En primera persona Silvia, el documental de María Silvia Esteve, cuyo estreno tuvo lugar en el Documentary Film Festival de Amsterdam y fue premiada en el Jerusalem Film Festival es, tal vez, un poco personal para un público medianamente masivo, aunque genera empatía con la directora e hija de la persona que le da nombre a la película y cuya historia se constituye como soporte de la narración. La construcción y el camino de investigación toma un sendero que se recorre en algunos pasajes de manera un poco confusa pero a la vez de algún modo interesante, en la revisión de videos en VHS que son un signo de época y sirven para la constitución del armado de la idea final. Tiene buenos momentos de experimentación visual y sonora, recursos intimistas que pretenden no ser invasivos en los testimonios de los vínculos con las hermanas de Esteve, y muy buen trabajo de utilización del material de archivo familiar, novedoso en sí mismo, a la vez que expone a su hacedora de una manera muy fuerte y jugada. Quizás, por momentos, La película se narra desde un lugar de lentitud emocional que puede resultar confusa para el espectador común, y si bien la intencionalidad es ayudar desde la experiencia para que menos mujeres se vean expuestas a tan cruel situación de sometimiento emocional, no es posible medir cada vez las películas, su forma y posibilidades más o menos “comerciales” por el objetivo final que puede estar por encima de la vanidad crítica de descripción y valoración de la producción, pero que no generará un interés superlativo a la hora de valorar su contenido y finalidad pública. En cuanto a lo estrictamente profesional, la directora tiene grandes cualidades y su personalidad, vista desde las condiciones que entrega en su búsqueda estética y experimental, tiene la fuerza para ver en un futuro próximo, una gran entrega para su siguiente proyecto audiovisual.
Silvia fue la película más distinguida del séptimo Festival Internacional de Cine Documental de Buenos Aires que tuvo lugar en septiembre pasado. Además de haber ganado la competencia nacional de largos, la opera prima de María Silvia Esteve obtuvo el Premio del Jurado Joven y una mención especial por parte de la Asociación Argentina de Editores Audiovisuales. La realizadora fue reconocida «por su honestidad y coraje en el abordaje de una temática tan personal» se dijo cuando anunciaron los films ganadores. Es cierto. En su debut, esta argentina nacida en Guatemala deconstruye con valentía la vida desgraciada de su madre, y asume la responsabilidad del relato en primera persona del singular, que se vuelve plural cuando intercambia recuerdos con sus dos hermanas. A tono con cierta tendencia cinematográfica reciente, Silvia es el producto de la necesidad de contar públicamente una historia familiar, y de hacerlo a partir de la compaginación de fotos y videos hogareños buscados o encontrados por azar. Papirosen de Gastón Solnicki y El silencio es un cuerpo que cae de Agustina Comedi son dos referentes argentinos. Tarnation de Jonathan Caouette y Bloody Daughter de Stéphanie Argerich, dos extranjeros. Montar un documental con registros fotográficos y fílmicos caseros supone un trabajo intenso de selección, restauración, edición y resignificación. El gran desafío consiste en saber avanzar más allá de la catarsis individual y/o llamar la atención de espectadores ajenos a la familia retratada. El coraje ayuda a saltar la valla de la intimidad, y la honestidad evita el riesgo de caer en el morbo. ¿Pero no son otras –o más– las virtudes que consiguen reconocer y exponer la dimensión social de un compendio de registros a priori anodinos? Esteve parece contar con ese plus cuando invita a pensar en la naturaleza subjetiva de la memoria, a partir del registro sonoro de las discrepancias que la evocación de ciertas anécdotas provoca entre las hermanas. O cuando sugiere la relación entre las postergaciones de su mamá y los mandatos que condicionan a la mayoría de las mujeres. O cuando explota la admiración de su progenitora por Lo que el viento se llevó. O cuando da cuenta de la impostación ante cámara que algunos argentinos hacían en los años ’80, ’90, inicios de 2000, y que suena a adelanto de la vidriera que hoy son las redes sociales. Sin embargo, a medida que avanza, Silvia se cierra sobre el vínculo entre la realizadora y su madre. Con una declaración a viva voz, el largometraje termina ubicándose más cerca del desahogo terapéutico que de un retrato pasible de convertirse en aproximación a los embates del patriarcado en la Argentina de fines del siglo veinte, a las complejidades de la relación materno-filial, al uso de videograbadoras y cámaras de fotos al servicio de la simulación burguesa y del ideal de familia perfecta.
