acercado mucho a la del personaje, un “pasador”, alguien que compra en ferias cosas que no necesita para cambiar billetes falsos. Con eso se arregla, pero quiere algo más, y junto a su amigo Luis instala un precario taller para hacer billetes por su cuenta. Esa apuesta de riesgo lo llevará a enfrentar a los dueños de ese negocio, y a sus propias limitaciones. Mauro se mueve en un mundo muy definido, de una precariedad y una urgencia que remite a la Argentina post-2001, pero el comentario social queda en segundo plano, el centro está en los personajes, tratados con toda la ternura posible y alejados de cualquier estereotipo de héroe o villano. Cada uno hace lo que puede. Y los mayores aciertos del film están en encontrar pequeños espacios de intimidad que hacen que la historia respire. Mauro se mueve en un mundo de falsificadores retratado de una manera muy genuina.
Hernán Roselli’s Mauro is an unpretentious and true-to-life portrait of human nature “From the start, I wanted to avoid some topics of classic realism, but I also wanted to avoid that entomologic distance typical of a certain realism usually seen in film festivals, that kind of gaze that confuses distance with cruelty as regards representation, and so it condescendingly stands above the characters. That’s why emotions are indeed very present in Mauro, but they don’t build a closed system between what happens and what the characters feel. I wanted to strike a balance and achieve tenderness without patronizing,” Argentine filmmaker Hernán Roselli told the Herald about his perceptive debut feature that won the Jury Special Prize at this year’s BAFICI and is now being screened at the Malba Museum. It couldn’t be any more true that a large number of indie features showcased in festivals have a realistic, documentary-like approach that strips their subjects bare, as though they were scientific material for cold scrutiny. But when Roselli tells the story of Mauro, a wary man who hustles counterfeit money, he does something different. He draws a character study in all its human nature, even if he casts an acute observational gaze at the same time. It’s only a matter of observing close enough, and so you’ll see apparently ordinary occurrences that are the signs of hidden sentiments and unfulfilled yearnings. Mauro effortlessly eschews a psychologist approach to account for the protagonist’s predicament. Little is known about Mauro’s feelings towards his girlfriend, Paula, whom he met at a bar. You can tell he likes her, but how deep his love is or how it affects him, that remains for viewers to figure out. Accordingly, the dialogue is never revelatory, and neither are the actions and reactions. The point is that simple rules of cause and effect don’t apply in this universe. After all, human behaviour goes beyond that. The characters here are indeed very real, and so performances must be finely-tuned, or otherwise artificiality would hinder realism. Mauro Martínez, Juliana Simoes Risso, José Pablo Suárez, Victoria Bustamante, and Pablo Ramos fill in the shoes of their characters with ease, and so the drama becomes all the more compelling. Plus an ascetic, a seemingly simple yet elaborate mise-en-scene is the perfect setting for these characters to bond. And something else that sets Mauro apart from other films that have similar goals, but fail pathetically, is how unpretentious it is. No big meanings, no enlightening ideas, no messages for viewers. That is to say no underestimation of its audience. On the minus side, an aspect that somewhat lessens the film’s leisurely paced dramatic progression is its tendency to repeat, from time to time, some things that have already been apprehended and understood. This is when the film loses some of its momentum. Otherwise, Mauro is the work of an accomplished novel director who clearly knows what he’s doing and where he’s going. Production notes Mauro (Argentina, 2014). Directed and produced by Hernán Rosselli. With Mauro Martínez, Juliana Simones Risso, Victoria Bustamante, José Pablo Suárez, Pablo Ramos. Screenplay and cinematography by Hernán Rosselli. Editing: Delfina Castagnino, Hernán Rosselli. Running time: 80 minutes.
