Con las mejores intenciones “Paco fuma paco” es la frase tan obvia como significativa que explica el título del film. Francisco (Tomás Fonzi) es el hijo de una importante senadora, y la policía lo ha hallado en estado de sobredosis, involucrado en la explosión de una cocina de paco en una villa, hecho durante el cual murieron varios delincuentes y un niño del lugar. La madre se niega a aceptar su culpabilidad y, para evitar un procesamiento -que perjudicaría su carrera política-, logra incorporarlo a un exclusivo centro de rehabilitación. Sin embargo, el film no cuenta sólo la historia de Francisco, sino de quienes con él también inician un tratamiento de recuperación de diferentes dolencias. La narración comienza en montaje alterno con una serie de flashbacks que presentan a cada uno de los pacientes: dos nenes de una familia paqueta que los ignora, la hija algo psicótica de una travesti, la de una familia “muy normal”, la de un padre ex alcohólico que adora a su hija adicta, una pareja violenta y un muchacho de condición cultural inferior al resto. Todos ellos practicarán una terapia que de una u otra manera promueve el encuentro consigo mismo y la reinserción social, más o menos limpios de traumas y adicciones. Como en todo film coral, adquiere mucho peso el trabajo de tantos intérpretes y es éste el mayor mérito de la película: una precisa dirección de actores obtiene lo mejor de un elenco en el cual se destacan, entre otros, Sofía Gala Castiglione, Willy Lemos y Juan Palomino. Incluso las dos divas, Norma Aleandro como la directora del centro y Esther Goris como la senadora, están contenidas al nivel de sus compañeros de trabajo. La escena de discusión entre ambos directores es uno de los momentos más altos del film. La película combina una estética del feísmo para las escenas en flashback, de tono agresivo, filmadas con fotografía sobreexpuesta y a un ritmo febril, con la intención de mostrar el submundo morboso donde los pacientes han tocado fondo, y cambia de tono, de luminosidad y de ritmo en las escenas del centro de rehabilitación, presentado como lugar de transmutación. Precisamente, el problema del film radica en su pertinaz corrección política. Si bien los coordinadores del centro están presentados como personas imperfectas, que también cargan con sus debilidades y fallos, el film no cesa de bajar líneas sobre las conductas de todos y cada uno de los personajes. Algo similar sucedía ya en Un buda, la opera prima de su director, aunque Paco es un producto mucho más logrado. En la declaración de principios de la productora –Zazen- se expresa la intención de hacer un cine que refleje y manifieste valores. Pero justamente, cuando el film se pone didáctico y solemne, aleccionador sobre el flagelo del paco, o sobre la física cuántica, o sobre conceptos religiosos, o sobre la “iluminación” que experimenta Francisco, el ritmo decae y el interés divaga, afectando la tensión dramática. No parece aleatoria la elección de Rafecas de reservar para sí mismo el personaje del fiscal, un ser íntegro que apela al inexorable cumplimiento de la ley. Me permito imaginarlo en la vida real familiar del juez Daniel Rafecas -quien figura entre los agradecimientos-, personaje notorio en la justicia argentina por su investigación de hechos ilegales llevados a cabo por funcionarios del pasado y del presente. Incluso Nelson Castro -un periodista muy apoyado en los mensajes morales- tiene un cameo haciendo de sí mismo. Pero en cine, se sabe, las buenas intenciones no son suficientes.
Esta es la historia de Paco, el hijo de una senadora del Congreso de la Nación Argentina de carrera en ascenso, quien es acusado de volar una cocina urbana de cocaína. Es adicto a la droga que da nombre a la película y es internado en un centro de rehabilitación muy especial donde entre flashbacks y la ayuda de sus compañeros logrará salir adelante. El director de Un Buda (2005) reunió a un elenco muy armonioso, donde tal vez se pierde el silencioso Tomas Fonzi que hace lo que puede con la poca profundidad que tiene el personaje que interpreta que no es nada más ni nada menos que el principal: Paco. El film sorprende, aunque con una estética a la que nos acostumbramos últimamente, una banda sonora que vende, es la forma de relato coral que va tomando el film , más allá de que en algún momento puede pasar por un unitario o serie de TV de canal 2, la vieja América o con un poco más de profundidad de canal 7, la TV Pública. Y es que poco a poco se convierte en un “Locas de Amor” pero con todos actores de primer nivel: Paco luego de ser encontrado inconsciente en el lugar del hecho debe ingresar, para no ir a la cárcel, a un prestigioso centro de rehabilitación donde Nina (Norma Aleandro) es la coordinadora de un grupo conformado por Juanjo (Luis Luque) , el Indio ( Juan Palomino) y Julian (Salo Pasik) es allí donde conoce a un grupo de drogadependientes lindos y locos de los cuales conoceremos parte de su pasado y como sobrellevan su presente, ellos son interpretados por la bella Leonora Balcarce, el Benjamin de Valientes: Guillermo Pfening , la callada Sofia Gala Castiglione, la irreconocible Romina Richi , Valeria Medina como la border y Roberto vallejos como su protegido, Lucrecia Blanco como la cheta fiestera y finalmente Sebastian Cantoni como el rockstar colgado. Los únicos algo estereotipados, pero que igualmente pasan algo desapercibidos, son Esther Goris, como la madre política que no conoce a su hijo y Gabriel Corrado como Raul, su asesor que fuma un habano y toma café.. Todos ellos, junto con Claudio Rissi, conforman el grupo actoral que sostiene este film con una historia algo débil que no termina de definirse si es a modo de denuncia, algo light si era la idea, o si sólo es mostrar una realidad sin tomar partido.
Diego Rafecas, un director argentino querido entre los actores pero mal entendido por la crítica, suele usar una fórmula parecida en cada uno de sus trabajos. Intenta hacer una crítica a la sociedad y su hipocresía, convoca a un elenco con gran atractivo juvenil para actuarla y sumerge todo en un clima espiritual. Con Paco vuelve a lanzar su dardo en la misma dirección y clava su mirada en una perspectiva demasiado amplia que, en vez de enfocarse en un asunto y desarrollarlo, decide abarcar demasiado sin profundidad. Esta vez, su ojo de juez de la realidad se apoya en la política y el uso que hacen los funcionarios, por omisión principalmente, de las drogas para deteriorar toda una generación. Paco (Tomás Fonzi), el hijo de una prestigiosa senadora (Esther Goris), es un inteligente físico nuclear que se torna adicto de estos desechos tóxicos que deja la cocción de la cocaína. Luego de involucrarse sentimentalmente con una empleada sanitaria del Congreso, visita la villa en donde ella vive y allí prueba la maligna sustancia y ve la mafia de la que surge. Un par de eventos trágicos harán que planee un hecho que dejará a varias personas muertas, algunas de ellas exentas al tráfico de la pasta base. Sí, “Paco fuma paco” (frase muy original pronunciada en la película). Y, para evitar una caída abrupta de la imagen positiva de la legisladora y merecer una condena menor para el delincuente por buena conducta, su madre lo lleva a un centro de rehabilitación religioso. Dirigido por una dedicada especialista (Norma Aleandro), es aceptado con prisa por favores políticos que superan la moral de la directora con tal de ayudar la situación de los recuperados. En la casona, el perturbado recién ingresado convivirá con una serie de personajes flageados por la misma enfermedad y con pasados de diferente dramatismo, que serán contados de forma despareja y a manera de flashbacks con el correr de los minutos. Lo que podría haber sido una linda historia humana sobre los lazos que van construyendo los internos a medida que progresa su mejoría, el creador de Un Buda y Rodney eligió agudizar la lupa en algunos protagonistas y dejar de lado a otros, inexplicando la existencia de ellos. No se logra investigar ninguno de los puntos de esta obra, lo que se dilata con situaciones que podrían obviarse. Hay de todo: de tipo paranormal, otras cómicas y un montón tiradas de los pelos y dignas de un melodrama de alguna novela de la tarde, como el viaje al exterior de uno de los personajes por un motivo obsoleto y el sobreactuado conflicto que provoca la relación entre un celador y su paciente. Asimismo, nunca se muestra cómo se curan los aquejados ni las metodologías aplicadas, sino algunas charlas, fiesta improvisada mediante, y reflexiones forzadísimas en el patio. El elenco es bueno en la gran mayoría de los casos. Cuenta con caras conocidas y frecuentes en el cine, como las de Sofía Gala Castiglione, Romina Ricci y Leonora Balcarce, juntos a actores jerarquizados como Aleandro, Luis Luque, Goris, Willy Lemos y un caricaturesco Gabriel Corrado. Sorprende Fonzi al personificar con sutileza y credibilidad un rol difícil de llevar adelante. Las canciones compuestas originalmente para la película de la mano de Babasónicos y Pity Álvarez (Viejas Locas e Intoxicados) pasan por diferentes géneros, como cumbia y rock, y logran complementar acertadamente la narración. A pesar de seguir intentándolo, el realizador no solo no ha podido lograr aportar su dosis de filosofía oriental sin que resulte fuera de contexto, sino que falla al querer consolidar lo que quería contar como un producto íntegro, sino que ahonda en algunos aspectos dejando todos los otros talantes abordados superficialmente.
