Una grata vuelta de tuerca a su propia filmografía. Un Subiela maduro, quien sin perder su sello, en la experiencia de ir todavía descubriendo qué es el cine logra plasmar una historia si bien pequeña y que podría haber sido inclusive considerada para integrar un cortometraje, gracias a las aptitudes de un director que ha contado con altibajos en su carrera y posee un determinado cupo de espectador cautivo a su cine gracias al trabajo logrado con Hombre Mirando al Sudeste...
Ya todos conocen mi admiración por Eliseo Subiela. Creí mirando una y mil veces "Hombre mirando al sudeste" y "El lado oscuro del corazón", me emocioné con "Despabilate amor" y disfruté del ejercicio filosófico en "No te mueras sin decirme a donde vas". Son films que están en mi videoteca y han logrado que lo reconozca como uno de los grandes directores argentinos de los 80 y 90. Sin embargo, a partir de la llegada del nuevo siglo, sus productos fueron perdiendo fuerza y se desdibujaron en ideas que no lograron alcanzar el nivel de sus grandes trabajos ya nombrados. Llega a salas un nuevo intento de Subiela por reencontrase con el cineasta que fue: "Rehen de ilusiones". A diferencia de sus anteriores trabajos, el cineasta tiene algunas cosas claras: intenta volver a las fuentes de contar una historia más bien clásica, incorporando su mirada ya conocida sobre el amor, lo carnal, la muerte y el desequilibrio emocional. La historia presenta a un escritor prestigioso, Pablo (Daniel Fanego), ya mayorcito él (de 50 para arriba), que está casado (con una esposa bastante bien compuesta por Mónica Gonzaga) y con un pasar cómodo. Se siente todavía con fuerzas, aunque languidece en su estudio privado, donde busca inspiración para la literatura. Laura (Romina Ricci), es una mujer de 30 que hace tiempo y a lo lejos, estudió Letras en la facultad. Y su profesor fue justamente Pablo, de quien ella estaba enamorada. Claro... Ella era su alumna y esa admiración, no llegó a trascender (diez años atrás nada menos). Accidentalmente la joven da con él a través del periodismo (es fotógrafa) y se ofrece como su amante, sin dudar. Lo que será el vínculo central de la historia es el romance entre Pablo y Laura, quienes pasan de ser desconocidos el uno del otro, a necesitarse mutuamente con desesperación, dadas sus propias turbulencias y necesidades personales. Fanego y Ricci tienen buena química y componen una pareja a la altura de la trama sin mayores dificultades. Pero a medida que la relación avance, nuestro escritor descubrirá que su joven amor, no es una mujer corriente, sino que enfrenta contradicciones potentes en relación con su familia y su origen, virando el tenor de la historia de un drama romántico a una historia con tintes de suspenso. "Rehén de ilusiones" conserva algunos destellos al estilo de los trabajos de Subiela en el pasado. Muchas de las líneas de Pablo en la primera parte, son una invitación a la reflexión crítica sobre el género masculino. Ahí, en esas frases que suenan extrañas pero potentes, se encuentra lo mejor del film: hay mucha humanidad (bien entendida) y es lo que esperamos de este director. El problema es que después, no se acierta con el mix de géneros que plantea. Nunca damos con el registro exacto de la película, de a ratos los protagonistas recrean bien la relación de amantes y su problemática, pero a los pocos cuadros se contamina el logro cuando se potencian historias laterales que no cobran vuelo y terminan desdibujadas hacia el final del relato. Sentimos que Subiela buscó integrar su concepto de cine más íntimo y articularlo con un afuera más dinámico (toda esta línea del origen de Laura, por ejemplo), pero hay muchos errores en el guión que eligió para sostenerlo, sin dudas. Promediando el relato sentimos que el film no ofrece unidad y muchas de sus buenas intenciones quedan sepultadas en un desarrollo irregular con un cierre que mejor no anticipar. Más allá de eso, un paso adelante en relación a los últimos tres films que firmó Subiela. Tal vez sea un escalón necesario para reencontrarse con el cine de calidad que sabemos él puede lograr.
