Publicada en la edición impresa de la revista.
Nosotras sin Mamá, cuyo argumento reúne a tres hermanas en la casa de la madre ya fallecida, en el que deberán dirimir la venta (o no) de la propiedad, es la ópera prima de María Eugenia Sueiro. Egresada de la Universidad del Cine y con amplia experiencia en el set de filmación como directora de arte, en esta primera incursión como directora coloca el acento en pequeños detalles en base a los cuales construye las relaciones de las tres mujeres; detalles que evidencian una gran precisión en el manejo de los recursos cinematográficos...
Las hermanas sean ¿unidas? María Eugenia Sueiro llega con un buen curriculum, habiendo colaborado como directora de arte en varias películas de realizadores consagrados (Daniel Burman, Alejandro Agresti, Lucrecia Martel, Anahí Berneri, Sergio Renán, Albertina Carri y Walter Salles, entre otros). Su debut como directora y guionista es promisorio, en esta película que tiene mucho de teatro, ya por sus espacios, ya por sus actrices. Tres hermanas reunidas en la casa materna después de la muerte de la madre, confrontan intereses, rivalidades, cariño. Realizada casi íntegramente por mujeres, el film capta y transmite de manera sutil, graciosa y dramática a la vez, los códigos femeninos, más precisamente los propios de las hermanas, logrando un clima muy particular y real, sin alardes ni pretensiones. Un film pequeño y valioso, con las parejas actuaciones de Eugenia Guerty, Vanesa Weinberg y Nora Zinski, como Teresa, Amanda y Ema, las tres protagonistas absolutas de la historia.
Atrapadas en el absurdo María Eugenia Sueiro, hasta ahora reconocida directora de arte de las películas de Daniel Burman, Lucrecia Martel y Walter Salles, entre otros, debuta en la dirección con Nosotras sin mamá (2011), un drama familiar virado al absurdo con sorprendentes resultados dentro de un género muy poco transitado. Tras la muerte de la matriarca, las hermanas (Ema, Amanda y Teresa) se reencuentran para vender la casa en la que crecieron. Cada una tendrá los motivos suficientes para hacer o deshacer la operación, y es a partir de ahí de ese hecho donde salen a flote aquellos sentimientos guardados que hacen de la hermandad una relación de amor y odio. Filmado en un furioso blanco y negro, Nosotras sin mamá es un film intimista con toques chejovianos que se centra en el conflicto de las hermanas que quedan encerradas dentro de la casa materna. Protagonizada por Vanesa Weinberg, Eugenia Guerty y Nora Zinski, el film juega constantemente con el absurdo y es ahí en donde la película gana narrativamente. La tensión generada por lo que se dice se rompe por la forma en cómo lo dicen. Hay una tensión constante en el aire provocada por el encierro que podría terminar en tragedia pero que la realizadora lleva para otros carriles provocando un anticlímax. Nosotras sin mamá toma elementos del cine indie para contar una historia minimalista, en donde lo que se dice es potente pero por la forma utilizada llega a causar risas en vez de llantos. Y claro está por una cineasta que convirtió un drama en comedia y tres magníficas actrices que pudieron ponerlo en gestos y palabras.
María Eugenia Sueiro es una conocida directora de arte que ha trabajado con muchos directores argentinos de prestigio (Burman, Agresti, Martel, etc). "Nosotras sin mamá" es su ópera prima, una película interesante, profunda, amistosa y cercana, que describe un momento de la vida de tres hermanas apenas posterior a la pérdida de su madre. Filmada en blanco y negro y protagonizada por Eugenia Guerty, Vanesa Weinberg y Nora Zinski, este recorte que elige el guión para caracterizarlas se da en una casa del conurbano bonaerense, cuando una de las protagonistas, apremiada por problemas económicos, convoca a un tasador para liquidar el mayor bien de la fallecida: su quinta. Ahí, conoceremos en profundidad a Amanda, a quien las deudas y la relación con su marido la sumergen en una gran angustia; Ema, quien regresa de Europa por unos pocos días y es la más abierta del grupo y Teresa, la menor, quien duela desde la piel lo sucedido y se aferra a no vender la propiedad donde viviera tantos años y situaciones felices con su madre. En cierta manera, deshacerse del inmueble sería cortar con el lugar donde muchos recuerdos se atesoran y que funciona como nido para estas tres hermanas que la vida llevó por distintos caminos. Por cierto hecho casual, ellas deberán pasar un tiempo elaborando a su manera, todo esto que les genera el reencuentro como grupo (Ema ha llegado especialmente para la ocasión) y la aceptación de la partida física de su madre. La estética del film tiene mucho que ver con el teatro, hay cierta laboriosidad en la construcción de diálogos que hace que vayamos descubriendo de a poco las aristas de cada personaje. Sueiro muestra gran pericia para mostrar el mundo interior de cada hermana. Como cada una ellas siente y asimila lo que sucede y propone estrategias inmediatas y básicas para enfrentar el dolor y el vacio. La película posee mucho lenguaje físico, manifestado en detalles pequeños (el contacto que tienen las hermanas en esta espera, ya sea dentro de la casa o en la proximidad de la pileta, por ejemplo) y siempre elige un registro costumbrista y levemente ácido para caracterizar las emociones. "Nosotras sin mamá" es un buen debut para Sueiro en otro rol. Recomendada especialmente para quienes son amantes del teatro o son degustadores de las cintas donde lo familiar se hace eje y corazón.
