Los rastros y rostros de la violencia Si en Tan de repente (2002), ópera prima de Diego Lerman, la idea de fuga era una posibilidad de búsqueda y parte de una aventura iniciática, es precisamente la fuga la que domina la tensión dramática de su cuarto opus, Refugiado, y la clave para comprender los alcances de su cine en su rol de narrador. La sutileza con la que se enmarca este derrotero frenético de dos víctimas de la violencia de género, Laura (gran actuación de Julieta Díaz) y su pequeño hijo Matías (la revelación Sebastián Molinaro) en un corto lapso de tiempo, implica por un lado el reconocimiento de las enormes chances del lenguaje cinematográfico para abarcar temáticas de tipo universal con tanta delicadeza -por lo áspero del tema- que la tentación del golpe bajo siempre está a la vuelta de la esquina. Lerman, no sólo construye un relato de fuga de manera eficaz en la puesta en escena, sino que traza a sus personajes con una gran sensibilidad y sentido de la observación por los gestos, miradas, silencios y pequeños detalles que se van acrecentando a medida que la angustia de Laura, por encontrar un refugio que no esté al alcance de su pareja, -siempre fuera de plano tanto sonoro como visual-, se apodera de la pantalla. Ese in crescendo además encuentra un complemento ideal en la inocencia de Matías, aunque también en su entendimiento de la situación dramática, algo que deja de ser un juego en el momento en que halla a su madre tirada y lastimada en el interior de su departamento. Para que la química entre Díaz y Molinaro explote en un vínculo tan intenso que el espectador conciba sin reparos que ambos sean madre e hijo en la ficción, el mérito es tanto de ellos como del realizador por saber dirigirlos y en ese trípode se encierra este círculo no vicioso sino todo lo contrario: virtuoso por su rigor y confianza en la historia que se quiere contar, o el cuadro que se quiere exponer ante nuestros ojos, el de los rastros que deja la violencia en los rostros de quienes la padecen.
La violencia está en nosotros Refugiado describe la historia de Laura (Díaz), una mujer que se ve forzada a huir de su hogar en un decadente monoblock de Lugano con Matías (Sebastián Molinaro), su hijo de siete años, tras recibir una nueva golpiza por parte de su marido, quien la acusa de que el bebé que ella lleva en su panza no es suyo. El film -que por momentos apela a una vertiginosa cámara en mano en la línea del cine de los hermanos Dardenne, siguiendo siempre de cerca el constante deambular de los dos protagonistas- resulta un conmovedor registro sobre el miedo (el terror) que genera el abuso físico y moral, pero lo hace sin caer jamás en golpes bajos ni excesos explícitos. El director de Tan de repente (2002), Mientras tanto (2006) y La mirada invisible (2010) ratifica no sólo su notable capacidad de narrador (hay sólo unos pocos baches promediando el film, sobre todo cuando madre e hijo van a una isla del Tigre) sino también la austeridad, el rigor, el pudor, el recato y al mismo tiempo la potencia y la convicción con que encara un tema (la violencia de género) que, en otras manos, podría haber caído en una mera denuncia escandalizada y políticamente correcta sobre el machismo y el lugar de la mujer como víctima en vastos sectores de la sociedad. Lerman, por suerte, va mucho más allá, mostrando en profundidad y en todas sus dimensiones la problemática (cómo deben ir cambiando de esos refugios a los que alude el título ante la persecución del victimario), pero también los pequeños (y no tan pequeños) rasgos de solidaridad que van surgiendo y van recibiendo durante el tortuoso derrotero. Con las impecables actuaciones de los dos protagonistas (una actriz consagrada que ratifica aquí su versatilidad y el asombroso despliegue del pequeño Molinaro, cuyo punto de vista es esencial para el desarrollo del relato, ya que está presente en casi todas las tomas), Refugiado se convierte en una thriller psicológico (hay una buena construcción del suspenso y la tensión) tan inteligente como necesario, que excede por mucho el ya de por sí valioso marco de la concientización. Que un director de renombre y una estrella como Díaz se hayan arriesgado con un proyecto de semejante audacia y -sobre todo- que el resultado sea tan valioso es un hito para el cine de autor con factura industrial en la Argentina. Ojalá el público no lo rechace por temor a enfrentarse con la dureza de su tema y le dé una oportunidad. Se la merece con el mayor de los entusiasmos.
Huyendo del tiempo perdido Matías (Sebastián Molinaro) espera a que su mamá lo pase a buscar por una fiesta de cumpleaños. No llega. Los padres del cumpleañero deciden alcanzarlo hasta su casa. Matías sube las escaleras del edificio. La puerta de casa está abierta. Los vidrios están rotos. Su mamá Laura (Julieta Dìaz) yace en el piso, golpeada. Es el comienzo de una larga noche. Madre e hijo son llevados a un refugio, el cual posee un deprimente parecido a la prisión para mujeres de Leonera (2008). Laura deja por escrito cómo su marido le atacó en un violento exabrupto. Posa para la cámara, exhibiendo sus hematomas. Y así empiezan una nueva vida en el refugio, aguardando el momento de tomar acción judicial. Excepto que Laura cunde en pánico al momento de hacer la denuncia, y se hace a la fuga con Matías. Refugiado cuenta la historia de cómo madre e hijo viven esa fuga o “road movie urbana” como la ha descrito su director Diego Lerman. Acampan de hotel en hotel, de refugio en refugio. Lo obvio hubiera sido concentrarse en la perspectiva de la madre, pero la película se concentra principalmente en la mirada del niño, Matías. La cámara suele posicionarse a su altura y casi siempre nos quedamos con él cuando la dupla se separa, experimentando la ciclotimia emocional de un personaje que no entiende del todo lo que está ocurriendo a su alrededor. El film se divide entre estos momentos de distensión infantil – los cuales están excelentemente logrados gracias a Molinaro y a una amiguita provisional– y secuencias bastante tensas en las que el padre puede o no andar cerca. La figura paterna/marital se construye en un portentoso fuera de campo, a través de llamadas telefónicas y breves apariciones fuera de foco. No necesita mayor presencia que el terror que ejerce sobre el personaje de Julieta Dìaz, y consiguientemente, el espectador. Por su temática, Refugiado podría haber caído en el sensacionalismo, pero la película está escrita, dirigida y actuada con sobriedad. Mucho depende de Sebastián Molinaro en el papel de Matías. Su personaje sufre confusión, caprichos, déficit de atención y la ocasional epifanía de madurez. Es verosímil. Julieta Dìaz como la temerosa pero decida Laura es igual de efectiva. Y el final, a pesar de haber sido guionado durante el rodaje, lleva a ambos personajes a concluir un círculo narrativo hermético.
La violencia de género desde una mirada infantil La nueva película del director Diego Lerman (el mismo de La mirada invisible) cuenta con los protagónicos de Julieta Díaz y Sebastián Ezequiel Molinaro en los roles de Laura, una mujer que sufre la violencia de género, y Matías, su hijo de siete años. Refugiado está narrada desde la perspectiva del niño -de ahí su título- que, en su desesperado escape junto a su mamá para alejarse del marido, pasa las noches en un hogar para mujeres maltratadas, un albergue transitorio de mala muerte y hasta una casa retirada en el Delta, en lo que parece un vertiginoso y angustiante periplo que no tiene fin. El film se mueve cómodamente entre el registro dramático y el suspenso con una cámara que sigue de cerca a los personajes y juega con la posible aparición del esposo violento en ámbitos desconocidos. En ese sentido, la escena en la que Matías conoce a una nena del establecimiento que atraviesa una situación similar, adquiere una dimensión fantasmagórica frente a lo no cotidiano (como el ámbito de las duchas). El clima intenso se mantiene durante toda la fuga (Laura regresa a su hogar en busca de elementos y dinero mientras su marido Fabián se acerca) y en eso tienen mucho que ver los dos actores principales, casi los únicos que se verán a o largo del film. La trama también se reserva el tema del reencuentro y la posibilidad de construír un nuevo hogar cueste lo que cueste.