Film inconsistente Más allá de los gustos personales, el prolífico realizador argentino Eliseo Subiela ha desarrollado un cine con su impronta. Con recordados títulos como Hombre mirando al sudeste (1986), El lado oscuro del corazón (1992), Despabílate amor (1996), o la más reciente El resultado del amor (2007), su filmografía busca hilvanar lo generacional con un cine fuertemente poético y sugestivo en cuanto a las imágenes. Pero su último trabajo no consigue cohesionar estos rasgos de estilo y deambula entre el tedio y la inconsistencia dramática. En Rehén de ilusiones (2009), Daniel Fanego interpreta a un prestigioso escritor y profesor universitario que un día es fotografiado para una nota periodística por Laura (Romina Richi), quien diez años atrás fue su alumna. Ella, obnubilada por su imagen, lo irá seduciendo hasta llegar a consumar su postergado deseo. La pareja vivirá un romance que él tendrá que mantener oculto por ser un hombre casado. Pero ese pequeño idilio cederá lentamente cuando Laura empiece a manifestar un comportamiento psicótico relacionado con los desaparecidos de la última dictadura militar. Más allá del tratamiento que le da el film a la cuestión de los desaparecidos, sorprende la poca química que se produce en una pareja protagónica que debe batallar con diálogos demasiado literales. Por más que se trate de la historia de un escritor, algunos parlamentos abruman por su solemnidad y escaso vuelo creativo. En una secuencia el escritor revela su necesidad de “convertir a las mujeres en literatura”, tal vez como una modalidad para poseerlas. Algo similar ocurre en el cine de Subiela, que busca estilizar ciertos temas para elevarlos a la categoría de lo sagrado, pero olvida que cuenta con herramientas cinematográficas para lograr su propósito. De esta manera, recurre imágenes alegóricas poco estimulantes (la secuencia inicial, con los “fantasmas de la creación” hostigando al escritor), esquemas de plano y contraplano, o un encuadre de formato televisivo. Laura poco a poco manifiesta su personalidad fragmentada, y en determinado momento cobra más protagonismo su padre, un personaje siniestro que tuvo un cargo en las fuerzas militares. El relato coquetea con el suspenso, pero todo queda allí. Frente a esta falta de consistencia narrativa, los escasos 80 minutos que dura el film se vuelven eternos. Rehén de ilusiones, en su intención de mezclar una trama amorosa con el terrorismo de estado, no llega a los niveles de irritación de un film como Cómplices del Silencio (Stefano Incerti, 2010), tal vez porque se desarrolla en la contemporaneidad. Es entendible que el guión quiera asumir una relación con lo histórico menos tangible, más vinculada a la consciencia o su degradación. Pero si algo falta en la película es un in crescendo dramático: asistimos a los encuentros entre los amantes y la información que motivaría que la trama genere cierto grado de empatía llega toda junta y de forma arbitraria. Frente a casos como éste, es válido preguntarse cuán bueno es hablar de ciertos temas candentes por el mero hecho de ponerlos en vidriera, y no propiciar relatos interesantes en donde realmente valga la pena generar una dialéctica con el espectador.
Una obra imperfecta Pablo (Daniel Fanego) es un escritor famoso a quien vemos en la primera escena de la película acosado por una multitud de personajes imaginarios que pugnan por entrar en la novela que está por empezar a escribir. Esto es literal: Fanego sale del ascensor y lo siguen varias y diversas personas -un hombre con un tiro en la frente, una mujer con un arma en la mano y otros más- que se agolpan y le suplican a los gritos. Eliseo Subiela parece empeñado en la literalidad de las metáforas. Por eso acá si Laura (Romina Richi) se empieza a volver loca y la voz en off dice: “Sus monstruos por fin se dejaban ver”, vemos a Richi rodeada de extras con máscaras bailando a su alrededor. La historia es sencilla: un escritor empieza un romance con una ex alumna treinta años menor, que con el correr del tiempo empieza a obsesionarse con el cuartel militar que está frente a su departamento, obsesión que revela una relación tortuosa con su padre (Atilio Pozzobón), militar retirado. La película pasa entonces del drama erótico al thriller político, pero mantiene siempre la solemnidad. La banda sonora de piano, violín y violonchelo, las actuaciones duras (se salva el oficio de Fanego), los parlamentos recitados, la voz en off pretendidamente profunda, contribuyen a ese tono general de gravedad que termina por agotar. Gravedad que no llega a ser aligerada por los escasos momentos de humor voluntario o involuntario. Porque hay algo de humor involuntario. Cuando Laura se le aparece a Pablo mojada por la lluvia con una botella de champán, lo arrincona contra la puerta y él le pregunta “por qué me mirás así”, es imposible no recordar el legendario “qué pretende usted de mí” de Isabel Sarli. Pero más allá de todo, hay cierta coherencia en Subiela y es cierto que sabe filmar, que sabe generar climas con la cámara y con las luces. Lamentablemente todo ese talento y oficio se malgasta en un guión que no está a la altura.