Vender o no vender El encierro, tanto el físico como el mental prevalece en el microcosmos de esta ópera prima de la realizadora María Eugenia Sueiro, conocedora del universo femenino y del cine en su rol de directora de arte junto a directores prestigiosos como Lucrecia Martel, Albertina Carri, Sabrina Farji, Alejandro Agresti, Walter Salles y Daniel Burman, entre otros. Nosotras sin mamá parte de la premisa del reencuentro de tres hermanas tras la reciente pérdida de su madre en la casa de familia para decidir si la venden o la conservan. Así, Amanda, Teresa y Ema, encarnadas por Vanesa Weinberg, Eugenia Guerty y Nora Zinsk, intercambian recuerdos y reproches con un denominador común: la imposibilidad de irse de esa casa porque el afuera es una amenaza latente. Esa amenaza que se va construyendo con meticulosidad a partir del uso dramático del fuera de campo en complemento con la acumulación de elementos y detalles cobra sentido en la inercia de las tres mujeres al punto de desencadenar los conflictos y marcar las diferencias de personalidades que se verán acentuadas a lo largo de los 70 minutos en que transcurre el relato, con sutiles apuntes humorísticos que se entrelazan con los momentos de dolor. La puesta en escena planificada al detalle por Sueiro reconoce por un lado el espacio en su carácter opresivo y muestra con planos cerrados o fragmentos la casa, sus rincones, habitaciones, en un interesante intento por reflejar la convivencia de los recuerdos agradables de infancia con los otros que arrastran y convocan fantasmas y la omnipresencia de una madre autoritaria y castradora. La falta de movimiento o grandes desplazamientos de cámara en el espacio encorseta -por decirlo de alguna manera- a la trama en un registro cuasi teatral que sumado al tratamiento de la imagen en blanco y negro decanta cierta melancolía en la que un cúmulo de situaciones cotidianas despliegan el abanico de sentimientos, celos, rivalidades, pasadas de factura, frustraciones, vanidades entre las tres hermanas, quienes tienen dentro de esa dinámica roles bien diferenciados: la pragmática, la frágil y la necesitada económica. No obstante, por momentos la propuesta se diluye al atravesar el umbral entre la anécdota y la historia dando la sensación que podría haberse tratado de un buen proyecto para un mediometraje o cortometraje más que terminar extraviándose en los confines traicioneros del largometraje, a pesar de que no dure la media de 90 minutos convencional.
Fino humor, vínculos y luto Tres hermanas cuya madre acaba de morir quedan encerradas en la casona de la infancia que deben vender. Si uno escribiera una mera sinopsis de Nosotras sin mamá , opera prima de Eugenia Sueiro, se parecería a la de la premiadísima Abrir puertas y ventanas , de Milagros Mumenthaler. Tres hermanas en la casona de la infancia, atravesando un duelo materno, comenzando o no a remontar una ausencia fundamental irrevocable. Tres mujeres a la deriva o, tal vez, en rumbo -plagado de contradicciones- hacia la emancipación definitiva. Pero los personajes de Sueiro, cuya delicadeza y sentido del humor se pulieron en trabajos junto a realizadores como Daniel Burman, Lucrecia Martel, Anahí Berneri o Albertina Carri, parecen más teatrales, inclinados hacia un vago absurdo, corridos del eje naturalista. Sus diálogos, por momentos de sordos, dejan entrever las historias y personalidades de Teresa (Eugenia Guerty), Amanda (Vanesa Weinberg) y Ema (Nora Zinski), aunque esto no importa. Lo importante es cómo los pequeños gestos, las posturas corporales, las palabras y las atmósferas cambiantes echan luz -y sombra- sobre el complejo entramado de los vínculos filiales y fraternales, con sus roles casi inamovibles. La familia como forjadora de personalidad y como corsé, al mismo tiempo. En elegante blanco y negro, con un humor que jamás condesciende al gag, la película nos muestra a las hermanas, poco después de la muerte de la madre, encerradas por accidente en la casona. La única que vive ahí es Teresa, la menor, último apoyo materno. No es raro que sea la que se niegue a vender, la que reclame -tras su aparente rebeldía- protección, la que experimente cambios más profundos. En un ámbito melancólico y abandonado, sin papel higiénico, ni toallas ni tachos de basura, rodeadas de un afuera amenazante, las tres mujeres dejarán entrever, sin comprenderlo, sus deseos, miedos y obsesiones. Una ensayará cierta explicación psicológica de otra, aclarando: “Ojo, que no lo digo yo; lo escuché en la radio”. Un pequeño triunfo del humor por sobre las torpes moralejas.
