La desilusión y sus raíces. Si bien uno como espectador suele descubrir de inmediato cuál es el perfil profesional y los objetivos de determinados cineastas, muchas veces no podemos dejar de admirar la ejecución concreta de la estrategia discursiva en cuestión y sus correlatos a nivel general, como si el arcano de la praxis cotidiana orientada al trabajo opacase la simple enumeración de los elementos constitutivos involucrados. Consideremos por ejemplo a Nuri Bilge Ceylan, un director cuyo pedigrí nos reenvía a una fórmula por demás ambiciosa que incluye citas a los dramas morales de Krzysztof Kieslowski, el existencialismo de Robert Bresson y la contemplación más apacible de Michelangelo Antonioni, esa en la que los silencios y los travellings se equiparan a las incógnitas que se esconden tras el saber social. Como en otras ocasiones a lo largo de la historia del cine, la suma de las partes origina una síntesis bastante singular que por cierto respeta la memoria de los maestros mencionados obviando las soluciones facilistas de este tipo de exponentes vinculados al mercado de los productos pretendidamente “excelsos”, léase el vuelco brusco hacia la bajada de línea o su contraparte, la introducción de un tono abstracto que termina licuando las buenas intenciones de base y/ o los planteos con respecto a la génesis de las suspicacias del amor. Presenciar cómo renacen las mismas premisas de siempre, esas que tanto han dado de comer a autores menores de todo estrato y desde tiempos inmemorables, nos obliga a cuestionar la mediocridad estandarizada -bajo el ropaje del arte elevado- de nuestros días. La ganadora de la Palma de Oro de la edición 2014 del Festival de Cannes retoma muchas de las preocupaciones pasadas del realizador, poniendo especial énfasis en la crítica al individualismo, la incomunicación y las jerarquías de poder enquistadas en la sociedad turca. Sueño de Invierno (Kis Uykusu, 2014) constituye verdaderamente la obra maestra de Ceylan y se ubica en la cúspide de lo que ha sido un desarrollo narrativo/ conceptual escalonado: a pesar de que Lejano (Uzak, 2002), Climas (Iklimler, 2006) y Tres Monos (Üç Maymun, 2008) fueron opus interesantes, abriéndose camino vía una superación prodigiosa, recién con la monumental Érase una vez en Anatolia (Bir Zamanlar Anadolu’da, 2011) se alcanzó una nueva dimensión de profundidad humanista, detallismo y semblanzas ascéticas. Aquí no sólo extiende aún más el metraje total, transformando los 157 minutos del convite anterior en los 196 actuales, sino que consigue “la” proeza excluyente en estos casos, que un periplo tan demandante valga la pena en lo referido a la exposición de la dinámica entre los personajes, su idiosincrasia, un contexto estéril y sus afinidades electivas. El film posee tres protagonistas y cada uno responde a un arquetipo específico de los burgueses autoexiliados en las comarcas inhóspitas: tenemos a Aydin (Haluk Bilginer), una suerte de intelectual sádico y de muy buen pasar económico, su esposa Nihal (Melisa Sözen), típica diletante del martirio de una soledad altruista, y la hermana del primero, Necla (Demet Akbag), otra mujer frustrada que se dedica al viejo arte de aburrirse en medio de su riqueza. Indudablemente el mayor mérito del cineasta radica en la construcción de empatía hacia seres grises, para quienes la desilusión subjetiva se traduce en insensibilidad y agresiones verbales al prójimo, en una espiral en donde el odio y el temor se posicionan por delante de la hipocresía consuetudinaria. De hecho, la propuesta se estructura en torno a dos escenas centrales que justifican de por sí la catarata de elogios que ha recibido en su derrotero internacional: por supuesto que hablamos de los enfrentamientos de Aydin con su hermana y luego con su esposa. La comprensión y el cariño que Ceylan siente por sus personajes no tienen parangón y nos colocan en presencia de un verdadero tesoro del conocimiento vincular, la psicología de nuestros semejantes y la dirección de actores más bergmaniana…
Escenas de la vida conyugal El notable director turco Nuri Bilge Ceylan –que ya había sido premiado varias veces en el Festival de Cannes con films como Erase una vez en Anatolia, Tres monos y Lejano/Distante– ganó nada menos que la Palma de Oro en la última edición con esta ambiciosa (¡196 minutos!) historia de la crisis de pareja entre un veterano actor ya retirado de las tablas que regentea un hotel en Anatolia y su joven esposa. El film -un prodigio de puesta en escena, guión y actuaciones más allá de su por momentos impronta teatral y espíritu chejoviano- describe los conflictos del protagonista (un intelectual presuntuoso, arrogante, cínico y egocéntrico) no sólo con la bella Nihal sino también con su hermana Necla, que ha ido a vivir con él luego de un traumático divorcio, con su servicial asistente y con unos inquilinos que no pagan el alquiler. Sueño de invierno constituye un tratado angustiante y desolador -con algunos excesos de crueldad- sobre las diferencias de clase (que van del resentimiento a la sumisión), los conflictos religiosos en una sociedad con mayoría musulmana y las contradicciones internas de los cultores de la corrección política, que hace que aquellos que consideran al realizador de Nubes de mayo y Climas como un heredero directo de grandes autores como Ingmar Bergman, Andrei Tarkovsky y Théo Angelopoulos quizás no exageren demasiado. Su llegada a 13 salas argentinas, por lo tanto, es todo un acontecimiento cinéfilo.
Ganadora de la Palma de Oro y Premio FIPRESCI en el Festival de Cannes 2014, "Sueño de invierno" es un film que potencia los sentidos y más aún la intelectualidad. Séptimo film de Nury Bilge Ceylan, repite su fórmula de lirismo y ascetismo para hablar de las pasiones reprimidas por las propias personalidades de sus personajes. No hace falta aclarar que no estamos frente a una película de sucesos sino de personajes, su foco está en observar las reacciones frente a simples circunstancias, alejados de los grandes hechos. Alejados, ese es un término que define bien a los tres protagonistas del film. Aydin (Haluk Bilginer) es un actor retirado, encargado de atender un hotel en la Anatolia central, zona casi desértica. Lo ayuda su joven esposa Nihal (Melisa Sözen) con quien mantiene una fría relación imposible de aclimatar. Para cerrar el trío contamos a Necla (Demet Akbag), hermana de Aydin, divorciada, que dice ayudarlo con su tarea. Cada uno tiene sus características marcadas, aunque se unen en la soledad interior que llevan a cuestas, sus pesares de gente bien. Aydin tiene un pasar económico holgado, el hotel le sirve para separarse, alejarse de lo que lo rodea, vive en la perpetua superioridad de cierta clase social. Nihal que pena por el alejamiento de su marido pero no parece dispuesta a bajarse del pedestal ni a resignar algo de su clase. Necla, quizás la más aristócrata, aburrida de no sabemos bien qué, posee una abulia y apatía permanente porque lo que tiene (material) no la conforma. Así son las tres criaturas que el director de "Nubes de Mayo" dibuja con delicadeza, y el gran hallazgo es hacer de ellos algo querible. Ceylan se apiada de sus formas de ser e intenta comprenderlos, se mete de lleno en su intelectualidad y descansa varias alegorías en la forma de ser de clase. Las metáforas estarán a la orden del día, ese invierno que irá cubriéndolo todo a medida que avance el extenso metraje, las miradas y los gestos, actitudes que dicen más que las palabras. Los 196 minutos están plagados de un lirismo subyugante, como si nos invitasen a una lectura de poesía de más de tres horas, una master class. Pero esa frialdad del paisaje y más aún de los personajes es imposible que no se traslade al relato y en definitiva al espectador. La atención se irá disgregando y regresando esporádicamente, Ceylan decide no tensar las cuerdas más que en puntuales escenas de explosión dramática. Aclarar que estamos frente a ese tipo de cine que algunos consideran excluyente, resultaría redundante; tampoco creo que sea el film ideal para iniciarse en el mundo del director turco. "Sueño de inivierno" es un film bellísimo y manejado con maestría; aunque quizás, dentro de una filmografía ya consagrada y plagada de momentos únicos puede sonar a promedio.
