Toda la acción de esta película transcurre dentro de un comercio que vende telas para vestidos de fiesta. Hay una única escena en la que la cámara se aleja de ese espacio cerrado: cuando cruza momentáneamente la vereda para hacer un plano del frente del local y de su marquesina, en donde se lee el nombre de la sedería (“Kreal”) y su especialidad: novias, madrinas, 15 años. En ese plano general también comprobamos que los dos locales vecinos se dedican exactamente a lo mismo. La concentración geográfica por rubro es habitual en diversos lugares de Buenos Aires, algo que en el caso de Once se convierte en pura esencia, en una forma de ser, porque al caminar por esa zona los rollos de telas parecen cobrar vida propia, atiborrando con sus excesos las veredas ya de por sí muy transitadas. ¿Cómo hallar lo singular en este paisaje de repeticiones? De ingresar en los negocios se trata, para observar y escuchar. Y así como Daniel Burman intentó hace unos años capturar la mística del barrio en El abrazo partido, ahora los hermanos Diego y Pablo Levy regresan a Once para narrar la historia de esta sedería que pertenece a su padre. Los realizadores sabían perfectamente que no serían las tafetas o los encajes los que aportarían los colores brillantes: aquí los protagonistas del film son el patrón y sus cinco simpatiquísimos empleados, hombres que trabajan en un negocio visitado principalmente por mujeres, a quienes ellos aprendieron a convencer deslizando el piropo justo en el instante indicado. Gajes del oficio. Allí está el vendedor que fue jugador durante muchos años y logró curarse del vicio, aunque aún le queda el gustito por la lotería. O el que aconseja aferrarse a algún hobby para evitar que las ideas frustrantes nos devoren (“En vez de ir a un psicólogo, yo colecciono estampillas.”) O el que se confiesa fanático de Los Beatles, Modern Talking y Whitney Houston, mientras enumera todos los títulos en español de “Abbey Road”. (Ella entró por la ventana del baño, El martillo plateado de Maxwell… ¿cuánto hace que no escuchamos esos títulos increíbles pronunciados en nuestro idioma? Es la clase de magia que perdimos en las cosas más simples). También está el que cree con fervor en Dios, y el que probablemente sea uno de los grandes personajes de este Bafici: Andrés, el loco y voz cantante del grupo (“Si a este algún día lo agarran y lo encierran, no lo sueltan más”, advierte entre risas uno de sus compañeros). Es un recorte de detalles, apenas unos pocos trazos de biografías cuyas complejidades exceden las modestas ambiciones de este documental. Una intuición se afianza, sin embargo: estos señores son sabiamente conscientes de que ni ellos ni nosotros somos capaces de seguir adelante sin forjar de alguna manera una sintonía aparte, sólo nuestra, en nuestras cabezas. En los breves testimonios se resumen luchas de toda una vida, luchas contra ellos mismos, que continúan y persisten porque existe un ámbito que las contiene. Elías, Antonio, Pablo, Alberto, Ricardo y Andrés trabajan juntos desde hace décadas y sostienen un tipo de vínculo laboral y afectivo muy especial, de esos que no pueden encontrarse en la volatilidad económica de hoy. Por eso esta película, más allá de las anécdotas, habla de un mundo que ya no es. Habla de cosas como el respeto y la confianza. Especies en extinción, tal vez.
Relaciones telares Pablo y Diego Levy nos adentran en el universo de una sedería del porteño barrio de Once en Novias - Madrinas - 15 años (2011), pero no para retratar la historia de los telares y su multiplicidad de texturas, sino la relación de cada uno de los personajes que conviven diariamente en ése hábitat tan particular. Los directores ubican la cámara en la sedería de su padre “El Negro” Levy, un comerciante del Once especializado en el rubro de las telas para vestidos de fiestas, que cuenta con cinco empleados, todos unos personajes en sí mismos. La película se basará en la descripción de cada uno de ellos y la relación que se fomenta entre ambos. Con mucho sentido del humor, los directores estructuran su documental poniendo el acento allí donde lo particular de cada personaje sale a la luz. Y es en esa suerte de espacio común, donde estos personajes comparten diez horas diarias de su vida formando una extraña familia. Relaciones de hermanos, de abuelo-nieto, de padre-hijo, de compadrazgo, se fomentan cotidianamente casi sin proponérselo y el documental se regodea de ello. Los directores no hacen más que presentar a cada uno de los personajes, inclusive su padre, con sus dones, sus dramas y su sentido del humor, siempre sobre una tela especial de fondo, dándole la textura y el color a la personalidad de cada uno de ellos. Novias - Madrinas - 15 años se sostiene en la figura de cada uno de los protagonistas. El jefe, el loco, el jugador, el abuelo, el asistente, el compañero, son algunas de las tantas tipologías que adquieren los personajes en el arte de la venta de telas al convivir mutuamente. Como diría Moisés Khabie: “Acá soy Ricardo, es mi nombre artístico, en la vida real soy Moisés”.
