Decimos que una película es predecible cuando nos podemos anticipar a la trama, cuando al guión le falta originalidad y frescura, y es posible adivinar el desenlace desde el principio. Lo cual no tiene por qué ser algo negativo. Puede tratarse de un requisito del género. Por ejemplo, siempre sabemos hacia dónde va una tragedia. Hamlet tiene que morir; Antígona, también. De la misma manera, una historia arquetípica es necesariamente predecible. Luke Skywalker debe convertirse en héroe; Walter White, en villano. Sin embargo, otras veces, una película es predecible sin justificativos, por pereza y falta de ambición. Es lo que sucede con Mi mascota es un león. Nunca sorprende, ni para bien ni para mal. Le falta cualquier indicio de ingenio. Es un ejercicio de profesionalismo audiovisual, y como todo exceso de profesionalismo, no hace nada para corregir los errores heredados de los clichés que reproduce inconscientemente. Seguimos las peripecias de Mia, una joven de diez años. Acostumbrada al bullicio londinense, su familia decide cambiar de paisaje y mudarse a Sudáfrica, donde su padre y madre montan un criadero de leones. A la chica no le gusta nada la mudanza. Tampoco le interesan los leones, ni siquiera el tierno cachorro blanco que le regalan. El resto de la película se podría escribir sola, quizás con la ayuda de algún algoritmo. Obviamente, Mia se amiga con el país y con el pequeño león blanco. También obviamente, ese cachorro empieza a crecer, se transforma en un león corpulento, y la cercanía que Mia mantiene con el animal es cuestionada por padres, amigos y hermanos. Más adelante, hay un giro en la trama que sí puede tomarnos desprevenidos, pero luego todo vuelve a ser un trámite. No ayuda el conservadurismo político de la propuesta. Es otra aventura de europeos blancos en suelo africano, en la que los personajes negros o son secundarios o no tienen diálogo o funcionan como comic relief. Tampoco son destacables las actuaciones o la estética del film. Mélanie Laurent interpreta a la madre de Mia. Y su rol, a lo largo de la película, es expresar distintos niveles de preocupación, según el caso: porque Mia no está contenta en su nuevo país, porque ahora sí está contenta pero depende emocionalmente del león, porque después el león crece y puede lastimarla a Mia, y finalmente porque desaparece el león o Mia o los dos juntos. Langley Kirkwood, el padre, ni siquiera muestra niveles de preocupación: sólo frunce el ceño hasta que, en contadas escenas, se le permite sonreír. No es que son flojas sus actuaciones sino que no pueden lucirse ante un guión tan chato. Daniah De Villiers, como Mia, carga la película sobre sus hombros. Aparece en casi todas las escenas y cumple con las exigencias dramáticas de la trama, aunque tampoco puede sacarle agua a las piedras. Lo mejor del film, sin duda, es la naturalidad con la que todos los actores, y especialmente De Villiers, interactúan con el león. No es un animal digital, sino uno de carne y hueso. Y ver cómo se deja filmar, abrazar y acariciar es al menos llamativo. Por más que haya sido entrenado y adiestrado, no deja de alarmarnos cuando De Villiers se revuelca en el pasto con semejante criatura. Si la película mantiene nuestro interés, es por este motivo. Más allá de eso, estamos ante un pobre ejemplo de lo que se categoriza como película familiar, es decir, algo para que los padres compartan con sus hijos. Pero ¿por qué lo familiar tiene que ser tan simplón? ¿Por qué no ambiguo o complejo? ¿Por qué un público joven necesita todo subrayado y explicitado? Mi mascota es un león está lejos de ser pésima. Es mediocre y fácil de olvidar, lo que quizás sea peor.
