En crisis existencial Hay un viejo chiste que habla de un hombre al que se le pincha una rueda en medio de la ruta y recuerda que cerca vive un viejo amigo. Decidido, pese a que no lo ve hace mucho tiempo, camina hasta la casa para solicitarle ayuda mientras sus pensamientos se vuelven cada vez más oscuros de si “¿me prestará el cricket?”, “este no me va a prestar nada”, “este no me va a atender”, etc. Cuando llega el amigo abre la puerta y le dice “sé que no me vas a prestar nada, gracias igual”, y se va. En este chiste, que narrado oralmente seguramente es más divertido que leerlo, se esconde la idea principal de una película como Un papá singular (Brad’s status, 2017) con Ben Stiller como Brad, el protagonista, en medio de una crisis existencial e incapaz de ver los logros que hasta el momento alcanzó. Brad se pregunta todo el tiempo qué fue lo que hizo mal en su vida para encontrarse en la actualidad por debajo de los niveles de expectativa del resto de la sociedad. Mientras lucha con esos fantasmas que van y vienen todo el tiempo, su hijo (Austin Abrams), un adolescente también conflictuado como él, se encuentra ante el umbral de su carrera Universitaria. Decidido a acompañarlo a recorrer cada uno de los campos de las facultades a las que podría ir, pero con el anhelo de que pueda ingresar en Harvard, el joven confunde la fecha de entrevista por lo que Brad deberá contactar aquellos amigos de la escuela que hoy en día poseen un estatus social y una posición considerable y que podrían ayudarlo a conseguir que su hijo ingrese sin mucho esfuerzo en el lugar. Ben Stiller brilla como Brad, no sólo en la actuación sino en la interpretación de los diálogos en off que dirigen la narración, además la decisión del director Mike White de utilizar planos cortos, muy cortos, para generar una cercanía Inevitable con el personaje, independiente de la empatía o no que se pueda llegar a tener con él por su pesimismo radical. La verborragia y la virulencia de algunos textos como así también la dirección de cámara nerviosa, o la incorporación de escenas oníricas que se condicen con la imaginación del protagonista, acercan a Un papá singular a un cine reflexivo sobre personajes y momentos particulares de crisis existenciales, en donde Woody Allen es tal vez el ejemplo más elaborado, pero en donde una nueva generación de cineastas, por citar solamente a uno de ellos Noah Baumbach, han sabido también construir relatos intensos sobre el hombre y sus logros. El título que eligió la distribuidora local tal vez no es el mejor para dar cuenta de una película lúcida, brillante, luminosa, a pesar del poco positivismo del personaje protagónico. Mike White imaginó esta película para el lucimiento de Ben Stiller, un gran comediante. Tampoco sería tan errado sentir que su espíritu analítico imposibilite un disfrute y un regocijo ante las desventuras de Brad y su hijo, porque en el fondo Un papá singular es una acabada reflexión sobre la fama, la envidia, los celos, la profesión y, principalmente, la familia en el siglo XXI.
Un simple relato, con una voz en off y primeros planos, nos pone en los zapatos de Brad (Ben Stiller). Una historia sencilla, contada de una manera brillante, con dos protagonistas con mucha química - Ben Stiller es Brad, padre de Troy (Austin Abrams), padre e hijo respectivamente. "Un papá singular" es un film sensible, escrito y dirigido por Mike White, quien además tiene un excelente cameo en la película como uno de los amigos de la juventud de Brad. Mike White lleva esta historia con la voz en off de Ben Stiller, una voz que conduce con claridad y emotividad el relato. Nos pone en la piel de Brad, es imposible no sentir empatía con este personaje, cuyo problema parece profundo, importante y así lo creemos. Hasta que una joven le dice que lo suyo no es problema y entonces, nosotros también repensamos y miramos para adentro diciéndonos lo mismo. Me llamó mucho la atención la elección de "Un papa singular" como traducción del título al español. Un título que poco tiene que ver con la película. Brad's Status (El status de Brad), es el nombre original y se ajusta al contenido del film: un hombre cuya vida tiene que ver con cómo se ve él con respecto a su círculo social, a sus ex compañeros de universidad, lo que piensan de él, su carrera, sus frustraciones. Ben Stiller hace un gran trabajo. Un actor versátil que juega muy bien el papel de comediante, pero también se banca un drama o una comedia dramática como es el caso de "Brad's Status". Austin Abrams está excelente como hijo del personaje de Ben, tiene un papel tierno y hace muy buena dupla con Stiller. Brad's Status es un cachetazo, en donde nos sentiremos tocados, sobre todo si estamos rondando los 40. Quién no se ha sentido así alguna vez?
