De la audacia al conservadurismo En 1998, HBO estrenó una serie que durante los siguientes 6 años se convertiría en ícono de una generación (las mujeres solteras de treintaypico), de una ciudad (Nueva York) y de un modo de vida (la exaltación del consumismo, la moda y el lujo). Lo hizo casi siempre con inteligencia, mordacidad y sin culpas (lo puedo decir porque vi prácticamente todos los capítulos). Una década más tarde (cinco años después de su final en la pantalla chica) llegó la inevitable película, mucho más conservadora y menos divertida que el original televisivo. A pesar de que a nadie pareció gustarle demasiado, de que las ya avejantadas, estereotipadas e insufribles Carrie (Sarah Jessica Parker), Samantha (Kim Cattrall), Charlotte (Kristin Davis) y Miranda (Cynthia Nixon) aparecían como una suerte de triste autoparodia de lo que fueron, el film se convirtió en una cita obligada para la salida entre amigas y, por lo tanto, el éxito comercial fue arrasador. Apenas dos temporadas más tarde, arriba esta "apurada" segunda entrega con el mismo cuarteto protagónico y el mismo guionista, director y productor: el mediocre -siendo muy generosos- Michael Patrick King. Luego de la flojísima primera parte, era lógico presuponer que esta secuela iba a ser aunque más no fuese algo mejor. Le alcanzaba con poco, pero no. Todo aquí luce menos espontáneo, más artificial, más prefabricado que nunca. Una acumulación de one-liners sin onda, remates propios de una sit-com de cuarta categoría, bromas físicas que nunca funcionan, una sexualidad para preadolescentes, actuaciones desbocadas, un artificio que ni siquiera tiene una vuelta de tuerca irónica, un horrible despliegue narrativo y visual (“artrítico”, según la exacta definición del incombustible crítico Roger Ebert), conflictos y situaciones estúpidas, una mirada conservadora sobre el matrimonio y la maternidad, y un mal gusto pocas veces visto a la hora de ¿satirizar? al mundo árabe (buena parte del interminable metraje transcurre en Abu Dhabi). Se podria seguir con una enumeración sin fin (hasta los cameos de Liza Minnelli, Penélope Cruz y Miley Cyrus son espantosos). No vale la pena. Estoy en pareja desde hace 16 años con una feminista, tengo un enorme respeto por las luchas y reivindicaciones de ellas en pos de la igualdad de género, pero después de ver esta película -con personajes que alguna vez fueron símbolo de la independencia y la desinhibición de la mujer- tengo ganas de convertirme en el más rancio y elemental de los machistas… O en musulmán.
Solo para mujeres... estúpidas y con plata Quienes quieran apreciar lo más destacado de las últimas tendencias de la moda actual contarán a partir de esta semana con dos opciones: comprarse la Vogue o alguna revista femenina o ir al cine para ver Sex and City 2 (2010) para apreciar el grandilocuente vestuario que lucen estas cuatro amigas durante los 146 minutos de insoportable metraje que dura el film. Carrie, Samantha, Miranda y Charlotte emprenderán un viaje al “Nuevo Medio Oriente” donde continuarán con los típicos conflictos que se mantuvieron a través de todas las temporadas que duró la serie en TV, pero sin perder la elegancia que las caracterizó desde sus inicios, aunque si la cordura. Como su predecesora, Sex and the City 2 funciona de manera independiente de la serie, esto quiere decir que si usted no vio nada va a entender todo igual, ya que la estructura que presenta es el de la típica comedia romántica americana, pero mal hecha. Toda la artillería del film, hecho para recaudar y nada más que para eso, está puesta en lo visual más que en lo que cuenta. Y para ello nada mejor que a un país exótico en donde las mujeres están obligadas a taparse y este grupo de amiguitas podrán mostrar a troche y moche su ampuloso vestuario sin que nadie las opaque. Mujeres que no escatiman en lucir ropa de Dior o Valentino de miles de dólares pero que huyen despavoridas del hotel cuando les quieren cobrar u$s 22.000 una habitación para cuatro. ¿Problemas de verosimilitud o estas chicas son bastantes amarretas? Otro de los puntos que juegan en contra en Sex and the City 2 es el excesivo metraje, igual a lo ocurrido en la primera parte, el film de casi dos horas y media se vuelve insostenible ante lo banal de su historia y convengamos que solo como desfile de alta costura, sin ningún agregado que lo acompañe, lo hace un poco monótono y aburrido. En algunos momentos la historia trata de volverse comprometida y tratar algunos temas “serios” como los miedos después de los 40. Miedos que son los mismos en cualquier momento de la madurez, como la rutina en el matrimonio, la infidelidad, la vejez, los hijos, etc. etc., pero tan levemente tratados que carecen de todo sentido y que suenan más a relleno que a otra cosa. Sin duda esta segunda entrega de la serie sobre mujeres neoyorkinas, aquellas que se juntaban para hablar de hombres allá por finales del siglo pasado y que se convirtió en un éxito televisivo con muy pocos precedentes, no hace más que confirmar la teoría de que el cine puede ser arte o negocio. En este caso un negocio para vender vestidos a gente que nunca se los va a poder comprar. Un consejo compre la revista Cara de esta semana que sale más barata y tiene en tapa los vestidos de las celebridades argentinas en la gala de re- inauguración del Teatro Colón. No diga que no le avisamos.
Grupos feministas abstenerse. La famosa serie creada a partir de la novela de Candace Bushnell contó con seis exitosas temporadas ininterrumpidas exhibidas en la señal de cable HBO. La serie adoptaba un formato a partir de los relatos de Carrie Bradshaw (Sarah Jessica Parker), una columnista de un diario de New York, sus temas iban y venian relacionándose con las costumbres sexuales de los hombres y mujeres residentes en Manhattan, las problemáticas características de la mujer en una sociedad de consumo y machista, en el ámbito de trabajo, el capitalismo vinculado al lujo y la comercialización en costosas tiendas de vestimenta y aunque graciosamente tratado, una reivindicación sobre los derechos de la mujer, bandera en alza sobre pilares del feminismo y logros que la mujer a través de los años supo lograr para reivindicar socialmente su integridad y existencia como ser humano. La acompañan Charlotte, Samantha y Miranda, sus inefables tres amigas de juntada, de sus vivencias Carrie aporta a sus columnas, las inseguridades, embrollos y temores. La serie llegó a su fin y como la franquicia permanecía latente, sus productos seguían comercializándose, las temporadas adoptaron diversos lanzamientos en el formato dvd, colecciones conformadas por temáticas y una edición definitiva con forma de diario personal. Sin tener en cuenta a las grandes marcas de moda como Dior, Gucci, Dolce & Gabbana, reflejadas publicitariamente. ¿Cómo dejar morir una franquicia que todavía vende? Sería una idea insana comercialmente… Llegó un primer film, de larga duración, innecesario cinematográficamente. Gran éxito de taquilla mundialmente. Ahora un segundo film, que si bien, apenas presenta mejoras en relación al primero en materia de edición y con un guión notablemente más sólido argumentalmente, no deja de destruir gran parte de los méritos erguidos en la serie. Carrie, la columnista soltera que reflejaba las problemáticas femeninas de la última decada, ha tomado votos maritales con Mr.Big, acotando en el guión gran parte de lo que en la serie se extendió durante varios años. Resultado de esa cota, Carrie ya no es la misma, sus salidas son apenas reflejos de las de su soltería en conjunto de amigas. El ser un alma independiente laboral y personalmente, la aleja de su esposo, quien decide pasar al menos dos días de la semana alejado del matrimonio para poder realizar individualmente aquellas tareas tan simple como poder ver un film clásico en blanco y negro a altos decibeles sin recibir queja alguna de su mujer. Las demás, tambien están pasando por etapas difíciles. Miranda no termina de congeniar entre su familia y su trabajo, algo que repetitivamente hemos visto hasta el hartazgo en la serie, y lleva al cuestionamiento que su personaje es tan pequeño que no posee otro recurso más que éste a ser considerado. Charlotte continúa siendo tan naive como en sus comienzos, su única preocupación actual es sobre la relación con su sexy niñera contratada y saturarse con el trabajo que le lleva criar a sus hijos y bueno…Samantha, seguirá siendo Samantha por varias secuelas más, es el ingrediente que levantaba a la serie y los films con sus participaciones satirizadas sobre comentarios y experiencias propias de índole sexual. Lo que molesta de ésta secuela son varios desaciertos. Inicialmente, un enganche para el espectador, contar con la aparición on stage de Liza Minnelli, con una cirujía facial que la deja casi irreconocible, maquillada y vestida para aparentar ser su propia madre, Judy Garland. Liza es contratada para realizar una coreo en un casamiento gay, sector para el cual la franquicia de Sex and the City está muy vinculada. Carrie y su grupo se trasladan a Abu Dahbi, un viaje reparador como en la primer entrega. La premisa allí es en gran parte burlarse de la cultura y religión de la región. Penelope Cruz brinda una aparición innecesaria de escasos minutos. En conclusión, Michael Patrick King vuelve a hacer uso de una fórmula ya desgastada. El crecimiento de las cuatro mujeres en los años de serie a nivel de los personajes aquí se ven relativamente manipulados, pequeños, groseros hacia otras culturas y orientaciones sexuales.
