Directamente desde Francia llega a los cines Un hombre perfecto, un thriller en el cual un escritor encuentra un atajo hacia la fama y comienza su ascenso, sólo hasta que un chantajista amenaza con arruinar su vida perfecta. Ladrón de palabras: Es curioso que una historia sobre un hombre que roba algo personal para alcanzar el éxito tenga una trama demasiado similar a la película americana The Words (2012), una que, en su momento, disfruté muchísimo. La diferencia acá es que la película protagonizada por Bradley Cooper tendía más al thriller psicológico reflexivo mientras que esta producción francesa cuenta con situaciones más tensas y peligrosas. En ese sentido, en Un hombre perfecto no encontramos nada verdaderamente novedoso. El director francés Yann Gozlan optó por un thriller muy correcto pero nada arriesgado. Por ejemplo, la música nos anticipa cuando algo malo va a pasar y lo que creemos que va a suceder, eventualmente sucede. Sin embargo, está muy bien narrada y logra sumergirnos en el conflicto del protagonista, que parece estar cada vez más y más complicado. Aplausos para el actor protagónico (Pierre Niney) que se monta toda la película al hombro y consigue que realmente nos preocupemos por el destino de su personaje. Ascenso y caída de un usurpador: Algo que está muy bien logrado en esta película es la lucha que realiza un escritor aficionado por salirse del anonimato. La frustración de ser rechazado, el bloqueo frente a la página en blanco, la desesperación por querer llegar a ser alguien. Por eso podemos entender a la perfección todas (bueno, casi todas) las decisiones que toma a lo largo del argumento. Así, funciona como una reflexión sobre el propio peso de la fama, y especialmente sobre la búsqueda de la transcendencia y el reconocimiento que todos anhelamos (de una forma u otra). Quizás la película pierde un poco de seriedad por la gran cantidad de cosas que le pasan al protagonista (algunas un tanto exageradas). Sin embargo, el ritmo es lo suficientemente frenético como para no aburrir y el desenlace (fuera de lo convencional) adiciona un elemento perverso y admirable. Conclusión: Un hombre perfecto, película que arrasó la taquilla francesa, no se presenta como un film particularmente creativo. Es más un disfrutable ejercicio de suspense, un thriller clásico (al mejor estilo Alfred Hitchcock) que genera tensión en muchas de sus escenas y brinda un entretenimiento pleno. Muy prolijo, aunque sin capacidad de generar misterio.
En su segundo largometraje tras Captifs (2010), Gozlan contó con Pierre Niney (quien venía de protagonizar la muy exitosa Yves Saint Laurent) para un thriller psicológico ambientado en el universo literario y de la burguesía francesa que remite al cine de Claude Chabrol (y de Alfred Hitchcock) en su acumulación de mentiras, perversiones, miserias y delitos varios. El resultado -si bien se resiente con algunas vueltas de tuerca poco verosímiles en el tramo final- es bastante sólido y en varios pasajes fascinantes. Mathieu Vasseur (Pierre Niney) es un aspirante a escritor de 26 años que no parece tener demasiada suerte en el mundillo literario. Pese a sus insistencias, sus novelas son rechazadas una y otra vez por las editoriales. Mientras tanto, el frustrado joven se gana la vida como empleado de una compañía de mudanzas y en uno de esos trabajos descubre el manuscrito inédito de un ex militar de la guerra de Argelia en la década de 1950 que acaba de fallecer y no tiene familiares. Esos relatos autobiográficos resultan de una enorme riqueza artística y de una intensidad poco común. El protagonista no tiene mejor idea que tipearlos en su computadora y hacerlos pasar como una creación propia. El éxito de crítica y ventas es inmediato, se convierte en una celebridad y consigue una novia bella e inteligente llamada Alice (Ana Girardot). Tras ese compacto e impecable prólogo, la acción se desarrolla tres años después: Mathieu ha logrado sostener la mentira, pero las deudas arrecian (ha vivido de los adelantos de una segunda novela que jamás escribió) y ya no tiene como soportar las presiones de sus editores, que lo urgen a entregar su nuevo libro. Además, se suman las crecientes sospechas de algunos seres cercanos y una amenaza externa que es mejor no anticipar. La película resulta un buen exponente del thriller psicológico (Claude Chabrol vía Alfred Hitchcock más algo de Patricia Highsmith) y, si bien en su segunda mitad abusa de las vueltas de tuerca con algunas resoluciones no demasiado verosímiles (pasan demasiadas cosas contundentes como para que los demás personajes no se den cuenta), nunca pierde el interés, sobre todo porque el espectador quedará pendiente hasta el final de hasta dónde es capaz de llegar Mathieu en su acumulación de mentiras, delitos y perversiones. Puede que a Un hombre perfecto le falta un poco de humor negro y desprejuicio (el material es propio de una novela pulp / cine noir clase B y por momentos luce demasiado “seria”), pero el director de Captifs jamás pierde el rumbo, sostiene la tensión y consigue, en definitiva, un valioso retrato sobre la ambición, la codicia y la falta de moral (una suerte de pacto con el Diablo) en el ámbito de la burguesía y del universo literario de Francia.
