Palabras robadas es una película apasionante, altamente disfrutable y con un muy buen ritmo para no dejar escapar en la cartelera de cine. El guión está maravillosamente escrito conectando tres historias en forma muy atractiva donde cada una contiene a la otra, tal como si fuera una de esas...
Cosechando éxito con obras ajenas Palabras robadas es un drama donde la culpa aparece como factor predominante de la historia. Dennis Quaid, aquí en el papel de un reconocido escritor, nos relata, presentando su novela, la vida de un potencial literato (Bradley Cooper), un joven encerrado en la obsesión de llegar a ser un gran narrador. Para ello, necesita lanzar una atrayente obra que lo catapulte a la fama. La suerte de nuestro protagonista parece no coordinar con la calidad de sus escrituras, y su sueño cada vez se halla más lejano. Hasta que un día, encuentra una antiquísima maleta con una hipnótica novela apuntada por un anciano que supo redactarla en París tras la Segunda Guerra Mundial. Dejándose llevar por lo que leía en tal manuscrito, Cooper lo publica como suyo, obteniendo un éxito que lo convierte en uno de los mejores escritores. Afortunado y dichoso de su nueva vida, la culpa regresa fuertemente a su estado de ánimo cuando se topa con el verdadero creador de la novela. Con una dinámica ni muy lenta ni tampoco con tanto ritmo, el pasaje de la cinta es mayoritariamente ameno, a pesar de que la banda sonora elegida no ayuda a enlazar al espectador con lo que se va contando durante cada escena. Quizás el guión no sea de lo mejor ni tampoco original, pero el modo en que se trama, a través de una suerte de historias dentro de historias, puede resultar ocurrente y válido como recurso distinto dentro del film. Como propuesta de los debutantes directores Klugman y Sternthal, Palabras robadas puede mostrarse interesante, con algunos aceptables pero para nada brillantes giros. Se puede destacar que la película sabe cosechar una pequeña dosis de intriga, pero sin embargo como drama falla en la parte en que debe conectar desde la emotividad al público con los sucesos que se acontecen. LO MEJOR: el modo adoptado para introducirnos en la historia. Las actuaciones están bien. LO PEOR: no conmueve, la musicalización. PUNTAJE: 6
Palabras que no se lleva el viento El relato, construído a manera de caja china en donde cada narración aparece dentro de otra y a la vez relacionadas con la historia principal, juega con las verdades y mentiras de un escritor exitoso. Palabras robadas (The words) marca el auspicioso debut en la dirección de los guionistas Brian Klugman y Lee Sternthal (Tron: El Legado) luego de su presentación en el Festival de Sundance donde tuvo su premiere mundial. Rory Jansen (Bradley Cooper) es un autor que no termina de sentar cabeza (le pide dinero prestado a su padre) y su obra es rechazada por las editoriales. Pero todo se da vuelta cuando se convierte en un escritor respetado tanto por el público como por la crítica especializada mientras afianza la relación con su esposa (Zoe Saldana, la actriz de Avatar lo mejor de la película). Sin embargo, las cosas cambian una vez más cuando un anciano (Jeremy Irons) comienza a seguirlo y se presenta como el verdadero autor del libro. La película aprovecha sus diferentes capas narrativas -tres en total- para sumergir al espectador en las páginas de libros cuyas palabras no se lleva el viento. El anciano plasmó sus recuerdos de juventud cuando estuvo destinado en París luego de la Segunda Guerra Mundial. Esa historia vertida en un manuscrito que Rory encuentra en un maletín hacen que lo instale en un lugar de prestigio. Pero el trabajo no es suyo. Todo este marco combina historias dramáticas, romances contrariados y desencuentros amorosos de personajes que buscan sobrevivir, viven también de los recuerdos del pasado y juegan con el tema de la propiedad intelectual. Todo queda dentro de un hilo conductor principal impulsado por otro escritor (Dennis Quaid) que cuenta la historia de un fracasado, el mismo Rory. Palabras robadas tiene varias líneas de interpretación y moviliza al espectador a completar las páginas de su propio libro, a través de personajes que enfrentan el alto precio de la fama.
Trato de recordar cuando fué la última vez que una película me atrapó desde su primera escena y logró mantenerme así durante todo su metraje, y la verdad no lo sé. Podría decir “Inception”, por citar alguna, y no sería ninguna casualidad. Aquel film de Nolan nos mostraba en un determinado momento una acción que transcurría en un sueño, dentro de otro sueño, dentro de otro, dentro de otro, lo que nos acerca en cierto modo a “Palabras Robadas”, ya que nos presenta tres historias que se suceden del mismo modo, excepto que no son sueños, sino tiempos, épocas y personajes diferentes, pero que guardan cierta conexión que se irá develando a lo largo de los cortos 100 minutos que dura la proyección. Un libro que dá nombre al título original del film "The Words" es lo primero que vemos en pantalla y luego, ante un auditorio repleto, su autor Clay Hammond (Dennis Quaid) comienza la lectura del primer capítulo en el que nos presenta a Rory Jansen (Bradley Cooper), un joven escritor que hace tres años dejó de trabajar para dedicarse a escribir y solo su mujer Dora (Zoe Saldana) parece entenderlo. En su luna de miel en París y recorriendo tiendas de antigüedades ve un viejo maletín de cuero que le gusta y ella se lo compra. Ya de regreso recibe la llamada de un editor que lo cita solo para elogiar su obra que tanto tiempo le llevó escribir, pero que no va a publicar ya que no cree que haya público acorde a esa "obra de arte", como define a su novela. Abandonada la ilusión, va a archivarla en el viejo maletín y encuentra dentro de uno de los compartimientos un viejo manuscrito que luego de leer y maravillarse por semejante obra, la transcribe palabra por palabra y la hace suya. El éxito, la fama, el reconocimiento y los premios no tardan en llegar, así como la aparición de un misterioso anciano que cambiará el curso de esta historia y dará paso a una nueva, momento en el que Clay comienza a leer el capítulo dos y la presencia en el público de una joven llega para crear una nueva incógnita. Es en esta etapa del libro donde Rory conoce a quien dice ser el autor de su novela, un "Viejo" (su nombre no se conoce) interpretado por Jeremy Irons que plasmó en esas páginas una historia de amor, pérdida y dolor que vivió en París a fines de la segunda guerra mundial, dando paso a un extenso flashback, bien logrado, pero tal vez el momento de menor acierto de todo el film en cuanto a lo narrativo. "Todos tomamos decisiones equivocadas en la vida, sólo tenemos que aprender a vivir con ellas"... le dice el anciano a Rory, y las consecuencias están muy bien planteadas en este film que los debutantes Brian Clugman y Lee Sternthal escribieron y dirigieron con gran solidez. Sabemos que une a Rory con el anciano; pero que conexión guardan con Clay y quién es esa joven que atentamente escucha en la platea? Tal vez en el final, que a más de uno puede desconcertar si no se está atento, lo sepamos. En cuanto a las actuaciones, tanto Dennis Quaid como Jeremy Irons y Zoe Saldana están tan bien como pueden estar y de Bradley Cooper solo puedo decir que luego de “Silver Linnings Playbook” y ahora este film, va camino a pertenecer a ese grupo de actores que optaron por dejar de ser solo una cara bonita y mostrar de lo que son capaces de lograr. Tres historias, tres personajes, dos novelas. Un film atrapante, muy bien logrado y con buenas actuaciones. Sin dudas una ópera prima que no hay que dejar pasar por alto
Ficciones Las decisiones y la culpa atraviesan el universo de esta ópera prima, Palabras robadas –título poco feliz para el original The Words- que apela al trillado recurso de la ficción dentro de la ficción, como si se tratara de un elemento novedoso que no hace más que trasladar a la pantalla una fórmula tan vieja como el cine mismo. Los guionistas y directores debutantes Brian Clugman y Lee Sternthal (Tron: el legado) toman la estructura narrativa de un mecanismo de cajas chinas para introducir tres historias, cuyo nexo es un libro y del que se desprenden diferentes capas o ramificaciones que cuentan con el protagonismo de un personaje, siempre escritor. Así las cosas, todo comienza con la lectura en público del primer capítulo de una novela a cargo del exitoso Clay Hammond (Dennis Quaid), quien narra la desventurada existencia de un joven aspirante a escritor Rory Jansen (Bradley Cooper), cansado de los fracasos editoriales y a punto de echar todo por la borda. Sin embargo, un elemento azaroso durante su viaje de luna de miel con su esposa Dora (Zoe Saldana) en Paris modifica el curso de los hechos y como por arte de magia el escritor fracasado se transforma en la revelación de la literatura joven al publicarse su novela donde cuenta las peripecias de un joven soldado en la Segunda Guerra, su romance con una joven francesa y la tragedia tras pocos meses de felicidad junto a ella. La popularidad del joven Rory lo vuelve más vulnerable y cierto secreto que pretende resguardar (unos papeles que encuentra en un viejo maletín en Paris) rápidamente se revela a partir de la introducción de un personaje misterioso interpretado por Jeremy Irons. No sería adecuado avanzar desde este lugar en el relato cuando desde el título local se puede anticipar en qué radica el verdadero secreto y por qué gran parte de este argumento toma como uno de los ejes narrativos la culpa sin posibilidad de redención alguna. Lo cierto es que en el campo estrictamente de la ficción habría lugar para la justicia poética pero como en este caso se trata de establecer un límite entre lo real y lo ficticio esa carta no se jugará jamás. La moraleja un tanto fácil de comprender y en definitiva lo que da forma a la trama se sintetiza en la premisa de que una vida es más importante que una novela, o que las palabras que construyen esa ficción basada en el hecho real, aunque para eso los autores se hayan tomado cien minutos de película; agregando personajes sin demasiado peso más que el funcional al guión como es el caso de aquel interpretado por la bella Olivia Wilde, quien no aporta mucho pero actúa de elemento revelador para que la historia cierre no tan caprichosamente -como parecía- al entrelazar las dos ficciones, en las que la presencia del anciano misterioso opaca a la figura del joven escritor. La falla fundamental de Palabras Robadas no es otra que su predictibilidad, a pesar de los giros y vueltas de tuerca para desviar la atención del espectador y sostener un drama bastante elemental que sale a flote gracias a las buenas interpretaciones de Irons y Bradley Cooper.