“Relato de una memoria confusa” La memoria engaña y no siempre ayuda a recordar. Es un estado que marea y se complejiza a medida que avanza el tiempo. Para encontrar la verdad, es necesario sumergirse en recuerdos plagados de emociones; todos ellos son parte de un pasado confuso y se ocultan entre cenas navideñas, los llantos de un bebé y la dulce melodía de un piano. El documental “Silvia” representa eso: el estadío más puro y genuino de la memoria. Una historia que se escribe y reescribe con el objetivo de descifrar una cruda realidad. María Silvia Esteve, realizadora de “Silvia”, abre las puertas de sus recuerdos y, junto a sus hermanas, narran la vida de su madre. El film se envuelve entre sí mismo, atravesando todo tipo de sensaciones. Lo que comienza siendo un cuento de romance y fantasías, termina cruzándose con un relato de horror y demonios familiares. Lo interesante de la película se haya en el abismo que separa el presente del pasado. Por un lado, las imágenes provienen de material de archivo y, por el otro, la banda sonora está compuesta -en gran parte- por las voces de María Silvia y sus hermanas; integrando así, un presente que analiza y se reencuentra con su pasado. Este ejercicio se pone a prueba en los 105 minutos del documental con el fin de responder una pregunta: ¿Quién es Silvia? "Destaco la sutileza de la edición y el diseño de sonido; ambos complementando a la narración y sumándole identidad a la película. “Silvia” es una ópera prima muy interesante y recomiendo ver para cualquiera que desee explorar las emociones de un relato íntimo." 7/10 Dirección: María Silvia Esteve Guión: María Silvia Esteve Producción Ejecutiva: María Fernández Aramburu, Gonzalo Moreno Dirección de Producción: María Silvia Esteve Dirección de Fotografía: Carlos Alberto Esteve Dirección de Sonido: Jerónimo Kohn, María Silvia Esteve Música Original: Silvia Zabaljáuregui Montaje: María Silvia Esteve Afiche: Ianko Perea
Las tonalidades múltiples de Silvia de María Esteve incomodan porque son verdades subrayadas en la banda sonora de la obra. Parece fácil decir esto de buenas a primeras para defender la intimidad tan decidida de la directora, pero sabemos que lo íntimo surge de distintas perspectivas. Esto se nos muestra a través de varias voces ‘narradoras’ y la música operática del soundtrack. No nos damos cuenta de las incomodidades de estas voces al comienzo. Cuando en una de las primeras escenas habla una narradora fuera de plano, vemos una pantalla en negro justo después de un material de archivo ambientado en una playa. En este momento, la realizadora desahoga ciertos reproches hacia Silvia, su madre, aun en el día de muerte de esta. Los tropiezos emocionales de voces a oscuras se repetirán durante varios momentos de la película mientras se nos presenta esta vida familiar. Y es aquí donde cabe la duda de si se les puede llamar narradoras a mujeres que enfrentan las emociones como titubeos corales y no certezas sin cuestionamiento. Lo que viene de ahí en adelante es una obra de reconciliaciones entre todos los miembros familiares a partir de sus propias versiones de eventos claves. Y tales momentos son narrados por cada una de las hermanas pero no con la linealidad usualmente esperada. La certeza de lo complejo está manifestada en cómo el material de archivo se distorsiona no solo a nivel de imagen, sino también de voz. Un recuerdo es evocado desde diversas aristas. Así, cada una va tropezando sobre su propia versión a medida que se solapan las certezas de quien ha actuado erróneamente. Al final, Silvia es una película sobre los matices subrepticios de las familias. En este coro particular de voces se tensan el reproche y la reconciliación como ocurre en todo vínculo. Para llegar, el centro de la obra es indispensable: Scarlett O’Hara. La protagonista de Lo que el viento se llevó (1939) es el hito existencial de Silvia. Acaso como esta, Scarlett es un personaje que logra sus cometidos como un estandarte, no de su ego, sino de búsquedas imposibles en solitario. Una y otra vez se repiten durante el documental fragmentos del clásico hollywoodense en tonos unas veces rojizos, otras veces azulados. Estos repercuten en la historia y en el espectador a la manera de rezos de un credo enajenado, al menos en principio. Las voces sin rostro (todo se construye a partir del material de archivo) nos van dando a saber que Silvia era la esposa de un diplomático. Entendemos así que la identidad coral armada en la obra se aferra a la fiereza de Scarlett, una mujer que se sobrepone a la falsedad de ciertas apariencias propias o de otros. Sabemos que sin vestiduras tan monumentales como las del clásico de hace más de noventa años, hoy en día el drama llevado al extremo desconcierta. Pero la realizadora de Silvia está tan clara en esto que la voz de la autoría se diluye en distintas perspectivas femeninas, así como incluso actualmente se sabe que Víctor Fleming no fue el único director de Lo que el viento se llevó. Ya no es la voz afectada de Vivien Leigh peleando con su hermana y tomando conciencia de la guerra por los consejos en voz dulce y firme de Hattie McDaniel. Ahora son las hermanas Esteve reconstruyendo a coro una historia familiar venida a menos, con las desafinaciones y los desaciertos propios de toda fundación existencial, y sin un árbol ante el que se apele a Dios como testigo.
Madre, hija y recuerdo. Parece mentira como una vida puede llegar a disfrazar tanto tiempo el dolor. Parece mentira la cantidad de violencia y sufrimiento que se pueden llegar a esconder detrás de las grabaciones o los archivos fotográficos; aunque ambas no puedan escapar de la memoria. En este documental personal, la directora María Silvia Esteve junto con sus dos hermanas, intentan reconstruir a través de entrevistas invisibles y grabaciones digitalizadas la trágica vida de su madre, Silvia. No es fácil reconstruir la vida de un ser querido, mucho menos si ese ser resulta ser ni más ni menos que tu propia mamá. En esta película, la realizadora se sumerge en un espiral de grabaciones viejas con el objetivo de encontrarle un sentido a la última decaída de su madre, y de reconstruir a la vez, la etapa más dolorosa de su vida. La etapa de la cual no se tiene registro alguno. Esta es una película que puede calificarse tranquilamente como un ensayo personal que intenta traer a Silvia de vuelta a la vida de la realizadora, además de la búsqueda para comprender el dolor y la angustia que tuvieron lugar en el pasado, en el centro de una familia completamente resquebrajada. Poco le interesa al film descubrir cómo confrontar estos problemas de familia o informar sobre cómo salir adelante ante la violencia doméstica y machista, en absoluto. Es simplemente la voz de una hija que intenta desde lo audiovisual, decirle a su madre aquello que no pudo decirle estando en vida. Aquello que tanto tiempo se guardó, o incluso para pedir perdón por las veces que se gritaron la una con la otra. Es así como la directora navega en las imágenes crudas de los VHS y en las conversaciones intimas con sus hermanas para ir tejiendo en contraste con la narración esta época de creciente violencia machista que tanto Silvia como Carlos, su marido, han tratado de esconder durante tanto tiempo. Son estas grabaciones el disfraz de una vida sufrida, o el boceto de una infancia feliz que la realizadora busca destapar. Tal vez como un proceso propio de terapia y comprensión; o tal vez como el último abrazo que jamás existió.