Existen infinidad de películas como “Mia et le Lion Blanc” (título original de la obra) donde se busca dar un mensaje ecológico mediante una fábula para toda la familia con un guion algo chato, un villano estereotipado y ciertos acontecimientos que rozan lo inverosímil con el objetivo de agrandar la épica y el sentido de la experiencia cinematográfica. No obstante, la propuesta que nos viene del país galo se destaca por su honestidad, por contar con una protagonista destacada que se carga al hombro el relato y por no edulcorar la cuestión del turismo furtivo que busca cazar leones y otros animales exóticos como trofeos. La caza forma parte de la industria del turismo en Sudáfrica y eso hizo que vaya disminuyendo considerablemente el número de grandes felinos en tierras africanas. Nadie puede dudar del mensaje altruista que presenta la cinta, pero sí podemos juzgarla por lo chato de la mayor parte de su elenco, de la simpleza narrativa que presenta y de los lugares comunes que propone en su recta final. El largometraje cuenta la historia de Mia (Daniah De Villiers), una adolescente que sufre la mudanza de su familia desde Londres a África. Ella no logra adaptarse a su nueva vida y extraña a sus amistades en Inglaterra. Su familia busca ganarse la vida mediante una especie de reserva donde crían, cuidan y rehabilitan leones. Mia, negada a adaptarse a su nuevo entorno, desarrollará un vínculo sorprendente y especial con un león blanco salvaje. Su increíble amistad la impulsa a viajar por la sabana africana para ponerlo a salvo de su padre que quiere venderlo a un despiadado hombre que ofrece el servicio de caza de felinos a los turistas. La simpleza de la obra de Gilles de Maistre resulta ser un arma de doble filo, ya que si bien es un poco convencional lo que se nos está narrando, su mensaje esperanzador y la búsqueda de luchar por los derechos de los animales la convierten en un relato disfrutable para toda la familia. Un clásico crowdpleaser que se beneficia de la interpretación y el compromiso de la joven Daniah De Villiers, pero que desaprovecha al resto del elenco en personajes desdibujados y unidimensionales. La gran Melanie Laurent (“Inglorious Basterds”) está sumamente desperdiciada en un rol secundario que no aporta más que una leve oposición/ayuda como madre de Mia cuando lo requiera la narración. Por otro lado, a nivel producción y puesta en escena no hay nada que objetar. La película se filmó a lo largo de tres años para que las jóvenes estrellas de la película, Daniah De Villiers y Ryan Mac Lennon, pudieran vincularse y desarrollar relaciones reales con los leones y otros animales que aparecen en la película. Las escenas entre los actores y los animales son reales y no dependen de CGI. Kevin Richardson, un experto en leones también conocido como “Lion Whisperer”, supervisó todo el proceso de producción y todas las interacciones entre los leones y los niños, lo que garantizó la seguridad de los animales, el reparto y el equipo en el set. Es por la dinámica de actores y animales, por la búsqueda de concientización sobre una problemática seria y por algunos pasajes destacados que la experiencia no resulta ser del todo una decepción. “Mi Mascota es un León” es un film para toda la familia que disfrutarán los amantes de los animales, los niños y todos aquellos que pasen por alto lo formulario de su guion y los diálogos acartonados de la cinta.
El mundo puede cambiar La situación que transitan los animales en Sudafrica es muy complicada. Más allá de la empatía que tengamos hacia éstos, como seres humanos, tenemos que tomar conciencia que nos necesitan para evitar su extinción completa. Son seres vivos, no productos. Resulta difícil enterarse del maltrato e injusticia que padecen estos increíbles seres, que considero, hacen de este mundo cada vez más artificial, un lugar más humano. El mensaje es que si una persona logra transformar su conducta codiciosa usando a los leones, todos podemos lograrlo. En Mi mascota es un león (Mia et le Lion blanc, 2018), Mia (Daniah De Villiers) tiene once años cuando comienza una relación extraordinaria con Charlie, un león blanco nacido en la granja felina de sus padres Alice (Mélanie Laurent) y John (Langley Kirkwood) en Sudáfrica. Ambos crecen como hermanos, más allá del hermano de Mia, Mick (Ryan Mac Lennan), que es muy unido a ella. El lazo que construyen la nena y el leon es muy fuerte, son inseparables. Tres años más tarde, Charlie se convierte en un imponente león. Mia descubre el secreto oculto detrás de la granja: su padre vende leones a los "cazadores de trofeos". Mia ahora tendrá una misión: salvar a Charlie contra viento y marea, y su hermano será su mejor aliado. Gilles de Maistre es un director y guionista francés, diría que de temple intrépido por este film, puesto que no toca un tema de taquilla, demostrando un especial interés por los derechos de los animales, despreocupado en un rédito económico y esto es muy valedero. Filmar en Africa con semejantes animales debe ser arriesgado y toda una aventura y aprendizaje para el equipo y nosotros. Claro que es un relato entretenido, las escenas de acción y suspenso están bien logradas, la música acompaña. Si bien el guion es predecible, la realidad es que los amantes de los animales no esperamos grandes giros argumentales sino disfrutar en familia de la belleza de los lugares, contemplando su magestuosidad. Y, desde ya, nutrirnos del amor que despierta en nosotros la fuerza de la relación que nace entre los protagonistas, Mia y el león Charlie. Eso se logró ampliamente, observamos el crecimiento de Mia y el de este leoncito cachorro hasta que tiene 3 años y debe irse porque representa un peligro. Además de la intensa lucha por salvarlo con el dificultoso trabajo de llegar a una Reserva para que consiga la libertad que le arrebató el hombre. La mirada de un animal es magia pura, transforma todo lo "oscuro" que existe a nuestro alrededor en amor y pureza. La codicia y el dinero son lo opuesto a la felicidad. ¿Cómo sería el mundo sin ellos? Con toda sinceridad, no me gustaría vivir en él. Este film nos relata una maravillosa historia y además tiene la clara intención de concientizarnos y humanizarnos ya que si nuestra actitud hacia el tema no cambia de raíz, pronto los leones, por ejemplo, desaparecerán por completo.