Mi mundo privado Los directores registran en esta película ganadora del premio del público en el último BAFICI la cotidianeidad de la sedería del barrio de Once que desde hace décadas maneja su padre, el "Negro" Levy. Con testimonios a cámara (fija) tanto del patrón -de fuerte carácter- como de los viejos empleados (todos personajes bien porteños, con facetas hilarantes, al borde del patetismo, pero finalmente bastante queribles), y con cuidadas imágenes, muestran la relación que establecen con los muy diversos clientes que llegan al local de la calle Azcuénaga en busca de telas para sus vestidos de fiesta, El dúo -que se ocupó de todos los rubros en una producción más que artesanal pero no por eso poco rigurosa y de sólido acabado técnico- construye una pequeña y simpática película, de esas que se ven con agrado en su registro de un microcosmos con reglas y códigos propios, que no tienen pretensiones de trascendencia, pero que resultan entrañables. (Esta reseña fue publicada con algunas modificaciones durante el BAFICI 2011) Biografías: Diego Levy: Nacido en Buenos Aires en 1973, es fotógrafo y autor de los libros Sangre (2006) y Choques (2010). Ha recibido distinciones de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano y el Salón Nacional de Artes Visuales, además del primer premio en el concurso Fotografía del Bicentenario. Pablo Levy: Nació en Buenos Aires en 1987. Estudió actuación con Nora Moseinco y dirección de fotografía en el Centro de Formación Profesional SICA. Participó como actor en cine, publicidad, teatro y televisión. Novias - Madrinas - 15 años es el primer largometraje de ambos directores. Dos preguntas de OtrosCines.com a Diego Levy -¿Cómo surge el proyecto, cómo lo pudieron desarrollar y qué apoyos tuvieron? -El proyecto surge en el velatorio de mi abuelo, el trabajo unos años en el negocio y cuando murió todos los empleados fueron a saludar a mi viejo. Cuando vimos con mi hermano a esos personajes fuera de su mundo cotidiano, dijimos que teníamos que hacer algo. En principio quisimos filmarlos individualmente y hacer una serie de cortos, pero después decidimos hacer un documental que incluya también a nuestro padre y a la vida del negocio. La hicimos con lo que teníamos, la filmamos con nuestras cámaras y la editamos en la computadora de mi hermano. No tuvimos ningún apoyo, tampoco lo pedimos , nos planteamos el desafío de hacer una película sin plata, sin apoyo alguno de producción. Sólo contamos con la colaboración desinteresada de algunos amigos en la música, el diseño, y otros detalles. -¿Cómo definirías a la película (tema, búsquedas, estilo, desafíos que se plantearon)? -Es un documental con una estructura clásica de entrevistas y situaciones cotidianas. No te podría definir un estilo, yo me dedico a la fotografía desde hace 20 años y nunca estudié cine. Lo que tratamos de hacer fue una película que no caiga nunca, que no aburra y que sea bella.