Ya dije en muchas oportunidades que “Tan de repente”, la ópera prima de Diego Lerman, me parece de las mejores producciones locales de un debutante en los últimos años. La idea, en aquel film, era la de una fuga, un escape hacia adelante sin saber porqué, impulsado por la curiosidad y los latidos de un corazón que busca un ritmo diferente, propio y de ruptura. Aquí, en “Refugiado” (que ya viene precedida de un gran recorrido festivalero), Lerman también habla de una salida. Una huída desesperada, donde no hay tiempo para nada más que para asegurar la supervivencia propia y la del ser amado. Una película que tiene todo el encuadre formal y “correcto” de lo que según los manuales tiene lugar en los casos de violencia doméstica, pero a la vez, exuda humanidad y dolor en partes iguales. Laura (Julieta Díaz) es una mujer que sufre violencia de género. Está casada y su hijo Matías (Sebastián Molinari) es su sol, la alegría de sus días. Es el ser que ayuda a soportar su complicada vida marital. Ellos atraviesan sus días, con un hombre violento. Un marido y un padre que emite dobles mensajes todo el tiempo, puede ser una persona dulce y pacífica, o puede ser el que golpea y lastima sin piedad. Luego de un incidente donde Laura aparece en su departamento golpeada y es llevada por la policía a un refugio junto a su hijo, la documentación del hecho la asustará y llevará a plantearse el no realizar la denuncia judicial ,escapando de quienes intentan ayudarla: la policía y la asistencia social. Esta mamá, temerosa aunque decidida, dejará la protección del Estado y se lanzará a las calles con sus escasísimos recursos para tratar de proteger su vida, lejos del hombre con el que convive. “Refugiado” es una película honesta y directa. Julieta Díaz compone el mejor papel de su carrera y transmite todas las emociones con simpleza y potencia, generando gran química con Sebastián Molinari, absolutamente encantador. El guión recorre lo esperable, con gran sensibilidad, sin caer en golpes bajos. Lo destacado es que Lerman no renuncia a su visión a pesar del tema que aborda, sus personajes desbordan de matices y logra evitar el discurso moral a pesar de lo riesgoso de la situación presentada, ubicando a sus protagonistas bien cerca del afecto, para poder acompañarlos en su viaje sin dobles discursos. Una película necesaria y que logra predisponer al debate, en un registro cuidado y sensible. De lo mejor de este año en la producción local.
A veces el peor enemigo es uno mismo, o al menos es lo que intenta decir Diego Lerman en “Refugiado” (Argentina, 2014), una película que toma la violencia de género como punto de partida y afirma algunas cuestiones relacionadas con la complicidad de la victima con el victimario. Laura (Julieta Díaz, enorme en esta interpretación) es la madre de Matías (Sebastián Molinaro) y pese a que se desvive por él, el infierno que diariamente vive por parte de su pareja hacen que termine convirtiendo al niño en una excusa y negación constante más que en una crianza consciente. Un día Matías (Molinaro) es acompañado por la madre de un compañero de escuela hasta su casa luego de un festejo de cuy se encuentra con un panorama bastante perturbador, su madre, en el piso, golpeada y rodeada por pedazos de vidrios. Inmediatamente son ubicados en un centro para víctimas de la violencia y en ese lugar, en el que Laura rápidamente se recupera, imaginarán una estrategia para poder vivir tranquilos y sin la amenaza del marido y sus golpes. Pero no todo es ideal en esta historia, ya que Laura y el niño se escapan de la institución y comienzan un escape, en plan road movie, pero urbana, en la que ambos saltarán de un hotel a otro, de una pensión de mala muerte a esconderse en su viejo trabajo y allí también conseguir la contención necesaria para atravesar tan difícil momento. Madre e hijo corren por la ciudad, se apresuran, no quieren ser vistos, y la tensión crece, en cada mirada hacia atrás de los protagonistas aquejados por una angustia profunda y que nunca cesa. Lerman, una vez más, apela a imágenes intimistas, con planos cortos y detalles, largas escenas sin diálogos y una ciudad mostrada desde su lugar más sórdido. El padre está fuera de campo y en la voz en off de cada uno de los miles de mensajes que deja a Laura solicitándole perdón. Además el director suma el punto de vista de Matías, con planos que visualizan el detalle desde la altura de la cámara y así emulando la vista del niño. Refugiado es una película dividida entre la búsqueda infantil de apoyo parental y una tensión que trasciende el “psicopateo” clásico que películas de la misma temática han logrado hacer. La excelente actuación de Díaz, además, suma una gran personificación de “Refugiado” en ella, algo que en otros casos podría perjudicar el histrionismo y terminar generando un discurso sin efecto y sensacionalista. Para seguir comprendiendo la dinámica dentro de una pareja en la que se ejerce violencia de género y que sólo hacia alguno de los momentos finales puede llegar a comprender que la respuesta que escucha no es la que espera. Intensa y con grandes actuaciones.
Pasajeros de una pesadilla La cifra impacta: en la Argentina se cometen cerca de 300 femicidios por año. Los datos son de la Asociación Civil La Casa del Encuentro, especializada en el tema. No son tan comunes las ficciones del cine argentino que abordan este problema de una manera tan clara y tan directa como lo hace Refugiado, cuarto largometraje de Diego Lerman, presentado en el último Festival de Cannes. Una madre y su hijo de siete años emprenden una traumática huida de su propia casa para evitar más incidentes con un padre celoso y violento. Ella, además, está embarazada. Con mucha pericia, sin apelar a golpes bajos, Lerman se las arregla para transformar ese escape en lo que él mismo definió ocurrentemente como una "road movie doméstica", cargada de tensión y malestar. Pero también para ir delineando con pequeños detalles la fortaleza de un vínculo -el de la madre y su hijo- que sobrevive a la serie de zozobras que se le van presentando casi sin pausa. El trabajo de Julieta Díaz es ejemplar: la actriz se pone en la piel de esa mujer de clase trabajadora que pelea por no quedar paralizada por el temor con convicción y nobleza. Le pone el cuerpo al papel, lo llena de verosimilitud con cada gesto: cuando es presa del miedo, cuando tiene que tomar decisiones, cuando debe ser tierna, cuando tiene que mostrarse dubitativa e impotente. Sebastián Molinaro la acompaña con una madurez actoral que asombra, su trabajo conmueve por la precisión y la entrega: pasa de la inocencia a la picardía, de la confusión a la templanza con insólita fluidez. En más de un pasaje, Lerman apela a los climas ominosos del cine de terror -la música de José Villalobos apoya con eficacia y sin subrayar- para acentuar el drama de la dolorosa odisea privada. Cuando no están escondiéndose en hoteles modestos o inapropiados, sus protagonistas circulan cercados por la paranoia en una ciudad gris y mayormente hostil perfectamente delineada por la fotografía del polaco Wojciech Staron, ganador de un Oso de Plata en el Festival de Berlín por su trabajo en El premio, de la argentina Paula Markovitch. Se podría aventurar que Staron apeló a la memoria del tono monocorde que caracterizó a su país bajo el control soviético como inspiración categóricamente funcional a la trama. Recién cuando lleguen a un paisaje diferente, los personajes principales podrán observar con la distancia necesaria su cruda realidad, los tristes avatares de la alteración de la vida cotidiana cuando la inestabilidad transforma en transitorios cada uno de los refugios en los que urge protegerse, los que ocasionalmente ofrecen la burocracia judicial, algunas organizaciones civiles y hasta la fugaz complicidad de otra víctima infantil con la que hay química a primera vista. Todo está a punto de desmoronarse alrededor de los perseguidos de Refugiado, un cuadro de situación inquietante que Lerman presenta con sequedad e intachable solvencia.
Tuve la suerte de ver esta película en el marco de un festival, en donde ganó varios premios, justamente, porque es un gran largometraje. Julieta Díaz sigue demostrando lo talentosa que es, desarrollando un personaje intenso, al límite y sobretodo, siendo mamá, sin olvidar los momentos de ternura y delicadeza que comparte junto a Sebastián Molinaro, un gran descubrimiento de Diego Lerman, director super interesante de nuestro país que ya sorprendió con "La Mirada Invisible" o "Mientras Tanto". "Refugiado" es una peli bien construida, con momentos de suspenso, asfixia y nervios incontrolables. Un muy buen título que no podés dejar de ir a ver.
Toca el tema de la violencia de género con seriedad y sin desbordes. Diego Lerman, el director y coguionista, con María Meira, tuvo la inteligencia de no mostrar el estallido pero sí las consecuencias y otorgarle a su film un suspenso paralelo al miedo que siente la protagonista.