No me gusta criticar a Diego Rafecas, me incomoda. Pienso que Rafecas en su ambición y pretensión ha equivocado el rumbo de su filmografía, de sus ideas, apuntando al cine cuando debería ir directamente a la televisión. Rafecas, posiblemente sea un Shyamalan argentino, en géneros opuestos, claro, pero con obvia moralina ideológica new age. Pero, mientras que el director del Sexto Sentido, disfraza su “mensaje” con atractiva estética cinematográfica, efectivos climas, buen desarrollo de personajes e interpretaciones, y sobretodo un aire de cine de clase B, y géneros malditos, Rafecas… bueno, expone todo deliberadamente de la forma más burda posible. Lo de Rafecas, se podría comparar con lo de Subiela, pero con menos pretensiones poéticas y líricas… Rafecas toma de Subiela, lo peor… lo cual como sabemos, puede ser mucho. Paco, por su ambición, es quizás lo más decepcionante y menos personal de su realizador. Aquellos que sean sus detractores, posiblemente lo linchen a esta altura. A diferencia de Un Buda o Rodney (que a comparación termina siendo la menos pretenciosa, más ligera, y por lo tanto digerible a nivel cinematográfico), esta vez Rafecas no solo quiere mostrar la redención y reinserción en la sociedad de un adicto, gracias al amor, la religión y un cambio interno de la moral, sino que además intenta hacer una crítica política obtusa, ingenua, falsa, reforzada por las estereotipadas y pésimas interpretaciones de Gabriel Corrado y especialmente Esther Goris como dos senadores… en contra del paco. A nivel informativo, Rafecas aporta detalles, que se pueden ver en cualquier noticiero de hoy en día y suma una subtrama explosiva, literalmente hablando, que lleva a Paco (Tomás Fonzi, un poco mejor que en otros trabajos) al Africa (¿?) Y cuánto más social y crítico se ponen las intenciones de la película, menos queda de moral y más de telenovela barata. El otro problema es la estructura narrativa. No tanto, por el hecho de tener una historia descompuesta, y que poco a poco el espectador va armando las piezas sobre como fue la “explosión” en la cocina de Paco, sino por la forma en que encara la coralidad. Cuando Rafecas abre la historia del protagonista para divagar en las diferentes historias, de los demás reclusos del centro de rehabilitación, la película decae en ritmo, se vuelve monótona, repetitiva, y va sumando clisé tras clisé, aburriendo al punto de que las dos horas de duración se convierten en dos siglos. Si bien, no hace tan “santos” a los personajes de los coordinadores (Luque sobreactuado y Aleandro, una rosa entre las espinas), es cierto que a medida que suma y suma personajes, le agrega a cada uno su conflicto y después entremezcla las historias (solo Juan Palomino y Roberto Vallejo resultan creíbles en sus roles), se va metiendo en un enredo que no logra tener una conclusión satisfactoria. Hay personajes a los que en un principio se les da demasiado cabida, y luego desaparecen (como Willy Lemos o Rizzi) y otros que nunca terminan por aparecer (Pasik). El director elude golpes bajos durante la primera hora, y pone todos juntos después. Alterna escenas románticas con otras policiales, y algunas propias del peor melodrama, como si fuera un esquema demasiado previsible. Trata de no caer en escenas lacrimógenas, pero termina haciéndolo también. O sea nada le sale bien. La estética es bastante televisiva. La fotografía del gran Marcelo Iaccarino, que otras oportunidades supo estar al lado de Fabián Bielinsky, termina forzando, impostando un clima que nunca termina de cerrar visualmente. Aun siendo, irregular y errático, Matías Mesa, el excepcional camarógrafo (que trabajó con Gus Van Sant en varias oportunidades) logró un trabajo más cinematográfico en Rodney. Los efectos visuales son patéticos, poco creíbles. Se rescata la intención de concientizar sobre el efecto del paco en los sectores bajos, sobre como erradicarlo de la sociedad, y a su vez sobre la importancia que tienen los centros de rehabilitación. Pero los resultados son demasiado pobres para que la película pueda conseguir estas intenciones. Si a eso le sumamos, escenas demasiado patéticas como en las que Sofía Gala ve sombras y estrellas (exactamente igual que en Los Resultados del Amor de Subiela, eso es caer bajo), o la entrevista a un senador opositor a Esther Goris (el propio Rafecas, entrevistado por Nelson Castro), es imposible que un mensaje bienintencionado se destaque de una obra tan floja.
Las luces y las sombras Paco, la más letal de las drogas (desecho de cocaína), y el nombre del personaje principal (Tomás Fonzi) coinciden en esta nueva realización de Diego Rafecas. La película equilibra bien los resortes del cine-denuncia, el drama y el suspenso. Paco está acusado de volar una de las cocinas de droga en la que murieron responsables e inocentes. Su estado es desesperante: carga con el peso de la adicción y con la culpa. Su madre (Esther Goris), una senadora de ascendente carrera política, lo interna en un prestigioso centro de rehabilitación, dirigido por Nina (Norma Aleandro). La últma creacion de Rafecas es un relato coral con personajes que van desplegando sus historias y los flashbacks contribuyen a dar más datos. Así desfilan por la pantalla las cabezas del centro de recuperación: Juanjo (Luis Luque) y Julián (Salo Pasik); una hija adicta (novia de Paco) y su madre-padre (Sofía Gala Castiglione y un excelente Willy Lemos); Yari e Ignacio (Leonora Balcarce y Guillermo Pfening) y otros internados. Paco se sumerge en el flagelo de la drogadicción y sus consecuencias; en las relaciones de padres e hijos; y también echa mano a las investigaciones periodísticas y a la repercusión pública del caso (el film cuenta con la participación del periodista Nelson Castro). Un formato ágil, construído a partir de imágenes salpicadas, una especie de collage turbio y convincente, gracias al trabajo de montaje y de Tomás Fonzi, un actor que debería ser llamado más seguido por el cine. Su escena final con Esther Goris así lo confirma. Los minutos de más del largometraje no empañan el buen desempeño del realizador. La sombra y las luces están presentes en el nuevo trabajo de Rafecas.
