Justicia campesina El segundo largo documental de Martín Céspedes es una extensión de su corto documental homónimo respecto de un caso de asesinato que envuelve a la comunidad campesina de la provincia argentina de Santiago del Estero. Al igual que en Ciudad del Boom, Ciudad del Bang! (2013), el realizador indaga en cuestiones centrales de las nuevas luchas sociales para centrarse aquí en el tema de la propiedad de la tierra que involucra al MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del Estero), una agrupación de productores fundada a principios de la década del noventa ante los desalojos por parte de terratenientes, que habían adquirido sus títulos en circunstancias sospechosas durante la última dictadura militar, y de las fuerzas policiales que respondían al salvaje gobernador Carlos Arturo Juárez y su esposa Mercedes Aragonés, quienes gobernaron con mano de hierro la provincia interrumpidamente durante casi cincuenta años. Toda esta Sangre en el Monte (2017) narra el juicio contra un capataz acusado de asesinar a un militante del MOCASE y al terrateniente imputado por la autoría intelectual del crimen. El documental recorre las discusiones al interior de la organización, la vida de los productores campesinos, su construcción de soberanía y la búsqueda de reconocimiento institucional por parte de los jueces durante el juicio mientras se detallan las causas del crimen y las consecuencias de los posibles fallos. Así el film sigue el juicio hasta su finalización poniendo énfasis en el análisis y las reacciones de la organización campesina ante el veredicto. El opus de Céspedes es un excelente alegato sobre la condición de los campesinos en Santiago del Estero, la actualidad de sus luchas y su perseverancia y alineación como ejemplo para el resto de los campesinos en todo el país.
La tierra para el que la trabaja. El MOCASE es el movimiento de campesinos de Santiago del Estero, que surgió como grupo de lucha contra los atropellos de los Juárez, enquistados en el poder por décadas y amparados por todos aquellos que gracias al feudo hicieron negocios a expensas del pueblo y que comenzara en 1990 cuando terratenientes tomaron posesión de enormes cantidades de tierra habitada y productiva, mediante documentación falsa y la complicidad de la justicia y de los poderes de la provincia de Santiago del Estero. Las manifestaciones constantes y reclamos de la soberanía alimentaria son parte de la gimnasia diaria de los miembros del MOCASE, de sus mujeres líderes que arengan y piden no bajar los brazos y continuar a pesar de la represión o incluso del asesinato de uno de sus militantes como del que se ocupa este documental de Martin Cespedes, Toda esta sangre del monte. Entre la vida de los campesinos víctimas, quienes intentan subsistir con lo propio, crianza y cuidado de sus animales y las distintas formas de economía organizada pasando por las instancias de un juicio en el que se acusaba del asesinato del militante Cristian Ferreyra a Javier Juarez, sicario contratado por el terrateniente Jorge Ciccioli, donde la manifiesta falta de ecuanimidad de los jueces frente al abogado defensor y a los representantes del MOCASE presentes en la sala deja en evidencia la falta de justicia verdadera en la provincia de Santiago del Estero como en tantas otras donde los feudos gobiernan desde décadas. Sin embargo, gran parte del documental de Céspedes otorga voz a aquellos que defienden con el cuerpo y hasta la vida el derecho a la tierra, que proclaman una ley agraria donde se contemple alguno de sus intereses y no termine todo en una manipulación política, en la estigmatización mediática por irrumpir propiedad privada o en la consabida represión policial para mantener un orden en la ruta de acceso. Entre la vida de los campesinos víctimas, quienes intentan subsistir con lo propio, crianza y cuidado de sus animales y las distintas formas de economía organizada pasando por las instancias de un juicio en el que se acusaba del asesinato del militante Cristian Ferreyra a Javier Juarez, sicario contratado por el terrateniente Jorge Ciccioli, donde la manifiesta falta de ecuanimidad de los jueces frente al abogado defensor y a los representantes del MOCASE presentes en la sala deja en evidencia la falta de justicia verdadera en la provincia de Santiago del Estero como en tantas otras donde los feudos gobiernan desde décadas. Sin embargo, gran parte del documental de Céspedes otorga voz a aquellos que defienden con el cuerpo y hasta la vida el derecho a la tierra, que proclaman una ley agraria donde se contemple alguno de sus intereses y no termine todo en una manipulación política, en la estigmatización mediática por irrumpir propiedad privada o en la consabida represión policial para mantener un orden en la ruta de acceso. Toda esta sangre en el monte es un crudo alegato en favor de derechos primarios que todavía hoy parecen utopías y que nunca figuran en las agendas mediáticas con la importancia que merecen frente a otras noticias menos trascendentes.