Las chicas sólo quieren divertirse La nueva entrega cinematográfica de Sex and the City recupera el espíritu de la serie en formato más largo En la primera escena de Sex and the City 2 , la voz en off de Sarah Jessica Parker explica -como lo hizo durante seis temporadas en la serie de HBO- que existe una Nueva York AC y otra DC. Es decir que la Gran Manzana fue una antes de Carrie Bradshaw y otra muy distinta después de que la inquieta comentarista recalara en sus costas. Lo mismo puede decirse del efecto que ella y sus tres amigas, Miranda (Cynthia Nixon), Charlotte (Kristin Davis) y Samantha (Kim Cattrall), causaron en la platea eminentemente femenina que las sigue desde el ciclo de TV, que se entusiasmó con la primera entrega cinematográfica y que ahora volverá a los cines buscando una nueva dosis de la serie que amó. Y esta vez puede que la encuentre, aunque sea diluida bajo montones de cambios de vestuario y zapatos. Algo del humor, las ideas y el espíritu del programa consiguieron trasladarse a la pantalla grande a pesar de las evidentes dificultades de Patrick Michael King, autor y director, para entender el lenguaje cinematográfico. Claro que este film, aún en mayor medida que su antecesor, es más un desfile de modas de las marcas más caras del mundo que una película con argumento original. Aquí, las cuatro fabulosas de Manhattan pasan de reunirse para la elaborada fiesta de casamiento gay de sus amigos Stanford y Anthony - una exagerada puesta en escena más cercana a un musical de Broadway que a una película de Hollywood, que incluye a Liza Minelli como juez de paz y número ¿vivo?- a idear un viaje a Abu Dhabi. La idea es, en el caso de Carrie, alejarse del marido, que prefiere quedarse mirando la tele que salir a divertirse; en el de Charlotte, poner distancia del constante llanto de su nena de dos años; en el de Miranda, distraerse de la falta de empleo, y el de Samantha, disfrutar del paroxismo del lujo que sólo los Emiratos Arabes Unidos de esta fantasía pueden ofrecerle. No hay diálogos ni escenas sutiles en Sex and the City 2 y sí hay un par de torpes intentos de comparar la situación de las mujeres en Medio Oriente con las de Occidente. Sin embargo, entre tanto taco brilloso y tantas dunas del Sahara cada tanto aparece el destello de aquello que convirtió a estas mujeres en íconos globalizados. Allí está entonces la escena que abre la película con el cuarteto caminando por Manhattan, la charla entre Charlotte y Miranda -magníficas Davis y Nixon- sobre los sinsabores de la maternidad, el desfile principesco de Carrie por el zoco de Abu Dhabi y el momento del karaoke, un pastiche que no funcionaría en ningún otro contexto salvo en Sex and the City. Incluso en el marco de este film, el ridículo sobrevuela la secuencia y sin embargo gracias al carisma de sus cuatro protagonistas termina siendo una celebración. De sus seguidoras, de la amistad entre mujeres y de las ganas de divertirse aunque sea de la manera más superficial, probándose zapatos y vestidos a través de la gran pantalla.
Sex and the city fue una de las series más emblemáticas de fines de los 90 y comienzos del nuevo siglo. Una serie con vivencias de un grupo de amigas, en una de las ciudades más importantes del mundo. He visto pocos capítulos realmente, pero cuando la agarro en el cable me genera un poco de atención. La primer película que hicieron hace dos años, si bien era una catarata de chivos comerciales, seguía los problemas de Carrie y la organización de su casamiento. Mostraba los “problemas” de una mujer de ese estilo tan particular con una situación así. Esa película se que fue disfrutada por las seguidoras de la serie. Dicen que mantenía el espíritu y era como ver un capítulo largo. Yo no la había pasado mal. Pero esta segunda parte es comparable con lo que se hizo en su momento con El chavo del ocho, o con Olmedo. Y antes de que me tilden de loco, quiero aclarar estas comparaciones. Todos amamos al Chavo, y quien no lo vio en su infancia, seguramente es un pobre infelíz. Pero quien haya visto ese especial de la vecindad, en un viaje por Acapulco, recordará que era una pavada que no mantenía el espíritu del programa. Olmedo en la tele hizo cosas grandiosas, con su pequeño guión y las grandes improvisaciones, pero cuando llegaba al cine, le ponían peluca y lo guionaban demasiado. No era el Olmedo que todo el mundo recuerda. Acá Sex and the city parece que contrató un productor al estilo Mentasti, que consiguió un canje en algún lugar remoto, y se llevó a las chicas la mayor parte de la película de viaje. ¿Y la City del título? En el medio tendremos un par de chivos… obviamente. Pero mientras en la primera se veía mucha marca de ropa y cosas del hogar, acá en un momento se ve el logo de una inmobiliaria conocida en una tele al pasar… y se que es una inmobiliaria porque tiene un globo aerostático de símbolo y está en la Argentina O sea... ¿necesita Sex and the city 2 que la comercialice Sofovich???? ¿Y los cameos? ¿salía más barata Liza que Cher? Tienen un musical digno de las películas que se hacían con Palito Ortega!! Realmente el guión es malo, y está todo puesto de manera muy desprolija. La escena del LCD de regalo de aniversario, es mas para “Matrimonios y algo más” que para esta serie. Y los equipos de rugby que muestran, argentinos incluidos, tienen cuerpo de campeones de Waterpolo, y nada de narices aplastadas o cabezas deformadas de rugbiers... parecen Sancho promocionando a Eyelit… Eso si, planos de slips, o toqueteos de penes, van a tener seguro. Yo creo que a pesar de todo esto, el grupo de amigas que vaya después de tomarse un frappuccino en Starbucks, la pasará bien en la sala, ya que de algún que otro chiste se van a reir… pero cuando salgan hablarán de los modelos de Carrie, más que de la historia que vieron. Dicho sea de paso… el vestuario de Carrie, es tran grotesco como escuchar hablar a Silvia Süller. Si es verdad que Benito Fernandez logró que usaran alguno de sus modelos, yo no saldría a la calle. Esos modelos se exceden de ridículos. Creo que puede ser la salida ideal para un grupo de amigas cuyas parejas quieran ver Ghana vs Portugal… pero pierdan cuidado que no se escaparán del futbol… porque Sex and the city 2, realmente es un pelotazo.
En liquidación El cuarteto que paseaba a la última moda por Nueva York se muda a Abu Dhabi. Sobra arena. Debe haber pocos adjetivos calificativos tan inocuos como, precisamente, inocuo, que es uno de los que mejor le caen a Sex and the City 2 , prolongación en el cine de la serie de TV que fue un éxito porque revelaba la rebelión de algunas de las cuatro protagonistas en la ciudad de Nueva York. Carrie, Samantha, Charlotte y Miranda ya tuvieron su primera experiencia en la pantalla grande hace dos años, y tanto en aquella oportunidad como en ésta se mantiene el espíritu de chicas -ya grandecitas- que quieren divertirse, pero la historia es decididamente nula. Como prolongar en casi cinco episodios (la película dura 140 minutos) lo que en uno alcanzaba, bastaba y sobraba. Las bastante maduritas protagonistas comienzan la película de fiesta. Están en la boda gay de Stanford y Anthony (si usted no vio la serie, no importa), lo cual no aportará mucho en el futuro desarrollo del filme, salvo que Charlotte comenzará a mirar con malos ojos a la “nana” de sus hijas, una joven de enormes senos que no usa sostén, y a quien sí mira con buenos ojos el marido de Charlotte. Los celos, cómo y cuándo no, serán uno de los ejes, si hay algo parecido a ello en la película de Michael Patrick King. El centro de la trama, si la hubiera, sería el viaje a Abu Dhabi que emprende el cuarteto cuando un jeque invita a Samantha a hospedarse en una suite de su hotel, a 22.000 dólares la noche. La condición que pone la ninfómana es que la acompañen sus amigas. Y allí van, puro lujo y glamour casi, casi obsceno. Ni importa que paseen en camello por el desierto: ellas lucirán de estreno y se cambiarán de modelo como de ropa interior, o más, ya que pueden lucir más de un vestido por jornada/escena/toma. Como si en vez de clavar los tacos brillantes en la arena anduvieran por la Quinta Avenida. Aquéllo de inocua va porque en la película sencillamente no pasa nada, y difícilmente pueda tener un efecto sobre los espectadores, en su gran mayoría espectadoras televidentes que hayan disfrutado de la serie, pero que seguramente extrañarán algo. No es la cara de Sarah Jessica Parker, que con los años se parece cada vez más a la hermana de Alf. No, no es eso. Tampoco los comentarios entre sexistas y racistas que suelta Carrie (“cuando ya nadie se podía casar, llegaron los gays”), ni los cameos, alguno más extenso que otro, de Liza Minnelli -a los 64 parece más joven que Kim Cattrall-, Penélope Cruz y Miley Cyrus. No. Lo que se extraña es el desparpajo, que aquí ya ha mudado a rutina rancia. Porque los gestos provocadores -está en Medio Oriente rodeada de mujeres tapadas y no por arena- y el maratón sexual de Samantha no sorprende a nadie. Un ejemplo de lo avejentada que está la cosa es que “el” problema en la relación entre Carrie y Big, su marido, pasa porque él no prenda tanto la tele (plasma extrachato) y le dedique más atención (a ella). El The New Yorker publica la crítica del nuevo libro de Carrie -lo mata- con una caricatura en la que aparece con la boca tapada con cinta. Linda metáfora.