Cuenta la leyenda africana que los leones blancos son animales sagrados que sólo pueden vivir a salvo en la reserva de Timbavati. En esta aventura salvaje nos introduce el nuevo film del francés Gilles de Maistre, "Mi mascota es un león", que comienza cuando Alice (Mélanie Laurent) y John Owen (Langley Kirkwood) hacen realidad su sueño: mudarse a Sudáfrica con sus hijos y abrir una granja de leones, además de un restaurante. Aunque no todo es tan fácil para Mía, la menor de la familia interpretada por Daniah De Villiers, que entra en una etapa de rebeldía tras haber dejado su hogar y sus amigos de siempre en Londres. Pero todo cambia con el increíble nacimiento de un león blanco en su granja, Charlie, con quien entabla una fuerte relación de amistad. Tras descubrir un secreto de su padre, Mía comienza una aventura con ayuda de su hermano Mick, interpretado por Ryan Mac Lennan, para salvar a su mejor amigo y convertir en realidad aquella leyenda.En una película un tanto distinta para lo que el cine francés nos tiene acostumbrados, se destaca el trabajo tanto de la dirección como de la producción que durante tres años se dedicó a filmar con un león real para mostrar el verdadero crecimiento de este animal en conjunto con los protagonistas.Este film, que mezcla ternura y tensión, presenta brillantes actuaciones por parte de los adolescentes que la llevan adelante, logrando transmitir el apoyo, la complicidad y el amor incondicional de hermanos.Sin dudas, “Mi mascota es un león” resulta más que recomendable por su profundo mensaje en cuanto a la amistad, y por la conmovedora concientización sobre el maltrato animal ---> https://www.youtube.com/watch?v=03vtTdlRaPM TITULO ORIGINAL: Mia et le Lion Blanc TITULO ALTERNATIVO: Mia and the White Lion DIRECCIÓN: Gilles de Maistre. ACTORES: Mélanie Laurent, Langley Kirkwood, Tessa Jubber. GUION: William Davies. FOTOGRAFIA: Brendan Barnes. MÚSICA: Armand Amar. GENERO: Drama . ORIGEN: Francia. DURACION: 98 Minutos CALIFICACION: Apta para todo público con leyenda DISTRIBUIDORA: Energía entusiasta FORMATOS: 2D. ESTRENO: 06 de Junio de 2019 ESTRENO EN USA: 12 de Abril de 2019
Es una película para toda la familia, con la participación de un grupo de leones blancos, de distintas edades, que une la ficción y la aventura épica con una denuncia muy seria: Lo que se llama la cacería enlatada, criar o capturar animales salvajes que inyectados con calmantes son ofrecidos a “cazadores” que los matan para cumplir sus deseos de cacería y tener su trofeo en sus casas. Una despiadada práctica contra razas en extinción para cumplir un capricho “aventurero” de turistas perversos. Es más, muchas granjas que se escudan con el rotulo de conservacionistas, en realidad crían animales, en este caso leones, para satisfacer a ese mercado floreciente. Con la idea de denunciar una realidad habitual en Sudáfrica el film desarrolla una historia con la supervisión de un conservacionista Kevin Richardson, conocido popularmente como “el encantador de leones” que se encargo del bienestar de los animales y garantizar su bienestar. Durante ese período una manada de leones creció junta y solo interactuaron con ellos, la joven protagonista, el actor que interpreta a su hermano y Richardson. Por eso este film se realizó a lo largo de tres años. Con una idea original del director Gilles de Maistre y Prune de Maistre que escribieron el guión. Una historia elemental de una familia que es de Sudáfrica y que guarda varios secretos crueles, mientras regresan del confort de Londres a su granja de cría de leones familiar. La hija mayor de la familia no se adapta hasta que nace en su hogar un león blanco que se transformara en su amigo inseparable (en una relación lejos de la realidad y que los padres deberán advertir no existe en el mundo real con animales salvajes sin riesgo real). Cuando ella descubra la oscuridad de su padre no dudará en atravesar el país para salvar a su entrañable león. La anécdota funciona por el encanto sin igual de esos felinos únicos, paisajes bellísimos y la idea de denunciar una práctica que transforma a los humanos en los más crueles depredadores.