Martín Céspedes es un director, fotógrafo y montajista, que después de trabajar en TV y publicidad ahora se dedica a la realización independiente. A su vez, es colaborador de Revista Crisis, que también presenta este documental, fuertemente marcado por la línea editorial de la publicación. “Toda esta sangre en el monte” es una obra realizada a partir del asesinato de Cristian Ferreyra en 2011 en Santiago del Estero. Cuenta con la presencia y testimonios de Deolinda Carrizo Vilela, Omar Pereyra, Margarita Aguamar Gomez, Sergio Ferreyra, Mirta Coronel, entre otros. Cristian Ferreyra era miembro militante del MOCASE, Movimiento Campesino de Santiago del Estero. Este colectivo trabaja por la reivindicación de la propiedad de la tierra por parte de los campesinos y pueblos originarios, aquellos quienes trabajan y viven de este recurso, frente a los grandes empresarios terratenientes que buscan expulsarlos, en el contexto del boom sojero que tuvo lugar en nuestro país. Su asesinato está directamente relacionado con su activismo, y tuvo dos autores; el intelectual, Jorge Ciccioli, y su empleado Javier Juárez, autor material. En el año 2014 se llevó a cabo, en la ciudad de Monte Quemado, el juicio contra ambos acusados. El director nos muestra el desarrollo de este proceso, los testimonios y las marchas que realizó el MOCASE, en contrapunto con imágenes del monte santiagueño, sus paisajes y cómo los campesinos llevan adelante su día a día en esos parajes. Céspedes deja en evidencia diferentes realidades actuales sobre el interior de nuestro país, las cuales no son muy conocidas para muchos de quienes vivimos en la Capital Federal o el Conurbano y creemos que la vida pasa por estas latitudes. Tal vez hicieran falta más testimonios hablados, un poco más de la voz de los protagonistas, pero aquello que no se dice, se elige mostrarlo. Lo que vemos son instantáneas de una vida que se la gana de forma dura, pero que se gana al fin, aunque nos cueste creerlo. De gente que quiere vivir de lo que la tierra tiene para ofrecer, y sabe hacerlo. Pero también vemos conflictos muy reales, que aquellos pueblos viven en carne propia, y que a veces les hacen dejar la vida, como en el caso de Cristian. Hay una vieja frase que afirma que el hombre es lobo del hombre, y en “Toda esta sangre en el monte” podemos ver, además de las cabras, de los chanchos y las aves, a aquel hombre, depredador de otros.
En 2011, Cristian Ferreyra, de 23 años, fue asesinado cuando intentaba resistir un desalojo en el campo del paraje San Antonio, en Santiago del Estero, donde había vivido toda su vida. En 2014 se realizó el juicio oral contra Javier Juárez, el asesino, y el empresario Jorge Ciccioli, acusado de ser el autor intelectual del crimen. Con eje en los que ocurría en los precarios tribunales de Monte Quemado, Martín Céspedes registró la tensión existente entre los campesinos agrupados en el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase Vía Campesina) y los quienes quieren apropiarse de sus tierras. Es un documental de observación: sin entrevistas ni voz en off, la cámara captura, por un lado, la vida cotidiana de los campesinos sobre el territorio en disputa y, por otro, la tarea del Mocase en su búsqueda de hacer realidad el lema "tierra, trabajo y justicia". Los habitantes del lugar intentan seguir con su rutina de crianza de animales y trabajo artesanal de la tierra mientras sobre sus rústicas granjas sobrevuela la sombra de los agronegocios. Unos cuentan cómo, con ardides o lisa y llanamente ofreciendo módicas cantidades -que para los locales son fortunas-, algunos empresarios fueron desplazando a los pobladores ancestrales de las tierras para desmontar y cultivar soja. Paralelamente, se va desarrollando un juicio que parece enfrentar a dos fuerzas desiguales. Hay escenas desgarradoras protagonizadas por los familiares de Ferreyra, arengas conmovedoras por parte de los dirigentes del Mocase, quejas de los militantes hacia “los que vienen a hacer su tesis y luego desaparecen”. Son instantáneas que contribuyen a abrir los ojos hacia una problemática en general ignorada desde Buenos Aires. Pero para cumplir más eficazmente con esta misión, habría sido útil que el documental proporcionara más información que la ofrecida en los sobreimpresos del principio. Sin contexto, la comprensión cabal de la película queda, en cierta medida, limitada a los que ya saben demasiado bien de qué se trata.
Un documental que avanza sobre dos carriles diferenciados. Por un lado el juicio por el asesinato de Cristian Ferreyra asesinado por Javier Suárez, condenado, supuestamente realizado por encargo por el empresario Jorge Ciccioli que fue absuelto. Pero que también se encarga de mostrar una realidad donde chocan el estilo de vida campesino, defendido con valentía y persistencia, contra el avance de los negocios de la agroindustria que muchas veces deriva en violencia, desalojos y en este caso la muerte. Y como se organizan esos campesinos para tratar de defender sus derechos, dando pasos seguros en su objetivo. La militancia y la ruda, mucha veces cruel, realidad del estilo de vida del lugar, con sus costumbres y códigos. Pero también la soledad, el desamparo y el dolor en premier plano.
El MOCASE desde dentro. La lucha por recuperar espacios apropiados por empresas y terratenientes a partir del relato que desanda el juicio por la muerte de uno de los miembros de la organización, habla de una realidad urgente que exige resoluciones. Martín Céspedes logra un registro documental preciso, aunque por momentos expone demasiado el dolor, sobre una problemática de agenda que es olvidada por los grandes medios, acostumbrados a la casuística y a esconder debajo de la alfombra, verdades.