La caída de un intelectual, centro de un film que maravilla por su rigor formal. Ganadora de la Palma de Oro en la última edición del Festival de Cannes, la más reciente película de este talentoso cineasta turco (también premiado en ese mismo festival por Érase una vez en Anatolia, Tres monos y Lejano/Distante) tiene como protagonista a un arrogante intelectual que, después de trabajar unos años como actor, se dedica a regentear un solitario pero coqueto hotel enclavado en el majestuoso paisaje de Capadocia, en plena estepa de Anatolia, y a escribir sesudos artículos periodísticos. A primera vista, ésas parecen ser sus principales preocupaciones. Sin embargo, un incidente sorpresivo y banal (un niño rompe de una pedrada uno de los vidrios del coche con el que el atribulado y solemne Aydin viaja por una ruta desierta) desata el conflicto inicial de la historia, propio de una novela de Dostoievski: la familia del chico tiene con él una deuda económica que crece y su firme reclamo desembocará en una serie de incómodos sucesos en los que la pertenencia de clase estará en primer plano. De ahí en más, los problemas para Aydin se presentarán en cadena. Y a pesar de contar con la posibilidad de regodearse en la inmensidad de ese lugar imponente ubicado en el corazón de Turquía, el escenario será siempre ese espacio cerrado pensado para recibir turistas, bautizado pretenciosamente "Othello" (alusión al pasado teatral del protagonista) y transformado en campo de agudas batallas dialécticas relacionadas en primer lugar con las crisis de los vínculos (una de las pocas excepciones en el marco de esa puesta rigurosa es una formidable y pregnante escena en exteriores protagonizada por un díscolo caballo negro). Maestro de la esgrima verbal, Aydin se trenzará con su joven esposa y su desencantada hermana en dos discusiones larguísimas cuyo clima remite inocultablemente al cine de Ingmar Bergman y está claramente determinado por la apuesta formal de Ceylan, que sostiene con enorme convicción la duración de cada plano y mantiene prudencial distancia del rostro de los personajes para eludir los subrayados. Ahí aflorará la soberbia, la profunda neurosis y la violencia contenida del protagonista, rey de ese lugar frío y melancólico a punto de ser derrocado, acuciado por la culpa y el arrepentimiento, herido en su orgullo, lastimado por la pérdida de la confianza en sí mismo. Ceylan usó como punto de partida para esta película, de duración inusual (más de tres horas) pero realmente atrapante, tres relatos de Anton Chejov. Pero la historia también remite a aquella cruda y muy famosa afirmación de Scott Fitzgerald en El Crack-Up: "Toda vida es un proceso de demolición". Aydin parece resuelto a llegar hasta el final en su afán autodestructivo, para intentar, en un futuro que podemos adivinar, emprender con otra energía una existencia diferente.
El frío de la melancolía. Ganadora de la Palma de Oro en Cannes, la película del realizador turco trata sobre la vanidad... y el amor. Los personajes de Nuri Bilge Cey- lan parecen haber nacido para el sufrimiento. El realizador turco de Erase una vez en Anatolia, Tres monos y Lejano trabaja sus puestas desde la actuación. Su manera de contar no es la de mostrar. Los intérpretes de Sueño de invierno -con una base chejoviana y el naturalismo de Dreyer, más el guiño a Cuento de invierno, de Shakespeare- llevan adelante el argumento en sus diálogos y/o casi monólogos. La trama no es una mera excusa. Aydin es un actor retirado, que, entre otros modeos de sobrevivir, regentea un hotel entre las ruinas de Anatolia y administra uns propiedades que ha heredado, junto a su mujer, mucho más joven. Es el rol de la mujer en la cultura islámica el que experimenta un giro en Sueño de invierno., y con él, el del protagonista. Hay una contraposición entre Nihal, la esposa de Aydin, y Necla, su hermana, que viene de afrontar un divorcio complicado. Son dos maneras de ver el mundo, o de afrontar los cambios socioculturales. Nuri Bilge Ceylan deja que se expresen largo y tendido. No por nada la película, ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes 2014, dura 196 minutos. El relato tiene a Aydin como centro, como pivote para ir adentrándose en otras historias que corren en paralelo, como la de los inquilinos. Si la cámara va y regresa, la pintura que hace de Aydin, culto y erudito, también es lapidaria. El hombre es cínico, engreído, pero también patético. Se ha aislado en las montañas, y se autodefine como el único que puede escribir la historia del teatro turco, rodeado de libros. Pero si por su arrogancia cuesta despertar simpatía, su vida está llena de mojones con sueños que se han roto. Las relaciones en la pareja -de ahí el comienzo de la crítica, sobre el sufrimiento que atraviesan los protagonistas- están marcadas por un romanticismo pesimista. El juego de las miradas desnuda, cuando no las palabras, esa posición de sometimiento de Nihal. El choque de culturas -y de clases sociales-, y los celos son abordados sin medias tintas. El director hace una película de cámara, sin apelar a los virtuosismos formales de Climas: lo que hay que decir, se dice en palabras. Aunque hay lugar para las alegorías o los símbolos. Como la nieve, que se adivina y se ve pesada, acumulada y cayendo sobre el hotel, agobiando.