Un papá singular: El regreso de Walter Mitty. Ben Stiller vuelve a la comedia con tintes de drama y de reflexión continua. Un género que si bien no es el que mejor le queda, resulta bastante interesante. Lo primero que debe decirse sobre la película del director y guionista Mike White es que su traducción del idioma original nada tiene que ver con lo que la trama propone. Sí, hay un papá (Ben Stiller) pero el mote de singular no es exactamente lo que identifica a este hombre de 47 años, con una crisis existencial que bien puede tener que ver con la inminente ida de su hijo a la universidad o tal vez con un posible balance sobre qué logros ha obtenido en casi la mitad de su vida. El título original Brad´s status es en sí lo que define el relato, ya que su protagonista homónimo parece estar en esa instancia de comparación continua con el resto de los mortales, ya sea su mujer, sus amigos de la universidad y hasta su propio hijo. El viaje, literal y metafórico, comienza con Brad acompañando a su hijo Troy (Austin Abrams) a la ciudad de Boston, en plan de visitar todos los campos de las distintas universidades donde Troy, un músico prodigio, podría aplicar. Tras una confusión de fecha por parte de este talentoso, pero algo distraído joven, la cita más importante con el decano de Harvard se ve truncada y es su padre quien deberá salir al rescate y poder lograr que su hijo sea entrevistado. A lo largo del argumento veremos como la crisis de Brad se acentúa cada vez más, mediante un replanteo que implica dudar si hizo bien en casarse con su actual esposa, (alguien a quien parece juzgar por conformarse con la vida que lleva), la incertidumbre que conlleva su trabajo en una organización sin fines de lucro, mientras todos sus amigos son exitosos, millonarios, brillantes y, al menos para él, extremadamente felices. El tono constante de negatividad de Brad se sortea gracias a la impecable labor de Ben Stiller, quien si bien se mueve más cómodo en el género cómico, sabe como dominar y sacar provecho de estos personajes melancólicos, por momentos algo patéticos, que buscan constantemente respuestas. Hay una similitud demasiado marcada con su anterior personaje de mismo índole, aquel Walter Mitty, quien se la pasaba imaginando e imaginándose en distintos escenarios o situaciones fascinantes, con Brad sucede lo mismo aunque el efecto imaginario puede ir desde situaciones hiper felices a momentos de puro drama. Una comedia dramática, algo agridulce, con un elenco parejo, donde destacan Stiller y Abrams, en una relación padre e hijo que por momentos logra emocionar y llevar a la reflexión al espectador, desde el rol que le corresponda.
Una comedia sobre el universo masculino con resultados apenas destacables. Ben Stiller ya había avisado en La vida secreta de Walter Mitty que los tiempos salvajes y satíricos de su etapa más prolífica e interesante como director y actor habían quedado atrás. Los ecos de aquella comedia dramática con tintes filosóficos y de autoayuda sobre el sentido de la vida resuenan en Un papá singular. El protagonista de Zoolander es Brad, un hombre de 47 años con un trabajo en una ONG que le ha dado más satisfacciones espirituales que dinero, un matrimonio tan estable como falto de sorpresa y un hijo a punto de empezar la facultad. Es, pues, un buen momento para preguntarse qué ha hecho en su vida. A diferencia de lo que el título local plantea, Brad se siente cualquier cosa menos singular. La singularidad, al menos para sus ojos, está en aquellos compañeros de secundario que comparten postales de éxito laboral y personal en redes sociales. En ese sentido, el Brad's Status original es mucho más pertinente dado que el gran tema del film no es otro que la percepción de pertenencia a un círculo social. Un viaje por Boston para ver universidades con su hijo (Austin Abrams) le sirve a Brad para reencontrarse consigo mismo y ver cuánto de aquello que hubiera querido ser hay en su presente. Un punto de partida interesante que, sin embargo, no se traduce en una película del todo redonda. Estrenado en el reciente Festival de Toronto, el film dirigido y guionado por el también actor Mike White oscila entre el intimismo y la sutileza y un tono pedagógico y moralista que se ilustra en una voz en off omnipresente. Con un poco más de confianza de White en su materia prima, esta visita a los avatares del mundo masculino hubiera sido bastante distinta al vuelo rasante que finalmente es.