El arte de vender Novias, madrinas, 15 años, es el título de este documental atípico que formó parte de la Competencia Argentina en el último Bafici. Hace referencia a la especialidad de la sedería kreal, ubicada en pleno barrio de once, en la calle estratégica donde se encuentran los negocios que venden telas y que son visitados asiduamente por mujeres de todas edades en busca del vestido de sus sueños. La particularidad de este local es sin lugar a dudas el grupo de vendedores, todos ellos con una personalidad e historia diferente como el jugador compulsivo; el loco inofensivo; el coleccionista de estampillas o aquel que se confiesa fanático de los Beatles y de Whitney Houston al mismo tiempo y recita de memoria la lista de temas del disco Abbey Road. Ellos y su carisma muy marcados son los protagonistas de este relato documental que la cámara de los hermanos Diego y Pablo Levy logran capturar en un juego que va desde la impostura a la espontaneidad en un segundo sin perder el eje de la trama: el universo interior de un local tradicional que vende sedas. Los realizadores merecen un reconocimiento doble por este hallazgo ya que por un lado encontraron el tono justo para retratar la actividad de su padre Elías Levy, dueño de la sedería, sin recaer en un típico documental de familia y por otro apelaron a la naturalidad de sus empleados con testimonios bien dosificados a cámara que conjugan humor, ternura, amor por lo que se hace y un magnetismo pocas veces conseguido en este tipo de personajes. El resto es para que el público se deleite con este convite singular, fresco, no solemne y conozca un mundo poco explorado por el cine, que gracias a una cámara lúcida, atenta y no invasiva que deja que cada testimonio fluya, sumado a un montaje prodigioso, realzan la pantalla y contagian ese vigor necesario para volverse inolvidable durante los 60 minutos de metraje. Detrás de las tafetas y los encajes, apilados ordenadamente en el local, se encuentra oculto el relato de una historia familiar rica, tanto la de los cinco empleados como la de su patrón -parco pero de buen corazón según lo que ellos declaran- en anécdotas, porque en definitiva eso es lo que representa este conjunto variopinto, unido por el afecto de décadas en el mismo trabajo, siempre al servicio de las demandas y caprichos de las clientas, aunque conocedores natos de la psicología femenina, quienes a fuerza de creatividad y pasión por el oficio hacen de la sedería Kreal un espacio apto para ser filmado y por supuesto descubierto por aquellos que buscan rarezas en un micro universo donde todo parece igual y repetido como las sedas.
Un vistazo a la vida cotidiana del comerciante porteño Dentro del Nuevo Cine Argentino nacido en la década del noventa del siglo pasado hubo un cortometraje clave y que no estuvo en Historias breves. Se llamaba Negocios (1995), de Pablo Trapero, y en 16 minutos contaba la vida -un modo de vida- de y en un negocio de repuestos para automotores de San Justo. El negocio de Negocios era el negocio del padre de Trapero. Negocios era un corto que respiraba autenticidad; algunos años después, Trapero daría la vuelta al mundo con Mundo grúa. En la tradición de Negocios se ubica Novias-Madrinas-15 años, de los hermanos Diego y Pablo Levy, que pintan, en un pequeño gran largometraje de una hora de duración, la vida -un modo de vida- de y en una sedería del barrio de Once. La sedería de Elías Levy, padre de los directores. Riesgo de documental casero familiar, anulado. Riesgos de amateurismo y de exceso de confianza, anulados. Riesgo de mera observación de ojo bovino (holgazán), anulado. Los directores, con radiante sencillez -lograda mediante capacidad de sustracción y claridad estructural sofisticadas-, obtienen una película honesta, modesta y entrañable. Presentan a cada empleado, que cuenta un poco de su vida, algo del trabajo, otro poco "del arte de la venta". Hay también algunos momentos de interacción con los clientes (que son casi todas clientas), otros momentos de la vida cotidiana en el local (prácticamente no hay planos fuera de él), y tenemos la sensación o, mejor dicho, la plena seguridad, de que se relata un mundo que se entiende, se conoce y se siente cercano. El último personaje en aparecer es el dueño, Elías, alias "el Negro". Para ese entonces, ya ha sido descripto y entrevisto su carácter (cascarrabias, gruñón, comprometido con su local). Y para ese momento de la película ya hemos atesorado las entrevistas no con telón de fondo sino con tela de fondo. Como si esas telas iluminadas fueran la pantalla azul o verde de los rodajes del Hollywood clásico, permiten imaginar los relatos que se nos cuentan, como si fueran a cobrar vida y movimiento ante nosotros: la historia de amor del viudo, el triunfo millonario en el casino en Europa del jugador, el coleccionismo "para evitar el psicólogo" del filatelista, el público con el que parece soñar el cantor. Novias-Madrinas-15 años relata un mundo cotidiano que a la vez parece estar en vías de extinción: los comercios de la ciudad de Buenos Aires atendidos por sus dueños y con empleados que ya llevan décadas trabajando. Empleados articulados, curtidos, no sin orgullo profesional y hasta con cierto amor por un local al que llegan mayormente señoras y chicas a comprar telas, con el plan de lucir espléndidas como novias, madrinas o quinceañeras.