Escenas de la vida conyugal La maestría formal de Nuri Bilge Ceylan es indiscutible. El cineasta encuentra siempre el encuadre justo capaz de transmitir el estado físico, emocional o mental de sus personajes. Su singular búsqueda de belleza, a través de un cine impuro que dialoga con otras artes para que surja lo más íntimo del ser humano, remite a las obras de Antonioni y Bergman. En el previsible panorama contemporáneo, Sueño de invierno es una película fuera de norma que convoca al placer de sumergirnos con cierto gusto proustiano en el gran cine de autor de los años sesenta. En un hermoso hotel de la Anatolia profunda vive Aydin, propietario y también actor retirado, junto a su joven y bella esposa Nihal y a su hermana Necla, que acaba de divorciarse. Los paisajes son fabulosos, los clientes escasean y la vida parece agradable pero un poco monótona para estos burgueses cultivados. La tranquilidad aletargada por la llegada del invierno va a ser interrumpida por un incidente: un niño de la aldea arroja una piedra al coche de Aydin. Luego nos enteramos de que el pequeño quería vengar a su padre, un expresidiario que alquila una casa perteneciente al protagonista. Este embrión de lucha de clases desestabiliza a Aydin. El demócrata iluminado es brutalmente devuelto a su condición de propietario explotador y el incidente se propaga dentro del hotel como una onda sísmica. La película avanza con largas sesiones de diálogo, disputas en un sentido casi medieval, justas verbales que exploran temas morales como el mal, el arrepentimiento, el perdón, el remordimiento o la verdad. La palabra desempeña un papel preponderante. Los diálogos de alto vuelo, tan intimistas como políticos y filosóficos, constituyen la materia prima y desnudan de a poco la hipocresía burguesa. El juicio y la humillación circulan entre los personajes que caen bajo golpes de palabras, se recuperan y devuelven el argumento con la misma dureza. Al igual que otras películas de Ceylan, Sueño de invierno está atravesada por referencias literarias; aquí el drama shakesperiano con la compasión como tema central se funde con los clásicos del cineasta turco: Chejov y Dostoievski. Por otro lado, tanto la fábula absurda sobre el valor de la existencia como la organización geográfica recuerdan al minimalismo de El castillo de Kafka: el hotel está situado en un Olimpo confuso y difícil de alcanzar, la aldea debajo yace ahogada en el fango. Las paredes de la oficina de trabajo de Aydin están repletas de signos literarios y teatrales. La escritura representa el noble proyecto de toda una vida pero, paradójicamente, la palabra es el refugio de los instintos más bajos. Los esfuerzos de Nihal en favor de las escuelas primarias de la zona son el detonante de una interminable y magnífica pelea conyugal, filmada con una sobriedad ejemplar, entre una mujer joven y hermosa y un hombre que se acerca a la muerte. Los editoriales de Aydin para una revista regional, con una mirada corrosiva sobre las posiciones de algunos intelectuales laicos, son el punto de partida de una feroz disputa entre hermanos. Los actores hacen gala de una sutileza de largo aliento que otorga a los intercambios verbales la intensidad de las escenas de acción. Ceylan elabora hábilmente formas de tensión con la dilatación de los tiempos, con la irrupción de una ironía discreta o con la inesperada intervención de la violencia. La película es también el viaje del personaje dentro de sí mismo. La magnífica composición de la luz oscila con notable fluidez entre los cálidos interiores que acompañan el ocaso de sus habitantes, y los fríos, erosionados y espectaculares escenarios de la Capadocia. Luego de una conmovedora pelea conyugal en la habitación del protagonista, el cineasta cambia de escala reduciendo a sus personajes a simples siluetas perdidas en un paisaje eterno.
Sueño de invierno que induce al sueño en toda estación. A poco de empezada esta larga y amodorrante película, una pedrada nos despierta. Un niño atacó el jeep en que viaja el protagonista, dueño de unas casas, y el padre del chico no piensa castigarlo. Subyace el resentimiento entre el propietario que días atrás envió al oficial de justicia para efectuar un embargo y el inquilino muy ofendido pero incumplidor. Un hipócrita lleva al niño a pedir disculpas. Lo que pasa entonces puede asociarse con la escena siguiente, donde un caballo es doblegado tras furiosa lucha. Punto. Con esa sola situación los hermanos Dardenne hubieran hecho un relato breve e intenso, de inquietante contenido moral. El turco Nuri Bilge Ceylan hace sólo un capítulo más atendible que el resto, y dedica el resto, que excede las tres horas de proyección, a extensas e inconducentes conversaciones entre el protagonista, su esposa joven pero agotada, su hermana agria y resentida, y otra gente que difícilmente sepa cantar el Himno a la Alegría. El personaje es un actor retirado, dueño de un hotel turístico poco atractivo y unas casas viejas que alquila a los pobres. Pero no atiende el hotel. El se dedica a escribir reflexiones que otros publican respetuosamente, y a divagar con las mujeres, que poco respeto le tienen. El sujeto se llama Aydin, y, según dicen los que saben, eso en turco significaría "iluminado", término actualmente aplicado en forma despectiva a los intelectuales que miran y opinan desde lo alto de su torre (en este caso, desde el fondo de su cueva en Capadocia). El y los suyos hablan pero muestran notable desgano a la hora de ayudar a alguien en forma concreta. La hermana le reprocha "pereza y cobardía", "capacidad de no ver", pero ella, por su parte, no hace nada y encima critica a una mujer caritativa. En fin, por ahí va la mano, con vueltas y más vueltas hasta completar los 196 minutos que dura todo esto. El año pasado, en Cannes, un jurado presidido por Jane Campion y apuntalado por Jia Zang-ke dejó en cuarto término a "Leviatán" y "Mr. Turner", desdeñó olímpicamente "Timbuktú, "Dos días, una noche", "Sils Maria" y "Relatos salvajes", galardonó el divague godardiano de "Adiós al lenguaje" y consagró este plomo con la Palma de Oro. Cabe reconocer que no estuvieron solos. La crítica snob también se muestra complacida con la amodorrante y exquisita lentitud del cine de Nury Bilge Ceylan, y está dispuesta a encontrar en sus largos diálogos la cúspide del pensamiento intelectual más brillante. Lo compara con Bergman y Dostoievski, pero estos autores además de profundidad tenían nervio, sangre, y sentido del suspenso. Y él se compara con Chejov, pero sólo en la melancolía y languidez de sus ambientes y personajes. Chejov tenía un sentido del humor que aquí no existe. En síntesis, baste decir que más interesantes son Onur y Sherezade.
La película ganadora del festival de Cannes, del director turco Nuri Bilge Ceylan, es una profunda indagación sobre las relaciones humanas, la sociedad, el gobierno, las tensiones entre los que tienen el poder del dinero y los desposeídos, la fragilidad de los vínculos. En su extenso metraje (tres horas y cuarto) nunca decae el interés: un actor retirado que regentea un hotel en un lugar de ensueño, su hermana, su mujer, sus empleados e inquilinos. Contundente, profunda, bella llega hasta el fondo de cada personaje.