En una sombría Buenos Aires El filme reafirma la calidad interpretativa de Julieta Díaz, muestra un nuevo actor infantil destacable, Sebastián Molinaro, y un equipo de excelente nivel con una estupenda Marta Lubos. Un lugar especial para la música y la fotografía de una Buenos Aires negra, a tono con su condición de thriller psicológico. Cuando el pequeño Matías ve el estado en que quedó su madre luego de la paliza que le propinó su padre, no imagina que a partir de ese momento su vida será un viaje. Laura embarazada y con su otro hijo de la mano, inicia un itinerario por hogares de mujeres, albergues, hoteles de mala muerte, intentando huir de la violencia de género. En su caso, la pareja que la culpa de engaño y de todas las culpas posibles para la violencia injustificada. El director Diego Lerman, como en "Tan de repente", basada en un relato de César Aira, vuelve al tema del viaje, que puede cambiar la vida de los individuos para bien o para mal. THRILLER PSICOLOGICO Con un relato apretado en cuanto a la intensidad y móvil en lo que hace al plano formal, Lerman construye un thriller en el que, curiosamente, la tercera pata de la historia (el agresor) se maneja siempre en el anonimato, el fuera de campo, logrando así, una mayor fuerza en la acción. Las circunstancias y los personajes que aparecen en la historia van conformando una red alrededor de esa pareja atípica (madre e hijo) que descarta seres y lugares para ocultarse ante la implacable fuerza que los rastrea. Valioso testimonio sobre la violencia de género transmitido desde el punto de vista del niño, el filme se mantiene, como en otras películas del director ("Mientras tanto", "La mirada invisible") en una línea austera, de impecable lenguaje narrativo, claro y realista con ausencia de efectismo y golpes bajos. "Refugiado" reafirma la calidad interpretativa de Julieta Díaz ("Corazón de León"), muestra un nuevo actor infantil destacable, Sebastián Molinaro, y un equipo de excelente nivel con una estupenda Marta Lubos. Un lugar especial para la música y la fotografía de una Buenos Aires negra, a tono con su condición de thriller psicológico.
Con la sombra del miedo en los talones En su película más lograda desde Tan de repente, Lerman narra un caso típico de violencia de género, pero sin caer jamás en el golpe bajo gracias a dos claves de la puesta en escena: el punto de vista del niño y el fuera de campo del victimario. Una mujer joven, embarazada de tres meses, huye de su pareja, un hombre golpeador, junto a su hijo de ocho años. Una historia así cuenta desde el minuto cero con la empatía del espectador y hasta de la sociedad en pleno, por tratar un tema particularmente sensible, el de la violencia de género. En esa ganancia reside también el riesgo: el de sobreexplotar ese consenso, pegando golpes por debajo de la cintura. En la que es su película más satisfactoria desde Tan de repente (2002), Diego Lerman logra evitarlos casi por completo. Una escena de suspenso, que pivotea sobre la tensión de si el victimizador dará o no con la víctima, es uno de los escasos momentos en que el film parecería ceder ante esa tentación. Pero Lerman, que coescribió el guión de Refugiado junto a María Meira (tercera ocasión en que lo hacen a dúo), trabaja con sumo acierto dos elementos claves de la puesta en escena: el punto de vista, que es el del niño (de allí el título), y el fuera de campo, donde mantiene la figura del golpeador, cerrando así el paso al choque directo entre víctima y victimario. Es que Refugiado “corre” el conflicto desde el clímax del enfrentamiento hacia el de sus secuelas, haciendo de su tema el quiebre, la angustia e intento de reconstrucción posteriores. Que incluyen el llevar adelante un embarazo. Presentada en la prestigiosa Quincena de Realizadores de la última edición de Cannes y declarada de Interés Cultural por la Legislatura porteña, el opus 4 de Lerman (luego de las fallidas Mientras tanto, 2006, y La mirada invisible, 2010) acompaña la fuga de Laura (Julieta Díaz) junto a Matías (Sebastián Molinaro) desde el momento en que éste la encuentra tirada en el piso y sangrando, consecuencia del último arrebato de violencia de Fabián. A partir de allí, Refugiado funciona como film de escape, tanto como podría serlo alguno de Hitchcock, obviamente reducido a la escala más íntima. Con muy buen criterio, el guión compacta la acción en unos pocos días y se adhiere casi exclusivamente a sus protagonistas, logrando así ajustar el foco y concentrar el drama. Al ceñir su punto de vista al de Matías, la película sabe tanto como lo que él ve. Sabemos que Laura y el niño viven en un modesto barrio de monoblocks, sabemos que ella trabaja en una hilandería (en un momento pasan por allí, para recoger el producto de una colecta solidaria de las compañeras), que él va a la escuela (en un momento lo menciona) y que no es la primera vez que papá le pega a mamá. Pero no sabemos nada más sobre la relación entre Laura y Fabián, ni sobre el marco familiar. Salvo cuando recurren a la mamá de Laura (Marta Lubos), que comenta con una vecina (Silvia Bayle) su desagrado por la relación con Fabián. Motivo por el cual habría estado distanciada de la hija desde hace tiempo. Al concentrar la acción en unos pocos días, dando continuidad a las transiciones, Lerman logra transmitir impresión de “tiempo real”, aunque stricto sensu no se trate de ello. Los encuadres tienden a ser cerrados (como también lo eran en La mirada invisible, film de encierro), en correspondencia con el acorralamiento al que se ven sometidos, desde el fuera de campo, ambos protagonistas. En términos estrictos de suspenso y más allá de su carácter algo manipulador en relación con las emociones del espectador, la escena a la que se hace referencia funciona a la perfección, justamente por el adecuado manejo de ambas esferas (tiempo y espacio), exhibiendo una combinación de dilatación y concentración temporal y encuadres aún más cerrados que el resto de la película. Si todo funciona tan bien, ¿por qué entonces una calificación que no se corresponde plenamente con el “Muy buena”? Porque no todo funciona tan bien. Más allá de la reserva señalada, el típico lastre de las coproducciones se hace sentir con la aparición de una niña que es colombiana sólo porque ese país intervino en la producción. Mejor resuelta está la parte polaca de la coproducción, al recaer en el director de fotografía Wojciech Staron, tan exquisito como suelen serlo sus compatriotas en ese rubro técnico. Con su rostro y comentarios que si no son improvisados suenan como si lo fueran, el debutante Sebastián Molinaro se ganará sin duda las simpatías del público. ¿El típico niño encantador, puesto justamente para eso? Sólo en parte: Molinaro funciona igualmente bien cuando se recoge en la pena o cuando se entrega a la furia catártica. En un papel que podría prestarse tanto para el lucimiento como para el facilismo, Julieta Díaz muestra una vez más esa suerte de expresividad contenida que la caracteriza, manejándose con pareja autoridad en situaciones de pánico, de incertidumbre, de angustia o explosión. En una única escena se nota que, más que vivirlo, está actuando un estado de shock, que la lleva a hablar de modo exageradamente entrecortado.
Un filme de solidaridades No solamente le tema de la violencia de género aflora en Refugiado, ya que la situación que enfrentarán Laura y su hijo Matías, a partir del abuso, es mucho más abarcativa. Laura (otra magnífica composición de Julieta Díaz) no tolera más el maltrato de su pareja, Fabián, y un buen día decide marcharse de su hogar, junto con su pequeño hijo de 7 años, y otro que espera en su interior. A partir de ahí comenzará el peregrinaje por refugios, en busca de una salida, lejos del monoblock de Lugano. Laura no es la única que pierde y deja atrás su pasado. Matías abandona el colegio, los amigos, el barrio, y Diego Lerman se detiene en esos momentos como si fueran anécdotas, pero las desmenuza con un tratamiento dramático duro, profundo. Son personajes en búsqueda, en una viaje que no esperaban realizar, y el espectador va hacia allí -hacia donde sea- con ellos. El trabajo de cámara, mayormente en mano, y la iluminación de tonos oscuros, ocres, del director de fotografía habituado, avezado al documental, el polaco Wojciech Staron (es una coproducción, entre otros países, con Polonia), no hacen más que acercar, aproximarnos a los dos protagonistas. Porque por los ojos de Matías se ve, se siente todo lo que pasa. Lerman no muestra la violencia, pero sí sus consecuencias. Tampoco al marido maltratador. Todo lo que sabemos de él, es por referencias, o por su voz en el teléfono. Así, es más temible el personaje. El fuera de campo, lo que no se ve, genera una tensión insoslayable. Como si la presencia del “Mal” estuviera allí, al acecho, aunque no esté en cuerpo, pero sí en el rostro de Laura. Fabián la acusa de tener en su vientre un hijo que no es suyo. Y la trama habla de una persecución por parte del marido, pero también de signos de solidaridad. Lerman construye el relato poniendo en estado claro la diversidad de conflictos, y cómo una madre, con suerte, puede salir adelante aunque las circunstancias le jueguen una y otra vez en contra. Porque Refugiado no es un filme denuncia, ni se queda en ella nada más. Es una historia que parte de un abuso -el moral, el intelectual, el físico- para terminar hablando de las relaciones, de la solidaridad y del espíritu humano. La acabada actuación de Sebastián Molinaro (Matías) tal vez contó con la ayuda de que la película se haya rodado cronológicamente, y el niño fue siguiendo paso a paso la historia. Como fuera, Refugiado se cimienta en Julieta Díaz y en Molinaro, pero no es sólo una película de actuaciones, sino que éstas están bien en servicio del relato. Lerman ha ganado en adultez, y su futuro sigue siendo portentoso.
