Durmiendo con el enemigo. Uno de los grandes significantes vacíos de la historia del cine, un arte que atravesó todo el siglo XX, fue -y continúa siendo- la Segunda Guerra Mundial, un hito en lo que respecta al “progreso” bélico que nos regaló el modernismo y su generoso espectro de masacres mecanizadas. Tantos fueron los films que analizaron el conflicto que en buena medida lo terminaron anulando en términos discursivos, circunstancia que corre pareja con esa estrategia estándar de la industria orientada hacia la instauración de estereotipos de fácil masificación y poca autocrítica (a la propaganda de antaño le sucedió la exquisita denuncia contracultural de las décadas de los 60 y 70, hasta desembocar en el cinismo del presente). Por suerte todavía subsiste un enclave alternativo dentro del mainstream que construye con ahínco películas revisionistas, alejadas de los combates tradicionales: tomando elementos del clasicismo de corte humanista y algunos detalles “lavados” de la diatriba antimilitarista, existe un cine europeo reciente que -desde la distancia- apuntala una mirada diferente acerca de los coletazos de los pivotes conceptuales en torno a la contienda. Pensemos en Dos Vidas (Zwei Leben, 2012), Lore (2012), Juego Limpio (Fair Play, 2014) o la obra que hoy nos ocupa, Suite Francesa (Suite Française, 2014), una hermana de aquellas pero más apacible, en esta ocasión centrada en los pormenores de la invasión alemana a tierras galas. La trama principal está basada en la novela homónima de Irène Némirovsky, escrita durante el período y publicada muchísimos años después de la muerte de la autora en Auschwitz, y presenta la atracción creciente entre una joven y un oficial germano, las repercusiones en el entorno cotidiano de un pueblito de provincia y la amenaza constante de abusos/ castigos por parte de las fuerzas de ocupación contra los locales. La novedad viene por el lado del mecanismo utilizado para introducir el tópico del “amor prohibido” en un contexto convulsionado, en esencia el engranaje de la convivencia, derivado de la modalidad nazi de alojar a los jerarcas en las casas de los miembros del gobierno y los hacendados del lugar. El realizador Saul Dibb se luce nuevamente en la dirección de actores, al igual que en La Duquesa (The Duchess, 2008), pero ahora redondeando una estructura narrativa más eficaz: si bien no llega a maravillar, por lo menos consigue revitalizar el viejo cliché del cariño no verbalizado mediante la profundidad del planteo y la metamorfosis escalonada de los protagonistas, interpretados por los excelentes Michelle Williams y Matthias Schoenaerts. Especialmente el señor, ya visto en Bullhead (Rundskop, 2011), De Óxido y Hueso (De Rouille et d’os, 2012), La Entrega (The Drop, 2014) y Maryland (2015), se destaca en un rol sensible, si lo comparamos con los personajes áridos que ha encarado hasta la fecha…
Melodrama como los de antes Una película concientemente demodé, pero que funciona en los términos en que está planteada. Maniquea, estilizada, edulcorada, llena de actores de todas las nacionalidades imaginables (de Inglaterra a Australia, de Estados Unidos a Alemania) alternando sin continuidad entre el alemán, francés e inglés, segura de sus intenciones y sus alcances... Todo eso es Suite francesa, un melodrama bélico de los que ya casi no se hacen, con todo lo bueno y lo malo que esto conlleva. Basada en la novela homónima de Irène Némirovsky, la historia se sitúa en 1940 durante la expansión de las tropas alemanas por el territorio francés. En un imponente caserón en las afueras de un pueblo conviven Madame Angellier (Kristin Scott Thomas, impactantemente gélida) con su nuera Lucile (Michelle Williams) a la espera del regreso del frente del hombre en común cuando uno de los jerarcas nazis (Matthias Schoenaerts) ocupa una de las habitaciones para establecer su puesto de mando. Jerarca que no sólo es más bueno que Lassie, sino que toca el piano como los dioses. Y compone sus propias partituras. La atracción entre ambos será inexorable. Lo mismo que el cuchicheo de esos opuestos perfectos a la bondad de Lucile que encarnan Angellier, los otros soldados alemanes (uno encarnará, como debe ser en estos casos, el arquetipo del Mal) y el resto de los pueblerinos. El realizador Saul Dibb (La duquesa) construye un relato sin visos de revisionismo ni mucho realismo, apostando sobre todo a la historia de amor entre los protagonistas. Es en ese sentido que Suite francesa, con su apego al melodrama más clásico (dos personas que se aman y no pueden debido al contexto) y todas sus reglas, se erige como una película demodé, un bálsamo entre tanto tanque metadiscursivo y autorreferencial.