(Anexo de crítica) Una historia dentro de una historia dentro de otra historia. "The Words" tiene tres líneas primordiales, una dentro de la otra. Un escritor (Denis Quaid) presenta su libro "The Words"a la vez que conoce a una joven y bonita estudiante (Olivia Wilde). Este libro trata sobre otro escritor (Bradley Cooper) que por fin encuentra el éxito con su libro, que no es suyo en realidad, pues llegó a él casualmente y no pudo evitar adueñarse de él. La tercer historia es la del anciano (Jeremy Irons), quien escribió esas hojas y cuenta cómo las concibió y cómo las palabras lo alejaron de la mujer que amaba. La historia en la que se ahonda con mayor profundidad es la protagonizada por Bradley Cooper y Zoe Saldana. Vemos las ganas que tiene él de poder vivir de aquello que le gusta, y lo mucho que le cuesta, las muchas puertas que se le cierran, quizás porque todavía no encontró su voz, sus palabras. "Él la amaba. Amaba Nueva York. Pero en la noche, cuando la ciudad por fin estaba tranquila, escribía". Rory y su mujer viajan de luna de miel a París y de allí él vuelve con un maletín y una historia. La historia de la cual termina adueñándose, se adueña de esta voz, de estas palabras. Pero no termina de quemarle la conciencia hasta que aparece este anciano, un Jeremy Irons envejecido, que le cuenta el precio que pagó por ese libro que perdió. Tanto Cooper como Irons brillan en sus escenas. De Irons ya sabíamos, él es uno de los actores más grandes. Cooper está muy bien encaminado y si no los mando a ver (otra vez, seguramente) "Silver Linings Playbook". Zoe Saldana no está más que correcta. Entre Dennis Quaid y Olivia Wilde la relación actoral es despareja. Ella entrega todo lo que podemos esperar, es indudablemente bella y no actúa mal. A Quaid se lo nota un poco más incómodo. Y la insinuación que se da al final de esta historia es casi innecesaria, poco aporta a la historia, sobre todo después de verlos discutir el final que tiene el escritor ficticio en su novela. La película empieza de manera muy interesante pero va decayendo a medida que avanza. El final puede dejar camino a varias interpretaciones y eso está bien. Alguna referencia a Hemingway (y no me refiero sólo a la placa que aparece con su nombre), unas buenas actuaciones, y reflexiones sobre la importancia de las palabras como voz propia, son los elementos principales por lo que recomendaría esta película, que si bien le falta un poco de chispa, y no escapa a clichés, es entretenida.
Vivir en el anonimato. Es difícil calificar películas que en realidad son para considerar ‘del montón’. Sin embargo, Palabras Robadas (The Words, 2012) me gustó por su combinación de historias en un paralelismo actoral muy bien logrado. Ladrón que le roba a otro ladrón tiene cien años de perdón dice un dicho… Lástima que el protagonista no se aseguró la parte de que a quien robara también fuera un ladrón. Rory Jansen (Bradley Cooper) es un joven y entusiasta escritor que no está pudiendo vivir de lo que le gusta. Accidentalmente encuentra un día toda una historia de época escrita por un don nadie, dentro de un viejo maletín. Rory ve en esas hojas la solución a todos sus problemas, una vez que lee la historia y asume lo espectacularmente bien escrita que está y lo atemporal que es. Rápidamente, el joven transforma esos viejos papeles en un libro; su libro, que enseguida explota y se vuelve toda una sensación al igual que Rory, quien ahora carga con ese horrible peso en la conciencia. Pero para su tranquilidad (o no), el verdadero autor de tal romance escrito a máquina aparecerá en su vida y le cambiará la cabeza a más de uno. Pese a que no soy fan del estilo de actuación de Dennis Quaid ni de Zoe Saldana, creo que completan bien el casting de la película. Por otro lado, está la intimidante Olivia Wilde, quien aparece poco tiempo para complicar aún más las cosas. Creo que fue bien enlazado el momento de la vida de cada uno de los protagonistas; Bradley Cooper en su juventud con una identidad y más tarde bajo otro nombre y en otra circunstancia, pero siempre ligado a un destino sellado por esas palabras que se suceden en los libros. Luego tenemos también a Ben Barnes que interpreta al verdadero autor de la novela robada durante sus años más felices, y a Jeremy Irons en el mismo personaje devenido en anciano triste y solitario cuando su vida ya es todo un fracaso. Y para embarrar aún más la vida de cada uno, el destino los unirá en una montaña rusa que, como corresponde, siempre terminará en la zona más baja. El modo en que cada uno de estos personajes se va haciendo carne y vinculando su historia mutuamente y casi sin intención, viaja hacia atrás en el tiempo, lo cual hace aún más interesante el devenir de los hechos. Hay que prestar atención a los detalles, ya que ahí está la clave de la historia. Aunque debo admitir que cada elemento de la trama ha sido colocado allí para que podamos localizarlo fácilmente. Ese es quizás el punto débil de la película, lo que no quiere decir que no siga siendo interesante. El film nos hace atravesar a todos el momento de incomodidad que se vive cuando uno aloja en su interior una vida que no le pertenece. Nos hace hacer fuerza para que todo pronto se solucione y así no tener que luchar más contra nuestro yo interno que sabe qué está bien y qué está mal. Es imposible para cualquier ser racional ‘vivir la vida de otro’ sin tarde o temprano sentir necesidad de dejar todo atrás y poder olvidar como si nada hubiese sucedido; el pasado siempre nos persigue, al igual que la mentira y los errores. Algo muy similar podemos ver en el film Gattaca, de 1997. Disfruté del desenlace de la historia y eso fue lo que causó en mí la diferencia que me hace colocar al film un poquito alejado de las películas del montón, como dije al principio. La recomiendo para distender la mente un buen rato. No, esperen, sería todo lo contrario.
Apasionado por la escritura, Rory no se cansa de presentar sus manuscritos a todo editor que se le cruce en el camino, pero siempre falla en su intento. A pesar de que sus historias poseen una gran cuota de calidad, la suerte le es esquiva hasta que un día halla en un tren el manuscrito de una novela. Tras algunas vacilaciones, decide tipear en su computadora la obra que lo ha fascinado y arrogarse su autoría. El resultado es más que alentador: un editor decide publicarla y de la noche a la mañana Rory se convierte en el favorito de los lectores y la crítica. El joven literato, carismático, inteligente y de talento, parece tenerlo todo: una maravillosa vida, una mujer que lo ama, el mundo a sus pies, y todo gracias a sus palabras. ¿Pero de quién son esas palabras? Y, en definitiva, ¿de quién es esa historia? Ya convertido en triunfador, Rory tiene un casual encuentro con un anciano desaliñado que le dice que fue el autor de ese manuscrito y le relata los hermosos aunque trágicos recuerdos de su juventud en París después de la Segunda Guerra Mundial, elementos que dieron origen a ese libro. Al comprobar que otro hombre ha pagado caro el tesoro que contienen esas páginas, Rory deberá hacer frente a cuestiones como la creatividad, la ambición y las elecciones morales que ha hecho guiado por sus intereses. Estructurada en varias capas narrativas, a modo de historia dentro de la historia, se demuestra que la vida del propio escritor es una ficción, y así el film se transforma en una mirada desencantada a un mundo viciado inserto en un excelente guión que, lentamente, va describiendo el paso de sus personajes con enorme calidez, íntima ternura y gran melancolía. Todo es aquí una perspicaz y provocativa exploración del precio del éxito y a su vez un intrincado mosaico de historias dentro de otras historias con reflexiones que se encadenan mutuamente. En su debut cinematográfico, los directores y guionistas Brian Klugman y Lee Sternthal lograron así un relato siempre conmovedor. Para que la trama tuviese la emoción buscada por sus autores se reunió a un elenco de notables méritos, compuesto principalmente por Bradley Cooper, Jeremy Irons y Dennis Quaid. Todos ellos, más una impecable fotografía y una adecuada música, hacen de Palabras robadas un film de gran calidad ética y estética que habla del éxito, del fracaso y, sobre todo, de la amargura de esos seres que se enfrentan, se humillan y se convierten, en definitiva, en radiografías de un micromundo de pasiones sin límites.