En esta ópera prima argentina hay fuerte unidad de acción, tiempo, lugar y personajes: en un día de verano, en la casa de su madre que ha muerto recientemente, tres hermanas deciden sobre el futuro del inmueble. Se trata de una propiedad venida a menos -pero con fondo- en Almagro (según el documento que se alcanza a ver, entre Guardia Vieja y Humahuaca). Las referencias directas al barrio son esa, fugaz y casi descartable, y otra más insistente en boca del agente inmobiliario, único personaje masculino que se ve en la película y que aparece solamente en el prólogo. En esos primeros minutos, planteados para establecer informativamente el relato, son acuciantes los riesgos de naufragio de la película de Eugenia Sueiro en un costumbrismo barrial. El agente inmobiliario tiene el pantalón demasiado corto, el peinado demasiado característico, las eses demasiado intermitentes, la puteada demasiado altisonante, el barrio demasiado pintoresco. Las tres mujeres son menos naturales en presencia del tasador. No sólo los personajes, también las actrices se ven afectadas. La incomodidad de esos primeros minutos concluye con los títulos iniciales, que nos dicen que la película se llama Nosotras sin mamá , que impone la primera persona del plural en femenino y frente a una ausencia femenina, la ausencia femenina. Teresa, Amanda y Ema se llaman las tres hermanas que deben decidir el destino de la propiedad, a la que cada tanto llaman "la quinta", como añorando un pasado más grande, o al menos pensado como tal. Una de las hermanas vive en Europa y está a punto de volverse, otra tiene problemas económicos; otra, la menor, tiene otras preocupaciones. Nosotras sin mamá es una película de interacciones, de peleas, de contactos (los primeros planos de besos y caricias son nucleares), de exploración de ese lazo fundamental de la hermandad, del lazo particular de la hermandad femenina adulta y de la conmoción por la reciente pérdida de la madre, que lleva al duelo y sus consecuencias (por supuesto, la decisión sobre la casa es apenas la superficie narrativa). Entre detalles con sólida lógica y singularidad -el papel higiénico terminado y la sacudida en el inodoro de la hermana mayor- y otros más obvios y transitados como el vómito también en el inodoro (esta es una película íntima), en casi todo momento el trío protagónico sostiene la delgada trama del relato. Un relato modesto que, por momentos, cuando hilvana situaciones fluidas y no las corta con alguna nota en falso en forma de énfasis, consigue algo cercano a un retrato de la emoción y las distancias fraternales.
Tres hermanas en busca de una herencia Libre de pretensiones, de formato bienvenidamente menor y con un humor que funciona, la ópera prima de Sueiro tiene una dramaturgia de fuerte impronta teatral, pero el tono de comedia absurda aliviana el lastre de este dispositivo. Tres hermanas vuelven a reunirse en la vieja casa familiar, tras un largo tiempo de no verse y para tratar cuestiones sucesorias, a raíz de la muerte de un familiar directo. Por una coincidencia infrecuente, con diferencia de meses se presentan dos películas argentinas que tratan situaciones casi idénticas. Ambas óperas primas. Ambas dirigidas por mujeres, además. Una es Abrir puertas y ventanas. Desde su presentación en Locarno en agosto del año pasado, el debut en el largo de Milagros Mumenthaler se convirtió en una de las películas argentinas de mayor repercusión en el mundo entero, con varios premios en festivales de primera línea y estreno previsto para los próximos meses. La otra es Nosotras sin mamá, primer film dirigido por Eugenia Sueiro, que viene del campo de la dirección de arte (incluyendo El abrazo partido, Diarios de motocicleta y La mujer sin cabeza) y que se estrena hoy, tras participar de la Competencia Argentina, en la última edición del Festival de Cine de Mar del Plata. Filmada en blanco y negro y con una duración de 70 minutos, Nosotras sin mamá es un film de cámara que tiene lugar en un único decorado (una casa; más que nada, el patio) y cuenta con sólo tres actrices y la breve presencia de un actor (otra coincidencia con Abrir puertas y ventanas). El de las tres hermanas es un módulo que desde Chejov en adelante –incluyendo Hannah y sus hermanas y Miedo y amor, de Margarethe von Trotta– permite tratar tanto el tema de las relaciones familiares como cuestiones relacionadas con la feminidad. En este caso, mamá acaba de fallecer y Ema, la hermana mayor (Nora Zinsky), Teresa, la menor (Eugenia Guerty), y Amanda, la del medio (Vanesa Weinberg), deben decidir qué hacer con la casa. En medio de una circunstancia vital que le cuesta afrontar, Teresa da la sensación de ser la más desprotegida ante la ausencia de la madre. Motivo por el cual se fue por unos días del sitio que comparte con su pareja y se estableció temporariamente en la casa familiar, cargada de recuerdos. Radicada desde hace tiempo en el exterior, Ema, actriz de buen pasar, también tiene lo suyo. Pero lo lleva con suficiencia de prima donna y secretos deslices, como tomar