Una trama que naufraga entre el policial y el romance Los sueños, las realidades y un álbum de figuras simbólicas fueron los temas y los personajes que, en mayor o menor medida, construyeron la filmografía de Eliseo Subiela. Rehén de ilusiones no escapa a estas preocupaciones del director y aquí centra su mirada en un novelista y profesor sesentón que, frente a su computadora, no logra dar con el ritmo que necesita para comenzar su próximo libro hasta que una de sus ex alumnas llega para confesarle que siempre estuvo enamorada de él, desde aquellos tiempos de facultad. Pablo había llevado hasta ese momento una existencia monótona, casi gris, pero la aparición de Laura cambia la vida de ese hombre, permitiéndole la ilusión de volver a su juventud. Hasta que un día la joven sufre un brote psicótico y se siente perseguida y amenazada no sólo por los militares de un cuartel vecino a su departamento, sino también por el portero del edificio en el que vive. Desde ese momento, Laura aparecerá y desaparecerá de la vida de Pablo, mientras que éste tratará de descubrir qué se esconde detrás de esas ausencias y presencias. Fue, sin duda, mucho lo que Subiela intentó con ese entramado por momentos reiterativo, casi siempre oscuro y a veces asociado al género policial. Así, el film no termina nunca de definirse y va cayendo lentamente en múltiples lecturas que van desde el canto del cisne de un hombre maduro que le teme a la vejez hasta la reaparición de fantasmas del pasado que reaparecen no sólo para asustar sino también para tejer una realidad en la que sus dos personajes centrales se ven envueltos en una espiral que nunca llega a su fin. Los protagonistas Daniel Fanego y Romina Richi tratan de hacer lo más creíbles posible estas idas y venidas de sus respectivos personajes, pero no era fácil para ellos salir indemnes de esa trama que, sin duda, se deja llevar por una pretensión que quizá no había previsto su realizador.
El amor, la locura y la muerte según Subiela Daniel es un escritor de sesenta años, casado con una hermosa mujer dueña de una galería de arte, que está en el pináculo de su carrera. En un momento en el que se encuentra tratando de hallar la inspiración para su nuevo libro, por su camino se cruzara Laura, una ex alumna suya de treinta y pico. Daniel sentirá que a esta altura de su vida, esta le vuelve a sonreír y siente que Laura lo vuelve joven nuevamente. Contado sintéticamente puede resultar parecido a algunos otros, pero la gran diferencia la marca Subiela y su personal sello. Desde las imágenes de Daniel buscando inspiración en sus personajes hasta algunos abrazos y encuentros les imprime un sello que hace que uno se de cuanta de quien es el director. “Rehén de Ilusiones” es un film donde se toca el amor, la locura y la muerte desde el punto de vista de Subiela, sumando, a su vez, que por primera vez toca el tema de la última dictadura tan frontalmente. Las actuaciones son soberbias, en especial la de un Daniel Fanego quien es quien protagoniza plenamente el film y que sigue demostrando una vez más todo su talento actoral que lo hace uno de los mejores actores de nuestro país. Si el espectador sabe algo de la filmografía de Eliseo Subiela esperará esos actos, esos sentimientos y esos momentos que en algún momento parecen misteriosos pero que, si se está atento al film, podrá llegar a dilucidar. Subiela no solo hace arte, sino que también invita a pensar de tal forma que el público espectador vea distintos films en la misma película. “Rehén de Ilusiones” es sin lugar a dudas un film netamente Subiela.