Nada más que gente de trabajo Pequeña, amable, sencilla, simpática. Estos son algunos adjetivos con los que se puede definir al documental de Diego Levy y Pablo Levy, Novias-Madrinas-15 años, aunque no sería justo para hacerse una idea de este film que sí, es pequeño, pero a la vez consigue eludir cualquier prejuicio que uno pueda tener y que es mucho más que una película simpática. Lo de “simpático” es un calificativo que se le suele dar a esas películas que no aportan mucho pero que por algún motivo se nos hacen agradables de ver y seguir. Pero no, Novias-Madrinas-15 años es mucho más que algo que causa simpatía ya que sobresale por ser el reflejo de un universo particular y concreto -las sederías del barrio de Once, en Capital Federal- sin nostalgias lloronas y por el sólo hecho de hacer foco en una profesión casi en vías de extinción y describirla, sin mayores hallazgos formales, con precisión y multiplicidad de miradas. La sedería que retratan los Levy es la de su propio padre, Elías Levy. Y ahí, el film elude uno de los primeros reparos que le podíamos hacer de antemano: no se nota ese parentesco entre los realizadores y el personaje central. Movimiento inteligente, en Novias-Madrinas-15 años aparece un grupo de empleados de la venta de telas -cada uno con su universo particular y candidato al mote de “personaje”-, quienes van haciendo una deconstrucción del jefe. Por eso, para cuando Elías Levy aparece en cámara, uno ya tiene una idea formada sobre su persona: sabe que es cascarrabias, malhumorado, de carácter irascible, pero un profesional y alguien que ama lo que hace. Hay en ese trabajo de montaje todo un proceso que simula al del cine de suspenso: al final podremos decodificar esa información. Y el Elías Levy que aparece, es un poco todo eso que se había mencionado. Los directores no hacen nada por aminorar la posible imagen negativa que se cierne sobre su padre, y no por eso dejan de reflejar ese mundo sin una cuota inmensa de cariño. Sin hacerse cargo de los alardes formales que recorren hoy el mapa del cine documental, los Levy recurren al busto parlante y saben que los personajes y el universo que tienen delante de sus ojos son tan singulares y generan tanta relación con un público determinado que se sostienen por cuenta propia. De esa manera, además, cualquier dificultad de producción es muy bien aprovechada y el documental, de poco más de una hora, fluye velozmente. Pero si hay algo más interesante aún, es que los hermanos Levy construyen su film apartándose casi de la realidad: aún sabiendo que las ventas de tela del barrio de Once, al menos en ese estilo, son parte de un mundo que hoy luce anticuado y están al borde la extinción, reniegan de cualquier atisbo de melancolía o nostalgia llorona. Y además, ambientándose únicamente en el interior del local, la película nunca hace gala del encierro, ni apuesta a la decadencia con la intención de una mirada retrospectiva del mundo. Novias-Madrinas-15 años es el retrato de un grupo de trabajadores, las vicisitudes de su profesión, con goce, alegría, diversión y las amarguras que muy de vez en cuando surgen. Mostrar la realidad es mucho más sencillo de lo que algunos realizadores creen. Es sólo ir, mirar y retratar. Con criterio, eso sí.