Un viaje para salvar a su mejor amigo Mi mascota es un león (Mia et le lion blanc, 2018) es una película dramática y ecológica dirigida por Gilles de Maistre y co-escrita por su esposa Prune de Maistre. Protagonizada por Daniah De Villiers, el reparto se completa con Mélanie Laurent (El hombre duplicado), Ryan Mac Lennan, Langley Kirkwood, Brandon Auret, entre otros. El león del film en la vida real se llama Thor. La película fue muy bien recibida en Europa, en especial en los países de Francia, Italia y Alemania. Compuesta por los padres John (Langley Kirkwood) y Alice (Mélanie Laurent) y los hermanos Mick (Ryan Mac Lennan) y Mía (Daniah De Villiers), la familia Owen decide mudarse de Londres a una granja de leones ubicada en Sudáfrica. En un principio este cambio a Mía no le cae para nada bien ya que la niña no tiene amigos, aparte de que los animales no le interesan. Sin embargo, en Navidad nace Charlie (Thor), una cría de león blanco que a medida que pasa el tiempo se va ganando el corazón de Mía. Una vez que Mía descubre la función real de la granja de su padre, la joven emprenderá un viaje de seis días a pie para dejar a Charlie en una zona considerada un santuario para los leones. Filmada durante tres años para que en cámara se pudiera notar el crecimiento en tiempo real tanto de la actriz principal como del animal, la película contó con la supervisión de Kevin Richardson, conservacionista y experto en el comportamiento de leones. Sin necesitar del CGI en tiempos en los que casi todo está computarizado, Mi mascota es un león logra darnos una historia de ficción que desde lo visual se ve muy realista. No hay manera de que la relación que forjan Mía y el león no nos enternezca, siendo ésta evolución sin lugar a dudas lo mejor de la película. A pesar de lo inverosímil que se vuelve la trama, el film cuenta con un mensaje súper importante el cual gira alrededor de la concientización sobre la problemática del negocio de cacería de leones. Esta actividad en Sudáfrica es legal, por lo que las organizaciones proteccionistas cumplen un rol fundamental así como también los “santuarios”, espacios donde está terminantemente prohibido que los cazadores disparen a los animales. Sin mostrar de manera explícita las consecuencias de la caza indiscriminada, Mi mascota es un león contiene el balance justo entre momentos graciosos, drama e información verídica. Si sos amante de los animales, el progreso y camino de Charlie hacia una vida sin peligro humano vale mucho la pena.
En un momento actual del cine donde todo se siente digitalizado y apurado para llegar a las salas comerciales y reventar la taquilla en épocas de estío, una película tan encantadora como Mi mascota es un león demuestra fehacientemente que el arduo trabajo de filmar una historia como se debe se traduce en una magnífica y entrañable fábula de amistad entre humano y animal.