Te amaré desde la locura La historia de esta nueva película de Eliseo Subiela es en realidad muy simple: Pablo (Daniel Fanego) es un conocido y premiado escritor en plena crisis de creatividad. Está casado con la dueña de una galería de arte (Mónica Gonzaga), y por el momento no tiene ninguna idea para su nueva novela. De pronto se cruza en su camino Laura (Romina Ricci), una ex alumna de la Facultad unos veinte años menor, que está, desde aquella época, enamorada de él. Así comienza el romance, con encuentros en el estudio de él, y luego en el departamento de ella, hasta que la conducta de Laura empieza a mostrar rasgos de locura. Las insolvencias del guión son muchas. Por un lado, el filme parece querer encarar el tema del amor en los hombres mayores, el renacer de un tipo de sentimiento que se cree perdido para siempre (sí, solo los hombres, “a las mujeres a esa edad les gusta ser abuelas”), pero todo queda en una charla de café y alguna reflexión en off. Por otro lado, el desequilibrio de Laura tiene que ver con la época de la última dictadura en nuestro país. Por las dudas, vive justo frente a un cuartel donde se tocan marchas varias durante todo el día. El tratamiento del tema es tan vacío como resulta caprichosa su inclusión dentro de la película. El comportamiento de Laura podría haber tenido otras explicaciones, y ésta es la más forzada, como si hubiera que meter el tema a como dé lugar. Este es un punto común a gran parte del cine argentino, que parece no poder ser inmune al tema. En algunos casos es un compromiso voluntario, pero en otros, como en éste, se incluye sin verdadero interés, tal vez sólo por cumplir con lo que se supone correcto. La relación de Pablo con su mujer, las sospechas de la infidelidad de ella, la razón de la obsesión de Laura por Pablo desde sus años de estudiante, todo queda en líneas argumentales apenas desarrolladas. En cuanto a lo técnico, la fotografía es muy buena, aunque hay pocos escenarios, casi todos cerrados o grises; en los exteriores, mucha lluvia, elementos que resultan en una atmósfera de bastante opresión. Sin embargo, hay un exceso de fundidos a negro, que terminan por resultar repetitivos. La película no logra hacer anclaje y desarrollar ninguna temática en particular, y eso hace que al espectador le resulte difícil compenetrarse con la historia. Daniel Fanego está muy bien en su papel, pero no alcanza para remontar los defectos de un guión que hace tanta agua como la que se ve en el filme.
Volver al pasado El director de los títulos kilométricos (Hombre mirando al sudeste, No te mueras sin decirme adónde vas, El lado oscuro del corazón) vuelve a los cines argentinos con Rehén de ilusiones, en la que cuenta la historia de amor entre un escritor y docente universitario (Daniel Fanego) y una ex alumna (Romina Ricci) con la que se encuentra una década después. El cine de Subiela es inoxidable. Esto, que para muchos realizadores es una marca de vigencia, aquí funciona a la inversa: las formas y los temas de su cine son los mismos desde hace veinte años. Así, podríamos fechar a Rehén de ilusiones como un producto de fines de los '80 o principios de los '90 y a nadie le parecería extraño. Película anacrónica de punta a punta, estamos ante otra típica aproximación del director a sus temas predilectos: los amores prohibidos, lo fantasmagórico, las obsesiones y, ay, la locura, encarnada en este caso a través de una supuesta persecución de los militares. Otra muestra más de una película que nació perimida.
