Submarinismo con tiburones La carrera del director y guionista británico Johannes Roberts es de lo más curiosa, parece sacada de otra época mucho más imprevisible que la nuestra en lo que al ámbito cultural se refiere: a posteriori de una generosa andanada de productos muy deficitarios de terror que abarcaron toda la década pasada y la primera mitad de la que estamos atravesando, el señor la pegó a nivel artístico y comercial con A 47 Metros (47 Meters Down, 2017), otra clase B aunque con un presupuesto más digno que le permitió redondear un film entretenido y de sopetón conseguir el encargo de dirigir Los Extraños: Cacería Nocturna (The Strangers: Prey at Night, 2018), correcto corolario del hit indie Los Extraños (The Strangers, 2008), de Bryan Bertino. Como la lógica comercial siempre impera en estos casos, hoy tenemos ante nosotros la secuela de aquella película en la que un par de mujeres quedaban atrapadas en una jaula subacuática con poca carga en sus tubos de oxígeno y rodeadas de tiburones. Lamentablemente Terror a 47 Metros: El Segundo Ataque (47 Meters Down: Uncaged, 2019) no llega al nivel de calidad de la anterior y nos coloca en la paradoja de tener que alabarla por intentar hacer algo “nuevo” -si la pensamos a partir de lo hecho en el pasado inmediato- y al mismo tiempo señalar que sinceramente le sale bastante mal: en vez de volcar el asunto hacia la comarca del thriller claustrofóbico con vistas a subrayar los instantes de suspenso como ocurría con el opus del 2017, aquí Roberts tira todo hacia el terror símil slasher pero desde la perspectiva conservadora e infantiloide del mainstream de nuestros días, léase sin sexo ni desnudos ni verdadero gore a borbotones, apuntando a pasteurizar los clichés de siempre de antaño en pos de un desarrollo que va de menor a mayor acumulando tensión hasta que finalmente todo explota en una andanada de detalles exagerados durante el desenlace, sin dudas lo mejor por lejos del convite en su conjunto. La premisa fundamental de la película es muy sencilla: un par de hermanastras de un matrimonio compuesto, las adolescentes Mia (Sophie Nélisse) y Sasha (Corinne Foxx), se escapan de una salida craneada por sus respectivos progenitores y tienen la desafortunada idea de reemplazarla haciendo submarinismo en una ciudad maya sumergida en México que por supuesto está saturada de tiburones, todo con la compañía adicional de un par de amigas, Alexa (Brianne Tju) y Nicole (Sistine Rose Stallone), y la repentina aparición del padre arqueólogo de las chicas, Grant (John Corbett). El nulo desarrollo de personajes se basa en recursos remanidos como que Mia sufre bullying por parte de una compañera llamada Catherine (Brec Bassinger), una bruja malvada y muy linda, y es ninguneada por su hermanastra Sasha, quien se ubica en un rango intermedio entre las chicas populares y las que pasan desapercibidas en la escuela, optando por casi no prestarle atención a Mia. Combinando el relato de aventuras, las propuestas de monstruos y las epopeyas de encierro en cuevas como la muchísimo mejor El Descenso (The Descent, 2005), Roberts cae en los problemas de siempre del entorno subacuático (muy pocas veces sabemos a ciencia cierta cuál de los personajes está delante de la cámara por el equipo de buceo, algo que aquí llega al extremo ya que casi toda la progresión dramática es bajo el agua) y hasta por momentos el planteo en general recuerda a exponentes del found footage en la tradición de Fenómeno Paranormal (Grave Encounters, 2011) y Así en la Tierra como en el Infierno (As Above, So Below, 2014), obras también superiores a la presente (el abuso de la oscuridad permanente en estas catacumbas milenarias entorpece la narración y termina hastiando luego de un rato). El director y guionista aún se las arregla para entregar un puñado de sobresaltos eficaces, CGIs no invasivos en materia de los escualos y ese final bien inflado al que nos referíamos antes, sin embargo los puntos a favor no alcanzan para levantar en serio al film y la faena queda en buenas intenciones y no mucho más, desperdiciando la oportunidad de crear una carnicería que requería encarar el asunto más a lo bestia y con fogosidad trash…
Cuatro adolescentes bucean en una ciudad submarina en ruinas, rápidamente descubren que no están solas en ese lugar y mientras intentan sobrevivir a los tiburones deben buscar la salida del laberinto en el que se encuentran antes de que se les acabe el oxígeno. Secuela del film 47 Meters Down (2017) que no consigue el interés o la potencia del film anterior, aun cuando repite director. A la película le cuesta mucho arrancar y luego se vuelve demasiado obvia y rutinaria, para finalmente alocarse al final, algo que lamentablemente no le queda del todo bien por el cambio de tono. Atrapada en sus propias limitaciones, la película produce más indiferencia que otra cosa. Hasta el título de estreno local le queda ridículo: Terror a 47 metros: el segundo ataque, versión castellana para 47 Meters Down: Uncaged.
TERROR A 47 METROS: El segundo ataque. Aquello que en la primera entrega de esta saga funcionaba por el carisma de su protagonista (Mandy Moore) y la amenaza latente, se disipa en esta suerte de secuela, que en realidad funciona más como un spin off forzado, con una trama de adolescentes conflictuados, estereotipados, que no logran transmitir ni siquiera el terror necesario frente a los tiburones que los persiguen. Fallida, trillada y olvidable.
