Una ópera prima sencilla, honesta y sensible. Una película consciente del poder de la imagen para transmitir información. No hace falta poner en palabras del personaje, a lo que se dedica. Las directoras resuelven con dos escenas mínimas que hablan por sí solas, la profesión de Alberto. Así como también, con pequeños gestos y miradas alcanza y sobra para que sepamos la situación entre él y la madre de sus hijos, entre él y su hijo y entre padre e hija. Filmada en el Departamento de Salto, el clima lluvioso de la película es el clima dramático de la misma. El personaje del padre es tan querible y abrazable como un oso panda, y las actuaciones de los niños mantienen un registro siempre moderado y verosímil. El humor, simple y cotidiano, funciona en todo momento. Técnicamente se distingue justamente por su simplicidad a la hora de narrar: la construcción de planos bellos y armónicos y las elecciones de puesta de cámara, algunas desde adentro del auto son simples pero ingeniosas porque manejan muy bien el sonido que se escucha desde el exterior cuando se abren las puertas, desde el interior cuando se escucha lo de afuera, y también el clima interno e íntimo del viaje en auto, que al comienzo es bastante tenso e incómodo...
Hoy, cuando el Bafici está a punto de bajar sus persianas, sé que Tanta agua fue la película más disfrutable y querible de todas las que pude ver en este festival. Lo digo, sí, reconociendo que el relato acarició sensores íntimos que me hicieron entrar en perfecta comunión con la mirada sobre el mundo que propone la película. Pero no me engaño: más allá de la sintonía personal (o generacional, si prefieren), Tanta agua es objetivamente una película muy precisa en su construcción formal, un film que despierta una auténtico cariño a partir del rigor, y que se entienda esta palabra en su mejor acepción: el rigor fecundo que sabe pasar inadvertido, la alegre meticulosidad que se traduce en coherencia, la callada vehemencia por hacer que todos y cada uno de los detalles de la puesta en escena sean portadores de sentido. Hace unos días tuve la posibilidad de conversar con Ana Guevara, una de las directoras de esta producción uruguaya participante de la Competencia Internacional de este Bafici. Su amiga y socia en este trabajo, Leticia Jorge, ya había volado de regreso al Uruguay. Lo que sigue son algunos fragmentos de esa charla. La historia Tanta agua comienza cuando Alberto (un impecable Néstor Guzzini) llega con el auto a la casa de su ex mujer para llevarse a sus hijos, el pequeño Federico (Joaquín Castiglioni) y Lucía, una adolescente tímida y un tanto arisca con su papá (Malú Chouza, gran hallazgo). El plan es pasar unos días de vacaciones en las termas, pero el clima no acompaña. Llegan al lugar y todo lo que encuentran es lluvia y más lluvia. Las piscinas están cerradas y las actividades alternativas se agotan pronto. No les queda otra que ingeniárselas para entretenerse dentro de la pequeña cabaña. Y ni siquiera tienen televisión. “El disparador de la historia -explica Guevara- fue una anécdota que contó un día Leti [Leticia Jorge]. Con ella siempre hablamos de algo que nos obsesiona: nuestras familias. Nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros abuelos. Hablamos mucho sobre eso, y estábamos haciendo un guión que tenía que ver con el tema pero que no iba para ningún lado. Entonces un día ella recordó una vez en la que ella se fue con su papá y su mamá a las termas. Llovió todo el rato y su papá estuvo tres días sin hablar, hasta que decidió que tenían irse de ahí: 'Bueno, nos volvemos'. En el camino de vuelta, llamó por la teléfono la madre del papá (o sea, la abuela de Leti), y el papá respondió 'Está todo bien. La estamos pasando bárbaro. No te preocupes'. A mí me causó mucha gracia cuando me lo contó. Por otro lado, las termas son un lugar que a mí me resultaba visualmente lindo para filmar una película. Es un buen contexto para toda la historia que viene después en la película. Es un pretexto, en realidad, porque esto también podría pasar en un balneario. Pero el lugar que elegimos nos resultaba como más controlado, donde las prohibiciones podían ser más sencillas, como las de las piscinas, por ejemplo. La idea viene un poco de ahí, de este recuerdo familiar.” Los detalles reveladores El título Tanta agua me remitió al cuento de Raymond Carver “Tanta agua, tan cerca de casa” (So much water, so close to home, relato que alguna vez comenté en este blog a propósito del film australiano Jindabyne). Lejos de la oscuridad que caracteriza al escritor norteamericano, la película uruguaya tiene de todas maneras una impronta muy carveriana a la hora de tensar los limitados espacios de la convivencia, como así también asombra la intuición de las realizadoras para explicar toda la complejidad de una psicología a través de un simple objeto, algo tan común y corriente como un tupper con comida, por ejemplo. Está claro que los chicos no se sienten cómodos con su papá, al menos al principio. No viven con él y hay códigos que no comparten. Para entender esa distancia uno tiene que inferir, aunque sea mediante una comparación imaginaria, cómo es la relación que ellos tienen con su mamá, a quien solo vemos como una silueta a lo lejos, al comienzo del film. Pero la madre está presente, por ejemplo, en ese tupper con tartas que Lucía lleva consigo, y entonces lo que apenas parece ser un elemento ilustrativo más, pronto se convertirá en un símbolo clave. Según Guevara, para llegar a este grado de economía fue fundamental un arduo trabajo con el guión: “Esos detalles eran las cosas más importantes. Todos los personajes tienen detalles que los revelan. La idea es que los personajes no hablen sobre sí mismos sino que sean definidos mediante sus acciones. En el caso de