insistentemente de una petaquita y guardarse cosas que eran de mamá. O algunos aún más secretos, como se insinúa más adelante. Amanda necesita cubrir una deuda de 30.000 dólares, producto de un mal negocio del marido, por lo cual se sale de la vaina por vender la casa. Teresa no quiere ni oír hablar de eso y Ema observa todo con semisonrisa burlona. No es el decorado único el que tiñe a Nosotras sin mamá de cierta impronta teatral, sino lo que podría llamarse “diseño dramatúrgico”: un conflicto bien concreto, posiciones bien opuestas, tipologías bien diferenciadas, escenas con mucho ensayo atrás, ajustadas vueltas de tuerca. Que la película esté jugada a la comedia con toques de absurdo aliviana el posible peso de este dispositivo previo. Aunque no necesariamente la teatralidad. Como lo prueba la cartelera porteña, la de la comedia absurda es una de las corrientes más fuertes del teatro contemporáneo. Tanto el muy dosificado sistema de desfases y desencuentros (dos personajes hablan al mismo tiempo, uno dice algo y el otro entiende lo contrario, o dice lo contrario de lo que el otro espera) como los elementos de comedia física (aportados sobre todo por el vendedor inmobiliario, suma de torpezas y tropiezos) pueden hallarse, todos los fines de semana, en cualquier sala del off Corrientes. Libre de pretensiones y de sobrepesos, de formato bienvenidamente menor, con un humor que funciona, algún toque inquietante (la invitación a “dormir la siesta” que Ema le hace a Amanda, antes de recorrer peligrosamente sus piernas desnudas) y actuaciones que oscilan entre el cálculo teatral y la soltura propia del cine, Nosotras sin mamá tiene algo de El juego de la silla, ópera prima de Ana Katz, que también proviene del teatro. La progresiva “cinematización” (con perdón por la palabra) verificable en la carrera posterior de la realizadora de Una novia errante y Los Marziano permite pensar, desear o apostar por un futuro semejante para Eugenia Sueiro, por qué no.
El encierro y el duelo de tres hermanas En su debut como directora, Eugenia Sueiro retrata la historia de tres mujeres bien distintas que se ven obligadas a encontrarse tras la muerte de su madre. El claustrofóbico hogar es el escenario de este film de mínimos gestos. Tres hermanas, la casa en venta de la mamá fallecida, el duelo, el reencuentro obligado y resolver qué se hará con el hogar de origen. Peligro: se viene el psicodrama catártico sobre cuentas pendientes del pasado entre las tres mujeres. Un espacio único como protagonista de diálogos y situaciones en ese ámbito que trae recuerdos y hechos inconclusos nunca aclarados. Peligro, otra vez: se prevé una acumulación de símbolos y metáforas supuestamente necesarias para describir la psiquis de las protagonistas. Sin embargo, los temores previos no se manifiestan en Nosotras sin mamá, ópera prima de Eugenia Sueiro, reconocida directora de arte del viejo y del nuevo (a esta altura, también viejo) cine argentino. Teresa (Guerty), la más chica, no quiere la venta inmediata; Ema, la mayor, se vale de frases cortantes y muchos silencios, en tanto, Amanda, quejosa porque el mundo atenta contra ella, necesita la plata que marca la herencia. Tres personajes fuertes con diferentes características, obligados al reencuentro post mortem, construidos de manera elegante y sutil por Sueiro, quien jamás explicita los conflictos, dejando que el espectador complete la información que transmiten las imágenes. En ese punto el fuera de campo actúa como imperiosa necesidad estética: a Amanda le caen muchas cosas encima de los departamentos vecinos pero nunca se ve a los responsables; Teresa se protege más de una vez en el baño y se transforma en una sombra frente a sus hermanas mayores, en tanto, Ema juega con su ambigüedad sexual, más que transparente en alguna escena táctil y de un erotismo de caricias y a flor de piel. Son tres hermanas que dicen lo necesario pese a que Amanda habla más que a las otras dos. Son tres mujeres que podrían conformar un cuerpo único, el de la madre ausente (otro fuera de campo), pero la directora desconfía de los estereotipos teatrales, profundizando los espacios vacíos y la deconstrucción minuciosa de algunos pequeños acontecimientos, jamás alzando el tono de voz, nunca exaltando los conflictos. La casa, en efecto, es protagonista y el giro de guión lleva a las hermanas a estar encerradas durante unas horas –en tiempo no real pero construido como si fuera tal– permitiendo las pequeñas sociedades, las preguntas sin respuestas, los “tal vez” en lugar de las afirmaciones contundentes. Ese espacio aun gobierna, asfixia, se trate de los interiores con escasa luz o el único lugar al aire libre, ese “fondo de casa” descuidado con la piletita donde Teresa chapotea entre algunas sillas playeras. Film de detalles y mínimos gestos, intimista, diseccionador de tres personajes pero nunca psicologista con una directora debutante y tres notables actrices en roles que desnudan flaquezas y fortalezas por medio algunas palabras e incómodos silencios. El futuro es mujer, eso parece.