La segunda película que trae una nueva aventura con jóvenes en el mar y tiburones al acecho cuenta con el mismo director que en su primera parte, sin ser una secuela: Johannes Roberts. Y él mismo actúa como guionista junto a Ernest Riera. En Yucatán, México, vive una familia ensamblada formada por Grant (John Corbett), su mujer Jennifer (Nia Long) y sus hijas Mia (Sophie Nélisse) y Sasha (Corinne Foxx), hermanastras adolescentes que no tienen mucho en común. Para lograr un poco más de empatía su padre organiza una salida a la que se suman otras amigas, Alexa (Brianne Tju) y Nicole (Sistine Rose Stallone) quienes convencen a las primeras de escaparse a vivir una oportunidad “única”: bucear en una cueva que alberga una antigua ciudad Maya sumergida que Grant está estudiando. Al principio todo es aventura y diversión pero luego, de manera accidental quedan atrapadas en la cueva con poco oxígeno en sus tanques y sin saber hacia dónde dirigirse para escapar. Las cuevas son laberintos que albergan el mayor de los peligros además de la falta de aire: enormes y feroces tiburones albinos ciegos. Ese es el meollo del asunto, intentar sobrevivir. Aunque cuenta con algo de suspenso, el guión se repite y es una historia que, para los que nos gusta el cine de éste tipo, hemos visto muchas veces, aunque hay alguna que otra sorpresa y un mínimo de claustrofobia. Los excelentes paisajes del inicio y final fueron filmados en República Dominicana y las tomas submarinas en Reino Unido. Entre el elenco se encuentran las hijas de Sylvester Stallone y Jamie Foxx y John Corbett es el único actor de renombre, aunque todo el elenco está correcto. Lo que sucede es que, nuevamente, nos encontramos ante un guión previsible. https://www.youtube.com/watch?v=o8XmHpD4JbM TITULO ORIGINAL: 47 Meters Down: Uncaged TITULO ALTERNATIVO: 47 Meters Down: The Next Chapter DIRECCIÓN: Johannes Roberts. ACTORES: Sophie Nélisse, Nia Long, John Corbett, Brec Bassinger, Sistine Rose Stallone, Corinne Foxx. GUION: Johannes Roberts. FOTOGRAFIA: Mark Silk. MÚSICA: Tom Andandy. GENERO: Terror , Aventuras . ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 90 Minutos CALIFICACION: No disponible por el momento DISTRIBUIDORA: BF + Paris Films FORMATOS: 2D. ESTRENO: 03 de Octubre de 2019 ESTRENO EN USA: 28 de Junio de 2019
Sin respiro. Del mismo director y co-guionista de A 47 metros (2017), se podría decir que es una buena secuela, ya que mantiene el estilo y algunos condimentos, similares elementos en cuanto a que las protagonistas son jóvenes mujeres intentando sobrevivir al esperado ataque de tiburones. Cumple con el objetivo de entretener, sin mayores sorpresas. En 47 Meters Down: Uncaged (2019), acompañamos a un grupo de chicas: Mia (Sophie Nélisse), Sasha (Corinne Foxx), Alexa (Brianne Tju) y Nicole (Sistine Rose Stallone), ansiosas de experimentar algo diferente en la costa de Recife. Con la esperanza de ser originales en el sendero turístico, sienten curiosidad por unas ruinas submarinas ocultas, pero descubren que bajo las olas turquesas, no estarán solas… Si bien no esperamos grandilocuencia en este tipo de films, el previsible guión obtiene nuestro interés, sin impresionarnos, contando con situaciones y diálogos ridículos, aunque esperables. Se desaprovecha el factor sorpresa, ya que nos remite a la primera película en varias escenas, consiguiendo en el espectador una sensación de encierro y fobia que se incrementa. Esto se constituye en un error y logra un guion débil. En general, abundan situaciones incoherentes y no creíbles, pero que no desentonan tanto por el carácter fantástico de la película. Vale decir que cuenta con momentos de terror, bien logrados, pero escasos para los amantes del género. Las interpretaciones de las actrices resultan creíbles, el recurso que no falla y la misma temática del grupo de personalidades dispares y necesarias para que funcione y fluya el relato en este tipo de películas: la que es discriminada, la bonita, la de origen asiático y la que encaja… personas diferentes que sin saberlo, compartirán el momento más aterrador de sus vidas; la música es la acertada para acompañar al suspenso y también la locación, que además de ser atractiva y simula ser un laberinto en lo profundo del mar, aporta a la sensación de claustrofobia. La idea, música y originalidad de Jaws (1975) de Steven Spielberg continúa siendo la mejor película de tiburones atacando personas y continuará si es que no existe una propuesta nueva, algo difícil que suceda. Sin embargo, es una buena propuesta para cierta clase de espectador.
Un tour de force salvaje con chicas bonitas y enormes tiburones blancos. Desde que Steven Spielberg filmó la clásica Tiburón ¿quién no se ha sugestionado con estos escualos? Más de uno lo ha pensado dos veces antes de zambullirse en el mar. Claro que esta película ha sido la precursora de cientos de historias que tienen como protagonistas a nuestros amigos carnívoros, y Terror 47 metros: El segundo ataque es una de ellas. Vendría a ser una especie de secuela de A 47 metros, cinta también dirigida por Johannes Roberts, en la que dos jóvenes que se encuentran veraneando en México, quedan atrapadas en una jaula para avistar tiburones en las profundidades del mar, siendo acosadas por los feroces peces. En esta ocasión la acción se traslada a dos hermanastras y su grupo de amigas, quienes saltándose las reglas se sumergen a recorrer unas ruinas submarinas. El padre de Mia (Sophie Nélisse) y la madre de Sasha (Corinne Foxx), son pareja. Por lo que ambas adolescentes son parte de la misma familia. A Mia la molestan y acosan en el colegio, mientras que Sasha goza de cierta popularidad y se avergüenza un tanto de ella. Para limar asperezas, los padres planean que las chicas pasen un día juntas avistando tiburones en un paseo turístico. De mala gana las jóvenes emprenden camino, pero deciden suspender el aburrido paseo y cambiar el curso de las cosas, cuando las divertidas amigas de Sasha, Alexa (Brianne Tju) y Nicole (Sistine Stallone), las recogen. Es así que guiadas por Alexa descubren un paraíso solitario en la costa de Recife, y deciden bucear entre las cuevas y pasadizos de una recién descubierta ciudad submarina. Lo que no saben es que estas ruinas son hogar de una especie extraña de tiburones blancos ciegos… que están furiosos y hambrientos. La premisa es simple y lo que se cuenta también. Roberts no le da muchas vueltas al asunto y se concentra de lleno en la acción, creando un ambiente claustrofóbico y tenso. Aquí el fuerte no es la descripción de los personajes, sino la situación de riesgo extremo. Son cuatro chicas tratando de sobrevivir a cualquier precio, y no serán solo los tiburones la amenaza latente; también lo son las trampas que contiene esta ciudad maldita, y la falta de aire. El grupo de amigas bucea a ciegas sin saber lo que puede suceder. Solo les resta rezar, usar el instinto y la cabeza para superar los obstáculos. Cuando en un momento el relato parece encontrar oxígeno (literal y simbólicamente hablando), se abre paso un tour de force bizarro y muy sangriento, en donde nuestras chicas ponen el cuerpo a un show de persecución y lucha con los tiburones. Si sos fan del género, te recomendamos colocarte máscara, chequear el tubo y sumergirte en esta terrorífica aventura.