la mamá, sí, es una madre sobreprotectora, quizás algo pesada, que se introduce en esas vacaciones: llama por teléfono y les prepara cositas para comer a propósito, para mostrar que está ahí. Es una madre resumida en dos o tres cosas que funcionan bien en la película. No hubo necesidad de agregar más información.” Esta capacidad para la observación y la síntesis puede apreciarse también en la composición de muchos encuadres que resultan sofisticados y discretos a la vez. Hay un momento, por ejemplo, en donde la cámara parecería anunciar que estamos ingresando en una dimensión más ceñida a la subjetividad de Lucía, que será la protagonista de la segunda mitad del film. Es esa escena en la que un chico viene a invitar a Federico a dar una vuelta en bicicleta. Mientras el padre despide a su hijo en la puerta de la cabaña, la cámara toma al hombre desde adentro, desde la perspectiva de la adolescente. Apenas distinguimos la figura del padre: vemos la puerta entreabierta, el resplandor del día, y el brazo de Alberto que se extiende para desprender un caracol de la pared. El siguiente plano muestra a una irritada Lucía mirando de reojo a su padre, de quien ahora sólo vemos su panza. Ella todavía no logra conectar con él: es como si sólo pudiera ver retazos de su papá, fragmentos sueltos que le impiden construirlo como un todo. “El rodaje es una etapa muy pensada”, asegura la directora, y aclara: “Puede haber algunas cosas que sí se trabajan más en el momento de la toma, por ejemplo cuando la cámara tiene que seguir a los personajes al caminar, y ahí se terminan de definir los movimientos. Pero para todo lo demás hacemos un trabajo previo importante: vamos a la locación, fotografiamos todo, probamos encuadres, hacemos storyboards alternativos para cada escena. Tenemos miles de fotos de nosotras mismas junto a la directora de arte actuando como si fuéramos Alberto, Lucía y Federico, probando los lugares en donde se podría ubicar cada uno.” Narración y género De repente, las lluvias se van, pero nosotros ya estamos tan enganchados con los personajes que no nos damos cuenta de que salió el sol. Mientras Alberto coquetea con una recepcionista del lugar, Lucía empieza sus propios escarceos románticos motivada por un muchacho que le atrae mucho. Si bien la segunda parte del relato tiene algunas zonas típicas de la fábula de iniciación, Guevara dice que no pensaron necesariamente en esta clase de relatos al diseñar la película: “El foco narrativo está distribuido entre los dos personajes principales (el padre y la hija), y lo hicimos así por gusto, porque queríamos que los dos personajes tuvieran su evolución, porque era importante que la película fuera sobre ellos dos, y sobre todo lo que ellos pasan juntos. Ni siquiera nos dimos cuenta de que era una película coming of age, hasta que todos lo empezaron a decir. Es cierto que una parte grande de la historia es ese despertar de Lucía, con esa escapada, con las pruebas en sus salidas, pero nunca prentendimos que la película se integrara en el género de las historias de iniciación. La película que sí vimos muchas veces es The squid and the whale, de Noah Baumbach [en Argentina se estrenó como "Historias de familia"], que tiene a esos personajes a los que les pasan cosas súper torpes, sobre todo el del adolescente, que es el reflejo de un padre que evidentemente nunca le enseñó nada que le sirva. Pero más allá de esto no tuvimos un referente puntual. Lo que sí queríamos era que nuestra película fuera graciosa. No queríamos cargarla de dramatismo, porque la idea es pensar que uno cuando es más chico puede ser súper dramático, pero cuando tenés veintipico reconocés que aquello que te pasaba seguramente era una pavada.” En definitiva, Tanta agua es un film sobre la desilusión. La desilusión y sus distintas facetas: desde su versión más simple y frecuente, como esa lluvia que puede frustrar un fin de semana, hasta aquella que nos hiere y cala hondo pero que representa una condición esencial de nuestro ser en el mundo. Así lo explica la realizadora: “Es algo que te marca, pero que te va a seguir pasando toda la vida. No es que ellos salen aprendiendo una lección. Lucía se mete abajo del agua, pero cuando salga todo va a continuar, y esas mismas cosas van a seguir pasando y hay que enfrentarlas. Lo que hace el padre, por su lado, es abrir los ojos y darse cuenta de que su hija ya no es una nenita, y que tiene que empezar a considerarla. Lo que le pasa a Lucía es propio de una época muy difícil. Yo sufrí mucho la adolescencia, como muchas personas, y creo que después de un tiempo hay que exorcizarla. En la adolescencia sentimos que la culpa siempre la tienen ellos, los padres, sin darnos cuenta de que nosotros también estamos ahí y tenemos nuestra cosas. Creo que el momento de maduración llega cuando dejás de culpar a tus padres para darte cuenta de que vos también sos una persona que comete errores, y que no pasa todo por ellos, o por lo que ellos te dieron o te dejaron de dar.”
Un padre (Alberto) lleva a su hijo menor (Fede) y a su hija adolescente (Lucía) a unas termas cerca de Salto, en Uruguay. En Tanta Agua hay un antagonista definido, la lluvia. Esta aparición se da en los primeros minutos y parece marcar el terreno para la linealidad: agua y más agua que saca a flote los conflictos entre los tres personajes. Este núcleo narrativo no se traduce en gritos y pasadas de facturas sino más bien en un trato frío, que se hace presente en las respuestas monosilábicas o en las negativas de los hijos a cualquier propuesta del padre para apaliar la lluvia constante. No se trata de una escalada de situaciones hasta llegar al punto de un destape para ventilar asuntos no resueltos, es el "hacer lo que se puede" con cada uno cumpliendo su rol de la mejor manera...