La película de Martín Céspedes, Toda esta sangre en el monte, comienza como tantas otras: con un crimen. De hecho, comienza con las consecuencias directas de un crimen, del cual se desprende un funeral. Hay llantos, gritos y pedidos de justicia, y luego la cámara -que sobrevuela el relato sin interpelar a sus protagonistas de manera directa, aleccionadora o explícita-, se posa sobre conversaciones y recortes de la cotidianidad que hoy viven decenas de personas en Santiago del Estero. Aún no sabemos con exactitud cómo sucedieron los hechos, pero comienzan a aparecer las pistas. Agrotóxicos, negocios inescrupulosos, empresarios con matones rentados y la necesidad de agruparse como sea y resistir. Se va construyendo hacia atrás el relato pero no, esto no es Rashōmon, y no hace falta escuchar las otras historias para entender cómo concluye la que más importa, ni mucho menos quién fue el culpable del asesinato. Toda esta sangre en el monte relata la cruda realidad de aquellos que reciben un castigo solamente por haber nacido y querer proteger lo suyo. Sería fácil decir que se trata de sus tierras, hogares y trabajos, cuando en verdad se trata de la completa idiosincracia de un colectivo humano. Céspedes refleja la potencia del MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del Estero), pero para ello no apela al didactismo panfletario ni señala con el dedo para decir “éstos son los buenos, los otros son malos”. En su lugar, elige construir su relato a través de conversaciones recogidas de lo que se nota son decenas de horas de material grabado, y jamás apela al archivo: vemos lo que la cámara graba, que es lo mismo que probablemente veríamos si nos tomásemos un tiempo para de viajar al norte del país. Si la estructura se desenvuelve alrededor de un juicio es por una cuestión práctica, ya que articula de la mejor manera posible un hilo conductor, con su introducción, desarrollo y un (inevitable, en este caso) demoledor desenlace. Pero lo que ya sabemos (la impunidad, la injusticia) no es lo que finalmente queda, sino el valor y la resistencia de una comunidad que, lejos de las ciudades, la comodidad y los recursos, consigue hacerle frente a negocios turbios que involucran al poder político, judicial y hasta policial. La farsa jurídica que rige en dicha provincia puede parecer en la película un mal chiste que ni llega a parodia, pero la fuerza con la que se levantan quienes defienden sus derechos, no. Aquí el documentalista lo sabe y pone el foco en el lugar correcto.
Cómo filmar sin pretender saberlo todo Con el foco puesto en los atropellos de los grupos dedicados a la soja, la película adopta bajo la modalidad del “cine directo”, que abjura de toda intervención sobre lo real. En el Chaco, en el noroeste, en la provincia de Córdoba o la pampa húmeda, la soja se planta sobre la sangre, la apropiación, las concesiones ilegítimas, las fuerzas de seguridad como guardias pretorianas de los grandes grupos y el guiño cómplice de la Justicia. De esta realidad que muchas veces desde Buenos Aires no se ve vienen dando cuenta, de diez años a esta parte, tanto la notable serie documental de Pino Solanas que va de La dignidad de los nadies (2005) a la reciente Viaje a los pueblos fumigados como la extraordinaria El impenetrable, de Daniele Incalcaterra (2012). A ese corpus fílmico viene a sumarse ahora la ópera prima de Martín Céspedes (1984), un recién llegado que viene para quedarse. Toda esta sangre en el Monte testimonia el juicio celebrado en los últimos meses de 2014 en Santiago del Estero contra un tal Javier Juárez, sicario al servicio de un empresario sojero, quien tres años atrás había asesinado a un militante del Mocase. A la vez que sigue el juicio, el documental de Céspedes se adentra de modo fragmentario en el día a día de los pequeños productores de la zona y testimonia la persistente resistencia al agronegocio que ese movimiento lleva adelante desde su fundación en 1990. Si no fuera por esta clase de producciones culturales esenciales, los porteños seguirían creyendo que la Argentina tiene forma de edificio inteligente, y que el problema más grave es que el aumento del dólar haya puesto el precio del whisky por las nubes. Hay cosas de las que se habla sin saber bien qué son. El cine directo, por ejemplo. Variante estadounidense del cinéma vérité, fundado a fines de los años 50/comienzos de los 60, se trata de una forma del documental que abjura de toda clase de intervención sobre lo real que no sea lo efectivamente rodado y, eventualmente, sonorizado. En el cine directo no hay narración en off que valga, no hay entrevistas, no hay datos de contexto, no hay “zócalos” que informen quién habla ni cuál es su oficio, no hay carteles indicativos. Hijo del también documentalista Marcelo Céspedes (Los totos; Hospital Borda, un llamado a la razón; La ballena va llena), Martín Céspedes profundiza la estela familiar, ateniéndose al más estricto canon del direct cinema. Con una única licencia: el cartel inicial que informa sobre el Movimiento Campesino de Santiago del Estero y el juicio que se va a seguir a continuación. De allí en más los principios de esa forma del documental se siguen tan férreamente, que el cronista tuvo que consultarle algunos datos al realizador para poder volcarlos en esta nota. Las primeras imágenes son del esmirriado caserío de Monte Quemado, con sus modestísimas chozas, los secos matorrales, los perros de confianza y los animales de corral. Bah, las cabras y algún chancho, que es lo que hay, porque de caballos, vacas u ovejas, nada. Uno se pregunta para qué mostrar el degüello familiar de un pequeño cabrito, lo vincula con el título y luego con el motivo del juicio que da lugar a la película, y comprende que el degüello cumple una función alusiva o evocativa. No va a mostrarse la muerte a cuchilladas a manos del lacayo asesino, pero sí el sacrificio del cabrito, con los perros lamiendo la sangre fresca. Todas las veces que la cámara ingrese al caserío, o el par de ocasiones en que muestre a miembros del Mocase visitando a algunos usurpadores de tierras para hacerlos entrar en razón, va a hacerlo de modo eventual, fragmentario, a través de imágenes que no tienen ninguna pretensión de totalidad. Como no la tiene en su conjunto este relato de 72 minutos que no aspira a redondez alguna. Es como si el equipo de realización se asumiera como lo que es: un grupo de porteños que se asoman por primera vez a esa realidad, y que por lo tanto no están en condiciones de conocerla. Apenas verla, de modo discontinuo. Lo contrario de esos otros porteños contra los que en una escena despotrica una militante del Mocase, que “vienen, escriben sus tesis y después no los ves más”. “Las abejas defienden el territorio”, dice un hachero en otra escena, probando una miel que tal vez tenga también gusto a alusión. “Hay una subestimación de la capacidad productiva diversificada”, dice no una ingeniera agraria sino aquella misma militante, Deolinda Carrizo, confirmando que los pobladores urbanos no tienen la exclusividad del estudio, la formación y el seso. En otra escena, una campesina alfabetiza a dos o tres chicos del lugar. Finalizado el juicio se entonan canciones de fogón en contra del agronegocio, reclamando soberanía alimentaria y reforma agraria. “¡Ni un muerto más!”, se grita. “¡Por nuestra tierra!” El remate tenía que estar, necesariamente, a cargo de Deolinda, Pasionaria de Monte Quemado. Como Cristo en el Monte de los Olivos, Carrizo hace su prédica final no parada frente a sus pares, sino desplazándose entre ellos. Como una más. “No tenemos cambio si el pueblo no se moviliza”, dice, con voz firme y controlada. “No tenemos transformación si no corremos riesgo”. Y el espectador se queda pensando si esta mujer les habla a sus pares santiagueños o a 40 millones de argentinos.