Amor imposible Muchas veces se han contado historias de amor y pasión en medio de conflictos bélicos, y muchas veces también, hemos podido asistir a narraciones que potenciaban el contexto por encima del romance que se gestaba silenciosamente. En Suite francesa (Suite Francaise, 2014), el director Saul Dibb, narra la historia de amor entre una joven francesa y un general Alemán que se conocen en medio de la ocupación de Francia, como una mera excusa para hablar de otras cuestiones como la lealtad, la obediencia debida y el irrefrenable deseo de dejar de un lado las diferencias externas para lograr una comunión con el otro. Lucille (Michelle Williams) vive tras la sombra de su suegra (Kristin Scott Thomas), una de las dueñas del pueblo y que, gracias a su posición acomodada, puede seguir manteniendo un nivel de vida excelente pese a las condiciones de pobreza y sangre en el que se encuentra el resto de los habitantes. Un día esa bonanza económica se ve trunca por la llegada al pueblo de un grupo de alemanes que ocuparán habitaciones en las viviendas del lugar, con el fin de hospedarse y hacer base para continuar con la conquista del continente. Lo que nunca imaginó Lucille, a quien la guerra le quitó a su marido, es que conocerá a Bruno (Matthias Schoenaerts), un ilustrado general que de a poco irá ganando su confianza desde la relación que ambos tendrán con la música, pero también desde la necesidad de pasión que poseen. Saul Dibb, apoyado en un guión que adapta literalmente del clásico de Irène Némirovsky, construye una historia que toma la guerra como parte circunstancial de la historia central, y que en el devenir del relato la ocupación alemana va perdiendo terreno frente a la épica amorosa que se gesta entre los protagonistas y su posible traición y descubrimiento. El personaje de Kristin Scott Thomas, además, sumará la tensión necesaria para que Lucille se obligue a solapar sus verdaderas intenciones, pero también funciona como contraste entre ella y el resto de la población con la que la joven se relaciona. Lucille se opone a la exhibición de los lujos y acumulación de provisiones mientras que el resto de los habitantes del lugar sufren miseria y hambre, y desde ese lugar la mujer podrá hacer la vista gorda y analizar aquellas situaciones en las que se vea involucrada circunstancialmente, y que la llevan a juzgar de manera virulenta algunas decisiones de sus amigas como las de Celine (Margot Robbie), una joven que no teme en dejarse llevar por el sexo casual con los soldados para conseguir cambiar su posición social. Una potente reconstrucción de época, impecables actuaciones del trío principal, y la posibilidad de recuperar el estilo narrativo del melodrama, hacen que Suite francesa pueda consolidar su propuesta con solidez narrativa, pero también con mucho amor al cine.
La segunda guerra mundial, la ocupación nazi en un pueblo francés y la vida de nobles y campesinos bajo el terror y las injusticias. En ese clima aún puede nacer un amor prohibido, aún queda espacio para heroísmos y canalladas. Con grandes trabajos de Michelle Williams y Kristin Scott Thomas.
El nuevo inquilino Lucille Angellier (Michelle Williams) vive en un pequeño pueblo de Francia junto a su controladora suegra (Kristin Scott Thomas), una de las terratenientes del lugar, mientras su esposo combate en la segunda guerra mundial. Cuando la ciudad es invadida por el ejercito Nazi, a los oficiales se les asignan algunas de las mejores viviendas del pueblo para vivir mientras dure la ocupación. Un oficial alemán llamado Bruno Von Falk (Matthias Schoenaerts) se presenta para vivir en la casa de Lucille y su suegra. Lucille intenta ignorarlo, pero finalmente se enamora de Bruno, ambos descubren que a pesar de la guerra tienen mucho en común, pero el clima hostil en el que se encuentran los obliga a mantener su romance en la clandestinidad. El pueblo comienza a sufrir abusos por parte del ejercito alemán, y muchos habitantes se ven obligados a convertirse en espías de sus vecinos o colaboradores del ejército, especialmente cuando una ola de refugiados llega desde París, y los alemanes sospechan que muchos de ellos pueden ser judíos. Ante tantos contratiempos la pareja deberá decidir qué posición tomar ante lo que esta sucediendo, y cualquiera de sus decisiones podría ponerlos en peligro. Técnicamente el filme es impecable, desde la hermosa reconstrucción de época hasta las impresionantes escenas de bombardeos. Saul Dibb realiza una muy prolija dirección, pero con una narración que resulta demasiado contenida, si bien la historia de amor esta muy bien construida, el dramático contexto histórico está mostrado de forma demasiado moderada y un tanto superficial. Sin embargo, las excelentes interpretaciones de Michelle Williams y Matthias Schoenaerts le otorgan profundidad y calidez a la historia, especialmente por el crecimiento y la transformación que viven sus personajes. "Suite Francesa" es un muy buen filme con una cuidada fotografía, brillantemente interpretado, que funciona muy bien al contar la interesante historia de amor de sus protagonistas, pero es un tanto flojo a la hora de mostrar el contexto histórico.
