Jake (Theo Taplitz) acaba de perder a su abuelo, quien pese a no tener buena relación con su padre, les deja su casa y un pequeño negocio para alquilar. Jake y su familia deciden mudarse de ciudad, y así es como siendo nuevo en el lugar, entabla una rápida amistad con Tony (Michael Barbieri), el hijo de la mujer que alquila el negocio. Mientras la amistad entre ambos chicos crece, la tensión entre los adultos aumenta cuando temas de negocios y dinero empiezan a causar problemas. Por Siempre Amigos (Little Man en su nombre original) puede parecer el típico film under sobre la familia que involucra algún niño, y que por casualidad o causalidad, siempre tiene a Greg Kinnear como el padre de la familia. Y pese a que siempre a priori parece que estamos ante el mismo film, Por Siempre Amigos logra entretener. Como suele pasar con estos proyectos, los apartados que más tienen que destacar son el de las actuaciones y la historia, y aunque suene feo, muchas veces relegando la dirección a un segundo plano. Esto se da en Por Siempre Amigos, en especial el buen nivel actoral. Sorprende que los dos chicos protagonistas estén a la altura de las circunstancias (mas aún teniendo en cuenta que es el debut cinematográfico de ambos ). Primero porque es una edad complicada, ya que no son niños, pero tampoco adolescentes, y la película se encarga de mostrar ese paso entre dejar de lado lo infantil y empezar a vincularse con el mundo de los adultos. Pero también porque las actuaciones de ambos son creíbles, en especial cuando comparten escenas juntos, sintiendo como espectador que de verdad estamos viendo a dos amigos. El resto del elenco acompaña bien a los pequeños protagonistas. Greg Kinnear sigue en su línea y ya interpreta de taquito el rol de padre de familia promedio norteamericana. También vale destacar la química que tienen entre sí los actores adultos, en especial Paulina Garcia, quien comparte las mejores escenas con Greg Kinnear. La historia como algo dejé entrever más arriba, también está a la altura. De hecho tiene la virtud de buscarle cierta vuelta de tuerca al posible distanciamiento de los chicos, y no caer en la obviedad de una disputa familiar típica. Amigos Por Siempre es una linda película, ideal para los seguidores de estas comedias dramáticas de corte under; pero también es ideal para el espectador común, ya que es un buen descanso entre tanto tanque hollywoodense sobrecargados de efectos y muchas veces, con nula trama.
Réquiem para la bohemia progresista. Tras la caída de las Torres Gemelas, los cambios iniciados en Nueva York -la emblemática ciudad de la costa este de Estados Unidos que representa el progresismo y la modernidad- durante la década del noventa, y en especial en Brooklyn, uno de los distritos de mayor población de la ciudad, se aceleraron rápidamente, convirtiendo a esta localidad en el hogar y la cuna de los nuevos profesionales, los artistas bohemios y los hipsters. Junto a ellos llegó su dinero, sus intereses y sus manías. Por Siempre Amigos (Little Men, 2016), el último film del realizador Ira Sachs (Love Is Strange, 2014), se sitúa en este contexto de cambios culturales y habitacionales para narrar una historia de egoísmo y amistad que define y marca la vida de unos chicos y sus padres. La muerte del padre de un actor de obras independientes sin demasiado éxito comercial, Brian Jardine (Greg Kinnear), deja libre la casa en la que él creció en Brooklyn y le abre la posibilidad de abandonar el estatus de inquilino de pequeños departamentos en Manhattan para mejorar sus finanzas y comenzar a vivir con más espacio junto a su esposa psicoterapeuta, Kathy (Jennifer Ehle), y su hijo, Jake (Theo Taplitz). La mudanza genera una amistad inmediata entre el taciturno hijo de Brian y el extrovertido hijo de la inquilina del negocio de ropa ubicado debajo de la casa de la familia Jardine, Tony (Michael Barbieri). La boutique de ropa de Leonor (Paulina García), una inmigrante chilena que lucha por mantener su negocio ante la crisis económica, no genera muchos dividendos y Brian y su hermana se dan cuenta de que su padre nunca indexó el alquiler a los nuevos valores inmobiliarios. La familia Jardine intima a Leonor a que renegocie el contrato de alquiler a punto de expirar con un aumento que triplica el valor y ella se niega rotundamente, lo que conduce a una “guerra fría” entre los vecinos que se traslada a una conflagración entre los hijos y los padres para que depongan su actitud utilitaria. El film funciona como un capítulo de un análisis socioeconómico sobre la última etapa de la expulsión forzosa de los inmigrantes, o a nivel más general, como un estudio de una fase más en el ajuste del capital sobre la ilusión del sueño americano. La calidez de la amistad de los chicos y el tono artístico de las escenas de los ensayos de las obras de Brian contrastan con la frialdad de los intercambios económicos. La economía y el arte se cruzan así inexorablemente, rompiendo ideologías y demostrando que las leyes invisibles del mercado se hacen carne. Este choque entre un falso progresismo que es enfrentado a la dura realidad y se hunde en sus propias contradicciones es la premisa que sostiene Por Siempre Amigos, forjando todos los lazos y las escenas en un film sin demasiadas pretensiones que logra desnudar algunos de los entresijos de las ideologías contemporáneas y sus paradojas.
El director de The Delta, Forty Shades of Blue, Keep the Lights On y Love is Strange ha sido desde siempre un favorito del circuito de festivales internacionales. Finalmente, llega a la cartelera comercial argentina con una entrañable película que combina dinámica familiar y conflictos preadolescentes con elementos de drama y comedia y un notable elenco encabezado por los pequeños Theo Taplitz y Michael Barbieri, acompañados por Greg Kinnear, Jennifer Ehle, Paulina García y Alfred Molina. Una joyita para no dejar pasar. Por siempre amigos es la séptima película de Ira Sachs. Habitué de festivales internacionales y con algún estreno en formato hogareño como único antecedente en la Argentina, su nombre es prácticamente desconocido aquí. El primer estreno comercial de uno de sus trabajos es, entonces, de por sí una buena noticia. Y, si encima se trata de una película enorme, de esas que acompañan a sus personajes aun cuando no los entienda ni comparta sus decisiones, la noticia es todavía mejor. El relato es disparado por la muerte del papá de Brian Jardine (Greg Kinnear, extraordinario). La relación entre ellos no era precisamente buena, pero igual le dejó un departamento en Brooklyn, oportunidad ideal para que los Jardine puedan alejarse un poco del caos de Manhattan. La herencia incluye también un local en la planta baja del edificio donde funciona un negocio de ropa y costuras a cargo de Leonor (la chilena Paulina García, reconocida internacionalmente por su protagónico en Gloria, de Sebastián Lelio). Ella, a su vez, tiene un hijo, Antonio, de la misma edad que el de los Jardine, Jake. Entre ellos iniciarán, más allá de sus diferencias culturales, económicas y sociales, una de esas amistades que marcarán a fuego sus vidas. La película podría ser una comedia, un drama o un coming of age. El primer gran mérito de Por siempre amigos es no ser ninguna en particular. Reposado, por momentos incluso contemplativo, el relato irá avanzando o no según las acciones que atraviesen sus protagonistas, deteniéndose en situaciones pequeñas y cotidianas cuyas consecuencias se vislumbran menos importantes para el presente que para el futuro, como si Sachs entendiera que los quiebres de una vida suceden en medio del fragor de la rutina y sin que nadie los espere. Claro que lo anterior no es el único motivo para el espectador empatice con el film. Los personajes son quizá los más parecidos a personas que se hayan visto en la cartelera en años, hombres y mujeres con dobleces, fragilidades, inseguridades y preocupaciones cercanas, propias de la clase media en la que se circunscribe el relato. Los chicos andan en los 11 ó 12 años, y así piensan y actúan. Los padres, bien entrados en sus cuarentas, también. Película de profundas dimensiones humanas, Por siempre amigos es la consolidación de Sachs como una de las voces autorales más importantes y seguras del cine estadounidense. La oportunidad de ver Por siempre amigos en pantalla grande y en una sala oscura, entonces, no debe desaprovecharse.