MAURO de HERNAN ROSSELLI El contexto histórico denota indudablemente la forma de contar historias. Y evidentemente el nuevo cine argentino se tuvo que ir renovando en los últimos veinte años para estar a la altura de las circunstancias. Precisamente con la ostentación y la fragilidad económica de la década del 90 surge el neorrealismo en nuestro cine, que da lugar a los “antihéroes” de todos los días. ¿Por qué es necesario hacer esta pequeña reseña histórica? Porque después de varios años de depuración del género, “Mauro” vendría a ser el mayor exponente del neorrealismo argentino en la actualidad. Mauro es un “pasador”. Es el encargado de comprar cosas con billetes falsos y hacer diferencia con los vueltos. Además es el dueño, junto a su amigo Luís, de un taller de serigrafía totalmente equipado para fabricar aún más efectivo trucho. En una de sus salidas por los boliches de zona sur conoce a Paula, con la cuál comienza una relación que pronto pondrá en riesgo tanto su negocio como sus relaciones personales. La película del debutante Hernán Rosselli (montajista de campanella, esta es su primera experiencia como director) cuenta una historia relativamente simple. Pero no está en el “qué” sino en el “cómo” la clave para poder apreciar su ópera prima. Desde el comienzo se infiere en el film una esencia de verdad al retratar la vida de este hombre que paradójicamente se dedica a falsificar dinero. Los diálogos y las interpretaciones parecen tan verídicas que en algunos casos parece que fuéramos espectadores de un documental y no de una ficción. Especialmente cuando se muestra de forma extremadamente detallada el método que utilizan los personajes para elaborar sus propios billetes. Esta “crudeza” (si se puede denominar así) con la que se representa el submundo del conurbano, se ve potenciado por la elección del director al conservar el eco de algunas locaciones y así obtener un sonido más natural y no tan artificial. Haciendo recordar en algunas ocasiones a los comienzos de la filmografía de Pablo Trapero con trabajos como “Mundo grúa” y “Leonera”, “Mauro” viene a ser un más que auspicioso debut para Rosselli. Ahora solo queda esperar por su próximo proyecto.
La ópera prima de Hernán Rosselli es una película sencilla pero de gran profundidad. Es un film declaradamente argento, sincero, de los que sin tapujos, se meten dentro de los personajes e investigan sus pasiones, miserias, miedos y alegrías. Mauro triunfó en el BAFICI, en el FICIC y sigue cosechando éxitos en cada una de sus reproducciones. En relativamente pocos minutos, Rosselli (quien cumple variadas funciones en la realización de la película) crea una historia completa, realista y cariñosa. Mauro es un pasador de billetes falsos que se convierte en falsificador. Lo interesante de este planteo es cómo, desde una construcción particular de personajes y actuaciones a medida, el delito y la clandestinidad están presentados de manera cotidiana y natural. La falsificación no solo es un arte, sino un trabajo. Mientras la película avanza, se dedican múltiples escenas a mostrar la artesanía cuidadosa y mentada de hacer billetes falsos. Imposible resulta no pensar en la referencia a Roberto Arlt, quien concibe al delito también como artificio y lo despoja de la carga negativa. Los personajes de Mauro habitan los márgenes de una sociedad condenatoria, pero la película nunca sale del espacio que ellos transitan. Es el mundo de esta clase media baja al que asistimos y en el que nos vemos inmersos desde el minuto uno. Será porque el tópico de la familia y de los núcleos de amor está tan presente en la historia y es tan natural que no necesitamos mirar al exterior sino, sumergirnos en este intimismo abrasador. Así mismo, podemos pensar en una suerte de anarquía ejercida por estos personajes por medio de la falsificación. El hacer dinero falso es la risa a carcajadas ante el sistema capitalista; burlar el símbolo del poder por antonomasia (el dinero) es una manifestación de resistencia y una construcción paralela al sistema tirano que deja por fuera a la mayoría. Igualmente, y un a nivel más cotidiano, el artificio de la falsificación aparece nada más y nada menos que como un trabajo, una forma de sobrevivir. Podríamos decir que Mauro es una película de personajes. Más que la historia en sí, en el tránsito de los caracteres a través de ella lo que Rosselli pretende mostrarnos. Así, el relato intimista abre el film y lo atraviesa permanentemente. Algunas escenas parecen correrse de la historia principal (conversaciones cotidianas y arbitrarias, escenas íntimas que apelan a despertar la sensibilidad del espectador), porque justamente son parte de este relato de subjetividades que construye el soporte emocional y psicológico de la obra. De este modo la invitación a involucrarnos y ser parte del mundo íntimo es ineludible. Es interesante notar que la mayoría de los personajes se enmarcan en la categoría de “los buenos”, sin dejar que la marca del delito los convierta en “malos”. Imposible dejar de destacar la actuación de Mauro Martínez quien encarna el personaje principal y parece hecho a su medida. Su interpretación es sólida, lógica y uniforme. Mauro es una de esas películas que te dejan pensando unos días, que te hace contagiar de la forma de ser de los personajes, que te hacen sentir parte. Palabras precisas, música histriónica, actuaciones memorables y una buena historia para contar: una excelente película argentina.