Dirigida por el documentalista Gilles de Maistre, Mi mascota es un león utiliza la ficción para hacer una denuncia real. La trama de Mi mascota es un león gira en torno a una niña cuya familia se muda, por cuestiones laborales de su padre, de Londres a África. Le permiten criarse junto a un león advirtiéndole de antemano que no debe encariñarse demasiado ya que sólo pueden compartir compañía durante sus primeros años de vida. Luego, el animal desplegará su espíritu salvaje y ella correrá peligro a su lado. Rodada durante tres años para que se pueda crear una relación real entre la joven actriz y el animal, la película sigue por un lado la relación con este león, y por el otro aquello que concierne al trabajo de su padre, lo que hace realmente y cuál puede ser el futuro del animal. La niña, que de a poco se convierte en adolescente, no aceptará nunca dejar a su querido amigo a merced de un destino cruel. En el medio, ambos van creciendo a la par. Lo curioso es que si bien estamos ante una película dedicada al público familiar, cuenta con un par de momentos aunque no meramente gráficos sí impactantes. Es que no importa cómo y dónde sea criado, el león es un animal salvaje. No obstante, al retratar el mundo de la caza de trofeos no se regodea en esa crudeza y suaviza el tópico. Es que si bien es un relato que pretende funcionar como denuncia sobre ese tema, también quiere ser una historia sobre la amistad. El argumento se desarrolla de manera bastante simple y predecible. Si bien tiene sus momentos de tensión y sus momentos más emocionantes y conmovedores, así como también otros tantos tiernos, no hay una construcción narrativa muy trabajada. Los conflictos son previsibles, se sienten impostados y parecen resolverse siempre sin muchas vueltas. A nivel cinematográfico, se nota el ojo del documentalista, con mucho registro de escenarios naturales, con los animales desenvolviéndose en medio de ellos. Pero allí también están los actores, destacándose, además de la naturalidad de la joven Daniah De Villiers, el rostro más conocido, el de Melanie Laurent, que logra aportar, al menos, una gama de emociones a un personaje tan plano como el resto. Así también, el personaje que funciona como villano, este hombre que quiere quedarse con el animal, da a entender sus intenciones desde su primera aparición. Mi mascota es un león es una fábula que cuenta una historia apasionante de una manera demasiado simplona. Es un film por momentos divertido y emocionante, y con una denuncia clara que al final subraya con una leyenda. Elige la ficción para crear conciencia sobre la caza, en especial la caza de trofeos, la que se hace sólo por placer y por deporte. Sin embargo es una película que aparenta tener destino de televisión antes que de cine.
Tras su éxito en la taquilla francesa llega esta película que es una suerte de fábula, pero que atiende una problemática que se bifurca en varios intereses. Uno, la relación que entabla una niña con un león, desde que es pequeña ella hasta que el animal se transforma en un felino enorme. La otra es la “función” que cumplen en Sudáfrica, donde se rodó esta película, las granjas que crían leones. Se supone que es vender estos animales a zoos o reservas naturales, para “preservarlos”, e inclusive luego reinsertarlos a su hábitat natural. El director Gilles de Maistre se enteró del asunto cuando rodó una serie de televisión francesa sobre los vínculos de los niños con los animales salvajes. E imaginó la idea: la historia de Mia (Daniah De Villiers), quien a los once años traba relación con un cachorro de león, Charlie, en la granja que sus padres Alice (Mélanie Laurent, la joven de Bastardos sin gloria) y John (Langley Kirkwood) tienen en ese país. Pasan los años, y digamos que es difícil mantener al león como mascota de Mia, la relación se ha vuelto fuerte, y cuando a los tres años Mia descubre cuál es la finalidad a la que es llevado su padre con respecto a Charlie. Porque en realidad lo que hacen muchas de estas “granjas” es vender un animal, que luego es soltado en la sabana frente a cazadores experimentados, o no. Lo que sigue se lo imaginan. Y si no, la sabana es grande y Mia deberá realizar una travesía solitaria para soltar al león. La película termina teniendo un mensaje sobre el turismo “de aventura” y sobre la caza en sí misma. Es un relato que a los más pequeños los va a atraer, primero por la relación, el vínculo que la niña tiene con el animal, y luego porque ella hará hasta lo imposible para salvar a su mascota. Técnicamente es irreprochable, y filmar a animales, por más entrenados que estén, no habrá resultado sencillo. Y las actuaciones no viran hacia el melodrama, lo cual hubiera sido contraproducente. Es una opción, no sólo para llevar a los más chicos.