Una película subacuática de supervivencia como tantas otras que juega con la falta de aire y la claustrofobia de la mano del director británico Johannes Roberts, quien estrenó Terror a 47 metros en 2017 y la interesante Los extraños: Cacería nocturna el año pasado. Terror a 47 metros: El segundo ataque no tiene ningún punto de contacto con el filme anterior y ofrece un escenario original: un cenote que conecta con una cueva subacuática de ruinas mayas sumergidas cerca de la costa de México. Dos hermanastras adolescentes, Mia -Sophie Nélisse- y Sasha -Corinne Foxx- cambian una salida programada por sus padres y deciden hacer submarinismo en el lugar prohibido y atrapante en el que trabaja su padre, el arquéologo Grant -John Corbett-. A la aventura se suman dos amigas, Alexa -Brianne Tju- y Nicole -Sistine Rose Stallone- sin imaginar que en el lugar habita un gran tiburón blanco. Como personajes incautos dentro del género, ellas rompen las reglas y tienen su castigo en este relato que aprovecha bien los escenarios oscuros y los sobresaltos cuando quedan atrapadas en el túnel y a merced del escualo. La primera parte del filme funciona como El descenso pero debajo del agua, entre tanques con oxígeno que se termina y una - o varias- amenaza feroz, y con el mar abierto en el tramo final y una secuencia similar a Tiburón 2. La película tiene recursos vistos y toma aire cuando lo necesita pero la tensión está presente a lo largo de la historia con detalles que cobran sentido y encajan en el lugar indicado en el desenlace. Sin alcanzar el nivel de suspenso de Miedo profundo, la propuesta cumple con lo prometido con su sucesión de muertes sangrientas, una excursión turística que trae sorpresas y máscaras de buceo que impiden por momentos identificar a cada una de las protagonistas. Quizás poco importa lo que les pase porque el tiburón blanco se mueve con rapidez, viene con compañía y no da demasiado tiempo para pensar.
Es la secuela de la película del 2017, con el mismo director Johannes Roberts y su guionista Ernest Riera. Con la anterior, bastaba que dos chicas quedaran encerradas en una jaula que las protegiera de los tiburones, caída a la profundidad del título, para que con los letales animales rondando sostuvieran una película que fue éxito de recaudación. Aquí cuatro amigas jóvenes y bellas deciden sin permiso de expertos explorar una ciudad antigua sumergida, es decir bucear por largos pasillos sin salida, laberintos complicados, huecos con aire. A esa práctica que ya resulta bastante claustrofóbica se le agregan un puñado de tiburones blancos ciegos que se encargaran del terror. Ideal para aquellos adictos a un verdadero subgénero, ya sea en documental o ficción. Tiburones, primero uno, luego en patota, merodeando y comiendo al que puedan. Entre la situación de encierro, tanques de oxigeno eternos y los escualos blanquitos que todavía son mas voraces se arma esta película. No hay mucho más. Encima los animalitos suelen aparece siempre de improviso para asustarnos con la dentadura en primer plano. Un entretenimiento sin pretensión. En el elenco de chicas dos tienen apellidos y padres famosos, Sistine Rose Stallone es la hija de Silvester y Corinne Fox la de Jamie .
Critica a “Terror a 47 Metros: El Segundo Ataque” Dirigida por Johannes Roberts, que también ocupó el asiento de director en la primera entrega, toma la historia de una relación disfuncional de un par de hermanas, más dos amigas, recién establecidas en México. Aprovechando el reciente descubrimiento de unas ruinas mayas, por su padre arqueólogo, deciden ir a pasar el día y a explorar una de las primeras cuevas subacuáticas Maya. No es necesario explicarles que el cliché está a la orden del día pues quedan encerradas y no están del todo solas. Roberts termina logrando lo que para muchos directores podría ser la olla de oro al final del arcoiris, dirigir una secuela y que esta termine superando y haciéndonos olvidar el gusto que nos dejó la primera con una acertada hora y media de pasarla mal. Y hablando de aciertos, podemos empezar a hablar de la película en sí. La predictibilidad que implica el género puede ser un riesgo así como un beneficio pues solo en las manos de Arthur fue que Excalibur pudo salir de la piedra. Servida a la vista del primer acto sabemos lo que va a pasar. De ahí en más un buen director, un buen cineasta, debería pensar en las formas, en la temporalidad, en el ritmo, en lo que tiene, en lo que puede y en lo que quiere transmitir al espectador. El diseño de los tiburones, blancos, ciegos, hambrientos y con superpoderes sensoriales puede resultarles un poco excesivo, pero no para la trama, el manejo de los tiempos, el aprovechamiento de los espacios y las acciones de los/las protagonistas convertidos todos en una sola pieza que no deja de tensionarte. Una vez iniciados en el conflicto solo se ponen en plano situaciones que no dejan de llevarte al sobresalto y a la exploración de todas las fobias. Vamos a exceptuar algunas flojas maniobras de cámara lenta en las que solo se trata de alargar algo y no sabemos muy bien porque. El desarrollo de los personajes, por su parte, no termina siendo algo secundario como debería ser, dejando mucho que desear a la hora de saber sobre sus demonios y sus resoluciones. Y si bien hasta ahora solo pudimos ver y sentir todo lo que esperamos de una buena película de animales salvajes asesinos cabe destacar que el final resulta excesivamente cargada de situaciones de tensión que a la primera puede gustar, pero que a la cuarta (si, hay 4) llega a cansar y a provocar uno que otro resoplido. En resumen se puede decir entonces que “Terror a 47 Metros: El Segundo Ataque” es no una de esas que termina reivindicando el género, pero que resulta divertida de ver y de tener para ver.