Reiterados secretos de familia Teresa, Amanda y Ema se encontraron brevemente a lo largo del tiempo. Quizás nunca pudieron reflexionar sobre eso tan denso y definitivo como son los vínculos familiares. Ahora una situación límite las reúne. La muerte reciente de su madre. Hay una casa, hay necesidades de alguna de ellas que pasa por lo material, pero también hay otras necesidades que no se dicen y se enfrentan a las económicas. LA INFANCIA La necesidad de vender la casa de una de las tres convoca a las restantes. Una, residente del lugar desde la infancia, la otra recién venida del exterior donde está establecida y la tercera simbióticamente unida a la casa, la hija menor dispuesta a no dejar cortar el cordón umbilical de cemento que todavía la une a la madre. "Nosotras sin mamá" marca el debut como directora de Eugenia Sueiro, relacionada con el cine desde hace once años como directora de arte y ambientadora. Su mirada sobre el conflicto es conciliadora, a pesar de que el problema a resolver es complejo. Ni las pequeñas luchas fraternales, ni el entrecruzamiento de sentimientos, ni los odios y amores que sobrevuelan el panorama familiar, son tan terribles como para que sus personajes abandonen la humanidad, las dudas, los traspiés que la conducta individual supone. Cine psicológico, de pequeños sentimientos y detalles, de imperfecciones y deseos de explicar lo inexplicable. LOS RECUERDOS A diferencia de "Casa tomada" de Julio Cortázar, esta casa descuidada, pero generadora de recuerdos y de infancias perdidas, parece no intentar expulsarlas a diferencia de un exterior hostil, donde las piedras tiradas por vecinos insoportables, se conjugan con rematadores convocados que son echados de cualquier manera. Teatral y densa pero con humor, el filme aprisiona identidades y las recluye en la casa del conflicto. Como si las hermanas dudaran entre recluirse en el seno materno de cemento con olor a humedad, condenadas al recuerdo y al reciclado de la infancia, o salir al exterior, definitivamente expuestas al peligro de lo desconocido. Un guión apretado y firme, como el blanco y negro que reafirma la solidez y la actuación de tres importantes actrices, Eugenia Guerty de la muy reciente "La suerte en sus manos", Vanesa Weinberg, aquella integrante de las "Hermanas nervio", del under de los ochenta y Nora Zinski, un rostro poco aprovechado en el cine argentino.
Triángulo a la deriva Una casa de barrio, con una pelopincho en el fondo. Ahí está Teresa (Guerty) tratando de zafar del calor cuando llegan sus hermanas Amanda (Weinberg) y Ema (Zinski) con un tasador. La madre de estas tres hermanas murió hace poco y la idea es vender la propiedad. Al menos esa es la idea de Amanda, la más agobiada por las deudas causadas por un marido irresponsable. A Ema -la mejor posicionada económicamente- le da lo mismo vender o no, pero es Teresa -la menor- la que piensa que es demasiado pronto para desprenderse de aquello que aún la ata a su madre. El conflicto está planteado. La directora Eugenia Sueiro elige el blanco y negro para su debut. Apuesta a la fuerza, al realismo que se suele obtener en la ausencia del color. Sabe además que cuenta con un trío de sólidas actrices que son las que hacen valer cada palabra escrita en el guión y aportan adecuados matices a la acción. A medida que avanza la trama, la tensión crece y allí es donde se aprecia que el tono de comedia adoptado desde el inicio es el apropiado. Sueiro logra demás que la casa pase a ser un personaje más, consigue que sus actrices interactúen con sus ambientes, y sus trampas. Cuando las cosas conspiran y provocan a los humanos, los obligan a relacionarse más allá de lo deseado, al menos conscientemente. "Nosotras sin Mamá" es una propuesta que no desborda originalidad, pero sí talento desde lo actoral y marca un correcto inicio para una directora a quien lo sutil no le es ajeno.