El individuo y sus fragilidades. Breve presentación del realizador turco Nuri Bilge Ceylan (nacido en 1959): se trata de uno de los nombres más importantes del cine de las últimas dos décadas, un director abonado a los festivales clase A y ganador de premios, como la Palma de Oro en Cannes por el estreno que nos ocupa, todo un acontecimiento para la cartelera local. Tres monos, Érase una vez en Anatolia, Climas y Nubes de mayo son algunos de sus títulos, áridos, de extensa duración, donde se concilia una puesta en escena minimalista pero nunca excesiva y una lectura particular sobre el mundo. La acción, o en todo caso, las conversaciones que se entablan entre los personajes de Sueño de invierno, se ubican en una zona montañosa de Turquía, con clara preeminencia de un hotel como (casi) único espacio físico. El disparador argumental es la agresión de un chico contra el auto de Aydian, el personaje central del film, un cínico y arrogante intelectual que parece extraído de un texto de Chejov. La referencia al escritor ruso no es casual, ya que las derivaciones del caso llevarán a que Ceylan explore a los habitantes del pueblo –donde Aydan es uno de sus "señores"–, especialmente, a la joven esposa del protagonista y hasta a su hermana, recién separada. El tono es gris y lúgubre, las conversaciones conforman el corpus central del film, la luz mortecina describe a un paisaje helado y mortuorio que parece detenido en el tiempo. Por momentos, la forma en que se expande el argumento de Sueño de invierno recuerda a algunos títulos del gran Ingmar Bergman, también a la transparencia temática del cineasta griego Theo Angelopoulos y a los tempos cansinos de la obra del húngaro Bela Täar. Ceylan, por lo tanto, es un director que oscila entre la importancia de los temas que aborda (muchísimos en Sueño de invierno) y un bajo perfil destinado a no subrayar los contenidos. Allí estaría el secreto de su cine: convertir a sus temas en relatos universales, incómodos para disfrutar (extraordinarias las dos discusiones de Aydian con su hermana y luego con la esposa), pero extrañamente seductores por su exposición y franqueza. Por eso las más de tres horas del film jamás se hacen eternas y transcurren placenteramente
Existen películas que merecen ser vistas una infinidad de veces, y no solo por sus elementos aislados (actuación, fotografía, entre otros), sino justamente por su conjunto, por el resultado que se obtiene de esa agrupación. Ese mundo creado hace que un film deje de ser una simple producción para convertirse en una obra maestra. Lo primero que aterra de Sueño de Invierno (Kis Uykusu) es su duración pero quién entienda de construcciones de universos, sabrá comprender sobre el tiempo que se necesita para desarrollar una historia tan claustrofóbica como sublime. Nuri Bilge Ceylan necesita de 196 minutos para narrar la vida y el entorno de un personaje atrapado en la piedra en Capadocia. Aydin, es un actor retirado y ahora se dedica a la administración de una posada-ubicada en Anatolia Central-, que pasa sus días encerrado en una pequeña oficina, su refugio existencial, para escribir un libro sobre el teatro turco y una columna semanal para un diario local. Aydin está casado con una joven y hermosa mujer, y mantiene a su hermana recién separada. Es dueño de un hotel muy codiciado y de otras propiedades que alquila. También es culto e inteligente pero también posee la vanidad del actor. Aydin tiene todo pero nada alcanza para lograr la felicidad. Sueño de Invierno: Geografía de los sentimientos. Cada situación preponderante se desarrolla en un espacio cerrado y casi en penumbras. En escenas de casi veinte minutos los personajes escupen su odio y aborrecimiento, su sentir se pone en la piel pero siempre en un tono justo y moderado. Tanto su fotografía en claroscuro como los diálogos de los personajes son comparados con la maestría de Ingmar Bergman. Y, por supuesto, la historia se desarrolla durante el invierno, estación que penetra en los huesos y cala hondo en el alma.
A Chejov con cariño El cineasta turco Nuri Bilge Ceylan cautivó una vez más al Festival de Cannes y obtuvo en 2014 la Palma de Oro por su nuevo opus Sueño de Invierno, donde dialoga intertextualmente por un lado con el cine del sueco Ingmar Bergman o del Italiano Michelangelo Antonioni y con la literatura de Anton Chejov, Fiódor Dostoievski, entre otros, para dar rienda suelta a partir de sus personajes a un puñado de reflexiones sobre la decadencia de valores en el islamismo, la ruptura social con una diferencia de clases cada vez más evidente y la crítica solapada a la mirada intelectual o al distanciamiento dialéctico de la realidad cuando en lo discursivo se esconde la cobardía y la melancolía por un mundo mejor y más justo. El protagonista pivote de este relato, Aydin (Haluk Bilginer) de 3 horas 16 minutos, dialoga con diferentes personajes secundarios que se acoplan a su procesión y a su viaje persona. Con cada uno de ellos entabla una acalorada discusión sobre diferentes tópicos, pero en la que paulatinamente transparenta un carácter soberbio, cierta melancolía por la juventud ya perdida y el desencanto por la sociedad o el entorno. Actor ya retirado, heredero de varias propiedades que comparte con su hermana Necla (Demet Akbag), su vida transcurre entre los diálogos y la preparación de artículos para publicar en un periódico de baja tirada. Ese pequeño detalle de trabajar sin un sentido más que el anhelo y egoísmo de un escritor frustrado es uno de los puntos claves que lo separan de su pareja Nihal (Melisa Sözen), mucho más joven que él y que no oculta el odio por vivir a su sombra como mujer de. Lo que el director de Climas (2006) propone como parte de esta puesta de cámara en el sentido teatral, más que el cinematográfico, es una historia para mostrar dos miradas sobre el mundo y sobre el rol de la mujer en la sociedad turca. La enorme diferencia entre la pasividad de Necla, hermana del protagonista, que no hace otra cosa que aburrirse frente a la independencia buscada por la joven Nihal; sus intentos apresurados de caridad con los carenciados o los enfrentamientos formales ante su esposo, hablan a las claras de este propósito. Pero como estamos en presencia de un film que reflexiona sobre la ética y moral de sus personajes, el detonante de ese largo debate de posiciones, que encuentra su mayor expresión en charlas de apariencia banal, es un incidente menor pero que acarrea toda una larga cadena de situaciones y conflictivas subyacentes para explorar rasgos de la condición humana. Sin que el espectador advierta, una piedra arrojada por un niño estalla en el vidrio del vehículo en el que se transporta Aydin y su mano derecha Hidayet. Volantazo mediante para evitar un accidente mayúsculo, Hidayet apresa al agresor, nada menos que el hijo de uno de los inquilinos morosos de Aydin y deciden devolver al pequeño a su hogar no sin antes prevenirle al padre sobre lo sucedido. El padre del pequeño, lejos de ensayar una disculpa, expresa un absoluto desprecio sencillamente porque sus interlocutores pertenecen a otra clase social, sabiendo que debe el alquiler y que por ese motivo el desalojo está a la vuelta de la esquina. Desde ese conflicto mínimo, el director de Tres Monos (2008) suelta amarras para subirnos al transatlántico y navegar así en las aguas más profundas de las miserias y las virtudes humanas; para anclar en la tensión irresuelta entre la culpa y la redención como posibles escapes aliviadores cuando la mustia y gris existencia parece solamente alcanzada por el tiempo. Contraste de grises en lo que a conductas se refiere en un manto de blancura que aporta la estepa helada de Capadocia, lugar en donde se encuentra el hotel Otelo, que recibe a los turistas y mantiene el estatus y negocio de Aydin para que éste se desentienda de la supervivencia cotidiana y así pueda salir en busca de un horizonte, donde las críticas a su arrogancia no caigan con la misma virulencia que la nieve que tapa todo. Sueño de Invierno no sólo hace alusión a William Shakespeare, de ahí también el nombre del hotel, en clara referencia del dramaturgo inglés que versa entre otras cosas sobre los celos y su poder destructivo, sino que recae en el homenaje al escritor ruso Anton Chejov tomando prestados tres de sus relatos, que aquí son el mejor pretexto para desarrollar cada uno de los monólogos y diálogos agudos donde la precisión narrativa es asombrosa.