Terror a 47 Metros: El Segundo Ataque es la secuela de aquella película que protagonizó Mandy Moore bajo el agua, en el año 2017. Respaldada por Johannes Roberts (director de la primera) la segunda parte aprovecha los recursos de la claustrofobia del océano y un extra: ruinas Mayas. En esta secuela se presenta una historia de decisiones pobres de adolescentes con ganas de divertirse. ¿A quién se le ocurre visitar unas ruinas mayas inexploradas por pura diversión? Es la pregunta que resuena una y otra vez con cada minuto que pasa de esta película y tenemos un plus: hay tiburones ciegos con sentidos agudos debido a los años de evolución; todo esto suena como un disparate pero la película de Roberts no se toma en serio y trata de agilizar situaciones enfocando la diversión y el suspenso para después caer en algo verosímil, por esa razón Terror a 47 Metros: El Segundo Ataque entretiene y supera a su original. Un rejunte de situaciones hacen recordar a The Descent (2005) y The Cave (también lanzada en ese mismo año); por lo disparatado que suena la película logra plantar un interés en el espectador al no tratarse del clásico «tiburones en mar abierto». Es un recurso valorable el introducir espacios cerrados en este tipo de películas ya que no sucede siempre y en cierta forma Terror a 47 Metros: El Segundo Ataque es muy original. Sistine Stallone (la hija de Sly) hace su debut actoral y tiene zapatos enormes en portación de apellido que llenar, no obstante, para lo poco que ofrece pequeño rol secundario no lo hace para nada mal; si Stallone hija se enfoca por ahora en este género tiene una carrera muy positiva por delante. Dato extra: hay un actor en la película con el nombre Khylin Rhambo… una perlita de que todo lleva a Sylvester de una forma u otra. Hay que destacar que los tiburones de El Segundo Ataque son un simple artefacto para avanzar en la historia; no causan un efecto positivo, es más, tienden a figurar en pantalla cuando el guion necesita un empuje – además de ser recurrentes se muestran pixelados por un CGI absurdo -. Quitando los últimos 10 minutos (con un giro bastante inesperado y aceptable) dan pena. Terror a 47 Metros: El Segundo Ataque es un guilty pleasure, no es una buena película, pero tiene lo necesario para atraer al público y entretener a la sala en menos de 90 minutos. Valoración: Regular.
Steven Spielberg fue visionario y en 1975 dirigió ‘’ Tiburón’’generando así un nuevo subgénero dentro la acción y aventura. Hoy, 44 años después, el director Johannes Roberts nos trae la segunda parte de la película "Terror a 47 metros". En este caso nos presentan la historia de cuatro adolescentes que luego de pasar una agradable tarde en aguas cristalinas deciden aventurarse a bucear en una ciudad submarina en ruinas. Rápidamente se encuentran en un infierno acuático que convierte su pacifica travesía en horror cuando descubren que no están solas en las cuevas subacuáticas. Mientras nadan más profundamente en el claustrofóbico laberinto tratando de escapar, entran en el territorio de las especies de tiburones más mortíferas del océano. Aquí aplica el mítico refrán ‘’las segundas partes no son las mejores’’ ya que no solo es un típico cliché sino que también el arranque de la misma en lento y a veces roza lo aburrido. Las largas escenas buceando generan momentos estáticos y se reutiliza el recurso de la pelea directa entre humano y tiburón en el cual el animal es vencido o herido por una persona. Este tipo de situaciones cansan y no logran ser del todo verosímiles en la historia. "Terror a 47 metros" es una película de tiburones más en el género, que no tiene fragmentos a destacar ni trasfondos en los personajes muy importantes. Quizás si te apasiona mucho este mundo animal es un largometraje interesante para ver en el cine y acompañar a estas jóvenes en su travesía, de lo contrario esperen un poco más para verla en la comodidad de nuestros hogares. Por Keila Ayala
Luego del éxito del film de 2017 (costó 5 millones de dólares y recaudó más de 60), llega esta inevitable secuela, también dirigida por el británico Johannes Roberts. Es una producción más voluminosa que su antecesora, pero con las mismas debilidades en términos de ideas y puesta en escena. Cuatro jovencitas toman la mala decisión de explorar los restos de un templo en aguas profundas del norte de Brasil, donde hay un ejército de tiburones dispuesto a devorarlas. Las escenas de acción y terror son lo más logrado de una historia previsible que obliga a su sufrido elenco -que incluye a las hijas de Jamie Foxx y Stallone- a lidiar con los resultados como mínimo perezosos de dos guionistas.
Tras una eterna secuencia de títulos, comienza esta secuela que en realidad es independiente de la primera película que protagonizara Mandy Moore dos años atrás. Con un planteo diferente (el nombre original tiene como subtítulo “Uncaged” que hace referencia directa a la no utilización de la jaula de la peli original) y un elenco flojísimo, el director Johannes Roberts no tiene mucho de lo cual agarrarse para no hundirse.
Terror a 47 metros: El segundo ataque es una película de terror en el que un grupo de adolescentes que bucean en una ciudad en ruinas sumergida en la costa de México son atacadas por tiburones asesinos que habitan en el lugar. Está escrita y dirigida por Johannes Roberts y protagonizada por Sophie Nélisse, Corrine Foxx, Brianne Tju y Sistine Rose Stallone. Si bien se trata de una secuela, no hace falta haber visto la entrega anterior, porque aunque ambas comparten el mismo universo diegético cambian los personajes. Por eso en esta ocasión tenemos a Mia (Sophie Nélisse), una joven buceadora víctima del bulling, que para integrarse en el grupo de amigas de su media hermana Sasha, Corrine Foxx, decide acompañarlas a recorrer una ciudad sumergida, sin tener en cuenta que ésta es en realidad una trampa mortal habitada por tiburones. Una de las cosas que hace que esta película funcione es que en pocos minutos resuelve la motivación de su protagonista para tomar esa decisión, porque es clara y genera rápidamente empatía con los espectadores. Y a partir de ahí vamos viendo cómo este grupo de adolescentes toma una serie de decisiones imprudentes que dan sentido a la trama, que funciona gracias al muy buen uso del fuera de campo. Así como también jump scares eficaces con las apariciones sorpresivas de estos monstruos acuáticos, que dan lugar a escenas de violencia explícita. Un párrafo aparte merece el muy buen trabajo de fotografía, a cargo de Mark Silk, que hace lucir su larga trayectoria como camarógrafo especialista en escenas debajo del agua. Y esto se puede apreciar no solo en la fluidez de los movimientos, sino también en el buen aprovechamiento de la luz, tanto natural como artificial, que permite identificar claramente a cada personaje aun detrás de su equipo de buceo, así como también esta ciudad en ruinas y a cada uno de estos amenazantes tiburones. En conclusión, Terror a 47 metros: el segundo ataque no ofrece nada nuevo, pero su director la hace funcionar gracias a un muy buen manejo de los lugares comunes del género, y esto es meritorio teniendo en cuenta que no lo logró ninguna de las secuelas de Tiburón ni tampoco Megadolon. De esta forma queda demostrado que en el cine es mucho más importante el cómo se cuenta una historia a su contenido, porque una buena puesta en escena suple eficazmente la falta de originalidad.