De padres, hijos y la vida vista a través de las redes sociales Es posible que algún profesional de la salud mental ya esté trabajando en el singular pero extendido sentimiento, tan parecido a cierta angustia existencial, que provoca revisar las redes sociales de viejos amigos o conocidos. Las sonrisas y los viajes a lugares extravagantes, todo cuidadosamente posado para Facebook, y las delicias gourmet perfectamente iluminadas en Instagram pintan el mundo de los otros con los más maravillosos colores, aunque vistos de cerca se parezcan bastante a los de todos los demás. Ésa parece ser la lección que todavía le falta aprender a Brad Sloan (Ben Stiller), un hombre inmerso en una profunda crisis de la mediana edad. Un bajón que no hace más que empeorar cuando se decide a espiar la vida de sus amigos y ex compañeros de universidad. Brad no puede evitar comparar su vida con la de los otros, que de acuerdo con su visión lo superaron en éxitos profesionales y felicidad personal. En una serie de monólogos interiores y elaboradas fantasías sobre la vida imaginaria de esos seres, a los que sólo ve a través de las redes sociales, el protagonista se cuestiona cada una de las decisiones que tomó en su vida y que lo llevaron adonde está. Lo que podría ser un drama desgarrador sobre las expectativas frustradas y la desesperación de toda una generación rodeada de privilegios y oportunidades que no supo aprovechar, de la mano del director y guionista Mike White, guionista de Escuela de rock y creador de la brillante serie Enlightened -en las que también actuó-, resulta en una comedia amarga, pero comedia al fin. Con un humor asordinado que en gran medida deriva de la capacidad de Ben Stiller para transmitir la confusión de Brad y su fallida percepción de la realidad, la película tiene un personaje central que puede generar iguales medidas de empatía y fastidio. Así, cuando Brad acompaña a su hijo a las entrevistas en universidades a las que el adolescente podría asistir, su alivio es evidente. Como si pensara que los resultados académicos del chico demuestran que al menos algo hizo bien en su vida. Claro que lo que expone ese pasaje es el egoísmo rampante del personaje, que desde hace tiempo no sabe qué le interesa al muchacho, que sin demasiadas opciones le tiene extraordinaria paciencia. Lejos de sus papeles como el comediante apto para todo público de Una noche en el museo y La familia de mi novia y más cerca de aquellos de Mientras somos jóvenes y TheMeyerowitz Stories (Noah Baumbach) y La increíble vida de Walter Mitty,que él también dirigió, Stiller compone a un protagonista egocéntrico hasta el ridículo, cuya extrema sensibilidad podría ser también su última oportunidad.
Me arrepiento de todo En esta comedia dramática, Ben Stiller se ve como un cincuentón en crisis que revisa todas sus decisiones pasadas. "Tenés los problemas de un hombre blanco privilegiado", le responde una estudiante de Harvard a Brad en un bar, después de escuchar incansable cómo el cincuentón en crisis que interpreta Ben Stiller expresa sin cesar sus frustraciones. La joven no hace más que poner en palabras que, para buena parte del planeta, Brad tiene una vida soñada, pero eso no es consuelo alguno que pueda sacarlo de la depresión que atraviesa. Y encima esa condición se profundiza al acompañar a su hijo Troy (Austin Abrams) a Boston para ayudarlo a elegir una universidad, punto de partida de Un papá singular. Al seguir los primeros pasos del adolescente en el mundo académico, Brad se reencuentra con los fantasmas del pasado y lo invade el arrepentimiento por cada una de las decisiones que tomó en esa etapa de su vida. Brad tiene una esposa amorosa (Jenna Fisher), un hijo soñado y dedicó su vida a una ONG, pero nada de eso lo satisface y el fracaso que lo atormenta apareció en la competencia con sus tres excompañeros universitarios: uno tiene poder, otro es multimillonario y el tercero vendió todo lo que tenía para entregarse al placer. Brad idealiza las vidas de sus excompañeros y sus fantasías sobre ellos ubican a Un papá singular en las antípodas de La increíble vida de Walter Mitty, que había dirigido el propio Ben Stiller. El cineasta, guionista y actor Mike White vuelve abrumador el incesante monólogo interno del personaje de Stiller. Esa voz en off juega siempre al límite con el espectador, como si la película coqueteara con ese fastidio que la estudiante le demuestra a Brad en el bar. White es un especialista a la hora de escribir sátiras y jugar con los vaivenes de un tono que jamás necesita inclinarse del todo por el drama o la comedia. Esa furia contenida que Ben Stiller sabe explotar como nadie, y es uno de los grandes rasgos distintivos de toda su carrera, calza a la perfección con ese ambiente creado por el cineasta. El rostro de Stiller no necesita monólogo alguno para reflejar la trabajosa evolución de Brad, que empieza con la búsqueda de vivir a través de su hijo bien lejos de sus propias frustraciones, pasa por sentir al joven como un competidor más y se termina adaptando a su privilegiado lugar en el mundo. Un papá singular es una película descarnada sobre esa pequeña gran diferencia entre aceptación y resignación.