El cine del turco Nuri Bilge Ceylan parecía demasiado influido por los maestros iraníes al principio. Pero hoy ha encontrado un camino propio. La acción transcurre en un hotel de Anatolia que dirige un ex actor acompañado por su mujer (más joven) y su hermana recién divorciada. Aquí hay dos elementos básicos: el gran paisaje que disuelve a veces a los personajes y largas conversaciones sobre cuestiones simples pero de vibración compleja. El milagro de la película es que no aburre jamás: logra que nos interesemos por todo, y que nos hagamos preguntas. La forma en que el ambiente se combina con las preocupaciones de sus criaturas hace que en cada instante las palabras tomen una dimensión nueva y totalmente cinematográfica. absoluto del ritmo y del tiempo. La película nos concede una pausa rica y nos recuerda cuántas cosas distintas puede ser el cine.
La aridez En la película del turco Nuri Bilge Ceylan (última Palma de Oro en el Festival de Cannes) todo elemento temático aparece como inseparable a su forma. Sueño de invierno (Kis Uykusu, 2014) es un film riguroso, de composición milimétrica, pero jamás vacuo; su espacio es el ideal para transmitir la aridez del protagonista. Aydin (Haluk Bilginer, tremendo actor) es un hombre de mediana a avanzada edad; actor retirado que vive en su propio hotel en la casi inhóspita Anatolia; “casi”, porque, además de sus huéspedes, viven no muchos habitantes más. Algunos de ellos son inquilinos que tienen problemas para pagar el alquiler, y esbozan una línea más social de la película (jamás condescendiente ni paternalista). Aydin es también un intelectual. O al menos intenta serlo. Como una especie de Tío Vania (el cine de Ceylan, sobre todo esta película, guarda una notable filiación con la dramaturgia de Chejov), su prédica sobre el afuera es prepotente, pesimista, un tanto petulante. Su mirada sobre el mundo queda registrada en un diario local en donde publica una suerte de “notas de observación”. Vive junto a su joven esposa Nihal y a su propia hermana, quienes a medida que avanza la película le harán notar sus falencias, no tanto para ayudarlo a mejorar, sino como efecto de una implosión tras años de frustración. Quienes hayan visto dos joyas como Lejano (Uzak, 2002) y Climas (Climates, 2006), entre las siete películas de su filmografía, sabrán que Nuri Bilge Ceylan es un autor que va “por todo o nada”. Las líneas rectoras de su cine son rigurosidad pictórica en la concepción del plano, y el trabajo sobre lo que a modo de síntesis podríamos señalar como “teoría del iceberg”: mostrar la superficie, sin obviar todo lo que pasa debajo. Así, su cine invita a descubrir el “adentro”, lo que en una primera visión puede resultar intrascendente. Esas decisiones en algunos momentos lo acercan a la grandilocuencia, de la que logra escapar merced a la densidad temática que le da sustento a la forma. No por nada se lo ha comparado con Bergman. En Sueño de invierno (¡de 195 minutos de duración!), el realizador utiliza como telón de fondo la llegada y el apogeo del invierno, ámbito especular de Aydin, personaje que puede generar antipatía y conmiseración de un plano a otro, el “observador” de los dramas ajenos. Un observador pasivo, tal vez, pero cuyas decisiones (las más notables son las que más se demoran) sirven para conocer más de las miserias, decepciones, sueños incumplidos y temores de él mismo y de quienes lo rodean. Por momentos, la trama deviene en secuencias de apuesta teatral (jamás teatro filmado, que no es lo mismo), y entonces el diálogo se transforma en el mejor conductor del drama interno. Intercaladas con monumentales espacios áridos, esas palabras cobran otro sentido, y la película entera adquiere un aura melancólica, aletargada. La línea más “social” es la que vincula al personaje con una familia de inquilinos que no pueden pagar el alquiler, y que hacia el final de la película abrirá una arista más dolorosa sobre la injusticia y la diferencia de clases, pero desde una perspectiva menos tranquilizadora, más potente. Está claro que estamos frente a un cine que demanda un espectador que le dé sentido a la acumulación de pequeños gestos que, en su conjunto, revelan un mundo. Ceylan propone una mirada sobre ese universo tan particular y a la vez universal que es el matrimonio, integrado en el devenir del relato a otros temas igualmente universales como la lucha de clases, la juventud, la necesidad de mantener intacto el deseo.
Nuri Bilge Ceylan es de esa clase de cineastas que viene de la tradición de los Grandes Temas. Pero a diferencia de otros que lo precedieron en los últimos años –digamos, Theo Angelopoulos o Bela Tarr–, el realizador turco tiene la costumbre de manejarse en un perfil si se quiere más bajo, con historias pequeñas que logran su Trascendencia Temática a partir de elementos específicos de sus tramas y no por estar organizadas como Grandes Discursos sobre, digamos, “el estado de las cosas”. Es eso, entre otras cosas, lo que no le ha permitido canonizarse del todo como uno de los Grandes Autores del Cine Contemporáneo. (NOTA: esta crítica se escribió durante el Festival de Cannes 2014, antes de que la película ganase la Palma de Oro y confirmara esa “canonización”) SUEÑO DE INVIERNO es su apuesta más directa al gran título de “cineasta contemporáneo como gran pensador de los temas que nos ocupan”, pero de todos modos el realizador turco no termina de perder la línea del bajo perfil. Las suyas siguen siendo películas-río, extensas, con pocos personajes, largas escenas y muchos diálogos, en la que los “statements” quedan disimulados bajo una impronta de realismo de procedimiento. Es una película que habla de muchas, acaso demasiadas, cosas (desde las relaciones de pareja hasta los gobiernos autoritarios, del estado de la cultura contemporánea a la situación económica y la decadencia moral de la burguesía), pero siempre lo hace desde un lugar en apariencia discreto. winter sleep 1Es por eso que la comparación entre el cine de Ceylan –y, especialmente, esta última película– con el teatro de Chejov se vuelve inevitable. Casi toda la película transcurre en un hotel enclavado en medio de las montañas de Cappadocia, Turquía, y son varios los que han apuntado su estructura y convenciones dramáticas propias del teatro. Es cierto que el filme de Ceylan se construye en buena medida de conversaciones y que a falta del recurso de road movie de su anterior ONCE UPON A TIME IN ANATOLIA, este filme puede parecer más propio para un escenario, pero pensarlo de ese modo es muy reduccionista. El poder del cine de Ceylan es explícitamente cinematográfico, está en la manera en la que su cámara observa a sus personajes, en cómo esos largos diálogos y/o discusiones cobran una verdad que solo puede ser tal gracias a la cámara. Son más de 200 minutos centrados en la vida del dueño de ese hotel, Aydian (Haluk Bilginer), un ex actor, actual escritor y periodista que es también heredero de una enorme cantidad de tierras, incluyendo el hotel en cuestión. Allí vive con su esposa, Nihal (Melisa Sozen), con la que no se lleva demasiado bien. Y a lo largo