Es extraño afirmar que una película tan lineal, directa y plana como esta sea una rareza, pero así son los tiempos. En Mi mascota es un león vemos a una familia de europeos en Sudáfrica, que crían leones en una granja. Y nace un león blanco, y se hace amigo de la protagonista adolescente, que más bien quiere espantar a todo lo que se le acerque, porque así son sus tiempos y su malhumor. El león se encontrará en algún momento en peligro y habrá una aventura, claro, y habrá algún malo y algunas revelaciones dolorosas que habrá que sanar. Están el auspicio de la fundación del príncipe Alberto II de Mónaco y la crítica a las cacerías para la foto permitidas para fomentar el turismo o una clase de turismo con la que cuesta empatizar. Más allá de consignas poco sutiles, de una música omnipresente y de una narración con escasa sofisticación, Mi mascota es un león (de gran éxito en Francia y otros países europeos) puede valorarse por su apuesta narrativa sin trampas, por su confianza en la conexión entre el espectador y los personajes (y entre ellos) y, sobre todo, por su extraordinaria puesta en escena del protagonista felino. No hay aquí trucos digitales ni disfraces poco creíbles. La relación entre Mia y el león se percibe como es: real, filmada con respeto y dedicación y con un montaje noble y eficaz. Y ahí es donde esta película nos recuerda, por momentos, alguna de las más asombrosas dimensiones del arte del cine.
Aunque el título en castellano no suene muy prometedor, Mi mascota es un león es la mejor película sobre animales que se estrenó en el último tiempo y representa una grata sorpresa del cine francés. Una propuesta que contó la producción de Jaques Perrin, responsable de dos obras maestras del género documental como Microcosmos (1995) y Nómadas del viento (2001). La particularidad de este film es que tiene un contenido mucho más serio y maduro de lo que dio a entender su campaña promocional. El relato presenta un coming of age femenino centrado en el proceso de maduración de una chica y su relación con un león salvaje al que adopta de cachorro. Una característica muy especial de esta propuesta es que fue realizada con el mismo recurso que implementó Richard Linklater en Boyhood. En este caso el director Gilles de Maistre completó el rodaje del film durante un período de tres años en el que registró el crecimiento real de la protagonista y el león, desde que era un cachorro hasta que entró en la adultez. Toda la interacción entre ellos es muy realista y le otorga una carga emocional enorme a la trama. La típica historia del proceso de maduración de la infancia a la juventud en este caso se potencia con el crecimiento del león que eventualmente afectará el vínculo entre ellos. En estos días donde es común que los animales sean reemplazados por efectos digitales la obra del realizador francés ofrece un relato muy emotivo con interacciones genuinas entre los miembros del reparto y los leones. La película logra ser emotiva sin manipular el melodrama y expresa un mensaje contundente sobre los horrores de la caza por entretenimiento, que lejos de ser un lugar común refleja una problemática vigente en la actualidad. Muy especialmente en el continente africano que representa el escenario principal de este relato. Cabe destacar que este film también despertó las críticas de varias asociaciones protectoras de animales en Europa por el hecho que se utilizara el desarrollo real de un león cachorro para este proyecto, que además fue supervisado por el famoso naturalista Kevin Richardson. Un sudafricano conocido como “el encantador de leones” que es muy criticado por las organizaciones que se dedican a la protección de las especies en extinción, debido a su ideología de incentivar el contacto de la gente con los animales salvajes. Un tema que sin duda se presta para su debate. Ahora como propuesta artística la película es formidable y no sorprende en absoluto que se encamine a convertirse en la producción francesa más taquillera del 2019. Para los amantes de este tipo de historia es una gran recomendación para tener en cuenta.
Una chica de 14 ha crecido con un león blanco como mascota y debe salvarlo de ser vendido para liberarlo en África. Salvo por ciertos momentos un poco estirados, esta historia de una chica de 14 que ha crecido con un león blanco como mascota y que debe salvarlo de ser vendido para liberarlo en África es probablemente una historia muy vista. Pero todas lo son, y lo que vale es cómo se las muestra (incluso si se las muestra otra vez). No sólo se trata de un film realizado con enorme simpatía por los personajes y por los espectadores, sino que resulta siempre creíble. Una gran alternativa al cine familiar que nos suele castigar últimamente.
Entrañable historia de amor y amistad entre una niña y una leona, si bien algunos rasgos estereotipados de los personajes adultos le pueden jugar en contra, las resoluciones de situaciones y el rescate de valores simples de la vida la posicionan como un espectáculo ideal para la familia.