La ópera prima de María Silvia Esteve, “Silvia”, recibió el Premio Coral de Postproducción de La Habana, y ganó al mejor proyecto en diferentes Labs. Tuvo su estreno mundial y fue ganadora del premio a la Visión Artística en DocAviv. Con semejantes pergaminos, se presenta esta aventura nada sencilla de recrear, mediante el lenguaje audiovisual, una experiencia personal tan emotiva. Queriendo, acaso, combatir la muerte y darle a su madre una voz, la directora toma un considerable riesgo al transformar su vínculo ante los ojos del espectador, mediante una historia sensible y profunda. Un proceso de catarsis que tuviera su génesis a partir del material de VHS remasterizado, al que recurriera la directora para intentar trasladar a la gran pantalla una historia familiar compleja en su abordaje. Un arduo camino de autodescubrimiento que pretende esgrimir un camino para el espectador, en este bio drama que ejercita la enésima vuelta a la ficción imbricada con la meta realidad. Si en propias palabras de la directora, ‘el sentido de realización de su madre’ la conmovia, y si otorgando al film un valor testimonial encomiable ‘le aterraba la idea de que no se fuera a saber lo que ella había sobrevivido’, este largometraje toma entre manos un asunto sumamente delicado: ficción concreta para contraponer imágenes de archivo a la historia que se quiere contar. Su búsqueda documental prefiere evitar entrevistas a cámara, prefiriendo voces en off como elementos a la construcción dialéctica de los recuerdos. Desentramar lo que subyace dentro de la imagen, y despojar esta cruda novela de vida tristemente real nos legan aquellos recuerdos que sobreviven al paso del tiempo. Pudiera reflejar la memoria desde la subjetividad de las miradas aquello que la directora busca comunicar. Una memoria fluctuante, a través de las voces de sus familiares, eslabones para construir la idea posible sobre la realidad de alguien que ya no está entre nosotros. Esta gran ficción es la que se verá alterada, en su precisa maquinaria, mientras se reconstruye, hasta que adquiere y de modo sanador, la voz de la autora una vez despojada de todo aquello que contamina los recuerdos.
Crítica de “Silvia”. Impecable reconstrucción de una vida familiar agonizante Entre registros de videos amateurs y el recuerdo de tres hermanas, la directora María Silvia Esteve busca rearmar la historia de su mamá. Por: Andrea Reyes Con la muerte repentina de su madre, la realizadora María Silvia Esteve realizó su ópera prima, que lleva el nombre de su progenitora: “Silvia”. Ganadora como mejor proyecto en diferentes Labs y acreedora del Premio Coral de Post-producción de La Habana, desde este jueves 23 de julio el largometraje estará disponible en la Sala de Cine Virtual del programa Puentes de Cine de la Asociación de Directorxs de Cine PCI. El documental combina material de VHS casero con el relato de tres hermanas que dialogan entre sí intentando reconstruir la vida de su madre; y en este devenir de recuerdos a veces confusos, es que las jóvenes van de-construyendo la historia familiar, tratando de comprender, e incluso justificar, maltratos, violencia y relaciones enfermizas. Silvia y Carlos se casaron allá por 1983 y tuvieron tres hijas. Ella era una mujer que cumplía con los parámetros de belleza para esos años; él sentía que había tocado el cielo con las manos; ambos creían que iban a vivir su cuento de hadas. Sin embargo, en esta historia faltaron el carruaje, la corona y el príncipe azul. Poco a poco aquello que Silvia imaginó se convirtió en una relación enfermiza que derivó en constantes hechos de violencia, consumo de sustancias tóxicas, y un vínculo roto que busca sanar a la distancia. En un trabajo impecable de montaje y dirección, la realizadora ha logrado reconstruir todo un pasado de mucho dolor y miedo. Intencionalmente, se produce una constante contradicción entre las imágenes y la voz en off de las tres hermanas: mientras que el material de archivo doméstico recopila distintos momentos de celebraciones e instantes de aparente felicidad; la conversación de las jóvenes toma fuerza en un relato crudo, honesto, que deja al espectador la clara sensación de la fragilidad de Silvia: la vida de una mujer acorralada y atormentada por los mandatos sociales, familiares y las presiones económicas. Asimismo, como un recurso técnico interesante, Esteve utiliza la cámara lenta y el efecto de congelar imágenes en movimiento; posiblemente, con la finalidad de contraponer aquellas imágenes idílicas con una narración sin medias tintas. “Silvia” un documental muy bien logrado en todo sentido. Crítica de Silvia. Impecable reconstrucción de una vida familiar agonizante Guión - 75%
A juzgar por su carisma, Silvia podría haber sido conductora de un programa televisivo, pero optó por ser una ama de casa, mujer de un diplomático y madre de tres niñas. Las grabaciones caseras son testigos de su belleza hegemónica y espontaneidad frente a cámara, de su deseo de estar allí, exponer su vida cotidiana, sus sentimientos -como la alegría al contar que un ser querido la llamó para felicitarla en el primer aniversario de casada o la dificultad de vivir lejos de la familia y las amistades por acompañar la carrera de su marido-. Cintas que reflejan cierto aire de vanidad. Vanidad que representa también a ese personaje que para ella era una “mujer ideal”, Scarlett O’Hara.