del filme los veremos interactuar con varios personajes más: huéspedes, su “capataz”, su hermana y varios pobladores de los pueblitos que rodean la zona. La “trama” se lanzará, literalmente, como un piedrazo. Es el que un niño tira contra el auto en el que Aydian viaja. Esa agresión, para el conductor inexplicable, desatará lo que terminará convirtiéndose en el tema del filme: su descubrimiento de su lugar como figura odiada en ese hábitat. winter sleep 3Es que el culto y refinado Aydian no es del todo consciente ni de su lugar en ese mundo ni de las consecuencias de sus actos, escondiéndose acaso bajo la pátina de la alta cultura que lo rodea y a partir de la cual se siente diferente a los demás y capaz de entender todo lo que sucede. Es evidente que no puede y de a poco se irá dando cuenta que ni los que trabajan para él, ni los habitantes del pueblo, ni su propia mujer lo admiran o respetan como él cree o espera. La película consiste en largas escenas/diálogos que van cerrándose sobre el personaje, sobre su caída en desgracia. Al principio las conversaciones parecen de sobremesa: gente que se cruza en el lobby del hotel, viajes y caminatas para hablar sobre, digamos, “el estado de las cosas”. A partir de la hora de narración Ceylan empieza a centrar su foco en cosas específicas y en las consecuencias ligadas a ellas. Lo que sucede con el piedrazo, los deseos de su esposa de hacer beneficencia, la relación de Aydian con su hermana y, especialmente, la puesta en claro de la muy frágil unión matrimonial que mantiene con su esposa, algo que saldrá a la luz con mucha potencia dramática en una larga escena de discusión que ambos mantienen y que dura por lo menos media hora. winter_sleep 2En esa discusión –y en las decisiones posteriores de la pareja– se ve no solo la fragilidad de su relación sino la tenue y equivocada idea que el protagonista tiene respecto de su lugar en ese mundo que controla como un déspota cultivado. Es esa toma de conciencia –que ese “bien” que él cree estar haciendo no se lee como tal por los demás– la que produce el nudo dramático del filme. Y es, también, la que le da a la película sus resonancias políticas. Algo similar pasa con su mujer, que también tendrá un shock cuando –casi como si fuera la esposa de un clásico gobernante– crea que pueda solucionar problemas sociales y personales con dinero de beneficencia. En esos bellos y oscuros escenarios, con el frío dominándolo todo de a poco pero inevitablemente, es que Ceylan juega sus pasos de baile dramáticos. Son diálogos y encuentros –enfrentamientos, casi– que sacan a la luz grandes temas, pero también sirven para construir personajes riquísimos en complejidad y ambigüedad. La combinación de esos factores –el poder emocional que Ceylan logra al final de los 200 minutos de relato– sirven para conformar una película notable, una a la que los premios no le quedarán grandes más allá de que evidentemente ha venido a buscarlos.
In the fabulously written and consummately directed new film by Turkish filmmaker Nuri Bilge Ceylan (Distant, Three Monkeys, Once Upon a Time in Anatolia), winner of the Golden Palm and the Fipresci Award at Cannes), there’s a former actor-turned writer, Aydin (Haluk Bilginer) who has a weekly column at a local, unimportant newspaper. He has been trying to write a book on Turkish theatre for quite some time now. He also owns an isolated hotel and is the landlord of a house in the Anatolian mountains, whose tenants are many months in arrears in their rent. Aydin claims he was a free spirit in his youth, yet how much of that is true remains to be seen. He certainly is no iconoclast now. He’s unyielding, demeaning, unaffectionate, and unconfident. But he puts lots of inconspicuous effort in looking laid-back, flexible, caring and secure. To a certain extent, he believes his own act. This is why his sister Necla (Demet Akbag), a divorced woman still in pain, never ceases to point it out in a seemingly fair , yet ultimately brutal manner. She’s also uncompromising, but unlike her brother, she has nothing to do in her life and sits around the house all day. She has moved to the house which once belonged to their father to get over the divorce and make a new start. Instead, she blames Aydin’s temper and bossiness for her idleness and emotional, when not existential, discomfort. There’s also Aydin’s much younger wife, Nihal (Melisa Sozen), who has achieved nothing on her own and is no longer in love with her husband. However, unlike Necla, she’s found the next best thing: she’s become a philanthropist (with her husband’s money, that is). She too has hidden (and not so hidden) complaints and longings, and is sometimes unafraid to speak up. Yet, for the most part, she is almost completely eclipsed by her husband. Add a drunken and violent tenant, his unemployed and unproductive brother, and his brother’s son, a young, resented kid who won’t utter a word. There’s also a disillusioned friend of Aydin’s, who’s buried his wife a long time ago and whose sister lives far away. Other characters come into play, but it’s better to discover them as you get involved in a series of a long, nearly perfectly-articulated intellectual conversations and emotional verbal exchanges in which these people scrutinize and judge each other unremittingly. Other times the dialogue is about the futility of good intentions, the impossibility of turning malevolence into goodness, the destructive effects of the passing of time, the tediousness of everyday life, which holds no surprises, the inner crisis that make you stumble and fall, and the transformation of past dreams into present cynism. This is, among other things, seamlessly woven on a large canvas. And although the characters do criticize each other heavily, Ceylan never casts a judgmental gaze on them. Smartly, he’d rather leave it up to viewers to respond to this scenario. This is, indeed, a very distressing film. Consider that you are often witness to algid, cerebral discussions that quickly swift to heated arguments addressing particular and universal questions. As is the case with accomplished chamber pieces, the performances are as compelling as they can be. It’s not only how they speak their lines, it’s not only the minor and major gestures, it’s not only the gazes, but, equally impressive, their use of silence as aneloquent dramatic device. The editing makes each shot last exactly what it has to so as to keep the story flowing swiftly. And we’re talking about a film that runs 196 minutes, which actually feel like 120, 130 minutes, at most. There’s only something to regret, which is not a serious flaw but not a minor one either. It’s not too rare that the dialogue is “too well written,” as in common conversation, but rather from a novel or a play. When this happens, you tend to disbelieve the raw realism Ceylan achieves so well. As this only happens from time to time, it may be disregarded for the sake of a film that goes unexpected places with unusual depth and lucidity. Best of all: it never tries to be enlightening. That’s the stuff minor filmmakers go for.