Hombrecitos que emocionan Es cine estadounidense no significa lo mismo que cine de Hollywood. Y cine de Hollywood no significa necesariamente cine estadounidense. Algunas películas de Hollywood no tienen pertenencia ni pertinencia con lo estadounidense, son relatos globales sin anclaje cultural nacional. Y hay películas estadounidenses que son independientes de cualquier tic o cualquier rasgo -sea bueno o malo- de Hollywood, y que cuentan historias arraigadas en su territorio, que pueden mapearlo con cercanía. Con el estreno comercial de Por siempre amigos (Little Men) estamos ante el primer lanzamiento comercial de una película del cineasta independiente, y fuera de Hollywood, Ira Sachs. Y Little Men -el título local es el único error conceptual en este acontecimiento- es una de las mejores películas de este 2016, que ya recorrió festivales como Sundance, Berlín y Bafici. Decir uno de los más grandes films de 2016 quizás sea impropio: Little Men es una película de una modestia difícil de hallar, de una escala humana refulgente. Es la historia de dos adolescentes neoyorquinos -Jake y Tony-, de su amistad, de sus familias, de las relaciones entre padres e hijos, de la educación y de los cambios, de su lugar y sus vidas. Y, sobre todo, es una película sin héroes y sin villanos. Con adultos y adolescentes que se equivocan, que reaccionan de formas erróneas o acertadas, y que, como se dice en la película, tratan de amoldarse a las novedades, a las buenas y a las malas noticias. Aquellas frases que dicen los personajes y que pueden usarse como clave general de lectura nunca son un manual de instrucciones o una sentencia prescriptiva. Ésta es una película abierta, que nos permite cambiar las posibles identificaciones, que tiene la capacidad para crear personajes de gran riqueza con pocos trazos, y que nos deja conocerlos y relacionarnos con ellos y sus circunstancias de formas diversas, según nuestras propias historias de vida. Que Little Men nos invite con delicadeza y nos permita recorridos emocionales diversos no significa que sea un relato laxo o deshilachado, más bien al contrario. Siempre estamos ante algún dilema, ante alguna decisión, ante acciones y reacciones. Que una película así de fluida y hasta tensa juegue con tantas emociones, que pinte a esos pequeños hombres que son los adolescentes y que a la vez nos hable de la pequeñez y de la grandeza de los hombres, que nada de esto lo declame de forma literal sino que lo sugiera y lo integre con inapelable cohesión, que flote grácil sobre estos personajes (y sobre estos grandes actores y actrices) y que nos deje la sensación plena -feliz, para qué dar más vueltas- de que todavía pueden contarse estas historias, son todas pruebas de que el cine resiste, y también de que nos puede transformar en apenas 85 minutos.
Publicada en edición impresa.
Crecer Ira Sachs, un director que supo hacerse un lugar en el mundo del cine con historias LGTB profundas y sin estereotipos, se reafirma como un narrador hábil en la discreta pero efectiva Por siempre amigos (Little Men, 2016), en la que se mete de lleno en la vida de una familia, en la que un joven tiene un trasfondo complicado al relacionarse con una inquilina que quiere imponerse ante los recién llegados. Jake (Theo Taplitz) ve como su vida cambia de un momento para el otro cuando, acompañando a regañadientes a su padre y madre, debe mudarse de ciudad. Al llegar se encontrará con Tony (Michael Barbieri), el hijo de una inquilina del lugar, con quien rápidamente se hace amigo. Entre ambos la empatía surge instantáneamente, y además de compartir horas de ocio y esparcimiento, también irán juntos a la escuela, en donde se los identifica como los raros del lugar por la particular afición de Jake por el arte y la cultura. Pero mientras ellos sellan su amistad con diversión y alegría, deben toparse con la diferente realidad de sus padres, quienes deben, de alguna manera, solucionar el pequeño inconveniente que el abuelo de Jake dejó sin resolver antes de morir. Así, Sachs plantea el escenario de la historia, en la que, por un lado se construye un intenso relato sobre la amistad, el arte, los juegos, para los jóvenes, y por otro lado una tensa historia sobre el “amo y el esclavo” en la que, no siempre, el que se cree el amo es quien verdaderamente termina por mover los hilos y guiar los hechos. El tempo digresivo elegido por el director, como así también la decisión de registrar todo bajo un halo naturalista, son algunos de los aciertos para que la historia de Por siempre amigos crezca narrativa y dramáticamente. Como Leonor se destaca Paulina García, en una nueva incursión en el cine norteamericano tras su brillante Gloria (2012), con la que comparte algunos puntos en común por la firmeza con la que despliega sus convicciones. Greg Kinnear siempre acertado, y otro rol clave es el de Jennifer Ehle, Kathy Jardine, madre de Jake, quien brinda a su papel la sabiduría necesaria para contener el pequeño infierno que se desata tras los primeros enfrentamientos con la inquilina y quien se anima a decirle en la cara las verdades incómodas que otros callan Por siempre amigos es una película pequeña, que habla de una transición y de un duelo, de silencios compartidos, de juegos que terminan por decisiones de los adultos y de una promesa de amistad eterna a pesar que todo indique que de eterna no tendrá nada.
SIN HÉROES NI VILLANOS Es una comedia encantadora, donde el director Ira Sachs, co-guionista con Mauricio Zacharías muestra conflicto, dolores y alegrías de adultos y dos chicos de trece años que se hacen amigos. No hay en esta historia ni héroes ni villanos, si desgarros, frustraciones y el difícil camino hacia el mundo adulto. A la muerte de su padre, un actor sin mucha suerte se muda a la casa de su progenitor, junto a su familia. Su hijo de 13 años de inmediato congenia con el hijo de la señora que alquila el local de la planta baja, una chilena, madre soltera. Los adolescentes por primera vez experimentan una amistad que se hace importante. Pero el mundo adulto interferirá entre ellos: La señora que alquila no quiere renovar el contrato, el propietario presionado por su hermana no puede llegar a un acuerdo. Todos sufren y la resistencia de los chicos no alcanzara. Grandes actores, un hallazgo de casting los jóvenes Theo Taplitz y Michael Barbieri. Greg Kinnear como siempre brilla.
Crítica emitida por radio.