En el partido de Quimili se constituyó el 4 de agosto de 1990 el Movimiento Campesino de Santiago del Estero, conocido como Mocase, una organización formada con objeto de reivindicar los derechos de los campesinos de esa provincia. Sus cerca de ocho mil familias integrantes defienden la posesión de las tierras que trabajan. Afirman que los dueños legales de esas hectáreas las adquirieron a precios irrisorios durante la última dictadura militar. Con su atenta y sagaz cámara, el director Martín Céspedes recorre en este documental las luchas cotidianas de esos pobladores que subsisten con la producción de algodón, así como de la cría de ganado caprino y bovino. La mirada del documentalista se posa no solo en los relatos de vida de varios de esos personajes angustiados por la miseria, sino que también muestra, a veces con crudeza, las estrategias a las que cada uno de ellos apela para subsistir en medio de ese monte santiagueño, a veces teñido de sangre como señala el título del largometraje. Las cálidas palabras de algunos de esos pobladores acerca de sus proyectos y sueños, pero también la reflexión sobre las tristes situaciones por las que atraviesan día a día se unen, además, al relato de una muerte violenta, a un juicio con suspenso y, siempre, a la fuerza vital de los protagonistas de este documental.
Este documental de denuncia tiene como mérito tomar como eje el juicio oral que se realizó en Santiago del Estero por la muerte de un joven militante para luego describir las desventuras y esperanzas de una comunidad de campesinos agrupada principalmente en el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE), también coproductores del film, que defienden su tierra ante el avance de los denominados “agroasesinos” que pueden ser tanto terratenientes como otros miembros de la comunidad que se apropian de los recursos que no les son propios. El joven Cristian Ferreyra fue asesinado al parecer por un capataz bajo las órdenes de un terrateniente que domina el lugar y quiere apropiarse de esas tierras acechando y presionando a los lugareños. En su ópera prima, el documentalista Martín Céspedes presenta el juicio oral y sus implicancias en la comunidad y el MOCASE, que no solo participa sino que intenta también ser querellante –son particularmente desgarradores los testimonios de la madre de la víctima y el resto de su familia– y despliega toda una gama de recursos para sin voz en off reflexionar sobre cómo se vive en esos improvisados ranchos, donde carnear a un cabrito delante de un niño parece tan natural como descubrir un panal o construir un dique. Los líderes participan con sus proclamas ante la comunidad para hacerles ver cuán importante es la participación en el juicio y cómo presionar para que el poder económico y político no salga ganando como usualmente ocurre. La película logra con un gran trabajo de montaje exponer esas charlas y reuniones, y retratar el espíritu de lucha donde no se salvan ni los estudiantes, ni ningún otro que se acerque por conveniencia. Son particularmente sensibles los planos de bostezos y aburrimientos en varios en el juicio en un improvisado galpón en la ciudad de Monte Quemado. ¿A quién le importan estos martirios e injusticias? ¿Cual será el destino de estas y de otras comunidades? La resolución del juicio no parece dar demasiadas respuestas, pero por suerte existe este tipo de films para dejar un valioso testimonio.