Amor en medio de la guerra Basada en la novela de Irère Némirovsky, tiene nazis humanizados y franceses amorales, en un relato romántico. “Si quieres conocer a la gente, empieza una guerra”. La frase es una de las tantas de la novela de Irène Némirovsky -escritora de origen judío y ucraniana, que murió en Auschwitz y no pudo terminar este relato, porque fue apresada- en la que se basa el filme, y que sintetiza el espíritu que anida en él. Para saber cómo es cada uno, enfrentarlo a una situación límite puede ayudar a conocerlo. Tal vez no a comprenderlo. Con la llegada de las tropas alemanas a París, en el pueblito de Bussy Lucille (Michelle Williams) y su suegra (Kristin Scott Thomas) no tienen más que apechugar, y si ya no se soportaban bajo el mismo techo, imaginen lo que será tener que albergar a un jerarca nazi. “No pienso vivir bajo la hora alemana”, dice Madame Angellier, mirando el reloj de pie de su mansión. Tiempo al tiempo. Como en otras películas que transcurren durante la Segunda Guerra Mundial, Suite francesa no muestra a los nazis como repelentes, o al menos no a todos. Hay franceses que son ruines, soplones, panqueques y amorales. Cuando en un filme, o en una novela, los malos tienen algo de humanidad, el relato se vuelve atrapante. Lejos de su marido, que pelea en el frente, la joven termina mirando con ojos distintos a Bruno von Falk. Caballero, gentil y, ante sus ojos, guapo, Lucille comienza a sentir algo por el invasor. Lo mismo que le pasa a otros personajes. En eso radica el nudo del asunto. Allí sí, entender los comportamientos humanos, en circunstancias particulares. Michelle Williams da muy bien, desde el physique du rol hasta la manera en que personifica a Lucille. Scott Thomas tiene el papel menos agraciado, ya que, además de avejentarla para parecer más de los 55 años que realmente tiene, el suyo es un ser deplorable, avaro y nacionalista -pero nacionalista bueno-. El director Saul Dibb (La duquesa, con Keira Knitghley) ha querido realizar su filme con un estilo clásico. Desde la construcción de los personajes, la ambientación y el uso del montaje. El que tiene que bailar con la más fea, aunque Williams sea preciosa, es el belga Matthias Schoenaerts. El actor de Metal y hueso y a quien veremos en La chica danesa logra que von Falk no sea -siempre- visto como un cerdo. No es poco mérito. Es que la película es una historia de amor, en tiempos de guerra. Con personaje secundarios con muchos rostros conocidos -Lambert Wilson, una morocha Margot Robbie (El lobo de Wall Street, Focus), Ruth Wilson, Sam Riley-, con historias secundarias que bien valdrían un desarrollo mayor, una película propia.
El amor en épocas de guerra En junio de 1940, Francia cae en poder de los alemanes y los habitantes galos comienzan su éxodo a París. Es un mundo que se ha vuelto inhabitable y los desconcertados vecinos de Bussy reciben la noticia de que un batallón alemán está a punto de llegar a instalarse en sus hogares. Lucile, una refugiada de París, vive con su distinguida y austera suegra, ya que su marido está prisionero. En la residencia, en un principio intentan ignorar a Bruno, un elegante y refinado oficial alemán a quien se le ha encargado habitar esa mansión, pero Lucile comienza a enamorarse de ese oficial, en una confusión de sentimientos. En tanto, una pareja cercana decide negociar con los alemanes a cambio de obtener un trato favorable, mientras su agricultor arrendatario se siente impulsado por la ocupación a convertirse en miembro de la resistencia. En todos, el miedo a la muerte con cada bomba y disparo invasor. El amor y la contienda se combinan, así, en esta trama coral basada en la novela de Iréne Némirovsky, asesinada en un campo de concentración. El film retrata con emoción, ternura y enorme fuerza dramática cada acontecer de ese grupo humano que, sitiado por la guerra, tratará de salir indemne. El director Saul Dibb logró, sobre la base de una impecable adaptación del libro original, una película que habla tanto del horror de la guerra como de los a veces muy escondidos recovecos del alma de sus personajes. Además, el realizador halló en el elenco sobre todo, en la excelente personificación de Michelle Williams el carisma necesario que pedían esos seres humillados. En tanto, los muy buenos rubros técnicos suman virtudes a este entramado que refleja un momento de la historia en el que la muerte pudo, a veces, anidar en los más puros sentimientos del amor prohibido.
Para quienes no conozcan la novela en la que está inspirado (parcialmente) el film, Irène Némirovsky (su ucraniana autora) la escribió antes de morir (dos tomos, nada menos), en Auschwitz en 1942, aunque no logró terminarla y la misma quedó sin final, hasta su publicación final, producida en 2004. En ese año recibió en Francia, el premio Renaudot y la crítica europea la consideró una enorme obra. "Suite Française" originalmente estaba concebida como 5 novelas pero sólo concluyó las dos primeras (y "Dolce" es en la que hace eje la adaptación cinematográfica) y de la tercera, sólo hay un argumento delineado, muestra de lo repentino de la desaparición de su autora y su trágico final. Saul Dibb (director de "The Duchess"), decidió adentrarse en la obra y escribir junto a Matt Charman (prestigioso guionista que hace muy poco dejó su impronta en "Bridge of spies") un texto centrado, más que en la violencia de la ocupación nazi (a nivel ideológico y cultural, no sólo desde lo militar), en una historia de amor en un tiempo equivocado, o de difícil materialización. Enamorarse del enemigo de tu pueblo, del oficial con rango de invasor, capaz de someter por medio de las armas a tus correligionarios, no debe algo que se vea simple... Esta es la historia de Lucile (Michelle Williams), una joven mujer de la campiña francesa, que vive con su suegra, Madame Angellier (Kristin Scott Thomas), sola, dado que su marido fue capturado por los nazis. Corre el año 1940 y las fuerzas alemanas han tomado París, produciendo un éxodo de sus pobladores hacia el interior del país galo. Allí, en las afueras de la gran urbe, comienzan a producirse los conflictos entre quienes ocupan, y los ciudadanos que deben seguir sus vidas, aceptando (o no) su destino a manos de los enemigos de su nación. Dentro de los soldados que llegan a Bussy en esos primeros meses de la ocupación encontramos a uno culto, sensible y atractivo: Bruno von Falk (Matthias Schoenaerts). Este oficial rápidamente posará sus ojos en Lucile y por más que la relación se muestre peligrosa e imposible, comenzará a surgir a pesar de las contradicciones internas que ella evidenciará desde el primer momento. Dibb logra caracterizar muy bien la ocupación, atendiendo a pequeños detalles en cada escena de encuentro de franceses y alemanes. Lo hace con esmero y va generando un clima que explora las emociones y las aristas complejas de ese recorte histórico. Por otra parte, el director conduce a un par de actrices de primer nivel y logra obtener de ellas destacadas perfomances. Williams y Scott Thomas llevan adelante su vínculo con sutileza pero siempre dotando a sus roles de un peso específico sensible y constante, a medida que la historia avanza. El resto de los personajes, aportan solvencia y poco más (Schoenaerts es el abanderado en esta línea). Rubros técnicos en un nivel muy alto, este drama romántico enmarcado en una época difícil, por momentos luce con un film de impacto asegurado, aunque a medida que la trama va ganando minutos, pierde intensidad y termina en forma previsible, lejos quizás de las ambiciones con que abre en la primera media hora. Interesante, con aspectos salientes y buena reconstrucción de época. Quizás demasiado edulcorada en el romance y con un clímax que no está a la altura de los recursos potenciales y fácticos de esta realización. Sí, vale la pena si el tema o incluso el género los atrae.