PEGAJOSAS VACACIONES DE UNA FAMILIA MODERNA Con inconfundible mirada femenina las directoras Ana Guevara y Leticia Jorge, recrean en una comedia naturalista, las aguadas vacaciones de Lucia, su hermano Fede y su padre Alberto quien, como buen cuarentón divorciado, sabe poco y nada de la vida de su hija adolescente. El auto está listo, los bolsos cargados, salimos a la ruta… pero la lluvia no cesa. Lucia es una nena de 14 años que, dentro de su mundo de efervescencia hormonal y apatía crónica, lo que más desea es pasar horas charlando con su mejor amiga, fumar un pucho a escondidas y recibir su primer beso. Pero Alberto, lejos de colaborar en este duro proceso de cambios, no hace más que entorpecer su escasa vida social. La opera prima de Ana Guevara y Leticia Jorge resuelve con sutileza escenas que fácilmente podrían parecer vacías, acompañando con acertados encuadres de justa duración y con una banda sonora que colabora con el ritmo interno de las acciones, las cuales se desarrollan con naturalidad y exactitud. Es para destacar la fluidez de la narración que avanza claramente en 3 momentos: primero mostrando a Lucia en relación con su entorno familiar, luego con su mejor amiga y finalmente enfrentándose al golpe de su primer fracaso amoroso que la deja literalmente sumergida en sus propios pequeños conflictos. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
Llueve sobre mojado Las uruguayas Ana Guevara y Leticia Jorge debutan en el cine con una película que se caracteriza, entre otras virtudes, por la capacidad para narrar una historia simple con mucho humor y una manufactura técnica impecable. Alberto, un padre separado parte de vacaciones con sus dos hijos: un niño y una adolescente. Pese a ser padre e hijos casi no se conocen y esta pareciera ser una gran oportunidad para profundizar esos lazos disueltos. Pero al llegar a la cabaña que alquilaron en las termas la lluvia no cesará como tampoco la tensión entre estos tres seres unidos por la sangre pero alejados por la vida. Sin saber cómo tratar a sus hijos, Alberto intentará hacer más amena la estadía sin darse cuenta que es una tarea casi imposible. Tanta agua (2012) es una película ligada a la idiosincrasia uruguaya en su totalidad, país que hoy en día se identifica con un estilo de cine y del que las realizadoras forman parte. Historias simples, sin grandes pretensiones en la que una situación cotidiana es tratada desde una perspectiva diferente, con profundidad pero también con humor. Evitando las moralejas y los mensajes absurdos. Sostenida en los tres actores principales y en un guión sin fisuras, Tanta agua, en la que literalmente llueve en la mayor parte de su metraje, se destaca también por como muestra un relato cuya morosidad está justificada por la forma de ser de sus personajes. Cuyas vidas transcurren entre la armonía corporal y la voracidad mental. Ana Guevara y Leticia Jorge ofrecen una historia que un punto tiene algo del universo de Lucrecia Martel combinada con el cine de Ezequiel Acuña. Aunque la mezcla suene un poco extraña hay algo de la densidad de uno y la liviandad del otro que combinadas dan como resultado la personal Tanta agua.
Alberto (Néstor Guzzini), un cincuentón divorciado y padre bastante ausente, lleva a sus dos hijos (una chica de 14 años y un varón de 8) a un complejo vacacional en las termas de Arapey, cerca de Salto, con la idea de (re)componer la relación bastante distante que mantiene con ellos. Pero las cosas, claro, no salen como estaban previstas: el lugar dista mucho de ser agradable y, para colmo, la lluvia parece acompañarlos siempre (las tormentas eléctricas les impiden incluso meterse en las piscinas). Las tensiones entre los tres (sobre todo entre la adolescente Lucía y su padre) no tardan en aparecer, las diferencias y frustraciones afloran y el aburrimiento (hasta se ven obligados a conseguir una televisión que Alberto había descartado) se apodera de ellos luego de horas de visitas a lugares anodinos, y de juegos de mesa. Pero esta tragicomedia bien uruguaya no es para nada aburrida (hay algo de ese humor asordinado, con un dejo entre patético y querible a la vez, de films del mismo origen como Whisky o Gigante , y con reminiscencias del cine absurdo y nostálgico de Aki Kaurismäki), ya que en su segunda mitad Tanta agua deriva hacia una típica y lograda historia coming-of-age (de iniciación) con Lucía escapándose del lugar en plena noche para vivir una experiencia extrema en una discoteca. Un film al que quizá le sobren unos minutos y al que cuesta ingresar del todo en su primera mitad, pero que crece a medida que avanza y resulta una propuesta inteligente y valiosa, de esas que exponen con sensibilidad las diferentes lógicas de cada uno de los distintos personajes sin juzgarlos. Una más que auspiciosa ópera prima de Guevara y Jorge que -luego de un amplio recorrido por festivales de todo el mundo alcanza un limitado, pero merecido estreno local.