Terror a 47 metros: El segundo ataque. Una propuesta de género que no engancha por su acción ni evoca interés por sus personajes. Desde que el éxito de Tiburón inaugurara el concepto de blockbuster en el cine moderno, los tiburones como antagonistas siempre han sido una premisa popular, aunque no necesariamente con el éxito o la solidez de ese clásico de Steven Spielberg. Incluso muchos de los esqueletos en ese armario pertenecen a la franquicia madre. No obstante, hay veces donde el deseo de entretener puede ser más poderoso que el de reflexionar, y no pocas veces puede ganar la batalla. Por desgracia, Terror a 47 Metros: el segundo ataque no llega triunfante a esa línea de meta. Aguas rojas Lo emocional está presente pero no lo suficientemente desarrollado. Tampoco lo están los personajes, razón por la cual sus muertes no conmueven mucho salvo en el placer de anticipar quién va a ser devorado primero por el escualo. Ni el amor entre hermanas que desea proponer temáticamente la película, o el simple deseo de supervivencia, consiguen agilizar las escenas o siquiera hacerlas interesantes. Tiene el valor de introducir bulliesunidimensionales, pero no tiene el coraje de darle un sangriento merecido a la altura de su premisa. Una catarsis siempre bienvenida (y, por qué ocultarlo, celebrada) en este tipo de películas. Va a haber quien diga que con el pasar del metraje el bully mira a su víctima con otros ojos y acaba por respetarla, pero no, la dinámica entre los personajes no está lo suficientemente desarrollada para que esta excusa del respeto se sostenga. El sistema de comunicación presentado en la película no es creíble. Son unas máscaras, solo unas antiparras extendidas que más o menos dejan claro cómo pueden hablar debajo del agua y a esa profundidad, ¿pero cómo escuchan? En El Abismo, una película que, como esta, desarrolla gran parte de su trama bajo el agua, se resuelve esta explicación de una forma mucho más sencilla: cascos. El espectador asume, sin necesidad de que lo expliquen los personajes, cómo pueden hablar y escucharse en semejante profundidad acuática. Si esta película no tiene esa sofisticación (o el presupuesto) tendrían que haber buscado la manera de resolverlo dentro de sus posibilidades (un aparato para el oído, hacer la película sin diálogos, etc.), pero no está negación a las reglas de un universo realista claramente introducido que hace que la suspensión de la incredulidad quede destruida bajo la presión. Un discurso profundo, emotivo y solemne que evoque el valor de sobrevivir del grupo es, a esta altura, una anticipación formal que en cuanto a seriedad no evoca nada, en cuanto a ironía no evoca risas. Y es momento de recordar que ese recurso ya se usó y mejor en Alerta en lo Profundo, que era mucho más entretenida y con personajes más queribles, sin ser tampoco un ejemplo extremo de solidez narrativa. Ese discurso motivador que termina en muerte inesperada ha sido recordado y ha sido producto de tantos memes que usarlo incluso como parodia es un despropósito. Uno lo escucha y cuenta para sus adentros “5… 4… 3… 2… 1, entra Tiburón”. Eso no es un espectador congraciándose, sino diciendo “No estoy impresionado. Siguiente escena, por favor”.
Quien ataca dos veces, ataca peor El cine ha sabido darle al espectador muchísimas aristas respecto a animales desbocadas en atacarte bajo situaciones extremas, algunas veces ha funcionado dejando grandes obras de culto y otras solo un buen rato de sobresaltos y no mucho más para recordar. Ese es el caso de esta innecesaria secuela (para mi gusto). La historia va de cuatro adolescentes; dos hermanastras que escapando de una salida familiar deciden ir de aventuras a un lugar subterráneo a realizar buceo y ahí es donde entran elementos típicos del subgénero como desobedecer reglas establecidas que hacen a veces de manera rebuscada que exista una historia que contar. Todo va bien pero esa tranquilidad y relax se verá interrumpida cuando un enorme tiburón blanco las aceche utilizando las profundidades y todas las artimañas bastante gastadas en sagas como Tiburón, Piraña, El descenso, etc. Una película con buen uso de la fotografía submarina, algunos sustos bien resueltos pero no mucho más que eso, noto que a veces se quiere referenciar al género y se cae en replicar de una manera bastante burda dejando como resultado un producto que no llega ni a copia barata de un clásico. Las actuaciones están bastante bien. Destacan Corinne Foxx (hija de Jamie Foxx) como Sasha, y Sistine Rose Stallone (hija de Sylvester Stallone) en el papel de Nicole. Para apuntalar el film tenemos a John Corbett que hace de padre de las hermanastras Mia y Sasha y es arquéologo del lugar prohibido donde las adolescentes sufrirán los ataques del enorme escualo. La película es dirigida por Johannes Roberts, quien estuvo a cargo de la primera y que tampoco estaba tan bien pero que particularmente me trae a la mente que es el mimo director que tuvo a cargo la secuela de Los extraños, esa muy buena película del subgénero Home-Invation que dirigió en 2018 y que tenía tanto una fotografía como un soundtrack alucinantes, y que si recomiendo mucho ver si la encuentran algún lado ya que es una peli que tiene cosas muy interesantes además de su trama simplona. Una película que seguramente pase sin pena ni gloria en esta pequeña ola de producciones donde animales gigantes acuáticos atacan; los más sobresaliente que se vio en este tiempo sin duda alguna es Crawl estrenada hace muy poco y dirigida magistralmente por Alexandre Aja. Sinceramente no tengo mucho más para decir: aconsejo esperar mejor y verla en video.