Carrie, la señora del anillo Con la segunda película, el culto de “Sex and the City” sigue vivo. Carrie Bradshaw, la famosa columnista de la revista Vogue, espera la edición de su segundo libro mientras se acomoda a su nueva rutina de casada en un lujoso penthouse de Manhattan. Las expectativas y los nervios siguen estando a la orden en su existencia cotidiana. ¿Seguirán eligiéndola sus lectores, cuando comprueben que sus anécdotas de impertérrita y chispeante soltera neoyorquina se transforman lentamente en las experiencias de una mujer que trata de adaptarse a la convivencia “hasta que la muerte la separe”? Sex and the city 2 se encarga de responder la pregunta, apelando a su receta de revivir y renovar los enredos del corazón con humor y mucho, mucho glamour. Dos años después llega esta secuela cinematográfica, a su vez una prolongación de la serie originada por la cadena televisiva HBO a partir de 1998. En esta oportunidad se invirtieron 95 millones de dólares en el presupuesto (30 más que en la previa), luego de una recaudación superior a los 400 millones de dólares posterior a la primera travesía. Agobiada por las primeras sombras de algo que amenaza con convertirse en aburrimiento, Carrie se toma una licencia: dos días en su departamento de solitaria, para escribir y tomarse un respiro. Le cuesta hacerse cargo del anillo que recibió en el altar. Y ese recreo tiene la oportunidad de prolongarse cuando aparece una invitación indeclinable: acompañar a Samantha (junto a sus otras dos amigas del alma) a un viaje de negocios a la soñada ciudad de Abu Dhabi. Hubo obstáculos durante la reciente producción de Sex and the city 2, como que el nuevo gran atractivo de esta entrega debió ser suplantado por un maquillaje. Las autoridades de Abu Dhabi negaron el acceso a los equipos de filmación, y el rodaje se trasladó a Marruecos, donde se emularon las opulencias de aquel emirato árabe, uno de los más ricos del mundo. También se menciona un constante coqueteo de estrellas, mientras estuvo en Estados Unidos. Victoria Beckham hizo el intento de ganar un lugar en el elenco; Katie Holmes, pareja de Tom Cruise, también estuvo en las conversaciones, pero quedaron Liza Minnelli y Penélope Cruz en cameos.
"Sex and the city 2", es la segunda película que se realiza, basada en la popular serie de televisión, que tuvo bastante éxito y logró una gran atención del público femenino (y seguramente de algún hombre también). No ví la primer película por dos razones: No tenía el más mínimo interés en hacerlo, y tampoco me sentí "obligada" a verla por cuestiones laborales. Pero como esta segunda parte ha generado bastantes expectativas, y algunos de mis lectores me habían manifestado su gran ansiedad por verla, terminé yendo para que hoy puedan leer qué me pareció. Así que vamos por partes. La historia (si se puede llamar así) que se cuenta en la película, es muy poco entretenida, vacía de contenido, y solamente logrará contentar a las fanáticas y seguidoras de la serie, que no esperan ver más de lo que esta les presenta en la pantalla grande. Sarah Jessica Parker será considerada un ícono de la moda por muchas personas que saben del tema, pero sinceramente yo me pregunté durante toda la película "¿Qué le vieron?" (y en un conocido diario, un colega, la comparó con Alf, así que no soy la única que piensa así). Las actuaciones, cumplen, con lo mínimo e indispensable para que la película exista, y sinceramente ninguna actuación (femenina o masculina) logró sorprenderme. En pocas palabras, "Sex and the city 2", es una película que muestra más de lo mismo, y es bastante larga (dura 146 minutos!!). Creo que sólo las fanáticas quedarán "encantadas" con esta película...
Un despropósito en Medio Oriente “¡Ma’ sí, mandalas a Abu Dhabi y chau!”, habrá bramado algún ejecutivo de HBO, en alguna reunión celebrada en algún lugar de Hollywood, en medio de algún pantano creativo o habiendo recibido el cheque de algún jeque. Fuck it! Send the bitches to Abu Dhabi and let’s have a wrap!, fue la frase exacta. Y allá fueron Carrie, Samantha y las otras dos, ante la falta de mejores ideas para seguir pelando a la gallina de huevos de oro de Sex and the City. Huevos podridos, esta vez: ya no se trata sólo del rechazo crítico (se sabe que los críticos son unos amargos que nunca entienden nada de estas cosas), sino de deserciones en masa en las filas propias. Pruébese de entrar a la página respectiva, en la base de datos www.imdb.com, y se verá la calificación promedio que los usuarios dan a Sex and the City 2: 3,5. ¡Casi la misma que hoy le pone Página/12! Miracolo, paren las rotativas! Sí, señores: para llenar dos horas y media de secuela, a los creativos de Sex and the City no se les ocurrió mejor idea que mandar a las chicas más fashion victims de todo Occidente... a Medio Oriente, donde la gente muere todos los días como moscas, consecuencia de uno de los conflictos políticos, religiosos, culturales, bélicos y lo que se ocurra más irresolubles que el mundo entero arrastra desde posguerra. Mientras eso sucede (no hablemos del barco humanitario que el gobierno israelí acaba de tomar a sangre y fuego), las cuatro veteranas en estado de decadencia aguda (la que mejor lo lleva es Miranda, presuntamente la menos sexy de las cuatro) aceptan la invitación de un jeque árabe y parten a conocer “el nuevo Medio Oriente” (sic). El nuevo Medio Oriente es un paraíso de hoteles de diez estrellas, comilonas pantagruélicas, autos de oro macizo y un sirviente personal para cada una. ¿Y después quieren que no les declaren la guerra santa, será de Dios? ¿Y de sexo, cómo andamos? Ah, para eso se manda a Abu Dhabi, al mismo tiempo que las chicas, a un ex novio de Carrie, un galán (¿gran?) danés que posa de arqueólogo y a la selección de rugby australiana. ¿Pero cómo, no hay hombres en los Emiratos Arabes Unidos, que hay que exportarlos a todos desde Occidente? Sí que hay. Pero tienen la piel demasiado oscura para andar metiéndolos en la cama con nuestras chicas. Hasta el momento de ponerlas en vuelo (una hora de película, más o menos), de lo que se ocupa esta secuela es de la situación matrimonial de Carrie & Friends. Mientras Samantha se dedica a su show habitual de sobreactuación sexual y Miranda tiene un marido al que le lleva una cabeza (en sentido literal y metafórico), Charlotte se enfrenta a los celos y rabietas de sus hijas (y a los maratónicos pechos de la niñera) y Carrie, a la tendencia de todo hombre (en este caso Big, que cultiva el teñido a la Carmela) a llegar a casa, sentarse frente a la tele y quedarse dormido. La solución ante tantos conflictos está a la vista de cualquiera: mandarlas a Abu Dhabi, en el avión personal del sheik. ¿Y a la vuelta de Arabia, qué hacemos? ¡Las hacemos reconciliarse con sus maridos, al mejor estilo Código Hays! ¿Y Samantha? Samantha que siga putoneando, que de paso sirve de comic relief. ¿Y en Sex and the City 3, qué pelamos?