Un film a la uruguaya Sencilla en sus formas, la película de Ana Guevara y Leticia Jorge Romero no exhibe nada pero invita a descubrirlo todo. Y hace de la observación aguda no una jactancia sino un simple ejercicio. Ganadora del Premio Cine en Construcción en San Sebastián 2012, presentada este año en Berlín y la Competencia Oficial del Bafici, Tanta agua, ópera prima de las realizadoras Ana Guevara y Leticia Jorge Romero, es una auténtica película uruguaya. Tan auténtica como que está producida por Control Z, la compañía que estuvo detrás de Whisky, La perrera, Gigante y 3, ¿cómo recuperar a tu propia familia?. “Una película uruguaya” quiere decir una sencillísima en sus formas, que hace de la observación aguda no una jactancia sino un simple ejercicio. Una que no le impone al relato y los personajes nada que no surja de ellos mismos. Una que no intenta “venderle” nada al público: ni presuntos grandes avances en la tecnología de animación ni Mengeles, ni ultramillonarios hombrecitos de un metro y medio. En lugar de eso entrega al espectador lo mejor, lo más noble y sincero que le salió con esos personajes y esa historia. Una de esas grandes películas que, por su falta de pretensiones, sólo el espectador menos pendiente de espejitos de colores advertirá como tal. Tanta agua por la lluvia, por la piscina del recreo al que van los protagonistas y también y sobre todo por la que corre bajo el puente de las apariencias. La primera secuencia muestra ya todas las virtudes de Guevara y Jorge, que comparten realización y guión. Mientras maneja, un hombre habla por celular con expresión hosca y frases cortantes. Está claro que la que está del otro lado es su ex, dándole consejos sobre el cuidado de los niños, que el hombre obviamente rechaza. De una casa salen una chica de unos catorce años, un chico más chico y una señora que se despide de ellos. Pero no saluda al chofer, que la mira torcido. Como buen casi cincuentón, el hombre tiene un notorio exceso de carnes a la altura de la cintura. Los chicos suben y saludan. El chico es trompudo. La chica está trompuda, como una adolescente suele estarlo en presencia de su papá. Tiene brackets y habla entre dientes, con expresión de hastío o desgano. Saca unas milanesas de un tupper, muerde una. “¿Y eso?”, pregunta papá, ligeramente molesto. “Las hizo mamá”, contesta Lucía, y la molestia de papá deja de hacerse ligera. Ejemplar secuencia de introducción, que le suministra al espectador, sin un solo subrayado y con abundantes elipsis, los elementos mínimos necesarios como para querer sumarse al viaje y ver qué pasa de allí en más. Papá y los chicos no tuvieron mucha fortuna con la elección de los días de vacaciones: llueve como si fuera la última vez. El recreo es modesto y a papá no se le ocurrió mejor idea que pedir alojamiento sin televisor. Anuncio de las vacaciones más temidas, esas en las que lo único que pueden hacer un adulto y los chicos es jugar al boggle o al truco, mirar por la ventana, ir de excursión (¡a una represa, a una planta embotelladora!), pelearse un poco o bastante. ¿Bajón total, aburrimiento, goce o diversión con la mala suerte de los personajes? En lo más mínimo: por mucho que observen con atención a sus criaturas, Guevara y Jorge no se despreocupan por su suerte. Hay conflictos bajo tanta agua, y esos conflictos tendrán ocasión de aflorar. No con gritos ni subrayados: con insinuaciones, sugerencias y, sobre todo, miradas. Así como recupera el viejo y bello arte de la elipsis, Tanta agua da nuevo uso a la herramienta de conocimiento más básica y esencial del cine: la mirada. La del espectador, llamado a observar desde lejos ese diálogo que papá mantiene con la bien dispuesta recepcionista del recreo, o de cerca, el modo en que Lucía, tras su primera decepción amorosa, se hunde de a poco en la pileta. Mirada del espectador y miradas de los personajes. La de Lucía, sobre todo, hacia quien el relato, en un principio coral-familiar, se va desplazando, hasta hacerla protagonista. Asombroso el paso, por parte de Lucía, del abroquelamiento defensivo-familiar a la curiosidad sexual de la edad. Es como si pasara de larva a crisálida en el acotado espacio de la película. Asombrosa Malú Chouza: si existiera un Oscar rioplatense debería ganarlo ya, por aclamación. Asombroso el sentido del humor entre líneas, la alegría pop de la música de Maximiliano Angelieri, el gracioso ceceo de una precoz “bomba” rubia, todo lo cual compensa ese cierto abandonarse a la tristeza, tan uruguayo también. Asombrosas lucidez, inteligencia, generosidad, modestia y calidez de una película que no exhibe nada: invita a descubrirlo todo.
Una trama para reconocerse Sencilla, agradable, una historia pequeña de personas sencillas en circunstancias que podrían superarlas, todo contado sin que el agua llegue al río, y eso que hay agua por todas partes. Bajo la lluvia, el padre pasa a buscar a los chicos para llevárselos unos días de vacaciones. La madre los despide como si se los arrancaran. Llueve durante el viaje, llueve durante casi todos los días. Amontonados, aburridos. Pero la película no es aburrida, ni amontona los conflictos que naturalmente surgen, sobre todo los de la hija mayor, que está entrando en la adolescencia. Eso, más algunas andanzas de la chica con otra gente de su edad, y la simpatía del hijo menor, que todavía no amenaza con dar problemas serios, no mucho más. Ni menos, porque son cositas que hacen a la vida en familia, a la vida de cada personaje, y a la del propio espectador, que recordará, sin dudas, alguna salida pasada por agua, o algunas situaciones a veces un tanto embarazosas de la pubertad, que hoy evoca con una sonrisa. La película despierta esos recuerdos con un estilo amable, sin ostentaciones, con un humorismo asordinado típicamente uruguayo, y un casi permanente sonido de agua que cae, y cae, y sigue cayendo contra la ventana, justo en vacaciones. Autoras, Ana Guevara y Leticia Jorge, que debutan en el largo después de hacer juntas dos cortos casualmente también con criaturas en crecimiento: "El cuarto del fondo" y "Corredores de verano". Intérpretes principales, Néstor Guzzini, muy destacable, y los chicos Malu Chouza y Joaquín Castiglioni. A Guzzini lo veremos el año próximo en "El 5 de Talleres", nueva película de Adrián Biniez, el de "Gigante". Los chicos, es de esperar que aparezcan en otra, antes que los agarre el estirón. Rodaje en la parte más popular de Termas del Arapey, Salto, que es lindo por más que llueva y no haya TV en la pieza.