Intoxicados El cine argentino muy pocas veces se metió con el tema de las drogas a fondo y sin tapujos. Heroína (1972) de Raúl de la Torre, con Graciela Borges o el policial Maldita cocaína (Pablo Rodríguez, 2000) con Osvaldo Laport son sólo casos aislados y bastantes fallidos de cómo algunos autores se atrevieron con una mirada distante y bastante externa. Tuvieron que pasar varios años para que Diego Rafecas (Rodney, 2008) volviera sobre el tema con un tratamiento espinoso e introspectivo que no cae en el lugar común de la moralina acusatoria. Según Wikipedia “el paco” es una droga que se elabora con las sobras de la cocaína, se carcteriza por poseer un alto grado de toxicidad y por ser de uso frecuente en las clases sociales más empobrecidas. En la tercera película de ficción de Diego Rafecas, Paco es un juego de palabras que hace referencia al nombre del protagonista y a la droga que éste consume, como dice el slogan “Paco fuma Paco”. Paco -gran trabajo actoral de Tómas Fonzi- no es de clase social baja, sino que -contrariamente- es el hijo de una senadora (Esther Goris) candidata a Presidenta de la Nación. Paco tiene una relación sentimental con una chica de la villa que lo introduce en el mundo de la droga y lo lleva a su autodestrucción como a la de todo su entorno. Pero ese mundo que se derrumbó volverá a cimentarse cuando el 'antihéroe protagonista' ingrese a un centro de ayuda para asumir su dependencia a la droga, junto a otros individuos que también atravesarán el mismo infierno. Con varios elementos interesantes, Diego Rafecas trata el tema de la drogadicción de una manera inteligente y sin banalizaciones recurrentes. Tanto Paco como el resto de la fauna que conformará ese universo que será el centro de rehabilitación, son mostrados como seres creíbles sin ningún tipo de estereotipación. Personas atravesadas por su propio infierno que buscan salvarse o no, pero evitando el lugar común y la mirada complaciente por parte del espectador, ya sea justificando los hechos que los llevaron a esa situación autodestructiva o cualquier otra circunstancia de esas características. Sería difícil encuadrar a Paco dentro de un solo género o de varios. Por momentos es un thriller, pero también podría ser encasillado como un melodrama o compararado con Trainspotting (Danny Boyle, 1996) por la agilidad y fragmentación de su montaje, además del tema que toca. Pero lo cierto es que el realizador toma todos estos elementos y nos presenta una estructura narrativa sin encasillamientos, en donde el guión va atravesando a cada uno de los personajes de manera independiente. Sí es cierto que existen similitudes, pero también existen las distancias que lo hacen un film único y personal. Las actuaciones naturalistas son un acierto a la hora de hacer creíbles cada uno de los personajes. Esther Goris, como la madre que debe elegir entre su hijo o la carrera política, logra uno de los mejores trabajos de su carrera, tal vez nunca se la vio así desde la célebre Eva Perón (Juan Carlo Desanzo, 1996). Luis Luque; Romina Ricci; Leonora Balcarce; Willy Lemos; Sofía Gala Castiglione; Roberto Vallejos; Salo Pasik; María Ucedo y la siempre eficaz Norma Aleandro -alejada de sí misma compone uno de los mejores personajes de su carrera- , conforman un seleccionado actoral que, gracias a la dirección actoral de Diego Rafecas, logran momentos de una absoluta credibilidad, evitando golpear al espectador con cursilería cargada de cierta pretensión innecesaria. Otro punto a favor digno de destacar es la parte técnica del film, notándose un especial cuidado en cada uno de estos aspectos. El sonido de Omar Jadur, la fotografía de Marcelo Iaccarino o la armónica banda musical de Tonolec, Pity Álvarez y Babasónicos se complementan en el todo logrando un film completo. Si es cierto que hay historias que no cierran del todo y que sobre el final se busca la complicidad del espectador para derramar una que otra lágrima, pero son sólo toques cinematográficos que ante lo valioso del tema se vuelven nimios y que no le restan valor al trabajo final. Paco es una película tan ineludible como controversial. Por fin el cine nacional se animó a tratar un tema - del que muchos prefieren no hablar - con la seriedad y el respeto que se merece. De visión obligatoria.
Pequeños infiernos cotidianos El estreno de Paco confirma la fertilidad de Diego Rafecas, quien en apenas cinco años ha conseguido estrenar tres películas, y destaca las virtudes, debilidades y sobre todo sus obsesiones como director. Más allá de lo estrictamente cinematográfico, si algo queda claro son sus buenas intenciones y su preocupación por temas de relevancia social. Ahí están los hijos de desaparecidos de su ópera prima, Un buda (2005), o la red de personajes disfuncionales que componen los universos de Rodney (2009) y Paco. En esta última aborda además uno de los problemas más complejos de la actualidad socio-política: el grave aumento en el comercio y consumo de drogas destructivas como el paco, que afecta sobre todo a la población juvenil, en especial de clase baja, ligado directamente al gran dilema de la inseguridad. Pero las intenciones, limitadas o potenciadas por la capacidad para expresarlas a través de los recursos de la narración cinematográfica, resultan una parte menor dentro del análisis y no se puede ni se debe evaluar una película a partir de ellas. Aunque no está mal reconocerlas. Paco tiene puntos a favor que comparte con los anteriores films de Rafecas: una fotografía precisa y una banda de sonido atractiva y moderna. Y aunque a veces se le va la mano con el trazo grueso, una representación aceptable de los escenarios que deben transitar quienes se arriesgan por una dosis. Ambientes sórdidos o miserables en los que muchos son aves de paso, pero donde tantos han crecido sin atención, como un elemento más de esos paisajes. No faltan la delincuencia, la humillación y el sometimiento sexual como recursos para obtener lo que se necesita con desesperación. Francisco (o Paco...), hijo de una mediática congresista demasiado ocupada con la política como para ver los evidentes problemas del chico, está enamorado de la empleada de limpieza del Congreso que lo inicia en la adicción. Otra decena de personajes surgidos de todo el abanico social sumarán sus historias hasta coincidir todos en una casa de recuperación. Allí, de la mano de un grupo de especialistas que también tienen sus debilidades, cada uno saldrá (o no) de su pequeño agujero en el infierno. Los problemas de Paco pasan menos por el lado realista que por los costados de estricta ficción. En primer lugar, Rafecas imagina una extraña conexión internacional que resulta un intento fallido de injertar en la película una subtrama cercana al thriller. No es que en la realidad ese tipo de conexión no exista. Tal vez sí; sin embargo, por rebuscada, por excéntrica, aquí no consigue ser verosímil. El otro asunto es la permanente necesidad de Rafecas de manifestar a través del cine su vocación religiosa. Es sabido que además de director, guionista y actor de sus películas, él es monje zen y parece haberse impuesto la misión de transmitir desde su obra la sabiduría budista. Empeño que en Un buda podía entenderse como parte lógica de ese universo, pero que aquí sólo consigue generar un puñado de escenas en las que no se sabe si algunos de los personajes son iluminados o simplemente llevan muy mal sus procesos de abstinencia. Menos felices resultan ciertas líneas que algunos miembros de un buen elenco deben recitar sin convicción, restando mérito a su desempeño. Si Rafecas consiguiera pulir esas aristas, para que su fe y su obra encajen sin tanta rebarba, o aceptar que sus películas no siempre le permitirán la prédica de sus creencias, tal vez entonces sus films resulten más equilibrados.
El largo camino del cambio y la redención Diego Rafecas y una reflexión sobre las drogas Paco es un joven experto en física cuántica que es detenido por la policía acusado de volar con explosivos de alto calibre una cocina de deshechos de cocaína y hallado con una sobredosis de drogas. Hijo único de una senadora, la ascendente carrera de ésta se verá así envuelta en una insondable pesadilla, ya que Paco es acusado de terrorista y la prensa lo implica en una guerra de narcotráfico. Para evitar enviarle a la cárcel por largo tiempo, su madre no halla mejor solución que hacer pasar a su hijo como adicto a las drogas e internarlo en un prestigioso centro de rehabilitación. El muchacho, al tratar de dejar su adicción a las drogas, comprenderá, finalmente, que su alejamiento de la familia y sus tenebrosas relaciones lo condujeron a un estado de indefensión que nunca pudo superar. Sin caer en el melodrama ni convertirse en una simple moraleja, el director Diego Rafecas logró pintar un cuadro de gran tensión. Contó también con una producción de indudable jerarquía -la fotografía de Marcelo Iaccarino es de notables y exactas tonalidades, la música aportó el exacto clima y la dirección de arte, debida a Coca Oderigo, impuso el requerido escenario para la historia-, y con todos estos elementos supo elaborar un relato que si por momentos cae en algunos diálogos forzados y en reiteración de situaciones, nunca pierde de vista la emoción y la ternura que emanan de una temática tan actual como destructiva para la juventud. El elenco se unió también a estas bondades, ya que tanto Tomás Fonzi como Norma Aleandro y Esther Goris supieron elaborar con enorme oficio y emoción a sus respectivos personajes. El resto del reparto no le fue en saga a sus principales animadores, ya que Luis Luque, Romina Richi, Sofía Gala Castiglione y, sobre todo, Willy Lemos, aportaron verosimilitud a esta historia
Cuando mucho es sumamente poco El filme que protagoniza Tomás Fonzi se abre en subtramas que no crecen. Hay veces en las que con las buenas intenciones no alcanza. Paco las tiene, al igual que un elenco con mucho renombre y un equipo técnico envidiable. Pero tal vez haya sido esa diseminación de buenos intérpretes en más de una decena de personajes lo que atente contra la homogeneidad del relato, el afianzamiento de una idea rectora. Es que hay tantas subtramas o personajes que empiezan con fuerza y terminan siendo casi episódicos -como el que compone Sofía Gala Castiglione- que el espectador siente ya cuando promedian las más de dos horas de proyección que depositó tal vez demasiado interés en una historia que no ha de crecer. El protagonista es Francisco (Tomás Fonzi), hijo de una senadora (Esther Goris), que consume paco y lo apodan, vaya paradoja, Paco. La madre hará lo imposible por lograr que su hijo quede internado en una institución, que regentea el personaje de Norma Aleandro, junto con el de Luis Luque, y donde se mezclan más que combinan las historias de otros internos y sus familiares. Entre los muchos temas que Paco intenta abordar está la corrupción ("Si es una oportunidad política, la pienso aprovechar", dice la senadora Blank, quien desembucha sin vueltas que puede conseguir subsidios para la institución, cuando descubre que no quieren admitir a Paco), el abuso a los adictos, las relaciones quebradas, los padres y madres ausentes, y más. No son las imágenes "fuertes" -hay quien, se sugiere, se inyecta en el pene, violaciones varias- las que generan distanciamiento con el espectador, sino algunos diálogos explicativos ("Es contra la drogadicción, no el narcotráfico") donde el filme de Diego Rafecas no termina de encender el entusiasmo.