Verdad o consecuencia El ascendente Bradley Cooper es un escritor que publica como propia una novela cuyos originales encuentra en un portafolios. Cuando la mentira es la verdad podría ser el subtítulo de Palabras robadas, en la que el ser y el parecer, el engañarse a sí mismo y a los otros son los temas abordados en este drama con algo de suspenso de los debutantes Brian Klugman y Lee Sternthal. Jansen (Bradley Cooper, de El lado positivo de la vida y ¿Qué pasó ayer?) es un joven escritor al que no le han publicado una letra. Y eso que lo intenta, siempre apoyado por su pareja (Zoe Saldana, de Avatar). Se pasó tres años redactando su primera obra, pero las respuestas de las editoriales van por el lado de “es artístco, es sutil, es una obra de arte”, OK, pero terminan con que “es impublicable”. No tienen ni para comer, pero estando de luna de miel en París -los bohemios, se sabe, son así- ella le regala en una casa de antigüedades un portafolios medio maltrecho. De regreso a Nueva York, Jansen encuentra muy bien guardado un manuscrito en el portafolios. Es brillante. No él, sino lo que encuentra. Y esas hojas mecanografiadas ya amarillas sobre una relación de familia, no es que lo inspiran. Las copia, sin cambiarle un punto, la presenta como propia y Lágrimas en la ventana es un best seller. Y “el escritor” se llena de plata, reconocimiento y premios. Hasta que (Palabras robadas es de esos filmes en los que si no hay un hasta que, no existirían) un anciano le inicia conversación en el Central Park. Es Jeremy Irons, algo maquillado, algo avejentado. Es el autor de la novela. Y le cuenta sus penas. Relato dentro de un relato dentro de otro relato (la historia de Jansen y la del viejo están contenidas en la novela que el autor que interpreta Dennis Quaid en el filme lee a un auditorio), el interés primordial pasa por saber qué hará el joven. ¿Le contará la verdad a su esposa? ¿Y a su editor? ¿Y al mundo entero? ¿Qué busca el viejito? Cooper ya se había puesto en la piel de un escritor sin suerte que en Sin límites, con Robert De Niro, conocía los fabulosos resultados de una pastillita que le daba habilidades sobrehumanas. Más lógica y terrenal, Palabras robadas entretiene por ese debate interno del protagonista, por ese personaje que era un perdedor y que de pronto se transforma en un príncipe, hasta que a las 12 pase a buscarlo la carroza... Los directores y guionistas, que ya escribieron la historia en que se basó Tron: el legado y preparan otra película, se reservaron pequeños papeles como actores, y no es que se desentiendan de la cuestión. El elenco es importante, sus actuaciones le dan un marco a una historia que plantea al espectador interrogantes. Que después, como Jansen, se haga cargo de lo que sintió.
Palabras Robadas comienza con un afamado escritor llamado Clay Hammond (Dennis Quaid) leyendo su última novela frente a un auditorio. La historia que cuenta es la de un escritor, Rory Jansen (Bradley Cooper), que parte a recibir un galardón por su exitosa novela. De entre las sombras del hotel desde donde sale Jansen se ve un hombre mayor (el gran Jeremy Irons) que según relata Hammond/Quaid tiene una preponderancia fundamental en la historia de Rory/Cooper. En los tres planos de la película la literatura, con ínfulas de buscar lo trascendente, es eje central. Pero en esta película de un escritor que lee un libro acerca de un escritor que logra el éxito por una obra de un tercero (uff) no es literatura, y peor aún, deja al cine (lo que queríamos ver) de lado. Tanto firulete para no alcanzar ninguna genuina emoción, tantas veces llenarse la boca diciendo "palabra" para vaciarla de sentido. Uno de los principales problemas de The Words (título original) es que constantemente se remarca una gravedad artística que no se conlleva con lo que sucede en la pantalla. Se habla de grandes obras pero ninguna se hace presente. Necesita verbalizar porque no sabe mostrar, maneja ideas tan rancias como el de la inspiración divina (algo que justamente Hemingway, muy presente en el film, denostaba) y entre esa pila de "palabras" el único que hace valer su importancia es Irons. Y aún así, esos momentos funcionan cuando lo oímos, no cuando lo vemos. Su historia, contada mediante flashbacks torpes (¡sepias!) y televisivos, resulta un mix de la vida de Hemingway y su novela Adiós a las Armas (porque si acaso no queda claro, ahí está el nombre del duro Ernest dando vueltas). Creo que la originalidad no era algo buscado, pero ese relato dentro del relato huele demasiado a un refrito de Paul Auster (porque no tiene sentido meter al genio de Borges en esta discusión) carente de la dispersión propia del escritor oriundo de New Jersey con la que suele diluir las historias derivadas del relato principal. Acá todo tiene un cierre masticado, y si acaso la lección no queda clara, habrá alguna frase o imagen para resolver eso. Por ahí anda Cooper (productor del film, seguramente le gusto la novela) como Rory, un escritor bohemio que parece un yuppie y que, a pesar de trabajar como repartidor de correo dentro de una editorial, puede irse de luna de miel a Paris (los beneficios de vivir a crédito en EEUU, supongo). Un Dennis Quaid de mohines casi paródicos que intenta levantarse a una joven estudiante en una situación que quizás dibuje con éxito a los literatos best seller neoyorquinos: copa de vino y departamento a lo Patrick Bateman. Y un Irons disfrazado de viejo (más todavía), el único que deja caer cada palabra con la espesura necesaria, con una voz que carga el peso de la culpa y los años. Quizás el pecado de los directores debutantes Klugman y Sternthal es que se ataron demasiado a la letra de un libro pasado de rosca, olvidando lo más importante, dejarle un lugar al cine.
El padre de la criatura Hay un dicho que afirma que “el que lo encuentra, se lo queda”. Eso puede llegar a ser válido para los objetos, pero ¿qué sucede cuando lo que se encuentran son palabras, una historia escrita? ¿Es posible apropiarse de ellas, o serán por siempre ajenas? El aspecto más interesante de esta película es su estructura narrativa estilo mamushka: una historia, dentro de otra historia, que a su vez está dentro de otra historia. Dennis Quaid es Clayton Hammond, un exitoso escritor maduro, que presenta su última novela. En ella un joven escritor, Rory Jansen (Bradley Cooper) logra saltar a la fama gracias a un manuscrito que encontró por accidente, y cuya autoría se atribuye. La película comienza con Quaid leyendo su novela a una audiencia, y así como en la vieja tradición de la narración oral, el espectador logra sumergirse en la historia como el niño que escucha un relato. Acompaña la escena una banda de sonido fuerte, muy presente, que completa el entorno ideal para adentrarse en lo que se cuenta. En un filme con un clima muy bien logrado, que logra mantener la atención hasta el final, los directores y autores Brian Klugman y Lee Sternthal abordan el viejo tema de la relación entre un autor y su obra, los cuestionamientos sobre la identidad del escritor como tal, y hasta en un nivel algo más superficial, los entretelones de la industria editorial. En cuanto a las actuaciones, Bradley Cooper logra salir airoso, mientras que el pilar fundamental es Jeremy Irons, un actor que no nunca falla. Un defecto del filme es que el mensaje final cae en cierto modo en la moraleja, pero no por ello la película deja de ser interesante, con tres historias entrelazadas y bien contadas.
En busca del viejo manuscrito El tema de la propiedad intelectual, o de los derechos de autor, en la era de internet resultan cuestionables. Pero lo que le ocurre a Rory Jansen (Bradley Cooper), puede decirse que es cuestión de azar. Jansen es un hombre joven, feliz y muy enamorado de Dora (Zoe Saldana), su mujer, que lucha para ser un escritor reconocido y vivir de lo que escribe, pero no le resulta fácil. Tiene uno o dos novelas que "pasea" por distintos sellos, cuyos editores lo colman de elogios, pero no están dispuestos a publicarlo. Lo cierto es que Jansen no trabaja, vive de lo que le aporta mensualmente su padre que tiene un negocio. Pero la última vez que los visitó él le dio un ultimátum: tiene que buscarse un trabajo, o incorporarse al negocio familiar. PAREJA ENAMORADA Pero Rory no está dispuesto a ceder. Enamorado de su mujer se casa con ella y con la ayuda del padre, juntos se van unos días de vacaciones a París. En esa ciudad, mientras recorren negocios de antigüedades, en uno de ellos, descubren un viejo portafolios y lo compran. Esto modificará la vida de Rory y Dora. Lo cierto es que finalmente Rory decide buscar un empleo en una editorial y simultáneamente descubre que en el viejo portafolios que compró, en uno de sus compartimentos hay un manuscrito. Ante la desesperación de no poder lograr que le publiquen sus novelas, pasa en limpio el manuscrito encontrado y lo lleva a su jefe en la editorial, diciéndole que lo escribió él. Al otro día, su jefe lo llama y le dice que le va a publicar su novela y si quiere él va a ser su agente editorial. El éxito no se hace esperar, el libro se convierte rápidamente en un best-seller. EL VERDADERO AUTOR Un día en que Rory sale de un hotel al que fue a hablar de su libro, lo espera un anciano (Jeremy Irons), de quien nunca se conoce el nombre y le dice que él es el autor de ese libro, cuyo manuscrito su novia perdió en un tren y en el que cuenta la aventura romántica y bélica de un hombre joven, durante la Segunda Guerra Mundial. La culpa, la desorientación, la intención de comprar al anciano con dinero, por temor a que se lo acuse de plagio, lleva a Rory y su mujer, a un estado de desesperación del que no saben cómo salir. A partir de ese momento su editor entra en crisis y será el propio espectador el que tenga que sacar sus propias conclusiones, sobre quién tiene razón y si la copia de un texto anónimo, como el que encontró Rory, en un viejo portafolios y publicarlo como propio puede considerarse un plagio. Con un buen ritmo cinematográfico, bien contada, con un marcado tono de melancolía, la película cuenta con magníficas actuaciones de Bradley Cooper (Rory Jansen), Zoe Saldana (Dora Jansen) y Jeremy Irons, en el papel del anciano.