Empatías y rechazos de tres hermanas Teresa (Eugenia Guerty), Amanda (Vanesa Weinberg) y Ema (Nora Zinski) son tres hermanas que quedan encerradas en la que fuera su casa materna y allí saldrán a la luz los conflictos y los afectos que no siempre amanecen en otras situaciones cotidianas. Nosotras sin mamá, el film de María Eugenia Sueiro, parte de una estructura que bien podría ser una obra de teatro de la década del ’70, pero que construye con elementos genuinos un espacio cinematográfico para tener en cuenta. Como decíamos, a partir de aquel “encierro” y de aquella estructura, si se quiere teatral, la directora construye sin embargo una comedia en la que además evita siempre los lugares comunes. Y esto es algo para destacar, aún cuando en los diálogos están presentes los temas familiares comunes. A partir del guión y de las actuaciones, Sueiro construye tres personajes tan disímiles como arquetípicos. Nosotros sin mamá pone en primer plano a estos personajes que son, por momentos, máscaras de sí mismas. A partir del interesante trabajo de la realizadora, las tres hermanas que protagonizan el film juegan cada una lugares sociales, económicos y etarios diferentes, motivo por el cual generan en el espectador empatías y rechazos. En su opera prima en cine luego de tres cortos (Teresa del Gaumont, Eduviges, Aquel mago ocre), la directora Sueiro evita todo maximalismo y esto es un valor que debe remarcarse. Más allá de algunos altibajos en los registros, las actuaciones del trío protagónico son parte esencial de esta película.
Eugenia Sueyro, directora y autora, despliega una inteligente y aguda mirada sobre un vínculo entre hermanos entrañable, con sus aristas oscuras, con su funcionamientos de espejos que nos reflejan aún ante la negación, las alianzas, las desventajas, la fragilidad y la fortaleza. Más cuando se habla de tres. Grandes e intensas actrices.
Hay una calificación muy utilizada en los últimos años con la cual no concuerdo: "nuevo cine Argentino". Entiendo (quiero creer) que la intención es la de separar, o segmentar, el séptimo arte hecho en nuestro país en términos de análisis histórico. En este punto la mayoría concuerda que “Mundo Grúa” (1999) hace las veces de piedra fundamental del término en cuestión desde aquel año a esta parte. Producción independiente, hecha con dos mangos, muy cerca del cine de autor, etc. Todo esto es muy subjetivo, y en todo caso es imposible hablar de etapas del cine sin contextualizar el marco político, social y económico que, en definitiva, es el que termina por influir directamente en cualquier arte, época, y país del mundo. Para colmo, hay muy pocas producciones nacionales por año que obedecerían a parámetros de cine-industria, el resto parece caer dentro de una bolsa de gatos (es una expresión) en la cual conviven Lucrecia Martel y Diego Rafecas, por poner dos ejemplos opuestos cuando se trata de concebir una obra cinematográfica. Así, el espectador se confunde espantosamente a la hora de darle una chance a lo nuestro, y a esta altura resulta muy difícil actuar como guía. ¿Cómo orientamos a alguien a quien, por ejemplo, la mayoría de los más de cien estrenos argentinos le pasaron desapercibido por prejuicios propios, escasa distribución y difusión, falta de salas, etc.? Todo esto expresado para presentar y tratar de defender desde esta posición a una producción muy interesante como “Nosotras sin mamá”. Empecemos por decir que Eugenia Sueiro hace su debut en el largometraje con una obra muy jugada en varios aspectos, a saber: la decisión de rodarla en blanco y negro; la teatralidad de las actuaciones y de los espacios; la poca presencia de la estructura cinematográfica clásica (introducción, desarrollo, culminación, desenlace). Sin embargo, estos factores no impiden disfrutarla. Por el contrario, la realizadora encuentra una manera hábil para transitar un andarivel tan poco común como difícil de abordar a la hora de experimentar en el séptimo arte: generar interés por lo que sucede. Teresa (Eugenia Guerty) Amanda (Vanesa Weinmberg) y Ema (Nora Zinski) son tres hermanas que se reúnen en la casa materna luego de la muerte de esta (acá es donde la falta de color le da un marco de luto). La idea (sobre todo de una de ellas) es decidir qué van a hacer con la propiedad, lo que funciona como disparador para que Eugenia Sueiro comience a construir un universo minimalista en el que sus criaturas transitan las relaciones familiares, el "deber ser" afectivo y el conflicto de intereses humanos. La dirección de arte, y los objetos, son tan importantes como lo es cada plano en el que alternadamente una de las hermanas (la que plantea la situación) se separa de las otras dos. Como dijimos, el gen de la obra es el teatro, pero Sueiro sabe qué elementos utilizar para construir cine de manera tal que, a medida que vamos conociendo a estas mujeres, percibimos que el texto cinematográfico es tan o más importante que los diálogos. No parece haber un sólo plano que no haya sido cuidadosamente pensado, aunque quizá la escena con un cerrajero (en off) suene descontextualizado, pero no hace a la cuestión. “Nosotras sin mamá” es una producción cuyo objetivo pasa más por una mirada introspectiva que por definir un desenlace concreto. Está bien así. Después de todo ¿Quién puede darle cierre a la relación entre hermanos?