La serie dejó de emitirse en el 2004, pero es tan popular que hace un par de temporadas sus productores decidieron lanzarla a la pantalla grande con sus atribuladas protagonistas, ese cuarteto de cuarentonas de clase media alta, que se debaten entre el deseo, el glamour y la frustración. La película no obtuvo críticas muy entusiastas, sin embargo, llega el capítulo 2, ahora con producción ejecutiva de una de sus intérpretes, Sarah Jessica Parker. Como se sabe, las chicas, eternas consumistas de todo lo bueno que tiene la moda, siguen en sus nubes mientras el mundo se derrumba. Aquí, la acción se traslada de Nueva York a Oriente, pero la comedia se ocupa de seguir deslumbrando a la platea femenina con su galería de nuevos diseños. Es un desfile imparable de marcas. Tres de las muchachas se han casado y dos de ellas han sido madres, pero siguen tan despistadas y ansiosas como siempre. El acento está puesto en trasladar a este cuarteto tan liberal a un contexto ultraconservador, para así disfrutar con el choque de culturas. En esta suerte de road-movie, las cuatro deliciosas tilingas deberán sortear obstáculos tan fatigosos como una cabalgata a lomo de camello en pleno desierto, bajo un sol abrasador, y la aparición de antiguos amores, como Aidan Shaw, ex de Carrie. En suma: si usted fue espectador incondicional de la serie, le va a encontrar su lado bueno al reencontrarse con una serie de personajes entrañables. Caso contrario, puede prescindir sin culpa de este entretenimiento con más sofisticación que verdadero ingenio.
Un paso para atrás Como se anticipó hace dos años desde estas mismas líneas cuando el estreno en cine de “Sex and the City”, vendría la segunda parte. Y ahora llegó. Todo lo que tenía de frescura, de gracia y de buenas resoluciones la primera película faltan aquí. Queda la sensación que la hicieron a las apuradas, produciendo un mal capítulo largo –casi dos horas y media– de la original serie de T.V. En esta oportunidad, las “chicas” fueron resolviendo algunos temas. Carrie vive con Mr. Big, aunque con el acuerdo de no formar una familia. Charlotte tuvo dos hijas y su vida parece ser un caos ante los ojos de sus amigas. Miranda sigue siendo una workaholic y Samantha...qué decir de ella, sigue cómo siempre, y el film socarronamente se apoya en su papel para hacer y deshacer gags de dudoso gusto por la temática y por lo repetitivos, que hace mella en cualquier buena intención de la película. Así como la serie original durante 6 temporadas, fue tan acertada cuando planteaba temas de las solteras de treintaypico, donde en el sexo, en las relaciones y en lo profesional se jugaba fuerte. Y en la primera película mencionada, estaban bien delineadas las desilusiones de cierta madurez y los pasos a seguir de las inseparables 4 amigas. Ahora no ocurre nada de todo eso. En “Sex and the City 2”, gracias a Samantha, las chicas se van una semana a Abu Dhabi con todos los gastos pagos. En ahí donde, pasando de una Nueva York en crisis económica, ellas pueden darse todos los gustos a los que el consumismo las tiene acostumbradas. Pero su estadía está llena de chistes malos, situaciones absurdas, que a su vez satirizan al mundo árabe, tan lejano a las excéntricas prácticas de Samantha. Sólo en algunas partes, cuando Carrie (Sarah Jessica Parker) y su voz en off intentan reflexionar cierta manera de vivir el matrimonio sin asfixiarse, viene un aire de las ideas originales de la serie. Pero, esto, lamentablemente, dura muy poco. Se espera no haya una tercera parte.
Reconozco haber visto y disfrutado (si, y que?), junto a mi mujer, todos los capítulos de esta famosa serie que causó furor entre finales de los años 90 y los primeros años del 2000. Lo aclaro para que se entienda que el comentario sobre la película viene de alguien que ha seguido la serie a lo largo de seis temporadas, y no de uno que fue arrastrado por su mujer al cine para verla. Una vez finalizadas las seis temporadas, que se emitieron entre 1998 y 2004, las historias de estas cuatro mujeres habían tenido un buen cierre, dejando conforme hasta a las más fanáticas. Cuatro años después, aprovechando que el éxito de la serie se mantenía vigente, llegó la primer película que exploraba el único punto interesante que quedaba por tocar: El casamiento de Carrie y Big. Este era el tema central de aquella primera entrega, donde las otras tres protagonistas acompañaban con conflictos menores. A pesar de una larga duración, resultó entretenida y un gran éxito. Dos años después, llega una nueva y apurada entrega que confirma que ya no queda absolutamente nada nuevo por contar en la vida de estas mujeres. Como siempre, el mundo frívolo y ostentoso en el que viven Carrie y sus amigas, donde se destaca la moda por encima de todo, sigue presente y hasta se atreven a mostrarlo de forma aún más exagerada (si es posible). Pero quienes busquen ver algo más que cambios de vestuario, saldrán defraudados. A esta altura, conformarse sólo con la nostalgia que produce ver nuevamente en la pantalla grande a estos cuatro personajes, no es suficiente. Carrie lleva dos años casada con Big y ya tiene su primera crisis de pareja, Miranda decide renunciar a su trabajo para pasar más tiempo con su familia, Charlotte está agotada de la vida de madre y se siente amenazada por su sexy niñera, y Samantha sigue disfrutando de la vida de soltera pero acercándose a la menopausia. Gracias a una oportunidad de trabajo de Samantha, las cuatro mujeres viajan gratis a Abu Dhabi, donde aprovechan para despejarse de sus problemas. En este nuevo destino, donde aprovechan para burlarse de la cultura y religión, reaparece forzosamente Aidan (la otra pareja más recordada de Carrie) para intentar aportar un poco de drama sin lograrlo. El resto de los maridos y amigos gay figuran sólo en una o dos escenas, sin dejar nada nuevo. Y hasta se suman algunos cameos sin sentido de Penelope Cruz, Liza Minelli y Miley Cyrus. De más está decir que a las "chicas" se le notan los años y el "Sex" de "Sex and the City" que ya había quedado relegado en la primer parte, en esta continuación casi no existe. Encima gran parte del film se desarrolla en Abu Dhani (algo que no era necesario), por lo que el "City" tampoco está muy presente, haciendo que se pierda el encanto de una ciudad como New York. Seguramente, en un par de años llegará la tercer parte (con tal de seguir facturando), por más que quienes disfrutaron de esta excelente serie original coincidan que ya es tiempo de dejar a Carrie, Samantha, Miranda y Charlotte en paz. Una continuación totalmente innecesaria.
Los primeros diez minutos de Sex and the City 2, una película ideal para toda mujer que jugó desde niña a las barbies (y sus padres pudieron pagarlas), constituyen el único rasgo redimible de este mamotreto neocolonialista que pretende ser una celebración de la amistad femenina y una exposición libertaria del segundo sexo. Una boda gay y un coro de ángeles queer tiene mucho más vitalidad que el disparate obsceno y ridículo que se transformará en una tortura moralista de casi dos horas. Son diez minutos de cine, al menos hasta que aparezca Liza Minelli sustituyendo al rabino de ceremonia y haga una demostración ontológica: a su edad todavía puede bailar y cantar. En efecto, "El tiempo es una cosa extraña", como dice la voz en off de Sarah Jessica Parker, algo indudable después de ver la batalla quirúrgica de Minelli contra la segunda ley de termodinámica aplicada a su piel (una contienda que también Penélope Cruz parece haber iniciado, al menos ése es el semblante que trasluce su breve cameo en el que interpreta a una vicepresidenta –no presidenta– de un banco madrileño). El tiempo y sus efectos es uno de los problemas de los personajes, los otros inconvenientes giran en torno a la vida familiar y la vida matrimonial. Pero las chicas harán su terapia multicultural y exótica en Abu Dabi (en realidad Marruecos), el "nuevo Medio Oriente", y así, en un clima festivo, acaso canalizando el espíritu condescendiente de "We are the world, we are the children", las chicas harán un karaoke que confirma y verifica la universalidad de la cultura estadounidense, un valor absoluto y tan universal como la opulencia del american style, más allá de que Parker deje un vuelto a un sirviente indio y se sorprenda de que un bello par de zapatos, en estas tierras lejanas, cueste 20 dólares. (RK)
Es imposible desligarse del poder estructurante de la serie que en la TV y durante seis temporadas construyó una legión de fanáticas. Las cuatro chicas neoyorquinas que desnudaban actitudes y reflexiones sobre sus vidas amorosas y laborales se convirtieron en una marca de los tiempos y su llegada al cine fue celebrada el año anterior con gran despliegue de marketing y un respeto por el corazón de la historia sobre el que, en esta segunda versión, se imaginaron los giros de actualización argumental. Ahora Carrie está casada, Samantha decidida a no envejecer, Charlotte cansada de las hijas que tanto buscó y Miranda desbordada por su profesión. Y el viaje, que primero fue a México, es a Abu Dabi. Allí se desteje una historia flácida, sin la acostumbrada brillantez del relato en off y con dudosas intenciones ideológicas. Un final inmerecido para una de serie de colección.