Palabras robadas es una película que el año pasado fue masacrada por la crítica norteamericana de manera innecesaria. No es para nada una producción desastrosa y no queda claro porque tantos medios le pegaron tan duro. Este film fue dirigido por el actor Brian Klugman (Cloverfield) y Lee Sternthal, guionista de Tron: El Legado y brinda una interesante propuesta sobre el mundo de los escritores. La particularidad de esta producción es que fue concebida como una especie de mamushka cinematográfica donde se narra una historia que contienen otras historias dentro del conflicto. Dennis Quaid es un escritor que presenta un libro llamado “The Words” (el título original del film) que se centra en un autor que plagió una obra y se hizo famoso con ese material que pertenecía a otra artista. Ese argumento es protagonizado por Bradley Cooper y Zoey Zaldana que luego abre la puerta a otra historia que está relacionada con el material robado. El concepto de las historias que se ramifican entre sí no es nuevo y se hicieron otros filmes similares en el pasado, pero Palabras robadas está bien narrada y logra capturar la atención del espectador desde las primeras escenas. Esa es tal vez su principal virtud. Me pareció un poco desafortunado que los directores le dieran tanto peso al recurso de la narración en off que con el correr del tiempo se vuelve algo densa. Por momento queda la sensación que más que una película estamos frente a uno de esos audiolibros que le encantan consumir a los yankees que no tiene problemas de visión pero son vagos para la lectura. La historia de Bradley Cooper y la otra subtrama que transcurre en los años ´40 son las más interesantes de la película. Al pobre Dennis Quaid le tocó el segmento más flojo con Olivia Wilde, actriz con la que no tuvo ningún tipo de química. En Palabras robadas los dilemas éticos y la propiedad intelectual se mezclan con los amores contrariados para ofrecer una buena película muy entretenida que sobresale principalmente por el trabajo del reparto. Al ser tan golpeada por los medios norteamericanos pensé que me iba a encontrar con algo terrible y nada de eso sucedió. La película es un buen drama que se disfruta y tranquilamente se puede tener en cuenta entra los estrenos de esta semana.
Mi vida de otro Los debutantes Brian Klugman y Lee Sternthal nos sitúan aquí, con Palabras robadas (The Words, 2012), frente a un film que desde su propuesta convence y hasta promete, pero en su ejecución no alcanza la altura de las expectativas que genera en los primeros minutos. Las historias dentro de historias pueden resultar un recurso narrativo muy atractivo, que hace trabajar la mente del espectador obligándolo, de alguna manera, a atar los cabos que la película nos arroja. Pero sabemos que no son un instrumento fácil de utilizar. Palabras robadas nos introduce en tres historias unidas por la obsesión literaria. Rory Jansen (Bradley Cooper), un joven escritor logra que se publique su primer libro, tras mucho tiempo de trabajo e insistencias que terminaban en pulgares bajos de distintas editoriales. Finamente logra el éxito que tanto anheló. Recibe halagos de todos lados por su obra, sin embargo él sabe que su frustrada pasión por la escritura lo llevó a tomar otra novela ya escrita, pero sin publicar, y adjudicarse la autoría. En su mejor momento, un anciano (Jeremy Irons) localiza a Rory y le hace saber que él es el autor de la novela que robó y lo llevó a la consagración profesional. Encerrándolo todo, vemos que esta historia no es otra cosa que la ficción inmersa en el libro que el escritor Clay Hammond (Dennis Quaid) se encuentra relatando frente a un auditorio repleto. Los minutos iniciales nos llevan para un lado y para otro, de una historia a otra. A medida que transcurre el film, nos vamos enfocando en la historia que nos dan a conocer el escritor Rory Jansen y su esposa Dora (Zoe Saldaña), quien siempre está a su lado para apoyar su perenne entusiasmo literario. Ambos personajes concentran la emoción y la intriga a lo largo del film, con sólidas actuaciones. De este modo, la historia del tiempo presente que tiene a Clay Hammond y la curiosa estudiante Daniella como protagonistas (Olivia Wilde) queda relegada, al punto de caer en el desinterés del espectador. En las desequilibradas dosis encontramos la complicación. Sólo un relato de los que se cuentan tiene un real dinamismo y gana autonomía tal que deja casi irrelevante lo que suceda fuera de ella, ya que, en definitiva, por la escasa presencia en pantalla que tienen Quaid y Wilde, su historia nunca logra ser, en verdad, atrapante. A su vez, resulta llamativo el parecido que existe con Conocerás al hombre de tus sueños (You will meet a tall dark stranger, 2010), dirigida por Woody Allen. Si bien existen claras diferencias entre ambos films, uno no puede dejar de remitirse, a nivel general, al protagonizado por Josh Brolin. Claro está que el plagio, la frustración y la angustia son temas que ya ha abordado el cine y es por eso que exigen un giro novedoso. La intención aquí está, de la mano del juego entre las fronteras de lo real y la ficción, el robo y la admiración por lo ajeno, y la relatividad del bien. Por la ambición de su guión, Palabras robadas pierde fuerza en su resultado final. Klugman y Sternthal tuvieron bajo su mando un gran elenco que nos dejó con ganas de más. No porque no hayan estado a la altura del film, sino justamente por lo contrario. El personaje interpretado por Irons no logra persuadir del todo al espectador y Clay Hammond, escritor que interpreta Quaid, no se desarrolla tanto como quisiéramos, dándonos así la impresión de que no conocemos nada de él. Quien mucho abarca poco aprieta se ha escuchado muchas veces. Son los primeros pasos de estos dos directores estadounidenses. Por el momento, quizás será cuestión de concentrarse en una sola cosa y explotarla lo más posible.
Lo mejor, Irons, pero tarda demasiado Para empezar, un drama literario en el que Dennis Quaid interpreta a uno de los grandes escritores de su época ya de por sí va a resultar inverosímil. Luego, la estructura de relato dentro de un relato que también puede incluir un relato está hecha sin demasiada gracia, aunque el formato no deja de mantener al espectador con la esperanza de que oculte alguna sorpresa un poco mejor. En realidad, la gran sorpresa es la calidad de la actuación de Jeremy Irons, aunque para que aparezca a ofrecer semejante novedad hay que esperar hasta bien promediada la proyección. Dennis Quaid es el narrador que abre el film leyendo ante un auditorio algunas páginas de su nuevo libro, que igual que el título original se llama, pretenciosamente , "The Words". Es la historia de un joven escritor cuya obra no interesa a los editores, hasta que su vida se vuelve rutinaria y decide tomar un trabajo humillante en una editorial esperando el momento en el que algún compañero de trabajo de mayor rango se interese por su obra. Eso no sucede, pero el protagonista se casa, va de luna de miel a Paris, y ahí su esposa encuentra un portafolios antiguo que, con un poco de limpieza, puede quedar bien. El asunto es que dentro del portafolios hay un antiguo manuscrito mecanografiado en inglés, con una novela asombrosamente buena, que el joven escritor frustrado no tarda en plagiar letra por letra, lo que le permite triunfar. Bradley Cooper ya habia hecho de escritor con más garra en un film sobre una nueva droga maravillosa que provocaba inteligencia artificial, y un poco de esto le hubiera venido bien a su plagiario personaje. En cambio, Irons no necesita doping para contar con más pasión la historia del joven que realmente escribió ese relato en la París de posguerra, aunque el film nunca logra transmitir en imágenes el sufrimiento del que surgió esa novela plagiada. Por último, el encuentro casi romántico entre el escritor original, Dennis Quaid, y una fan joven y bella, Olivia Wilde, sólo conduce a que la película dure más de lo razonable. Es una película que no está mal filmada y por momentos está bien actuada. A las imágenes les falta soltura y personalidad, y la música insistente tapa toda posibilidad de clima. En cuestiones literarias, hay cosas que hay que dejarlas en los papeles.