El escritor fantasma Un hombre común en una situación extraordinaria. Así, de manera hitchcockiana, podríamos definir lo que le sucede a Mathieu, el protagonista de Un Hombre Perfecto (Un Homme Idéal, 2015), el film de Yann Gozlan sobre un ambicioso joven de 26 años aspirante a escritor que no logra que su libro sea aceptado en las editoriales y que un día, de manera azarosa, se encuentra con el diario de un ex combatiente de la guerra de Argelia fallecido recientemente y decide tomarlo como propio, copiándolo punto por punto para convertirlo en su novela. Al enviarla, la misma editorial que lo había rechazado acepta gustosa el escrito y lo publica. Los inicios no podrían ser más auspiciosos: desde el momento de su edición, la vida de Mathieu cambia de manera radical cuando el libro se convierte en un boom editorial y la misma noche de presentación de Arena Negra entabla relación con Alice, la mujer que se convertirá en su pareja. Mathieu goza de las mieles del éxito durante un buen tiempo, tomando dinero de sus editores a cuenta de una próxima novela, que tarda demasiado en llegar. El tiempo transcurrido desde su éxito ya pasó y sus editores le reclaman el nuevo material que quedó en enviarles. Mientras disfruta de su estancia en casa de los padres de Alice (lugar donde transcurre gran parte de la acción), una lujosa villa alejada de París, con bosques y cerca del mar, intenta infructuosamente escribir su nuevo libro. No podría haber mejor lugar: un sitio paradisíaco, para muchos perfecto para emprender una actividad literaria; pero las ideas no aparecen. Intenta mantener la fachada y continuar simulando, sumando mentiras, y los problemas no tardan en aparecer. Al acoso editorial se suma la presencia de un primo de Alice que, celoso, mira atentamente los pasos del hombre que le quitó a su prima, de la cual está enamorado. Y se suma además un viejo camarada del verdadero autor del diario del que Mathieu hizo uso (“Violar la memoria de un muerto, no se hace”, le dirá ni bien establezca contacto con él). El camino de Mathieu comienza a inclinarse. La máscara amenaza con desprenderse y decide luchar ahora contra quienes amenazan su (precaria) estabilidad, llegando a lugares insospechados. Yann Gozlan construye una película despareja, por momentos previsible, pero muy entretenida. Tiene referentes bien concretos, sobre todo en las figuras de Patricia Highsmith, Alfred Hitchcock y Claude Chabrol. Su trama se va hilando con elementos que no siempre se sostienen de manera coherente (la inconsistencia en las actitudes débiles de Alice cada vez que Mathieu le planta una mentira, una investigación policial hacia el final que no cierra del todo) o con un par de vueltas forzadas. Así y todo, la película genera interés y busca seguir la premisa de Hitchcock acerca del verosímil en un relato de suspenso, donde el espectador, si es bien llevado, no tendría que hacerse demasiadas preguntas acerca de lo que ocurre mientras mira la película, dejándose llevar por personajes que generen empatía, como en el caso de Mathieu. La vuelta de tuerca del final es bienvenida, escapándole a los finales a los que nos tiene acostumbrados el cine norteamericano.
De la noche a la mañana, Mathieu Vasseur (Pierre Niney) se convierte en la gran promesa de la literatura francesa. Tras un nuevo rechazo editorial, este veinteañero aspirante a escritor encuentra un manuscrito abandonado en una casa (trabaja en una empresa de mudanzas), propiedad de un ex combatiente argelino que acaba de fallecer y que no tuvo descendencia. El texto -un crudo relato de la colonización francesa en esa región- al parecer es genial y Mahtieu, claro, no duda en hacerlo suyo. El libro resulta un best seller, por lo que la vida del "autor" cobrará prestigio, fama, dinero y una novia bonita e inteligente. Pero tras el reconocimiento, el público y -sobre todo- los editores esperan un segundo paso igual de exitoso.
Un joven de veintiséis años está decidido a consagrarse como escritor a toda costa, incluso teniendo que tomar un camino empantanado para lograrlo. Luego de hacer rebotar sus escritos por editoriales prestigiosas, mientras trabaja en una empresa de mudanzas, Mathieu Vasseur (Pierre Niney) va a parar a la casa de un hombre recientemente fallecido en donde encuentra sus diarios personales. El joven tiene una idea: tomar las notas del anciano sobre sus vivencias en la guerra de Argelia, pasarlas a computadora y publicarlas como propias. Su sueño se cumple: en poco tiempo se convierte en un escritor reconocido y no solo cautiva la atención de la prensa y editores –convirtiéndose en un claro best seller por el modo en que narra un acontecimiento que no presenció- sino también de Alice (Ana Girardot) una crítica literaria que hasta ese momento parecía inalcanzable.