Mía se ha mudado junto con su familia de Europa a África. Sus padres crían leones en una granja. Un día nace un león blanco, una rareza absoluta que les puede traer un gran beneficio por su atractivo turístico y sus posibilidades comerciales. Pero Mía, que hasta ese momento estaba enojada por estar en África, comienza una amistad con el tierno y bello león blanco recién nacido. Pasan los meses y león crece, volviéndose casi imposible seguir teniéndolo como mascota. Las tensiones con la familia y ciertas revelaciones siniestras sobre el comercio de animales y la cacería turística le otorgan entonces al film un tono oscuro e inquietante. Ya ver a un león real interactuar con actores resulta un poco angustiante. La película no es una mirada edulcorada sobre el tema, más bien lo contrario. Sin llegar a los límites peligrosos y demenciales de Roar (1981) donde la familia de la actriz Tippi Hedren aparecía junto con sus propios leones en una historia, Mia et le lion blanc consigue en su sencilla narración verse real y sincera. Sin golpes bajos, pero tampoco sin excesos sentimentales.
Amor salvaje. Si bien esta propuesta que en los papeles pareciese venir acompañada de un mensaje ecológico, concentrado en la preservación de los animales salvajes, cabe aclarar que hay un plus que va más allá del convencionalismo de toda película sobre la naturaleza. En la dialéctica de la domesticación de animales salvajes a expensas de privarlos de su hábitat natural surge el mayor conflicto de una trama sencilla, que parte de la idea del transcurso del tiempo a fuerza de elipsis en consonancia con las edades de Charlie, el león africano de singularidad extrema al tratarse de un león blanco, considerado sagrado para los nativos de su lugar de origen. La familia donde llega el nuevo huésped salvaje vive del cuidado de este tipo de animales y hace de ese cuidado un negocio una vez que los machos alcanzan la edad madura. El primer detonante del conflicto es el vínculo del animal con la protagonista Mia, quien además de domesticarlo desobedece los mandatos paternos que la alertan de la diferencia entre un león salvaje y por ejemplo un gato. El vínculo crece exponencialmente y Charlie también lo hace en relación a su tamaño. Sin embargo, llega el día D: a Charlie lo van a vender a cazadores para montaje de caza, es decir matarlo en un territorio cercado y hacerlo de manera legal. Esa práctica real es la que la película expone y a partir de esa exposición toma un rumbo completamente diferente al convencionalismo de propuestas que involucran animales con humanos. Así las cosas, la aventura se vuelve alegato y el alegato un llamado de atención para crear consciencia que el mayor enemigo de la naturaleza no es otro que el hombre, y que el depredador más temible no ruge, sino que se ampara en su cobardía de creerse el dueño de algo que ni siquiera le pertenece.
La película francesa que se estrenó el pasado jueves en nuestra cartelera nos relata la historia Mia, una niña que junto con su familia debe adaptarse a vivir en un granja de leones de Sudáfrica. Si bien las ganas de volver a su antigua vida en Londres generan en ella una inconformidad constante, la llegada de Charlie (un león blanco) modifica su realidad: el hermoso animal se transforma no solo en su mascota, sino también en su mejor amigo. Charlie y Mia construirán un vinculo lleno de ternura y complicidad a lo largo de los años (es interesante ver el crecimiento de la niña y el león en la película, un trabajo digno de destacar debido a que esta se filmó a lo largo de tres años). Llegado a la adultez, el león será la estrella del parque donde vive Mia, hasta que se entera que la vida de su mejor amigo corre peligro. Si bien el eje principal de toda la película es la relación entre Mia y Charlie, el conflicto que surge y la resolución del mismo se vuelve predecible e inverosímil. Es destacable el trabajo de Melanie Laurent (Daniah De Villiers): las escenas con el león y las que comparte con su hermano en la ficción, Ryan McLennan, están muy bien logradas. Los rubros técnicos son impecables y las locaciones donde se filmó la película son visualmente bellas. Sin embargo, le juegan en contra a la historia su linealidad narrativa y los puntos obvios que atraviesa.
El film busca conquistar el corazón de los niños contando esta fabula, a través de una simpática suricata, un precioso león blanco que es la mayor seducción y en el mejor actor del rodaje a quien se le suma la joven Daniah De Villiers interpretando a Mia Owen. Su amor es incondicional y viven en familia con otros animales en la reserva de Kevin Richardson. Se encuentra filmada en Sudáfrica donde muestra que existen granjas que crían leones para conservar la especie, supuestamente luego son vendidos a zoológicos o reservas naturales. Pero lo que se muestra aquí es que 250 mil leones salvajes nacieron en África hace 100 años, sus números han disminuido un 90 % y este último año según expertos quedan menos de 20 mil. Si su número continúa disminuyendo a este ritmo desparecerán por completo de la naturaleza en 20 años. En Sudáfrica en los últimos 10 años, 10 mil leones han sido cazados como trofeos, se arman cacerías, a través de criaderos que no son santuarios, sino lugares donde los leones son criados para la matanza. Aquí se mezcla el documental, la ficción, la fábula, el entretenimiento y la denuncia, los niños disfrutarán cada escena entre los animales, la familia, el paisaje, la aventura y la emoción, mientras los adultos mirarán con otros ojos ciertas realidades.