Una historia adentro de otra historia que esta, a su vez, robada de otra historia. Algo así pero todo junto y en menos de dos horas, es lo que trata de explicarnos Palabras Robadas. La vida de los otros Rory es un joven escritor fracasado, si bien sus obras son buenas, no son lo suficientemente buenas como para ser publicadas; así que pasa sus días dando vueltas de editora en editora, de su casa a la calle y de la calle a escribir. Vive en un pequeño apartamento de Brooklyn junto a su novia, una chica sencilla, están completamente enamorados. Rory recibe plata todos los meses de su padre, quien se niega a seguir manteniéndolo pero a la vez anhela que su hijo triunfe como escritor, así que sigue pasándole plata. Después de algunos meses Rory consigue trabajo repartiendo las cartas en una editora; finalmente se casa con su novia y emprenden la luna de miel con destino francés. En su retorno a la gran manzana, chusmeando las compras del viaje, Rory descubre un manuscrito que contenía todo lo que él siempre quiso ser. Y casi sin poder evitarlo lo pasa a la computadora y se lo apropia. Por motivos que aún no comprendo, Rory presenta el libro en el editorial como propio, y en ese momento conoce el éxito verdadero. Se convierte en uno de los grandes novelistas americanos del momento, con un estilo personal y único, es catapultado hacia la fama y el reconocimiento. El relato La película no se nos presenta en un relato tan sencillo como el que yo esboce anteriormente, sino que nos presenta en tres campos distintos, los cuales se narran unos a otros. Es decir, tenemos a un escritor famoso que presenta su último libro, ese sería por llamarlo de alguna manera el campo de la realidad, mientras este escritor lee su libro en público, funciona a la vez como narrador omnisciente de la historia de Rory, quién a su vez lee fragmentos del manuscrito que encontró y, a base de flashbacks, conocemos al verdadero autor de esa obra. Como ejercicio narrativo es bastante efectivo, aunque como recurso a esta altura se encuentra bastante trillado. El principal problema se encuentra en la figura del escritor real, donde conocemos muy poco de su personaje y nunca se hace mella en su historia personal, sumado a una relación un tanto extraña con una joven estudiante. Ambos personajes son elaborados de una manera demasiado superficial, lo cual lo deja a uno con ganas de entender más. En cuanto a las actuaciones, es realmente algo que nos deja conformes, Bradley Cooper sigue demostrando su calidad actoral en cada nueva película. Zoe Saldana lo acompaña de manera correcta y adecuada. Jeremy Irons como siempre impecable, un actor increíble al que no se le puede pedir nada más. El elenco falla en Denis Quaid, quien genera un personaje insulso, narcisista y asqueroso, realmente no parece creíble, parece casi autobiográfico. Conclusión Si bien la película aborda una temática interesante, que podría haber dejado algo más que una moraleja, no logra concluir de lleno ninguna historia, y recién sobre el final se da lo que podría ser una catarsis del personaje principal y una conclusión, a la que se llega de una manera bastante precaria y que deja al espectador mirando un final desabrido.
Un puzzle de tres historias paralelas La película que dirigen los actores Klugman y Sternthal toma dos tiempos narrativos diferentes con dos tramas trágicas. Los rasgos del cine de qualité muestran un esquema rígido que da como resultado un buen film de guión. Un libro es el eje de las tres historias que se despliegan en Palabras robadas, un relato asentado sobre la culpa y la vida real como material de la literatura. Por un lado, está Rory (Bradley Cooper), un escritor felizmente casado con Dora (Zoe Saldana), que sin embargo sufre en silencio la frustración por el rechazo de distintas editoriales por publicar su primera novela, hasta que finalmente llega la esperada llamada y el libro se convierte en un suceso. Pero el escritor, ahora una celebridad, es en verdad un ladrón que publicó un texto que no era suyo, una historia de amor ambientada en el final de la Segunda Guerra Mundial entre un joven soldado estadounidense destinado en París (Ben Barnes) y una camarera (Nora Arnezeder), que se enamoran, se casan y finalmente se separan cuando no pueden superar la muerte de su pequeña hija. El engaño, la estafa, se revela cuando el verdadero protagonista de la historia (Jeremy Irons), que puso en palabras su vida y su dolor hace más de cincuenta años, se enfrenta a Jansen. A estos dos ejes de la estructura se les suma un tercero, que es Clay Hammond (Dennis Quaid) que presenta su último trabajo, The words –el título original de la película–, una novela que engloba las dos primeras historias, puro material de ficción para el veterano y exitoso escritor, que a la hora del cóctel y los autógrafos es abordado por Daniella (Olivia Wilde), una joven y seductora estudiante, aparentemente deslumbrada por la celebridad pero que en verdad quiere, necesita, saber por qué el libro no fue más valiente y sincero. La película del actor Brian Klugman y Lee Sternthal (guionistas de Tron. El legado) funciona como un puzzle donde las tres historias marchan en paralelo, la ambición concreta de origen, con una realización que toma dos tiempos diferentes, dos historias trágicas imaginadas por un escritor, que son contadas desde su presente en forma de libro. Y si la cuestión moral planea por todo el universo que delimita el film, también involucra a quien muestra el producto de su inventiva y talento, en tanto con el libro terminado, se ve obligado a reflexionar sobre un final diferente y sobre su honestidad como artista. Sin embargo, el tono moroso del relato, francamente moralizante y algunos rasgos del cine de qualité en las escenas de ese París romántico, for export, demuestran un esquema demasiado rígido, que da como resultado una digna película de guión que no termina de cerrar del todo por una puesta sin vuelo y demasiado grave.
Tres historias casi perfectas, pero sin alma Puedes ir a la cama el miércoles en la noche siendo un escritor y despertar el jueves por la mañana y ser otra cosa totalmente diferente. O puedes irte a la cama el miércoles por la noche siendo un plomero y despertar el jueves por la mañana siendo un escritor. Este es el mejor tipo de escritores”, escribió Charles Bukowski. Algo de eso da vueltas en Palabras robadas, al menos en uno de los tres escritores que habitan sus páginas (sus fotogramas). Pero a pesar de las apariencias, el debut como guionistas y realizadores de Brian Klugman y Lee Sternthal no está centrado en el oficio de la escritura y el ambiente editorial, ocupado como está en exaltar grandes palabras como el Talento, el Amor, la Inspiración, el Honor, la Culpa y las Segundas Oportunidades. Guión de hierro a la vieja usanza, el de Palabras robadas cronometra rigurosamente sus tres actos y presenta su trío de historias de literatos como si se tratara de cajas chinas, a través de flashbacks dentro de flashbacks que van atando cabos y llevando la resolución de sus conflictos a su correspondiente casillero. El Hombre Viejo (Jeremy Irons), el primero de los escritores (sin nombre propio, lógicamente, como se verá), es el que más cerca está de la definición de Bukowski. Su libro autobiográfico lo muestra como un joven soldado americano, enamorado de una blonda francesa en el París post-1945, pero esa historia de amor contrariado nunca llegará a publicarse. Unas seis décadas más tarde, esas mismas páginas amarillentas son halladas casualmente por Rory Jansen (Bradley Cooper), escritor sin libro publicado que encuentra en el plagio directo y literal una forma de catarsis primero y un enorme éxito editorial después. Claro que el Hombre Viejo se entera y no pasará demasiado tiempo hasta que sus destinos se crucen. La historia del escritor fantasma y el simulador es narrada a su vez por otro escritor, Clay Hammond (Dennis Quaid), quien luego de la presentación de su último libro será cuestionado por una joven groupie, trasformando una posible noche de placer en otro cuestionamiento al rol de narrador y su relación con la vida real. Palabras robadas gira desembozada y melodramáticamente alrededor de toda clase de lugares comunes, no sólo los relacionados con el oficio del escritor. Rory Jansen (nuevo intento de Cooper, exitoso a medias, de despegarse de sus papeles cómicos) es un compendio de ideas gastadas sobre el joven escritor con talento incomprendido por las reglas del mercado, y la relación con su joven esposa parece tomada del Manual del Conflicto Matrimonial para guionistas de Hollywood. El personaje de Irons –quien gana por afano con su presencia en cámara– es otro ejemplo de lo antedicho, una versión romántica e ingenua del escritor maldito transformado por la historia en un dador de lecciones de vida. El film de Klugman y Sternthal es cine elaborado a partir de la ingeniería del guión, pensado y repensado desde la aceleración y desaceleración del ritmo, la dosificación de impactos anímicos y la construcción de crescendos. Pero, sin sustancia por encima de esos pilares, Palabras robadas esquiva cualquier atisbo de emoción genuina y se convierte en una película cuyo mayor mérito es ser funcional a su trama. Un film-robot.
Un escritor fracasado que intenta en vano publicar su novela se encuentra con un original escrito por un desconocido. Se tienta y lo publica como suyo. Alguien del pasado vendrá a poner negro sobre blanco su falta de ética. Pero a su vez, ellos son parte de otra novela. Historia de vueltas de tuerca donde el acento está puesto en la verdad de la ficción, en el peso de nuestras decisiones, en la moral, en la ficción del éxito. Por momentos, demasiado arrevesada, pero entretiene.