Su desarrollo resulta muy predecible donde cuatro jóvenes amigas deciden bucear y sumergirse en el mar para explorar un atractivo templo maya, oculto durante siglos, solas sin ningún guía en las profundidades, perdidas en un laberinto y amenazadas por un grupo de tiburones blancos ciegos y hambrientos que se encargan de generar terror y tensión. Puro entretenimiento para los amantes del género, para nada pretenciosa, ideal para nuevas generaciones. Se suma una estupenda fotografía, banda sonora, chicas bellas, parte del elenco son hijas de actores muy conocidos como las actrices y modelos: Sistine Rose Stallone, hija de Sylvester Stallone y Corinne Foxx de Jamie Foxx.
El segundo ataque de Johannes Roberts y sus tiburones no logra convencer a pesar de un gran despliegue técnico y una muy buena puesta en escena. La relación entre el cine y los tiburones podría denominarse cómo mucho más que estrecha. A partir del boom que produjo la hoy clásica Tiburón (1975) hasta Megalodón (2018), por alguna extraña razón que se le es ajeno a casi todo el mundo, las películas que tienen como principal amenaza a estos animales acuáticos suelen ser un atractivo masivo para el público de todas las latitudes del mundo. De más está decir que la calidad de éstas películas, salvo JAWS de Spielberg, no son del todo convincentes. Cómo los ejemplos más claros pueden mencionarse las múltiples secuelas de Sharknado (2013-2018) y aquellas de bajo presupuesto que inundan la programación de los últimos canales de la grilla del cable. Pero en 2017 Johannes Roberts, autor entre otras cosas de Los Extraños: Casería Nocturna, ideó una cinta llamada Terror a 47 Metros (47 Meters Down), en donde se combinaban elementos de terror y home invasion en la que dos turistas quedaban “sepultadas” a 47 metros bajo el nivel del mar y ambas se encontraban rodeadas de tiburones hambrientos. A pesar de que la crítica no tuvo una valoración demasiado positiva, la audiencia le brindo el apoyo suficiente cómo para que aquella película logre tener una segunda parte. Esta secuela denominada Terror a 47 metros: El Segundo Ataque (47 Meters Down: Uncaged, 2019), vuelve a estar escrita y dirigida por Johannes Roberts y Ernest Riera y cuenta una historia totalmente diferente a la original en donde no se repiten protagonistas ni trama, pero si se mantiene la esencia. En esta oportunidad, las protagonistas serán Nicole (Sistine Stallone), Jennifer (Nia Long), Sasha (Corinne Foxx) y Mia (Sophie Nélisse), cuatro jóvenes compañeras de secundaria que terminan por accidente en las ruinas de una antigua ciudad perdida, apenas debajo de las tierras mexicanas que usualmente transitan. Pero en ésta excursión sin programar, las chicas se verán atrapadas en ésta ciudad que hará las veces de laberinto submarino con un agregado extra, la presencia de una antigua raza de tiburones que les presentará una amenaza a la que nunca se habían enfrentado. A pesar de querer evolucionar en cuanto a la escritura de guion y al desarrollo de una trama e historia, esta secuela queda muy lejos de su predecesora y pareciera olvidar por completo aquellos elementos de suspenso que supieron hacerla fuerte. Para empezar la seriedad que requiere un filme de éstas características nunca se ve alcanzada debido a la incontable cantidad de diálogos irrisorios e inverosímiles que llevan a cabo las protagonistas. Ya cuando desde el discurso de los protagonistas es poco creíble la película pierde todo el poder para lograr asemejarse en algo con los espectadores. Al mismo tiempo, el desarrollo de la trama termina siendo más extenso de lo que el propio poder de la historia requiere. Durando apenas 89 minutos, la película termina quedando extensa y por momentos aburre y teniendo en cuenta que la premisa original es la de tener un tiburón como principal amenaza (no debe haber peor miedo terrenal) que la trama se vuelva densa y poco atractiva es un gran fracaso. Pero la película también tiene aspectos positivos, por lo menos algunos. La mayor parte de los aciertos del film tienen que ver con la parte técnica y el desarrollo de la ambientación y la puesta en escena. Los movimientos de cámara son los encargados de generar la poca tensión que se termina generando y junto con la gran fotografía que presenta la cinta, terminan redondeando una gran labor. Las actuaciones de todas las actrices cumplen en sus respectivos roles pero no hay ninguna que pueda llevar la película a un mejor puerto. Ni siquiera las ganas de Sistine Stallone, hija del mismísimo Sylvester, logran contagiar su entusiasmo al espectador debido mayoritariamente a la poca veracidad de los diálogos y a las acciones que su personaje toma. Estas características se encuentran en cada uno de los personajes presentados y no se puede crear ningún tipo de vínculo. Terror a 47 Metros: El segundo Ataque, termina siendo una película más sobre una temática en donde el mercado ofrece posibilidades infinitamente mejores. Pésimo desarrollo de personajes y una trama sin vuelo narrativo alguno terminan concretando una película que dista mucho de su predecesora y de cualquier otro material que tenga como protagonista a un tiburón.