Me habían hablado muy bien de "Novias, madrinas, 15 años", principalmente por su gran desempeño en el BAFICI, donde cautivó a muchos durante la competencia nacional. El tema de este documental de los hermanos Levy es el devenir de la vida misma, dentro de un colorido grupo de vendedores (y su dueño), en una tradicional sedería ubicada en pleno Once, corazón del ramo. Para que un registro de este tipo funcione con el público, los personajes que lo transitan deben ser queribles, intensos, con aristas... en cierta manera, poseedores de cierto carisma... De lo contrario, el film sólo termina siendo interesante para los que son de la actividad y poco más. Debo confesar que vivo en Balvanera y se que la actividad comercial del barrio ofrece muchas anécdotas y buenas historias para la mirada curisosa. Cada negocio es un pequeño mundo y los Levy reflejan estupendamente el suyo (son familiares del propietario) y lo desarman para compartirlo con nosotros. Un local a la calle, varios empleados que atienden el lugar hace años, toneladas de rollos de tela, vidrieras, mostradores, depósito... y gente. Personas que buscan telas para vestidos de fiesta y saben que Kreal (el nombre del negocio) tiene lo que ellos necesitan. Elías Levy (19 años en el rubro con este emprendimiento) es el dueño y nos deja conocer a su pequeño mundo. Ya desde el inicio percibimos que a la mayoría de ellos, le gusta lo que hacen y lo hacen con pasión. Es cierto que poner el ojo sobre cualquier grupo humano que lleva cierto tiempo junto es un tema atractivo. Los contrapuntos pueden ser muy interesantes: lo vincular aflora y este caso no es la excepción. Como dice alguien en el relato, esta gente comparte 10 horas por día codo a codo y puede dar cuenta bastante bien de quienes los rodean. Hay respeto y algo de humor en cada caracterización de los compañeros, información necesaria para delinear el espíritu que los une. Lo singular de esta "Novias, madrianas, 15 años", es que todos los empleados de Kreal se abren a contar su historia, relajados y con bastante franqueza. El entrecurzamiento de miradas sobre lo que cada uno hace y cómo lo hace, les anticipamos, da tela para cortar (ejem!). La estructura del relato alterna cortas charlas con el personal, algunas tomas con el público que está en plena compra y mucho registro incidental sobre la energía que circula en el local. Desfilan las estrategias de venta, los perfiles de los clientes bajo la crítica mirada de algunos vendedores y el grado de realización personal que tienen con sus propias vidas. Pareciera que el film no es nada especial pero... Lo es. Será quizás porque refleja un universo laboral rico y la relación entre un equipo que se conoce y sabe lo que hace. Tal vez sea el hecho de que esta pequeña pyme representa muchas que conocemos y esa identificación atrae. No lo sabemos con certeza, pero sí podemos dar cuenta que Diego y Pablo logran un buen retrato de este espacio, redondeando un promisorio debut. Merecen además, reconocimiento porque aprovecharon la cercanía familiar para potenciar el mensaje y evitaron los clichés de documentales de familia que acechan a los realizadores con poca experiencia. En lo personal, sólo reconozco que me costó la cámara fija para el registro de las entrevistas y que los fondos de telas para cada empleados no me parecieron buenas elecciones, pero va en gusto. Quizás ustedes ni perciban esto. Es una peli chiquita pero valiosa y eso no se le puede negar. Nota extra: los directores están reuniendo fondos para lanzar el DVD de "Novias, madrinas, 15 años" y prometen regalos para quienes los acompañen en esa empresa, anoten esta dirección http://www.indiegogo.com/brides
Diego Levy y Pablo Levy realizan este documental acerca de su familia: la real, su padre, Antonio ‘el negro’ Levy, y la adoptada, originada en la relación empleado-empleador en la sedería del barrio de Once, negocio familiar. Cada uno de ellos es un personaje que bien vale la pena para hacer un corto documental independiente. Pero juntos aquí hablan de, por un lado, el oficio. Algunos lo aman más que otros, pero todos son en definitiva vendedores. Con los años aquirieron la paciencia para calmar los nervios de las ansiosas compradoras (novias, madrinas, quinceañeras), para saber si un cliente promete o sólo está de paseo. Y por otro lado, se intuye o se deja leer algo sobre la relación laboral en las Pymes argentinas, fábricas o negocios generalmente familiares, donde la relación jefe-empleado es siempre confusa. Donde se comparte el día a día, donde el dueño parece un compañero de trabajo…pero siempre hay un momento donde la diferenciación de roles se marca abruptamente. No hay en este documental ninguna innovación en cuanto al modo de relatar: el film se estructura de modo tal que cada uno de los entrevistados tenga como fondo una tela diferente (por su textura o color) que hable de sus gustos o personalidad. Y luego se "ejemplifica" la relación que cada uno desarrolla verbalmente acerca de sus compañeros en pequeñas situaciones que se dan en la sedería, atendiendo a los clientes o mientras esperan entre una venta y otra. Con todo, Novias, madrinas, 15 años es un film bien porteño, retratando un negocio en uno de los barrios más populosos de la capital, con una mirada simpática y no muy profunda sobre dos pilares de la sociedad: la familia y el trabajo. Publicado en Leedor el 23-02-2012
Las nuevas tecnologías han democratizado la posibilidad de hacer películas. La baja en los costos que han implicado los avances en las filmaciones en digital, explican la posibilidad de que, en determinado momento, dos hermanos (Diego y Pablo Levy), ligados sólo lateralmente al mundo del cine (a través de la fotografía el primero y de la actuación el segundo), puedan haber tomado la decisión de filmar el microcosmos que envolvía el lugar donde trabaja su padre...