Brian Klugman y Lee Sternthal debutan en la dirección cinematográfica con "Palabras Robadas", film que entreteje tres historias (una dentro de la otra) con un estilo narrativo que desde el comienzo atrapa a un espectador que se ve obligado a pensar gracias a su buena dosis de drama y misterio. El guión, también escrito por ambos realizadores, introduce al espectador en la vida de Rory Jensen (Bradley Cooper), un aspirante a escritor cuya primer obra literaria es contínuamente rechazada por distintas editoriales. Tras finalmente lograr la publicación de su primer libro, el protagonista se convierte rápidamente en una estrella de las letras que parece tenerlo todo: una maravillosa vida, una esposa afectuosa (Dora, interpetada por Zoë Saldana) y el mundo a sus pies; todo gracias a sus palabras, esas a las que hace referencia el título original de esta película. Pero esas palabras sin autoría, que hasta el momento no habían sido publicadas y que él se adjudica como propias debido a su poco talentosa pasión por la escritura, pertenecen a otro. Él las lee por primera vez en un manuscrito que encuentra en el compartimiento de un portafolio que su esposa le había comprado en una casa de antigüedades durante su luna de miel en Francia. En la cumbre de su éxito, un misterioso anciano (papel a cargo de Jeremy Irons) localiza a Rory y se enfrenta a él afirmando ser el verdadero autor de la novela. Éste, le relata los hermosos aunque trágicos recuerdos que dieron origen al libro y que tienen que ver con su época de juventud en París, luego de servir en el ejército norteamericano durante la etapa final de la Segunda Guerra Mundial. Durante esos pasajes, el personaje de Irons es encarnado por Ben Barnes. Al comprobar que otro hombre ha pagado caro el tesoro que contiene esas historias, Rory debe hacerle frente a cuestiones como la creatividad, la ambición y las elecciones morales que lo han llevado al éxito profesional. Pero la vida del propio Rory es una ficción plasmada en el libro de un auténtico león literario llamado Clay Hammond (Dennis Quaid), quien se encuentra realizando una lectura ante un auditorio repleto de admiradores de su trabajo. Este hombre es persuadido por una hermosa y astuta estudiante (Olivia Wilde) para que hable del verdadero significado de su novela, pero no puede sino insinuar las conexiones entre la historia y su secreto pasado.
Verdad y mentira, ficción y realidad Interesante punto de partida: un escritor novato, que no puede publicar su primera novela, anda de luna de miel en París. Su esposa le compra en una casa de antigüedades un viejo portafolio. Y allí, en un doble bolsillo, encontrará el original de un relato escrito hace mucho tiempo. Son hojas amarillentas. Lo lee en una noche y queda deslumbrado. Decide (como el Pierre Menard de Borges) copiarlo palabra por palabra, quiere sentir lo que el remoto autor sintió mientras escribía este texto desgarrador. Lo publica y es un éxito. Pero un día aparecerá el verdadero autor. Y allí surge el dilema de fondo: decir la verdad o seguir así, porque la que pide explicaciones es su conciencia no el viejo autor. El filme explora superficialmente los senderos de la culpa, de la ficción y de la verdad. La historia nos dice que el éxito azaroso, que perder y encontrar son parte de la vida. Juega con los alcances de la mentira y lo hace a través de un espejo: porque lo que vemos no es otra cosa que el argumento de un libro que está presentando un autor de éxito. Es decir, ficción dentro de la ficción. Lástima que de a poco ese planteo inicial va perdiendo vuelo hasta terminar en un final tan abrupto como confuso que deja todo en el aire.
Pesado como collar de garrafas Imaginen esta situación: les recomiendan un restaurante top en el que supuestamente tanto la estética del lugar, como la música y la calidad de los platos son de lo mejor. Van entusiasmados con sus mejores galas pero sucede lo siguiente: muy linda la madera que usaron para la decoración pero no es difícil darse cuenta de que es melanina; la música es tan invasiva que en vez de acompañar la cena parece un comensal más y la comida, que viene con una gran presentación, resulta ser decepcionante, indigesta y con sabores que ya hemos probado en otros restaurantes de moda con el mismo resultado. Esto es lo que sucede con Palabras robadas, film que detrás de una superficie lustrosa y un tratamiento de temas “importantes”, no es más que un compendio de pretensión, subrayados y pomposidad por doquier. La idea de la dupla de guionistas-directores Brian Klugman y Lee Sternthal es ingeniosa: un exitoso novelista (Dennis Quaid) presenta su último libro, que trata sobre Rory Hansen (Bradley Cooper), un escritor fracasado quien, al encontrar casualmente dentro de un portafolios que compró en París una obra inédita y genial, se convertirá en un autor exitoso al hacer pasar como propio el texto que halló de modo fortuito. Todo irá bien para la nueva estrella del mundillo literario neoyorquino hasta que se le aparezca el Hombre Anciano (así lo llaman en la película), interpretado por Jeremy Irons, el verdadero autor del libro, quien le contará a Hansen con lujo de detalles el contexto y la historia de las palabras que le fueron arrebatadas. Decía que la idea inicial no era mala, lástima que haya sido la plataforma para un film solemne, que no respira, que trata temas “importantes” como el DESTINO y la CULPA de un modo que no admite otra interpretación y que subestima al espectador. Ejemplos de esto último es la música que impregna de gravedad toda la película y que le irá diciendo al espectador lo que tiene que sentir en cada momento, o cuando un flashback lleve la trama hacia el pasado, la iluminación cambiará de azul a sepia, no sea cosa que algún desprevenido no se dé cuenta del viraje a los años 40. Como si esto fuera poco, se les hace decir a los actores parlamentos impostados del tipo “amé a las palabras más que a la mujer que les dio origen” (Subiela pagaría millones por una grasada de este tenor). Este tipo de cine, que cuenta con exponentes como Las invasiones bárbaras, 21 gramos o los últimos dramas de Woody Allen, quiere pasar por fino y prestigioso el utilizar música clásica y contar con actores que entregan “grandes interpretaciones” y, como dije antes, no cree en la inteligencia del espectador ni en la fuerza de las imágenes (a lo largo de los tres relatos que componen Palabras robadas es irritante cómo la voz en off relata lo que se ve claramente en la pantalla). Lo peor de estas películas es que le quitan prestigio a un cine más valioso y ligero, confundiendo a la mayoría de los espectadores que se sienten contentos después de ver bodoques como estos, pues acaban de ver “cine serio” que trata “grandes temas”, cuando en realidad sólo vieron banalidad disfrazada de “importancia”.
Es grato encontrarnos en la cartelera nacional con películas como “Palabras robadas”, a pesar de que lleguen con cierto retraso con respecto a su estreno original. El escritor Rory Jansen (Bradley Cooper) se convirtió en un best seller con la publicación de su primera novela, una historia de amor que atraviesa los peores dramas de una época plagada por los desastres sociales de la Segunda Guerra Mundial. Ese “pequeño librito”, como él mismo lo llama, no estaba predestinado a transformarse en semejante suceso, sin embargo ese es uno de los grandes misterios del mundillo editorial. Nunca se sabe lo que los lectores están ansiosos por encontrar. En pleno apogeo de su carrera como autor, Rory es contactado por un anciano (Jeremy Irons) quien dice conocer el gran secreto que esconde este novel escritor: el libro que le dio fama y fortuna es un plagio de un texto que él mismo escribió décadas atrás en París. A su vez, la historia del anciano, dentro de la historia de Rory forma parte de la historia que está narrando en una convención el famosísimo escritor Clay Hammond (Dennis Quaid), quien cuestionado por una estudiante de literatura (Olivia Wilde) irá revelando cuánto de todo lo que se nos cuenta es verdad y cuánto pura ficción. Estructurada en varias capas narrativas, a modo de historia dentro de la historia, es muy interesante el modo en que se ha decidido tratar el tema del plagio literario, a priori un tema poco cinematográfico. Es todo tan magnético y atrapante en este relato que uno desea descubrir la verdad tanto como los personajes. Desde Irons y Cooper, hasta Ben Barnes y Quaid, todos los actores cumplen a la perfección su rol dentro de este andamiaje complejo, de relato solapado y colectivo, que requiere de un espectador activo y predispuesto a comprometerse con lo que se nos está contando.
The Words aprovecha el tema del plagio literario para poner en evidencia un ambicioso juego de cajas chinas que se toma a sí mismo demasiado en serio. El film aborda tres historias conectadas por la literatura, los libros, las palabras. Tres historias, cada una más intensa y mejor que la anterior, que siguen una línea temporal evidente: la primera centrada en la posguerra parisina, la segunda abarca la anterior en una Nueva York actual a base de recuerdos, y la tercera y última un futuro a corto plazo que engloba a las otras. Todas tienen una conexión y su misticismo romántico. La película de Brian Klugman y Lee Sternthal no se adentra en la lucha del hombre contra la infinita fiereza de un papel en blanco, juega más a mostrarnos al sujeto ávido de trascender, de lograr dejar su impronta, de conquistar el mundo editorial, de alcanzar la plenitud en su trabajo y llegar a la fama. El segmento del escritor y del ladrón está bien contado y se sigue con facilidad, gracias a un guión preciso y correcto aunque poco original, que no pierde en ningún momento el objetivo que se marca, que no es otro que el de jugar entre lo real y lo inventado, entre una vida en que la que se esquivan las consecuencias de las decisiones y otra en la que se asumen. Por eso, por encima de los pormenores de aquel manuscrito oculto y perdido, preferimos centrarnos en ese novelista de éxito entre el remordimiento y la imaginación, el pasado real y el rescatado. La presencia de Jeremy Irons llena cada una de las escenas en que está, y su rostro convence más que todas las palabras que se puedan escribir. Frente a él, a Bradley Cooper no le queda más que secundarlo como puede y tratar de no rebajar el conjunto, aunque siga cimentando su calidad actoral en dramas del estilo. A su lado están los correctos Dennis Quaid y las bellezas femeninas de Zoe Saldana y Olivia Wilde para formar un elenco heterogéneo de peso y de mejor ver. The Words propone una interesante reflexión sobre el oficio de escritor y en concreto sobre las antonimias realidad-ficción y verdad-mentira, determinantes en la literatura. De corta duración pero amable en calidad, es una interesante moraleja que de vez en cuando siempre regresa al cine para marcarnos que algunas cosas nunca cambian.