Extrañando a Male y Fleco Con una gran campaña de publicidad, este estreno incluye muchos actores conocidos, un tema de actualidad y demasiados clichés. Hace muchos, muchos años, cuando el cine argentino era algo amorfo, Enrique Carreras realizaba “films de denuncia” nacionales y cristianos del tipo Las barras bravas. En aquel ejemplo de torpeza cinematográfica se declaraba la droga como madre de todas las violencias. ¿Cuál es la diferencia entre Las barras bravas, film pésimo, y Paco, tercer intento cinematográfico de Diego Rafecas? Que la cámara es más nítida, se mueve y por regla general el diálogo se escucha. Y que en Las barras bravas estaba Juan Alberto Badía: aquí aparece Nelson Castro. Paco narra la historia de un muchacho llamado Francisco –o sea, Paco– que, como todo niño rico con tristeza (su madre es legisladora), cae en las despiadadas garras del paco. Después hay de todo: narcotráfico, los tremendos terribles relatos de otros adictos en recuperación, la manipulación política del asunto, los malvados intereses espurios escondidos detrás del consumo de esa tremenda sustancia, un viaje africano del protagonista, discusiones, tiros, líos, dramas de pareja. Las historias parecen sacadas de los programas de trasnoche de los evangelistas, aunque, claro, con actores profesionales. Que, de paso, no tienen la culpa de nada. En Trainspotting, el Renton de Ewan McGregor decía por qué consumía heroína (“es el mejor orgasmo del mundo”) y además mostraba que consumo y adicción eran cosas totalmente diferentes. Aquel film permitía al espectador tomar decisiones, por lo menos intuir que la realidad era compleja: lo acercaba a algo que no formaba parte de su vida y, sin darle soluciones, lo ayudaba a comprender (además de contarle un gran cuento). Aquí, Rafecas simplemente hilvana lo que el lugar común “de la calle” impone, lo más parecido a un noticiero de la noche. Los políticos son malos y/o manipuladores y/o descuidados con sus familias. Los adictos son “loquitos”. Los traficantes son monstruos. No hay nada que entender en este sentido. Hay, sí, algo que decir respecto de la puesta en escena: la sordidez –ver el maquillaje de Romina Ricci; ver el corte de pelo de Guillermo Pfening, ver el movimiento de los cuerpos en las escenas de sexo, donde el placer está vedado; ver las lastimaduras en los rostros– es puro artificio. Es cierto que los personajes pertenecen –o parecen pertenecer– a diferentes estratos sociales. Pero, finalmente, el consumidor (es decir el adicto: el film no hace diferencias y eso es prueba de su superficialidad) es miserable. Esta simplificación en un film pretende dejar sentada una posición respecto de la realidad –o eso que se da en llamar, periodísticamente, “la realidad”–. Es puro artificio el hecho de que el personaje de Tomás Fonzi se llame Francisco, porque es lo que permite el “Paco fuma paco”, el juego de palabras arbitrario. Pero esos detalles son reveladores del mundo al que pertenece la película: la repetición machacona, el juego superficial con el lugar común, la imagen literal-demasiado-literal y el aglutinamiento sin profundidad están mucho más cerca de Ramiro Agulla que de Ken Loach. Por eso Paco no es parte del cine, sino de la propaganda: un poco más sórdida que aquellos Male y Fleco de la campaña antidroga de Lestelle, únicas presencias que se extrañan en esta película.
El peso de la droga Es difícil escribir sobre una película como Paco porque el tema parece querer sobreponerse a todo. ¿Cómo hablar mal de una película que trata la drogadicción y en particular la adicción al paco? ¿Cómo entrar en consideraciones estéticas cuando lo que se está contando son historias muy terribles que podrían repetirse en la vida real? ¿No tendríamos que sentirnos satisfechos sencillamente con el hecho de que una cuestión como esta se discuta, se trabaje, se hable? ¿Qué tiene que hacer el crítico, entonces?, ¿callar?, ¿buscar cualquier mínimo elemento que encuentre en la película para halagar y pasar a hablar sobre lo terrible que es todo esto? La realidad es que al salir de la sala de cine, no acabamos de estar frente a la situación misma de la drogadicción, sino frente a una película; es decir, un producto hecho a base de elecciones. Y esas elecciones pueden discutirse. La primera idea que se nos ocurre es que si realmente se hubiera querido hacer una película que informara sobre el tema del paco o lo discutiera, probablemente lo mejor hubiera sido un documental. Historias terribles y personajes interesantes no deben faltar en el mundo de la adicción al paco. Por otro lado, Paco no es de ninguna forma una película que se plantee como un acercamiento transparente o directo frente a un tema complejo. Los mecanismos de su construcción están puestos muy en primer plano. Un ejemplo: la película se abre con una serie muy desordenada de flashbacks que se suceden como en un videoclip y que no vamos a terminar de entender hasta el final, como si se tratara casi de un policial. Hay un misterio, algo que no entendemos, mecanismos narrativos (bastante mal usados) puestos como trampas para el espectador. La historia del personaje de Francisco ("Paco", interpretado por Tomás Fonzi) tiene mucho de anzuelo y resulta muy poco creíble. Si lo que se buscaba no era hacer cine sino recrear ese mundo, un enfoque sincero y directo hubiera tenido mucho más sentido. Pero no, claro, estamos frente a un objeto estético. Y como tal puede juzgarse. Lo que se cuenta en Paco son las historias de un grupo de drogadictos de distintas extracciones sociales, que por diferentes circunstancias en un momento se reúnen en un hogar de recuperación (dirigido por los personajes interpretados por Norma Aleandro y Luis Luque) para iniciar su tratamiento. Tenemos un poco de sus historias pasadas y vemos mucho de su trabajo de recuperación. Es decir, no hay demasiada narración y en realidad demasiado de nada. Cada personaje está puesto como pieza de un mecanismo de relojería para representar algo. Todos vienen con un mensaje. Y en algún punto del metraje cada personaje revelará palabra por palabra qué es lo que viene a significar. Toda la película desborda un miserabilismo muy pronunciado. Si hay alguna historia terrible para agregar, se la agrega, y de paso se busca la forma más fea de mostrarla. La cámara parece puesta en cualquier lado, como si Rafecas no supiera del todo qué quiere hacer con ella. Los diálogos, cargados de frases significativas y mensajes inspiradores, no alcanzan nunca la naturalidad y en muchos casos rozan la sensibilidad new age. La torpeza (o la pereza) llega al punto de armar una escena en la que dos senadores hablan por teléfono y discuten (con frases y opiniones que parecen sacados del noticiero de la tarde) el problema, el origen y la solución a la cuestión del paco. Frases como: -Pero si sacás a un narcotraficante va a aparecer otro, porque mientras haya consumo va a haber narcotráfico- o -Sí, por eso hay que luchar contra la adicción, no contra el narcotráfico-, son dignas de cualquier publicidad institucional y francamente dan un poco de vergüenza. En medio de situaciones grotescas ("Esto es el amor") y actuaciones forzadas, se destaca el trabajo de Juan Palomino, el único actor que logra dar vida a un personaje verdaderamente creíble y cercano a lo humano.