Llega a las carteleras Un hombre perfecto y con él un thriller francés dirigido por Yann Gozlan y protagonizado por Pierre Niney. Un hombre perfecto, el segundo largometraje de Yann Gozlan (Captifs), narra la historia de Mathieu, quien tiene veinticinco años pero ya sueña con convertirse pronto en un exitoso escritor. Con la frase de Stephen King como cabecera, y colgada frente a su escritorio como eterno recordatorio: “Escribe 2500 caracteres por día”, logra terminar su primera novela pero al enviarla a la editorial la respuesta es de rechazo. Manteniendo otro trabajo, uno que le resulta aburrido y desinteresado, llega de casualidad a un manuscrito autobiográfico perteneciente al hombre que falleció y de quien se encargan de vaciar su habitación. Al leerlo, se siente fascinado y, al principio, inspirado. Pero cuando las palabras no salen y las ideas no caen, decide transcribirlo y así lo convierte en “su” novela. Ésta se transforma en un éxito inmediato y le permite acceder a aquella mujer a la que vio y escuchó una vez y con quien quedó embelesado (interpretada por Ana Girardot). Tras esta introducción, la narración salta a tres años después donde todo parece, a simple vista, ir bien para él, como siempre había soñado. Pero mientras visitan la casa de la adinerada familia de su pareja (aquella mujer a la que pudo conquistar con su libro editado bajo el brazo), él no deja de recibir llamadas de la editorial y anticipos que él consume pero cuyo trabajo, es decir, un nuevo libro, nunca entrega. No obstante, éste es el menor de los problemas cuando en una firma de libros aparece un hombre que conoce su secreto y comienza a chantajearlo. Mathieu siempre se muestra dispuesto a cualquier cosa para salirse con la suya y el guión le pone un montón de peripecias, una tras otra, que terminan conformando un relato muchas veces inverosímil y ridículo. Lo que no hace, por ejemplo, es desarrollar personajes secundarios. Sería muy difícil en circunstancias normales empatizar con alguien como Mathieu, quien se muestra constantemente egoísta, capaz de salirse con la suya a costa de cualquier cosa y de cualquier persona. No obstante, Gozlan logra, al posicionar la perspectiva siempre desde su protagonista, que la distancia entre espectador y antihéroe sea estrecha. A la larga, Un hombre perfecto es una historia retorcida que podría haber sido mucho más oscura con un poco más de riesgo. En su lugar, el director opta por la ironía y logra así un producto desparejo, que funciona como thriller pero con el que se pierde interés sobre todo en los últimos tramos.
Los sacrificios que impone la apariencia A mitad de camino entre la frustración creativa y la desesperación por escapar del tedio, el protagonista de la interesante Un hombre perfecto (Un Homme Idéal, 2015) cae en una usurpación de identidad en sintonía con el ideario de las novelas negras clásicas… A diferencia de la Nouvelle Vague y su pretensión titubeante en pos de reflotar el cine tradicional norteamericano mediante films que actualizasen aquellos engranajes narrativos, temáticos y formales, una promesa que -por cierto- quedó en la nada debido a que el grueso de las obras de los directores principales del movimiento apuntó más a la contemplación y la autoindulgencia que a la supuesta “esencia” del séptimo arte; los autores que sí llevaron a cabo una reinterpretación localista fueron señores de mayor edad, como por ejemplo Jean Pierre Melville y Henri-Georges Clouzot, quienes pusieron en el tapete la multiplicidad engañosa de la vida burguesa y cierta fascinación por el suspenso perspicaz a la Alfred Hitchcock. Desde ya que las excepciones nunca faltan y se puede decir que Claude Chabrol fue prácticamente el único realizador de la vanguardia sesentosa que alcanzó su cometido. La película que nos ocupa, Un hombre perfecto, se enmarca dentro de ese mismo linaje de un cine de género que gira en torno a los comentarios sociales más ácidos y una vehemencia vinculada a los secretitos de las clases acomodadas. En este caso, asimismo, el director y guionista Yann Gozlan toma prestados -para el protagonista de turno- muchos elementos de Tom Ripley, aquel mítico personaje creado por Patricia Highsmith en esa gran novela de 1955 intitulada The Talented Mr. Ripley, punto de partida de una pentalogía literaria y de varias adaptaciones cinematográficas. Hoy el robo de identidad viene por el lado del plagio artístico, “disciplina” en la que Mathieu Vasseur (interpretado por Pierre Niney) es todo un experto: el joven es un escritor mediocre que un buen día decide hacer pasar como relato de ficción las memorias de un veterano de la Guerra por la Independencia de Argelia. Por supuesto que la jugada en un primer momento le sale perfecta y puede abandonar en el olvido un trabajo fastidioso, escalar dentro del establishment cultural francés y hasta conseguir una bella señorita como pareja, Alice Fursac (Ana Girardot), pero eventualmente el castillo de naipes de las apariencias se vendrá abajo. Como en tantas obras similares, la propuesta nos obliga a calzarnos los zapatos del fabulador para hacernos cómplices de sus ardides y recorrer -desde un placer morboso y voyeurista- esa línea divisoria entre el conservar la posición privilegiada y el ser descubierto, poniendo en evidencia la estafa. Gozlan se mueve como un Chabrol más volcado al mainstream y aprovecha