Hace unos años el publico porteño tuvo la posibilidad de ver “Lila, Lila” (2009) de Alain Gsponer, dentro del festival de cine alemán, tal el origen de este filme. “Palabras Robadas” esconde dentro de sí misma, sin nombrar la fuente, la idea principal que desarrollaba el filme germánico. Un joven con proyecto de ser escritor encuentra, por casualidad, el texto de una novela escrita hace muchos años, pues el papel, el tipiado en máquina de escribir, y la carpeta de cartulina que lo guarda, dan cuenta de su antigüedad. Éste se apropiara de el, pero no contaba con el éxito que significaría la edición de esa novela, que no sólo se convierte en un best seller (libro más vendido), sino que lo catapultará como el mejor escritor del año. Pero la maquinaria de Hollywood sabe como disfrazar los orígenes, es por eso que aquí estaremos en presencia de tres historias que podrían encerrarse en una sola. La apertura de la narración es con un plano donde se puede ver un libro con el titulo “The Words” (titulo original del filme), con Clay Hammond (Denis Quaid) como un exitoso escritor, en lectura pública de su última novela ante un auditorio colmado, una practica más común de lo que se cree. Así nos instala en la primera de las historias. En ella nos cuenta, y ya entramos en la segunda, la fábula de ese escritor nunca publicado y menos conocido, Rory Jansen (Bradley Cooper), quien tiene la suerte de encontrar un manuscrito que usurpará y que sellara su destino. A instancia de su pareja, la bella Dora Jansen (Zoe Saldana), lo publica como suyo obteniendo un éxito espectacular. Pronto nos revelaran quién es el autor de ese manuscrito, la tercera historia, un anciano sin nombre (Jeremy Irons) que lo escribió durante su juventud, cuando estuvo destinado en París tras la segunda guerra mundial. Allí, en París, encontró y perdió no sólo al amor de su vida, ese que se convirtió en la musa inspiradora de su relato de tintes autobiográficos, sino que además su mujer perdió el manuscrito. Esta realización es una muestra de lo que se conoce como guión de hierro, donde cada plano, cada elemento que construirá el relato general, esta puesto de manera precisa y justa, como si hubiese sido sacado del “Manual de Guionista” de Syd Field, profesor de guión en la Universidad de Harvard. Trabajado con cortes temporales, idas y vueltas sobre los tiempos narrativos, para que el entramado de las historias vayan haciendo progresar unas a otras, tratando de construir una especie de suspenso, que no se vislumbra demasiado en la pantalla, a diferencia de como lo hacia “Muerto al Llegar” (1988), pero con una precisión de reloj en cuanto al armado, con el agregado de la banda sonora jugando sólo para resaltar un clima que nunca se logra de manera definida. Es por eso que quien relata las historias posee la suya propia, con sus propios fantasmas, que se empezarán a revelar cuando, luego de terminada la lectura de su novela, Clay, cincuentón bien conservado, es abordado por la joven y extremadamente agraciada Daniella (Olivia Wilde) y lo que en apariencia es la subyugación de la belleza por el saber o el talento, termina por ser un duelo de gato y ratón, sin resolución figurada, lo que hace extenderse más de lo necesario al producto en general tornándolo perezoso. Por supuesto que todo esto también es utilizado por los guionistas y directores debutantes, Brian Klugman y Lee Sternthal, con el fin de instalar temas y discursos propios como la lealtad, el honor, el talento, la culpa, el amor, la seducción del poder, y el poder de la seducción. Todo sin el menor indicio de calor humano. Sí es para destacar las actuaciones, muy buena la performance del ascendente Bradley Cooper, con los gestos habituales del siempre sólo correcto Dennis Quaid, y un compendio de actuación por parte de Jeremy Irons, el que hace más creíble y querible a su personaje.
Cómo disfrutar de un buen libro Clay Hammond es un famoso escritor que esta dando a conocer su ultima obra :”The words – Las palabras”. El libro cuenta la historia de Rory, un joven que quiere ser escritor y que consigue éxito como tal cuando se apropia de un manuscrito escrito cincuenta años antes. El problema para Rory surge cuando aparece su verdadero autor. “Palabras robadas” es un film que produce la cesación de ver una historia que, aunque pueda parecer simple e incluso conocida, produce en el espectador un deleite como el que se siente cuando uno lee un buen libro o degusta un buen vino. Una sensación de querer que el film no termine nuca y uno pueda, más Allah de ser una película sumamente profunda, melancólica y triste, si esa es la palabra, seguir viéndola por un largo tiempo mas. Los directores, quienes a su vez son los guionistas, logran juntar en esta maravillosa película un elenco maravilloso, creíble en un ciento por ciento, y sin sobreactuaciones. Estos trabajos justos y precisos, sobretodo de Bradley Cooper (cada vez mejor) y Jeremy Irons, suman aun más a un film sólido y concreto. “Palabras robadas” nos habla del amor, de los sueños pero también, y sobretodo, del como y cuando nos hacemos cargo de nuestro errores, de cómo los asumimos y como los resolvemos. Una resolución que cada personaje, como seguramente cada espectador en su propia vida, lo hace de diferentes maneras. Una película que apunta hacia un tema pero no juzga sino que aporta al debate posterior ya sea con otro espectador o, lo que es mas difícil, con uno mismo. No se pierda “Palabras Robadas”, disfrute de un magnifico film y, luego, saboréelo, analícelo, como un buen libro o un buen vino.
Aceptarse ¿Por qué esas traducciones de títulos?... Como si fuéramos estúpidos y no tuviéramos la capacidad de deducir el significado del nombre de un film. La película se llama "The Words" y trata sobre cuestiones que van más allá del evidente robo de un escritor a otro. ¡Por favor, dejen de subestimar al espectador y de intentar simplificar títulos con subrayados estúpidos! Yendo al film concretamente, no entiendo por qué los críticos estadounidenses tiraron tan abajo este trabajo, que podrá ser un poco denso por momentos, pero de ninguna manera resulta común u ordinario como leí por ahí. La trama es del tipo de historia dentro de otra historia. Se centra en la vida de dos personajes, por un lado el personaje "real", Clay Hammond (Dennis Quaid), un famoso escritor que lanza un libro que cuenta la historia de otro escritor, el "ficticio" Rory Jansen (Bradley Cooper), que al no tener éxito con sus escritos, decide cometer plagio y publicar una obra fabulosa que encontró por error como si fuera propia. De repente gana mucho prestigio, premios y reconocimiento en el mundo artístico, pero como la mentira tiene patas cortas, la fantasía dura poco y aparece el verdadero escritor de la obra, interpretado maravillosamente por Jeremy Irons. El encuentro entre ambos, plagiador y plagiado, produce un ida y vuelta de sensaciones, frustraciones y recuerdos que a mí me resultó bastante placentero de ver en la gran pantalla. También la conexión entre el personaje "real" de Clay y Rory, el "ficticio", me pareció interesante y entretenida de ver. La película es dramática, quizás con un tratamiento por momentos superficial y redundante sobre la culpa y los dilemas morales, pero en general logra su cometido y resulta un trabajo serio que se puede disfrutar bastante, sobretodo si sos de esos espectadores a los que les gustan las historias con fuertes cargas de realidad. Los directores Brian Klugman y Lee Sternthal abordan un abanico de temáticas que identifican al espectador con los personajes, como por ejemplo el peso de las decisiones que tomamos, la aceptación de quienes somos, la delgada línea entre lo moral y lo inmoral, el destino y otros conceptos que están bien tratados y narrados. Una buena opción para disfrutar de un drama bien construido y con altas dosis de sensaciones reales.