Túnel hacia alguna luz Uno de los méritos principales de esta película es que está hecha desde adentro. Su director, Diego Rafecas (que aparece brevemente ante las cámaras, encarnando a un fiscal entrevistado por el periodista Nelson Castro) es un ex integrante del Programa Andrés, una de las primeras y más conocidas organizaciones dedicadas al tratamiento contra las adicciones a las drogas en Argentina. También sumó su experiencia la Asociación de Madres del Paco (la droga fabricada con los desechos de la pasta base de cocaína). El resultado es un filme vertiginoso y crudo, que golpea varias veces, y de acceso tal vez restringido para un público que busca distracción o al menos concentrarse en temas alejados de la realidad cotidiana de la Argentina. De todos modos, es justo decir que se trata de un largometraje intenso, dramático, atrapante, inteligente, profundo y con momentos de humor, que en su faceta policial (la que representa la favelización del conurbano bonaerense) no tiene nada que envidiar (en algunos casos hasta podría decirse lo contrario) a producciones similares llegadas desde los EE.UU., o de Brasil, donde el género se ha expandido antes que en otras regiones a partir de títulos como Ciudad de Dios o Estación central. Las imperfecciones que a algunos pueden molestar, no importan si se pone el foco en la energía, la sensibilidad y las horas de análisis y reflexión volcados en esta película, que muestra con la misma honestidad el costado débil de los seres humanos, de las instituciones que deben socorrerlos, y de la cúpula política que debería velar por todos ellos. Lo que convierte a Paco en un filme diferente, de esos que aparecen cada tanto, es la mirada. Lejos de cualquier apología, el director humaniza a los adictos. Lejos de toda idealización, interpela el celo profesional de los centros de rehabilitación. Lejos de toda demagogia, se introduce en las vidas privadas de los políticos, huyendo de las generalizaciones y del gratuito discurso condenatorio que tan fácil resulta enarbolar a cualquiera en este país tan propenso a hacerse constantes zancadillas a sí mismo.
El director Diego Rafecas plasmó en “Paco” cuestiones autobiográficas de la etapa en que fue adicto a las drogas y estuvo internado en el Programa Andrés. Este dato es clave para comprender desde dónde fue realizado el filme. La historia de Paco con la droga más barata y más nociva de la actualidad, que lleva su mismo apodo, es el disparador para mostrar otras realidades de adictos, que llegaron a la droga por diferentes caminos. Rafecas hizo eje en las debilidades y fortalezas de los drogadictos, sin golpes bajos, y sin demonizar ni menospreciar el vicio. El rol ventajista de la política, las prebendas y la corrupción es otra de las aristas de la película, que también revela que no son tan limpios quienes creen dar todo por rescatar a los jóvenes de las adicciones. Una mirada certera y nada complaciente, que deja un mensaje de calidad moral.
Paco tiene los mismos problemas que hacían de Rodney una película extremadamente pobre cuando no directamente nefasta: en el cine de Diego Rafecas hay un tono que recuerda al de los peores noticieros, y esto se trasluce en varias operaciones como la búsqueda de impacto a cualquier costo, la invitación a la reflexión fácil y hueca, la utilización de lugares comunes y de prejuicios más o menos extendidos, la exhibición (con aires de revelación, de descubrimiento indigno) de ambientes sórdidos y miserables, la creencia de que el interés se construye de forma cuantitativa a través del bombardeo de información y no de manera cualitativa poniendo atención en los detalles que hacen a una historia, la sanción de corte moralista, etc. También la velocidad, la estética de la imagen y los temas que se abordan conectan todo el tiempo a las dos películas con lo que podría ser un noticiero o un programa de investigación. La música, un poco ajena a ese mapa televisivo, es el único elemento que les imprime algo de poesía a sus films y los arranca, aunque sólo sea momentáneamente, de ese universo anclado en la actualidad y el tono periodístico: por más impresentable que fuera la escena de Rodney que transcurría en la iglesia en la que se escuchaba de fondo Villancicos de Peligrosos Gorriones, Rafecas al menos ensayaba una incursión más o menos personal en un terreno más cinematográfico. La buena noticia es que algo parece estar cambiando en Paco. Cuando la película no está ocupada en producir tensión con temas de actualidad como las cocinas de cocaína, el narcotráfico o el papel del poder político y el guión dedica más atención al grupo de personajes que está en la casa por problemas de adicción, allí Paco cobra un espesor narrativo que le hace ganar algo de corazón para la historia. A medida que vamos conociendo a los personajes (y que ellos se conocen entre sí) afloran rasgos y tics que van creando un clima muy especial alrededor del grupo y de los que lo coordinan, y salvo algún que otro personaje insalvable como el de Paco, que está construido con todos los clichés del héroe culpable y arrepentido (ver la discusión bochornosa que mantiene sobre la existencia o no de Dios), del resto muchas veces asoman criaturas densas y con más de un doblez narrativo que alcanza a sorprender, como Pablo “el indio” o la callada y enigmática Flor. Lo rescatable es que, a medida que avanza el metraje, la película gira cada vez más alrededor de la rutina de la casa y menos sobre el trasfondo político y de actualidad, por lo que Paco va perdiendo algo de la gravedad y la impostación de género del principio y deviene una película más humana, cosa que se respira sobre todo en la calidez de algunas de las escenas con el grupo. Me gusta ese volantazo pegado por Rafecas, porque si bien algunos personajes están exagerados y no despegan demasiado del estereotipo (como el de Guillermo Pfenning o Luis Luque), al menos se los siente vivos y con una historia para contar, alejados de las exigencias de la película coral alla Iñárritu que se esbozaba al principio. Cuando escribí sobre Rodney dije que en la película había momentos en los que parecía haber otro film que pugnaba por salir a la superficie y que dejaba ver, aunque más no fuera por una pequeña rendija, un horizonte cinematográfico mucho más rico y prometedor que lo que Rafecas quería hacer ver; en Paco ese horizonte se expande, crece y a veces casi hasta llega a desplazar al otro, ese mejunje miserable de cine televisivo, amarillista y con pretensiones de juicio moral. Quizás la próxima película de Rafecas nos ahorre todo esto y se juegue de lleno a contar una historia como la que late y se revuelve en Paco.
Equilibrando en la Oscuridad Si uno se deja llevar por la vision del trailer de esta peli creerá que se está ante un movidito thriller con persecuciones, y corridas, etc nada más lejano a eso. Si bien hay algunas escenas de tensión (la explosión en la cocina de droga por ejemplo, la propuesta radica en un filme adulto, serio y sobre todo correcto -nada que ver con aquellos nefastos títulos como "Los drogadictos"(1979) de Carreras, donde imperaban moralizantes discursos, que parecian "speechs" dignos de la dictadura de la época-, aquí se apunta a otro lugar. Afortunadamente. Si bien el personaje central es Paco, un chico de inmejorable educación, hijo de una senadora importante y mediática, que cae por carencias en la peor de todas las drogas: la pasta base, residuo denominado "Paco". Habrá toda una historia atrás personal, incluyendo un viaje a Sudafrica -dixit filmación-. Pero la base central del relato se orienta en el centro de rehabilitación donde va a buscar recuperación, y el grupo de gente que lo rodea que se completa con otros muchos personajes jóvenes adictos, cada uno con su propio calvario. Que el filme esté acompañado y auspiciado por las madres de los hijos argentinos que han caido en el terminal flagelo de esta droga alienante es una manera de saber que existe en el filme un eje auspicioso, de testimonio y buena intención, cosa que tampoco uno descarta: se sabe que Norma Aleandro nunca acepta cualquier guión, ergo con algunas cosas en contra: duración, algun par de personajes que no cierran, etc el filme se deja ver. Hay también muy buena fotografía, y actuaciones estimables: Tomás Fonzi está medido y muy en personaje, Sofía Castiglione destaca su máscara silenciosa con un manejo de muecas y miradas, Norma Alendro califica bien como siempre, Luque contenido, Esther Goris con una peluca horrible, pero dentro del rol que le toca como la madre de Paco, y también están muy bien Juan Palomino y Roberto Vallejos. La música con la inclusión de varios conocidos intérpretes realzan esta peli, donde tanto Paco como sus compañeros intentan buscar como cualquier otro chico argentino que pase por esta acruciante adicción, su propio equilibrio en la oscuridad.