Lo nuevo de Subiela tiene buena trama y sorpresa final Una historia pequeña va descubriendo sus complejidades en este nuevo relato de Eliseo Subiela, que en cierto aspecto bien puede asociarse a «Ultimas imágenes del naufragio». Ahora también, un escritor observa las evoluciones de una persona real, procura entenderla, se compromete afectivamente con ella, al tiempo que la va convirtiendo en personaje de su nuevo libro. También se trata de una mujer joven. Y él entiende, siguiendo lejana máxima atribuida a FrieDurrenmatt, que a las mujeres conviene amarlas y luego transformarlas en literatura lo antes posible. Pero algo sucede, la criatura arrastra al escritor y amenaza transformarlo en otra cosa poco conveniente. «Algún personaje te está contagiando», le observa un amigo y da en el clavo. Puede que ella termine siendo una loca peligrosa, ¿podrá él darse cuenta a tiempo? Porque al comienzo, ah, es una loquita preciosa, una figurita que se aparece en su vida y en su estudio con una sonrisa, un extra brut y unas ganas de hacerle recuperar el entusiasmo sexual que el tipo sólo puede agradecerle a la vida y que la esposa no se entere. «No vi en ella rasgos que me hicieran suponer una seductora inteligencia», reflexiona el hombre. Cierto, cuando está vestida parece apenas una chica de su casa, que ni siquiera terminó los estudios y a los 35 todavía vive con los viejos. Pero nadie es del todo como parece. Lo que en el primer encuentro suena como razonable precaución, después se revela como creciente persecuta. Un departamento para ella sola, un contrafrente justo con vista al patio de un cuartel, agrava las cosas. Dos escenas resultan significativas: la charla entre confesión y amenaza del padre de la chica con el escritor, y la provocación de ella contra un pequeño acto militar, que sólo provoca la risa de los uniformados, pero dispara posteriores miedos. Cuando el propio amante sospecha que él también está siendo observado, ya parece que hay algo cierto en lo que a ella le pasa, o que hay más de un loco por la calle. A cierta altura, el cuento parece detenerse en una posible certeza: estamos frente a las fantasías de un escritor en su proceso creativo. Aflojamos la guardia, ya creemos saber de qué se trata todo esto. Y ahí es donde vienen la resolución y el remate, a golpearnos gustosamente. Nada es del todo como parece, y Subiela cultiva muy bien eso que él mismo llama «realismo sospechoso». Buen argumento, de trámite breve y desarrollo calmo, salvo en las interesantes escenas íntimas de los protagonistas Daniel Fanego y Romina Ricci, donde los suaves quejidos del sofá de cuero reemplazan los falsos gemidos que otro director hubiera puesto. Buenas participaciones de Atilio Pozzobón como suboficial retirado y padre de la chica que él mismo define como «una cruz», y de Mónica Gonzaga como una galerista de arte, apacible esposa del escritor (¿pero quién se va a meter con una chica teniendo a Mónica Gonzaga en su casa?). Y buena banda sonora, que incluye la entrañable y ya casi centenaria marcha de Pedro Maranesi «Avenida de las camelias», y una perturbadora cancioncita infantil, que contribuye al miedo final. Postdata: una frase típica de Subiela puesta en boca del escritor: «La muerte también trabaja para la vida, aunque tenga tan mala prensa». Dicho sea de paso, esta película apenas tuvo prensa.
Aquella vieja estética inalterable No pasan más de quince minutos de película y el escritor y docente universitario Pablo Dafonte ya se bloqueó ante la hoja en blanco, se atribuló con el brainstorming de sus personajes ficticios corporizados en la puerta de su departamento, confesó con pompa trascendental que su peor temor es “a dejar de amar” y, por si fuera poco, se reencontró con una ex alumna que en su momento, diez años atrás, le tenía muchas ganas a su profe. Ese encuentro es el envión inicial para la tómbola de diálogos impostados, cursilerías travestidas de reflexiones existenciales, fantasías eróticas, fantasmitas parlanchines acosando a los torturados protagonistas, violines incidentales omniscientes y ex militares con pistola bajo el brazo que conforman Rehén de ilusiones. Se trata, claro está, de un Eliseo Subiela puro y duro. Con todo lo que eso implica. Si hay algo que debe reconocérsele al director de El lado oscuro del corazón es que mantiene un estilo. Como si el Nuevo Cine Argentino fuera una entelequia, algo que jamás pasó aquí o en ningún lado, las formas y temáticas de sus películas son, con las variaciones indispensables de cada caso, inalterables. Se entiende, entonces, ese tono monocorde, impostado, casi como de recitación de un clásico en clase de teatro amateur, de un buen actor (ver ¡Atraco!, actualmente en cartel) como es Daniel Fanego, cuyo personaje cae rendido ante el aire tontuelo y calenturiento de Laura (Romina Richi, ex Ricci) luego de que ésta pergeñe una entrevista apócrifa con el único fin de volver a ver a su ex docente. A partir de ahí tendrán encuentros furtivos en el estudio del escritor. Encuentros inverosímiles no sólo por la iluminación blancuzca y anticuada que los baña, sino también por la falta de pasión, romanticismo o de mera calentura que moviliza a los protagonistas, combinación que genera un déficit de concordancia insalvable. Esto es: un tratamiento visual de aspiraciones románticas que sin embargo resulta desangelado y gélido, dando la sensación de que el sexo es un mero acto de procreación, más allá de que se lo practique mirándose a los ojos y llorando a moco tendido. De allí en más vendrá la paranoia con los militares, referencias a los desaparecidos y Julio López, un padre sobreprotector con un pasado oculto que se ve venir a tres mil metros con vallas de distancia, figuraciones metafóricas-oníricas enmascaradas, infidelidades compartidas y, en medio de todo eso, un pobre hombre que todavía piensa que a su chica “puede salvarla con amor”. Un auténtico héroe subielesco.