Una joven bonita y simpática va al Palacio San Martín en busca de algún trabajo, conoce a un diplomático joven y promisorio, se enamoran, se casan, mientras cumplen un destino en Guatemala nacen sus tres hermosas hijas, todo parece lindo en este resumen. Viejas grabaciones familiares en VHS corroboran esa impresión. Pero, ya se sabe, muchas veces la gente sonríe para la cámara aunque no tenga ganas. Y con el tiempo y los cambios de países, la mujer que al comienzo era toda luz se va poniendo toda ansiedad, angustia y frustración. Así lo cuenta la autora de este documental, María Silvia Esteve, con una mezcla de bronca y de pena, mientras vemos las imágenes agradables de reuniones, poses y cumpleaños infantiles. Lo curioso es que nos está contando la historia de su propia familia. De cómo, según ella, las imposiciones sociales le cortaron las alas a su madre, las discordancias conyugales minaron la imagen de familia feliz, y el amor materno estuvo a punto de volverse tóxico. También curioso es que las hermanas de la autora tienen una interpretación bastante distinta de aquello que presenciaron juntas. Con honradez, sus opiniones quedan asentadas. Elogiable el tratamiento de las cintas de VHS, intervenidas con particular sentido estético y dramático. Igual cansan un poco la vista.
El relato abre con una voz en off – la misma que junta a ciertas otras voces irá recorriendo toda la película- recordando el momento contundente e irreversible de una muerte. Fue el 28 de Mayo de 2015 cuando “SILVIA”, madre de la directora y absoluta protagonista de este trabajo documental, cae desplomada en la calle y con esta muerte repentina que lo desequilibra todo, se cierra una historia de profundo dolor familiar. O en realidad, se abre… A través de recuperar el material filmado por la propia Silvia con su marido (esos videos domésticos en donde dejan registrados su primer aniversario, el crecimiento de sus hijas, situaciones cotidianas, festejos, reuniones y hechos trascendentes de la vida familiar), sus tres hijas intentarán recorrer nuevamente la historia de amor entre sus padres y entretejer recuerdos, aportando, cada una de ellas, la parte de la historia que particularmente recuerden para completar, de esta manera, un rompecabezas que se presenta como uno no muy sencillo de armar. Una historia dolorosa y compleja que la directora, María Silvia Esteve, propone en una narración en varios planos: como diferentes capas que se van superponiendo para dejar traslucir un entramado familiar en donde coexistieron el amor, la conveniencia, la locura, los maltratos y las relaciones patológicas que datan incluso del propio seno familiar en la niñez de Silvia. Aquí es donde justamente el juego de la homonimia entre la madre y la hija, permite provocar ese efecto Droste –ese bucle de ventanas, una dentro de otra, hacia el infinito- representado en esta historia de repeticiones que se transmite de generación en generación y que esta última, representada por las tres hermanas, parece estar dispuesta a analizar, trascender y dejar atrás, mediante ese aire catártico por el que también transita “SILVIA”. El diálogo constante entre el pasado y el presente, entre los recuerdos y los relatos de niñez, ese viaje al centro de sus historias que parece provenir inclusive de generaciones anteriores –representadas en la figura de Leda, la madre de Silvia- y el impacto que provoca aún en el aquí y ahora, es el magma enriquecedor con el que Esteve va trabajando laboriosamente el pesar y el desconsuelo de varias mujeres dentro de este clan en el que la confusión frecuente entre víctimas y victimarios, instaló el dolor y el desconcierto en el alma familiar. Aparecen la culpa, el olvido, los secretos, las vivencias en el exilio y sobre todo, ese pedido de Silvia que se transforma casi en una súplica, de que la quieran, que no la olviden, “mendigando” ese amor filial que parece no haber existido en su hogar natal, reemplazado por una historia de anfetaminas, alcohol, desbordes y desequilibrios, que incluyen hasta anécdotas en torno a una escopeta. Otra capa importante sobre la que trabaja Esteve es el límite hasta dónde adentrarse en la intimidad de su propia madre. ¿Cómo poder contar una historia, llegar a lo medular, a lo profundo, sin traicionar la dignidad y la memoria, sin dejar cosas sumamente privadas al descubierto? Cada una de las hermanas, en diferentes momentos, sentirá la presencia de ese pudor, esa inhibición y esa vergüenza que se apodera de ellas e impulsa más a frenarse que a seguir avanzando en el relato. Y ahí, Esteve como directora gana la pulseada a esa Silvia hija y logra internarse en una total intimidad sin traicionar en absoluto ni su esencia ni la de la protagonista. El registro impiadoso del paso del tiempo, del deterioro personal que sufre Silvia con el correr de los años, con el intento de sostener una relación de pareja desencontrada, desequilibrada, de un amor de juventud perdido, se va haciendo presente en esas cintas recuperadas sin necesidad de que ninguna voz en el relato, tenga que subrayar nada adicional. En esta búsqueda introspectiva y autobiográfica, otra de las capas interesantes para el análisis es cómo cada uno de los personajes, ha vivido fragmentos de la propia historia, a los que les irán concediendo diferentes interpretaciones, diferentes miradas y es a partir de ellos, donde irán reconstruyendo los recuerdos. ¿Alguien sabe qué es lo que realmente ha sucedido? ¿Se puede contar una historia con la seguridad de tener todos los elementos a disposición? ¿Cuáles son los secretos que la propia Silvia no ha develado y ha cargado consigo que hace que nadie pueda contar con una mirada totalizadora? Con esa idea de las diferentes hipótesis que cada hermana despliega sobre un hecho particular, “SILVIA” también habla de reconstruir la memoria, de lo olvidado, de lo desaparecido, de los límites tan tenues y tan volátiles que aparecen para separar ficción de realidad. Pareciera ser que cada una de esas miradas que aporta cada una de ellas, irá dando cuenta sólo de fragmentos parciales de la propia historia, de puntos de vista sobre un mismo hecho, de presencias y ausencias, que se van aportando a esta construcción colectiva que permite rearmar ese cadáver exquisito que es “SILVIA”. María Silvia Esteve presenta su ópera prima en la plataforma “Puentes de cine” (play.puentesdecine.com.ar), la que ha tenido un gran recorrido en diversos festivales, con un estreno mundial en el Festival Internacional de Documentales de Amsterdam y que ha sido premiada en Tel Aviv y La Habana. Una interesante oportunidad de disfrutarla a partir del jueves 23 de julio, y adentrarnos en el difícil arte de poder transitar la historia familiar, exorcizando viejos demonios y sanar el pasado, mirando a las generaciones venideras. POR QUE SI: «Esteve va trabajando laboriosamente el pesar»
Película “terapéutica” que explora la vida de una madre, su vida interior, su doloroso infierno, a partir de la reconstrucción del pasado por medio de VHS y fotos. Aquello que se censura, que se invisibiliza, termina implosionando en todos, pero , principalmente, en una mujer que gritaba sus miedos y dolores y nadie la escuchaba.