La amistad por sobre el resto “Lo difícil de entender cuando eres niño es que tus padres son personas también. Cometen los mismos errores y tratan de hacer lo que creen que es correcto”, le confiesa Brian (en la piel de un excelente Greg Kinnear) a su hijo Jake, intentando explicar que nadie es perfecto, que él mismo puede ser víctima de las mismas inseguridades que sufre cualquier persona, sin importar la edad. Este diálogo tan duro como necesario se traduce en lo que a todo hijo le cuesta reconocer durante gran parte de su vida: Toda experiencia significa un aprendizaje. Tal como en su último film Love is Strange (2014), el director Ira Sachs y su co-guionista Mauricio Zacharias realizan una especie de continuidad poética a la hora de retratar la esencia efímera y conflictiva de las relaciones humanas, enmarcadas en la cotidianeidad cosmopolita de la ciudad de Nueva York. Pero sea a partir de la difícil separación de una pareja del mismo sexo – acercándola a los mismos parámetros únicos y universales de cualquier pareja – o profundizando la lealtad genuina de la amistad en la adolescencia, Por siempre amigos se muestra como la cuidadosa acumulación de pequeños momentos significativos que influyen en el desarrollo de un individuo. Una sumatoria de situaciones que revelan un costado mucho más humano que cualquier película que se precie de tratar temáticas sociales con altura, y que al mismo tiempo la acerca a la impronta lograda por Boyhood (2014) de Richard Linklater. littlemen2-proyector Tras el fallecimiento de su padre, Brian Jardine (Kinnear) vuelve a la casa paterna en Brooklyn con su familia para realizar el funeral y resolver algunos inconvenientes con la propiedad. Con dificultades para mantener su profesión de actor under y acompañado por su esposa Kathy (Jennifer Ehle) y su introvertido hijo de 13 años Jake (Theo Taplitz), el conflicto emocional por la pérdida familiar no es lo único con lo que va a tener que lidiar en el regreso al barrio de su niñez. Al lado de la casa, precisamente junto a la puerta de entrada, se encuentra un humilde taller de costura atendido por una inmigrante chilena llamada Leonor (Paulina Garcia) y su hijo Tony (Michael Barbieri), de la misma edad que Jake y con el cuál rápidamente se convierten en amigos inseparables. Las diferencias de carácter entre Jake y Tony son muy pronunciadas, pero esto hace que su cariño mutuo sea aún más auténtico. Mientras que Jake es plenamente tímido y a su vez talentoso en el dibujo y la pintura; Tony es sociable, histriónico y ambicioso para con su sueño de seguir una carrera como actor, tal como el padre de su amigo. Es a través de ellos dos que la película se sitúa como una ventana a su mirada inocente cuando se enfrentan a las complejidades del mundo adulto, en una disputa que nada tiene que ver con su amistad. Al parecer el padre de Brian apreciaba mucho a esta familia y para él ocupaban un lugar más importante como compañía que como inquilinos a los que se les debería cobrar un alquiler. Sin embargo, la situación económica para los Jardine no es la mejor y un negocio tan valioso en esa zona residencial de la ciudad podría significar una gran ayuda para saldar deudas. No obstante la conversación con Leonor sobre la posibilidad de pagar una hipotética renta no acaba de la mejor manera cuando ella sostiene que deberían respetar los deseos del dueño fallecido al dejarla vivir allí. Esto termina influyendo negativamente en la relación de los dos chicos. littlemmen3-proyector Sachs es un ávido realizador dedicado a la representación natural de las emociones humanas, algo que no deja de sorprender cuando el talento de los jóvenes Taplitz y Barbieri (Jake y Tony en el argumento) son la razón fundamental por las que el film se desarrolla con una sensibilidad entrañable. Incluso sin poder ponerse de ningún lado de la discusión entre ambas familias, es el distanciamiento forzado de los dos chicos lo que genera que Por siempre amigos pueda ser vista de manera distinta, según el ángulo desde donde se la observe. Sea desde el conflicto lógico de intereses de los padres por el uso ideal del negocio o en la importancia de mantener al margen a los hijos y salvar su amistad. Debates tan personales como éste son los que se dejan al criterio de cada uno. Un pequeño fragmento de la historia que acompaña y cuestiona de forma activa al espectador mucho después que finalicen los créditos finales, en una tarea de reflexión introspectiva que el cine nunca debería dejar de brindar.
Los padres de Jake se mudan de Manhattan a la más tranquila Brooklyn, donde el abuelo, que acaba de morir, les ha dejado una casa y un local, en el piso de abajo, que hace años alquila la chilena Leonor (Paulina García). Ella tiene un hijo de la misma edad, Antonio, y los dos preadolescentes se hacen muy amigos. Como indica su título original, Little men, son ellos el corazón de esta película, la séptima de Ira Sachs, y es desde su mirada que se observa el mundo: un ámbito adulto. Con atención a esas pequeñas cosas de la vida cotidiana en dos familias, Por Siempre Amigos es a la vez un film de coming of age, una comedia vecinal y una entrañable exploración de la amistad entre dos chicos, tan parecida a un refugio frente a ese pesado tanque, llamado futuro, que se les viene encima. Pero es el presente el que mete la cola, con los problemas de sus padres intelectuales para llegar a fin de mes y las tensiones crecientes entre ellos y la inquilina de abajo. La forma en que Sachs, con sus extraordinarios actores, cuenta este relato profundamente humano, le permite encontrar una especie de poética de lo real que aparece naturalmente, sin subrayados ni un guión que la fuerce. Una película hecha con sensibilidad, inteligencia y amor por sus personajes, incluso aquellos más distantes. Hasta su bellísimo desenlace.
Los vínculos en una edad delicada Una familia se muda. El abuelo ha muerto. El hijo de esa familia hace amistad con el hijo de la inquilina del abuelo. Los chicos, preadolescentes, se entienden. Algunos mayores tardan en entenderse. Aparentemente eso es todo. La historia es pequeña, la película es pequeña, también sus personajes, pero lo que ellos están pasando es bastante grande: la adaptación a una vida distinta, el duelo, el desarrollo de una amistad, la puesta a prueba de esa amistad, para más en una etapa delicada de la vida. Ira Sachs, director "indie" asentado en Nueva York, nos muestra todo eso y otras cositas, sin subrayados, con buenas observaciones, un manejo particular de los conflictos, una sensación de "extraña ternura" sobrevolando y también de ciudad todavía humana (esto se ambienta en el barrio de Brooklyn), y un buen lote de intérpretes. A señalar, entre ellos, la chilena Paulina García (la de "Gloria") y también el inglés Alfred Molina. Los pibes son prometedores: Theo Taplitz, que además ya hace sus propios cortometrajes, y Michael Barbieri. Habría que ver cómo siguen.
Es una historia bellísima, emotiva, intimista, tierna, muy bien interpretada por el elenco, con estupendos climas, una buena historia de amistad y amor en la que se encuentran bien marcados los problemas económicos, sociales y las crisis familiares. Cuenta con una gran dirección, donde además se destaca el paisaje de la ciudad de Nueva York.