En el limbo Aunque pueda parecerlo, una película fuera de moda no es lo mismo que una buena película. Nosotras sin mamá, en principio, resulta una criatura solitaria y sin hogar, que mira de reojo a quienes la rodean, no se sabe si con recelo o franco desprecio. Seguro que con curiosidad no, porque de ser así habría en la película una vibración vital de algún tipo, un gesto que sirviera para evidenciar un mínimo interés por el mundo circundante. Nosotras sin mamá exhibe la promesa de una posible épica íntima que enseguida se desbarranca por falta de contundencia, de auténtica fe en el material que se tiene entre manos. Tres hermanas ya adultas habitan circunstancialmente una casona venida a menos tras el fallecimiento de la madre. La cuestión es vender o no vender. Por un lado la casa es el territorio de la infancia (que acecha fuera de campo, como un fantasma que emite risas y señales de jarana, en forma de unos chicos que tiran bombitas de agua). Pero también parece ser el receptáculo de los sueños rotos, de las aspiraciones incumplidas de una clase media que en el cine argentino suele invitar al grotesco, a la sordidez y a la chabacanería. De esas tres taras, la película se ahorra con cierta gracia las dos últimas pero las suplanta por un tono de nostalgia solapada que acompaña bien a la primera, presentada aquí en su versión moderna, es decir, como si buscara diferenciarse de su original de cuño teatral poniendo el acento exclusivamente en el aspecto físico del asunto: el empleado de la inmobiliaria tiene los pantalones demasiado cortos, y cuando se sienta en una silla inadecuada queda prácticamente a ras del suelo. Su incomodidad manifiesta no tiene ninguna justificación más que la de enrarecer el ambiente, preparándolo para los forcejeos payasescos a los que se entregan luego las mujeres. La menor de las hermanas vomita a cada rato; la mayor saca continuamente una petaca de la cartera y empina el codo a escondidas. Además, como viene de vivir en algún país angloparlante, suelta cada tanto una palabra en inglés fuera de lugar. A la hermana del medio la tienen de blanco preferido los chicos de al lado y se ve obligada a salir al jardín con un paraguas para evitar que la empapen. Para colmo, el cerrajero que interviene fuera de campo hacia el final cecea con pasión. Solo le falta contar un chiste. De esta manera, la película se convierte en un dechado de repeticiones sin sentido, que se salvan de ser portadores de un mensaje pero no pueden evitar la altanería de su propia inconsistencia que se hace pasar por novedad. Nosotras sin mamá no es moderna de ningún modo, pero se cuida todo lo que puede de no parecer televisión con la ayuda del blanco y negro y la ausencia casi absoluta de música. En realidad a lo que más se asemeja es a un ejercicio de cine donde se pone en juego una idea dramática precocida –cómo se enfrentan los personajes con sus propias miedos y miserias al encontrarse en un momento trascendente de sus vidas– para ver de qué manera se tamiza el cliché, se expurga su contenido moral y más o menos se simula una pertenencia a cierta clase de cine que se recibe con beneplácito en festivales. Ni popular ni aristocrática, Nosotras sin mamá habita un limbo sin verdadera nobleza al que una moderada astucia no alcanza en ningún momento a redimir (ni a redefinir) con sus fuegos de artificio de baja intensidad.
Es una historia bien intimista sobre los días de tres hermanas :Teresa (Eugenia Guerty), Amanda (Vanesa Weinberg) y Ema (Nora Zinski), que se reencuentran en la casa de su infancia después de la muerte de su madre y deben decidir el destino de la propiedad a la que ellas llamaban "la quinta", Una de las hermanas vive en Europa y está a punto de volverse, otra tiene problemas económicos; la menor, tiene otras preocupaciones; en un momento sucede algo inesperado, accidentalmente quedan encerradas en esa casa, es cuando la directora comienza a darle forma a la narración y va marcando los encuentros, desencuentros y la personalidades de tres seres diferentes a los que solo los une la sangre o el vinculo. Todo se va desarrollando dentro de la casa como asi también en otros lugares como el jardín con pileta, y niños que viven lindante a la casa, los cuales se divierten haciendo travesuras; y se van intercalando con distintas situaciones que van reflotar del pasado, aparecen los recuerdos, la madre hoy ausente, los miedos, los reproches y salen a la luz los secretos que guardan cada una de ellas. En medio de tanto encierro los personajes pueden transferir al espectador esa sensación de claustrofobia, esta la tensión constante, se van creando distintos climas, jugando con el absurdo, la comedia y al mismo tiempo el drama, todo el film se encuentra en blanco y negro, tiene algo de Chejov, tiene algo del “El juego de la silla”, de Ana Katz, su narración tiende a ser muy teatral, le falta ritmo, a pesar que se encuentra interpretada por buenas actrices, por momentos la propuesta se diluye, le falta fuerza para conmover a la platea, no llega a inquietar demasiado y termina siendo un film fallido.