Al igual que muchos documentales de corte intimista, Silvia tiene el desafío de que los materiales y la visión que la recorren -que, en este caso, son extremadamente personales- resulten interesantes puertas afuera. La propuesta de María Silvia Esteve cumple con ese cometido y logra que el espectador ajeno se zambulla en esa historia que comienza con los festejos de un casamiento para dar lugar a una complejidad interpeladora.
El 28 de mayo de 2015, a los 59 años, murió a causa de un paro cardiorrespiratorio Silvia, la madre de la directora y quien da título a la película. Apenas seis meses después, María Silvia Esteve emprendió la tarea de visualizar cientos de horas grabadas en VHS por su padre Carlos. Luego de procesar, intervenir, reflexionar y bucear en esos materiales y en los sentimientos más profundos, que van desde el dolor a la compasión, surgió Silvia, un ensayo de una crudeza, una honestidad y una sensibilidad desgarradoras. Silvia es mucho más que un mero ejercicio de found-footage o una home movie complaciente, ya que en verdad se trata de una exploración íntima por parte de la realizadora -con aportes de los recuerdos sus dos hermanas- de una vida marcada por la violencia intrafamiliar, comportamientos psicopáticos, depresiones, internaciones y las contradicciones de una mujer que se fue sometiendo a los dictados ajenos en contra de sus deseos. Desde Guatemala a la Argentina y de allí a Chile (por designios de una carrera diplomática que marcó siempre la dinámica familiar), la película -algo así como una cruza entre Tarnation, de Jonathan Caouette, y El silencio es un cuerpo que cae, de Agustina Comedi- nos propone un viaje externo e interno que es al mismo tiempo una denuncia contra el machismo, una carta de amor, un ejercicio catártico y un acto de reparación.
La cantidad voluminosa de material de archivo que compone Silvia (digamos, un 100% si no contamos títulos, placas ni créditos) en cualquier otra circunstancia, podría provocar un efecto abrumador. Por suerte, ese no el caso de esta ópera prima de María Silvia Esteve, quien entrega aquí un personalísimo ensayo de arqueología, exhumación y autopsia de la memoria con el fin de desentrañar o al menos, acercarse lo más que pueda a las oscuridades que rodearon la trágica biografía de su madre con el objetivo de encontrarle un sentido que permita al mismo tiempo comprenderse a sí misma. Partiendo de viejas filmaciones en VHS, la directora va a poner en acción un torrente de recuerdos visuales para que desde ahí, a través de una múltiple voz en off que interactúa a contramano, poder desenmascarar el reverso de esas imágenes. Como en la mayoría de los videos familiares lo que se ve es solo una cara. Justamente la que amerita ser registrada y almacenada para el futuro. Vemos entonces a Silvia en diferentes momentos luminosos de su vida. La encontramos de vacaciones. En un evento diplomático en Guatemala. En el jardín de su casa posando embaraza. Con sus hijas todavía bebés. Y como no podía ser de otra manera, la vemos también radiante y vestida de blanco en su noche de bodas con Carlos, grabación a la que la película volverá reiteradas veces y en diferentes versiones como si ese acontecimiento fuese el hito fundacional del infierno venidero. El punctum del trauma. De la misma manera que en el clásico policial de Otto Preminger un detective buscaba reconstruir el rastro fantasmático de ese presunto cadáver que era Laura prestándole especial atención, casi hasta la obsesión, a un retrato de ella colgado en la habitación; Silvia es también un filme sobre fantasmas en cuanto, en primer lugar, la persona a la que se alude no está, falleció, está ausente. En segundo lugar, lo que se ve no es lo real. Lo que se muestra o bien contradice los recuerdos o bien, es insuficiente. Es en esa falta entonces, donde detrás de la pantalla, la cineasta y sus dos hermanas toman la palabra permitiéndose adrede poner en primer plano lo errático de los recuerdos. El furcio, la digresión, los desacuerdos sobre hechos traumáticos que marcaron la vida de su madre (desde serios problemas psicológicos, violencia marital y consumo de drogas prescritas) son asumidos por el documental como parte de esa misma naturaleza contradictoria de lo que se habla. Se vuelve imposible para las narradores desarrollar una historia de vida lineal. Hay un abandono por la cronología y más una necesidad de retomar sucesos y girar alrededor del bache. La incompetencia de la memoria se traduce en una reflexiva intervención del material de archivo. Además de congelarlas o ralentizarlas para detenerse con detalle en una cuestión específica, las imágenes son blureadas, superpuestas o alteradas por glitchs, efecto que viene a ilustrar la falla del sistema cerebral a la hora de querer recordar. No hay caja negra que contenga la verdad, y si la hay, es una distorsionada que reproduce al mismo tiempo las voces acumuladas de otros miembros familiares, algunos que incluso, ayudaron a alimentar esa herida larguísima a medio cerrar, que atraviesa generaciones.