bastante bien la serie de “sacrificios” que debe encarar Vasseur para sobrellevar el peso que le implantan el ahijado curioso de los progenitores de Alice y un chantajista que amenaza con revelar todo. Indudablemente el realizador se muestra ducho en lo que respecta al manejo de la tensión no obstante falla en el viejo arte de brindar alguna sorpresa adicional, en especial a los que ya conocemos de sobra las vueltas y “callejones sin salida” que suelen ofrecer las novelas negras. Un rasgo interesante de Un hombre perfecto es que centra la historia en la mansión de los Fursac, divirtiéndose a puro sadismo con la posibilidad de la ruptura de la pareja y una mega humillación frente a los suegros, unos burgueses consagrados al lujo en su paraíso terrenal. Si bien la película no será recordada como un trabajo renovador dentro del neo-noir de las últimas décadas, por lo menos cumple con su objetivo -el poner el dedo en la llaga del ascenso social a cualquier precio- y ratifica que Gozlan es un artesano eficaz aunque poco inspirado, algo que ya podía percibirse en su anterior opus, Captifs (2010)…
Como un espejo roto en mil pedazos. A partir de una idea ya transitada por el cine –un escritor mediocre que se apropia de la obra ajena—, la película protagonizada por Pierre Niney tiene el ingenio de moverse en otras direcciones, que hasta la acercan a Hitchcock. Resulta algo irónico que una película que hace del plagio uno de sus dos motores narrativos centrales (el otro es la más pura y dura simulación) tenga un punto de partida extremadamente similar al de la estadounidense Palabras robadas, estrenada hace cuatro años y dirigida por Brian Klugman y Lee Sternthal. De todas formas, los relatos de escritores que toman prestados textos ajenos para hacerlos propios tienen una cierta tradición, tanto en la literatura como el cine, y no deja de ser cierto que Un hombre perfecto sale disparada para otras latitudes luego de una (casi) idéntica posición de largada. El realizador y guionista Yann Gozlan empuja a su personaje, un joven escritor frustrado de nombre Mathieu Vasseur (Pierre Niney, el mismo de Yves Saint Laurent), a encontrar casualmente, en uno de sus trabajos como empleado de una empresa mudadora, un manuscrito polvoriento que está a punto de terminar en la basura. Quien dejó atrás ese diario, escrito de puño y letra, acaba de morir y en sus páginas el inesperado lector encuentra sus memorias personales durante la Guerra de Argelia, ese recuerdo sucio que todavía sigue marcando la memoria colectiva de Francia. Harto de recibir negativas a sus fracasados intentos de publicación, el muchacho corta y pega, manda copia fiel a una prestigiosa editorial… et voilà: la “novela” resulta no sólo atractiva para el mercado, sino que sus rasgos de estilo merecen las más excelsas críticas literarias. En un acto de falsa expiación –y también para eliminar cualquier tipo de prueba–, el ahora exitoso autor quema todas esas páginas, con la certeza de que nadie, nunca, jamás podrá conocer la verdad. Corte y elipsis. Dos años más tarde, Vasseur parece llevar una vida ideal: está en pareja con una bellísima y rica joven que conoció la misma noche del lanzamiento de su libro (Ana Girardot), disfruta las mieles económicas del éxito y prepara una segunda novela en la mansión de su familia política en la Côte d’Azur. “Preparando” entre varias comillas. Al fin y al cabo (él lo sabe mejor que nadie) no es otra cosa que un escritor mediocre. Un buen escriba, en el mejor de los casos. Es en ese momento que el pasado –como ocurría en Caché, de Michael Haneke, aunque de una manera menos alegórica–, reaparece en la piel de alguien que podría haber conocido al genuino creador de esas palabras, al tiempo que la empresa editora comienza a ponerse nerviosa con los dilatados tiempos de espera del nuevo manuscrito. El personaje de Vasseur es un auténtico “Salieri” de Thomas Ripley, el personaje creado por Patricia Highsmith, y su verdadera identidad comienza a disolverse en aquella otra creada para la ocasión. Para sostener la mentira se hace necesario seguir mintiendo; camelo sobre camelo, la psiquis del joven se asemeja a un espejo que ha estallado y multiplicado su imagen deformada en decenas de pedazos. La relación con Highsmith es clara como el agua y recuerda inevitablemente al Alain Delon de aquella primera adaptación al cine de su personaje más famoso, Riviera incluida. Pero como todos los caminos llevan a Él, también a Hitchcock. Hay mucho por aquí de Sir Alfred y no tardará en hacer aparición la posibilidad/necesidad del crimen y la particular postura que debe adoptar el espectador: seguir su punto de vista, aceptar la empatía hacia un tipo mentiroso, aprovechador, criminal en potencia. Barajadas así las cartas, el mazo está servido para el suspenso, que Gozlan sabe construir con gracia, aunque la originalidad no haga mucho acto de presencia y por momentos se noten demasiado las herramientas del hacedor. Afortunadamente, el juego de Vasseur no incluye la solemnidad y el film va adquiriendo un humor dosificado en cuentagotas que remite nuevamente a una famosa máxima de A. H., aquella que hacía hincapié en la dificultad inherente en el acto de… bueno, mejor no explicitarlo, a riesgo de arruinar parte de la diversión de un film cuya mayor bondad es saber mover con cierta elegancia sus resortes y pequeñas sorpresas.