EN LAS PROFUNDIDADES DEL TEDIO ASFIXIANTE Cuando hace unos años se estrenó A 47 metros con un modestísimo presupuesto que seguramente se basaba en los salarios de Mandy Moore y Matthew Modine como costo mayoritario, y a pesar de tener unos efectos CGI pasables, tuvimos la oportunidad de ver un film medianamente entretenido, de premisa simple, basada en la mala experiencia de dos chicas que quedan atrapadas en una jaula a merced de tiburones hambrientos a la distancia de profundidad que indica el título. A mi entender, la única razón que ameritaba la producción de una secuela como Terror a 47 metros, el segundo ataque, era la relación costo beneficio de la película, por lo cual también volvió a convocarse al mismo director y a reformularse la historia para justificarla, aunque más debiera considerarse un spin-off ya que no tiene conexión alguna con la anterior. En este caso las únicas “estrellas” conocidas en el cast son John Corbett y Nia Long, siendo las cuatro adolescentes que más tiempo pasan en pantalla totalmente ignotas. Desde ya que ese no es el problema, sino la falta de sustento en la historia que mueve a risa sin que sea esa la intención. Todo comienza cuando Nía (Sophie Nélisse) se ve obligada a compartir su vida con una familia ensamblada que armó su padre (Corbett) con su nueva esposa e hijas (Long) en México, lugar en que está trabajando en unas ruinas bajo el agua. La hermanastra de Nia le propone pasar una tarde en ese lugar en el que se puede bucear entre grutas y descubrir verdaderos tesoros arqueológicos. Las cosas se complican cuando merced a un accidente quedan encerradas en esos túneles en los que habitan unos tiburones ciegos que no necesitan de ese sentido para intentar devorar a sus potenciales víctimas. El resto de Terror a 47 metros, el segundo ataque, unos 80 minutos más, sucederá bajo el agua y con las chicas peleando contra la falta de oxígeno que se acaba en sus tanques, y los escualos que parecen más deseosos de asustarlas apareciendo de pronto junto a ellas, que intentando comerlas con unos colmillos que adolecen del mismo problema que tenían los cocodrilos en la reciente Infierno bajo el agua: parecen de goma espuma y no son capaces de dejar secuelas aunque arrastren a alguna de las protagonistas como si fuese un títere. Aunque nobleza obliga, hay que aclarar que la mencionada Infierno… es muy superior. No hay una sola escena que nos pueda parecer el “punto alto” de la realización, ni siquiera la secuencia del final, que se pasa de ridícula con ese torniquete forzado de tres conclusiones en el que ni siquiera arriesgan un sacrificio que “duela” en el espectador, si es que a esas alturas ha podido empatizar al menos un poco con los protagonistas. En resumen, muy poco se rescata de esta producción más allá del escenario paradisíaco y algunos planos subacuáticos que no se ven muy a menudo, como no sea en algún video turístico. En este caso, se recomienda quedarse en la superficie.
¿Secuela? del inesperado éxito de 2017, "Terror a 47 metros: El segundo ataque", de Johannes Roberts, cumple sobradamente con lo que una película de su especie debería cumplir. Es sumamente divertida. Cuatro adolescentes prototípicas desoyen cualquier advertencia y se arrojan a un acantilado aislado con vista al mar, para luego quedar encerradas en el mismo y ser presa de un grupo de tiburones hambrientos. Con esta premisa, ¿a alguien se le ocurriría pedir lógica, raciocinio, verosimilitud, o algún estudio sesudo por el estilo? Respóndanse ustedes mismos; pero no deberían entrar al mundo de "Terror a 47 metros: El segundo ataque", pidiendo más que una hora y media de diversión descerebrada y (algo) sangrienta. Al igual que las chicas protagonistas, tampoco es que nosotros no sabíamos dónde nos metíamos. No solo porque el cine de ataque de tiburones es tan viejo como el clásico de Spielberg, sino porque ese subtítulo “El segundo ataque” no es en vano. En 2017 se estrenó "A 47 Metros (47 metters down)" – sin el terror, ojo – , una película que tuvo un trayecto digno de otra película en sí detrás de cámara. Por un problema entre productoras quedó en un limbo mucho tiempo sin estrenarse, a mitad de año llegó a VOD y rental con otro título ("In the Deep"), el mismo día fue adquirida por otra empresa que decidió retirar todas las copias y estrenarla en salas – aunque en el submundo pirata era fácil encontrarla – y se terminó convirtiendo en un éxito absoluto, uno de los films más rentables en cuanto a diferencia de costo de realización y taquilla. La continuación que vemos a partir de hoy se puso en marcha de inmediato. Aquella tampoco era un dechado de seriedad, dos hermanas que buceaban en las profundidades del océano encerradas en una jaula atada a un barco, hasta que la cadena se rompe y ellas quedan libradas al azar con un tiburón que las merodea; pero al igual que esta, ofrecía un alto entretenimiento. Es que esa parece ser la marca registrada de su director, el inglés Johannes Roberts, un nombre que ya habría que tener en cuenta si de terror estilo Clase B se trata. El mismo 2017 de "A 47 metros", estrenó "Los extraños: Cacería nocturna", que dejaba de lado la extrema (y convincente) solemnidad de "Los extraños", para entregar una secuela llena de delirios y diversión barata que los fanáticos del género supimos aplaudir. Y si revisan para atrás, (salvo la aburrida Del otro lado de la puerta) su filmografía está plagada de títulos que le huyen a la seriedad y abrazan la locura de la sangre delirante. En Terror a 47 metros: el segundo ataque, vuelve a hacer de las suyas, aunque su inicio, algo lento, hace pensar que no. No necesariamente es una secuela, ya que cuenta una historia completamente diferente a la de A 47 metros. Otra vez tenemos a dos hermanas, o mejor dicho, hermanastras, Mía (Sophie Nélisse) y Sasha (Corinne Foxx), que son el agua y el aceite, o algo así. Mía es introvertida y algo nerd (aunque físicamente parece lo contrario), y Sasha es la chica que hace de todo por ser popular y llevarse bien con la it girl, por más que sepa que esta es pérfida. Entre ellas no hay onda y la relación está quebrada, más allá de que el padre de Mía (John Corbett), y la madre de Sasha (Nia Long) hagan todo por unirlas. Mía sufre por la pérdida de su madre biológica, de la que se responsabiliza, y es hostigada por sus compañeras de clase. A Sasha le da vergüenza que la vean con Mía. Todo esto ocupa un par de minutos iniciales, y la verdad Johannes, es que no nos interesa. Cuanto antes queremos que se callen y cometan la torpeza de meterse al agua. Por suerte eso sucede rápido. Sasha persuade a Mía a escaparse de una vista escolar junto a otras dos amigas, Alexa (Brianne Tju) y Nicole (Sistine “soy la hija de” Stallone); y las cuatro se dirigen a un acantilado oceánico a tomar sol y reírse un rato como lo estúpidas que son. Para más prueba de su estupidez, casi inmediatamente, se arrojan al océano para nadar; y como si no les bastara, deciden ir a visitar una cuevas submarinas en donde se halla un templo maya. Sí, ni bien se meten las cuatro, la puerta del templo se cierra, hay un derrumbe, y quedan encerradas sin poder salir a la superficie. ¿Es la falta de oxígeno el mayor de los problemas? No, es la manada de tiburones que habitan en la cueva, y que hace mucho no prueban la carne de adolescente fresca. "Terror a 47 metros: El segundo ataque" es apta para mayores de 13 años, así que elude el mostrar mucha sangre, al igual que su original. Pero Roberts se las ingenia para remplazar la abundancia de sangre con escenas de riesgo constante realizando una película vibrante, que desde que esa puerta se cierra no para y hace que nos aferremos a la butaca y saltemos con cada topetón. En definitiva, es eso lo que fuimos a ver. Sí, los personajes son bastante odiosos, no importa, son carnada. Hay muchos momentos que no tienen sentido, hay muertes “sorpresivas” que las podemos adelantar (e igual las festejamos), y la historia en sí no resiste ningún análisis. No influye, porque entre tanto tiburón y tanto ahogo por la falta de oxígeno no tenemos tiempo de andar pensando, y por si acaso a uno se le ocurriese hacerlo, es aconsejable poner el cerebro a enfriar en el fondo del vaso de gaseosa junto con los hielitos. Los escualos cumplen, hacen bien su tarea, y nos lo muestran cuando hay que mostrarlos, y los esconden de modo amenazante cuando hay que esconderlos. No todo es gratuito y Johannes Roberts sabe cómo dosificar bien los momentos para que eso que llaman diversión esté siempre asegurado. No, Spielberg sigue respirado tranquilo porque a su obra maestra nadie la toca. Terror a 47 metros: El segundo ataque se conforma con lo que ofrece, hora y media de gran entretenimiento para descansar la mente, y dedicarnos a otra cosa al abandonar la sala. No esperábamos más, y está muy bien.