A través de PCI Puentes de Cine, llega Silvia, ópera prima de María Silvia Esteve. El documental consiguió ser el más distinguido del séptimo Festival Internacional de Cine Documental de Buenos Aires. Mediante la recopilación de VHS caseros, María Silvia Esteve busca reconstruir, junto a sus dos hermanas, la vida de su madre, Silvia. Lo que en un comienzo parece ser una historia de amor y felicidad, termina convirtiéndose en un trágico relato sobre la violencia, el abandono y los demonios internos. A través de la voz en off, las hermanas no sólo nos abren las puertas a su familia sino que, también, a las de sus propios fantasmas. El documental no es sólo la historia de Silvia en sí, sino también la relación que la directora tenía con su madre. María Silvia Esteve hace un viaje introspectivo, donde se anima a atravesar todo tipo de emociones con el fin de comprender a su madre y las elecciones que ésta tomó. Es un relato íntimo, en donde la realizadora hace catarsis y dice todo aquello que no le pudo decir en vida a su progenitora. También es un documental que refleja la violencia machista al que eran (son) sometidas las mujeres. Evidencia además cómo las denuncias ante esto eran invisibilizadas e invalidadas. No importa qué tanto haya pedido ayuda Silvia, qué tanto haya contado a viva voz los maltratos constantes a los que era sometida por parte de Carlos, ella era la loca para los ojos de todos los demás, incluso para los de su propia familia. Si bien Silvia es un trabajo completamente introspectivo por parte de la realizadora, el documental nos invita a hacer una reflexión interna sobre la relación con nuestra madre y nos hace cuestionarnos: ¿qué cosas encontraríamos en VHS caseros de nuestras familias?, ¿cómo se vería reflejada nuestra madre en ellos?, ¿qué tan real sería lo que muestran esas cintas? Es así que, si bien este documental es un trabajo meramente personal y ajeno al espectador, es (casi) imposible no sentir empatía por los sentimientos por los que atraviesa la directora. Silvia es un retrato completamente personal, por lo cual, por momentos, se siente demasiado ajeno para el espectador. Sin embargo, los enojos, miedos y lamentos de María Silvia Esteve impactan de tal manera que es difícil no sentir empatía por ella (y por ende sentirnos más cercanos a su historia).
RECORDAR ES ACERCARSE MIENTRAS NOS ALEJAMOS Cuando se realiza un documental en el que la persona que lo dirige es parte íntima de lo que se narra se corre el riesgo de dejar afuera al espectador. Se pueden dar por sabidas cosas o bien pensar que ciertas selecciones son relevantes de por sí cuando en realidad han sido importantes para esa persona. En el caso de este film tan solo ocurre un poco. Hay una búsqueda para generar que Silvia sea un personaje intrigante y digno de conocer. Tres son las hermanas que dan voz a las anécdotas de lo vivido con su madre y su padre. Ya desde el comienzo un hecho da cuenta de lo tormentosa que resultó la vida en la infancia de estas chicas. Esto da paso a generar un clima necesario en el que quien observa se pregunte qué sucedió. El suspenso aparece aquí, pero no cierra nunca. Se presentan ciertas situaciones que hacen concreto al misterio. Pero aún así es como si viéramos una pincelada de la vida de esta familia. El documental presenta una arista familiar que cobra relevancia y es el eje, pero hay por debajo todo un debate sobre cómo se recuerda y cómo se construyen relatos tras la palabra condicionada de cada uno de los protagonistas. Escuchamos una narración leída por una voz en off, mientras vemos videos de recuerdos familiares. La voz es siempre la de alguna de las hermanas, pero a esta lectura la irrumpen los debates sobre lo que se lee. Por momentos, aparecen las impresiones de ellas a la hora de nombrar ciertas cosas, como si al decirlas se vivieran de nuevo. En otras instancias, aparecen conversaciones porque están en desacuerdo en cómo se está contando. Así como si salieran debates en forma de raíces, todos los relatos entran como sostenidos de hilos. Se dice y se desdice la historia de sus vidas. El documental pone su foco en cómo cada una de las hermanas aun viviendo gran parte de su vida juntas tienen un recorrido distinto de aquellas situaciones. E incluso la misma directora pone en duda hasta su propio parecer en una parte del film, en esa búsqueda constante de marcar las limitaciones del recuerdo y la continuidad que representa repensar lo que se vivió. Pero, un largo pero. Para llegar a estas impresiones e invitación del debate de los recuerdos es necesario también presenciar momentos no tan bien resueltos. Cuando el documental se corre del suspenso, da demasiado peso a la melancolía y la nostalgia. Se entiende que aparezca la musicalización en piano que realizó en vida Silvia, porque se cuenta su deseo de ser pianista, pero el abuso del recurso invade generando un clima denso, que deja por fuera al espectador, quien no tiene los recursos para percibir el dolor que infunden estos momentos. En esos pasajes Silvia se pierde en el intimismo y la búsqueda del debate, o bien la intriga, quedan relegadas.