Transcurridos casi tres meses del año 2010, la presencia del cine argentino en nuestras pantallas se revela mínima. No es que no haya habido estrenos nacionales ya que, sobre un total acumulado de sesenta novedades, la cuarta parte es de dicho origen. Pero el porcentaje del público que las ha visto representa un magro 1%. Es cierto que varios de esos films han tenido una muy limitada salida en una o dos salas, muy a menudo de circuitos independientes tales como el MALBA o la Fundación Proa. Difícilmente se vuelva a repetir el fenómeno del año 2009, donde más de un 15% del total de espectadores (33 millones) vio cine argentino. Claro que la mitad de ellos vieron un solo film. Nos referimos obviamente al “El secreto de sus ojos”, gran ganador del Oscar extranjero. Es probable que en próximas semanas ese magro porcentaje ascienda cuando se presente lo nuevo de directores tan cotizados como Burman, Trapero u Olivera. En todo caso, “Paco” de Diego Rafecas que se acaba de estrenar no contribuirá a ese aumento de audiencia de film locales, lo cual resulta paradójico por más de una razón. En primer término se destaca un amplio reparto, pocas veces reunido en un mismo film. Otro aspecto a señalar es el interés que a priori podía despertar un tema no muchas veces tratado en nuestro cine como es el tema de la droga. Finalmente un buen nivel técnico que incluye la excelente fotografía de Marcelo Iaccarino y una buena banda musical (Babasónicos, Tonolec) no se vieron reflejados a nivel de la crítica en los principales medios gráficos. Y el público, al menos en su primer día de estreno, no respondió. Diego Rafecas posee una corta carrera como director, que se inicia en el largometraje con la ambiciosa y no muy lograda “Un Buda” en 2005. En 2008 sufre un traspié aún mayor con “Rodney”. “Paco” es, hasta ahora, su film más interesante aunque algo fallido, pese a la riqueza de medios (actores, técnicos) de que dispuso. El nombre del film tiene una doble significación dado que a la más obvia, que refiere a la droga que se obtiene como subproducto de la cocaína, le agrega el nombre del personaje central que interpreta Tomás Fonzi. Hijo de una congresista (Esther Goris), con un look parecido a una famosa figura de nuestro país (!) es derivado por su madre a una clínica, que dirige el dúo interpretado por una convincente Norma Aleandro y por Luis Luque. En ese recinto transcurre parte importante del film y es allí donde se entremezclan los mejores y más flojos momentos de un relato que se hace demasiado extenso (dura algo más de dos horas). Entre los jóvenes que habitan el centro de rehabilitación se encuentran todo tipo de personajes. Los hay muy efervescentes, como los que componen Guillermo Pfening, Leonora Balcarce y Romina Ricci, o más introvertidos como la más creíble Majo de Lucrecia Blanco, la casi catatónica Belén de Sofía Gala Castiglione o el propio Paco. Pero el extenso reparto cuenta aún con otros intérpretes de interés como Salo Pasik como un comprensivo sacerdote empleado en la clínica, Juan Palomino que también lo hace allí como el ”Indio”, especie de guardia nocturna del edificio. Pascual Condito, además de distribuidor de la película, hace su enésima aparición, esta vez como el chofer de la senadora en acertada actuación y Willy Lemos y Claudio Rissi componen dos atormentados padres. Son buenas las escenas filmadas en Johannesburgo, donde Paco hace sus primeros pasos en el mundo de la droga, pero aún mejores las que muestran la “cocina” de la droga en medios donde conviven traficantes y el lumpen mundo de los drogadictos. A “Paco” le hubiese sido más beneficioso una menor cantidad de historias paralelas (producto del gran número de personajes), logrando de esa manera focalizar el interés del espectador en el personaje central que, por momentos, parece desaparecer de la historia. Igualmente se trata de un film nada desdeñable y sólo parcialmente fallido.
Hay cuatro elementos que de alguna manera definen a ésta película: el abordaje de una problemática social urgente, un guión bien elaborado, un "colectivo actoral" inspirado, y una narrativa visual que dentro de cierta "formalidad posmoderna" utiliza un amplio abanico de recursos y sostiene su ritmo. La fotografía y la banda de sonido también nutren al filme y no pueden dejar de ser mencionados. Dentro de lo ficcional el filme tiene un fuerte apoyo en lo real y un marcado enfoque didáctico. Fue realizado con el asesoramiento de la Asociación "Madres en Lucha contra el paco" y hasta incluye un video en el que Marta Gómez, líder de la AC, brinda un panorama del consumo y define al paco como una droga de exterminio. El guión ubica en el centro de la historia a Francisco (Tomás Fonzi), un académico e hijo de una senadora nacional que llega al paco a través de su relación con Nora, una hermosa paraguaya que trabaja de ordenanza en el Congreso. Luego de ser encontrado inconsciente y deteriorado por la adicción a pocos metros de una "cocina" del conurbano que voló por los aires, será ingresado a una prestigiosa casa de rehabilitación. Allí, como cada uno de los integrantes del grupo va a dar cuenta de su pasado a través de recuerdos-flashbacks, develando la clave de la trama policial que es el hilo conductor de la película. Uno de los puntos a destacar del guión es que expone un retrato bastante completo de los personajes: hay una introducción, un desarrollo y una sugerencia de su futuro. Otros puntos interesantes son que muestra que la adicción atraviesa todas las clases sociales, y que hay un trasfondo político y un complejo entramado de intereses alrededor del consumo (y el tratamiento) del paco. Con respecto a las actuaciones tanto Norma Aleandro, como Esther Goris y Luis Luque, los tres actores de mayor trayectoria, son fieles a su propio registro y tienen grandes momentos en la película. Tomás Fonzi sostiene bien el protagónico, y Romina Ricci, Sofía Gala Castiglione, Charo Bogarín y Leonora Balcarce tienen destellos de mucha intensidad. Willy Lemos, como Susú, la travesti padre de Belén (S. Gala) directamente perfora la pantalla. La narrativa visual utiliza distintos recursos: en los flashbacks la cámara tiene mucho movimiento, lo que aporta una sensación de caos. Y en el proceso de rehabilitación se tiende al plano fijo y desde la fotografía aumenta la luminosidad. La banda de sonido incluye temas de Babasónicos, Pity Álvarez y Tonolec. Después de "Un buda" (2005) y "Rodney" (2009) Diego Rafecas estrenó otro largometraje que forma parte de un camino de búsqueda y elecciones, tanto en lo cinematográfico como en otros ámbitos de la vida...
Con un gran elenco de actores, el director Diego Rafecas, con una experiencia personal con el mundo de la droga, se interna en una temática difícil y alcanza a transmitir con verosimilitud situaciones extremas relacionadas con las adicciones. Especialmente las que se vinculan con la manufactura, el tráfico y el consumo de esa suerte de narcótico apócrifo y criminal denominado paco. Se puede decir que Rafecas es un realizador versátil, capaz de abordar un film espiritual, atrayente y entretenido como Un buda y de adentrarse en submundos marginales como en la no tan lograda Rodney. En Paco no recurre a elementos de la primera, apenas a algunos vinculados a la segunda, conformando sin dudas su film más intenso y descarnado, aunque desprolijo estructuralmente al abarcar una trama coral con variadas líneas argumentales. La más importante es la que lleva adelante Francisco, apodado justamente Paco, hijo de una influyente senadora inducido a la sobredosis y envuelto en una escalada de revancha y violencia. Paralelamente el film atraviesa con lucidez el proceso de rehabilitación de buena parte de los personajes. Dentro y fuera de ese ámbito se destacan profundas interpretaciones de Luis Luque, Juan Palomino y Norma Aleandro, y roles conmovedores como el padre e hija compuestos por Claudio Rissi y Romina Richi, el padre-madre de Willy Lemos, Guillermo Pfening y un sensible y ajustado Tomás Fonzi.