“Toda esta sangre en el monte”, de Martín Céspedes Por Ricardo Ottone En 2013 el documentalista Martín Céspedes realizó el corto Toda esta sangre en el monte. En sus 23 minutos aquel film producido por la Revista Crisis mostraba la situación de los campesinos en Santiago del Estero resistiendo ante los embates de empresarios que quieren apoderarse de sus tierras y tratan de convencerlos con arreglos económicos muy desventajosos o directamente apelan a la intimidación y la violencia por medio de matones y sicarios. Esta situación tuvo un pico de tensión con los asesinatos de los campesinos Cristian Ferreyra en 2011 y Miguel Galván en 2012, ambos miembros del Mocase (Movimiento Campesino de Santiago del Estero). El documental mostraba cómo pese a ese estado de permanente amenaza, los campesinos se organizan y resisten por su derecho a la tierra. En los cinco años que nos separan de aquella experiencia Céspedes siguió en el tema, y estrena una suerte de ampliación/continuación en forma de largometraje con el mismo título. Aquel corto está disponible en YouTube y puede servir como una buena introducción a Toda esta sangre en el monte, el largo. La razón de este último está por un lado en que la situación de los campesinos no ha variado y por otro lado en que la historia se sigue contando a partir del juicio a los acusados del asesinato de Cristian Ferreyra, tanto al autor material como al empresario presuntamente instigador. El film parte de donde su antecesor había quedado, con el entierro de Ferreyra, y a partir de ahí se estructura en dos líneas en las que va y viene todo el tiempo. Por un lado en el día a día del juicio y en cómo los campesinos miembros del Mocase van siguiendo sus alternativas. Por otro lado en el registro de la vida cotidiana de los habitantes de la comunidad. Una vida que es difícil y de condiciones que son muchas veces precarias pero que para ellos es preferible a la alternativa que les ofrecen los empresarios del agro que pretenden obtener sus tierras por nada y luego usarlos, si quieren, como mano de obra barata y descartable. Al igual que en el cortometraje, aquí no hay relato en off ni testimonios dirigidos a la cámara o a un posible entrevistador. Hay una voluntad de que la historia se cuente puramente a partir del registro y la confianza en que las imágenes de los hechos mostrados tiene la fuerza y elocuencia suficiente para no necesitar subrayados o un narrador que guíe explícitamente. Las palabras que se escuchan surgen a través de los diálogos de los protagonistas entre sí, en la organización de los actos o los testimonios del juicio. Céspedes se hace cargo de su rol de observador y prefiere mantener cierta distancia mostrando, sin intervenir en lo posible, cómo los campesinos proveen su supervivencia diaria, cómo crían a sus hijos y llevan a cabo sus rutinas, sin ahorrarse tampoco imágenes que pueden ser chocantes para nuestros corazones urbanos pero cotidianas para ellos como por ejemplo la muerte de animales. Al respecto muestra la crítica que algunos de los campesinos hacen a cierta visión centralista, incluso pretendidamente progre, de visitantes que se permiten juzgar las costumbres de los lugareños a partir de miradas bastante superficiales. Esta distancia no quiere decir que se trate de impostar una supuesta neutralidad ya que la posición del film está claramente del lado de las víctimas. Del seguimiento del juicio se nota que la que está a cargo es una Justicia de clase y los campesinos lo saben, no se engañan al respecto, pero aun así deciden participar para que por lo menos su voz se escuche. Después de la visión del documental, lo que queda claro, haya o no otra continuación en forma de película, es que para su protagonistas la lucha continúa. TODA ESTA SANGRE EN EL MONTE Toda esta sangre en el monte. Argentina, 2017. Dirección, guión y fotografía: Martín Céspedes. Participan: Deolinda Carrizo Vilela, Omar Pereyra, Margarita Aguamar Gomez, Mirta Coronel, Cariló Olaiz, Mirta Salto, Oscar Rodriguez, Sergio Ferreyra. Edición: Alejandra Almirón. Sonido: Juan Manuel Durán. Producción Ejecutiva: Marcelo Céspedes, Carmen Guarini. Producción: Manuel Céspedes. Duración: 71 minutos
Tierra de nadie Toda esta sangre en el monte (2018), la ópera prima de Martin Céspedes, es un retrato pocas veces visto en el cine documental. La película, centrada en el juicio por el asesinato de Cristian Ferreyra, miembro del Movimiento Campesino de Santiago del Estero, es un relato violento y descarnado sobre una problemática de la que apenas tenemos conocimiento. El 11 de noviembre de 2011 Página 12 se hacía eco de la detención de cuatro sospechosos por el crimen de Cristian Ferreyra. Todos ellos, empleados del empresario sojero Jorge Ciccioli. En la nota se reproducen los partes de la seccional 22 de la policía de Santiago del Estero, donde se detalla que “Javier Juárez portaba una escopeta colgada al cuello, solicitó dialogar con Godoy y Ferreyra, llamándolos hacia el patio; cuando estaban saliendo, Juárez le disparó a Ferreyra en primer lugar en la pierna derecha y luego a Godoy, quien resultó herido en ambos muslos”. Pero los testigos dirían otra cosa: Juárez le disparó primero a Godoy y luego hizo lo mismo con Ferreyra cuando éste intentó defender a su compañero. Toda esta sangre en el monte es una crónica sobre el juicio que tuvo lugar en Monte Quemado y un estado de situación sobre una realidad que la mayoría de los medios nacionales no reflejan. El documental, que integra la Competencia de Derechos Humanos de la 20º edición del BAFICI, no titubea a la hora de mostrar una clara toma de postura y simpatía hacia los integrantes del MOCASE. Las injusticias a las que siguen siendo sometidos por parte de los empresarios y el poder político, propias de la trama de un western, quedan registradas en las palabras de los protagonistas. Martin Céspedes intercala las imágenes del juicio con las actividades rurales que llevan a cabo los campesinos, que a duras penas logran sobrevivir gracias a la crianza de caprinos y cerdos. Pese a la dura realidad en la que están inmersos y el inevitable tono solemne del relato, el director registra dos secuencias que trastocan un poco la estructura a la que estamos acostumbrados. Una de ellas es cuando un integrante del MOCASE toma lista y un nombre coincide con el de cierto médico rosarino que se fue a Cuba a hacer la revolución. Otro será cuando se detenga en la difícil tarea que emprende un campesino para conseguir señal de celular en el medio del campo. Toda esta sangre en el monte es un documental necesario que trata una temática incómoda para el gobierno de turno y que viene a echar luz sobre una problemática que, lejos de acercarse a una solución, se profundiza a cada minuto.