Silvia Zabaljáuregui fue un producto de su época, los ochenta, década donde los peligros por los abusos con los derechos humanos estaban aún vigentes y en carne viva, pero también fue una época marcada por los prejuicios de clase, las dominaciones machistas, el valor de las apariencias. El relato acerca de Silvia es el relato de una época, contando o intentando contar la vida de sus padres, la directora hace un relato íntimo y a la vez universal de esa época en la cual el “silencio” era central. Silvia Esteve, la directora y productora de este documental es la hija de la retratada. Retratar a los padres es siempre un proceso que implica dolor y a la vez placer, el rio de recuerdos se desploma sobre las imágenes que Silvia Esteve recrea cada vez con esos fragmentos de VHS a los que interviene con una pulcra mirada estética sobre sus materiales. Las voces de las hijas – en unos diálogos confusos, que se reiteran, que se contradicen- que se agolpan; intentan reconstruir la vida de los padres. Esas voces en general no coinciden con las imágenes, así como no coincide la vida que llevaban Silvia y Carlos (los padres) en apariencia constante con lo que realmente haya sucedido. Esta falta de coincidencia es la matriz narrativa de la película, no coinciden las voces con las imágenes, no coinciden los recuerdos con los hechos, no coinciden las hijas entre si al momento de recordar hechos particulares. La nebulosa en la que los padres se movían deviene en omisiones, mentiras, silencios; cuestiones que también eran rectoras en la época. Silvia es además una película de mujeres, de una generación de mujeres donde los valores que se trasmiten van perdiendo vigencia, y esos valores son puestos en constante interrogación. Mujeres que además se reflejan unas a otras, en un juego de espejos que la puesta en escena se encarga de demostrar; Leda, la abuela, Silvia la madre; repiten las historias maritales y sociales tanto como las de locura y las de abusos, las hijas cuestionaran esos relatos tratando de suplir los silencios y las omisiones con una mirada anclada en un presente que revisa esas convenciones. El padre es (como el abuelo) una especie de ausente, de figura fantasmatica que surca los relatos de las hijas, sin hacer eje, incluso en algún momento la película lo olvida, lo deja de lado, anclándose solo en la figura de la madre. Silvia es el producto de una época, ésa en la que el prototipo era el personaje de Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó, ese ideal de mujer que se pasea por la pantalla del documental como un fantasma y a la vez como un modelo. Tal vez del mismo modo en el que Silvia se pasea por el documental. Película hecha de retazos de VHS (qué manía obsesiva la de la época de filmar constantemente), de contrapunto de voces, de placas escritas que dicen aquello que la oralidad no puede decir. Un documental extraño que apuesta a un tratamiento especial de sus materiales y que no logra el objetivo de las hijas; la historia nunca o casi nunca puede reconstruirse. SILVIA Silvia. Argentina, 2019. Guion, edición y dirección: María Silvia Esteve. Distribuidora: 19/23 Dis. Duración:103 minutos.
Misteriosa, inquietante, la búsqueda de la verdad, la reconstrucción a partir de las filmaciones caseras de una historia familiar (en particular, la de la madre de la realizadora) nos lleva a terrenos tan inesperados como incómodos. Una película que a nadie deja indiferente
El infierno tan temido Las comparaciones muchas veces resultan odiosas e incómodas pero es imposible no asociar la ópera prima de María Silvia Esteve, Silvia (2019), con El silencio es un cuerpo que cae (2018) de Agustina Comedi, no solo porque ambas directoras mujeres abordan a través de un mismo dispositivo una historia familiar de apariencias y mentiras, sino también por el ninguneo sufrido por parte de los festivales nacionales más importantes como BAFICI o Mar del Plata, programadas en secciones menores o rechazadas pese a ser muy superiores a la gran mayoría de las obras seleccionadas. Disponible en Puentes de Cine. En Silvia, premiada en el FIDBA como Mejor Película Argentina y por el Jurado Joven, tal como lo hizo Comedi con su padre, Esteve recurre al formato del home video para narrar la historia de su madre, Silvia Zabaljáuregui, abogada, diplomática, politóloga y concertista, fallecida en 2015 a los 59 años de un paro cardiorespiratorio en plena calle, mientras en off, ella y sus dos hermanas reconstruyen, a través de recuerdos –muchas veces diferentes sobre un mismo hecho-, la atormentada vida de una mujer que, pese a tener todo lo que para el inconsciente colectivo es sinónimo de felicidad, vivió inmersa dentro de una pesadilla. Una de las primeras imágenes de Silvia es la de un casamiento, el de Silvia y Carlos en el año 1983. Lo que sigue no es lo que se dice una historia de amor, sino un horror, un calvario, es la historia de una resiliencia, de una mujer condenada por no callar. Una mujer, de apariencia fuerte, marcada por un padre abandónico, una madre desestabilizada psicológicamente que intentó matarla y un marido alcohólico que no solo la manipulaba sino también la maltrataba. Silvia pedía ayuda y se la condenaba de antemano por el hecho de ser mujer, de los antecedentes familiares y porque la imagen era más importante que lo que ocurría puertas adentro. Con todas las batallas perdidas Silvia se refugió en el amor a sus hijas y construyó una especie de burbuja que las mantuvo a salvo de un infierno que años después sale a luz. La directora construye un relato donde todos los elementos que lo componen se encuentran en estado de tensión, tanto en lo familiar como en lo cinematográfico. El registro visual poco tiene que ver con la realidad que emerge de los recuerdos. Carlos, padre de las tres hijas, a las que todas se refieren a él con el nombre de pila y no como “papá”, era el camarógrafo encargado de registrar momentos que en apariencia mostraban una felicidad que no era tal. Ver esas imágenes sin la narración no hacen más que mostrar una familia típica, de buen pasar económico y en apariencia alegre. Pero la verdad no es la que está en las imágenes sino la que se explicita en palabras y esas palabras ponen en tensión los recuerdos que muchas veces se contradicen entre como los vivieron cada una de las involucradas. Ese dispositivo de choque entre imágenes y narración es lo que vuelve aún más interesante a una historia que a medida que avanza se asemeja a thriller psicológico en donde sabemos el final pero no todo lo que sucedió antes de llegar a él. Silvia es un ensayo documental biográfico pero también autobiográfico, catártico, por momentos incomodo, tanto para el espectador como para las protagonistas, en el que se narran dos historias. Una que oímos y otra que vemos. Una que dice verdades y otra que muestra mentiras. Que invita a reflexionar sobre lo que significa ser mujer en una sociedad machista, los mandatos, los estereotipos y las apariencias. Pero también sobre el amor y el cine.
Silvia Esteve es una mujer talentosa y muy valiente. Ella que se llama como su madre, decidió contar la historia, con todas las complejidades que de antemano tiene ese vínculo, pero con una verdad que momentos le “duele” hasta al espectador. Es una historia de una familia que tiene filmaciones caseras, muchas, que la realizadora digitalizó en un trabajo esforzado, solitario y que según sus declaraciones, fue desconsolador. La decisión estética es arriesgada: sobre ese material de caras sonrientes, risas, declaraciones obvias, de bailes y festejos, había que contar el dolor, la enfermedad, las torturas psicológicas y físicas que por supuesto no tenían registro. Para eso está de fondo la música operística y las voces de la directora y su hermana, sus discusiones, y algunas verdades que cuando no se soportan ser dichas, quedan escritas. El resultado es impresionante, pocas veces los secretos pueden ser tan lacerantes, y las reflexiones tan hondas. Un trabajo personal de deconstrucción y cuestionamiento, de amorosa piedad pero sin concesiones.