Un hombre perfecto logra superar sus limitaciones a fuerza de desfachatez Deudora ferviente de Patricia Highsmith y en especial de las encarnaciones cinematográficas del señor Tom Ripley (pero el actor Pierre Niney está lejos de las potencias contenidas de Alain Delon o Matt Damon), Un hombre perfecto es un ejercicio de emulación con pocas sutilezas. Pero no sólo de sutilezas se hace el cine, incluso el subgrupo de películas efectivas. Un hombre perfecto es efectiva y segura, y hace de su convicción un paraguas contra sus chambonadas. Porque ésta es una película que cuenta la historia de un impostor aspirante a escritor que roba un manuscrito, un diario sobre la guerra de Argelia, y lo hace suyo, y cambia de vida y de clase social. Y Un hombre perfecto simula contarlo como si fuera la primera vez, como si no estuviera gastado el tema en el cine y en especial en el cine francés. Es tan impetuosa esta película que describe sin ironías el ambiente literario galo de cócteles y adulaciones galantes (que fueron ridiculizados con especial sabiduría este año por Eugène Green en Le fils de Joseph), y también las tertulias de la clase alta tradicional. Asistimos a diversos déjà vu, y con bastante frecuencia. Pero la seguridad insolente que despliega el director y guionista Yann Gozlan es tal, la capacidad para ponerle garra a sus recorridos transitados -y, por momentos, puesta en escena descaradamente vodevilesca-, que la película adquiere una fluidez que muta en ritmo sostenido. La frontalidad para encarar temas gastados, la ausencia de originalidad, la desfachatez para filmar a Ana Girardot en modo de seducción constante de jovencita hermosa y bien criada e intelectual, y fogosa y misteriosa, más otras virtudes que podrían verse como torpezas o modos irreflexivos hacen de esta película no un thriller personal europeo, sino una actualización de modos industriales largamente probados en el cine francés centrado en el crimen. Para terminar volvamos a Highsmith: el personaje protagónico, Mathieu Vasseur, es como uno de esos animales de los cuentos de Crímenes bestiales de la escritora estadounidense: ante el encierro o la amenaza reaccionará con una ferocidad que parece salir del instinto de supervivencia, aunque la supervivencia sea -en este caso- intentar aferrarse a una vida de literato de éxito que es, en sí misma, una exageración seductora e hiperbólica. Como lo es la cotidianidad de, por ejemplo, Tony Stark/Iron Man.
El escritor fantasma Efectivo thriller francés sobre un joven que logra fama y prestigio luego de plagiar un manuscrito. Mathieu Vasseur es un escritor frustrado: rechazado por las editoriales, vive en un monoblock y se gana el pan cargando cajas en una mudadora. Pero un día, ese ingrato trabajo lo lleva a toparse con el diario de un anciano que acaba de morir sin dejar parientes ni amistades a la vista. Vasseur se lo apropia, nota su valor literario, lo publica con su nombre y su suerte cambia. Todo el suspenso y la tensión de la película están construidos sobre la base de esa gran mentira fundacional: la cuestión será ver cómo este Tom Ripley amateur se las ingenia para que nadie descubra su secreto y así pueda mantener el prestigio y la posición social adquiridas. Una angustia común: sentir -o saber- que se está representando un papel pasible de ser desenmascarado en cualquier momento. Además de ese lejano sabor a Patricia Highsmith, hay ecos de Match Point , Conocerás al hombre de tus sueños y, sobre todo, de una tercera, estrenada aquí en 2013 como Palabras robadas. Tanto los personajes y los sucesos como el clima y las locaciones dan una sensación de déjà vu. Pero no deja de ser simpático que, con elementos “prestados”, Yann Gozlan haya armado un efectivo thriller sobre el plagio.
En muchas ocasiones el cine ha presentado escritores perturbados con su profesión. A Paul Dano se le aparece la protagonista de su libro en Ruby Sparks, Charlie Kaufman sufre una crisis creativa en Adaptation y, más cerca en el tiempo, Oscar Martínez es atosigado por los habitantes de su pueblo de origen en El ciudadano ilustre. Un hombre perfecto, de Yann Gozlan, no está exenta en este tipo de problemáticas. Pierre Niney es Mathieu, un fletero y escritor -o intento de- sin talento que comete un error que le cambiará su vida. Con algunos elementos hitchcockianos y un ritmo que no da respiro, a pesar de sus flaquezas, este thriller francés con aires de producción norteamericana logra su objetivo principal: entretener. La segunda película de Gozlan aterriza en Argentina un año y medio después de su estreno en Francia. El director, que había estrenado en 2010 el la terrorífica Capfits, esta vez apuesta a un thriller mucho más pretencioso. Un flashback anticipa un posible suicidio del protagonista. Pocos minutos después la historia presenta al personaje que, al parecer, no tiene nada de extraño, sino al contrario, presenta características prototípicas del joven con aspiraciones que se las rebusca para vivir. Tampoco tarda en llegar el episodio desencadenante. En tono amenazante, un misterioso personaje le dice a Mathieu: “No hay que violar la memoria de un muerto”. Yves Saint Laurent, Frantz, Altamira, en esas películas se refleja el buen momento profesional que atraviesa el joven Niney. Su extraña elegancia y carisma logran que el espectador desee que Mathieu, a pesar de ser un completo canalla, sortee todas sus complicaciones. A medida que el relato avanza -en un principio la historia bordeo la entrada de un terreno cómico-, el personaje sufre un cambio de personalidad clarísimo. Al comienzo, Niney es sometido a una parva de clichés, pero con el correr de los minutos su interpretación resulta absorbente. Un hombre perfecto tranquilamente podría haber sido un culebrón. La historia es una conjunción de episodios que suceden a través de los años en los cuales los personajes sufren cambios drásticos en sus vidas. A la media hora, cuando en muchos otros títulos comienza a revelarse de qué va la historia, en el film de Gozlan ya pasaron muchas cosas. El director hace lo posible para que se entienda todo a la perfección en muy poco tiempo, aunque las escenas no sean tan complejas. Entonces aparecen resoluciones drásticas y engaños infantiles. Pero cuando la película apuesta a la intriga y el ánima de un tal Alfred Hitchcock revolotea por los aires al estilo Enter the void, Gozlan da en la tecla. Aunque el relato no sea igual de complejo que los mencionados trabajos de Kaufman y Zoe Kazan, resulta entretenido. Amores, fraudes, muertes, robos, chantajes: en Un hombre perfecto hay de todo, salvo un hombre perfecto.