Mike White lanza su segunda película como director/escritor. Entre esta y su ópera prima Year of the dog han pasado exactamente 10 años. Él en realidad se distingue como un formidable autor de comedias, como Orange County (2002), la desopilante Nacho Libre (2006) y más recientemente la aclamada Beatriz at dinner (2017). Y se interpretó a sí mismo en uno de los films que más me impresionó este año, un raro y divertido pseudo-documental llamado Where is Rocky II? (2016), dirigido por el ingenioso Pierre Bismuth. En ella explica algunos de sus trucos como escritor e incluso participa con colegas en un alocado brainstorming sobre guión.
Un hombre con un pasar tranquilo lleva a su hijo adolescente a buscar universidad, lo que lo lleva a reevaluar su vida a medida que encuentra viejos amigos. La película tiene problemas de ritmo, pero Stiller y Adams como padre e hijo hacen algo prodigioso: nos permiten entrar en la vida de sus personajes y encontrar en sus posiciones algo interesante, algo parecido a una aventura. Sí, Stiller es un gran actor porque es un gran comediante.
El acierto de evitar lecciones de vida. Ben Stiller encuentra el tono justo entre la comedia y el drama en un film que, más allá de su discutible título en castellano, tiene sus aciertos en la pintura de un hombre acosado por pensamientos, deseos y temores típicos de la crisis de la mediana edad. No tanto un “vehículo” tradicional para Ben Stiller como un proyecto pensado para explotar sus cualidades de comediante dramático (valga el paradójico neologismo), el segundo largometraje como realizador del actor y guionista Mike White lo encuentra –como también ocurre en la reciente The Meyerowitz Stories (New and Selected), de Noah Baumbach, lanzada directamente en la plataforma Netflix– en un plan alejado de sus facetas más desembozadamente cómicas, con las cuales una parte sustancial del público lo sigue relacionando de manera casi automática. Algo similar puede afirmarse respecto de White: su ópera prima El año del perro (2007) mostraba cierta predilección por las neurosis urbanas y un tono cálido a la hora de describir a los personajes. Y si en films como Escuela de rock o Nacho libre sus guiones alternaban un pathos microscópico con la exploración del histrionismo de Jack Black, en Un papá singular la comicidad no pasa tanto por las acciones y reacciones de su protagonista como por los pensamientos, deseos y temores, típicos en ese período conocido como crisis de la mediana edad. La obsesión primordial de Brad parece ser el estatus social, como afirma literalmente el título original en inglés. Su único hijo está a punto de ingresar en la universidad, buen momento para esos balances de fin de era, que en su caso contienen como tesis fácilmente comprobable que los amigos de la juventud son mucho más exitosos/famosos/ricos que él. Brad es socio fundador de una ONG (irónicamente, no tardará en describirse como ex idealista) y forma parte de esa tradicional clase media estadounidense que debe hipotecar su hogar para permitir la carrera universitaria de las nuevas generaciones. Es cierto que White termina abusando de la voz en off para explicar algunas de las contradicciones ideológicas de su criatura, aunque ello encuentra un contrapeso visual en los sueños diurnos que diseñan la vida paradisíaca o infernal –dependiendo del estado de ánimo– de los ex compañeros. Por caso, Brad imagina al hombre de negocios interpretado por Luke Wilson volando en su lujoso jet privado, aunque esa misma situación puede ser puesta patas para arriba con el simple agregado de los hijos más ridículamente caprichosos del mundo (adictos a la cocaína, para más datos, a pesar de la tierna edad de cinco o seis años). El mismo White se reserva el rol de uno de esos ex colegas, transformado en la mente de Brad en un estereotipo caminante de gay rico, perro caniche y mozos con el torso desnudo al borde de la pileta incluidos. Pero es el personaje encarnado por Michael Sheen –escritor y periodista estrella, de esos que se codean con políticos del más alto nivel– el que terminará resultando de gran importancia