El afiche de Mauro nos presenta el retrato de Rosas, que enseguida reconocemos como el del billete de 20 pesos, pero en nuestra cabeza ya se estableció la contradicción entre el común nombre propio y el trajinado rostro público: todo signo es sospechoso, aun el que parece más evidente. Digo esto para desmarcar la opera prima de Rosselli de la mera renovación neorrealista, aunque no es menor su carga de verdad en los cuerpos y sus reacciones, frente a tanta actuación distante o acartonada en el ya no tan nuevo cine argentino. Mauro no es sólo una vuelta al mundo conocido de Mundo grua, con sus trabajadores vencidos y su granuloso conurbano: no hay aquí atisbos de idealización desencantada ni de costumbrismo remozado. Los personajes no representan ningún tipo social ya retratado (como esos marginales que suelen fascinar al NCA), sino una clase media baja que encuentra en los intersticios del sistema los medios para sobrevivir “dignamente”: Mauro pasa de pasador a falsificador, como esos mismos puesteros de ropa a los que estafa. Mauro nos dice que en el capitalismo (y no sólo en el periférico) la estafa es un modo de vida, e incluso en un trabajo. Ese es su doble hallazgo, en cuanto traspasa el realismo como mero contenido para repensarlo desde la forma: no se trata sólo de la modernidad de la puesta en escena (con sus curiosos planos fijos y sus precisas elipsis narrativas), sino de pensar al realismo como sofisticada falsificación. Es decir: no mostrando sus grietas sino extremando sus procedimientos. En un tiempo de hibrideces posmodernas, Mauro no es una ficción que pretende ser documental sino una falsificación que muestra sus materiales y su laboriosa forma de producción.
MAURO: LA PELÍCULA DEL 2014 Cuando pienso en Mauro pienso que es una película actual, de ahora, del 2014. Con esto no quiero decir que la suya sea una propuesta híper original, porque no hay innovación en su forma. Tampoco creo que retrate la Argentina del presente, porque, como admite su propio director, Hernán Rosselli, el referente histórico es el pos 2001 antes de la década kirchnerista. Esa sensación de cine del presente tiene más que ver con su forma de construir su relato y cómo transmite la información necesaria para seguirlo. La historia es la de Mauro, un pasador de billetes truchos que con el correr de la película asciende en la cadena de falsificadores al comenzar a fabricar sus propios billetes con un amigo, en un tallercito en el fondo de una casa del conurbano bonaerense. Vemos cómo Mauro pasa por varios oficios, cómo se enamora y pierde a su novia, cómo trata de salir a flote y cómo lo hunden para luego verlo tratar de salir a flote otra vez. También vemos el paisaje del conurbano, pibes y hombres del barrio jugando al fútbol en una cancha de barro, las ferias de ropa que muy probablemente vienen de La Salada y una banda hardcore amateur tocando en un encuentro solidario en una plaza. Al ver cómo se van pegando uno al lado del otro los episodios que conforman la historia y las viñetas que dibujan su mundo, es donde aparece el rasgo distintivo de Mauro y su relevancia dentro del panorama del cine actual. El montaje de la película es ágil como pocos y en el paso de una escena a otra hace elipsis gruesas que de algún modo pasan casi desapercibidos. Rosselli prescinde de toda escena explicativa, deja de lado