El realizador Martín Céspedes presenta Toda esta sangre en el monte, un documental que se centra en el juicio por el crimen de Cristian Ferreyra, un miembro del Movimiento Campesino de Santiago del Estero. Toda esta sangre en el monte se centra en el juicio por el crimen de Cristian Ferreyra, miembro del MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del Estero), una agrupación de productores fundada a principios de la década del noventa. El joven fue asesinado por Javier Juárez, sicario contratado por el terrateniente Jorge Ciccioli, imputado por la autoría intelectual del crimen. Martín Céspedes sigue la lucha constante que mantiene el MOCASE contra un grupo de empresarios agroexportadores que buscan terrenos para plantar soja en la localidad de Monte Quemado, Santiago del Estero. Además, la cámara sigue y capta el trabajo agro-ganadero, los almuerzos entre amigos y familia. El cineasta retrata el día a día de estos productores campesinos. A diferencia de muchos documentales, Martín Céspedes decide no hacer uso de una voz en off ni de entrevistas directas. El cineasta simplemente se dedica a seguir con su cámara las actividades diarias de este grupo de campesinos y las jornadas de juicio. Céspedes tampoco utiliza material de archivo -algo bastante común en este tipo de cine-. En cambio, decide utilizar una estructura más literaria para contar la historia: inicio, nudo y desenlace. La lucha de los campesinos de esta región (y los de otra parte también) es un tema que la mayoría de los medios tradicionales suele ignorar. Página 12 fue el único diario masivo que se hizo eco de la muerte de Cristian Ferreyra. La ópera prima de Martín Céspedes retrata la marginalidad económica y social que sufren las personas de esta colectividad. Muestra la realidad a la que se enfrentan los campesinos de Santiago del Estero. Toda esta sangre en el monte ahonda en la lucha de este grupo de personas que protesta por sus derechos, que exige que sus voces también sean escuchadas, que reclama por una justicia que actúe por los derechos humanos y no por intereses políticos ocultos detrás.
Tierra de nadie Toda esta sangre en el monte comienza a partir del crimen de Cristian Ferreyra, militante del MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del Esteros que surgió como protesta a los atropellos de los Juárez, enquistados en el poder por décadas) en el año 2011. No sabemos cómo sucedieron los hechos hasta que comienzan a surgir pistas: agrotóxicos, empresarios inescrupulosos que van contra todo y los negociados parecen ser la causa. Con testimonios de Deolinda Carrizo Vilela, Omar Pereyra, Margarita Aguamar Gomez, Sergio Ferreyra y Mirta Coronel, entre otros, nos vamos sumergiendo en la película que nos muestra el desarrollo del juicio a los acusados (Javier Juarez, sicario contratado por el terrateniente Jorge Ciccioli) en el 2014 y las marchas que realizaba el MOCASE. Toda esta sangre en el monte es una crítica fehaciente de la realidad en la que viven las provincias argentinas, dejando Céspedes, su director, en evidencia más los silencios que las palabras. Cómo un gobierno se ampara en aquellos a los que realizan negocios a expensas del pueblo y la complicidad de la justicia es evidente. Entre las manifestaciones constantes y reclamos de la soberanía alimentaria deambula la vida de los campesinos, víctimas que intentan subsistir con lo propio. Derechos primarios que todavía hoy parece ser utopías y que relatos como Toda esta sangre en el monte intenta poner en agenda.
Al borde del Impenetrable tiene lugar el juicio por el asesinato de un chico de 23 años, militante del Mocase, Movimiento Campesino de Santiago del Estero. El acusado es un peón, al parecer instigado por su patrón. Detrás de eso hay un asunto de terrenos fiscales vendidos por algún pícaro, papeleríos y desalojos forzados de familias que viven allí desde el tiempo de la Colonia. La historia de siempre, sólo que esta vez hay una organización que pone el grito en el cielo. A modo de viñetas, esta obra sigue los vaivenes del juicio, momentos de la vida cotidiana de los criollos entre cabritos, gallinas flacas y sandías, una madre que enseña a leer a los chicos, una discusión medianamente civilizada, un par de manifestaciones y cuatro o cinco declaraciones de los militantes, pero no a cámara, sino como si estuvieran hablando entre ellos, o con un tercero. Se trata de un documental de observación, es decir que, salvo unos textos iniciales, las cosas deben explicarse por sí mismas. Lógicamente, el espectador no entenderá todos los detalles, pero el final tiene la suficiente fuerza como para terminar de convencerlo. Los malos son los sojeros. Autor, libretista y director de fotografía, Martín Céspedes. Esta es su primera película.