Pesadillas reales contadas a ritmo de película policial Un niño juega bastante solo en medio de un cumpleaños infantil. Sólo ese niño queda después esperando que lo pasen a buscar. Cuando alguien lo lleve a casa, empezará a descubrir otras formas de la soledad. Todavía muy chico, le toca ser compañero de la madre en una aventura peligrosa: la huida del hogar. Por ahí no sabe cómo acompañarla, le cuesta la idea de abandonarlo todo, juguetes, escuela, grupo de fútbol, papá. Que a él nunca le pegó. A ella también le cuesta desprenderse de su hombre, por más que a veces él le deje el ojo en compota. Prácticamente ni lo vemos, pero lo percibimos como una amenaza constante, pisándoles los talones, y sabemos que puede encontrarlos. O que alguien puede pisar el palito. Aunque tres asistentas sociales la arrinconen para que diga lo que quieren oír, ella no va a decirle después "sos un enfermo", sino "estás enfermo". Todo esto, y otras cosas de similar importancia, muestra "Refugiado", y lo hace mediante situaciones propias de la realidad, contadas a ritmo de película policial, sin caer en exhibición de golpes y gritos, y sin que nadie detenga la acción para dictaminar sobre "violencia de género". Lo que vemos es más que suficiente para comprender lo que muchas veces pasa en la vida real, y, sobre todo, lo que pasa por la cabeza de una mujer confundida y por la cabeza de un chico empujado a la intemperie. Hay una escena de excelente, insoportable suspenso. Hay otra, rumbo al final, que nos permite respirar un poco. Y siempre hay un celular, una puerta, que pueden descubrir quién sabe qué mala sorpresa. El director Diego Lerman hace un trabajo excelente, respaldado por una investigación previa en refugios de mujeres golpeadas y mesas de asistentes. A subrayar, las composiciones de Julieta Díaz, el niño Sebastián Molinaro, Marta Lubos, la nena Valentina García Guerrero, aporte colombiano, la coguionista María Meira (la misma de la comedia "El karma de Carmen"), las locaciones en Lugano, Conurbano y Delta, y el director de fotografía Wojciech Staron, aporte polaco. Que, dicho sea de paso, es también autor de "La lección argentina", delicioso documental sobre las andanzas del hijo de una maestra de la selva misionera. Otra forma de vivir la infancia.
Toda película que retrata una historia mínima corre el riesgo de confundir el (corto) alcance de su mirada con el de su ambición. Fue el error de la sentimental película de Carlos Sorín, parodiada por Mariano Llinás en su monumento a las ambiciones desmedidas, Historias Extraordinarias. Por suerte, Refugiado, de Diego Lerman, evita esta trampa, al rechazar la transparencia de una narración clásica y optar, en cambio, por un relato a veces opaco, que enfatiza cada detalle, porque el secreto de la trama puede esconderse en cualquier lado. Lerman acompaña a una madre y su hijo, Laura y Matías, quienes huyen de un marido golpeador, Fabián. Se hospedan brevemente en un refugio para mujeres maltratadas, pero Laura no quiere enfrentarse a su pareja, aunque sea para presentar una demanda, y por lo tanto emprende una angustiosa retirada, de un hotel a otro y del paisaje urbano al rural. La figura del monstruo, Fabián, nunca se vislumbra y solamente surge en incesantes llamadas telefónicas, por lo que permanece en el amorfo espacio que constituye el fuera de campo. Julieta Díaz y Sebastián Molinaro, que interpretan a los protagonistas, actúan como frente a una pantalla verde, sobre la que después se agregarán elementos digitales. Aunque recorren arterias porteñas, podríamos decir que cruzan un mundo virtual, distorsionado por el miedo y convertido en un laberinto de espejos que les devuelve, multiplicada, una imagen de su pánico. Julieta Díaz, nerviosa y agitada, evoca con atolondrados movimientos lo que no vemos, un cuerpo, el de Fabián, que habita todos los lugares sin materializarse en ninguno. Wojciech Staron, el director de fotografía, sigue los pasos de Laura y Matías con una cámara en mano, o a través de tomas fijas en las que su objetivo espía detrás de muebles u objetos, como en el cine de Wong Kar-wai. Es un punto de vista casi clandestino, que contempla sin ser descubierto. Lerman complica nuestro rol de espectadores, que adoptamos para comprender el sufrimiento de Laura, pero que nos obliga a vigilar lo privado y que entonces nos asemeja a Fabián, tan invisible y ubicuo como nosotros. Es una estrategia estética que remite a la de Pablo Fendrik, en El Asaltante, en la cual un hombre, por razones desconocidas, roba escuelas privadas en Capital Federal. En sus itinerarios, siempre existe la posibilidad de que lo reconozcan y lo detengan, y por lo tanto cada milímetro del encuadre es crucial, porque puede ocultar la ubicación de un policía o envolver la clave del misterioso pasado del protagonista, a quien nunca perdemos de vista, como si nosotros fuéramos sus perseguidores. Las numerosas esquinas y calles que atraviesa, durante su aventura, están infectadas por el virus de un peligro inminente. Esta infección, en el film de Lerman, no se origina en las consecuencias de un crimen, sino en las resonancias (emocionales y psicológicas) de la violencia de género. Laura atraviesa un continente de sospecha y temor en busca de un santuario, pero olvida que, para dejar atrás a su marido, primero debe suprimir el recuerdo del amor alguna vez compartido, que todavía los enlaza. Es el mismo conflicto que sufre Matías, que debe olvidar a su padre. En este sentido, el celular de Laura, último vínculo entre los tres a medida que crece la distancia geográfica, se convierte en una metáfora de la persistencia del pasado, inclusive -o especialmente- el más doloroso.
Enunciar, jamás denunciar. Para lo segundo está la prensa, la televisión, el espacio público y la comisaría; para lo primero, el cine. Un plano enuncia un instante; el conjunto de éstos, una experiencia. ¿Cómo filmar la violencia de género? Un cineasta debería abstenerse de ilustrar y de solamente sumar un filme pedagógico a una causa justa. Hay más para hacer, ya que el desafío es otro. El cine no es una tribuna. La primera decisión de Diego Lerman pasa por filmar las secuelas de una paliza y el concomitante terror interiorizado de una mujer que tiene un hijo en edad escolar y un bebé en su vientre. Huir, esconderse, pensar, actuar. Ese es el movimiento psíquico de la protagonista. Al hombre que golpea prácticamente no se lo verá, excepto por su espalda en la escena de mayor tensión. Sobre él, apenas aprenderemos a reconocer su voz en el teléfono. Dejarlo en fuera de campo es una resolución estética comprensible, y también una justa forma política de mirar una experiencia. Refugiado divide su esfuerzo narrativo en dos: por un lado, seguir al niño, acaso aterrorizado, aunque también valiente frente a la hostilidad del desorden familiar. La altura de cámara, frente a su presencia, será la de su mirada. Es él el refugiado, pero su condición de asilado no lo anula del todo. Una de las escenas más hermosas del filme tiene lugar en una institución en la que varias mujeres golpeadas y sus niños conviven mientras esperan una resolución de sus respectivos casos. Matías y una niña juegan, dibujan, putean. Los niños sufren, pero no son débiles. Por otro lado, tenemos a la madre. En reiteradas ocasiones, la víctima y el victimario han constituido un pacto siniestro por el cual un golpe certero no es suficiente para capitular un vínculo. La película visibiliza el poder del sometimiento. Lo que se entrevé en todo momento en el personaje de Julieta Díaz, sin decirlo pero sí enseñándolo al detalle, es su contienda frente a aquello que la lleva a elegir el golpe y no la fuga. Refugiado no es otra cosa que un acompañamiento doble: tanto del aprendizaje del niño como del de la madre. Lerman es un cineasta indefinido, al menos sus películas no se parecen entre sí, como si en cada proyecto el director comenzara desde cero buscando desmarcarse de su película anterior. La impredecible y vital Tan de repente poco tiene que ver con Mientras tanto, y menos todavía con su película conceptualmente más ambiciosa y política, La mirada invisible. Todas sus películas denotan una concepción de puesta en escena. Aquí los travellings, los encuadres precisos, ciertos movimientos de cámara permiten adivinar un pensamiento cinematográfico que articula una forma de entender la puesta en escena. ¿Qué tipo de cineasta es Lerman? Paradoja: con cuatro películas a sus espaldas la respuesta es misteriosamente imposible. Refugiado es el filme de un hombre, y he aquí su sorpresa: a medida que avanza, discretamente, la película sugiere una difusa práctica solidaria entre mujeres, más allá de la pertenencia de clase y de la generación de la que son parte. En asuntos violentos como éstos, una misteriosa sociedad matriarcal surge del silencio y sostiene a las mujeres golpeadas. Si la víctima desobedece el pacto, allí están las mujeres, cuyo poder colectivo puede vencer la prepotencia del puño.