los diálogos informativos y no tapa los baches con digresiones que no tengan que ver estrictamente con lo que le pasa al personaje que filma. Ahí la película adquiere velocidad aunque se compone de escenas que se resuelven en pocos planos (a veces planos únicos) y con la cámara quieta y más bien expectante. Así, Rosselli nos introduce en las escenas con las acciones ya comenzadas, como si uno se subiera una y otra vez al tren del relato, siempre en movimiento. En ese viaje, en el que el espectador permanentemente se está poniendo al corriente con la historia, aparece acaso la conexión de Mauro con una cierta sensibilidad actual y con una forma de manejar la información que tiene que ver con nuestros tiempos. La película no tiene que ver con la tendencia al multitasking, con hacer varias cosas a la vez, abrir decenas de pestañas en el navegador de internet, etc.; pero sí con la velocidad con la que vamos procesando información en esas actividades múltiples, a veces captando los mínimos datos necesarios sin tener que parar a chequear lo que va sucediendo. Esto no quiere decir que la propuesta de Mauro sea la de híper estimular al espectador. Todo lo contrario, las escenas son parsimoniosas y siempre podemos explorar los planos con la mirada. Pero el método de Rosselli para pasar de una secuencia a otra es el de presentar todo de golpe y que el espectador vaya armando la conexión entre episodios, con desprecio por el vicio de explicar todo, de subestimar al que mira y de malgastar escenas, entendidas como herramientas puramente comunicativas o dispositivos aclaratorios. Rosselli comprende que el plano cinematográfico está cargado de información, de vitalidad y visión de mundo sin que alguien venga a recitar un guión o que se le agreguen anexos. De esa veta de relator vertiginoso pero de mirada atenta surge la promesa de Rosselli como un director que va al ritmo de los espectadores y de Mauro como una película de su época. Hay mucho más para elogiar de la película. El no-actor que hace de Mauro, al no ser sobre-exigido por su director, puede brillar en el papel de sí mismo, un buscavida querible con “cara de tramposo y ojos de atorrante”. Que los personajes sean queribles y que se pueda vislumbrar algo de ternura no es algo menor y no responde a un anhelo de cursilería sino más bien de rescate del valor humano en un contexto descorazonador. Mayormente es una película oscura que alterna el retrato de la amistad con situaciones dolorosas, alternancia que tiene su correlato en el tono de la imagen, que nunca llega a ser muy luminosa y se mueve más bien en zonas sombrías. Afortunadamente están ahí esos momentos cálidos y que dignifican a los personajes, que si caen o sufren es por lo despiadado de las condiciones sociales y no por ser parte de un espectáculo en el que el único objetivo es observar la lenta caída en desgracia de un personaje que merece nuestro desprecio, miserable recompensa y gesto adulador del director a una platea bienpensante (véase La mejor oferta, de Giuseppe Tornatore). Frente a esa otra tendencia del cine contemporáneo se entiende la celebración en torno a una película como Mauro: alrededor del mundo se produce más cine que nunca, pero paradojicamente no todos los días aparecen películas actuales y que merezcan ser vistas.
Publicada en la edición digital #265 de la revista.