Hace algunos meses, el estreno de Viaje a los pueblos fumigados de Pino Solanas confirmaba distintas circunstancias: una devastadora (la cantidad y variedad de veneno que viene con nuestros vegetales de cada día), una más bien simpática (que Pino sigue filmando y editando como si estuviera haciendo una película clandestina en los sesentas) y una algo desoladora, aunque por causas ajenas: desprolijo, demodé y cuestionable, Solanas es uno de los pocos realizadores argentinos dispuestos a poner el cuerpo por una problemática alejada -de Capital y del radar mediático- y quizá el único con su nivel de llegada capaz de encadenar planos de los representantes de gran parte del arco político, para señalarlos como cómplices del negocio que magnifica ganancias a costa de las vidas de sus consumidores. Martín Céspedes, hijo de Marcelo, da un paso hacia adelante con una ópera prima que desde varios ángulos aporta contrastes y complementos involuntarios al ejemplo anterior. Con un altísimo rigor formal, y prácticamente sin intervenir sobre lo registrado, se enfoca en una faceta aún más perversa del negocio agropecuario dominante: el desplazamiento forzoso y violento de comunidades campesinas e indígenas para apropiarse de sus tierras, representado en el asesinato del joven Cristian Ferreyra -miembro del Movimiento Campesino de Santiago del Estero- a manos de Javier Juárez, vecino de la comunidad contratado por el empresario Jorge Ciccioli para custodiar sus alambrados. Juárez cometió el homicidio luego de irrumpir con una patota en una reunión del Movimiento. El documental sigue el desarrollo del juicio de 2014 contra Juárez, Ciccioli y el resto de la patota, intercalando las distintas instancias con escenas de la vida cotidiana de los miembros de la comunidad santiagueña. Algunos momentos ayudan a comprender la pasividad general en la posición de Céspedes, como el diálogo entre dos integrantes del MOCASE que despotrican contra la hipocresía de los estudiantes que se acercan al movimiento por trabajos de tesis, juzgan el estilo de vida de los campesinos y se van a la semana sin haber dado nada a cambio (la misma reacción que parecen detectar en la jueza del proceso); mientras varias escenas juegan al filo entre la impertinencia y la multiplicidad de sentidos: cuando un campesino sacrifica un cabrito frente a la mirada de su pequeña hija quizá estamos presenciando una metáfora eisensteniana sobre el daño de los empresarios a las comunidades, y cuando vemos unos hombres caminando con cautela para dispararle a un ave tal vez asistimos a una muestra de la tensión en la que viven, con sus vidas y sus medios de subsistencia constantemente amenazados. Si hay otra gran disrupción es en cómo se deciden mostrar los momentos de angustia y desazón en el Movimiento, con escenas de muy pocos cortes y una intensidad difícil de procesar. Cualquier decisión de Céspedes será discutible según los límites del espectador, pero la realidad (y el pésimo fallo en el juicio) se llevan todo puesto. Que el director se valga de pocas herramientas no significa que no exprima todas sus posibilidades. Un intento aislado de conjugar planos distorsionados y sonido ambiente se queda a mitad de camino, pero algunos arrojos del montaje se lucen sin ser intrusivos (la cadena de bostezos y cabeceadas durante una instancia del juicio es tan sutil como elocuente), y la enorme cantidad de horas de material crudo de la que dispuso Céspedes fueron útiles para poder armar el relato del caso sin recurrir más que a unos sobreimpresos al inicio (aunque habría sido bienvenido un poco más de contexto sobre el papel de las autoridades provinciales en el asunto). Conjugados esos medios, las escenas de arenga colectiva entre los miembros del Movimiento y las intervenciones de Deolinda Carrizo y Margarita Aguamar Gómez son el hallazgo propio y excluyente de quien se acerca a una causa con respeto y empatía.
DOLOR Y LUCHA El pequeño pero a la vez ambicioso documental que es Toda esta sangre en el monte funciona en buena medida como una película de juicio, centrándose en buena medida en el proceso judicial correspondiente al asesinato de Cristian Ferreyra, integrante del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE), a manos de Javier Juarez, un sicario contratado por el terrateniente Jorge Ciccioli. Pero también es un seguimiento conciso y ajustado de la labor de esa organización y un retrato de las vidas de las familias campesinas que buscan mejorar sus condiciones frente a un panorama sumamente adverso, donde quedan terriblemente explícitos los desbalances de poder. En todas las claves de aproximación que va tocando el realizador Martín Céspedes, lo que prima es un registro preciso y a la vez distanciado, que convierten a Toda esta sangre en el monte en un film casi de procedimiento, de análisis de conductas y comportamientos. Eso le permite indagar en la vida campesina y la militancia política -marcadas por el sacrificio constante- pero también en los procesos judiciales -donde prevalecen lo burocrático y la frialdad hasta rozar lo insensible- sin caer en las sentencias altisonantes y las remarcaciones de trazo grueso. La puesta en escena elude el didactismo fácil y brinda explicaciones muy acotadas, haciendo mayor hincapié en los movimientos de las personas y cómo estos son marcados por los tiempos laborales o el paisaje santiagueño. En determinados pasajes, esa construcción de un punto de vista –que se traduce en casi una obsesión por las rutinas, cotidianeidades y procedimientos- le juega un poco en contra a la película. Hay un ritmo por momentos cansino en el relato y un alejamiento algo contraproducente, lo cual es producto del riesgo que asume Céspedes, que propone un recorte y un posicionamiento político claro pero a la vez sutil, que está marcado por el margen de elección que le otorga al espectador, al cual no le entrega imágenes masticadas y/o sobreexplicadas. Claro que sobre el final, cuando llega la sentencia referida al caso de Ferreyra y las reacciones de la comunidad campesina, Toda esta sangre en el monte acorta su distancia con la gente del MOCASE y, sin caer en bajadas de línea obvias o golpes bajos (por más que exhiba secuencias de palpable sufrimiento), gana en emotividad. La última escena, que sigue íntegramente un apasionado discurso, resume las virtudes del film y la labor de Céspedes: estamos ante una película que, sin deslumbrar, indica caminos viables para aprehender y transmitir un contenido político sólido recurriendo a herramientas cinematográficas válidas. Y que muestra, de paso, que el dolor no se niega, pero la lucha continúa.