Una película uruguaya de Ana Guevara y Leticia Jorge, que toma a un hombre separado que veranea con sus hijos, en un lugar donde la lluvia es otro personaje. Historia pequeña de ternuras, incomunicación, desesperación adolescente, desorientación adulta. Vale.
Aprender a convivir de nuevo Una historia pequeña, simpática que habla de la relación entre los hijos adolescentes y los padres divorciados, es lo que proponen las directoras Ana Guevara y Leticia Jorge. Guevara y Jorge tienen varios filmes en su haber y su producción se apoya en lo que ambas observan del comportamiento cotidiano entre las personas, de la riqueza que a veces transmiten las pequeñas situaciones que vivimos a diario, con los padres, hermanos, o amigos. De esto trata "Tanta agua", una comedia suave, por momentos deliciosa, porque a su manera, sus personajes saben cómo transmitir ese afecto que uno necesita del otro. Su historia se centra en Alberto (Néstor Guzzini), un padre divorciado que pasa a buscar a sus hijos, Lucía (Malú Chouza), una adolescente muy pegada a la madre y el pequeño Federico (Joaquín Castiglini), de ocho, por la casa de su ex esposa, para irse de vacaciones. LLUVIA MOLESTA Con ellos decide pasar unos días, en un lugar de Uruguay que se llama "Las termas". Preparados para disfrutar de varios días de sol y pileta, los tres se llevan una gran sorpresa cuando apenas salen de Montevideo una copiosa lluvia parece guiarlos hasta el lugar de descanso. Lo peor es que la lluvia continúa por varios días y el padre debe inventar cómo entretener a sus hijos, los que acostumbrados a la madre, al principio desconfían un poco de su padre, no saben como tratarse unos a otros, como aprender a aceptar sus caprichos, sus manías, sus gustos, pero luego cada uno va acomodándose a las circunstancias. El filme, nada pretencioso, no intenta contar otra cosa que esos días de vacaciones de un padre con sus hijos. Lo interesante es ver cómo va evolucionando la historia y se lo hace de tal modo que parece que cada uno va encontrando lo que buscaba. Lucía despierta a una primera posibilidad de amor, el padre descubre que necesita la compañía de sus hijos y el pequeño Federico también consigue un amigo para jugar. "Tanta agua", es una historia que despierta una serie de sutiles sensaciones, en las que el espectador puede identificarse sin hacer demasiado esfuerzo. Néstor Guzzini y Malú Chouza, actúan muy bien sus papeles de padre e hija.
Dulce y melancólica Comedia dramática uruguaya, sobre el vínculo de un padre divorciado con sus hijos. Tanta agua es, al mismo tiempo, melancólica y luminosa. La tentación, tratándose de una película tan uruguaya, una de las tantas surgidas de la matriz 25 Watts / Whisky, es llamarla comedia triste. Pero no, porque la opera prima de Ana Guevara y Leticia Jorge no intenta ser una comedia ni, mucho menos, un drama. En realidad, parece no tener intenciones, en el mejor de los sentidos, en el sentido de no manipular, ni siquiera tensando un nudo dramático. La narración surge de los actos y actitudes de los personajes. Actos y actitudes que suelen ser pequeños y que son transmitidos con un delicado uso de la elipsis. En resumen: Tanta agua no subestima al espectador, y funciona en base a las sensaciones de los personajes -sin necesidad de que ellos las expliquen verbalmente- y de sus vínculos. Los protagonistas son un hombre divorciado, de alrededor de 50 años, llamado Alberto (gran trabajo de Néstor Guzzini); su hija adolescente, Lucía (Malú Chouza, genial en su apatía); y su hijo menor, Federico (Joaquín Castiglioni), un niño de diez años, que vive con la boca fruncida. Al comienzo, en Montevideo, el hombre pasa a buscar a los chicos por la casa de su ex esposa. La idea es disfrutar de unos días al aire libre, en unas termas cercanas a Salto. Pero la lluvia constante los obligará a una convivencia incómoda -por la falta de espacio, por la falta de hábito, por mil razones- en una cabaña. Con naturalidad, Alberto le pide a Lucía -a la que quiere, aunque le cueste comunicarse con ella- que se encargue de algunas tareas domésticas. Su leve machismo, que tal vez él no perciba, se completa con un vínculo más fluido con su hijo varón, cuya edad es menos problemática. Ninguno de los personajes es maniqueo: todos tienen sus razones, aunque las directoras no las hagan explícitas. Cuando el tedio aplasta al trío familiar, Alberto finge pasarla fantástico: la forma más contundente del patetismo. Si en Whisky uno de los protagonistas simulaba, ante su hermano, estar en pareja; en Tanta agua, el padre inventa ante sus hijos que se divirtió en una pileta de la que, en realidad, lo echaron por la tormenta eléctrica. Pero su frustración estallará, brevemente, contra otro automovilista (las letras de la patente de Alberto conforman la palabra SAD: triste, en inglés). La película, lograda también en lo formal y nada estridente, fluye con naturalidad. En la segunda parte, el punto de vista será, con mayor exclusividad, el de Lucía, quien irá abriéndose a la vida adulta, con sus vaivenes, que a veces son tan oscilantes como los meteorológicos.