Microcosmos en el Once Documental de Diego y Pablo Levy en torno de una sedería en la que trabajan entrañables personajes. En tiempos de películas ampulosas y mercantilismo impersonal, Novias, madrinas, 15 años rescata -con elaborada sencillez- un universo cargado de identidad: ínfimo, atávico, artesanal, acaso en vías de extinción. El de los vendedores de telas del Once. O, más exactamente, el de la sedería del padre de los realizadores: microcosmos en el que, detrás de la mirada externa y la igualadora rutina, conviven personajes de barniz común y esencias peculiares. Sin énfasis, pero sin indolencia, los Levy los retratan individualmente e interactuando, en una suerte de ecosistema laboral con leyes creadas por los años. El resultado es una película honesta, perspicaz, cálida, nada tediosa. En apenas una hora, a través de suaves y precisas pinceladas, los directores transmiten también una atmósfera rica en matices. Atmósfera que los hermanos Levy conocen a la perfección, aunque no la hayan elegido como destino laboral sino -en este caso- artístico. Los empleados y el dueño del negocio van hablando a cámara, cada uno a su turno, con un fondo de seda que va variando, excepto en su delicada belleza. Pequeñas anécdotas, rasgos, gestos, confesiones: elementos suficientes para trazar las coordenadas de este mundo. Siempre dentro del local, entre clientas, nos acercamos a esos entrañables hombres mayores: a aquel que, después de 60 años en el ramo, confiesa que nunca le gustó ser comerciante; a aquel otro que, en las antípodas, jura que vender sedas es el centro de su vida, un arte, aunque perdió todo lo ganado por su adicción al juego. O a ese otro, el más freak , que canta una rara versión de Me gusta ese tajo , con un palo de escoba a modo de guitarra, y narra un pasado nocturno, en ámbitos de “alcohol, drogas, mujeres, travestis, prostitución”. O al religioso, que recuerda haber contactado a un pastor cuando las ventas eran pobres. Levy padre, centro de ese cosmos, cierra los testimonios: parece tan cabrón como noble. La ropa impecable, el tono -estricto y melancólico; apasionado y resignado al mismo tiempo-, y cierta incomodidad frente a cámara lo definen mejor que cualquier palabra. El resultado de un cine simple, cuidado, al margen de la manipulación sentimental, pero con alma.
Novias, madrinas, 15 años es el relato de un hallazgo, el de la sedería Kream ubicada en Once y de sus empleados. A todos se les da un espacio propio (delimitado por el fondo de un paño colorido, distinto en cada caso), una especie de confesionario desde el cual pueden contar con libertad los avatares de su trabajo y vida personal. Fuera de las anécdotas deliciosas que cada uno tiene para aportar, los chispazos más intensos se producen cuando varios entrevistados hablan de la misma persona y la construyen desde lugares distintos. Es el caso de Levy, el dueño o “empleador” (como lo llaman algunos), presentado como una especie de rival y noble antagonista por parte de Ricardo y como patrón cascarrabias pero de buen corazón en la versión de Andrés. Pero más allá de los testimonios, varios de los mejores momentos de Novias… aparecen durante las ventas: los protagonistas tienen tácticas múltiples para acercarse a un cliente y quebrar su resistencia, o cuentan con defensas varias ante el acoso de los posibles compradores. El truco de prender fuego un pedazo de seda para comprobar su calidad o el recitado de memoria de las bondades de cada producto dejan ver la frondosa experiencia en el rubro de los protagonistas y la puesta en práctica de sus mañas y triquiñuelas, además de exponer una mínima (pero impresionante) parte del vasto y complicado mundo de la compra y venta de telas y de sus innumerables especificidades. La marca de la ficción se instala con claridad en el documental de Diego y Pablo Levy, como se percibe en el armado de algunos planos, y la película no busca disimularlo. Pero fuera de ese manejo autoconsciente de las herramientas del documental, Novias… es el cuento de un descubrimiento, el del local Kream y de sus empleados amables, complicados y queribles.