Sabemos que el dinero físico es una abstracción, un papel inventado para agilizar gran parte de nuestros intercambios, pero nos olvidamos de ese carácter ficticio. Los papeles se deslizan entre las manos, se acomodan en bancos, cajas, bolsillos, carteras, debajo de los colchones. Pocos le prestan atención a los billetes, observan detenidamente la figura del frente o el monumento del dorso. Mauro es un especialista en el tema. No es banquero sino pasador y, por lo tanto, el dinero que hace mover es falso. Se mueve en ferias, compra cualquier cosa, paga con billetes de cien y le rinde el vuelto a un taxista que forma parte de una gran organización clandestina. Todo sucede, por supuesto, entre las sombras. Pero Mauro no es una de esas películas que habitan principalmente la noche o que se concentran en la labor de un protagonista distante que se vincula con poca gente: Mauro no es un policial negro. Sería equivocado, por otra parte, pensar que su protagonista tiene algo que ver con el Rulo de Mundo grúa. La película de Rosselli poco se parece a la de Trapero, aunque en términos temáticos pueda establecerse algún parentesco. Con la ayuda de dos amigos, Marcela y Luis, pero especialmente con el segundo, Mauro redoblará la apuesta: empezará a imprimir su propio dinero. La persona que hará circular el dinero llegará gracias a Paula, una mujer que Mauro conoce en un boliche y con la que entabla una relación. Mientras invierte su tiempo en el proyecto hace changas, esa manera tradicional de ganar dinero en la que la informalidad es la regla. En su tiempo libre toma diferentes drogas: cocaína para levantar y ansiolíticos para bajar. A estos últimos los consigue gracias a su madre, una cinéfila que siempre le habla sobre alguna película y que adjudica la inestabilidad de su hijo a las drogas consumidas a lo largo de su vida. La mayor parte de la película está constituida por planos fijos, precisos pero nunca preciosistas, que recortan un paisaje obrero alejado de las zonas pudientes de Buenos Aires. Dentro de esa geografía, Rosselli se detiene en situaciones que no se vinculan con el tiempo que el mercado identifica como productivo. Vemos al protagonista mientras se fuma un cigarrillo, escucha un recital en la calle, come o toma algo con los amigos. En un momento observamos la conversación que sostienen Marcela y Mauro, en el patio de la casa de la primera, mientras ella le corta el pelo. La dinámica que se genera entre ambos es de mucha intimidad, como si se conocieran bastante. Marcela quiere saber si Mauro está enamorado pero este esquiva la pregunta. Después fuman un cigarrillo y se quedan en silencio apoyados sobre el costado derecho del plano en uno de los pocos encuadres de la película que posee una leve afectación. Más tarde vemos a Mauro con un cigarrillo en la mano y una cerveza al lado mientras descansa, junto con un amigo, en el intervalo de una jornada de trabajo (no sabemos si de albañilería o de herrería). El sol le pega en la cara y eso lo obliga a desviar la mirada hacia el suelo. Son momentos en los que el tiempo se suspende o en los que -como se suele decir- “no pasa nada” pero a partir de ellos podemos deducir que hay algo más acá de lo que estamos viendo, una tristeza contenida que encuentra consuelo de a ratos. Algunos fragmentos de escenas familiares registradas en Super 8 funcionan como paréntesis y rompen, de manera positiva, la rigurosidad formal de la película. Son secuencias extrañas, en las que el relato en off de Mauro revela un universo interior, articula un vínculo peculiar con su pasado y hace surgir una dimensión onírica: recuerda los consejos del padre y reconstruye sueños oscuros que involucran drogas y todo tipo de malformaciones. Pero nunca sabemos a quién le está contando todo esto: ¿a un psicólogo?, ¿a la novia?, ¿a nosotros? El grado de precisión se aplica también a un montaje de ritmo perfecto, como si toda la película estuviera asentada sobre los rodillos de la máquina que inventa dinero. El montaje despliega, al mismo tiempo, una subtrama hecha de papeles, tintas y otros objetos que parecen tener vida propia. Todos los billetes se muestran en primer plano pero el que aparece con más claridad, porque vemos el rostro del prócer, es el de veinte pesos. Rosas respira entre las manos de quienes manipulan los billetes e incluso, a partir de un doblado estratégico, cambia de expresión según la perspectiva: “ahora está enojado y ahora contento”, bromea Mauro. Sería forzado establecer una relación directa entre la historia de Mauro y la de uno de los personajes más importantes de la historia argentina. La tensión que se establece entre la figura de Rosas y la geografía donde transcurre Mauro configura, sin embargo, una zona de significados difusos que podrían remitir, como un dato no tan externo, al sugestivo nombre de la productora de la película: Un resentimiento de provincia. El cine modifica la relación que mantenemos con el mundo. Según el cine que veamos (o que las salas de cine, los festivales, la televisión y los sitios de internet nos permitan ver) nos acostumbraremos a la representación de ciertos lugares, ciertas clases sociales y ciertos cuerpos. Que una película se tome el trabajo de alejarse de las zonas comunes ya es valioso, pero Rosselli va muchos pasos más allá. A través de un registro casi documental propone una redistribución de lo ordinario que nada tiene que ver con el costumbrismo. Su película no es novedosa desde lo formal (eso ya casi no existe) sino la obra de alguien que sabe que el cine no se inventó ayer. Desde esa prematura sabiduría, Hernán Rosselli entrega una de las óperas primas más sólidas del cine argentino en estos últimos años.