Los Nazis (ese enemigo perfecto para cualquier película) han invadido Francia y tras conquistar París, avanzan sobre el territorio proclamando todos los pueblitos como propios y extendiendo su propia ley. Bussy es uno de esos típicos pueblos en donde las clase sociales están bien marcadas y cada familia pertenece a un estrato social específico. La familia Angellier se las debe arreglar sin hombres en la casa puesto que debieron presentarse a las filas del ejército. Situación que, en general, vive todo el pueblo. Y esto hace que la ocupación alemana resulte tanto más grata para los soldados que como villanos ideales podrán tramar cualquier vileza sin recibir represalias. A menos claro, que nos encontremos con uno de esos nazis buenos (o no tan malos) como Bruno Von Falk (Matthias Schoenaerts) que además de contener las barbaridades de otros colegas nazis resulta ser refinado, buen mozo y sumamente educado. Características que terminarán por enamorar a la protagonista aristócrata personificada por Michelle Williams. Leer esta o cualquier otra sinopsis, sumado a conocer el dato de que estamos en presencia de un drama romántico de la segunda guerra mundial, alcanza para saber cómo comenzará y concluirá la película sin siquiera tener que verla o haber leído la novela en la que fue basada. Es cierto que los dramas bélicos suelen llamar la atención del espectador por diversos motivos, pero luego de tanta oferta es necesario alguna vuelta de tuerca o idea nueva y original que penosamente no encontraremos en este film. Pero no por eso la película del director inglés Saul Dibb deba caer en desgracia. A pesar del trillado tema, el realizador logra mantener el interés con su narración prolija y sobre todo bien ambientada y filmada a lo largo de sus 107 minutos de duración. El cine es un arte puramente visual y a veces las imágenes aunque no cuenten la mejor de las historias logran cautivar y abstraernos a la realidad que los realizadores deciden contarnos por un rato. Esa calculada y clásica forma de rodar esboza por momentos cierta frialdad que contiene la potencia emocional que pudo haber logrado la película. Los aspectos sentimentales se asemejan demasiado a un típico culebrón de novela. El equilibrio final es el de una historia melancólica y bien contada que no arriesga demasiado pero cumple con el mínimo del estándar del género.
Potente melodrama bélico, aunque lejos de Irene Nemirovsky La novela inconclusa de Irene Nemirovsky, editada mucho después de su muerte, se convirtió en un best seller al conocerse hace una década, pero evidentemente esta visión de primera mano del drama de la guerra con especial foco en la convivencia y el colaboracionismo en la Francia ocupada tiene un tratamiento más esquemático del que se podría suponer dada la naturaleza de su fuente literaria. Es que la adaptación del director Saul Dibb convierte la novela de Nemirovsky en un melodrama bélico bastante convencional, casi un folletín, que si no fuera por sus valores de producción podría confundirse con una serie de TV. Sólo que hay que reconocer que en este estilo, y olvidando el potencial de la novela original (que más allá de su calidad ha despertado cierto fanatismo por la circunstancia de ser descubierta tantas décadas después de la muerte de su autora), es un potente melodrama, que funciona muy bien tanto en sus aspectos de folletín romántico como en las explosiones de violencia propias del género bélico. Ayuda mucho el hecho de que tanto el principio como el final del film sean especialmente contundentes. Las primeras escenas, con la llegada de la guerra a un tranquilo pueblo cercano a París, es especialmente eficaz, y por supuesto la llegada del ejército nazi al lugar es de donde crece esta trama sobre el difícil romance entre la bella burguesa Michelle Williams y el oficial nazi que parece tener detalles de humanidad, muy bien encarnado por Matthias Schoenaerts. Si bien hay grandes films que muestran este tipo de relaciones con más crudeza, por ejemplo "Lacombe Lucien" de Louis Malle y "El libro negro" de Paul Verhoeven, en su estilo un poco más discreto "Suite Francesa" tiene sus momentos y, sobre todo, aprovecha la trama para generar constante suspenso en cuanto al desenlace de cada situación que va planteando. Las actuaciones son mejores en todo lo que respecta al elenco secundario que a los protagónicos, y si bien es obvio que no estamos ante un clásico ni nada que se le parezca, por la fotografía y la ambientación de época y lugar, desde lo visual siempre logra mantener el interés del espectador.