Maldito Glam Esta segunda parte, cuenta como la anterior con el mismo equipo de trabajo (director, guionista, productores, actores y vestuaristas) por lo que se logran mantener y resaltar la misma estética, ambiente y esencia que en la saga televisiva. Una vez más, poco importa aquí haber seguido o no la serie, o haber visto o no, Sex and the City I. La película se entiende sin mayor dificultad; tal vez hacía el final, la aparición inesperada de Ethan (no precisamente un ex novio cualquiera) alcanzaría otro impacto, si se supiera con anterioridad el historial amoroso que compartió con la protagonista. Carrie (Sarah Jessica Parker), Samantha (Kim Cattrall), Miranda (Cynthia Nixon) y Charlotte (Kristin Davis) se alejan de sus ajetreadas vidas laborales y amorosas de Nueva York, para dirigirse a un destino, en apariencia menos convulsionado: Abu Dahbi, el Nuevo Medio Oriente. En este lugar de ensueño, lleno de lujos, ostentación y riquezas, dan rienda suelta a sus aventuras y enredos, donde una vez más, Samantha se convierte en la protagonista de casi todas las situaciones. Sex and the City (I, II y versión televisiva) tiene su origen en el libro de Cadance Bushnell perteneciente a lo que suele llamarse Chick Lit. Definido como subgénero dentro de la novela romántica, sus protagonistas son mujeres de treinta o más años, posfeministas, glamorosas y generalmente solteras, en cuyas vidas el trabajo tiene un papel fundamental. Estas historias, tienen como lugar idóneo para desarrollarse, ciudades cosmopolitas como Londres o Nueva York. Las grandes marcas, especialmente de ropa, zapatos y carteras, son casi un personaje más. El Chick Lit, procura abarcar y mostrar las diferentes experiencias por las que atraviesa la mujer actual en su vida cotidiana, haciendo hincapié en el amor, las relaciones de pareja y el sexo. Redefine así constantemente los vínculos tradicionales. La crítica literaria, aún lo considera un género menor y lo mira con desdén, pero no habría que esperar de él virtuosismo, sino más bien puro entretenimiento. Lo mismo que habría que esperarse de las propuestas cinematográficas que en él se basan. En más de una ocasión, me pregunté que le veían mi novio o mis amigos a las películas de Vin Diesel o de Jason Statham. Cómo era posible que pese a considerar que eran muy malas, no podían dejar de verlas. A partir del jueves pasado esa pregunta quedó obsoleta, al descubrirme sentada por más de dos horas, y disfrutar más de la cuenta, de una película que no era más que un producto netamente comercial, y donde el concepto artístico, quedaba bastante lejos de ser mínimamente rozado. Si el colectivo masculino, se dejaba engatusar ante la seducción de la violencia, los efectos y la adrenalina de las películas de acción, yo me dejaba seducir por la moda, el romance y las aventuras femeninas menos verosímiles de la comedia romántica. El maldito glam hacía mella en mí, y ya no podía dejar de pensar en cual sería mi próxima compra. Sex and the City 2, no pasa de ser una simpática comedia para ver, quizá sólo, entre amigas.
Si todo lo de Abu Dhabi hubiera durado mucho menos, la película hubiera sido muy buena, pero este altibajo hace que la primera entrega de la saga, que habían disfrutado no sólo las mujeres sino que también los hombres, supere con creces a esta nueva historia con la cual creo que...
Pobres pero honrados Jueves en el Abasto, día de estrenos gratis (y me apuro a decirlo porque no quiero que se piense que gasté cincuenta pesos en estas películas; gasté casi cinco horas, eso sí, pero tiempo es lo que todavía tengo para perder de vez en cuando, eso que se llama juventud o masoquismo, como ustedes prefieran). Sex and the city 2 en el contexto Buenos Aires 2010 es una infamia, no hay otro modo de decirlo. Indignación por asistir a la destrucción de lo que alguna vez fue una serie más o menos interesante –con mucha ropa, sí, pero si hay algo que reconocerle al cine y la televisión norteamericanas es la velocidad para poner en discusión ciertos temas “actuales”, con bastante ligereza, es verdad, pero con la astucia de aggiornarse con una rapidez de bólido para seguir vendiendo y de paso sumar consumidores a paladas porque ahora hay un producto con el que se sienten “representados”, y sin embargo, sin embargo, de vez en cuando salen cosas provocadoras de ese menjunje cuya base está en la básica pregunta “¿Cómo podemos hacer plata?”- y sobre todo mucho aburrimiento porque la verdad, en esta no película no pasa nada. Igual eso lo dijo todo el mundo, pasemos a otro tema, no sin un par de consideraciones previas: Carrie es ahora un triste testimonio de la inutilidad de prologar el cuento de hadas más allá del “Y vivieron felices para siempre”, porque acá se la muestra casada hace dos años con ese poster que es el señor Big y que resulta que puertas adentro no quiere otra cosa que tirarse en su sofá –toda una institución, el “couch”- para leer el diario o mirar tele en la cama. Ella, tristísima, insatisfecha hasta la hinchapelotez, se desespera porque ahora que son ellos dos solos deberán trabajar hasta la muerte para mantener la “chispa”, como una especie de laboriosa felicidad póstuma. El problema central en esta cosa televisionada de dos horas y media –aunque ya no tenemos catorce- es que ella le da un beso a otro chico, imagínense eso. A Miranda y a Charlotte no les pasa nada, aunque se trate de usarlas para poner en escena pobremente ciertos problemillas que ni con calzador entran en un zapato feminista: tener hijos es difícil, ser mujer y trabajar en un estudio jurídico también, pero con ponerle un poco de onda ya estamos salvadas. Samantha es una caricatura cincuentona que da lugar a chistes de un grado de burdez (¿existirá “burdez”?) más dignos de la Moria Casán de los ochentas, como cuando aparece un musculoso bronceado canchero andando en jeep por el medio del desierto y ella se refiere al galán en cuestión como “Lawrence of my labia” o algo así, que se traduce en el subtitulado como “Lawrence de mi conchabia”. Enough is enough. Todo en el escenario de la inmunda Abu Dhabi, una Las Vegas sin onda a la que viajan para desfilar trapitos estampados en el medio del desierto y para descubrir que ser mujer es tan maravilloso en el oriente como en occidente porque gracias a la globalización, las chicas árabes llevan la colección primavera completa de vaya a saber qué diseñadores cachivachosos y cambalacheros de Niu Iork abajo de sus velos negros. Auch. Por todo esto no me extrañó nada que Legión de ángeles, la segunda película del jueves, empezara con la voz en off de una niñita que recordaba cómo la madre le había anticipado el fin del mundo –que tiene sus antecedentes como todos saben en el diluvio universal, cuando dios se pudrió y decidió que “Hay que matarlos a todos”- en el que dios volvería a destruir a la asquerosa humanidad que tuvo el desatino de crear porque “He´s tired of all this bullshit”. De más está decir que después de No sex and no city yo estaba más que dispuesta a contemplar un buen apocalipsis, por lo cual me puse a la tarea de gozar como loca todo el delirio pseudoreligioso y pasarla re bien. Legión de ángeles podía haber sido una buena película, y si no vean esto: todos los personajes que interesan están reunidos en uno de esos dinners tan norteamericanos y que tanto bien le han hecho al cine, en medio del desierto. Está la chica embarazada en cuya panza a punto de ebullición se está gestando el Mesías –no se sabe muy bien en qué consiste la condición mesiánica de este nenito que debe guiar a la humanidad por la senda que mejor convenga basándose en el desciframiento de unos tatuajes en el cuerpo de un ángel, sí, bueno, pero por favor sigan leyendo. Está el chico enamorado secretamente de la Virgen María, y que más tarde sabremos que es el verdadero redentor porque es tan bueno pero tan bueno que se arruina la vida por ayudar al padre y sigue como un perrito a la chica que no lo quiere y que espera un infante de otro hombre –y ahí tienen el concepto supremo de bondad, más claridad échenle agua, o préndanlo fuego, como más les antoje. También está Dennis Quaid, que es el dueño del dinner y un personaje bastante zoquetón, más un negro que cae en la volteada y que debe andar en algo raro porque lleva un arma pero que también va a redimirse, más una pareja insoportable con hija adolescente de pollera cortita que resolverá la relación con su mamá después de que al papá le coma el cuello un zombie y se desangre hasta la muerte. A ese lugar llega, en la mejor secuencia de la película, la que promete todo, una adorable ancianita de pullover rosado que viene manejando un auto re canchero, entra al local, pide un bife bien crudo, mientras las moscas recorren el churrasco sangriento le pregunta a la moza por el bebé, y con su dulce vocecita tira la mejor frase de toda la película, “Your fucking baby´s gonna burn”, después de lo cual procede a convertirse en una mezcla de zombie con vampiro con perro, trepa por las paredes y pretende matarlos a todos, si no fuera porque justito justito llega el ángel Miguel en su figura humana –Paul Bettany en versión Terminator- con una camioneta llena de ametralladoras para proteger al niño. Porque el tema es así: dios es un forro, y como está podrido de la humanidad esta vez se decide por mandar a matar al Mesías, misión que le encarga al ángel Michael. Pero Michael, que tiene fe en la humanidad y que la amó desde un primer momento, elige desobedecer y en cambio viene a proteger al bebito. Todo estaría bien si no fuera porque el ángel Gabriel, que es igual de forro que dios y además un chupamedias cumplidor acrítico, se viene al humo para matar a Michael, al futuro Jesús y a todos los que pueda, y porque además hay un ejército de zombies –ángeles que han poseído a los humanos- que desde todos los puntos del planeta o los Estados Unidos marchan por el desierto hasta rodear el dinner en cuestión y deben combatirse ametrallando desde la terraza de lo lindo. Hasta ese punto el mamarracho es una fiesta; después, como dijo Santiago, todo se pone serio y sigue la sucesión de peleas, reconciliaciones, redenciones y discursos salvamenteros que se reducen a la idea fundamental que atraviesa tantas pero