Un escritor mentiroso. Mathieu (Pierre Niney) tiene 26 años y trabaja en una empresa de mudanzas, pero su anhelo es ser escritor. Una y otra vez recibe cartas de rechazo de las editoriales en respuesta a sus manuscritos, pero lejos de darse por vencido se empecina cada vez más. Un día en su trabajo, desmantelando una antigua casa, encuentra un manuscrito que pertenecía a un veterano de la guerra de Argelia, y decide conservarlo. Los relatos son impresionantes, y Mathieu al transcribirlos no tarda en convertirlos en un libro narrado en primera persona, con una prosa simple y directa, creando un libro que se llamará "Arena negra" y esta vez los editores no solo lo aceptarán felices, sino que rápidamente el plagiador conoce la fama, el dinero y los premios. Para que la mentira no lo agarre desprevenido el joven escritor hace una profunda investigación sobre Argelia, y construye varias mentiras a su alrededor, sobre su inspiración, su pasado y de donde viene un estilo literario que ni siquiera es suyo. Mathieu tiene una vida extraordinaria, pero también vive con el miedo y la ansiedad de mantener tantos engaños que se convierten en una casa de naipes que parece que pronto se vendrá abajo. Yann Gozlan dirige un filme muy prolijo y correcto, donde la tensión aumenta a cada minuto, mientras el protagonista siempre da un paso más allá, dispuesto a todo por mantener sus logros; porque no es su conciencia lo que lo perturba, sino todo aquello que amenace con desarmar su exitosa vida, así cada nueva amenaza es un desafío, donde el suspenso crece. La temática de la película no es demasiado original, ya hemos visto varios filmes de escritores que comenten plagio, pero hay dos factores que hacen que esta historia tenga algo diferente. Primero se trata de un filme frances, lento, donde el suspenso esta realmente bien llevado, lejos de filmes estadounidenses de fórmula donde solo se busca el impacto; y el segundo factor es su protagonista, Pierre Niney, quien carga todo el peso de la historia sobre sus hombros y lo hace de maravillas, creando un personaje hermético y misterioso que sobre el final encuentra la redención de una forma muy paradójica.
TODA APARIENCIA ES FALSA Mathieu, un joven de tan solo 26 años, tiene un sueño: convertirse en un escritor. Sus días transcurren entre su trabajo, en una empresa de mudanzas, y las jornadas de escritura frente a su computadora. Lamentablemente, al igual que para muchos, el deseo de Mathieu tiene obstáculos y nadie quiere publicar su escrito titulado Historia de Dos. Sin embargo, un día ordinario de trabajo se convierte, para este personaje, en un giro de sucesos que, una vez que escalan al éxito, los mismos no podrán desarmarse sin asumir las consecuencias necesarias. Desmantelando una casa sin heredero, Mathieu encuentra un viejo manuscrito que narra en primera persona las experiencias de un soldado que ha luchado en Argelia. La tentación es más fuerte que él y en un impulso hace suyo este escrito que lo termina posicionando como la gran promesa de la literatura francesa. Tal vez el film de Yann Gozlan no sea muy innovador, en lo que a la estructura del guión se refiere, y sin duda sea conveniente, para apreciarlo en todas sus capacidades, entenderlo como un homenaje a los thrillers de las falsas apariencias. El manejo del suspense es deudor del mejor Hitchcock y ciertamente su logro, en el marco de este film, es impecable. Pero por otro lado, también se trabaja con la figura del culpable -interpretado aquí por el genial Pierre Niney- por el que el espectador siente empatía. El encadenamiento de eslabones trágicos se van engarzando de tal manera que ninguno de estos eventos no puede sino llevar a una construcción fatídica y que por otro lado desemboca en su segunda -ahora sí verdadera- segunda novela de Mathieu: Falsas apariencias. La propuesta debe mucho también al film de Woody Allen, Match Point, el cual a su vez es una remake encubierta de A place in the sun (1951) de George Stevens. Al igual que en estos dos films, Un hombre perfecto edifica una narración a través de la construcción de un personaje falso, deseoso del éxito y que anhela el reconocimiento social. Pero el desenlace del film francés introduce una innovación con respecto a estos guiones que exhiben de cerca el entramado entre la falsedad y la tragedia. UN HOMBRE PERFECTO Un homme idéal. Francia, 2015 Dirección: Yann Gozlan. Guión: Yann Gozlan, Guillaume Lemans, Grégoire Vigneron. Música: Cyrille Aufort. Fotografía: Antoine Roch. Intérpretes: Pierre Niney, Ana Girardot, Ludovic Berthillot, Valeria Cavalli. Duración: 97 minutos.