Es un tremendo placer ver una película así. Su ligereza se puede confundir con superficialidad, pero se trata más bien de un encuentro entre familias y amigos; un encuentro que tiene sus desencuentros. En la amistad de los personajes principales Tony (Michael Barbieri) y Jake (Theo Taplitz), se manifiesta una fidelidad valiosísima por encima de los conflictos entre las dos familias; un conflicto que viene dado por circunstancias externas de necesidad en ambos casos. Pero esto no impide que surja un vínculo interesante entre los dos amigos. Es, además, una oportunidad para Taplitz y Barbieri en la que ambos exploran sus personajes con una riqueza que no suele verse en actuaciones infantiles. Jake es más introvertido, mientras que Tony procura incentivar la diversión que busca haciendo un taller de actuación y compartiendo con amigos. No menos interesante es la dinámica familiar que sostiene a cada niño. Por un lado están los papás de Jake, interpretados por Jennifer Ehle y Greg Kinnear en unas íntimas actuaciones donde resuenan más las miradas y el silencio que lo dicho. Ellos están entregados a sus trabajos pero comparten con su hijo en las cenas y los fines de semana. Por otro lado, está Leonor quien Paulina García interpreta con una callada contención. Cada una de sus palabras quieren decir mucho más que lo dicho. Y su oficio de costurera y diseñadora se mantiene hogareño y cálido para la crianza de su hijo. Cada una de las profesiones u oficios de los padres despiertan preguntas sobre los personajes. Son preguntas que el filme sugiere y que no pretende resolver, sino con los que conviven los personajes. ¿Cómo conviven Jake y su papá con la profesión de psicoterapeuta de su mamá? ¿Cómo hacen para mantenerse si el papá gana poco como actor? ¿Cómo hace Leonor para mantenerse ella y a su hijo si nunca se ve que haya mucha clientela en la tienda? Son preguntas accesorias pero que complementan a los personajes, no limitan la película. Así, la película podría verse como un homenaje a las relaciones humanas vistas desde el comienzo de la adolescencia donde comienzan a bullir, más que las hormonas, las inquietudes por lo que se avecina en la adultez. La música y la edición trabajan de una manera muy sencilla para que el filme fluya con cierta ligereza sin perder de vista la resonancia de cada momento y de cada personaje. Hay una detallada conjugación de todos los elementos, desde el guión a cada uno del elenco, desde la dirección hasta la música que interconecta escenas juguetonas. Al final, se trata de una orquesta de elementos hermosamente conjugados con sencillez y una vitalidad poco usual en el cine de ahora.
Una de las mejores películas del año, por mucho. Es la historia de la amistad entre dos adolescentes que se ve interferida por un conflicto entre los padres de uno de ellos y la madre del otro. El problema es económico, pero también es un asunto de clase o de lo que cierta clase media ve de sí misma. Sin embargo, lo más importante de la película consiste en cómo el punto de vista adolescente implica un equilibrio que permite una mirada de mayor inteligencia sobre el problema que generan los adultos. El placer está en la realización, en la construcción de personajes en los que podemos creer, en el humor que se cuela entre las situaciones, en cómo los actores son parte integral de un paisaje que sólo puede ser mostrado por el cine. Como en muchas grandes películas, la amistad es una especie de refugio contra las tristezas del mundo. Una belleza al mismo tiempo original.
Los sentimientos se mudan. En una tira de Mafalda, el personaje de Quino le preguntaba a su mamá si en su infancia había tenido amigos como los suyos. Ésta le respondía que sí y Mafalda quería saber por qué no los veía más. “Porque la vida nos fue llevando a cada uno por su lado” reflexionaba la mujer. Mafalda se quedaba pensativa y, finalmente, gritaba indignada: “¡¿Y quién se cree que es la vida para hacerle esas porquerías a la gente?!” Podría decirse que Por siempre amigos aborda con seriedad la misma cuestión de la de aquél chiste, deslizando con sutileza entrelíneas sobre temas laterales como educación familiar, diferencias sociales, afectos sinceros o interferidos por intereses económicos y dificultades a las que nos confronta la vida adulta. Séptima película del realizador independiente Ira Sachs (1965, Memphis, EEUU), va presentando sin sobresaltos a sus personajes, con sus pequeños-grandes conflictos. Los principales son Jake y Tony, dos pibes que empiezan a hacerse amigos cuando los padres del primero deciden mudarse al departamento heredado del abuelo, dueño también de un pequeño negocio lindante, alquilado a la madre de Tony. La paulatina resistencia de esta mujer a abandonar el local va tensando el relato y poniendo en peligro la amistad de los chicos. En medio de los problemas, Jake y Tony van creciendo, despuntando en el primero una clara vocación por el dibujo, en tanto el otro se muestra más extrovertido y franco, como lo manifiesta cuando sufre un ligero revés con una linda amiga durante un baile. Las ocupaciones de sus padres, por otra parte, se corresponden con la naturaleza de sus actitudes y la manera de encarar los trances que deben ir superando. Tanto al padre actor de Jake (interpretado por Greg Kinnear, recordado especialmente por Mejor… imposible y Pequeña Miss Sunshine) como a la madre modista de Tony (encarnada por la chilena Paulina García) les resulta difícil desempeñarse con éxito en sus trabajos, si bien queda claro quién de los dos corre con ventaja. Hay una muy bien lograda atmósfera de familiaridad, con los ámbitos barriales (incluyendo las casas y la tienda) expuestos sin énfasis, combinando calidez e informalidad, con el puente de Brooklyn al fondo. A los personajes se los ve comiendo o abandonando cansados sus tareas cotidianas con una verosimilitud desacostumbrada en el cine estadounidense, y sus preocupaciones no son muy distintas a las de hombres y mujeres de otras partes del mundo. Sachs sabe, también, eludir ciertas instancias: no hace falta conocer los motivos del fallecimiento del abuelo o detenerse en los detalles de una mudanza, ya que lo que importa son sus efectos. Tampoco necesita cargar las tintas sobre un personaje u otro, ni incomodar al espectador con excesos de violencia verbal o estallidos melodramáticos. Y, si bien el desempeño de los adultos luce muy ajustado al medio tono de la película, son los pibes (Theo Taplitz y Michael Barbieri se llaman) quienes infunden encanto, expresando naturalmente despreocupación preadolescente y sentimientos en maduración; de hecho, aunque en un par de ocasiones los padres sollozan –por distintos motivos–, es el llanto de uno de los chicos el que sacude por la sinceridad que le imprime su joven actor, escena justificadamente emotiva que asoma en el momento oportuno. El final, maravilloso en su simpleza de recursos –y con la ayuda de la música sentimental de Dickon Hinchliffe–, deja al espectador enfrentado a sus propios recuerdos, a su propia vida. Por Fernando G. Varea
El drama sobre la amistad de dos chicos de barrio es uno de los estrenos mejor calificados de la semana. Los cambios siempre son visibles, pero también hay cambios invisibles, que se producen en el interior de las personas. Filmar esos cambios imperceptibles parece ser la tarea de Ira Sachs en Por siempre amigos. Jake (Theo Taplitz) es un joven de 13 años que se muda con su familia a Brooklyn después de la muerte de su abuelo. Se van a vivir a la casa de barrio donde vivía la familia paterna. El padre de Jake, Brian Jardine (Greg Kinnear), es un actor sin éxito, condenado a actuar en obritas de mala muerte. En el lugar también viven Tony (Michael Barbieri), un adolescente de la misma edad de Jake, y su madre Leonor (Paulina García), una costurera chilena y vieja amiga del abuelo de Jake que atiende el local de la planta baja de la casa. Los padres de Jake le piden a Leonor que firme un nuevo contrato de alquiler, para hacer las cosas legalmente, y de paso ayudar a la hermana de Brian, que es a quien corresponde la parte de la propiedad que ocupa Leonor. Esto desencadena una disputa entre los mayores, ya que Leonor se niega a firmar. Mientras tanto, los jóvenes empiezan a hacerse amigos y a descubrir la vida en el barrio, los pequeños placeres y los divertimentos propios de la edad. La amistad que nace entre ambos es verdadera, pura, incontaminada. Juntos irán a sus primeros boliches, jugarán al fútbol, se encerrarán a jugar a los videojuegos y a estudiar, patinarán por las veredas de Brooklyn y soñarán con entrar a una prestigiosa escuela de artes. Las discusiones entre los padres, la amistad entre los jóvenes y el conflicto por la casa son tratados con el mismo tono, entre intimista y contemplador, con una cámara delicada, capaz de observar con sutileza los gestos de los personajes, cómo se desenvuelven y actúan en el día a día. Ira Sachs (también dirigió El amor es extraño y Keep the lights on) ve todo sin subir el volumen en ningún momento. La amabilidad y la frescura con las que filma son una acertada decisión de puesta en escena. Por siempre amigos es una película sobre grandes cambios, interiores y exteriores: la muerte del abuelo, la mudanza, el descubrimiento de la amistad y la forzada separación, el desalojo. Lo grandioso del filme es que trata estos cambios con la templanza del observador paciente, que detecta los grandes cambios allí donde sólo se ven personajes que viven en su cotidianidad.