El dolor como motor Mientras la mayoría de las salas de cine de la ciudad están ocupadas por películas taquilleras y “éxitos hollywoodenses”, “Palabras robadas” se proyecta sólo en Cines del Centro. Un dato curioso -pero relevante- para analizar la demanda del público en la escena cinematográfica local. ¿Será porque la gente busca opciones light y/o divertidas a la hora de ver una película? ¿O será que las grandes cadenas de cine subestiman al público negándoles contenidos de calidad? En el caso de “Palabras robadas”, se trata de un filme dramático, reflexivo y profundo que transita los principales ejes de la existencia: la vida, la verdad, la muerte y la resignación. Bradley Cooper encarna a Rory, un escritor que sueña con un futuro de éxito profesional del cual carece en su presente. El joven no se cansa de presentar sus manuscritos a los editores más reconocidos, pero nunca obtiene una respuesta positiva. Repentinamente su destino cambia 180 grados al encontrarse con un maletín. ¿Qué cosas están en juego cuando se toma una decisión con la que se debe convivir toda la vida? Aquí se dejan al descubierto las vueltas imprevisibles de la historia de un ser humano, los amores, los temores y el perdón. La literatura está presente a lo largo de todo el filme, donde aparecen los clásicos inoxidables como “Siempre sale el sol” del gran Ernest Hemingway. Una película que enseña que la felicidad y el dolor dan origen a las palabras que anuncian el nacimiento de un libro. Intensa y conmovedora, brinda un final poco claro que no se termina de entender si fue de manera intencional o una falla en el relato. De este modo, “Palabras robadas” es una opción más que interesante que invita a debatir acerca de dilemas éticos sobre la propiedad intelectual.
Espejos de la ficción en cajas chinas Aunque no tuvo la respuesta esperada en el público argentino, el film protagonizado por Jeremy Irons y Bradley Cooper, sobre un escritor exitoso, sorprende con una serie de preguntas que se abren sobre el final, con encuentros y reencuentros. Pese a su elenco, particularmente en lo que compete a los roles masculinos; a pesar de que entre estos nombres figure quien para mí es uno de los más grandes talentos de las últimas décadas, Jeremy Irons, Palabras robadas, la opera prima de estos jóvenes directores, conocidos fundamentalmente como actores de series de teve, no logró en el país la respuesta esperada. Ya el film remite, en principio, a la escritura de un primer guión presentado, sin que haya sido tenido en cuenta, a principios del 2002. Y es sobre el tema de la creación literaria, sobre la escritura de una novela, que Palabras robadas, o bien como se la conoció en España, El ladrón de palabras (aunque creo que le cabe más su original, The Words, Las palabras), invita a reflexionar desde un cautivante tono de intriga, que encuentra un lugar de bisagra entre el pasado y el presente. Construida a la manera de un sugestivo y por momentos especular juego de cajas chinas, Palabras robadas ofrece una alquímica composición de suspense en clave de melodrama, que se va orquestando desde una escritura de una vieja máquina de los años de la segunda guerra, que se proyecta y se vuelvo eco en el teclado de un computer, animadas desde la voz de alguien que lee frente a un Auditorium que escucha expectante. Y a medida que avanza el relato, desde una voz confidente que nos remite a aquella primera página en blanco, las diferentes vivencias de cada uno de sus personajes se van entrecruzando en un interlineado sombreado de dudas y sospechas. Frente a una crisis creativa, el escritor neoyorquino Rory Jansen, tras haber luchado de manera desesperada con sus propios fantasmas y sumido en el desaliento, podrá finalmente ver publicada su novela ambientada en el París de la postguerra. Su admirado Hemingway, desde uno de sus estantes, quizá será quien conozca el revés de esta trama. Como en Barton Fink de los Coen (1991), Almuerzo desnudo de David Cronemberg (1992), o bien El ladrón de orquídeas de Spike Jonze, estrenada en el 2002, entre otras, Palabras robadas se acerca a lo que es el origen de un acto creativo, del mismo jugar con la ficción, en este, ahora, pendular temporal, que sorprende con una serie de preguntas que se van abriendo sobre el final; a medida que se van dando ciertos encuentros y reencuentros, a partir de que los planteos sobre las conductas, sobre los comportamientos, sobre los interrogantes éticos, dejen a sus personajes frente a sí mismos, frente a nuestra propia mirada y ante nuestras propias reflexiones.
Especular “Palabras robadas”, de Brian Klugman y Lee Sternthal, pone al descubierto el clásico juego, ya trabajado por Shakespeare en Hamlet, de “la escena dentro de la escena”. La historia es la de un escritor que escribe, quizás, su propia historia, acerca de un robo literario. Clay Hammond se identifica a través de sus letras con el personaje creado en su propia novela, Rory Jansen. Esta especularidad de ambos personajes del film se introduce a través del misterio y la insinuación que el escritor despliega a partir de la aparición de una seductora mujer interesada en su novela. Rory Jansen cree haber alcanzado el anhelado éxito al publicar como propio un relato ajeno. La aparición del verdadero dueño del escrito provoca el desbalanceo de la situación y el surgimiento de nuevas variables, dado que éste no demanda un resarcimiento económico, sino que pone en cuestión el robo de un símbolo que lo representa en su historia de vida. La película pone en tensión a las palabras en su esencia, ¿Son propiedad del hombre? ¿Pueden ser robadas o bien tenemos que pensarnos hablados por los otros? Estas incógnitas develan la delgada línea que transita el film. Caer o no en la locura misma. Ser o no ser, esa es la cuestión.
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El ingenio para armar historias "Mi tragedia es que amé las palabras más que a la mujer que me inspiró escribirlas". Esto lo expresa uno de los personajes de este filme y adquiere sentido en el contexto de esta historia escrita y dirigida por los debutantes Brian Klugman y Lee Sterthal, conocidos en Estados Unidos como actores de series para la televisión. Su propuesta es una suerte de juego de cajas chinas o muñecas rusas (las famosas matrioskas), con una historia dentro de una historia dentro de otra historia. Un escritor llamado Clayton Hammond (Quaid) lee en público fragmentos de su última novela, una práctica frecuente en otros tiempos. La novela se titula Las palabras. Hammond narra la historia de Rory Jansen (Cooper), un joven autor de una novela a la que los editores califican de "artística y sutil", pero impublicable. Se casa con Dora (Zoe Saldana), van de luna de miel a París y allí, en una casa de antigüedades, ella encuentra y le obsequia al marido un viejo portafolios. De regreso en Nueva York, Jansen halla escondido en el portafolios y casi por azar, una novela inédita, donde un escritor anónimo cuenta el drama pasional que vivió en la época en que fue soldado en París, después de la ocupación nazi, con una joven parisina llamada Celia. Jansen se apropia de la novela, la edita con el título de Ventana de lágrimas (The windows tears) y obtiene un resonante éxito. Pero el relato fílmico toma derivaciones insospechadas con la aparición de un anciano dedicado al cultivo de plantas y flores, que mantiene con Jansen una conversación reveladora, sentados en un banco del Central Park. "Todos tomamos decisiones", afirma el anciano interpretado por un casi irreconocible Jeremy Irons. "Lo difícil, es vivir con ellas". Y tiene sus motivos para decirlo. El aforismo del anciano apunta a desentrañar la conducta ética de su eventual interlocutor que, por extensión, también alcanza al espectador, obligándolo a reflexionar y repensar la historia desde un principio y desde su propia mirada. Palabras robadas es una película algo compleja, que indaga en el acto creador, como ocurrió en El ladrón de orquídeas (2002), de Spike Jonze. Por la misma razón, es un desafío a la inteligencia del espectador, que debe enfrentar el estimulante juego de desmontar la infrecuente estructura narrativa que proponen los directores. Aquí no hay efectos visuales, porque no son imprescindibles y tampoco mejoran necesariamente el producto. En cambio hay ingenio para organizar una historia en base a tres historias que se entrecruzan sin traicionarse. De los intérpretes se destacan Jeremy Irons y Bradley Cooper, este último un actor en franco ascenso, que en este filme también oficia de productor ejecutivo. Ya lo había demostrado en su nominación en la pasada entrega de los premios Oscar por El lado luminoso de la vida.
Mensaje en una botella Palabras robadas es el debut en la dirección del actor Brian Klugman y el guionista Lee Sternthal, coescritores de Tron: el legado y algunos trabajos televisivos. Con tales antecedentes, no sorprende que la película destaque por su elaborada estructura narrativa. Rory Jansen (Bradley Cooper) es un escritor mediocre. Al regreso de su viaje de bodas, halla unas páginas mecanografiadas en el ataché que adquirió en un anticuario parisino. Se trata de una historia escrita en la París de posguerra y Rory sabe que puede salvar su carrera. Tras varias noches en vela, la ofrece como propia y (lógicamente) se transforma en un éxito de crítica y ventas. Pero entonces lo acecha el resentido autor de la obra (Jeremy Irons), mientras la historia (en un giro meta discursivo, pretencioso pero atractivo) es en realidad la creación de un tercer escritor que cuenta su flamante novela, Palabras robadas, a una sensual admiradora. Es indudable que la película responde a los códigos de Hollywood pero, exceptuando los flashbacks del traumático personaje interpretado por Irons, Klugman y Sternthal diseñaron una muñeca rusa de alto valor narrativo, capaz de seducir a crítica y público, como la novela robada de Jansen. Incluso, más allá del ensortijado argumento (que por momentos puede resultar tedioso, con un final abierto no muy satisfactorio), el gran acierto del filme es el dilema moral de Rory Jansen, con una gran actuación de Cooper y un descomunal Irons, encarnando a la némesis del escritor. Tan humano como un Dickens posmoderno, Palabras robadas es un debut auspicioso para Klugman y Sternthal.