Es un thriller psicológico, con intriga y suspenso, que cuenta con la buena interpretación del actor francés Pierre Niney (27), se van generando buenos climas, acompaña bien la banda sonora, con escenas de situaciones llenas de tensión con toques similares a Alfred Hitchcock y Claude Chabrol. Tiene un buen arranque pero no se llega a sostener y termina desplomándose. Entretiene.
Atrapa la parábola de ascenso y caída de un impostor (El texto de la crítica no estaba disponible en la edición digital del diario).
Un hombre mentiroso Con su estructura hitchcockeana, su clima de “no hay escapatoria” y su estrategia para hacer del espectador un sufrido y angustiado cómplice de las barbaridades que hace el protagonista, el filme francés “Un hombre perfecto” entretiene y convence, casi como un encantador de serpientes. Y si bien ese hombre perfecto no llega a ser un perfecto sociópata (se le caen un par de lágrimas tras algunas de sus aberraciones), es un joven en principio arribista y luego, por lo menos, un hombre de doble moral. Se trata de la historia de un joven escritor sin talento o sin suerte, ya que su novela es rechazada por varias editoriales, y que en su trabajo en mudanzas se encuentra con un viejo texto abandonado y escrito a mano. Cuando el joven se apropia del mismo, empieza a tipearlo en su notebook y logra un abrupto éxito editorial, hasta el más distraído sabe de antemano que la historia no va a terminar bien y que la película se convertirá irremediablemente en un thriller, en una historia negra, donde las mentiras terminarán manchadas de sangre... Una buena película —con un desenlace nada convencional— a pesar de cierto apuro en la dirección y en el guión en la segunda mitad del filme, y también a pesar de varias incredulidades argumentales.
Esta producción tiene como puntapié inicial una idea que en los últimos años ha ido creciendo hasta conformar varias versiones, una alemana “Lila, Lila” (2009), una hollywoodense, “Palabras robadas” (2013), ahora le toca el turno a Francia. Y si la segunda era casi un calco de la primera, en que el motor que impulsa al personaje es la fama, casi dejando de lado el costado romántico. En ésta parece, además, inmiscuirse en el texto algo de lo establecido por Woody Allen en su “Match point” (2005) que no es sólo fama, sino la escala social. A sus 25 años Mathieu Vasseur (Pierre Niney) sigue intentando, pugnando, soñando, con ganar prestigio con su faceta artística. Quiere ser escritor, reconocido como tal, pero el éxito requiere 90% de esfuerzo, siempre y cuando tengas el don de origen adscripto en ese 10% faltante al que llaman talento No consigue que ninguna editora le publique nada. Mientras tanto, se gana su sustento en la empresa de mudanzas de su tío. Es así que, por una de esas cuestiones de azar, su destino dará un vuelco cuando en medio de sus labores se encuentre con un manuscrito del anciano solitario que acaba de morir. Después de leerlo, se sabe frente a una maravilla literaria. En un primer instante se muestra cauteloso, duda, hasta que la ambición le gana a sus escrúpulos y la entrega como si fuese el autor. (Max Brod hubo uno solo, y murió en 1968). El éxito es inmediato. Convertido en la nueva figura prominente de la literatura francesa, en una realidad que nunca fue promesa. Mientras le llueven propuestas para su segunda novela puede hacer contacto, fama mediante, con el promotor de su insomnio en formato de mujer, Alice Fursac, (Ana Girardot), perteneciente a la clase alta intelectual y económica pero por valor propio, toda una filóloga establecida y reconocida. Lo que sigue es un recorrido de Mathieu, su acceso a los círculos a los que creía que debía pertenecer sin merecerlo, hasta que se hace presente el pasado, no el propio, sino en el cuerpo de un testigo que sabe de su fraude. A partir de este encuentro pasa por ser un buen ejemplo del cine de suspenso, tal cual una gran bola de nieve en el que Mathieu quiere sostener el engaño, lo que pone al espectador ante la pregunta de cómo, cuando, donde, o si será descubierto. En el cómo nos van contando, es que el director se muestra deudor del cine de Claude Chabrol o de Alfred Hitchcock, alcanza un cierto clima de tensión, más provocador que insinuante, o turbador, colocando al protagonista de la historia como martirizado por sus propias decisiones, cuando pierde el control de la situación, inevitablemente, produciendo un giro inesperado en el relato que lo aleja de sus antecesoras. No mucho más. Algo ya visto, con final diferente. De estructura lineal, progresiva, sin demasiados artilugios lingüísticos, no promueve nada fuera de lo cotidiano y ya visto en lo que se suscribe al género, digamos un correcto trabajo de montaje, buena banda de sonido, el diseño de arte puesto a permitir que lo que aparezca en pantalla se vea dentro del orden de lo natural. Todo esto sustentado por una gran actuación de su principal protagonista, muy bien acompañado por los secundarios, de entre los que se destaca Ana Girardot, portadora de un nombre que la acerca a la gran actriz francesa Annie Girardot, pero con la que no tiene ningún parentesco.