para el relato. El viaje de Brad y su hijo a la Costa Este y la visita a algunas de las universidades más prestigiosas (el joven tiene un don para la música y la posibilidad de entrar a Harvard no parece una meta imposible) es el punto de partida real de la explosión de ansiedades que comienzan a habitar el cuerpo y la mente del “papá singular” (¿en qué habrán pensando los distribuidores locales a la hora de pergeñar semejante título?). El Brad de Stiller es alternativamente querible, irritable, entrañable e insoportable, acorralado como está por sus zonas erróneas, todo aquello que no puede sino considerar como los mayores fracasos de su vida (económicos, en su mayor parte) y un enorme deseo por ver el “éxito” reflejado en la descendencia. En el fondo, los conceptos de envidia y auto–conmiseración podrían pintarlo de cuerpo entero. White esquiva las lecciones de vida y la tentación de la caída y la redención, concentrando en cambio su atención en la puesta en marcha de una pequeña epifanía que podría ser duradera o absolutamente pasajera. Ese es quizás el mayor signo de inteligencia de Brad’s Status: explotar la comicidad de los rasgos más extremos del protagonista sin olvidar su humanidad, poner el dedo en la llaga satírica y no esconder los matices menos adorables de Brad sin que ello implique juzgarlo o, mucho menos, condenarlo. En última instancia, nadie está exento de compartir algunos de los rasgos más ridículos de Brad, aunque cueste horrores confesarlos.
Se trata de una comedia agridulce donde Ben Stiller está lejos de sus comedias alocadas que tantos éxitos cosechó. De la mano del escritor y director Mike White, de mucha experiencia como guionista de cine y televisión, director de tele, actor, construyó para el actor un personaje al que es fácil odiar, pero que no carece de humanidad. Se trata de un hombre en sus cuarentas, que vive obsesionado por el éxito de sus compañeros de facultad (uno triunfa en Hollywood, otro tiene el manejo de un fondo de inversión, un tercero es empresario de tecnología, un cuarto es profesor y autor de best sellers, figurita repetida en la tele). Compararse con ellos es su manera de torturarse, no valorar lo que tiene y sentirse un fracasado. Los flashbacks armados según su imaginación son ideales para clavarse todos los puñales. La vida le pasa por al lado y no se da cuenta. En un viaje para elegir universidad para su hijo músico, No duda en pedir ayuda para que su hijo no se pierda una oportunidad de oro. Pero en ese viaje, este pobre señor rico que tiene la angustia de no ser supermillonario, redescubre la relación con su hijo, ve verdades en el discurso de extraños, redescubre que no esta “taaan” mal. Ben Stiller le otorga a su Brad una humanidad con todos los matices, medido, profundo, distinto. Lo acompañan, como su hijo que ignora lo pesares absurdos de su padre, Austin Abrams, y Michael Sheen siempre perfecto. Una sátira sobre la alta ansiedad del exitismo exacerbado, los golpes de la realidad, el entendimiento del disfrute de lo que poseemos.
Narra los momentos que vive un cuarentón de clase media Brad Sloan (Ben Stiller, “La increíble vida de Walter Mitty”), que tiene una bella esposa Melanie (Jenna Fischer) y un hijo adolescente cuyo nombre es Troy (Austin Abrams, “Ciudades de papel”). Brad y Troy harán un viaje juntos a Boston para que este adolescente tenga la posibilidad de estudiar en la Universidad de Harvard, pero en ese trayecto suceden una serie de complicaciones y una de las tantas ocurre en Harvard, es cuando Brad se reencuentra con un viejo amigo Craig Fisher (Michael Sheen), una persona influyente en ese lugar y que ayudará a su antiguo amigo. Pero Brad tiene una serie de problemas no resueltos que viven en su interior, algo está en crisis y sus inseguridades están latentes, no tardan en salir a flote una serie de reproches, molestias, dificultades y anhelos, todo a través de su voz en off y el flashback. Cuenta con varias escenas divertidas y otras que emocionan; para reflexionar y pensar. Va dejando varios mensajes como aquel que reza que no siempre los exitosos lo tienen todo.