Screened earlier this year in the prestigious Director’s Fortnight in Cannes, Refugiado, the new film by Argentine director Diego Lerman (Tan de repente, Mientras tanto, La mirada invisible) tackles a most important and timely issue: domestic violence. It doesn’t tell an extraordinary story, but a standard one alike those of many anonymous women being abused every day, be it psychologically, verbally or physically. From a descriptive point of view, the film is a true achievement from beginning to end. However, when it comes to its narrative pulse, it comes across as an uneven feature. While its thematic value remains intact, its emotional resonance is sometimes feeble. In any case, just like Lerman’s previous films, Refugiado is technically flawless, by most accounts. The story in a nutshell: eight-year-old Matías (Sebastián Molinaro) and his pregnant mother Laura (Julieta Díaz) have to leave their home in haste in order to escape from yet another outburst of violence from Fabián, the head of the family. So they begin a drifting trip, looking for a place where they can feel safe and protected. Lerman described Refugiado as an urban road movie, and the definition couldn’t be more exact. Like in any road movie, the leading characters undergo a physical journey with a series of stops that will eventually lead them to find out more about themselves and the circumstances they are going through. However, what matters most is their inner journey in search for solace, freedom, and a way out. In this regard, the screenplay is quite rich as it portrays Matías and Laura staying in a shelter, a couple of rundown hotels, a friend’s house, you name it... Of course, the streets themselves are the conduct that takes them from one place to the next, but there are also dangerous zones where they can be seen, trapped, and, later on, abused. So no wonder they walk so fast — sometimes they just run — as a remarkably frantic, hand-held camera records their fearful expressions and follows them everywhere. In contrast, when they are inside, the camera remains still for they are enjoying, so to speak, a much-needed break. By the way, both Julieta Díaz and Sebastián Molinaro deliver very credible performances, just like the supporting actors — even if they have little screen time. On the minus side, there are parts when Refugiado gets too descriptive, but it doesn’t go that deep as to account for the feelings and confusion of the characters. So you may feel you are seeing more of the same. And it lacks tension. Which is a shame because the dramatic potential of this material is basically unlimited. Yet the assets outdo the flaws, that’s for sure. Production notes Refugiado (Argentina, 2014). Written by Diego Lerman and María Meira. Directed by Diego Lerman. Starring Julieta Díaz, Sebastián Molinaro, Marta Lubos, Carlos Weber. Cinematography: Wojtek Staron. Editing: Alejandro Brodersohn. Running time: 95 minutes.
La violencia de genero llega con éste filme nacional con Julieta Díaz y Sebastián Molinaro. En la senda de "Durmiendo con el Enemigo", el filme se destaca por su sostenido suspenso, dramatismo y gran actuación de Julieta Díaz. Recomendada!!!!
Un film potente, maduro y tenso La nueva realización del director Diego Lerman (Tan de repente) cuenta con muy buenas actuaciones de Julieta Díaz y el debutante Sebastián Molinaro. El calvario de una mujer golpeada que reacciona a tiempo y huye con su hijito. Los ojos de Matías (Sebastián Molinaro) registraron la última golpiza que sufrió su madre Laura (Julieta Díaz) y probablemente muchas otras a manos de parte su padre Fabián, que la acusa de que el bebé que espera no es suyo. El espectador nunca va a ver a ese hombre violento, pero sentirá su presencia durante todo el relato que lleva a Laura y Matías a escapar de esa terrible realidad y pasar por instituciones oficiales, hoteles de mala muerte, amigas que acercan su ayuda, y las calles de una ciudad oscura, hostil. Pero además, y sobre todo, queda claro que ese chico vio demasiado y aunque logre finalmente escapar y empezar una nueva vida junto a su madre, Matías sufrió demasiado y va a ser ardua su recuperación. El cuarto film de Diego Lerman (La mirada invisible, 2010; Mientras tanto, 2006; Tan de repente, 2002) recorre cada una de las estaciones del calvario de una mujer golpeada que reacciona a tiempo –a tiempo es después de una última paliza que casi la mata– y huye con su pequeño hijo. Desde el principio parece que la idea rectora del film, en las decisiones de la puesta, al contar una historia que reflejara el estado de las cosas se debía actuar con pudor ante la violencia de género pero sin esquivar ninguna de sus implicancias –la relación de la pareja sigue ahí, a pesar de todo–, y que la perspectiva del chico era decisiva. Lerman cuenta lo que debe con dos intérpretes extraordinarios, porque tanto Julieta Díaz como el debutante Sebastián Molinaro transmiten el miedo, las dudas y la desesperación de sus personajes. Entonces, el director imprime a su relato un ritmo de thriller, que lo aleja de los lugares comunes y las denuncias desgarradoras para concentrarse en el escape, con la cámara bien encima de los protagonistas, en una patrulla de la policía, en un albergue para las mujeres y sus hijos que sufrieron violencia doméstica, y después en hoteles, en la casa que hasta hace poco era su hogar, siempre amenazados por la presencia omnipotente (auque fuera de campo) de ese hombre, padre, esposo y amenaza. La tensión de Refugiado es por momentos inaguantable pero no sólo por la fuga, sino que las contradicciones de los protagonistas (el chico que no se resigna a clausurar la figura del padre, su madre que vacila a la hora de abandonarlo para siempre), aunque son comprensibles, suman zozobra a la historia, configurando una film potente, maduro y lleno de aristas interesantes.
El otro exilio Del inteligente cineasta Diego Lerman, Refugiado relata con crudeza y sensibilidad un caso de violencia del hombre hacia la mujer (la mal llamada –por discriminatoria– “violencia de género”). Pese a esa determinante y algo restrictiva temática, se aparta de lo obvio y con algunos momentos introspectivos y sugerentes intenta indagar un poco más allá de lo que la trama lineal propone. Un niño y su madre embarazada se ven forzados a “exiliarse” de su hogar, sus pertenencias, colegio, compañeros, etc., debido a las agresiones y amenazas de la pareja de ella y padre del niño. En ese peregrinaje, pasarán por un lugar en el que momentáneamente se sentirán protegidos, una suerte de albergue preparado para mujeres víctimas de maltrato: ese espacio poco conocido al que alude el título del film no es aprovechado al máximo. Luego, un ámbito familiar los contendrá, resignificando de alguna manera la existencia de ambos. Refugiado cumple con sus objetivos dramáticos con una narración atrayente y ágil, aun apelando a un ritmo ondulante. Lerman, autor de un puñado de films muy peculiares y a la vez diferentes entre sí como Tan de repente, Mientras tanto y la notable La mirada invisible, acierta en el tratamiento de esta pieza, que pudo haber dado para más y que en su elenco cuenta con una intensa Marta Lubos. Julieta Díaz transmite con altibajos su duro rol, mientras que los niños se ven muy naturales gracias a la especialista María Laura Berch.
ESCAPANDO DEL HORROR Laura escapa con su hijo Matías de 7 años. Fabián, el padre, le dio una paliza y la dejó tendida en el suelo. Ahora, la única meta es poner distancia. La escapada ocupará el centro absoluto de este film doloroso y sentido que pone en la vidriera el tema de la mujer golpeada. Y lo hace con armas nobles. Es austero, concentrado, evita los golpes bajos y está bien actuado. No hay discursos ni salvadores milagrosos. El pánico y la angustia pespuntean un relato sombrío que al final deja una puerta abierta a la incertidumbre más que la esperanza. Lo que cuenta es la mirada de ese hijo que no sabe qué hacer. Tampoco Laura imagina qué hay más allá de la huida. Tiene un embarazo de tres meses, un presente lastimado y un futuro sin nada. Es un film honesto, de pocas palabras, seco, que respira un aire recargado de amenazas, vacilaciones y miedo. Laura y Matías huyen sin poder dejar de mirar atrás. Allí está ese padre, pero también ese hogar y esos sueños rotos. El film aprovecha bien el fuera de campo y evita que la pareja se encuentre. Y se apoya en dos buenos trabajos actorales: Julieta Díaz está casi perfecta y Sebastián Molinaro (el refugiado) es un nene real, con rebeldía, bronca, temores y dudas. La secuencia final es sugerente: Matías tira al agua ese teléfono que estaba lleno de padre. Y la cámara lo deja ir. Está de espalda: ¿No quiere mirar hacia atrás?