LO PEQUEÑO COMO EJEMPLO DE GRAN CINE En tiempos donde los géneros (e incluso las estéticas de mucho cine ajeno al mainstream hollywoodense) abusan de lo hiperbólico para seducir a una audiencia ganada por los estímulos constantes, una película como Por siempre amigos aparece como una verdadera rareza. No tanto porque esté construida en base a una fuerte impronta autoral, sino porque elige contar el drama de sus personajes con total amabilidad, sin caer en estruendos, emociones impostadas o efectismos, y construye un relato de una sinceridad inusitada en el cine actual. Ira Sachs, el director, es una reconocida personalidad del cine independiente norteamericano con más de dos décadas de trayectoria, que hasta se aleja de los tics del cine indie de su país: en Por siempre amigos no hay lugar para la sordidez ni la intensidad molesta, todo es relajado y humano, aún en las crisis y los roces que mantienen los personajes. Hasta los conflictos que movilizan el drama parecen mínimos. Una familia hereda un departamento en Brooklyn y allí se mudan: la propiedad, cuenta también con un local alquilado por una mujer extranjera que tiene un taller de confección de ropa. La tensión comienza a darse entre los dueños y la inquilina, cuando desean actualizarle el alquiler y esta se niega a hacerse cargo del nuevo contrato. Pero aún más, porque el hijo de la mujer y el de los recién mudados, cuyo patriarca es un actor de teatro under (extraordinario, Greg Kinnear), se hacen amigos, en una de esas amistades que modelan definitivamente una adolescencia y una futura adultez: de ahí los “pequeños hombres” del título original. Por siempre amigos transita con levedad todas las cuerdas que toca: es un poco de comedia urbana, otro tanto de drama sobre las diferencias culturales y económicas, y fundamentalmente un coming of age. El principal atractivo de Por siempre amigos está dado en cómo Sachs cuenta esa amistad adolescente entre Tony y Jake (talentosísimos Michael Barbieri y Theo Taplitz), que va creciendo entre códigos compartidos y la necesidad de vincularse con un contexto social determinado. Si en la cámara del director hay sensibilidad y mucha amabilidad, también hay una gran habilidad para impedir el retrato apologético y ramplón sobre la adolescencia que exuda mucho cine norteamericano contemporáneo. Sachs respeta el punto de vista de los chicos, básicamente porque los deja ser ante la cámara y los observa con dilección casi documental, pero a la vez los enfrenta al mundo adulto sin forzar el verosímil dramático que su película sostiene notablemente durante 85 minutos y respetando también la lógica de unos y de los otros. Si los pibes no comprenden del todo cómo los vínculos se pueden quebrar por cuestiones monetarias, los padres de Tony y Jake se muestran lógicos en sus crisis financieras y actúan urgidos por sus necesidades. Por siempre amigos es un film sin villanos… o mejor dicho, un film sin maldad. Si alguien hace daño, es consecuencia de alguna decisión equivocada. Pero Sachs nunca refuerza ese concepto, e incluso deja en un saludable espacio off muchas de las cuestiones que determinan los comportamientos de sus criaturas. La película se completa con la intuición del espectador, por eso también que deje sedimento y que nos invite a pensarla mucho más allá de su final: aunque en verdad es una película tan cálida, que casi nos obliga a habitarla más que a pensarla. Las acciones y reacciones de los personajes son la clave, también la forma en que pueden dejar alguna enseñanza (después de todo es un relato de padres que intentan educar a sus hijos a como pueden) sin ponerse sentenciosos. Si la película tiene un tono leve, casi pidiendo permiso para no molestar, mucho de eso se sostiene en las actuaciones, fundamentalmente la de ese gran actor que es Kinnear, dueño de un porte clásico que genera cierta tensión con la contemporaneidad que respira mucho del cine indie en el que actúa. El acierto mayor de Por siempre amigos, pero en definitiva del registro de Sachs, es que sus personajes parecen seres humanos y comunes (algo dificilísimo de lograr) sin por eso perder un centímetro de su consistencia cinematográfica. Esta película es, casi, una epifanía.
Los problemas y dificultades económicas y de convivencia entre dos familias de Brooklyn impactan en las vidas de sus respectivos hijos, poniendo en peligro su amistad en este extraordinario drama que se acerca a un complejo tema social apostando por las emociones de sus personajes. Los cambios sociales y raciales que han tenido lugar en los Estados Unidos a lo largo de las últimas décadas –especialmente en las grandes ciudades– han sido bien documentados por el cine. Sin embargo, pocos han prestado atención a ciertos temas económicos que aquejan a buena parte de la clase media como lo ha hecho Ira Sachs. Si bien su cine es más reconocido por centrarse en temáticas que tienen que ver con la sexualidad, un asunto constante en sus películas podría ser: “¿cuánto cuesta vivir en una ciudad como Nueva York?”. O, “¿cómo se hace para trabajar en lo que a uno le gusta y poder pagar el alquiler a fin de mes?” Ese es el disparador de LITTLE MEN –aca llamada, de manera bastante reduccionista, POR SIEMPRE AMIGOS–, el motivo que lleva a los personajes, primero, a conocerse y luego a entrar en conflicto. El padre de Brian (Greg Kinnear) ha muerto y ha dejado una casa en Brooklyn y un local que le alquila a una mujer chilena, Leonor (Paulina García) que tiene un negocio en el que arregla y hace ropa. Brian, que es actor y vive en Manhattan, decide mudarse allí para ahorrar costos con su mujer Kathy (Jennifer Ehle) y su hijo, Jake (Theo Taplitz). El chico se hace rápidamente amigo de Tony (Michael Barbieri), el hijo de Leonor, un chico intenso y vivaz, con el que tiene mucho en común. Pero el barrio está cambiando y así como Brian y Kathy hoy viven en una zona en la que antes jamás vivirían, un local como en el que trabaja Leonor cuesta mucho más que lo que ella le pagaba al padre de Brian. Esos viejos códigos –que eran buenos amigos, que se llevaban bien, que le mantenía la renta porque sabía que no podía pagar más– ya no corren más. Pero no es porque Brian sea un cruel negociante o una mala persona (aunque eso sea lo que Leonor sienta), sino porque también necesita más dinero para poder vivir, ya que su trabajo como actor no está pagando las cuentas. No hay villanos en esta historia (salvo, acaso, la hermana de Brian, una neoyorquina un tanto más desangelada y menos culposa) sino una serie de fallidos en la comunicación, una incomodidad social que no puede ser borrada por ningún manual de la “corrección política” y una serie de equívocos que se van acumulando. De todos modos, el eje central de la historia no pasa por todo esto que les conté, sino por cómo los dos chicos, los hijos de ambos y amigos instantáneos, atraviesan esta serie de situaciones. Es una generación nueva para la que estas cuestiones parecen no tener mucho sentido –y tampoco están al día con el estado de las cuentas bancarias de ambas familias– y que sufren en carne propia, cada uno a su manera, cómo estos conflictos familiares, económicos, raciales y sociales los van separando y hasta enfrentando hasta verse en la difícil situación de estar tironeados por sus respectivas familias para dejar de verse. Sachs cuenta con una mezcla de humor casi woodyallenesco muchas de las situaciones, pero con una mirada mucho más cercana a la realidad racial y social. Tiene algo de teatral en su puesta en escena, en la lógica tanto visual como de diálogos con la que construye su trama, pero entiende algo fundamental de una manera que pocos cineastas norteamericanos entienden: que las personas trabajan, ganan, gastan o pierden dinero y que muchas de las relaciones se empantanan en la vida por ese lado. En el 90% del cine de Hollywood, digamos, los problemas económicos o laborales solo aparecen en thrillers con mafiosos o en películas específicamente políticas. En las comedias dramáticas como éstas son temas que parecen no existir. O son solo telón de fondo, muy al fondo… A la película hay que sumarle otro punto a favor mencionado antes: no hay buenos ni hay malos aquí. Hay, claro, gente que la pasa peor que otra y que sufre de manera más dolorosa las consecuencias de la crisis (lo curioso es que entre los adultos y los niños las cosas parecen ser al revés) pero no hay “malas intenciones” de parte de nadie. Hay un sistema que los lleva a ser empujados a un costado por unos y empujar a los otros y así, sucesivamente, en una secuencia que parece no tener fin. Y ni los chicos, protagonistas emocionales de esta historia, tienen muchas posibilidades de detener este cruel funcionamiento que define clases sociales, territorios y hasta amistades.