Relaciones volátiles Nada más elocuente que un título como éste para definir una comedia agridulce que gira en torno a las imposibilidades de transformar lo que uno es o representa a imagen de los otros. Un padre nunca dejará de ser padre por más que se disfrace de amigo o compinche y un hijo/a jamás abandonará esa mezcla de vulnerabilidad y rebeldía a cuenta gotas como los protagonistas menudos de este relato arrítmico, Tanta agua, que apela al chiste en pequeñas grageas, entre líneas, sin necesidad de utilizar recursos externos más que la mala suerte de un padre divorciado, Alberto (Néstor Guzzini), en plan vacacional con una hija pre adolescente Lucia (Malú Chouza) que ya piensa en conocer chicos más que en pasar las tardes pescando en el río y un niño, Federico (Joaquín Castiglioni), con una personalidad demasiado pequeña como para imponer su deseo infantil por encima de la infantilidad de su progenitor. Ana Guevara y Leticia Jorge Romero complementan una tarea de dirección impecable y cada una desde su lugar encuentra el espacio a la expresividad y al uso de la metáfora cinematográfica y de la metonimia al demostrar que se puede hablar del todo exhibiendo alguna que otra de sus partes en una ópera prima con voz propia, que se alzó con el Premio Cine en Construcción en San Sebastián 2012 y fue parte de la Competencia Oficial del Bafici, que ahora encuentra en pantalla en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín hoy viernes 15 hasta el domingo 17 a las 14.30, 17:00 y 19.30 y desde el martes 19 hasta el domingo 24, a las 22:00 en su última función.
Pequeños detalles entre padres e hijos En la película de Ana Guevara y Leticia Jorge un padre separado quiere compartir un tiempo de vacaciones con sus hijos (una adolescente y un niño) y se los lleva a un complejo turístico de cabañas en Salto. La lluvia que no cesa los mantiene encerrados tratando de sobrellevar las horas lo mejor posible. Pero al padre se le nota el esfuerzo en todo: en querer ser amable y amigo, en querer ser la autoridad, en querer sentirse aún en carrera como hombre y a la joven -que conoce a un chico que cree interesado en ella (primer amor y primera decepción, todo en un solo paquete)-, también se le notan las ansias de ser mayor y libre. Tanta agua, opera prima uruguaya, nos acerca una mirada sobre lo que vendrá y lo que se fue en pugna, los conflictos entre padres e hijos, el tránsito de la niñez a la juventud, enamoramientos como destellos y heridas de amor que hacen crecer, concentrándose en una historia pequeña pero reconocible, contada clásicamente, con los tiempos y los detalles que ya son marca del cine oriental. Puede que no haya originalidad pero hay frescura, personajes bien construidos, buenas actuaciones y una acertada puesta en escena.
Un padre y dos hijos luchan contra las inclemencias de un climna que no da tregua, y no, no hablamos de una secuela de Tornado, un telefilm del SyFy, o cualquier película de cine catástrofe; hablamos de Tanta Agua, un intimista drama uruguayo sobre un grupo familiar, fraccionado, al cual, un clima horrible, los hará enfrentarse con sus problemas frente a frente. Ana Guevara y Leticia Jorge hacen su debut en un largo cinematográfico tanto en la dirección como en el guión que cuenta la historia de Alberto (Néstor Guzzini), un hombre divorciado, algo alejado de su familia, que aprovecha las vacaciones para ir a Salto con sus dos hijos, la adolescente Lucía (Malú Chouza) y el más pequeño Federico (Joaquín Castiglioni); estos dos, por supuesto, a regañadientes. Para colmo de males, al clima tenso de la relación padre-hijos se le suma el horrible clima del lugar que no para de llover un solo instante, y así arruina por completo la idea de estar en una cabaña con pileta a puro sol veraniego. Encerrados en una cabañita de cuatro paredes, los ánimos empiezan a enturbiarse, aflora el tedio y el aburrimiento, y la idea de Alberto de acercarse a sus hijos parece cada vez más lejana. Cada uno, empieza a desandarse por si solo, el hombre pareciera ir en busca de alguna conquista y hasta parece que la encuentra, Lucía se hace de una amiga, hace el traspaso total hacia la adolescencia, conoce a un grupo de chicos y siente las mariposas del primer amor; y Federico, también encuentra un amiguito y parece que se va a divertir como pueda. La historia, muy simple, les depara varias sorpresas a Alberto y sus hijos, y la mala racha parece andar sobre ello como una nube negra sobre sus cabezas; él hará todo tipo de intentos por acercarse, pero todo es infructuoso, principalmente porque él tampoco parece muy conectado. Plagada de simbologías, momentos alegóricos y un ritmo muy ameno, cuesta ver en Tanta Agua a una ópera prima. Filmada con muchísimo profesionalismo, hay muchas escenas de belleza, imágenes que hablan por sí solas, y una dirección actoral muy marcada. La cinematografía uruguaya viene creciendo en los últimos años y Tanta Agua se encuadra en ese tipo de historias a las que ya nos van teniendo acostumbrados, simples, cálidas, y a la vez con mucha profundidad emocional. Guzzini nos compra de inmediato con su Alberto patético, por momentos es un ser al que no querríamos tener como padre, y sin embargo siempre es querible. Chouza es un pequeño descubrimiento su Lucía es mágica, sombría y luminosa a la vez, con varias capas; otro descubrimiento es Castiglioni con toda su ternura infantil. Quizás se podría emparentar con cierto cine argentino de la primer década del Siglo XXI, el de Martel, algo de Lucía Puenzo, Solomonoff, Gugliotta, o Paula Hernández, no por nada todas mujeres, no por nada todas con sensibilidad a flor de piel. Tan Agua es un cine rioplatense del bueno, aquel que puede identificarnos como zona y como idiosincracia.