En su ópera prima, María Silvia Esteve recompone la vida de su madre a través de filmaciones caseras en VHS y del diálogo con sus hermanas. Hace algunas semanas tuve la oportunidad de ver, y de escribir la crítica, de Ficción Privada. Al igual que Andrés Di Tella en este film, y que Agustina Comedi en El silencio es un cuerpo que cae, María Silvia Esteve recupera archivos caseros en formato VHS con el objetivo de reelaborar, y a la vez desentrañar, la historia de su madre Silvia Ema Zabaljáuregui. Los fragmentos seleccionados capturan momentos cruciales de la vida de Silvia -tomando como evento inaugural su casamiento con Carlos Alberto Esteve, el 17 de marzo de 1983-. A partir de allí, nos encontramos con acontecimientos tales como la celebración del primer aniversario de casados, los nacimientos de sus tres hijas, los cumpleaños y bautismos de las niñas, o los festejos navideños. Estas imágenes exhiben a una familia tipo-burguesa-ejemplar cumpliendo con el precepto tradicional de registrar la consumación de ciertos ritos iniciáticos, en pos de dejar para la posteridad la estampa de una intimidad normal y estable. Esa aparente situación de paz y alegría es puesta en cuestión, e incluso negada, por los testimonios orales -que aparecen mediante la voz en off-, tanto de la propia realizadora como de sus hermanas María Victoria y María Alejandra. De este modo, nos enteramos de episodios de violencia física y verbal sufridos por Silvia, de los problemas de Carlos con el alcohol y del vínculo conflictivo de Silvia con su madre Leda. Lejos de estancarse en un tono melodramático o ampuloso, la realizadora se permite exponer sus descontentos y desacuerdos con su madre, a la vez que busca entender el por qué de algunas de sus decisiones. En ese intersticio, entre la toma posición respecto a los hechos del pasado y la intención de comprenderlo, aparece el peso político del film, ya que se dejan entrever problemas socio-históricos, económicos y sobre todo de género que parten de la figura de Silvia pero que la exceden. El sometimiento a las decisiones de los hombres, la ausencia de un entorno familiar que sirva como sostén afectivo, o las situaciones de enfermiza desconfianza que atan a Silvia a los designios de su marido y su padre dan cuenta de su padecimiento personal, y al mismo tiempo exponen las dificultades que aun hoy en día atraviesan muchas mujeres. María Silvia Esteve, Silvia, Silvia Ema Zabaljáuregui Del mismo modo que con la voz en off, la directora se vale de varios de recursos formales para evitar la monotonía de lo visual -que consta casi en la totalidad del metraje de los videos familiares-. En principio, el montaje juega un rol fundamental. La utilización del ralentí para subrayar los recuerdos decisivos; la reiteración permanente y el detenimiento en el casamiento de sus padres como punto de partida para el calvario posterior; y la inclusión de imágenes dañadas por el transcurso del tiempo, son algunos de los mecanismos que ayudan a sostener el ritmo de la narración. Cabe destacar, en este aspecto, la inclusión de escenas de Lo que el viento se llevó. Este juego con la ficción no es para nada gratuito, ya que en principio nos remite al fanatismo de Silvia por el personaje de Scarlett -interpretado por Vivien Leigh-, pero a la vez nos habla de ciertas responsabilidades asumidas por Silvia en la adversidad -sobre todo de su pasión por cuidar aquello que le pertenecía-. La dimensión sonora resulta igual de importante. Esto no se debe únicamente a las tensiones que se generan entre las declaraciones de las hermanas y lo registrado en las grabaciones, o al empleo preciso de la música orquestal como dispositivo dramático, sino también a la preservación de las discusiones y de las diferentes versiones de los hechos que tienen María Silvia, Alejandra y Victoria. De esta forma, el pasado se manifiesta tan complejo como inasible -es decir, en su carácter impreciso y espectral-. Si de cualidades fantasmagóricas hablamos, la más preponderante es sin duda la ausencia de la protagonista en el presente. Pese a que escuchamos su voz y que la vemos en movimiento en las filmaciones, su historia -la que nos importa, la que subyace a esas falsas postales-, nos llega mediante las palabras de sus hijas. Por supuesto que ese es el motivo central del film, la reconfiguración de la memoria de un ser que ya no está, pero el hecho de que alguien pueda convertirse en protagonista de una película a partir de un material que no se registró con la intención de ser difundido -o sea, más allá de su voluntad-, sin duda implica y sugiere un enlace con lo intangible. Allí surge otro dilema que aporta mayor riqueza al documental y que puede ser resumido en este interrogante: ¿no son acaso Carlos y Silvia coautores de esta obra? Combinación de desahogo, reconciliación y crítica, Silvia se consolida ante todo como un documento que expone la estrecha relación entre lo personal con lo político, y lo íntimo con lo histórico. En este relato tan desordenado y caótico como la propia memoria y la vida que se intenta evocar, la incorporación de puntos de vista contrapuestos y de contrariedades no le impide a la directora construir un relato en el que la empatía le gana la carrera a la mera justificación -inclusive superando las propias limitaciones de las declaraciones de la realizadora, quien en un momento del film dice «no puedo no justificarte, fuiste la única que trató de darnos amparo en el infierno»-. Al valor político que adquiere en el actual contexto de crecimiento de la lucha feminista, se le suma la contundencia emocional presente en la rememoración del vínculo madre-hija. No por nada, la última frase que oímos decir a Silvia y que cierra la película es: «soy tu madre».