Amores prohibidos La idea del cine adocenado y repetitivo no le corresponde solo a las versiones más rebajadas de los géneros cinematográficos de Hollywood. Europa, por ejemplo, suele construir lugares comunes rutinarios que mientras funcionan en taquilla siguen adelante. La historia detrás del libro Suite francesa de Irène Némirovsky es muchísimo más apasionante que esta versión cinematográfica de la obra. Obra inédita durante décadas, publicada de forma póstuma y convertida en best-seller. Y la aclaración inicial responde al hecho de que en lugar de preocuparnos por la historia que estamos viendo, nos emocionamos y conmovemos más con los textos que aparecen al final y nos cuentan cual fue el derrotero del texto original y de su autora. Tan interesante es esa historia que hasta la película intentó incluirla pero debió sacarla del montaje final porque los espectadores se confundían. La historia que se cuenta en Suite francesa no es la historia de Némirovsky, sino la adaptación de su último libro. Durante los primeros años de la ocupación Nazi en Francia, una joven francesa inicia un romance con un soldado alemán. Esta historia de amor en el peor de los escenarios es la clave de la historia no muy diferente a las historias de amor prohibido de toda la historia de la cultura universal. El problema es que como en todos los géneros y estilos de películas, lo que hace la diferencia es la identidad que el relato mismo tenga. Aun transitando lugares conocidos, hay películas que logran hacer una diferencia. Suite francesa recorrer con prolijidad y absoluta rutina todos los lugares comunes del revisionismo histórico que es tan común en el cine europeo de los últimos años. Sin arriesgarse nunca, con un calculado sentido de la oportunidad, sin una estética relevante o particularmente bella, la película no puede llamar la atención más allá de tratarse de una adaptación del famoso libro. Las comparaciones no son odiosas, son inútiles, por lo cual no importa como es el libro, lo que importa es que sin el apoyo que este le da a la película, es imposible que alguien tuviera interés en verla. Si no se llamara Suite francesa estaríamos frente a un film sin el más mínimo atisbo de transcendencia. E incluso portando el nombre no ha podido llamar la atención. Hasta en eso la película es un lugar común: es la versión cinematográfica irrelevante de un libro relevante. Suena a algo fácil de decir, pero es estrictamente verdad. Hasta las actrices principales, Michelle Williams y Kristin Scott Thomas, se repiten a sí mismas y deambulan por la misma rutina haciendo muy difícil la credibilidad del relato. El consejo obvio es leer el libro y la biografía de su autora.
Los nazis son humanos A pesar de las constantes idas y venidas de la protagonista sobre la humanidad de los nazis, la película tiene un mensaje claro al presentarlos como iguales con la mínima diferencia de encontrarse en ese momento del lado victorioso de la guerra. Con marcadas diferencias entre aquellos soldados con algún tipo de respeto por sus cautivos y los otros, los que como en todo grupo humano, vencedor o vencido toman ventaja de su situación momentánea hasta exprimir la última gota de quien tienen por debajo. La película relata un hecho que ocurrió alrededor de junio de 1940 en Bussy, un pueblo cercano a París. Francia es tomada por el ejército nazi y las familias deben recibir en sus casas a un soldado enemigo durante el periodo que ellos se queden en el pueblo. Este es el desencadenante de esta historia en la que Michelle Williams interpreta a Lucile, una joven cuyo marido debió partir a la guerra cuando recién se habían casado y que debe hacerse cargo, junto con su suegra, de las propiedades de su marido a quien sólo vio unas pocas veces. Debe destacarse la tarea del director para elegir imágenes que además de contar perfectamente la historia y apoyar el relato, se componen de fotografías artísticas pasibles de llevarse premios por su calidad en sus encuadres y colores. Claro está que el paisaje que rodea este pueblo es una obra admirable de por sí, que Saul Dibb logra embellecer con personajes y puestas de iluminación perfectamente ubicadas para cada escena. De las interpretaciones sólo se puede decir que aportan una gran credibilidad a la cinta, lo que no es poco al tratarse de una historia verídica. Encarnar personajes que realmente vivieron esa historia podría ser un factor limitante para algunos actores, pero no es el caso de Suite Francesa. La musicalización, el ritmo, el melodrama y el sentimentalismo, marcan juntos un tono que quizá por la constante presencia de la BBC o los Weinstein en el rodaje, no le permiten al guion despegarse un poco y atrapar el interés del espectador, tornándose un poco larga y un poco lenta. A pesar de contar con un gran elenco a la altura de las circunstancias, un diseño de arte completo y detallista, y una gran producción, a la película no le alcanza para hacer algo novedoso que la distinga de otras del género.
Su trama es conmovedora, romántica, atrapante, y contiene una gran fuerza interpretativa de la protagonista. Correcta ambientación de época, montaje, los rubros técnicos y fotografía. Con cierta tensión en las escenas bélicas que se encuentran logradas. Los personajes secundarios no se encuentran demasiado desarrollados caso: Kristen Scott Thomas, Lambert Wilson, Margot Robbie , Ruth Wilson y Sam Riley. Por momentos aburre un poco, su guión resulta lineal y sin demasiadas sorpresas. Es más recomendable para aquellos que pueden leer la novela.