La mirada del niño Con una precisión notable para enlazar lo temático con lo formal, Diego Lerman construye en Refugiado un gran film que tenía todos los condimentos para convertirse en la película de la semana -esa que debate temas importantes que se discuten en los programas de radio-, pero que elude esa “responsabilidad” para convertirse en su lugar en cine del bueno. Una mujer golpeada por su pareja, que huye junto a su hijo en una especia de “road movie urbana y doméstica” -según palabras muy sabias de su director- es el centro del relato, pero lejos de tematizar el asunto o de construir un espectáculo a su alrededor (eso sólo ocurre en una escena, pero que por su perfección termina estando justificada) lo que hace el inteligente guión que Lerman comparte con María Meira es poner el acento en las consecuencias de esa violencia que el hombre ejerce contra la mujer, en primera instancia, y contra su propia especie humana en definitiva: porque el título, y los planos y el lugar donde está puesta la cámara, no hacen más que remitir a Matías, el pequeño hijo de la pareja. Lerman sabe que ponerse mostrar la violencia física es impactante, pero no trascendente. Mostrar esa violencia sería ponerse a discutir su sentido. Y nadie en su sano juicio puede ponerse a discutir la lógica de la violencia, pero especialmente la de la violencia doméstica ejercida de hombres a mujeres. Sin dudas es mucho más interesante, no sólo temática sino narrativamente, mostrar cómo esa violencia opera psicológicamente en aquellos que son víctimas. Porque nos pone en un lugar incómodo de comprender e interpretar nuestras propias motivaciones, aquello que nos une al horror y de lo cual no nos podemos despegar: Laura y Matías tienen tanta necesidad de escapar de ese ser violento que los ahoga, como de seguir pegados a él de una forma algo patológica. Para que todo esto funcione, Lerman extrema una serie de ideas de puesta en escena que funcionan con gran exactitud y organicidad dentro del relato. Primero pone a Fabián, el golpeador, en un espacio off: nunca veremos de él más que su espalda fuera de foco o escucharemos apenas su voz por el teléfono. Y sin embargo, su presencia es constante en cada instancia de tensión que la película elabora con climas que bordean el terror. Esa apuesta del realizador permite, en primera instancia, mantener el punto de vista en las víctimas, pero además construir a ese hombre golpeador en una síntesis de algo más general. Ese hombre golpeador son todos los hombres golpeadores; despersonalizar es a la vez elaborar un concepto, en este caso tremendo y asfixiante. La ciudad y los espacios en Refugiado contribuyen a aquello, son terribles; la cámara recurre a planos cerrados pero también a un nervio que impide ver el contexto: en el centro de los planos tenemos a Laura y Matías, escapando, huyendo, hacia adelante pero siempre mirando hacia atrás. Así son también los espacios institucionales que el film muestra: fríos, distantes, despersonalizados. No hay maldad en ellos, no al menos una maldad intrínseca, sólo un espacio protector endeble, débil, frágil, que protege pero impide la necesaria reconstrucción de un futuro. En ese universo de familias partidas de Refugiado, lo que queda es un mundo de mujeres solidarias que se sostienen unas a otras. Lerman elude el discurso panfletario y trabaja lo genérico con complejidad: la Laura de Julieta Díaz es una mujer débil, pero que nunca recurre a la lástima del espectador. En una parte por la notable composición que hace la actriz, pero también porque el guión elabora una mujer-víctima pero no victimizada, decidida pero temerosa, que recurre a la violencia psicológica con su hijo cuando la pedagogía ya no funciona. En definitiva Refugiado no deja de ser una película sobre la violencia dentro del marco familiar, racionalizada y sugerida como una forma de sostener el crecimiento de los individuos. Y lo otro que hace estupendamente el director, es sostener la mirada del niño con una cámara que recurrentemente se pone al nivel de sus ojos, para de esa manera elegir conscientemente el nudo de su conflicto. La película abre con Matías en uno de esos túneles de salón de juegos infantiles, que hace la vez de burbuja protectora. Una especie de mundo interior donde su disfraz de superhéroe evidencia esa necesidad de un poder sobrehumano que avasalle su cruda existencia. El despojo gradual de ese disfraz mostrará no sólo la necesidad de autodefinición, sino también que la fantasía no es más que un agradable deseo nunca terrenal. Es precisamente su decisión la que pone cierre al conflicto que Refugiado muestra en unos últimos minutos ejemplares: hay puertas que se cierran y un río que se lleva aquello que resulta indeseable, pero cuyas olas no hacen más que dejar patente la idea de que no hay forma de huir de aquello, que eso vuelve una y otra vez. Como que la familia, que en el fondo eso es lo que construimos aunque nos repele, es un lazo indeclinable con nuestra pasado y nuestro futuro.
Los planos de un niño sentado en medio de un pelotero, pero sin jugar con los demás, pensativo, algo triste, dan comienzo a un relato que será contado desde su punto de vista. Refugiado es la historia de la huída de Laura y Matías, una madre embarazada y su hijo de siete años, quienes son perseguidos y acosados por la violencia de un padre y marido que sin necesidad de mostrarse, no deja de estar siempre presente. En su recorrido, escapando de Fabián, Laura y Matías se ven obligados a abandonar su casa y deambular por las calles de Buenos Aires, un escenario salvaje en donde se respira la misma violencia y opresión que rodea sus vidas. Se trata de la cuarta película de Diego Lerman, director de Tan de repente, Mientras tanto y La mirada invisible, con las destacadas interpretaciones de Julieta Díaz -Laura- y Sebastián Molinaro -Matías-. Refugiado partió de un intenso trabajo de guión e investigación que llevó casi tres años, con entrevistas a muchas mujeres que vivieron situaciones de violencia, una base de testimonios reales, historias de huídas, golpes y muerte que aportaron los detalles de esta historia. Las elecciones narrativas del director son un punto de apoyo sólido para la construcción del relato. La violencia de Fabián está fuera de campo, y lo que muestran las imágenes son las consecuencias y los rastros que ésta genera. Laura y Matías escapan de un personaje tan presente que no necesita mostrarse. La violencia de género, la opresión de la mujer, el machismo, la sociedad patriarcal, se expresan por todos los poros aunque no le veamos la cara. El protagonista más temido, el que acosa con llamadas constantes, el causante del miedo y la huída atropellada, no tiene imagen, no necesita tenerla, lo conocemos. Sebastián Molinaro logra una gran interpretación de Matías. La actuación, como toda práctica artística tiene un gran porcentaje de juego, de espacio lúdico, y en este sentido podemos sentir que es el niño actor quien confluye con el niño personaje aportando uno de los principales elementos de la película. La mirada inocente y desprejuiciada, la forma de relacionarse con otro niños, se contrapone a la violencia y opresión que lo rodean. Desde las primeras escenas en donde Matías acompaña a su madre golpeada con su capa de superhéroe hasta su protagonismo en el final, el personaje infantil aporta una mirada sensible y profunda que sostiene el relato en medio de un mundo adulto cruzado por complejas relaciones y duras experiencias. En medio del dolor, del miedo, del escape apurado, se destacan los gestos solidarios de otras mujeres, como sus compañeras de trabajo. Laura trabaja en un taller de costura y en un momento de su huída pasa para ver a sus compañeras. Allí las imágenes descubren un escenario conocido. El taller de las mujeres solidarias que juntan dinero para ayudar a Laura es la textil Brukman, en la película no hay ningún cartel que lo diga, pero las imágenes son conocidas por muchos de los espectadores. Algunas de las extras que participan de esta escena son las trabajadoras de la textil. Una escena de ficción que no cae del cielo sino que tiene sus antecedentes en la historia de lucha y solidaridad de muchas de las obreras de esta fábrica. Según el director "Refugiado es una road movie urbana y una suerte de thriller doméstico a la vez". A estos elementos de género hay que agregarle que tiene un muy buen trabajo de dirección de fotografía, -a cargo del polaco Wojciech Starony- y puesta de cámara. Elección de subjetivas, cámara en mano, búsquedas de foco y movimientos fluídos que acompañan el escape y aportan su parte para trasmitir esta historia. Ficción y realidad El martes pasado se realizó el pre estreno de Refugiado en el cine Gaumont. Después de la proyección hablaron al público presente el director y dos mujeres que sufrieron situaciones de violencia