Es la historia de una pasión, la última para un escritor de 60 años que se enamora, quizás como nunca, de alguien que puede ser una ilusión, una loca o una persona en peligro. Daniel Fanego y Romina Ricci le ponen garra a sus personajes, en encuentros eróticos que a penas disimulan abismos del pasado, cornisas del presente.
Continuidad e intervalo Hace tiempo que Eliseo Subiela no hace una película redonda en lo que a planteo narrativo y conceptual se refiere. Culpa del guión; de la pretenciosidad; de la literalidad a la hora de crear metáforas o alegorías, vaya a saber uno dónde está el error que no lo puede encontrar. Cabe preguntarse si a esta altura del cine argentino de las últimas dos décadas se puede hacer referencia a los desaparecidos o a las épocas de los años de plomo sin resultar obvio o reiterativo. En Rehén de ilusiones pareciera que no o por lo menos no basta con la picardía del chiste fácil o la solemnidad cuando se trata de hablar de temas graves. La protagonista de la historia es Laura Quiroga (Romina Ricci), hija de un militar retirado (Atilio Pozzobón), que luego de la llegada de la democracia representa lo que en la jerga se conoce como mano de obra desocupada y en el presente trabaja de vigilador para una empresa de seguridad. Laura encuentra la excusa perfecta para un encuentro con Pablo Dafonte (Daniel Fanego), a la sazón escritor famoso en etapa de bloqueo creativo, casado hace 25 años con una curadora de arte (Mónica Gonzaga), que se vuelve a enamorar al verse en los ojos de Laura y de esa juventud que le devuelve las ganas de tener sexo, proyectar un futuro y escribir una nueva novela. Subiela se encarga rápidamente de crear los climas para el erotismo explotando la belleza de Ricci y su fotogenia pero le agrega a ese personaje una cuota de locura interior que la vuelve tan estereotípica como los otros personajes que la circundan y el relato asume un lugar incómodo al querer volcar una serie de elementos para abordar algunos tópicos subielanos como el tiempo, la muerte, el recuerdo, el olvido y el amor. Que Ricci o mejor dicho su personaje viva frente al cuartel militar y despotrique cada vez que escucha la marcha y las fanfarrias siendo hija de un militar que la quiere hacer pasar por loca es demasiado esquemático y obvio para dar pie a la subtrama que recupera la idea de que la persona que amas puede desaparecer. Utilizar una voz en off declamativa en un escritor que ha encontrado su musa en una ex alumna después de 10 años o que se ve acosado por personajes que llaman a su puerta durante su silencio frente a la hoja en blanco de la computadora también es demasiado para soportar. En el film aparece una idea mal desarrollada que tiene que ver con la continuidad y el intervalo o las grietas que se encuentran entre los espacios pensando al cine como esa ilusión de movimiento. Con el film de Eliseo Subiela pasaría algo similar: en la continuidad de su trayectoria cinematográfica quedan esos infinitos intervalos donde se depositaban miradas interesantes que lamentablemente desde hace un largo tiempo hasta ahora se han materializado en la ilusión de ver un buen cine argentino.