Plata dulce “Me quiere, no me quiere”, repite fingiendo socarronamente su voz, como si desjuntara los pétalos de una flor, Mauro, el protagonista de la ópera prima de Hernán Roselli. Pero Mauro –así se titula el film- no tiene ante sí una flor, sino un billete de veinte pesos que mueve despacio hacia arriba y hacia abajo. Es un ligero pliegue en el rostro de Rosas lo que provoca, a partir del movimiento, una breve ilusión óptica, un cándido espejismo. Rosas sucesivamente sonríe y se disgusta, por un momento parece alegrarse y de inmediato entristecerse. Si bien el irregular estado de ánimo que sufre el militar argentino podría explicar por reflejo la irregularidad psíquica del que sostiene el billete, pues así se siente Mauro, triste y contento a la vez -trastorno que no le permite dormir y que su madre adjudica a su adicción a las drogas-, la escena consigue trascender su primer sentido para transformarse en una pieza fundamental en la trama que busca consolidar la película. La implícita pregunta que se hace el protagonista, si el dinero lo quiere o no lo quiere, a él, un muchacho joven del conurbano bonaerense, sin más destino que el de sobrevivir a los tumbos con trabajos miserables, exhibe la razón que sostiene el relato. Es la pregunta que motiva el conjunto de sus acciones. Cómo conquistar el dinero. Cómo hacerse de él, cómo poseerlo quien por su lugar en el mundo no lo posee. Desposesión que convierte al dinero casi en una obsesión que motiva la pregunta por su querencia. En distintas ferias de localidades del sur -Bernal, Temperley, Lavallol-, Mauro compra mercaderías con billetes falsos que luego negocia con un taxista que lo abastece del dinero trucho. Los viajes para colocarlo y hacerlo circular los realiza en tren, transporte cuya trayectoria determina su recorrido y establece el espacio dramático. El movimiento del tren configura un punto de vista existencial a partir del cual la historia avanza. Mucho de lo que ocurra en el film de Roselli sucederá allí, en el tren y sus alrededores. La estación, sus calles aledañas, las discotecas donde traficará los billetes y donde conocerá a Paula con quien iniciará una breve relación sentimental. El dinero, el margen y el amor podrían ser entonces los temas que la historia desarrolla para fundar mediante su articulación una significación proyectada hacia adelante. Pero mientras “pasa” los billetes, Mauro buscará junto a un amigo y su mujer construir su propia “empresa”, su propio emprendimiento. La forma de alcanzar el dinero -de arrimarse al menos un poco a su gracia- no podría ser sino a partir de su falsificación. Mauro se dedicará con perseverancia a falsificar. Un trabajo que implicará, por los escasos recursos con los que dispone, una enorme destreza artesanal, un saber sostenido en la práctica y en la astucia popular. Mauro es una película notable. Su presencia en la cartelera de cine ha pasado casi desapercibida. Un silencio sintomático. Sin embargo, ahora regresa por un tiempo más y todavía es posible verla. Una oportunidad para descubrir a un talentoso director de cine que logra filmar con una rigurosidad narrativa y formal sorprendente, sin caer en el miserabilismo moral ni en los ya decantados estereotipos de clase, la simple y a su vez profunda historia de un joven que busca como puede, con lo que tiene a mano, quebrar su destino y llegar a contemplar de otra manera un futuro sin garantías, un horizonte que se revela para sí, amargamente incierto.