Denuncia y realidad Diego Rafecas eligió rodearse de un gran elenco para bucear en el submundo de las adicciones, en Paco. Paco es una cruda descripción de los suburbios mentales de la drogadicción, un flagelo que -claramente- acecha a cualquier clase social. Y también es una película que si bien logra mostrar un drama de la sociedad argentina actual, por su guión y sus saltos atemporales, queda a mitad de camino entre la denuncia política y las muchas realidades del grupo en recuperación en que el protagonista es parte. Con actuaciones sólidas en todos los casos, su elenco multiestelar cumple. Norma Aleandro y Luis Luque, como directores del instituto, acompañan a una camada de jóvenes actores (Tomás Fonzi, Romina Ricci, Sofía Gala Castiglione) que se van consolidando en la pantalla nacional. El tercer largometraje de Diego Rafecas (que debutó en cine con Un buda en 2005, y siguió con Rodney en 2008) tiene el sello característico de su director en cuanto a composición de cuadro y fotografía. Es muy buena, por ejemplo, la escena con la que abre la película desde la terraza del Congreso Nacional. Y también destacable la banda sonora acorde a cada una de las situaciones que se muestran. Paco participó en la "Competencia Oficial" como única película hispanoamericana en la semana internacional de cine de Valladolid, España, donde impactó por su temática y fue recibida con sostenidos aplausos.
Diego Rafecas, en su tercer largometraje, vuelve a ofrecer una historia sumergida en el mundo de las drogas. Lo hace en forma de vidriera, al mostrar el abanico de consecuencias que, en efecto dominó, provoca el accionar de un adicto a la terrible sustancia conocida popularmente como “paco”, pero sin profundizar demasiado en cada una de ellas. Se limita a exhibirlas y es suficiente. Allí están. El cineasta ha preferido informar al espectador sobre una realidad y lo hace de una manera que por momentos roza el formato de un noticiero. La historia se inicia cuando una cocina de cocaína estalla y mueren muchas personas. Francisco”Paco”, hijo de una senadora nacional, es encontrado inconsciente por una sobredosis en las proximidades y es acusado de haber provocado el estallido. De allí en más se disparan subtramas que desarrollan lo que ocurre en el despacho congresal de la madre del protagonista, ya que su carrera política se verá afectada por lo sucedido pero también comenzará de alguna forma a reconocer las falencias, no precisamente económicas, que hizo sufrir a su hijo y recurrirá a un Instituto de recuperación, donde se cruzará su historia con las de una pareja de adictos que también tiene poder económico, con un gay que ha criado a una niña que ahora adolescente es adicta, con un matrimonio de clase media con una hija que ha caído en la drogadicción, con el padre "soltero" de una joven que ha llegado hasta a la prostitución para drogarse. En desarrollo paralelo el espectador ve cómo se maneja una institución no gubernamental dedicada a la recuperación de los adictos, con las intenciones, contradicciones y desesperanzas de quienes trabajan en dicho lugar. Hay una directa denuncia a ciertas prácticas, que se comentan como habituales, que algunos médicos de institutos de salud mental del gobierno realizan aprovechándose de los internos. Rafecas también se ha dado tiempo y lugar para hacer rápida referencia, casi como caricatura, del trabajo de los asesores de imagen de los políticos, tanto en lo que hace a "maquillaje" de rostro como de acciones, del "dejar hacer" de las fuerzas policiales, de la "vista gorda" de funcionarios de aduana cuando se trata de gente relacionada con legisladores y de la gente con "otra orientación sexual" que hacen de madre y padre de niños abandonados. Las actuaciones de este elenco de estrellas tiene desniveles, Tomás Fonzi como “Paco”, el protagonista, compone su personaje con acertados matices y lo mantiene a lo largo de toda la historia, sin embargo se destaca Willy Lemos al lograr componer un gay por medio de los estereotipos pero sin caer en el desborde. Guillermo Pfening se maneja con idoneidad en el armado casi teatral de una escena de drogadicción en la que por, exigencia de guión, posiciona singularmente su cuerpo para que transmita frialdad pero en su rostro debe entregar la sensación de ansiedad descontrolada, y en este punto hay que reconocer que el jefe de casting hizo con este actor una muy buena elección de "physique du rol" para el personaje de un adicto económicamente poderoso. Norma Aleandro y Luis Luque, como la directora y el médico del Instituto, respectivamente, nos muestran su habitual solvencia actoral. Mientras que Esther Goris, extrañamente, no logra convencer totalmente en la construcción de una senadora de la Nación. Gabriel Corrado, como el asesor de la senadora, desarrolla su personaje de tal manera que el espectador lo recuerda como si hubiera sido un cameo. Se ve en pantalla una obra con una temática fuerte, que moviliza al espectador a estar más atento a lo que sucede con la droga, de cualquier tipo, a su alrededor, y seguramente eso es lo que buscó Rafael Rafecas.
¿Qué se supone debería tener una película sobre drogas? Trainspottin', Rush, Requiem para un sueño, nos dan todas una pauta, un camino a seguir, que sólo en parte es seguido por este film de Diego Raffecas. De las obras citadas, se alejaría en tanto Paco apenas presenta esa visión apologética del drogadicto, que es en realidad la del director, que nos hace sentir el placer de un hit, claramente el clásico de Danny Boyle, tan "hitero" como la heroína misma y sus otras películas merecedoras de un apresurado aplauso, un lugar en la góndola de Wal-Mart y un monumento al "underground" chic. Quizá sea porque lo que se denomina "paco" es una pútrida sustancia obtenida de los residuos de las cocinas de cocaína, lo peor de lo peor, droga por la que los protagonistas de esas pelis yonquis anteriormente mencionadas no se preocupan por conseguir. Sin embargo, tiene la acción producto de la criminalidad de la cosa que es regla general en este tópico. Otra posible adición explicativa respecto de las características particulares de Paco puede verse en el emplazamiento argumental principal de la obra. Sin más, comencemos con la sinopsis. Paco (Tomás Fonzi) es hijo de una importante senadora argentina (Esther Goris) y ya un poco hastiado de ese mundo, se dedica a un amor apartado de la clase a la que pertenece, que lo lleva a conocer una villa de emergencia desde adentro. Pronto "Paco fuma paco" y a su desastrosa situación de salud se le suma un problema legal cuando se lo relaciona con un atentado a uno de los edificios de la villa. La senadora decide, entonces, buscarle el mejor centro de atención, comandado por Nina (Norma Aleandro) y Juan José (Luis Luque), especialistas en las adicciones. Es allí donde el nudo argumental de la obra toma un dramatismo interesante, al retratar la vida de los adictos en ese centro y las diatribas de sus especialistas y colaboradores, que se suman a Nina y Juanjo. El director, Diego Raffecas, aprovecha para lucir a varios intérpretes del escenario argentino, como Romina Ricci, Sofía Castiglione, Juan Palomino, Roberto Vallejos, Guillermo Pfening, entre otros, lo cual le dio a la película cierta pompa no del todo inmerecida, pero pompa al fin. Algunos críticos, por otra parte, se quejan del "budismo" de Raffecas. Aunque no abunda, éste se halla presente en el personaje de Tomás Fonzi y cabe decir que los entretelones del fragmento de historia que protagoniza son quizá los menos logrados y los más ajenos a las experiencias en el centro de adicciones. Hay en las desventuras de Paquito algo bastante artificial, lo cual, si bien provee un relieve que agiliza el film, produce asperezas que desencajan con las partes argumentales que se destacan por su tensión y dramatismo. En el aspecto del tratamiento de la adicción al "paco" vamos a ver, no obstante, un desarrollo más bien general y de público conocimiento, lo que no le quita valor cinematográfico, aunque sí documental e informativo. Al menos, Raffecas se aparta de una concepción que disparía la lágrima del espectador o que le acercara Paco por su efecto repulsivo (como en el Irreversible de Gaspar Noe). El guión (obra también de Raffecas), la fotografía, el maquillaje y el montaje (que estructura el argumento con "flashbacks" explicativos) forman un buen conjunto con la música de Babasónicos y el "Piti", el cantante del grupo Viejas Locas e Intoxicados. No puede decirse lo mismo de los efectos visuales y la decoración, siempre relacionadas con la historia de Paco y la senadora, que resultan, como se dijo previamente, algo artificiales. Paco constituye una película valiosa, no sólo por su dinamismo, sino por captar las intrigas al interior de un centro de rehabilitación con conflictos morales incluidos. Además, se aleja de la tradición cuasi "hedonista" de las drogas al hacer relucir, aunque sólo sea brevemente, los antros pútridos de las paquerías y del veneno que corroe la personalidad y la salud de tantos jóvenes. Pero debe leerse bien: lo hace brevemente. A pesar de estos comentarios favorables, hay cierta falta de entrega social al tema del paco por parte de Raffecas. Apenas se vislumbra la falta de trabajo y otras causas no menos subsanables como origen de la adicción terrible. En el fondo, Paco carece de solicitudes a los gobiernos y se convierte, de la mano del budismo, en algo más "personal" que "social". Quien les escribe considera que el trabajo es la mejor manera de sacar a los jóvenes de la pobreza, la delincuencia y este tipo de adicciones que son producto de la marginación. En este sentido, al elegir como protagonista a un joven de clase elevada -si bien hay otros personajes de clases más bajas- se desvirtúa la visión que relaciona al paco con la pobreza, privilegiando aquella que está universalizando al paco por encima de las diferencias de clase. Eso no deja de ser verdad, aun cuando abriéndonos el panorama, nos distancia de la ayuda a los que menos tienen. Todo film es un concepto total: su contenido será entregado al espectador, mayormente, como una unidad en sí misma.