Buenas ideas sin construcción de lazos El último film de Subiela, con Daniel Fanego y Romina Ricci naufraga en la encarnación de los personajes. Eliseo Subiela ha tenido desde siempre una importante relación con la literatura e incluso algunos de sus films parecieran tener más vocación literaria que cinematográfica. Quizás desde esa condición, su más emblemático trabajo sea Últimas imágenes del naufragio (1989), donde juega nada menos que con el uso de la palabra. En Rehén de ilusiones, el director intenta meterse en la piel de un escritor, al que lo sorprende la aparición de una mujer misteriosa con un pasado por lo menos oscuro. En el inicio, Subiela aspira analizar por qué la gente escribe, pero ya se sabe, se escribe fundamentalmente para tener un lugar donde acomodar los fantasmas y las obsesiones, aunque hay otra razón, la locura, pero es un tanto más incómodo. Entonces, el relato se anima y prueba transitar ese desfiladero que separa la creación literaria de la alienación, pero con bastante poca suerte a la hora del equilibrio. En la soledad del escritor, su estudio se llena de sus personajes que llegan a reclamarle mejor suerte en sus novelas, le colman las manos de peticiones, pero cuando quiere leerlas, todas están en blanco. Eso es la literatura: buenas ideas que exigen esfuerzo y talento para construir un todo. El film tiene buenas ideas, pero falla a la hora de construir los lazos, con personajes que no llegan a encarnarse y que repiten un parlamento que no sienten. Un escritor aburrido cae en el juego perverso de una antigua discípula de una imprecisa carrera de Filosofía y Letras, obsesionada por él desde sus años de la universidad. La pasión se instala sin estaciones intermedias y de allí en más todo comienza a desdibujarse entre ficción y realidad, perdiéndose en los márgenes la historia, que ya corre desbocada, lo que da como resultado un film desprolijo, con un guión falto de relecturas. En suma, una película cargada que remite a un cine de otra época.
A esta altura es ocioso hablar mal de las películas de Eliseo Subiela; a la larga se vuelven simpáticas. Aquí cuenta el amor de un cincuentón intelectual por una treintañera, la búsqueda de una pasión (física: para Subiela el amor solo puede ser físico) y la locura de la mujer. Lo que podría ser un melodrama digno pierde -y ese es el defecto Subiela- por exceso de explicación, por la necesidad de adosar la palabra a cada episodio, por no creer en la poesía intrínseca del realismo. Siempre una pena.
Pasión saturada Los vaivenes entre el amor y el deseo, la realidad y la fantasía, la culpa y el placer, o la vejez y la juventud son algunas de las temáticas sobre las que intenta profundizar Rehén de Ilusiones, el nuevo film de Eliseo Subiela...
Un escritor de sesenta años que redescubre su sexualidad y vuelve a sentirse joven. Este director y guionista es uno los grandes exponentes de cine nacional, quien comenzó a filmar a los 17 años, y ha llevado a la pantalla “Hombre mirando al sudeste”, “El lado oscuro del corazón”, “No te mueras sin decirme a dónde vas”, “Despabílate amor”, entre otras. La trama gira en torno a la relación de un escritor Pablo (Daniel Fanego) sesentón, y casado con Magdalena (Mónica Gonzaga). Ellos no mantienen una gran relación, su matrimonio es monótono y se encuentra desgastado. Él vive atormentado con los personajes de sus libros y trabaja varias hora en su estudio, hasta que un día se encuentra con una joven de unos 30 años, ex alumna de la carrera de Filosofía y Letras, Laura (Romina Richi), fotógrafa, este encuentro significará mucho para ellos. Por un lado ella tratando de concretar cierta fantasía del pasado pero con otro presente y él con la idea de volver a recuperar la juventud perdida, redescubre su sexualidad, la pasión, esto le sirve para no afrontar la vejez, y vivir una etapa diferente. Sus encuentros resultan ser muy fogosos. Pero Laura comienza a sufrir un brote psicótico, además fuma marihuana, se siente perseguida y amenazada por los militares de un cuartel. En alguna hora del día desde su balcón se ve dicho lugar, allí baila semidesnuda con música a alto volumen y en algún momento vemos al portero de su edificio, que se masturba en su puerta, sin que ella lo vea. Laura siente un profundo odio por la dictadura militar, su padre, interpretado por Atilio Pozzobón fue un agente de vigilancia. El comportamiento de esta joven cada vez es más extraño y es internada en una clínica psiquiátrica por lo que ellos ahora se ven menos y Pablo se refugia en la escritura, aprovecha esta situación para elaborar su próxima novela donde detalla lo que está viviendo. Todo puede ser cierto en esta historia, o no, bajo una realidad confusa, amenazante, tiene misterio, llena de fantasmas del pasado, contiene múltiples lecturas, podríamos decir que tiene el sello de Subiela, un exceso de escenas fuertes y de desnudez, con diálogos débiles, su relato no es del todo convincente, no termina de puntualizar, es que su guión no termina siendo sólido.