La eterna lucha que lleva adelante el pobre contra el rico, el desamparado frente al poderoso, queda plasmada una vez más por el reconocido documentalista Martín Céspedes. La historia se remonta al año 2011, cuando un joven campesino llamado Cristian Ferreyra, que ocupaba junto a su familia un terreno localizado en un paraje del monte santiagueño, es asesinado por Javier Juárez, un empleado contratado por el empresario Jorge Ciccioli para que vigile sus campos. El director procura con su película, retratar las consecuencias de ese caso durante 2014, cuando se realizó el juicio oral y público a los dos acusados y, en paralelo, como para ejemplificar, ubicar el contexto y comprender un poco más cuál es el conflicto imperante, rescata con su cámara a distintos habitantes y familias enteras viviendo en precarias casas, que se dedican al trabajo en el campo, donde tanto mujeres, como hombres y chicos lo hacen a la par. Ellos suelen talar árboles, a veces ilegalmente, pero su especialidad es la agricultura y la crianza de cabras que luego las venden muertas y limpias para cocinar. En este punto, Martín Céspedes pone el foco sutilmente en que los sentimientos aquí no interfieren. Los niños se educan viendo cómo se mata a los animales porque son considerados alimentos y no mascotas. Algo que, para los ciudadanos urbanos esas imágenes sin filtros, pueden resultar chocantes. El pedido de justicia permanece a lo largo del film. Se realizan marchas, alegatos, protestas pacíficas, donde la bronca perdura y no se la pueden quitar los familiares y vecinos de la víctima. La filmación, en sí misma, carece de valor artístico. El realizador pone la cámara silenciosamente y registra lo que sucede, sin música que acompañe las imágenes, sólo con el sonido de la naturaleza y el ambiente. Las voces humanas llenas de angustia y dolor, son suficientes para expresar que, pese a todo, no cesarán los reclamos para obtener no sólo justicia sino también una igualdad de oportunidades para todos los habitantes de la región, y por sobre todas las cosas una convivencia pacífica y respetuosa.
Sin ningún tipo de afán de objetividad, este documental, muy bien realizado, en torno de una muy buena cantidad de material, se centra en el juicio que siguió al asesinato de Cristian Ferreyra, militante vinculado al Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE), que figura como productor del film. Los testimonios hablan por sí mismos, sin necesidad de subrayados ni relatos. Lo mismo pasa con las imágenes, que no se andan con chiquitas a la hora de mostrar una realidad en conflicto, cuya vida cotidiana puede parecer dura y brutal a ojos porteños, como deja en claro la segunda toma del film, en la que un padre y su pequeña hija le cortan el cuello a un cabrito mientras los perros lamen la sangre derramada.
Los sicarios del agropower Las imágenes de un entierro dan inicio a Toda esta sangre en el monte. El sonido trae un llanto profundo y un grito por la injusticia que se continuará en otros a lo largo del documental. Voces de mujeres que con su dolor, testimonio y lucha no dejarán dudas de quienes son los culpables. Es que en menos de un año fueron asesinados dos jóvenes del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase Vía Campesina). Cristian Ferreyra tenía 23 años cuando le dispararon el 16 de noviembre de 2011 y once meses después asesinaron a Miguel Galván. Estas muertes suceden junto a cotidianas persecuciones realizadas por patotas y sicarios a sueldo contratados por terratenientes y empresarios que buscan avanzar sobre las tierras de las comunidades para acrecentar sus ganancias. La película intercala el seguimiento del juicio por el asesinato de Cristian Ferreyra y la movilización del Mocase VC para exigir justicia, junto a un registro de la vida en la comunidad que va descubriendo en el presente las mismas causas que crean y recrean "toda esta sangre en el monte". La cámara acompaña la experiencia campesina al interior del monte santiagueño. El trabajo humano que transforma la naturaleza está retratado en distintos planos que descubren el lugar y acercan al público a esta realidad. La producción cotidiana de alimentos, el trabajo y la vida en comunidad están en amenaza constante por quienes buscan apropiarse de las tierras para avanzar con sus agro-negocios. El registro directo observa, acompaña y está en confianza con los protagonistas. La cámara se sube a un tractor, se va de caza, observa cuando matan animales, está allí, es parte. Los relatos surgen en medio de caminatas y trabajo, sin entrevistas directas, ni voz en off. El realizador Martín Céspedes trabajó desde el 2012 con las comunidades del monte santiagueño y en ese sentido la película puede aportar una mirada desde adentro. En un momento dos personas caminan de espaldas y comentan sobre las superficiales experiencias de algunos becarios universitarios, “los que vienen hacen su tesis y se van sin entender nada”, y “hasta algunos se vuelven vegetarianos al volver porque les dio impresión ver como se mata un cabrito”. La realización de la película rompe con esta distancia. Un cielo despejado es cubierto por nubes hasta volverse plomizo. De la calma a la tormenta, una misma idea que a lo largo de la historia se repite en amenazas constantes contra las comunidades campesinas. El avance del juicio por el asesinato de Cristian encuentra al Mocase VC organizado, realizando acampes y actos para lograr la condena tanto al autor material, el sicario Javier Juárez, y el resto de los integrantes de la patota para-policial, como al autor y responsable intelectual, el terrateniente Jorge Ciccioli, que fue quien lo contrató. La lucha colectiva por justicia se expresa en la imagen de cada rostro atento a los testimonios, a las reflexiones en el acampe junto a las organizaciones solidarias, en otro retrato de Nora Cortiñas, como siempre en el álbum de todas las justas luchas. La defensa de los asesinos miente y difama al movimiento campesino. Afuera los terratenientes siguen marcando la tierra con postes, muestran títulos de propiedad truchos y amenazan, otros sicarios serán convocados nuevamente. El sonido del dolor vuelve. “Me lo ha muerto a mi hijo” grita en el juicio entre llantos la madre de Cristian Ferreyra y son las mujeres nuevamente las que denuncian las verdades, familiares y compañeras, desde el dolor y para continuar la lucha. Pero la justicia solo escucha patrones, y en diciembre de 2014 el sicario es condenado tan solo a 10 años de prisión y quien lo contrató, el autor intelectual, es absuelto. Un resultado acorde a la política agropecuaria de los distintos gobiernos que hace años dan impulso a un modelo empresarial sojero responsable de los desalojos, la muerte y la contaminación. La injusta sentencia no paraliza, las imágenes de la lucha colectiva y las voces contra la impunidad crecen y se multiplican en la pantalla.