Exterminio de un mensaje Esta película la ví en el marco del "24 hs de cine" de la Biblioteca Popular de Posadas. Debo decir que quedé impresionado por el impacto que logró en la gente una película tan manipuladora y tan maniqueísta como ésta. Cuenta la historia de un grupo de rehabilitación de drog... de paco. Para los lectores de otros países, el paco es la droga con la que se mata en Argentina a la clase baja, producto de un sistema que banca el narcotráfico y que vende incluso lo que se rasca de las ollas de las cocinas de cocaína. Así es este país. OK, hasta acá todo bien (o no), pero como dicen por ahí, esta peli no es de las que se puedan criticar porque tiene un intento de concientización como el que hay en su mensaje (si me permiten, tan soso). Pero lo cierto es que muchos colegas apuntan que como es una ficción (mal hecha encima) y no un documental (lo que hubiese sido ideal teniendo en cuenta que el director fue víctima del paco en su juventud y tenía miles de testimonios en los que apoyarse), hay una decisión estética, por lo tanto, dispuesta a devoluciones. Pasando a la trama en sí de Paco..., cabe aclarar que hay una cosa que no se le puede retrucar, y es la banda sonora, compuesta por Babasónicos, Pity Alvarez y otras bandas del rock argentino que se prestaron a musicalizar este intento de melodrama social. Ahora, lo que se cuenta, para atrás. Primero que nada, la selección de actores tan pop (sin contar, por supuesto, a LA actriz que es Norma Aleando) fue uno de los errores principales que se cometieron para encarar semejante compuesto de historias cruzadas que realmente poco tienen que ver con lo que se suele leer en los diarios y demás medios de "comunicación" argentinos (lo cual también tiene su grado de baja credibilidad, pero así de vendados vivimos en este hermoso país) acerca del tema. Los realizadores la pensaron bien cuando decidieron contarlo de una manera tan hollywoodense, con explosiones, avasallamiento de flashbacks -insoportables-, y un ritmo melodramático realmente admirable. Pero las cosas no se hacen así: eso es engañar al público. Y con esto remarcamos en la totalmente inverosímil historia del hijo de la senadora, con narcotráfico intercontinental incluído (¿llevamos el paco a África? ¿símbolo de igualdad de condiciones socio-económicas? ¿intento banal de burlar al sistema de seguridad y prevención del narcotráfico?), o la conversación telefónica entre dos senadores contando que se puede combatir el narcotráfico pero "bajando a uno estás haciendo que aparezcan otros" y una sucesión de estúpidas reflexiones pensadas para estúpidos (más bien, subestimando al espectador, lo cual es más insultante) que serían como sacar la mano por la pantalla y pegar con moco la idea en la frente del que se sentó en la sala a ver el film. Es larga, muy larga, lo cual es otro ítem en contra. Y el desenlace, generando problemas internos para hacer una implosión en un guión que no necesitaba un detonador para implosionar por sí sólo la grasa que le corre por las venas, otro más. Paco, la punta del iceberg (2009), logró conmover al público con el que compartí la proyección (¡tuvieron que hacer un receso para que muchos se repongan! ¡habían mujeres que no paraban de llorar! ¿¿??), pero si lo hace es porque es manipulador, maniqueísta, copioso del mainstream, maleducado y maleducador. Un golpe bajo, sin dar más vueltas, con un reparto que patina de lo lindo por culpa de un guión hecho para menores de 8 años y una dirección que rebosa intenciones industriales e intentos de atraco a la taquilla (que según tengo entendido, no lo logró hasta la llegada al dvd). Si quieren verlo, que sea a conciencia, y como ejemplo de manipulación. No habría que permitir que el público ATP al que el sistema cinematográfico acostumbró a bombardear con basura y lata norteamericana consuma también el producto de aquellos que por estos pagos sólo hacen "cine" con esos fines. A ese público hay que proteger con realizaciones con un mensaje, y no con dobles intenciones. Totalmente reprobable, aunque enganche como lo hace.
La enseñanza del loto Como sucede con todos los temas actuales y urgentes, la problemática de las drogas se ha instalado desde hace tiempo en la televisión, alimentando la letra de los teleteatros de mayor audiencia. Sin embargo, desde los estereotipos casi ingenuos de las películas pretendidamente serias de Enrique Carreras, el cine argentino no la había abordado -hasta ahora- como línea central del argumento. Con “Paco”, la intención parece ser abarcar no solamente las causas y efectos, sino también -y fundamentalmente- el proceso de recuperación de los afectados. Alejado de visiones estigmatizadoras sobre las adicciones, Rafecas quiere -según sus propias palabras- “Mostrar el callejón oscuro, pero también indicar la salida”. Desde un punto de vista formal, “Paco” es irregular, con momentos intencionalmente desprolijos de una estética feísta acorde con lo mostrado. El director contó para el guión, con la colaboración de Las Madres del Paco, una organización civil de mujeres, cuyos hijos son o fueron víctimas de la droga. Esto inyecta a la película una interesante cuota de veracidad, al nutrirse de información de primera mano. La banda sonora tiene una importancia protagónica y hace un interesante contrapunto de las acciones: las letras de los Babasónicos y de la cumbia villera ilustran tanto como las imágenes. Un film coral En “Paco” existe una historia principal que lleva adelante el joven Fonzi como protagonista. Educado en las mejores universidades pero afectivamente abandonado de su madre (Esther Goris), ensimismada en su carrera política. Recién empieza a conocer la adicción de su hijo, cuando éste aparece vinculado confusamente con un episodio policial. Hasta allí, el joven llegó movilizado por una relación amorosa con otra muchacha de estrato social muy inferior, que lo inicia en el mundo del paco. Con la carga de su pasado, acabará en un centro de rehabilitación, una casa sin llaves ni estructura carcelaria, conducida por dos terapeutas eficaces: Aleandro y Luque. En este tramo se concentra lo esencial de “Paco”, que es ante todo un film coral, con varios protagonistas y muchas historias (unas más convincentes que otras, como la de Romina Ricci y Juan Palomino, de impecable actuación). Lo fundamental de esta película está centrado en el proceso de rehabilitación, que implica un proceso con altos y bajos, donde se busca la diversidad cultural y social para un aprendizaje con responsabilidad y afecto, que implica un fuerte trabajo interno para alcanzar la reinserción social. Callejón abierto La narración combina escenas en flashback, de tono agresivo, filmadas con luz sobreexpuesta y cámara al hombro, con la intención de mostrar el submundo infernal donde los pacientes han tocado fondo, y cambia de tono en las escenas del centro de rehabilitación, con una cámara tranquila y una fotografía iluminada. No es casual la alusión a la flor del loto, la más bella en la peor inmundicia, que resplandece en el medio del barro. Aunque se apela a subtítulos para sintetizar esos procesos temporales, donde algunos cambian y otros reinciden, a la película le sobran algunas frases retóricas, algunas obviedades. Pero el filme se sostiene en la exposición de este problema grave y desatendido que va en expansión. “Estamos en caída libre”, alerta el personaje de Aleandro: “Estamos recibiendo entre 40 y 50 casos graves diarios”. “Paco” es recomendable y valorable por su compromiso y una mirada que intenta comprender antes que condenar, alcanzando su objetivo de mostrar el oscuro callejón abierto hacia la luz.