de género. Ellas fueron entrevistadas durante la investigación, y también se sumaron al elenco de la película. Karina comenzó diciendo que vive la misma situación que narra Refugiado, explicó que además de la violencia machista es víctima de las leyes que son responsables de que no pueda ver a su hija desde hace días, porque el padre golpeador es quien tiene la tenencia. La realidad y la ficción se cruzan, y agregó que no sólo los golpes son la violencia, sino también el hecho de que no les crean, de que se invisiblice el problema, de que hay una sociedad que es la que sigue siendo violenta. También habló María quien contó que cuando volvió del último día de filmación tuvo que vivir casi la misma situación de la película, esta vez en la vida real. Ese mismo día tuvo que armar una mochila e irse de su casa junto con su hija. Como en la ficción ella contó que los acosos siguieron por teléfono. Ellas felicitaron a Diego por la película, de que a pesar de ser hombre se ocupó de este tema, y agregaron que fue una experiencia movilizadora. Diego terminó la presentación contando cómo el origen de la película tuvo que ver con un golpe de la propia realidad "Un día llegaba a la productora Campocine donde trabajo todos los días y ví que en la puerta había policías y manchas de sangre en el suelo. Ahí me enteré de que un tipo disfrazado de viejo les había disparado a su mujer y a sus hijos cuando iban hacia la escuela. Les había vaciado un cargador". Este fue en caso muy resonante en el año 2010, parte de las enormes estadísticas cotidianas. Para Lerman "La violencia de género es algo estructural, enquistado en la sociedad argentina... en el mundo entero esto es algo que se origina en el inicio de las sociedades. Por momentos tengo la sensación que estamos frente a un verdadero genocidio cotidiano en el que aparecen casos y más casos...", " Espero que la película ayude a visibilizar la problemática, y que genere debate y pensamiento crítico". Una película con este contenido no es casual en Argentina, donde una mujer es asesinada cada 30 horas. Donde la violencia de género y la cosificación de la mujer se transmiten diariamente por TV a través publicidades y programas con conductores machistas o contenido misógino. En medio de esta situación el estreno de Refugiado aporta con su historia y creatividad, a la tarea de hacer visible una realidad para buscar transformarl
Matías está adentro de un pelotero, atrapado, con la cara pegada a un vidrio mirando a los demás nenes que juegan afuera. Alegoría de su vida, inicio de lo que va a ser una fábula circular que lo conducirá exactamente hacia el extremo opuesto. Matías observa cómo pasa la vida de los otros, cómo el resto de los nenes disfruta de los juegos, de la infancia, de sus padres, mientras él tiene que lidiar con temas para los que no está preparado, para los que ningún nene debería estar preparado: la violencia doméstica. Barrio Piedrabuena, ese barrio de conglomerados de concreto gris apilados, atestados, casi en el límite con la General Paz, ese barrio de recovecos infinitos, de edificios venidos abajo, de departamentos simétricamente deprimentes, de ascensores a punto de caerse, de escaleras angostas y claustrofóbicas, símbolo de la más descarada negligencia y descuido. Un barrio olvidado, marginado. Un callejón sin salida, un laberinto eterno, acaso una postal de nuestro pequeño protagonista atrapado en los confines de su realidad. Y, al llegar a su casa y ver a su mamá tirada, herida por los golpes, arranca la odisea, el escape y el posterior encuentro de un refugio. Matías ya no tiene más vida, ni colegio ni amigos. La violencia arrasó con todo. Refugiado es, en cierta forma, Infancia Clandestina, o el horror visto desde los ojos de un niño. Y ese es el gran acierto de la película: retratar una temática cotidiana y terrible desde el extrañamiento de un nene de 12 años que no tiene los recursos para lidiar con los hechos. ¿Y qué hacen los niños cuando no pueden lidiar con el horror? Juegan, se inventan mundos, se evaden. La psiquis sana saca a relucir, sabiamente, los mecanismos de protección que defienden a esa personita indefensa de la tragedia. Y así es cómo Matías conoce a su primer amor, y juega, dibuja, charla, se deja mojar por la lluvia, grita, juega con la comida, en un viaje que es de auto-descubrimiento a la vez que mecanismo evasor que le permite aferrarse a la vida. Matías necesita esos momentos para sobrevivir a la tragedia y ser sostén de su madre. Y, por momentos, no termina de entender y se enoja con su mamá, pero se arrepiente. Y quiere ver a su papá, pero se arrepiente. El fuera de campo paterno funciona en dos dimensiones, en tanto monstruo de película de terror que no se muestra porque su sola ausencia genera más temor (grandes escenas de persecución cargadas de suspenso físico), en tanto figura paterna ausente, desdibujada, nociva. Aquel a quien no vemos es la amenaza constante, el mal que acecha. Y así sigue el derrotero, de hotelucho en hotelucho, pasando por el hotel aojamiento con cama en forma de corazón. Porque hay que seguir moviéndose ya que el peligro acecha. Finalmente, una vez en el Tigre y con su abuela, Matías puede empezar a distenderse. El enclaustro del Barrio Piedrabuena se contrapone a la inmensidad de la naturaleza de Tigre. Matías ahora es libre. Y el plano cierra, simétricamente opuesto al del inicio, con él mientras contempla el río. Ya no hay vidrio ni superficie o realidad alguna que lo separe del afuera. Y vuelve a su refugio, a su nueva casa, sabiendo que aquello es el inicio de una nueva vida.
Una Buenos Aires oscura y casi tenebrosa. Una madre y su hijo que la recorren escondiéndose de un marido/padre violento que siempre permanece fuera de campo (no se lo ve), pero cuya amenaza es omnipresente. Un recorrido por una ciudad dura, desangelada, violenta, en la que una madre y su hijo deben poder atravesar y sobrevivir. Así es REFUGIADO, posiblemente la mejor película de la carrera de Diego Lerman, una que toca temas que podrían ser catalogados como “políticamente correctos” (la “violencia de género”, digamos), pero que lo hace con sabiduría, inteligencia y talento, y sin recurrir a lugares comunes ni discursos ni frases hechas. Julieta Díaz entrega el mejor papel de su carrera en este filme en el que acompaña a su pequeño hijo en un derrotero que la lleva de los monoblocs en los que vive con su pareja golpeadora a un refugio para mujeres y de ahí a las calles porteñas, siempre buscando escapar de la amenaza. Tironeada por su relación con su marido, pendiente de su niño, tratando de superar un hecho violento que es el punto de partida del filme, la protagonista se encuentra a sí misma en esa complicada supervivencia. REFUGIADO tiene su grado de tensión y suspenso, siguiendo las desventuras cotidianas de madre e hijo. Una primera etapa del filme se centra en el refugio en el que ambos paran: el niño se siente bien y acompañado (la niña colombiana con la que comparte aventuras es un hallazgo), pero la madre entra en una severa depresión y decide escapar antes de enfrentar la situación legal con su pareja, a la que sigue temiendo y de quien no parece poder desprenderse del todo. De ahí en adelante está entregada a su suerte, a las dependencias que ambos tienen con el ex y a la posibilidad de sobrevivir y de formar una nueva vida con pocos recursos y bajo una amenaza permanente. refugiado-528x277Con una notable dirección de fotografía del polaco Wojciech Staron (EL PREMIO) que transforma a las zonas marginales de Buenos Aires en un simil cinematográfico de ciudades del Este de Europa (oscura, gris, nublada, densa) y con un trabajo extraordinario del niño Sebastián Molinaro –que junto a Julieta Díaz son el objetivo persistente de la narración–, Lerman logra un filme que trasciende las limitaciones de su tema: es una pintura urbana, pura, dura y sin concesiones, de las dificultades de sobrevivir a una relación violenta y codependiente, que nunca termina de permitir que las personas se liberen del todo de lo que las lastima. Eso, sin dudas, es lo mejor que tiene el filme: REFUGIADO no es solo la película de una madre y su hijo tratando de escaparse de una situación violenta. Es la de una familia que se desmembra y en la que, aunque al padre no lo veamos, sabemos que su figura ejerce una fuerte presión en los demás. El amor es más complicado –parece decir el filme– que entrar y salir de situaciones difíciles e incómodas. Es, uno supone, saber encontrarse a uno mismo y poder, a partir de ahí, vivir con los demás. Y eso es lo que tratan de hacer aquí los protagonistas. Una película notable del cine nacional reciente, con Julieta Díaz en una actuación que, solo juzgando el largo plano secuencia de su “declaración” en el refugio, merece todos los premios que se entreguen a la actuación en la Argentina este año.