Ira Sachs es un exponente del indie americano que ha venido ganando terreno en los últimos años. Escritor y director preocupado por mostrar cómo operan las relaciones familiares en Nueva York, esta vez el hombre elige una historia compleja, tremendamente humana, plagada de contradicciones morales, en la cual se habla de amistad, integración, desarrollo y egoísmo, desde la perspectiva de los adultos, y de los jóvenes. "Little men" es la historia de dos amigos y un problema económico entre adultos. En la nueva Brooklyn, (donde como NY es sólo para turistas, los artistas, bohemios y gran parte del empresariado se ha instalado, creando otro microclima), se recrea una trama que funciona a dos niveles: el del mundo adulto y el del pre-adolescente. Representados por buenos intérpretes, dato postivo. Brian (Greg Kinnear) y Kathy (Jennifer Ehle) son un matrimonio que, tras la muerte del padre del primero, se mudan a esa casa en los suburbios. El es actor, no gana mucho y su mujer hace lo que puede, la llegada a ese espacio más grande que el que estaban parece prometedora, pero pronto aparece el conflicto central de la peli... ajustarle al inquilino e indexarle lo que paga, como corresponde (?). Y eso para que no vean que sólo en Argentina tenemos problemas de locatarios y locadores. La cuestión es que el papá de Brian se había encariñado mucho con su inquilina y no le ajustaba el pago, con lo que la otra hija del fallecido, reclama un aumento del alquiler, acorde a lo que el barrio cotiza en este tiempo porque recibe la mitad del pago. Puff! Problemón. Con lo feo que discutir con gente buena de dinero en estos tiempos que corren. Pero no, por más que el tema central parezca ser el que Brian tiene con Leonor (la siempre eficiente Paulina García, de "Gloria", recuerdan?), no lo es. Lo comparte con el maravilloso relato de amistad que hacen justamente, sus hijos. Jake (Theo Tapitz), un chico introvertido al que le cuesta la comunicación (el vástago de los recién mudados) y Tony (Michael Barbieri) el hijo de la extranjera (¿les dije que era de nacionalidad chilena?) se harán grandes amigos. Compartiran muchas situaciones y así como en todos los films de tránsito de la niñez a la adolescencia, cada secuencia tendrá su peso en emociones y sonrisas. No sucede lo mismo cuando la acción se traslada a los adultos, por supuesto. Sachs hace su mejor film, ofreciendo un juego de contrastes inteligente. Ofrece un cuadro de situación actual, donde aflora lo mejor y lo peor de los mundos en contradicción. Hay mucha sencillez para describir situaciones donde no hay buenas salidas y una gran visión para encauzar dos escenarios que parecen no complementarse. De las mejores películas del año. Chiquita, pero muy valiosa.
Como en un gran espejo retorcido Una familia se muda de Manhattan a Brooklyn tras la muerte del abuelo. Ya de por sí dejar cosas atrás no es sencillo para nadie, menos para los chicos. Una vez instalados en la nueva casa descubren que tendrán una convivencia forzada con otra familia. Hubo una mudanza, y está bien dejar algunas cosas detrás, le dice el padre a Jake. El chico está buscando unos dibujos, de hace tiempo, cuando vivían en Manhattan. Ahora están en Brooklyn, en la casa que fuera del abuelo. Es esta pérdida afectiva, de hecho, la que da inicio formal a Por siempre amigos. Pero saber dejar atrás ciertas cosas encierra algo más. La línea de diálogo es precisa y responde a un guión meticuloso, en donde las palabras señalan de manera oblicua. Sea porque se adelantan a lo que sucederá o también porque agregan puntos suspensivos a las imágenes. Imágenes y palabras organizan, así, un contrapunto que tendrá traducción espacial: la nueva casa de la familia en verdad no es "nueva", ya era del abuelo, hay una historia familiar donde algo se quebró. Por eso, pasado y presente habrán de tocarse como caras recíprocas. Esta construcción dual no tarda en adquirir otros matices: el abuelo alquilaba parte del inmueble a una familia chilena, de madre sola, y ella todavía vive allí. En otras palabras, una molestia forzada convive con esta familia. ¿Quién es esta mujer? Peor aún, la relación que tuvo con el abuelo parece haber sido de una amistad profunda. Mucho más cercana que la que del hijo propio. A la manera de un espejo retorcido, Por siempre amigos organiza su estructura narrativa desde el doblez. Cada personaje aparece atrapado de manera contradictoria, con la casa dividida en dos idiomas. Es decir, la madre "latina" sabe hablar otra lengua. Y cuando la elige, pronuncia palabras extrañas entre dientes. Pero por otro lado están Jake y Tony, los hijos respectivos. Entre los dos crece una amistad profunda, que se traslada en patines y monopatín, viaja en subtes y comparte clases de teatro. Ambos tienen fascinaciones parecidas, con el sueño puesto en ingresar a un prestigioso colegio artístico. Para ellos no hay fisura alguna, pasan de un lado a otro de la casa con la mayor naturalidad, están más allá de la división espacial. Los adultos, en tanto, no tardan en dejarse llevar por los desaires, con gestos contrariados y diálogos hirientes. Quienes están en el medio son los niños, los "hombrecitos" del título original (que es Little Men; "Por siempre amigos" es un reverso descuidado). De manera atenta, letal, el factor económico está dando vueltas como la mano invisible que decide: al sentenciar la poca prosperidad del local de moda que atiende la mujer chilena, por el dinero insuficiente que paga por su alquiler, ante la trayectoria actoral frustrada del padre de Jake (y la sumisión dolida al éxito de su mujer), por medio del derecho ante los bienes de sucesión. Todo un mapa de recursos genuinos, creíbles, se perfila. Sólo entre los niños suceden las posibilidades imprevistas. Pero la manera desde la cual la película de Ira Sachs (Forty Shades of Blue, Love is Strange) elige arribar a destino es cuanto menos contundente. No le hace falta ser declarativa o -alivio- retórica. El desenlace es amargo y descansa en dos recursos: la elipsis y el montaje paralelo; éste es resuelto desde el plano secuencia, cuando los dos niños se reencuentren conviviendo en el mismo plano, durante la visita a un museo. Basta observar la porción del encuadre que se ocupa para saber sobre los lugares sociales asignados. Así como para preguntarse por quienes quedan por fuera de cuadro. ¿Qué ha sido de sus vidas? Por siempre amigos es irónica. Propone la amabilidad como carta con vencimiento, junto a un "american dream" con prioridades y favoritos. Así lo estipula también la resignación con la que (el gran) Greg Kinnear compone a este padre de familia que se sabe actor fallido, por no alcanzar el "éxito". Su hijo, se percibe, no tardará en lidiar con lo mismo. El padre lo alerta: hay que tener equilibrio, le dice. Por otro lado, su esposa (Jennifer Ehle) sí tiene el reconocimiento de la profesión, siendo como es, una psicoterapeuta del status quo: sus decisiones familiares bastan como ejemplo. (Cuando desliza en la comida que el problema de una de sus pacientes es el marido, la frase es una pátina hiriente para el rostro de Greg Kinnear). Por su parte, la actriz chilena Paulina García sostiene su caracterización de manera contundente, a sabiendas de cuál es la respuesta que el destino le depara, mientras no duda en atizar con palabras lacerantes. Puede ser odiosa, y tiene derecho. Pero quien compone desde una naturalidad avasallante es Michael Barbieri, el pequeño Tony, cuya desenvoltura y matices lo vuelven irremplazable, capaz de desafiar a su maestro de actuación así como de sobrellevar actitudes desafiantes, heridas, a sabiendas de esos sueños que son, todavía, privilegio de unos pocos.