tantas películas: “There´s still hope”, “¿You think there´s still hope?”, “Oh my God, there´s no hope”, etc. hope etc. Un merecido poroto para las alitas de los ángeles que son blindadas y dan lugar a peleas a cuál más insólita como cuando Gabriel convertido en una especie de Kohinoor se envuelve en las propias alas y gira a toda velocidad para repeler una balacera, ¡piung piung piung piung! Mucho más divertida –a veces involuntariamente- que Sex and the city 2, un poco osada en su versión de un dios con pocas pulgas y lugarcomunesca en sus ideas sobre bondad boba y fe en la humanidad porque “mientras quede un solo tonto que se deje pisotear”, Legión de ángeles también se lleva las palmas por una de las escenas más berretas (y no en el buen sentido) de la historia del cine: la conversación entre Miguel y Gabriel, en pleno cielo, en una especie de edificio acartonado donde se supone debe vivir dios y con un poster digital entre dorado y celeste como fondo. Torpísima sofisticación circular, Legión termina con la misma frase en off con que empezó, y la María-2010 salvada y ya parida ahora devenida guerrillera de la salvación mundial que empieza con una pequeña y juvenil familia en un auto lleno de ametralladoras y con pañuelo-Rambo como vincha vuelve sobre la idea de que si a dios se le antojó destruirnos a todos sería porque estaba cansado de toda esta mierda (“tired of all this bullshit”, como dije), palabras que se revierten sobre esa tarde en el cine y tanto más porque al salir de la sala tuve que cruzar un hall donde detrás de afiches de los personajes de Prince of Persia con esa cara de enojados que todos tienen ahora se ocultaban unas esculturas de palacios y no sé qué minaretes hechas con arena de las que la gente tomaba fotos con sus celulares. Si dios existe y es así de pocas pulgas y quisiera destruirlo todo una vez más, sólo cabe esperar que empiece por el shopping. Y si quieren ver películas les recomiendo el Malba, algún Arteplex o el ciclo de noir de la Lugones.
¿Para qué ser feminista? La duda surge espontánea mirando Sex and the city 2. Si una platea rebosante de mujeres, de todas las edades imaginadas, tiene un orgasmo cuando la protagonista abre su gigante guardarropas de súper departamento neoyorquino y aplaude a rabiar al finalizar una película que como máximo objetivo le reserva a la mujer el lugar de consumidora frívola y superficial, uno como varón puede preguntarse ¿de qué sirve intentar ser feminista? ¿Para qué las luchas sostenidas por miles de mujeres durante décadas, si una mayoría (a juzgar por la recaudación que ha tenido tanto la primera como la que está teniendo esta segunda parte) terminará contribuyendo a la mirada machista? Sex and the city 2 es, antes que nada, un film misógino. Luego de eso, sumemos que es una pésima comedia, es conservadora, es larga y con excesivos baches narrativos, es fea visualmente, como para que no digan que sólo no nos gusta porque no entendemos el universo femenino. Y ahí radica parte del éxito extorsivo e irreflexivo de una película como esta (sí, seamos buenos y sigamos llamándola película). El suceso que fue la primera se sostuvo sobre dos argumentos: uno, que decía a todo aquel que osara criticarla “si no miraste la serie no la vas a entender”; dos, se argumentaba que era una película femenina y que sólo podía ser entendida por mujeres. Doble error. En cierta forma el público de Sex and the city es comparable al de otro fenómeno inentendible como el de la saga Rápido y furioso: si quiero ver zapatos y vestidos, voy a un shopping; si quiero ver autos, voy a un taller mecánico. En ninguno de los dos casos hablamos de cine. En realidad, la película sólo podría ser disfrutada por alguien que malinterpretó la serie y si algo no es el film, es femenino. Que se le permita a un personaje (Samantha) tranzarse a medio mundo no significa un avance. No, porque por empezar su ligereza de bragas está siempre en función del chiste y nunca del placer y, en cierta forma, la risa del “uh pero qué loca, cómo se la dan arriba de un auto en la playa” es una de las formas del ser reprimido, y eso conlleva un juicio de valor. Y, además, porque no hay una mirada similar en el film para el hombre que tiene la misma conducta que ese personaje. Ampliemos. Sex and the city, la serie, sí era un producto que, aún en su superficialidad y su tono de novela rosa, permitía que sus personajes tuvieran diversas libertades. Había reflexión, había picardía y, sobre todo, un sentido del humor que se acercaba por momentos al mejor Woody Allen: neurosis urbana neoyorquina, ambientes intelectuales, el sexo como forma de descomprimir tabúes. Pero era un Woody Allen con polleras, y ahí estaba su mayor acierto y originalidad: en ese caso sí se permitía cierto disfrute a los personajes. Por el contrario, tanto la primera película como esta son incapaces de sostener aunque más no sea dos minutos la inteligencia del original. Lo más curioso es que el director Michael Patrick King y las protagonistas son los mismos: estamos entonces ante uno de los casos más increíbles de adaptación traicionera y falaz. Está claro que el mayor problema de este traslado a la pantalla grande está vinculado con la edad que ahora tienen las protagonistas. A Sex and the city le hacía mejor la etapa de búsqueda de pareja, que la de consumación del matrimonio. Contra todo lo osada que podía ser la serie, Patrick King sólo encuentra frases hechas y banalidad en su retrato de parejas constituidas. De hecho, al honesto diálogo entre Charlotte y Miranda en esta segunda parte, en el que confiesan que por momentos desean deshacerse de sus hijos y maridos, le contrarresta la nada absoluta. Las mujeres dicen esto y, acto seguido, las muestra volviendo a sus hogares y totalmente felices con los suyos. Y no es que existe ironía. Sencillamente, el director y guionista incorpora elementos a la usanza de las revistas femeninas: tips sobre el matrimonio en conflicto, sin mayor profundidad. Pero además se incorpora aquí algo que en la primera asomaba peligrosamente, y que es una mirada reaccionaria sobre el mundo exterior a los Estados Unidos. Estados Unidos, visto como un paraíso de la moda; y aquí, la moda, reemplaza a la religión. Si aquel chiste con Charlotte tomando agua de la ducha en México y sufriendo una diarrea era lo suficientemente denigrante -y ni siquiera era gracioso como chiste físico-, el viaje que realizan las protagonistas a Medio Oriente (sí, porque arbitrariamente se van a Medio Oriente) en esta segunda parte adquiere rasgos peyorativos sobre la cultura musulmana que ni a Tinelli se le hubieran ocurrido. Esto, que ocupa 70 de los larguísimos 140 minutos, hace recordar a aquellos pésimos capítulos de Los Simpson en el que la familia de Springfield viaja a algún país y hacen humor con todos los lugares comunes imaginables. Poner a estas cuatro huecas como revolucionarias y subversivas, con un punto de vista tan lineal y superficial sobre lo que ocurre en aquella cultura, es una de las ideas más infames que ha dado el cine de 2010. Y ojo que no estamos hablando de una burla dicha al pasar. Analicen las primeras líneas en off que tira Carrie Bradshaw (Sarah Jessica Parker) en el arranque, sobre el nacimiento de una isla (Manhattan, obvio) y cómo esa sociedad fue creando los espacios lujosos y brillantes que hoy se conocen: edificios, comercios, marcas, estilos de vida, glamour. El autofestejo frívolo del capitalismo y el materialismo no estarían mal, más allá de su propia malevolencia, si no se introdujera luego una mirada sobre la cultura oriental con el fin de compararlas y salir ganando, con un nivel de conocimiento digno de un alumno de escuela primaria. Es ahí donde Sex and the city 2 pasa de ser una mala película a una película mala. Un film que es una celebración de la superficie, la banalidad y el brillo como meta, sin siquiera adosarle cierta ironía o autoconciencia sobre su propia futilidad. Y encima esto como demostración de superioridad cultural. Si alguien insiste a esta altura del texto con que uno no entiende el mundo femenino que aquí se desarrolla, agrego: la misma película sí tiene posibilidades de ser interesante o, al menos, digna. Su eficacia se puede dar a partir de dos posibles caminos; uno de ellos es que la película muestre el mismo vacío intelectual, el mismo mundo de lujo irreflexivo, la misma adoración por lo reluciente, las operaciones, los vestuarios, los zapatos y la vida en pareja con honestidad y sin mezclar eso con una pretendida inteligencia a la hora de abordar la problemática de la vida en pareja; o, por el contrario, con toda esa piñata de 30 mil kilates aprovechar y mostrar el lado estúpido de esa frivolidad. Sin embargo Sex and the city 2 es una celebración de las revistas de moda, de los programas sobre fiestas de Hollywood sin el más mínimo sentido crítico, como si la vida fuera eso y no otra cosa. O como si allí se resumiera el mundo femenino: consumistas y elitistas, todo lo miden por el valor del objeto de turno. El amor incluso y esto, sin ironía de parte de la película (vean el chiste sobre el televisor y el reloj). Y si uno generaliza es porque el film no nos devuelve el reflejo de ningún otro tipo de mujer: bajo esta lupa todas son iguales. Si bien no podemos culpar de todos los males del mundo a una película como Sex and the city 2 -ni a ninguna-, no debemos dejar de ver que su éxito y la forma en que gusta a las mujeres revela de cierta manera el fracaso de algunos avances sociales que los medios quieren imponer. Es ahí donde se da la disociación entre la política y la gente. A veces, la política institucional va varios pasos delante de la propia ciudadanía. Que en tiempos donde se habla de políticas de género, Sex and the city 2 sea aplaudida por una multitud de mujeres en un cine nos dice que aún las cosas no han cambiado tanto como los slogans nos quieren hacer creer. Y desde luego, la pregunta se vuelve a repetir: ¿tiene sentido que uno se sume al feminismo cuando ni las propias mujeres se respetan como debieran? O, en todo caso, ¿cuáles han sido los verdaderos logros y avances de la sociedad al respecto? Dudas que una película como Sex and the city 2 intenta despejar a los gritos: ¡ninguno!