La continuación de Terror a 47 metros, que ya de por sí no fue una gran película de tiburones, es una típica propuesta de televisión que por esos designios incompresibles de la distribución tiene la suerte de llegar a la cartelera. En los últimos años los filmes relacionados con esta temática volvieron a cobrar popularidad y si bien están lejos de ser obras relevantes al menos ofrecen un entretenimiento dentro del género de supervivencia. En el caso de esta producción nos encontramos con un clon de la primera entrega con la particularidad que el nuevo argumento presenta a los típicos adolescentes idiotas del cine de terror y el tiburón más inepto en la historia del cine. Una combinación que da lugar a situaciones absurdas que te hacen reír por los motivos equivocados. Por eso es una propuesta que recomendaría posponer para la televisión, si son seguidores de estas historias, porque no vale la pena en el cine. Hay otras opciones más interesantes para disfrutar en una sala que esta clase de producciones que podés encontrar a patadas en el canal Scy Fi o Netflix. El director Johanne Roberts responsable de la primera entrega presenta un trabajo decoroso en la escenas de acción, un aspecto del film que resulta opacado por los personajes tediosos que presenta el relato y un tiburón que se queda corto en materia de susto. A quienes les gusten este tipo de historias les recomiendo conseguir Capsized: Blood in the Water, la primera producción original del canal Discovery Channel que recrea un caso real de supervivencia ocurrido en los años ´80. Filmada con menor presupuesto y en apenas 10 días ofrece una thriller mucho más sólido que este estreno para cines.
Típica película clase "B", de bajo presupuesto, (para el país de origen), aunque la mayor parte del tiempo las acciones transcurran bajo el agua, escrita y dirigida con el manual abierto, sin lugar a dudas. ¿Qué significa esto? En realidad es un gran catálogo de lugares comunes, clichés que se le dicen, desde el primer fotograma hasta el último, todo gira en derredor de la previsibilidad más extrema, no hay sorpresas. Esta ausencia de algo original no sólo se vislumbra desde el guion literario, esto es abocado al relato en sí mismo, incluyendo los diálogos rayanos en la más baja clasificación de inteligencia humana, lo cual le otorga a las actuaciones un plus de condescendencia para su evaluación que hay que poder decir esos parlamentos sin morirse de risa en el intento. Cuatro adolescentes bucean en una ciudad submarina en ruinas, llegan allí guiadas por una de ellas, a quien su novio, parte del grupo de exploradores, la ha llevado para Dios sabe con qué propósitos. No desde este momento, sino desde la presentación misma de los personajes, lo más interesante que plantea el texto, es un juego, el de ir adivinando cómo será la secuencia de muertes, el orden en que irán siendo víctimas y, mucho más importante, quienes se salvaran y quien será el héroe o heroína de turno. (He de confesar que en este asdpecto dos de mis predicciones no resultaron). Desde ese punto es que rápidamente las jóvenes se encuentran en un infierno acuático, mientras su aventura se convierte en horror cuando descubren que no están solas en las cuevas sumergidas. Mientras nadan más profundamente en el claustrofobico laberinto, entran en el territorio de las especies de tiburones más mortíferas del océano. Vayamos punto por punto. Desde la estructura narrativa nada nuevo bajo el sol o, en este caso, en las profundidades marinas, salvo que algo del orden de lo inverosímil queda incorporado sin demasiadas cuestiones ni desarrollo y menos justificativo a saber que los escualos que habitan esas ruinas sumergidas a 47 metros de profundidad son ciegos ¿? El uso del montaje es acorde a el subgénero en que se desarrolla, y en esto va de la mano del diseño de sonido, tan de libro de primer año de la carrera de cine que va marcando cuando nada va a suceder, hasta que un cambio en el registro sonoro sea modificación del sonido, o silencio, abrupto nos anticipa la acción. Sino es desde este lugar la previsibilidad, en tanto línea de espera para ser comido lo determinan las acciones de los personajes, no importa si tiene algo que ver con lo que se vino construyendo del mismo. Todo vale. El filme genera nada, algunas bellas imágenes, bien filmadas, esto dicho desde lo técnico y nada más. Un atractivo extra se encuentra en las actrices, el debut de Corinne Foxx y Sistine Rose Stallone, hijas de Jamie Foxx y Sylvester Stallone, respectivamente, le dan a éste título una curiosidad que no modifica en nada su análisis o su calificación. Eso sí, Rose Stallone no sólo es más linda que el padre, sino que hasta parece tener más recursos interpretativos. Parece, aclaro. Esta es la segunda realización del mismo equipo y con la misma premisa, esto produce a que todo se vea como repetición de fórmula, tengo s.olo recuerdos aislados de la primera, y esto queda claro, como asimismo podría suponer la instalación de una nueva franquicia. Es sólo desde aquí que el terror dice presente.