Historia mínima narrada con sencillez con el marco de una gran ciudad Muchas veces recibir una herencia suele provocar conflictos, peleas, resquemores, entre los herederos. Pero en éste caso en particular el problema se genera entre los beneficiarios con alguien que no lo es, pero termina repercutiendo fuertemente en la relación de los dos protagonistas. Jake (Theo Taplitz), que vive con sus padres en un departamento en Manhattan, es un adolescente con un gran talento para el dibujo, que lleva una vida tranquila hasta que recibe la noticia de la muerte de su abuelo. A raíz de ese hecho sus padres deciden mudarse a la casa donde vivía el abuelo, que es la casa natal del padre de Jake, ubicada en Brooklyn. Jake no sufre el cambio de barrio, ni de colegio, porque enseguida se hace amigo de Tony (Michael Barbieri), quien aspira ser actor, de manera que, al compartir el gusto por las artes, sueñan con ir a una escuela especializada. Esta amistad inmediatamente logra acercar a los padres de Jake con la madre de Tony, que es la inquilina del local de abajo de la casa heredada, y que pertenece a la misma propiedad. Leonor (Paulina García) es una costurera que cría sola a su hijo Tony, quienes apenas sobreviven con ese trabajo. A medida que transcurre la narración el local se convierte en el objeto de disputa, porque los nuevos vecinos son de clase media, Brian (Greg Kinnear) es un actor de poca monta, y la que mantiene a la familia es Kathy (Jennifer Ehle), que es psicoanalista. Esta obra de Ira Sachs relata situaciones de dos mundos paralelos, de dos planos, por un lado, la de los adultos, con sus vidas y las luchas con la inquilina por la renovación del contrato, que de un comienzo amigable, amable, de confianza mutua, se van alejando cada vez más en contraposición con los adolescentes, quienes cada día que pasa son más amigos y no están enterados de los roces entre sus padres. El ritmo interno de ambos grupos va en aumento, sin pensar en el daño y las consecuencias que van a ocasionar ciertas decisiones. Este film dramático no tiene pretensiones desmesuradas, no abre juicios de valor ni realiza alguna denuncia social. Es ni más ni menos que una historia mínima, particular dentro de una gran ciudad como Nueva York, pero es algo común que le puede ocurrir a cualquier familia. El director logra plasmar en imágenes una historia ágil, bien contada, con un aceitado mecanismo de vincular a los personajes en cada escena. Tiene pequeños momentos emotivos, no le interesan los golpes bajos ni las grandilocuencias. Es una producción austera, precisa, que utiliza a Brooklyn como una locación más, integrándola al relato de manera justa y necesaria, otorgándole una frescura que concuerda con la narración descripta.
Jake (Theo Taplitz) es un niño de trece años que disfruta de dibujar, aunque eso justifique su introversión y el poco deseo de compartir momentos con los chicos de su edad. Cuando su abuelo fallece, sus padres deciden mudarse al departamento del anciano que ha quedado desocupado. De Manhattan a un Brooklyn bohemio, el preadolescente se enfrenta con la pérdida afectiva y espacial pero, también, con nuevos hallazgos ya que, ni bien arriba al nuevo vecindario, conoce a Antonio (Michael Barbieri), un niño de su edad, bastante opuesto -social, con deseo de ser actor y padres casados que viven separados- pero complementario. Rápidamente la amistad entre los protagonistas empieza a afianzarse y comparten todo el tiempo de sus vacaciones entre videojuegos, paseos en monopatín, rollers, dibujos, partidos de fútbol y clases de teatro. Mientras la relación crece, el padre de Jake (Greg Kinnear como un actor under que nunca despega) y su tía, deciden cambiar las condiciones del contrato del local que heredaron. El problema es que la inquilina es Leonor (Paulina Garcia), la madre de Antonio y amiga del recientemente fallecido. Todo esto lleva a una tensión entre familias: donde la mujer no puede pagar otro precio, el padre necesita la plata y los niños quedan en medio del asunto -aunque apelen a llamarse al silencio- sin saber qué hacer para que el conflicto se solucione.