El don de la palabra en una obra minuciosa, reflexiva y profunda Contar cosas verdaderas por métodos artificiales, eso es lo que significa el cine para el director turco Nuri Bilge Ceylan. En su séptima película, “Sueño de Invierno”, se propone contarnos una historia sobre la insatisfacción en medio de un paisaje tan bello como solitario. Ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes 2014, la obra narra la historia de Aydin, un actor retirado, dueño de un hotel en Capadocia. Allí, pasa sus días escribiendo diferentes artículos para un diario local en compañía de su joven esposa Nihal, con la cual mantiene una relación distante. Los acompaña también su hermana Necla, recientemente separada. A medida que avanza el invierno, el hotel deja de ser un simple refugio para convertirse en el lugar donde estallan sus verdaderos sentimientos de desazón. Inspirándose en tres relatos de Chéjov, Nuri Bilge Ceylan nos adentra en un drama que desnuda la condición humana. El invierno y la nieve que poco a poco van cubriéndolo todo, son el claro reflejo de la abulia, incomodidad y falta de empatía real que cada personaje experimenta por el otro. Al frío exterior se le opone la fingida calidez de los interiores. El piedrazo que Aydin recibe en el vidrio de su camioneta- por parte de un niño cuya familia fue embargada por sus abogados por no pagar el alquiler - será el comienzo de un descenso lento y preciso que lo pondrá de frente al vacío de su existencia, pero también al de su mujer y al de su hermana. Esta última actúa como la voz lacerante y mordaz que saca a la luz todo lo que Aydin se niega a ver. Nada queda librado a la suerte en esta película estructura por la palabra. Cada diálogo es el inicio de una contienda discursiva que no deja entre los interlocutores vencedores, sino vencidos. Y a medida que avanza el film, esos diálogos que se van volviendo cada vez más densos, nos ayudan a terminar de comprender quiénes son realmente esos personajes complejos. Aunque por momentos pareciera que existe un desfasaje entre lo que dicen y lo que hacen. Especialmente ante el resto de la comunidad. “Sueño de invierno” es una obra minuciosa, reflexiva y profunda que bien vale sus 3 horas 16 minutos de duración. La fotografía, los escenarios, el trabajo de cámara y de edición, hacen de ella una pieza poco frecuente con manifiestos toques de maestría.
Escuchá el audio (ver link).
Escuchá el audio (ver link).
Drama psicológico en medio de la Estepa “Sueño de invierno”, la película escrita y dirigida por el realizador turco Nuri Bilge Ceylan, al igual que otros filmes de su autoría, ha merecido la Palma de Oro en el último Festival de Cannes. Ceylan, ya prácticamente convertido en uno de los directores favoritos de ese prestigioso tribunal, ofrece en esta oportunidad una arriesgada propuesta que impacta por su rigor formal y su remembranza del cine europeo setentista, con una marcada influencia de Bergman. También se debe destacar que, al igual que el cine de autor de aquella época, “Sueño de invierno” acusa una poderosa influencia del género teatral y a ello hay que agregar que la historia está inspirada en tres relatos de Chéjov, el popular escritor ruso del siglo XIX. La historia transcurre en la Estepa turca de Capadocia, en pleno invierno. Una zona donde el clima extremo condiciona la vida de manera implacable, poniendo su impronta a todo el acontecer humano. En ese lugar, las poblaciones son pequeñas, es una zona rural, donde la supervivencia es prácticamente elemental y básica. El protagonista central de este relato es un hombre mayor, Aydin, quien durante su juventud fue un reconocido actor teatral, y que en la madurez, casado con una mujer muy bella y bastante más joven que él, decide hacerse cargo de las propiedades que ha heredado de sus padres, entre ellas, un hotel instalado en el corazón de la mencionada Estepa, lugar en el que ha decidido también vivir junto a Nihal, su esposa, y Necla, su hermana. Aydin pertenece a la clase más acomodada, que está compuesta por terratenientes integrantes de familias que constituyen la población histórica del lugar. En sus ratos libres, Aydin escribe artículos de opinión para un periódico regional, en donde comunica sus ideas sobre diversos temas de interés general. Su rincón favorito es la sala donde tiene su escritorio, sus libros y su notebook. Allí suele mantener conversaciones íntimas y literarias con su hermana Necla, quien ha decidido también vivir en la vieja casona paterna. Él está sentimentalmente distanciado de su mujer, que ocupa otras dependencias de la propiedad, donde desarrolla tareas sociales que tienen como destinatarios especialmente a los niños de las familias menos favorecidas del lugar. Y Necla atraviesa por una etapa melancólica debido al duelo por la separación de su marido, al parecer, un hombre que se ha desmoronado moralmente y se ha entregado al alcohol y a los vicios. Aydin reparte su tiempo también en el seguimiento de la administración de sus otras propiedades, ocupadas por inquilinos, para lo cual cuenta con la ayuda de abogados y otro tipo de dependientes, particularmente, su chofer, con quien mantiene una relación de confidencialidad y confianza más estrecha. En esa tarea, en el presente del relato, Aydin debe afrontar un conflicto con una de las familias que ocupa una de las viviendas en alquiler y que por circunstancias complejas, los ocupantes se han convertido en deudores morosos. Además, el hombre se reúne cada tanto con otros propietarios como él, quienes representarían a las personas más influyentes y las que suelen tomar decisiones referidas a la marcha de la vida social de la región. En ese ambiente árido y rudo, el protagonista atraviesa una crisis personal que se manifiesta a través de las diferencias que tiene con su esposa, con quien suele discutir a menudo, situación que les pesa y les duele a ambos, pero que a pesar de todo, prefieren darse espacio y no llegar a la ruptura. A ello se suma el abandono de lo que parecía ser su vocación, el teatro, y la reclusión en una vida apartada, donde la escritura es su única vía de escape a sus inquietudes intelectuales, que tienen que ver predominantemente con los aspectos morales y éticos que influyen en las relaciones humanas. Lograda Como se puede apreciar, los diálogos constituyen la estructura básica del relato, que a su vez se desarrolla a la manera tradicional con una presentación, un nudo y un desenlace. Aydin tensa la cuerda en su crisis personal y de pareja, y lleva las cosas a un clímax, sufre una especie de catarsis que lo transforma interiormente de algún modo, y regresa al ámbito familiar aparentemente reconciliado con su vida, sus afectos y su entorno. “Sueño de invierno” es una lograda propuesta cinematográfica que ofrece la posibilidad de disfrutar del cine que responde a cánones ya casi olvidados, con una cuidada puesta en escena, una excelente dirección de actores y un manejo apropiado de silencios, climas y símbolos, que enriquecen la obra, aunque tal vez las tres horas largas de duración sean un poco excesivas.