La violencia de género según la mirada de Diego Lerman De las cuatro películas argentinas que fueron alistadas para participar de las secciones oficiales del último Festival de Cannes, “Refugiado” fue, por decirlo de alguna manera, la que menos ruido provocó en la previa. No por esto es que sea menos importante que las otras tres. Tanto “Jauja”, “Relatos salvajes” como “El ardor” traían consigo una serie de detalles de producción que para el contexto del cine argentino hacían llamar aún más la atención. “Refugiado” es la cuarta obra de Diego Lerman. Su ópera prima,”Tan de repente” (2002), es una de las películas insignia de la nueva generación de directores que arrancó con la renovación del cine argentino a fines de los ‘90 y principios del siglo XXI. “Tan de repente” es una realización valiosa que le sirvió a Lerman como el viaje iniciático de su carrera. Y sí partimos hablando de viajes no es casualidad, ya que “Refugiado” es una forma de roadmovie. O, mejor dicho, es una producción de escape de una realidad, de una vida, de una desesperación. Porque en ella Lerman aborda el tema de la violencia de género y su inequívoco camino sin salida. Básicamente narra cómo una madre intenta huir de la casa junto a su hijo, de unos siete años, tras una golpiza (como otras tantas) que le propinó su marido. Ella termina hospitalizada, para luego ser trasladada a un parador de mujeres en su misma situación. En “Refugiado” hay algo muy "traperiano", y más exactamente de “Leonera” (2006), porque las escenas que se llevan a cabo en el hogar para mujeres con problemas de violencia de género tiene mucho de la cárcel en la que permanecía presa el personaje de Martina Gusmán. La rutina, la socialización dentro del centro, la compañía de su hijo, comparten con la película de Pablo Trapero esa mirada de encierro. Una de las cosas que más sorprende de “Refugiado” es su estética y el cómo está narrada la historia. A pesar de encarar un tema muy delicado, tiene cero intenciones de ser lacrimógena. La cámara de Lerman que acompaña a la madre y a su hijo en ese escape, no se interpone ni tampoco los juzga. Sin embargo, la realización nunca pierde fuerza dramática provocando emociones genuinas. Si tuviésemos que asociarla con un color, sería el gris. Porque todo se ve y se siente gris, como el cielo y esas tormentas que se avecinan, y esa Buenos Aires desteñida, manchada de óxido como síntoma de decadencia. Además, otro acierto es el respeto que Lerman tiene por sus personajes, cosa rara en tiempos en que algunos directores son bastantes crueles con los personajes de sus propias películas. Madre e hijo están en constante movimiento, no paran, y su manera de deambular tiene ecos de “Los 400 golpes” (1959), de François Truffaut. Esa incertidumbre y sensación de desasosiego agudo, flotan constantemente en la superficie de “Refugiado”. Sin dudas, está realización marca un regreso fuerte de Lerman tras “La mirada invisible” (2010), devolviendo esa clase de películas que los críticos suelen exigirles a ciertos directores que no pueden repetir la calidad de alguna de sus obras por las cuales hayan sido reconocido. Por ejemplo, algunos le reclaman a Naomi Kawase otra “Shara” (2003)). Entonces a Lerman ya no se le va a pedir otra “Tan de repente”, pues a partir de ahora es el turno de "reclamarle" otra “Refugiado”.
Salir de la noche El director de “Tan de repente” (2002), “Mientras tanto” (2006) y “La mirada invisible” (2010) ratifica con “Refugiado” su capacidad como riguroso narrador para encarar un tema tan delicado y vigente como la violencia de género. Lo que en otras manos podría haber caído en una mera denuncia políticamente correcta, se convierte en un interesante thriller psicológico que excede el marco de la mera concientización, para proyectarse como una película inteligente y necesaria. Con una buena construcción del suspenso y la tensión, “Refugiado” condensa en pocos días una historia sobre el periplo recorrido por una madre y su pequeño hijo, impelidos a huir de su propio hogar en un monoblock de Lugano, uno de los barrios más densamente poblados de la ciudad de Buenos Aires. El film comienza con una fiesta de cumpleaños infantil, de esos ruidosos y despersonalizados que transcurren en un lugar alquilado, con chicos aturdidos entre saltos, corridas y música. Al final nadie viene a buscar al pequeño Matías (Sebastián Molinaro) y cuando lo acercan hasta su casa, en un enorme complejo suburbano, encuentra la puerta abierta y a su madre (Julieta Díaz) desvanecida y lastimada entre astillas de vidrios. Ése es el comienzo de una larga noche que sigue en un refugio para mujeres golpeadas. En realidad se trata de una doble fuga, de los golpes externos e internos, acompañados de la ciclotimia emocional que caracteriza a estos conflictos. La dupla debe luchar con las propias contradicciones: primero el niño y luego la madre hasta que finalmente se rompe el círculo. El film se divide entre momentos de distensión excelentemente logrados gracias al pequeño Molinaro y sus juegos solitarios o en compañía y otras secuencias bastante tensas en las que se percibe el acecho del victimario desequilibrado. Derrotero frenético El film sigue siempre de cerca el constante deambular de los dos protagonistas y resulta un conmovedor registro sobre el miedo generado desde el círculo más íntimo, precisamente el que debería proteger y no expulsar violentamente. Para suavizar, existen dos claves de la puesta en escena: el punto de vista, que es el del niño; y el fuera de campo, donde se mantiene la figura del golpeador, un esposo/padre iracundo, del que no vemos el rostro pero sentimos su permanente acoso, su voz y sus reclamos. De esta forma, la película desplaza el conflicto desde la violencia a sus secuelas, tematizando el corte del vínculo parental enfermizo pero también el intento de reconstrucción posterior. En el registro de cómo madre e hijo viven esa huida, que es al mismo tiempo un viaje de búsqueda y cambio, el espectador comparte su incertidumbre y fragilidad, mientras ellos recorren hoteles y refugios o regresan furtivamente a la vivienda para buscar lo más imprescindible. El chico deja la escuela y la madre, el trabajo en una fábrica textil, donde las compañeras hacen una solidaria colecta para ayudarlos a pasar esa instancia de mayor desamparo. En este film de aprendizaje e iniciación, es precisamente la fuga lo que domina la tensión dramática: un derrotero frenético de dos víctimas de violencia de género, que además de ser un eficaz relato de escape al modo clásico, conforma también a sus personajes por los gestos, miradas, silencios y pequeños detalles. En busca del cambio Marcando un hito en la línea del cine de autor con factura industrial, Lerman construye el relato poniendo en claro la diversidad de conflictos, exhibiendo el miedo pero también la solidaridad. Los encuadres tienden a ser cerrados en correspondencia con el acorralamiento de ambos protagonistas. Hay un excelente manejo de los espacios y la banda sonora: la arquitectura opresiva de los complejos urbanos contrasta con la libertad del contexto y colores en una isla de El Tigre, donde se reencuentran y restauran otros lazos familiares. Allí el niño descubre juegos y objetos diferentes a los que inician la película. Al gran trabajo de cámara e iluminación se suma una adecuada banda sonora que aprovecha al máximo los sonidos ambientales y se amalgama con música sutil y nunca invasiva. Es importante que “Refugiado” no queda en el esquema de un film de denuncia: es una historia que parte de un daño físico y sicológico para terminar hablando de las relaciones que rescatan desde el afecto y cómo se puede salir adelante aunque las circunstancias parezcan cerradas y adversas.
Muestra la realidad de muchas mujeres que son maltratadas y humilladas (algunas pueden despegarse otras no). Laura ya no puede soportar más los golpes de su marido, en esta ocasión tal vez como tantas otras es llevada al hospital, está embarazada y es madre de un niño. Ambos son enviados a un refugio donde encontrarán un poco de contención, allí también se encuentran otras mujeres. Pero ella al tiempo necesita irse de ese lugar, y así comienza a transitar una serie de situaciones de mucha tensión, el espectador participa del seguimiento de esa cámara con la misma angustia de los protagonistas, reflexionando acerca de los inocentes que deben ocultarse y refugiarse mientras el golpeador sigue su vida. Es además muy interesante ver a través de las penurias que pasan madre e hijo como su vínculo se fortalece.
El tema de la violencia de género está cada vez más instalado en la sociedad y el cine no está fuera de ello. “Refugiado” de Diego Lerman cuenta la historia de una mujer (Julieta Díaz) víctima de violencia doméstica y cómo busca escaparse de esa situación de maltrato junto a su hijo (Sebastián Molinaro). La historia comienza de una manera muy fuerte, sin embargo en ningún momento se expone alguna situación de violencia explícita. Incluso nunca podemos ver directamente al agresor, sino que se encuentra en las sombras. Esta forma de encarar la película es original y muy acertada, sin ver de manera directa golpes y otro tipo de maltrato, sino que todo lo sabemos por medio de relatos o marcas que quedaron del pasado. Hay que destacar también la ambientación de la película y su iluminación, ya que la mayoría de las escenas suceden de noche, trayéndonos con ello el miedo, la tensión y la paranoia que nace de la oscuridad. Con respecto a las actuaciones, Julieta Díaz se encuentra muy correcta en su papel, destacándose en algunas situaciones en las cuales revive su experiencia. Pero es el más pequeño el que se roba la película. Sebastián Molinaro logra captar la esencia de un chico en su situación y muestra una mezcla de inocencia y tristeza. Es un chico que, a pesar de no captar la magnitud de lo que ocurre entre sus padres, entiende a su manera la situación que se está viviendo y presenta una madurez mayor a la de cualquier adulto. Si hay que señalar algo que hubiera estado bueno ver es que se profundizara un poco más la relación entre la mujer víctima de abuso y la contención del Estado. Si bien existe esta referencia en la historia, se podría haber exprimido aún más. Se podría haber ahondado en la relación con la justicia, la denuncia a la pareja, entre otras cosas. De todas maneras, “Refugiado” logra reflejar la situación de esta mujer víctima de violencia y todo lo que conlleva querer despegarse de su abusador (muchas veces sin poder hacerlo). Con buenas actuaciones, la película consigue conmover al espectador y relatar una situación social que crece cada vez más en nuestro país y en el mundo. Samantha Schuster