La fórmula se usó muchas veces, pero no deja de funcionar cuando hay un guion ágil y un elenco sólido. Pierre Niney (que hace poco encarnó a Yves Saint Laurent en el film homónimo) es Mathieu Vasseur, un operario de mudanzas que sueña ser escritor, con ambiciones más grandes que su talento. Con un manuscrito varias veces rebotado por las editoriales, en una mudanza Mathieu encuentra el diario de un ex combatiente en la Guerra de Argelia; lo hojea, le gusta, lo pasa a Word, lo prueba y resulta un éxito editorial, bajo su nombre. Vasseur es el hombre del momento; el honor le permite levantarse a la bella crítica literaria Alice (Ana Girardot), e incluso pasar con ella y sus padres unos días soñados en la mansión familiar de la Riviera, donde busca inspiración para la segunda novela. Claro que su talento no está a la altura del libro fraguado, y la suplantación de identidad le traerá problemas impensados. Un hombre perfecto es un thriller bien facturado, con aires a las novelas del estafador Tom Ripley, de Patricia Highsmith, incluso en su resolución.
COLAPSO DE SUERTE Un camino sinuoso, un hombre enceguecido y al borde del colapso maneja a una velocidad descomunal y la noche devora la solitaria ruta enmarcada por árboles. Esos elementos se combinan en una variación de la mirada subjetiva y la distancia de la cámara, que bien podría tratarse del estilo indirecto libre concebido por Pier Paolo Pasolini, es decir, pasajes de interferencias entre los sentimientos de un personaje y el narrador que lo enuncia en tercera persona. La aceleración de la alternancia cada vez es mayor hasta la llegada del “ansiado” clímax: un pequeño muro de piedra y la oscuridad total. La tensión de los primeros minutos de Un hombre perfecto es una característica inherente del filme, cuyas oscilaciones rítmicas están puestas a prueba de forma constante. El espectador queda en vilo dentro del juego de la sugerencia y lo manifiesto, del entrecruzamiento entre el mundo de lo posible y el mundo de lo efectivo trazado por el director Yann Gozlan. Uno de los ejemplos más claros se aprecia cuando Mathieu –el protagonista que aspira a convertirse en un escritor exitoso, a pesar de los rechazos de las editoriales y de trabajar en mudanzas– debe vaciar la casa de un anciano recientemente fallecido. La escena del descubrimiento del diario íntimo del veterano de la guerra argelina está plagada de incertidumbre: primero el joven se detiene en las pilas de diarios antiguos, luego en fotos –una en particular–, más tarde en los cajones y, por último, en el diario. En todo momento Gozlan propone un estado de alerta y duda, objetos que pueden ser determinantes o que carecen de valor. Sin embargo, Gozlan abusa de su propio juego de vacilación transformándolo en algo inverosímil: la tensión queda relegada a un segundo plano y, en su lugar, prima la figura absurdamente imbatible de Mathieu, quien logra contrarrestar cada escasa complicación con pocos inconvenientes y nulos cuestionamientos del entorno pequeño y “distraído”. Los hechos victoriosos del protagonista se suceden hasta en las situaciones más insólitas, como las olvidadas muestras de ADN, y este exceso de suerte castiga la credibilidad del personaje y de la película, al punto de presentar un final contradictorio y sin sentido si se toma en cuenta que Mathieu vivió durante tres años como persona pública y famosa. Gozlan peca de imprudente al desdibujar el interesante trabajo de la tensión y la incertidumbre para focalizarse en un protagonista invencible y exitoso a la hora de sortear pequeñas molestias. Mathieu se motivaba con una frase de Stephen King que postula la escritura de 2500 caracteres por día; el director lejos de celebrar su propio guiño lo transforma en su arma letal, sin salir airoso de él. Por Brenda Caletti @117Brenn
No es lo que parece. ¿Acaso hay algo mejor que ir a ver una película sin saber con qué te vas a encontrar y que resulte una muy agradable sorpresa? Un hombre perfecto es una nueva propuesta del cine francés que llega a los cines argentinos y, sin preámbulos, tenés que ir a verla. De qué se trata Un hombre perfecto Un joven escritor se siente frustrado al no conseguir que publiquen su novela, pero un día se topa con un manuscrito de un hombre fallecido y decide hacerlo pasar por propio. El éxito y la fama llegan, pero la vida que construyó se convierte en un cristal frágil a punto de hacerse pedazos. Razones para ver Un hombre perfecto ¿Querés ver un verdadero thriller? Acá lo tenés. El director Yann Gozlan ofrece una película excelente, sin puntos flojos. Tensión, ritmo, coherencia, te introduce en el relato y te mantiene atrapado hasta el último minuto. Todo eso que esperás de una película de suspendo, acá lo tenés. ‘Un hombre perfecto’ es una película inteligente, original y bien contada. Y, sabrán, esto no pasa todo el tiempo. El protagonista (magnífico Pierre Niney) se convierte en un hombre perfecto, el del título, aunque todo es una farsa. Cada paso que da construye una mentira más y se acerca más al límite. ¿Hasta dónde podrá llegar con su simulación? Y no te puedo decir más porque nada peor que hablar demasiado cuando se trata de un thriller. Respiro hondo y me contengo el spoiler. Un hombre perfecto es de esas películas que no llega con rimbombancia, pero que luego de verla no podés no recomendarla y decirle a todos que acabás de ver una excelente película. Andá a verla y después me contás 😉 Puntaje: 9/10 Título original: Un homme idéal Duración: 97 minutos País: Francia Año: 2015