SIN (S) EX Y SIN CITY La famosa serie de televisión de fines de los noventa hace aquí su segunda presentación en cine. Si entre el primer film y la serie había cierta distancia, hay que decir que este segundo film se separa aun más del espíritu original y al hacerlo pierde gran parte de su encanto. Durante seis temporadas (entre los años 1998 y 2004), los seguidores de la serie televisiva Sex and the City asistimos a las desventuras amorosas del personaje de Carrie Bradshaw (Sarah Jessica Parker), una mujer en sus treinta, escritora, periodista de una columna en un diario, habitante de la ciudad de Nueva York y amiga de otras tres mujeres con quienes comparte no sólo el interés por los hombres, la vestimenta y la moda, sino también, la inquietud por tomar las riendas de su vida afectiva, laboral y sexual en el medio del ritmo y del barullo de una ciudad que tanto las fagocita como las apasiona. Carrie ha estado tironeada durante toda la serie entre el deseo de entronizarse como una mujer independiente y la necesidad de sentirse cuidada y querida por un hombre. Ese hombre cuya conquista definitiva se le vuelve una misión tan ambiciosa y grande como el apodo con el que ella misma elije llamarlo: Mr. Big. Objetivo que finalmente consigue en el último capítulo de la última temporada televisiva, y que se materializa en una convivencia formal en algún momento de la elipsis que se produce entre la primera y la segunda película (Sex and the City y Sex and the City 2). El éxito obtenido por la serie –del que son deudores ambos films– devino de la sabia combinación de algunos elementos claves: la solidez de un guión que supo convertir a la(s) historia(s) de Carrie y sus amigas en la historia de Carrie y sus amigas –insuflándole de esta manera un hilo de continuidad entre capítulos que iba más allá del tópico de cada uno-, el ritmo de la narración interna de cada episodio –en sintonía con la escritura de cada columna que Carrie hacía para el diario- y la posibilidad de generar una gran empatía en el público femenino al imprimirle a estas cuatro mujeres una sexualidad libre, desprejuiciada y de la que se siempre se hicieron cargo. El tiempo y el formato parecen haber borrado la dosis exacta de la combinación de estos aciertos, ya que ambas películas, si bien conservaron el espíritu original de la serie y de “la” historia, no acertaron en el resto. Quizás en parte porque pusieron demasiado énfasis en algunos elementos que en la serie aparecían como secundarios y periféricos, y que allí se convirtieron en el centro de atención, como la obnubilación por el universo fashion de la ropa, las marcas y el consumo. “El lujo es vulgaridad” reza acertadamente la canción, y en Sex and the city 2 se lucen y brillan demasiadas cosas que terminan por opacar al personaje de Carrie, cuya capacidad para ironizar y simbolizar en palabras sus debilidades se pierde en la vastedad de un desierto tan tentador en apariencia como árido y monótono en el resultado, en sintonía con el matrimonio que construyó con su –por fin conquistado– Mr. Big. ¿En dónde está el sexo y en dónde la city que conmocionaban el espíritu de esta mujer neoyorkina? ¿O acaso Carrie no podía intuir que aquello que a la distancia parece un oasis termina muchas veces siendo un mero espejismo? Big ya no es el objeto de deseo perdido, Big fue flechado y alcanzado, y se ha convertido en un marido hecho y derecho a fuerza de manejar el control remoto del televisor y apoyar los zapatos en el tapizado del sillón nuevo. Y New York parece haberle cedido el encanto a la lujosa y más que ambiciosa Abu Dhabi, aunque tras su decorados en oropeles y sedas habite una sociedad en la que las mujeres pueden dejarse deslumbrar por las mismas marcas y prendas que las newyorkinas, pero deben taparlas bajo sus largas y silenciosas burkas a la par que tapan sus bocas, sus pensamientos y la práctica libre del sexo. Y en el medio de ese desierto en donde parecería que a Carrie ya no le queda espacio para el deseo porque ha perdido la “sal y pimienta” de la vida junto a su propia identidad, reaparece casi como la metáfora del eterno retorno del objeto perdido: Aiden, su ex. El único hombre que se había atrevido a pedirle matrimonio y al que le había rehuido por miedo a convertirse en lo que finalmente termina convertida igual. Aiden es ahora la “big” tentación a la que Carrie quiere y no se anima a sucumbir, aunque la culpa le juega una mala pasada y le hace creer que traicionó los votos de fidelidad hacia su marido por haber compartido una cena juntos. Los años vividos entre sus treinta y los cuarenta que ahora carga en el film y su oficio de escritora –con una alta dosis de ironía para pensarse a sí misma, a su condición de mujer, al amor y al sexo a través de la columna de un diario–, debieron haberle enseñado más de una cosa a Carrie, entre otras que el impulso amoroso del hombre se manifiesta frecuentemente a través del conflicto, que no hay deseo si su objeto no está perdido, y que no todo aquello que brilla es oro, sino muchas veces, simple vulgaridad.
Mucho brillo y pocas nueces Como muchas, estas cuatro mujeres se caracterizan por estar sumidas en sus roles y al mismo tiempo rebelarse contra esos roles tradicionales tanto en la sexualidad como en las relaciones de pareja -incluye al matrimonio- y la maternidad, siempre con ese toque femenino que significa estar pendiente de cómo combinar los zapatos con las carteras de Luis Vuitton. Con el discurso guevarista a cuestas, no tanto el del Che sino el de Nacha, la rebeldía y el glamour pasan unos días en la exótica, lujosa y reprimida Abu Dabi. Lejos del sexo y la ciudad, les toca vivenciar las costumbres conservadoras de la capital de los Emiratos Árabes Unidos. Si bien es un poco más tolerable que su predecesora, Sex and the City 2 insiste en caer en las mismas falencias. Por más válidos que sean los conflictos de cada una, la liviandad con que se tratan los desvirtúa y menosprecia al punto de convertirlos en un esperpento. Concentrado en demostrar que los ricos también lloran, la menopausia de Samantha se convierte en la prohibición de ingresar al país con un cocktail de hormonas o, lo que es peor, en llevar el mismo vestido que una adolescente. Miranda no es tenida en cuenta en su trabajo, hecho que se resuelve –elipsis mediante- cuando se la ve radiante en otro empleo. Charlotte desconfía de la fidelidad de su marido frente a una niñera sin corpiño, pero –gracias a dios- la nana resulta ser lesbiana. Lo que era glamour en la primera entrega, ahora es abierta chabacanería y andar por el desierto vestida como para ir al corso acorta las distancias entre Carrie y Wanda Nara. A pesar de la cantidad de escenas innecesarias, resulta ser una magnífica fusión de forma y contenido -mundo banal retratado de manera no menos superficial- donde la intriga pasa por saber si son capaces de armar sus valijas en menos de una hora o si Charlotte es capaz de andar en camello y hablar por celular al mismo tiempo. Sin el sarcasmo y la inteligencia de la serie, estas cuatro glamorosas y veteranas caricaturas de sí mismas convierten a esta película en un festín para el bobero.