Como un paisaje lluvioso amable y transparente, la película de Ana Guevara y Leticia Jorge es una aglutinación de varios motivos alineados con enorme sutileza, un conjunto de pequeñas figuras que construyen los grandes temas de su mundo. El escenario es el de las vacaciones que Alberto (Néstor Guzzini) y sus hijos Lucía (Malú Chouza) y Federico (Joaquín Castiglioni) disfrutan en Uruguay, y que se ven afectadas tanto por la lluvia como por las distancias entre los personajes. Durante el trascurso de los días —que llevan la impronta de lentitud y tedio típica de los días sin trabajo ni escuela— los integrantes de la familia se dispersan y viven sus aventuras personales, no sin dar lugar a que sus propios vínculos cambien con la velocidad que sus días no tienen. Pero lo más valioso de Tanta agua no se encuentra tanto en la progresión como en la fluidez y naturalidad con la que recorre su mundo, y que permite disfrutar el viaje sin esperar grandes resoluciones. Así es que es posible verla como un ecosistema de protagonismos múltiples, un campo de luchas y uniones entre el clima y las diversas circunstancias del ánimo. Pero también, y de cerca, como los efectos claustrofóbicos de la lluvia, las dificultades de la adolescencia, las presiones de ser padre, la angustia de las vacaciones o el sol y la necesidad de actuar. Y quizás no sea más que por el humor (y sospecho que también por ese hinchapelotas absolutamente querible que es Alberto, el padre) la razón por la que todo transcurra con una liviandad casi mágica. Incluso hacia el final, cuando Lucía y su angustia adolescente se vuelven el centro del relato, Tanta agua se mantiene bajo un misterioso sostén, como con una alegría oculta e inamovible que no conoce de edades y momentos, y mucho menos de fenómenos meteorológicos.
De la misma “familia” (estética y de producción) que filmes uruguayos como WHISKY y GIGANTE, la opera prima de Ana Guevara y Leticia Jorge cuenta unas vacaciones de unos días que un padre divorciado hace con sus dos hijos a las Termas de Arapey, cerca de Salto, donde nada sale como estaba planeado. Primero, porque llueve casi todo el tiempo y no se pueden usar las piscinas. Segundo, porque hay muy poco para hacer alrededor (las salidas posibles son muy poco atractivas). Y, tercero, porque las propias actividades del lugar no parecen, al principio, muy tentadoras. bafici Tanta-AguaPero ese aburrimiento e irritación familiar se va modificando cuando cada uno de los protagonistas va generando su propia aventura en paralelo. El padre, en apariencia, con una chica del lugar. El niño más chico, yéndose a jugar con un vecino. Y la adolescente, la verdadera protagonista de la historia, haciéndose de una nueva amiga, empezando a coquetear con chicos, fumar, tomar cerveza y salir a bailar con las consecuencias que se pueden imaginar. Con una mirada perceptiva para esos detalles y momentos que dan realismo a las escenas (la dirección de arte es perfecta y, por más que la historia suceda en el presente uno tiene la sensación de que el lugar se quedó detenido en el tiempo allá por 1978), con un humor muy sutil y asordinado para describir la suma de absurdas situaciones que atraviesan los personajes, TANTA AGUA es un notable filme que si no sorprende es porque ya el cine uruguayo nos ha acostumbrado a este tipo de pequeñas gemas de humor tristón a lo Kaurismaki. Un punto extra va para la canción de Pixies en los créditos de cierre. (Crítica publicada durante el Festival de Berlín 2013)
La realidad inunda las relaciones Esta co-producción uruguaya-mexicana-holandesa-alemana se centra en la historia de Alberto (Néstor Guzzini),un padre recientemente divorciado, que en vacaciones de verano decide ir unos días a un complejo turístico en las Termas de Arapey, cerca de Salto, donde nada sale como estaba planeado con sus hijos: el pequeño Fede y Lucía, una joven en pleno comienzo de la adolescencia. Pero ¿Qué pasa cuando los hijos reniegan de los continuos intentos de acercamiento que el progenitor propone? Cuándo la constante comparación mediante la fórmula “Mamá lo hace de esta forma…” no da lugar a la chance de diversión? Ni hablar de cuando todas las actividades programadas deben modificarse porque el cielo se tiñe de negro, las piscinas están cerradas, y la lluvia no quiere irse, y la familia se encuentra atrapada en un pueblo sin nada que hacer, y sin nada de que hablar. El resultado? Tanta agua. Hay tanta agua en este panorama, tanta agua que imposibilita, tanta agua que obnubila el diálogo, el inevitable crecimiento, la verdad…En su ópera prima, Ana Guevara y Leticia Jorge si bien abordan todos estos temas, lo hacen desde la reflexión y no caen en el lugar común del dilema y la angustia agobiante por el crecimiento y los celos; sino que lo hacen desde el humor que se rie de lo patetico pero que a la vez resulta querible e incluye al espectador como uno más dentro de esa dinámica disfuncional familiar que atraviesa distintos momentos donde cada personaje va tomando protagonismo. Por un lado vemos al padre intentando vincularse con una camarera del lugar, Fede haciendo un nuevo amigo dentro del complejo donde se hospedan: y la hija adolescente haciendo una amiga, comenzando a conocer chicos, fumar, salir a bailar y por supuesto, a desilusionarse con ese nuevo universo adolescente que se le presenta y la rebalsa. La dirección de arte es maravillosa ya que logra transportarnos a ese universo donde pareciera que el tiempo se detuvo en un pasado setentoso y nostálgico que logramos percibir a la perfección gracias a las excelentes actuaciones entre las que merece una mención especial Malú Chouza, la joven actriz que interpreta a Lucía y que resulta la verdadera protagonista de esta ópera prima. Un gran plus es la canción de Pixies (Stormy Weather) en los créditos de cierre, que le dan aún más perfección a este film.