Singular manera de expresar un duelo La madre murió y las tres grandulonas que tuvo de hijas todavía no crecieron. Y es difícil que alguna vez maduren del todo. A alguna gente el dolor la hace crecer, a otra solo la empuja hacia regresiones de distinto calibre. Eso es lo que pasa con las criaturas de esta película, pero, bueno, a fin de cuentas cada cual expresa su pena y su incertidumbre como puede. La situación ya ha sido transitada, y bien transitada, varias veces por el cine. Alguna figura determinante de la familia ha muerto, y las nuevas generaciones vuelven a la casa natal para hacer el duelo y despedirse no solo de esa figura sino también de la propia casa, de sus muebles y rincones. Ya nada será como antes, y por eso mismo ya ni la propia casa será de ellos. Lindas películas, sentidas actuaciones, música melancólica, ambientes exquisitos de un tiempo que pasó, etcétera. Ya se imagina uno a los hijos de la noble difunta, todos de traje, conversando en el parque junto a la piscina. Bien. Acá hay una pelopincho en un fondo pequeño lleno de yuyos. Y las nenas éstas visten de entrecasa, por no decir que están medio impresentables. Y no se puede decir que tengan grandes, sentidas y poéticas conversaciones. No exactamente. Pero pasa algo singular. Precisamente porque esas personas son un tanto ridículas y hacen tonterías, se puede expresar a través de ellas varias cosas serias, y nosotros las podemos recibir sin que nos duelan tanto. Es un buen método, y además barato. Así lo practica la autora debutante María Eugenia Sueiro, con atendibles resultados, amable juego de actrices, un blanco y negro que despeja problemas y da buen tono, dibujitos infantiles en la presentación, y, de fondo, un temita juguetón. Otro mérito: el chiste apenas dura 70 minutos.
Tres mujeres se encuentran accidentalmente encerradas en la casa que su madre les ha dejado. Una está de paso y vive en el exterior, otra está desesperada por vender la casa; otra, la más joven, no puede reaccionar a la pérdida. Con mucho rigor y el muy buen trabajo de sus actrices, el film pinta un panorama de las relaciones que pasa de lo humorístico a lo perturbador sin perder el humor. Viaje interior a tres hermanas mientras el mundo sigue allí, su fotografía en blanco y negro y grises complementa perfectamente lo que pasa dentro de sus criaturas.
EL DUELO COMO LIMBO Ópera prima despareja, con algunos aciertos y decisiones cuestionables, lo que alcanza para entender que detrás de cámara existe una directora a tener en cuenta. Sólo por azar dos óperas primas recientes, dirigidas por mujeres, giran en torno a esa experiencia imposible de transmitir (pero interesante de filmar) que se conoce como duelo: la sofisticada Abrir puertas y ventanas de Milagros Mumenthaler y Nosotras sin mamá de Eugenia Sueiro. En las dos películas los herederos son tres hermanas. Prácticamente están solas y el duelo se vive como un limbo, un paréntesis sin tiempo preciso en el que secretamente se trabaja sobre la percepción de una falta infinita en pos de naturalizarla. No es sencillo. Sueiro propone un limbo sin ventanas y la única puerta que lleva al mundo exterior permanecerá cerrada. La casa materna, que una de las hermanas quiere vender, otra conservar por un tiempo y que a la tercera parece resultarle indiferente, luce como un útero materno al aire libre sin salida. El jardín con su pileta infantil y los interiores de la casa transmiten encierro, detención, asfixia, y aun así la atmósfera, “pintada” en blanco y negro, no es lúgubre sino enrarecida. La inteligencia formal de Sueiro se verifica en sus heterodoxos planos cerrados, no necesariamente primeros planos; de lo que se trata es de evitar toda exterioridad. A lo sumo, caerán objetos de los vecinos, que permanecen en fuera de campo, y para una de las hermanas esto refuerza su malestar. Amanda quiere vender, necesita el dinero y algunos signos indican una situación afectiva difícil. Susana, en cambio, desea casi infantilmente retener la vieja “quinta”, y habrá una revelación paulatina que explica en parte su deseo. Ema, que vive en el extranjero y es actriz, acaba de separarse y es posible que su único refugio esté en su profesión. Éstos son los datos empíricos, la conducta visible (que incluye un sugestivo gesto cargado de erotismo), y así como no vemos el rastro de los otros, tampoco se exteriorizan conflictos y por consiguiente ninguna psicología se explicita. No sucederá mucho más, excepto cuando la austeridad emocional se trastoque con pasajes cómicos, a menudo subrayados por motivos musicales innecesarios, que suelen carecer de timing y no parecen enhebrarse orgánicamente al paisaje emocional propuesto por Sueiro. Lo que podría ser una virtud, la introducción de la risa en el contexto de una pérdida, deviene en rémora, y entonces lo ridículo, involuntariamente, merodea.
Publicada en la edición digital de la revista.