Vendedores de Once, especie en extinción Más que una película en el sentido habitual del término, esto parece un muestrario de lujo. Así como los vendedores de una sedería despliegan ante la compradora uno o dos metros de tela, y tres o cuatro piezas de los estantes cercanos, para deslumbrarla con la descripción y ostentación de sus diferentes cualidades, así también se nos muestran acá algunas particularidades llamativas y/o representativas de cada vendedor, y un puñado de vendedores de una sola sedería. Exclusivos de la casa. Únicos en toda la zona. Los mejores. La acción, casi toda, en un conocido local de Azcuénaga casi Corrientes, tradicional barrio del Once. Allí trabajan desde hace años los señores (por orden alfabético) Angel Andrés Calabria, José Antonio Espido, Ricardo Khabie, Elías Levy, alias El Negro, Héctor Alberto Passalacqua, Pablo Sayago. Con una salvedad: Khabie se llama Moisés. «Ricardo es mi nombre artístico», explica con inefable sentido del humor. Porteños todos, porteños viejos. Uno de ellos, ya octogenario, hace 60 años que está en el mismo ramo, aunque dice que no le gusta. Porque está el que dice que no le gusta, como el que disfruta esto como un arte, el que respira a pleno recién cuando sale y el que se muere si no viene un día a su local, etc., cada quien con su mirada, su filosofía, su hobby o su raye. Típicos miembros de una profesión particular: no cualquier empleado de comercio es vendedor en una sedería de primera. Y de un tiempo que se va: no cualquier empleado tiene hoy el lujo de trabajar décadas en la misma empresa. Así era en el viejo Once, dirán dentro de poco quienes vean este documental. Sin nostalgia, porque acá no hay nostalgia, sino alegría de llegar a conocer semejantes personajes, una oportunidad que algunas clientas no saben apreciar, absortas como están en el análisis de gasas, tules y puntillas que lucirán en el vestido de cumpleaños o casamiento. Otras, en cambio, hasta se sacan fotos con el vendedor. Es que ya están empezando el álbum de la fiesta, y ese tipo las trató tan bien que hasta merecería que lo inviten. La exposición es equitativa. Cada uno, desde el cadete al patrón, es presentado de modo similar y parece ocupar una similar cantidad de tiempo para decir lo suyo. O cantarlo, según el caso. Y cada uno se da a conocer por lo que dice, y por el modo de tratar a las clientas y a los compañeros de trabajo. Con quienes pasa diez horas cada día, aunque eso no los haga necesariamente amigos. Pero pasan entre ellos más tiempo que con la propia familia. Así, y ahí, precisamente, los conocieron desde hace años los realizadores de esta película, Diego y Pablo Levy. Son los hijos del dueño, que ahora hacen cine. Ojalá otros tuvieran la misma idea y aunque sea la mitad del cariño y buen humor que ellos pusieron en la obra.
Los directores Diego y Pablo Levy retratan el mundo de una sedería del Once, un mundo limitado. Pero la riqueza que siempre se cuenta cuando uno pinta su aldea es notable. Ellos conocen ese mundo y abren sus puertas para ese dueño y sus vendedores, un equipo donde entran todos los matices. El resultado de ese mundo de hombres dedicados a las mujeres en edad de casamiento, madrinazgo o cumple resulta encantador.