Con el agua hasta el cuello Menos es mas, le dice Alberto a Federido, su hijo, haciendo referencia a las señales que se utilizan para jugar al truco, ya que el niño las exagera y las hace demasiado obvias. Y esta frase representa desde el relato cómo está atravesada la película Tanta agua de Ana Guevara y Leticia Jorge, película que tuvo su estreno mundial en el último festival de Berlín. Menos recursos, menos adornos para decir más, mucho más de lo que uno cree. En contraposición al auge de la tecnología, los efectos especiales y la fascinación por lo grandilocuente, esta película es todo lo contrario. Uruguaya hasta la médula, repleta de sutilezas, humor amargo y melancolía, esta diminuta historia nos habla de las relaciones entre padres e hijos, de las diferencias generacionales, de las expectativas que pocas veces se cumplen, de las planificaciones frustradas, de la incomunicación y muchos sub-temas más que pueden estar en la mirada particular de cada espectador. Porque esta película no nos dice todo, nos deja lugares vacíos para que nosotros los llenemos, para que proyectemos lo que querramos (o podamos) y es por esto que nos acerca tanto a ese universo ajeno que terminamos sintiéndolo como propio. La película comienza con el parabrisas de un auto limpiándose en una estación de servicio, preparativos para un viaje que llevará de vacaciones por una semana a Alberto (padre divorciado y todavía dolido por la separación) y a sus dos hijos, Lucía de catorce años y Federico de diez. Pero la ironía es que este vidrio no estará limpio nunca porque la lluvia amenazará desde la salida de Montevideo hasta el día previo al regreso. Pareciera que se intenta “limpiar” para que la mirada sea más nítida, para poder ver en detalle lo que sucede en el exterior, por fuera de uno, pero lo que ocurrirá en la película será lo opuesto, la imposibilidad de mirar al otro. La historia se centra en Lucía, una adolescente que carga con su aburrimiento crónico y con esa sensación de estar siempre fuera de lugar, de mirarse al espejo y sentirse fea, de avergonzarse de los chistes de su padre y claro, de sentirse atraída por un chico que por supuesto mirará a su flamante, rubia y voluptuosa amiga (aunque con graves problemas fonéticos que a ningún varón de catorce años le va a importar en lo más minimo). Lucía sólo parece querer hundirse bajo al agua, contener la respiración y desaparecer, y eso hace. Huir del mundo, pero para volver a salir a flote (esa es mi construcción subjetiva de lo que pasará) ser parida de vuelta, salir del líquido amniótico y volver a dar su primer respiro, bueno… crecer aunque sea un poquito. Con momentos de risas agridulces, pero también de tensión e incomodidad, no podemos dejar de hacer un viaje por la memoria, volver a los catorce años y recordar, o mejor dicho sentir lo que uno padecía en ese entonces. ¿Quién no sufrió irse de vacaciones con sus padres, o lo que es peor, con su padre con el cuál ni siquiera convive y no puede cruzar más de tres palabras seguidas? Y todo esto reforzado por el clima húmedo y tormentoso, en una pequeña casita en las Termas de Uruguay plagada de gente mayor, sin televisión ni nada para hacer, y donde el plan más excitante es ir a ver el río (al borde de la inundación) o hacer excursiones a alguna fábrica de la zona. Bueno, patético es poco. Y la lluvia que siempre está presente, entorpeciendo, aprisionando y estropeando los planes. Nada peor que salir de viaje con las valijas llenas de expectativas y que ninguna de ellas puedan ser cumplidas. La película dice estar dedicada a “nuestros padres” porque supongo que el tiempo (y el psicoanálisis) nos dan la sabiduría para intentar entender que no todos saben demostrar afecto, pero que se supone que más allá de los silencios el sentimiento está (o por lo menos eso necesitamos creer). Y la lluvia sigue… Y la pileta tan anhelada se disfruta solamente el último día, ese día que están por volverse a la ciudad. Pero aunque sea tarde, el sol se asomó por un rato y lograron sumergirse en el agua sin llegar a ahogarse, sin que nada cambie demasiado tampoco, pero aunque sea pudieron refrescarse un rato.