Aclaro algo como puntapié inicial: entré a la sala dejando de lado y poniéndome como objetivo descartar cualquier tipo de crítica snob, del cinéfilo elitista -que no soy para nada- y sobre todo del prejuicioso -que sí suelo ser-. Y es por eso que, más allá de la precariedad fílmica de Sex & The City 2, lo peor (y que realmente se presta a una discusión interesante y que ameritaría varias horas) es el mensaje que subyace a toda la película. Al igual que en la exitosísima serie de TV y la primera de las historias llevada a la pantalla gigante, tenemos a las cuatro mujeres viviendo en Nueva York, cada una con su drama personal a resolver, y siempre contando con el resto del grupo como columna vertebral. En esta ocasión, Carrie -Sarah Jessica Parker- está en plena crisis matrimonial, la clásica situación de si la convivencia apagó “la chispa” de la pareja. Charlotte -Kristin Davis- está agotada de su rol de madre y se siente mal porque, internamente, está un poco harta de sus hijos (a propósito: nada de lo que hace representa el 15% de lo que cualquier madre trabajadora haría, pero ella no puede más…). Miranda -Cynthia Nixon- sufre en su trabajo, siente que es menospreciada por su nuevo jefe, pero no se anima a renunciar. Y Samantha -Kim Cattrall-, como siempre, está con el tema de la menopausia incipiente. A todo esto, Samantha recibe la oportunidad de viajar a los Emiratos Árabes con sus amigas por cuestiones laborales. De modo que las 4 se van en un viaje de placer para despejar sus mentes. Pero claro: uno se lleva los problemas en la valija cuando viaja… Como decía antes, las actuaciones y el nivel fílmico (exceptuando a Catrall) son paupérrimos. Pero es el mensaje lo que deja un tono deprimente. No me malinterpreten: me gusta la moda. Entiendo que alguien quiera verse bien, oler rico, usar ropa elegante. Pero el problema del fetiche es la fetichización del fetiche. El placer es placentero justamente por ser una dósis pequeña que rompe con la monotonía. No puede ser que una persona se defina según el zapato que use. Además, el mensaje de fondo es todo lo contrario al de la superficie. En teoría, la historia de Sex and the City viene a poner sobre el tapete la “liberación femenina”, o el hecho de que las mujeres puedan levantar su voz en un mundo dominado por hombres. Y sin embargo terminan haciendo una caricatura que ni el más misógino de los varones hubiera pensado: las mujeres quedan como personas obsesionadas sólo por verse bien, y más que nada, porque el otro piense que se ven bien. A pesar de esto, espero con ansias la visión de los fanáticos de la serie. Son ellos quienes determinan el valor de éste tipo de films. Aunque es un tanto extraño: en cualquier secuela, un espectador se pregunta respecto de la evolución de los personajes. En este caso, la pregunta de fondo es ¿Qué zapatos usó Carrie?
Aprovechando el súper éxito que fue la primera parte cinematográfica de las andanzas de Carrie y sus amigas en "Sex and the city: La película", esta secuela no podía hacerse esperar mucho más. Dos años después, la escritora más fashion de New York, ahora casada con Mr. Big (que le resultaba esquivo durante las 6 temporadas de la serie televisiva) se enfrenta a la rutina de un matrimonio que, muy entrelíneas, pide a gritos un hijo. Sin embargo, el flamante matrimonio asegura que solamente son ellos dos. Veremos si la parte 3 (si es que existe) no se apoyará en esta cuestión... En esta oportunidad, Carrie, Samantha, Charlotte y Miranda (Sarah Jessica Parker, Kim Catrall, Kristin Davis y Cinthia Nixon), volarán 13 horas hacia Abu Dhabi, “Nuevo Medio Oriente”, tal como definen a los Emiratos Árabes Unidos, gracias a una invitación que recibe Samantha por su trabajo como RRPP. Es por ello que, más que Sex and the city, esto es más "Sex and the desert", dado que las 4 compinches mujeres llegarán al desierto, y lo disfrutarán, ya sea en grandes y caros automóviles, como también en camello, sin por eso perder el glamour que las caracteriza. El filme es entretenido y no pierde su ritmo, pero puede resultar algo tedioso para los que no conocen la serie de TV, ni hayan vivenciado junto a Carrie, su paso por su amada ciudad. Esta secuela pretende tocar temas como el amor después del casamiento, ser mujer y ser profesional, ser madre y lo que ello implica, la infidelidad, la menopausia, y algunos varios etcéteras. Ninguno de ellos se profundiza demasiado, ni parece ser lo que se pretende. Sí se encarga de acentuar la puesta en escena, donde su director, Michael Patrick King, se regodea con los lujosos escenarios de Oriente y con la ropa de sus protagonistas, que tienen más cambios de vestuario que una modelo. Era de imaginar: el filme sigue siendo fiel a la serie que le dio vida, y resulta atractivo para sus fans, y deplorable para los que no tienen idea de quién es Carrie Bradshaw...
Odio la ropa. Más precisamente odio el culto casi religioso que se le hace a la ropa. Odio que un conjunto de hilos entrelazados sea sinónimos de clase, de educación, de inteligencia. Odio que los jóvenes, coetáneos de quien escribe, imperen sus vidas por el dudoso fulgor de las telas. Odio que un pantalón se pague lo que no vale; que una campera se valore no por su funcionalidad (la capacidad de abrigo) sino por la estética, por si combina o no –qué tragedia- con el resto de la vestimenta; que las zapatillas usadas con el noble objetivo de proteger los pies de cortes y heridas sean apenas una entelequia (parte de un tiempo pasado que me resigno a no ver volver) que devino en gigantes armatostes con ¡resortes! En una de las discusiones recopiladas en el libro Frutos extraños, Leila Guerriero define al cuerpo humano –su cuerpo humano- como una herramienta de la que hace uso y no un santuario. Más allá de la absoluta concordancia con ese pensamiento –como mal para beber mejor- el parangón con la ropa me resulta inevitable. La ropa es, ante todo, un cobijo para el ser humano, un asunto vital para la delgada dermis que nos caracteriza que, en algún momento de la historia que no logro identificar, mutó en imposición social. Sin embargo mi conciencia no carcome mi cilividad. No pretendo martirizarme por los desclasados e ir en harapos por la vida. Soy conciente de mi pertenencia a la sociedad, y como tal debo moverme dentro de los límites que ella establece: los humanos, en nuestra condición hobbesiana de seres mundanos, debemos adaptarnos para convivir, resignar para armonizar. La aclaración es pertinente cuando de Sex and the City 2 se trata. Un texto de una película que entroniza la ropa escrito por alguien que la odia, que la considera pérdida de tiempo y dinero, desde ya carece de rigor. Reconozco sin sonrojarme que escribo con una sensación mezclada de odio y lástima. Lo primero, por la bazofia hecha fílmico que es el opus dos del cuarteto de NY: una película narrativamente arbitraria, banal, sobreactuada, superficial, imposible. Es chiquilina, Casi Ángeles post-40 con planteos pueriles casi tan caprichosos como los seres que las componen: que el hombre prefiera quedarse en casa viendo una película acurrucado con su mujer equivale a crisis marital, la menopausia como apocalipsis sexual, entre otras. He leído críticas y comentarios donde se tilda a Sex and the City 2 de feminista. No estoy de acuerdo. Las mujeres aquí son tan estúpidas, de una construcción tan alejada a la generalidad femenina que el resultado es lo opuesto. Estamos entonces ante una película machista, cargada de misoginia: las ridiculiza, las insulta, las deshumaniza, las maltrata y, por sobre todo, no manifiesta cariño alguno por ellas: las libra a su suerte, al libre albedrío de una comedieta de enredos tonta e intrascendente donde los encuentros con ex novios en Abu Dhabi son moneda corriente, donde la libido impera por sobre cualquier atisbo de razón o sentimiento. Lo segundo es por la clarividente certidumbre de que hay mujeres como Carrie y compañía que inundaron los cines para compartir una salida “de chicas” viendo esta fantochada, que desean y envidian el modelo de vida hueco y chapucero que se rige por el dios tela y la diosa cuero. Para novias así, prefiero el jogging de mi soltería.