Cuando los comienzos de una película con animales son como los que vemos en “Mi mascota es un león” se pueden hacer dos cosas, a priori: resignarse al posible empacho de miel, edulcorante, glucosa, azúcar y otros dulces que van a chorrear por la pantalla; o tratar de transitar por lo esencial del guión sin intelectualizar al divino botón porque donde surja un atisbo de sentido común todo se cae a pedazos y hasta surge un dejo reflexivo al estilo: “¿Hasta cuando la gente que hace cine seguirá insistiendo con domesticar animales para tratar de humanizarlos?”. Ahora bien, cuando un guión como el escrito por Prune de Maistre y William Davies confunde punto de giro con volantazo violento, la cosa puede ponerse más espesa en cuyo caso, bien se puede uno levantar de la butaca e irse sin que nadie pueda decir mucho, en especial si fue al cine con los chicos. En fin, se adivina en este estreno una sana intención de querer bajar línea sobre lo nefasto del negocio de la caza furtiva, en especial la de especies en extinción. Ese no sería el problema, sino la forma. Mia (Daniah De Villers) es una nena algo caprichosa y renegada producto de su disconformidad por la mudanza de la familia de Londres a África. No parece querer conectar con nada ni con nadie y hasta se manifiesta con violencia en el ámbito escolar. Mamá Alice (Mélanie Laurent) y papá John (Langley Kirkwood) no parecen dar pie con bola entre instalar su granja proveedora de animales para zoológicos o para estudio (ya hay algo raro ahí), hasta que él intenta calmarla un poco regalándole a Charlie, un cachorro de león blanco divino. Poco tarda ella en conectar con su mascota y las cosas parecen ir de maravillas. Treinta minutos en donde, pese a algunas torpezas del montaje empático cuando se construye el vínculo entre Mia y Charlie (por ejemplo la escena paralela cuando ella va a jugar al fútbol y el cachorro se queda solo), se nos regala ese típico paisaje de la sabana africana con atardeceres bellísimos, tomas casi documentales de los animales en pleno ejercicio de su libertad y amaneceres aún más bellos. Todo muy prolijo en la dirección de fotografía de Brendan Barnes y el montaje de Julien Rey. Mia crece, Charlie también, y mientras el animal va desarrollando sus instintos naturales de macho alfa, carnívoro y peligroso, el argumento sale de la nada con que en realidad todo era una pantalla para ocultar que la granja de animales no es otra cosa que una productora de bestias para ofrecerlas como presas de caza. Una engaña pichanga mentirosa y arbitraria del director y los guionistas que en ningún momento se molestaron en construir seriamente esa posibilidad. Ahí es donde el espectador sigue adelante pese al oscurecimiento del relato, pero no sin un dejo de escepticismo frente a lo que se viene. Naturalmente la reacción de Mia es entendible: defender a Charlie a como dé lugar, pero también atravesando el dolor de saber la verdad. El curso de las acciones dirigidas por Gilles de Maistre toma un decidido rumbo hacia la ridiculez (la escena de ella robando un camión sirve como muestra) y hacia toda posibilidad de aceptar las cosas como vienen. Raro giro teniendo en cuenta que “Mi mascota es un león” estaría pensada como un producto para toda la familia, pero más extraño aún es que la estética no cambie con la nueva propuesta. Como si al director de fotografía también le hubiesen mentido. La moraleja, o bajada de línea, o panfleto, como quiera llamarlo, también comete la torpeza de caer en su propia trampa trazando de hecho la posibilidad de doble lectura en el ámbito familiar (esto de que el infierno está en nosotros y así por el estilo) . Una película que elige la forma tradicional del relato cinematográfico puede usar el truco, el engaño, y en todo caso hasta puede postergar información, pero mentir desde el afiche en su impronta y en el armado es, como mínimo reprochable. Al final de los créditos se aclara que “durante la filmación de esta película ningún animal sufrió daño alguno”. Habría que agregarle “…no nos responsabilizamos por el que pueda sufrir la inteligencia del espectador”