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DAÑOS COLATERALES Que los chicos son más sabios que los adultos es un lugar común sobre el que no vale la pena detenerse demasiado. Pero quizás habría que admitir que para algunas cosas tienen un mejor instinto o se manejan con más naturalidad, tal vez porque están menos contaminados por cuestiones a que a sus mayores les resultan inevitables. Los dos niños protagonistas del film son Jake y Tony. Jake tiene 13 años y se muda a Brooklyn con su padre Brian, un working actor con una carrera que no levanta demasiado, y su madre Kathy, una terapeuta cuyo trabajo estable la convierte en sostén económico del hogar. Es a raíz de la muerte del padre de Brian que la familia se muda a la que fuera la casa del finado, la cual incluye en su planta baja un local que este alquilaba a Leonor, una costurera chilena, que vive con su hijo Tony, de la misma edad que Jake. Apenas se conocen Jake y Tony, dos chicos con cierta sensibilidad (el primero dibuja, el otro quiere ser actor) se hacen amigos con la misma rapidez con la que sus respectivos padres destruyen cualquier posibilidad de relación amistosa o siquiera cordial entre ambas familias. El motivo del enfrentamiento es algo en apariencia menor y poco trascendente como el precio del alquiler del local y sin embargo el conflicto escala a dimensiones inmanejables. Brian tiene una hermana y el arreglo entre ambos es repartirse las ganancias del local. El precio accesible que el padre de ambos le cobraba a Leonor, debido a su amistad y su deseo de que se quede, no está en consonancia con las aspiraciones de los hermanos ni de la nueva realidad del barrio, cuyo nuevo status de paraíso hipster eleva el valor de las propiedades y el precio del alquiler a un nivel que la pequeña mercería no puede pagar. En medio de esa disputa los chicos tratan de conservar su amistad y de no ser alcanzados como daños colaterales por las esquirlas de la pelea. Algo que no va a ser nada fácil. El titulo original Little Men no hace referencia a los hombrecitos de Louisa May Alcott, sino más bien al hecho de que ambos van a tener que crecer un poco a la fuerza y convertirse en “pequeños hombres” en un conflicto que sus padres no son capaces de resolver, y ni siquiera de poner un freno a la escalada de hostilidades. Ira Sachs, director y co-guionista, evita el maniqueísmo y trata de comprender y no juzgar a sus personajes. Así muestra que es cierto que cada parte tiene sus falencias. Brian, a pesar de ser actor no parece muy capaz de ponerse en el lugar del otro y Leonor responde con una serie de comentarios hirientes acerca de la difícil relación de Brian con su padre que dinamitan cualquier posibilidad de dialogo. Pero también muestra que ambas partes tienen sus razones. Brian, además de necesitar el dinero, tiene que responder ante su hermana, y es evidente que para Leonor es imposible pagar la suma que ahora se le pide, enfrentando la posibilidad de tener que abandonar el local. Los chicos, en esa coyuntura, es poco lo que pueden hacer, a pesar que demuestran mejores formas de comunicación. Por siempre amigos, es una película que, a pequeña escala, con personajes comunes, situaciones cotidianas y conflictos aparentemente menores pero de consecuencias serias para sus protagonistas, lidia con temas universales: la amistad, el crecimiento, las complejas relaciones entre padres e hijos, la frustración y la dificultad de adaptarse a los cambios tanto personales como sociales. Se podría decir que es una película pequeña, pero en todo caso lo es tanto como sus pequeños hombres. POR SIEMPRE AMIGOS Little Men. Estados Unidos. 2016. Dirección: Ira Sachs. Intérpretes: Theo Taplitz, Michael Barbieri, Greg Kinnear, Jennifer Ehle, Paulina García y Alfred Molina. Guión. Ira Sachs, Mauricio Zacharias. Fotografía: Óscar Durán. Edición: Mollie Goldstein, Affonso Gonçalves. Música: Dickon Hinchliffe. Duración: 85 minutos.
PEQUEÑOS HOMBRES A MERCED DEL CAPITAL La muerte del abuelo paterno le deja a la familia una casa de dos pisos en Brooklyn. Uno de sus herederos, Brian (Greg Kinnear), decide mudarse allí junto a su esposa, Kathy (Jennifer Ehle), y su hijo preadolescente Jake (Theo Taplitz). Los reciben Leonor (Paulina García), la inquilina del negocio de ropa ubicado debajo de la casa de la familia y Tony (Michael Barbieri), su hijo, de la misma edad que Jake. Los ya-no-tan-niños se hacen amigos rápidamente y los adultos comparten un primer momento de armonía hasta que Brian se entera que su padre permitía que Leonor pagara un alquiler muy por debajo de las exigencias del mercado actual, lo que inicia una serie de negociaciones que irán desgastando el vínculo entre inquilina y propietario y cuya onda expansiva repercutirá en el mundo de los protagonistas de esta historia: los little men Jake y Tony. Por siempre amigos (título que va en sentido opuesto al que la película propone) no es tan solo la historia de un coming-of-age suburbano. Si bien aparecen algunos de sus elementos, como el encuentro con el sexo opuesto, el ojo de Sachs se permite, sin excesos ni subrayados, hacer un diagnóstico brillante sobre cómo las condiciones socieconómicas actuales inciden directa e imperceptiblemente en nuestra formación como personas. Tomemos como ejemplo al padre, Brian, un actor de obras independientes sin demasiado éxito comercial que ha elegido trabajar de lo que le gusta, hacerle caso a lo que las publicidades nos incitan a realizar todo el tiempo: ser “uno mismo” y cumplir nuestros sueños. La meritocracia, sin embargo, hace agua por todos lados y la plata no alcanza. El sueldo de su esposa, una psicóloga asediada por el estado de salud mental de sus pacientes (“¿otro suicidio?”, pregunta Jake) alcanza con lo justo. Un piso más abajo, el negocio de ropa de Leonor, inmigrante chilena, se sostiene no gracias a sus ventas sino a un alquiler poco acorde a los nuevos valores inmobiliarios. Leonor y Brian quedan rápidamente enfrentados por ese “orden natural inevitable” que son las leyes del mercado y dejan en claro sus razones: ella le dice que conocía más a su padre que él mismo y que le brindaba compañía más que dinero, él retruca que tiene derecho a gozar de los beneficios de la herencia y que su pedido está dentro de lo que marca la ley. En el medio, Tony y Jake, ambos transitando esa edad en la que tanto el cuerpo de la infancia como los padres de la infancia empiezan a quedar atrás. Los dos desean ir juntos a la misma escuela de arte, pero es sabido que no hay lugar para todos. Uno es caucásico, el otro es latino hijo de inmigrantes y esos planos compartidos en los que van codo a codo, uno sobre rollers y el otro en monopatín, no están destinados a durar. Ira Sachs tiene la mirada de un científico social. No solo ha sabido extraer la más pura naturalidad en las inmejorables actuaciones de todo el elenco si no que ha entregado una cinta sin buenos ni malos pero en la que el bien para unos (los de arriba… ¿los del norte?) significa el mal para otros. Por siempre amigos confirma la idea de que en la base de toda riqueza está la crueldad. ¿Qué lugar queda para la amistad, entonces?//∆z
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
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FORTALEZAS EN TAMAÑO MÁS PEQUEÑO Si bien uno va en monopatín y el otro usa rollers, Tony y Jake coinciden en la manera de recorrer las calles de Brooklyn: apropiándose de ellas, descubriendo no sólo qué les pueden ofrecer durante el día o la noche, sino también a sí mismos, en esa amistad repentina, casual y llena de complicidad. Porque ambos chicos se conocen durante la mudanza de la familia Jardine, luego del fallecimiento del abuelo de Jake y comienzan a simpatizar cuando Tony ve un dibujo perdido en el baúl del auto. El director Ira Sachs compone un fuerte lazo entre los casi adolescentes basado en la transparencia, la confianza, la admiración, cierta ingenuidad, la diferencia, entre otros, y produce un trabajo cuidado y de gran potencia. De hecho, la mayor riqueza de Por siempre amigos (Little men en su versión original) radica en Jake y Tony, en la construcción de sus personajes que eclipsan, podría decirse, a los adultos. Incluso, Tony (Michael Barbieri) es el más interesante de ambos puesto que muestra diversos tonos, gestos, facetas, que lo vuelven rico, atrapante e imprevisible. La película les plantea a los chicos situaciones variadas y amplias, desde un día en la escuela, las caminatas por el barrio, la primera salida a bailar hasta cuestiones más íntimas y delicadas como la conformación de las familias que, en ambos casos, se sostienen gracias a la mujer (Tony debido a que su padre vive en África y Jake porque el suyo es actor con papeles poco o muy mal pagos). En consecuencia, Jake y Tony se afianzan a lo largo del filme como personajes fuertes, maduros, conscientes de sí mismos y de sus diferencias, mientras que los adultos se exhiben más cercanos a la vulnerabilidad, a lo terrenal, a la posibilidad de error o a la toma de decisiones demasiado complejas, que afectan a todo el entorno. Nadie dijo que crecer era fácil, Sachs, sin duda, lo demuestra. Por Brenda Caletti @117Brenn