No hay lugar común alguno que Suite francesa no se prive de tocar, pero eso no la convierte en una mala película, sino todo lo contrario. Luego de vestirse de época con The Duchess, el director Saul Dibb se acerca mucho más en el tiempo y es ahora el escenario siempre recurrente de la Segunda Guerra Mundial el elegido para narrar una historia de amor y valentía en pleno holocausto. Dentro de los primeros minutos, la tensión que propone el film es palpable. Una joven mujer, Lucile -Michelle Williams-, vive junto a su suegra -Kristin Scott Thomas- en un pequeño pueblo. Es en el mismo momento que el espectador conecta con la historia que dicho pueblo se ve atacado y ocupado por un régimen de soldados nazis que no generan más que temor y desconfianza absoluta entre los pobladores. Los problemas de las mujeres Angellier no hacen más que empeorar cuando un apuesto y callado teniente alemán se instale en sus casas, y cambie sus vidas de una manera u otra. Todos los tópicos habidos y por haber que se les ocurra pasarán en Suite francesa y, en vez de intentar deshacerse de ellos, la adaptación de la célebre novela de Irène Némirovsky se regodea con ellos. En el guión del propio director y su colaborador Matt Charman, importa más el entramado de los pueblerinos versus los soldados que el nacimiento de la historia romántica en sí. Y no es que Williams ni el noble teniente de Matthias Schoenaerts no posean química alguna, sino que su trama, la que debería importar, se ve aplastada en pos de seguir las tensiones dentro del pueblo. Amén de desperdiciar un poco al personaje que interpreta Margot Robbie, que queda reducida a una pueblerina calenturienta -no nos quejamos de ello, pero Margot está para más-, las intrigas generadas entre un bando y otro sobresalen por el virtuoso elenco, comenzando por la pareja de campesinos que componen la genial Ruth Wilson y su marido Sam Riley, mientras que el francés Lambert Wilson hace de las suyas como el vizconde que rige en el pueblo antes de la llegada de los invitados alemanes. Los entretelones de los enfrentamientos, dentro de las facciones como entre unas y otras, son el verdadero corazón de la película, y si bien más de un espectador llegará a ella por la promesa de un amor imposible entre una joven francesa y un soldado alemán, seguro se llevará mucho más con el drama bélico que proponen Dibb y su cohorte. No me quiero olvidar, por supuesto, de la gran Kristin Scott Thomas, una actriz de pedigree a la que no le faltan credenciales ni el talento para abordar un personaje muy contradictorio e injusto a veces, pero que va cambiando con el correr de los minutos. Suite francesa retoma ese tan transitado camino de la brecha humana durante la 2º Guerra Mundial y en su relato pueden caber muchos lugares comunes. Pero, en general, el combo es bastante satisfactorio, con una factura técnica loable y con temas morales que siguen siendo necesarios hoy en día.
Sobreproducida, sobre escrita, por momentos sobreactuada, este film pertenece al raro género llamado “europudding”: el romance cuasi épico en coproducción multinacional que intenta copiar a Hollywood pero “con mensaje”. Basado en una novela de éxito, tiene algunas secuencias bien resueltas, pero en términos generales es apenas la ilustración (superflua) de un texto adocenado. Ella tiene marido prisionero y se enamora de soldado enemigo. Bajón, pero lujoso.
El director inglés Saul Dibb hizo un recorte muy cuidado de “Suite francesa”, la singular novela póstuma de Irène Nemirovsky, en su adaptación al cine. A su vez se concentró en “Dolce”, la segunda parte de esa obra inconclusa, donde la escritora de origen judío, que escribió su obra paralelamente a los hechos que narra, recrea el avance implacable de la ocupación alemana de Francia. Dibb elaboró un guión respetuoso con los personajes que le dan soporte al contexto histórico. Y entre ellos -no todos amables ni políticamente correctos y descriptos con bastante ironía en el libro (“Comenzá una guerra para saber cómo es la gente”, dice uno de ellos)- enfocó en la relación entre una francesa, Lucille (Michelle Williams), con un marido prisionero de guerra, y un oficial alemán, Bruno (Matthias Schoenaerts). El hombre se instala en la casa que comparte con su suegra (Kristin Scott Thomas) -los tres, como el resto de elenco, interpretados de forma magistral-, que le recuerda a cada instante que ese militar con buenos modales, por más que toque el piano y que componga música, es su enemigo. Sin descuidar el aspecto formal, el montaje y la puesta en escena, todos impecables, el cineasta ajusta gradualmente el foco sobre Lucille y Bruno. El director describe con trazos delicados la angustia de dos personas en un contexto desfavorable para el amor. Nemirovsky, que murió en Auschwitz en 1940 y que, según consta, sospechaba cuál sería su final, se permite mostrar a dos personas que intentan aferrarse a algo en medio de la desolación. Y Dibb apuesta a mostrar las contradicciones entre el deber y las pulsiones, y dos personas unidas por el amor, pero también por sus circunstancias, la tragedia y la soledad.