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Cualquiera que se anticipe a Sueño de invierno a partir de su trailer o de las imágenes de difusión comprobará de inmediato que la persona que está detrás de la cámara sabe mirar. Las pequeñas casas acomodadas sobre las montañas nevadas de Anatolia, Turquía, se imponen por su belleza. Pero lo importante no es tanto la magnificencia del lugar, sino el drama humano que devela la cámara cuando se acerca. Entre las montañas, un hombre canoso camina con paso lento. Pronto sabremos que se llama Aydin, que fue actor de teatro, y que es dueño de un rústico pero exclusivo hotel situado en medio de la montaña y de varias propiedades en el lugar. Tiene una mujer joven y bella, que con el dinero de su marido se dedica a tareas filantrópicas, y una hermana que acaba de divorciarse y vive con ellos. Aydin tiene, además, un ayudante todo terreno que lo observa de manera distante, pero siempre respetando la jerarquía natural de su patrón. Un día, mientras regresan del pueblo, Aydin y su ayudante hablan sobre los inquilinos morosos. La conversación revela el grado de poder que tiene el protagonista y la relación despreocupada que lo une con sus posesiones. En el trayecto, una piedra revienta el vidrio del lado del acompañante, donde viaja Aydin. El ayudante se baja del auto y corre al culpable, un niño de aproximadamente doce años que, antes de que lo agarren, se cae en el arroyo que fluye al costado del camino. Unos minutos después, cuando descubramos que el niño es hijo de uno de los tantos inquilinos a los que les embargaron las posesiones y observemos el grado de violencia que despierta Aydin, sobre todo en el padre del niño (personaje clave que hacia el final sacudirá la incómoda placidez de la película), la relación que estableceremos con el protagonista será muy distinta. Ya no será el bohemio hermanado con la naturaleza sino el capitalista que, debido a su lugar heredado en el orden social, provoca la miseria de varios. Como la nieve de las montañas, ese orden parece existir desde mucho tiempo antes y nada indica que pueda modificarse. El tío del niño, un religioso del lugar, interviene en la situación para mantener la cordialidad y convencer a Aydin de que pronto cancelarán la deuda. El protagonista, que escribe sobre teatro o arte en general en el modesto pasquín del pueblo, le dedicará varias columnas a la falta de elegancia e higiene del religioso, rasgos que, según él, reflejan la decadencia de una religión que pertenece a la Alta Cultura como el Islam. Pedir la postergación del embargo o dejar las zapatillas sucias sobre la puerta son signos de violencia dentro de las coordenadas de Aydin. Entre las películas de Nuri Bilge Ceylan, Sueño de invierno es una de las más clásicas, por su progresión dramática y su estructura más o menos clara de actos. Sin embargo, la distancia que asume frente a su protagonista es ambigua. Durante gran parte del entramado es imposible desear que le vaya bien. La desaparición momentánea del religioso y el niño restituirán, aunque sea por un rato y gracias al enorme poder ocultador que tiene el fuera de campo, la empatía hacia el protagonista, pero el romance no durará mucho. Las largas escenas, articuladas a partir del diálogo y en un mismo espacio, son una tentación para aquellos que impugnan a cualquier película con la etiqueta de teatro filmado. El teatro como rama del arte ocupa, sin embargo, un lugar importante en Sueño de invierno, y no sólo por la circunstancia de que el protagonista es un actor retirado que está escribiendo la historia del teatro turco. La vieja idea de que la experiencia teatral tiene la posibilidad de transformar la realidad se encuentra con un paredón de hielo. Aquí no es el pueblo el que accede a la representación para cantar sus verdades, sino la burguesía, desde su altillo, para ratificar el orden establecido. Cerca del final, en uno de los momentos cinematográficos del año, la mujer de Aydin va a la casa de los inquilinos para llevarles una suma importante de dinero a modo de recompensa por todo lo sufrido. La caridad puesta al servicio de la conciencia del que la otorga y no del que la recibe. El religioso no sabe qué hacer y mientras observa con desconcierto el dinero sobre la mesa, llega su hermano, el condenado del pueblo, el padre del niño que se cae sobre el arroyo para salvar la dignidad herida de su familia. No vamos a adelantar el destino de ese dinero, pero vale la pena decir que es una secuencia magistral, construida a partir de las líneas rectas que trazan las miradas. Como suspendido entre las serpentinas que deja el fuego, sobrevuela un aire digno.
Sueño de invierno (Winter Sleep, Nuri Bilge Ceylan, 2014) Un frío paralizante Al director turco Nuri Bilge Ceylan le va especialmente bien a la hora de plasmar cuadros de frustración acumulada y violencia contenida. Atmósferas recargadas, ambientes silenciosos, personajes fríos y reservados, lo emparentan con otros grandes corrosivos como Ingmar Bergman y Michael Haneke. Con un estilo pausado y de planos largos y detenidos, sus películas suponen certeras disecciones sociales, que rara vez causan estupor o adormecimiento. Nada parece sobrar en sus películas; van al grano, sin introducciones ni revelaciones prematuras. Mediante un abordaje detallista Bilge Ceylan cuida con cautela cada uno de los aspectos técnicos; la imponente imagen de su cinematógrafo de cabecera Gökhan Tiryaki, el meticuloso sonido ambiente y los cansinos rostros de los personajes convierten la puesta en escena en un paisaje envolvente y gratificante. Inspirada en relatos de Chejov, Tolstoi y Dostoiveski, Sueño de invierno nos traslada a la Capadocia, plena estepa de la Anatolia Central. Aydin, actor retirado, vive de las rentas que obtiene de sus múltiples propiedades heredadas y de los ingresos que le da el pequeño hotel en el que vive y administra. Cuando el invierno recrudece y la nieve comienza a cubrirlo todo, el hotel se convierte en un refugio para los viajantes que están de paso, pero también en un ambiente reducido del que no hay escapatoria y que lleva a que los temperamentos se caldeen. En esta suerte de prisión hogareña convive con su mujer, mucho más joven, y su hermana, recientemente divorciada. Surgirán los reproches cruzados, profundamente punzantes y dañinos, con el curioso detalle de que, a diferencia de lo que ocurre en el cine dominante, no existen gritos o llantos catárticos, sino que los diálogos transcurren a media voz, subrayándose así la enfermiza contención de los personajes. A poco de empezada la película, un niño arroja una piedra al auto del protagonista, rompiéndole un vidrio. Se trata de la primera señal de la violencia latente y de las grandes desigualdades instaladas en la zona. Una familia de origen musulmán ha contraído una creciente deuda con Aydin, y vemos cómo este último reclama su pago sin miramientos ni atisbo de humanidad alguna. Arrogante, encerrado en un autoconvencimiento de filantropía, Aydin es un presuntuoso intelectual que va ensombreciéndose más y más, convirtiéndose paulatinamente en uno de los protagónicos más desagradables que haya dado el cine en los últimos años. Los escarpados y nevosos paisajes son la ambientación ideal para transmitir un estado de congelamiento generalizado, en el que la violencia subyace sin explotar nunca, ya que nadie parece tener posibilidades de salirse de su situación o rebelarse. Con una brillante dosificación de tensiones, Bilge Ceylan logra la increíble hazaña de que 196 minutos de metraje no se sientan ni se vuelvan pesados. Un lenguaje sutil, un notable poder de sugerencia y una capacidad para generar recargadas atmósferas proveen al relato de un atractivo constante, infrecuente en las pantallas. No en vano es la obra de uno de los cineastas más sólidos del panorama europeo actual.