Mucha tela para cortar Evidentemente los hermanos Levy, directores de este documental, han pasado muchas horas entre las telas de la sedería "Kreal", empresa familiar y único escenario de este pequeño documental que nos lleva a recorrer en tan sólo 60 minutos, un universo de personajes que se encuentra escondido en un negocio del centro del barrio de Once. "Novias, madrinas, 15 años", presentada ya en el BAFICI, muestra un caleidoscopio de retratos personales tanto de los vendedores como del dueño. Y cada uno de estos vendedores, con una personalidad propia y definida, deja entrever sus rasgos característicos con el simple hecho de dejarlos hablar frente a la cámara para compartir anécdotas de sus inicios laborales, técnicas sobre el arte de atender al público, experiencias personales al haber trabajado tantos años para la misma empresa, secretos para cerrar una buena venta. Y de esta manera, van seduciendo lentamente al espectador que termina completamente inmerso en este microcosmos tan especial. Quizás el valor agregado que tenga es que, además, cada personaje dará ciertas pinceladas sobre los restantes, como un juego de espejos que se cierran sobre sí mismos y como una suerte de contraposición de las miradas propias y ajenas. Empleador, patrón, dueño por un lado y empleados, trabajadores, vendedores por el otro van armando un interesante rompecabezas que gana fuerza con la frescura con la que cada uno de ellos aborda a la cámara para contarnos parte de su historia. Si bien básicamente lo que trata de plantearse es la historia de cada uno de los empleados a través de sus experiencias, también son ellos los que van presentando a sus compañeros mediante algunos detalles más o menos sobresalientes del temperamento de cada uno. Obviamente, cada uno irá poniendo su cuota para terminar de construir al gran personaje del film que, en forma directa o indirecta, va sobrevolando todo el relato: Elías Levy, dueño del negocio y con un espíritu gruñon, cascarrabias, exigente y aparentemente inflexible. Todo el mundo sabe que el éxito o el fracaso de cualquier negocio está en formar un equipo, y ese espíritu de equipo, aún con sus contratiempos, sus diferencias, sus rasgos personales tan discímiles entre unos y otros, va aflorando permanentemente a lo largo de todo el documental. "Hay equipo", dirían los futboleros y sobre todo ... hay pasión. Los vendedores, algunos con más fuerza, otros con menos de acuerdo a sus rasgos más personales, todos sienten pasión por lo que hacen y han sabido crecer dentro del oficio y confesar finalmente el placer de cerrar una buena venta, cuánto más dificil, mejor. La mirada que cada uno de ellos tiene sobre si mismo y los sobre todo los fragmentos elegidos por los directores, privilegian una mirada directa, con mucho humor, con mucha frescura y básicamente apelando a la cotidianeidad que se impregna en las diferentes situaciones y en las anécdotas que se van desarrollando a lo largo el film. Completan el paisaje, la interacción de cada uno de ellos con los distintos tipos de cliente y sin duda la escena más divertida con la clientela es justamente la del dueño, explicando cómo procede con la gente que él sabe que viene a preguntar, a molestar, a hacerles perder el tiempo y que positivamente que no va a comprar nada. Quizás pueda tener una extensión demasiado breve y uno se queda con ganas de más, no solamente de un panorama más intenso de las vidas de los vendedores, sino que quizás se podría haber profundizado más en algunos temas que deja sugeridos o presentados, pero que no alcanza a desarrollar, sobre todo en algunos aspectos personales de cada uno de los protagonistas. Si bien todo lo contado es pequeño y como que hasta pareciera sin importancia, los directores, grandes conocedores de la empresa familiar, tratan de eludir cualquier hechura casera, cualquier familiaridad con algunos personajes para presentarlos y retratarlos como si hubiesen hecho una investigación por caminos más desconocidos. Como debut es altamente promisorio aunque de todas formas algunas elecciones estéticas perjudican el resultado final ya que el hecho de que la mayor parte del tiempo los personajes hablen a la cámara y que no hayan encontrado la posibilidad de hacer pié en el local de venta para incluir otros espacios de sus vidas personales lo presenta al trabajo como demasiado simple. Aún así la frescura, la originalidad del tema, la sinceridad con la que cada uno hace su aporte hacen finalmente de "Novias, madrinas, 15 años" un documental sumamente querible.
Publicada en la edición digital de la revista.