Apenas un correcto melodrama Hay una línea de coproducciones internacionales que buscan estoicamente mantener la épica del melodrama: ese género que en buena parte del Siglo XX, a partir de películas enormes en dimensiones, fue el padre de todos los géneros cinematográficos. Lo hacen con películas sobre-producidas, bien vestidas y ambientadas, si adaptación de algún hito literario mejor, con estrellas y un aspecto visual que luce tan profesional como poético: hay una fotografía que parece calcada de film en film. Suite francesa (producida por Inglaterra, Francia, Canadá y Bélgica) pertenece a ese universo, y tiene como contexto dramático la Segunda Guerra Mundial, tal vez el escenario ideal para estos relatos entre románticos y trágicos. El director de Suite francesa es Saul Dibb, cuya anterior obra fue La duquesa, película que lograba escaparle a los estereotipos del cine de época británico, y zamarreaba el qualité con una dosis de amargura y honestidad llamativas en la construcción de personajes. Entonces su presencia generaba expectativas en el marco de un relato como este, que partía de un concepto cinematográfico prefijado. Y algunos elementos convocan el interés: contra la heroína sufrida del melodrama, Dibb construye una protagonista que a partir de un giro dramático toma decisiones que hasta podrían resultar antipáticas. Suite francesa aborda la invasión nazi en Francia y cómo los soldados y jerarcas alemanes, que se instalaban en las casas de los locales, se relacionaban con las mujeres del lugar. Mujeres solitarias en la mayoría de los casos, que esperaban la vuelta al hogar de los hombres que estaban en la guerra. Obviamente, entre la pobre esposa solitaria de Michelle Williams y el nazi de Matthias Schoenaerts surgirá algún tipo de sentimiento. Y el romance servirá no sólo para alentar las miradas prejuiciosas del entorno, sino además para reflexionar de alguna manera sobre qué nos acerca al otro, en qué podemos llegar a parecernos por más que sean unos asesinos criminales como eran los nazis. Se podría decir que Suite francesa es un melodrama clásico, con una mirada inevitablemente contemporánea sobre el género, pero llegado el momento no podrá dejar de desarrollar una mirada básica sobre el bien y el mal. Detrás de todo el ornamento y la pomposidad de la puesta en escena, el film termina siendo una cáscara vacía. Dibb, más allá de algunas secuencias notables como el ataque con aviones sobre un grupo de franceses que huyen por la campiña, no logra aquí insuflar emoción ni construye personajes interesantes como aquellos de su anterior La duquesa. Estamos ante una película mucho más convencional, incluso bastante desapasionada, que responde casi como con un manual de instrucciones a los lugares comunes del género. En todo caso termina siendo más interesante la historia real de Suite francesa y de su autora, Irène Némirovsky, quien murió durante los días del Holocausto y nunca terminó de escribir esta historia planificada en varias obras. Fue una de sus hijas, tras guardar el material durante seis décadas, quien decidió leerlo y comprendió que se trataba de una serie de novelas inconclusa. Se publicó en 2004, y desde entonces es un best-seller. Lamentablemente la película nunca le hace honor a semejante historia. Es apenas un correcto melodrama.
Francia ocupada por el ejército nazi es el marco condicionante de una historia de amor, quizá verídica, que desarrolla la trama principal de esta película, con guión basado en la novela homónima de Irene Némirovsk. En 1940 una unidad bélica de ocupación llega a un pueblo francés y sus habitantes son obligados a alojar en sus casas a los soldados alemanes. Un joven oficial, Bruno von Falk (Matthias Schoenaerts), amante de las artes y en especial de la música, llega para alojarse a la casa de Madame Angellier (Kristin Scott Thomas), una de las mujeres más ricas del pueblo, que vive con su nuera Lucile (Michelle Williams), mientras su hijo está en el frente de batalla. Con un desarrollo argumental previsible el director Saul Dibb construye un clásico melodrama de amor imposible con el ingrediente de la guerra, y sus esfuerzos parecieran apuntar a que el espectador quede pendiente del destino final de la protagonista. Las subtramas no hacen hincapié en el conflicto bélico pero giran constantemente alrededor del tema de la ocupación y cómo es vivida de diferente manera por los habitantes del pueblo según su posición social y económica. La película muestra rápidamente situaciones de prejuzmientos, egoísmos, mentiras y desconcierto entre los franceses,y el guión instala la idea del "colaboracionismo" pero deja que el relato del espectador determine sus límites. ¿Colaborar o dejar hacer son la misma cosa? ¿Cuándo se debe reaccionar o ser sujeto pasivo en pos de la supervivencia? ¿Hay qué mentir aunque uno se traicione a sí mismo? El mensaje llega paulatinamente a medida que los personajes van develando sus subjetividades; el oficial posee una gran sensibilidad pero pertenece al ejército de ocupación, la mujer no tiene problemas económicos pero la sensibiliza el sufrimiento de sus compatriotas. Ambos son enemigos nominales, sus intereses son distintos, la atracción es mutua. Las actuaciones de la pareja protagónica son correctas, en el reparto se destacan Kristin Scott Thomas al componer a una suegra fría y más medida que calculadora, y Margot Robbie en su rol de una campesina que opta por transgredir las reglas de la guerra. El trabajo de los actores hace presumir una intensa labor de construcción de personaje y en algunas escenas puede percibirse un acercamiento a la técnica Strasberg, algo llamativo para actores europeos aunque en el elenco también hay americanos. Saúl Dibb manejó una buena producción con acertada ambientación y elección de locaciones, pero no recreó un guión tan lineal por lo que su película contiene varios tramos que adolecen de falta de agilidad. En mi opinión se trata de una película buena para el espectador amante del melodrama mientras que el cinéfilo podrá disfrutar de un buen manejo técnico-cinematográfico.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
¿Se puede amar en medio de tanta guerra? Prolija y fría versión de la novela inconclusa de Irene Nemirovsky, una escritora judía de origen ucraniano que murió a los 39 años, en Auschwitz. Está ambientada en los años 40, durante la ocupación del ejército Nazi en Francia. Y sigue la historia de amor de Lucille Angellier, una campesina francesa que tiene a su marido prisionero y que se terminará enamorando del oficial alemán que ocupa un cuarto de esa casa. El film es más un melodrama romántico que transita todos los lugares comunes del género, que una indagación profunda y sentida sobre el tironeo moral y emotivo de una joven alemana que no sabe dónde poner el amor en medio de tanta atrocidad. Ella vive con su suegra en un pueblito rural del interior. Los alemanes llegan y ocupan todo. El film muestra lo que hace la guerra con estos vecinos. Vivían sin problemas, pero la ocupación los transforma en delatores, en desconfiados, en egoístas, en codiciosos. En vez de tratar de explotar a fondo las posibilidades de una historia que deja ver los costados más devastadores del alma humana, el film prefiere demorarse en contar, con tono edulcorado, las idas y vueltas de una pasión surgida al amparo del miedo, un romance que deja ver el costado humano y servicial del alemán y la soledad de esta mujer que libra en su conciencia otra guerra implacable. Ella siente que el indeseable invasor no sólo ocupa su pueblo sino también su existencia. ¿Qué hacer? Lucille decide que amar en ese escenario es casi una provocación. Y dejará que la solidaridad ocupe su roto corazón. Film cuidado, pero convencional, bien ambientado, pero sin fibra ni altura, es la historia de otro amor imposible que tiene en el centro al poder de la música. Es por ella y gracias a ella que el intruso, desde el piano, va llegando al alma de Lucille. A través de esos acordes ella empezará a entender y a sentir que hay algo tocante más allá de la contienda. Y que la belleza y el alma pueden encontrarle un sentido al sin sentido de la guerra. Y será la música la que los unirá y la que quedará como única prueba de un amor que no pudo ser.
Un relato clásico de amor y coraje “Suite francesa”, del director inglés Saul Dibb, está basada en una novela inconclusa escrita por una mujer judía, Irène Némirovsky, que falleció en Auschwitz. El manuscrito fue descubierto muchos años después de su muerte por su hija y se trata de una historia romántica, que transcurre durante la Segunda Guerra Mundial, en un poblado de Francia, cercano a París, Bussy. Según se afirma, el guión del film se concentra particularmente en “Dolce”, la segunda parte de esa obra, donde la escritora relata el avance de la ocupación alemana sobre el país galo. A pesar de transcurrir en Francia, está hablado en inglés, a la manera de los grandes clásicos del cine de la década del ‘40. Mme. Angellier (Kristin Scott Thomas) es una acaudalada terrateniente que vive en su distinguida finca con su nuera, la bella Lucille (Michelle Williams), mientras que su hijo está en algún lugar del frente, luchando contra las tropas de Hitler. Como todos los meses, ambas mujeres recorren con su automóvil sus granjas y propiedades para cobrar el alquiler a sus inquilinos. El film comienza mientras están realizando esta tarea y empiezan a cruzarse en el camino rural con vehículos y personas de a pie que vienen huyendo de París (que no está muy lejos de Bussy), puesto que la capital francesa ha caído bajo el dominio de los invasores. En medio del campo, la multitud de parisinos que escapan buscando refugio son bombardeados por una flotilla de aviones de las fuerzas enemigas. Con esta tensión dramática comienza el relato, anticipando lo que vendría inmediatamente después: la llegada de las tropas terrestres. De modo que la tranquila población se verá alterada por completo al ser invadida por refugiados y también por invasores. Es así que Lucille y Mme. Angellier tendrán que compartir su distinguida vivienda con el Tte. Bruno von Falk (Matthias Schoenaerts). Mme. Angellier no puede ni quiere disimular su odio a los alemanes y le ha prohibido a su nuera hablar con el oficial enemigo, entre otras actitudes recalcitrantes que responden a un carácter riguroso, propio de una mujer poderosa y viuda, acostumbrada a mandar y a ser obedecida. Ella lleva con mano de hierro los negocios familiares, mientras su único hijo está en el frente y no tiene noticias de él desde hace tiempo. La novela tiene las características de un melodrama. No es un relato bélico sino que la guerra es el contexto en el que suceden acontecimientos que marcan la vida de los personajes. El conflicto principal está representado por la relación de simpatía, primero, y de amor pasional, después, que surge entre la bella y misteriosa Lucille y el Tte. Von Falk. En la casa hay un piano, obsequio del padre de Lucille, instrumento que la joven también tiene prohibido tocar por la ausencia de su marido. Casualmente, Bruno es compositor y dada su posición dominante, exige la llave del mismo para tocar en los ratos libres. Ese detalle, este gusto en común, es el nexo que une a estas dos almas que sufren los rigores de una guerra que no eligieron ni quieren y en la que no se sienten cómodos. Por supuesto que se trata de la historia de un amor imposible, pero no exento de heroísmo. Pues la situación en Bussy se va tornando cada vez más complicada, hasta que la violencia estalla de una manera no fácil de controlar. Mientras se mezclan reacciones que muestran la verdadera cara de las personas. Están los que prefieren negociar con los ocupantes y los que preferirían combatir. Están los delatores y los que prefieren ayudar a los refugiados. Están los que tienen un alto sentido del honor y los de moral débil. Las cosas se pondrán tan mal, que Lucille y Bruno serán presas de sentimientos contradictorios y tendrán que tomar decisiones difíciles, trágicas, que los marcarán para siempre. “Suite francesa” es una película que transmite una belleza clásica, de hondo contenido humanitario, que pone el acento en la sensibilidad y los sentimientos, elevándolos por encima de la barbarie de la confrontación bélica. Sin eludir la complejidad del alma de los personajes, interpretados por un elenco de gran nivel, que deben asumir espinosos desafíos a cada momento.