UN DOLOROSO MONÓLOGO INTERIOR Un papá singular (horrible título local para el más exacto Brad’s status) es una suerte de diálogo interior extremo: mientras recorre universidades con su hijo, Brad (Ben Stiller, excelente) se debate en su cabeza sobre su vida, sobre aquello que no alcanzó a cumplir, sobre las posibilidades que dejó escapar y sobre lo que él mismo representa en un presente que considera mediocre, lejos del éxito y el glamour de sus ex amigos, entre los que hay escritores famosos, empresarios millonarios, tipos que se dedican a la buena vida. Lo extremo del asunto no pasa sólo por cómo Brad se autoflagela desde el pensamiento, sino porque el guionista, director y coprotagonista Mike White recurre a una voz en off constante que se ilustra con una banda sonora repetitiva y puntual, que redunda en un recurso por momentos asfixiante, hacia el espectador y hacia la propia narración. Sin embargo, White puede ir más allá de lo verbal, de la oralidad, para construir imágenes que tanto contradicen el relato de Brad como demuestran que aquello que se representa es en ocasiones una construcción del frustrado protagonista. Lo de la voz en off de Un papá singular es clave: uno puede sentirse saturado, realmente, y abandonarla a los 20 minutos. Pero si se logra atravesar esa instancia, si uno se entrega a ese monólogo terrible con el cual el personaje se desgarra ante nuestros ojos, sin dudas que nos enfrentaremos a una propuesta que alcanza altos índices de honestidad y humanidad. Y, también, a una identificación que por momentos nos revela nuestra propia oscuridad. A Brad lo puede la insatisfacción y lo moviliza una ambición un tanto negativa: ve en la oportunidad que tiene su hijo para ingresar a una buena universidad, la chance de elevar ese estatus social que tanto lo obsesiona. A partir de ahí, celos, egoísmos, individualismo, que surgen al compartirnos su mundo interior. Por fuera, Brad trabaja para una ONG y trata de ser un hombre amable, por más que no puede pegar un ojo cada noche. Esa contradicción es notable, una fachada que no evidencia la incomodidad interior y que también fortalece la honestidad de la película: no cae en lugares comunes, no construye un personaje sórdido ni terrible o fácilmente asimilable, y ni siquiera sucumbe ante las enseñanzas de vida o a la afectación indie. Mucha de la honestidad que desprende la película se debe a la notable interpretación de Stiller y la simbiosis que logra con Austin Abrams. Se sabe, Stiller es un gran comediante del mainstream, pero también ha sabido hacerse un lugar en el cine independiente. Y lo ha hecho en películas que tienen un aire de comedia (Tus amigos y vecinos, Greenberg), pero con un registro mucho más sutil y que en ocasiones desemboca en lo dramático. Si uno de los temas en las comedias más directas de Stiller es la incomodidad en espacios sociales (La familia de mi novia era un tratado sobre la incomodidad), cuando transita el circuito indie esa incomodidad se reconvierte en una textura metafísica. En Un papá singular, esa incomodidad, ese corrimiento del eje que sufre el protagonista es siempre disimulado físicamente pero aparece con toda la fuerza en el relato en off. Junto a Stiller, Abrams construye un coprotagonista ejemplar: es el hijo que padece en silencio la obsesión y hasta la presión del padre, y el que mejor interpreta ese derrumbe emocional que está sufriendo, aunque lo asume con pasividad. Un papá genial es también una película sobre un padre y un hijo, y cómo intentan conectar. El mayor logro de White es el de construir un film doloroso y lacerante, que nunca pierde cierta amabilidad. Eso se debe a la comedia que amortigua la acidez. Pocas veces el cine de Hollywood ha tenido la valentía de plantear que ese mundo que muchas veces se nos vende como ideal desde las películas, no es más que el deseo sectario de una minoría blanca y de clase media norteamericana. Uno de los personajes se lo espeta al pobre Brad, que tal vez hará en ese momento el clic necesario para darse cuenta que el problema no es tanto lo que el mundo ha hecho con él, sino el hecho de que sus idealismos del pasado se han pervertido en función de algunas comodidades burguesas. Y que eso es, en el fondo, inevitable. Un papá singular es una película realmente compleja y ambiciosa, que tal vez se resiente por su ritmo algo monótono, pero que nos ofrece a cambio una dosis de verdad poco habitual.
Ben Stiller encarna a un hombre que atraviesa una crisis de la mediana edad al darse cuenta que a todos sus amigos de la universidad les ha ido económicamente mucho mejor que a él en esta comedia dramática que plantea temas muy interesantes pero lo hace de una manera un tanto reiterativa. Hay expresiones usadas comunmente en redes sociales, como “First World’s Problems” o “White People’s Problems”, que sirven a la perfección para describir los, digamos, problemas de Brad (Ben Stiller), un tipo de 47 años que no puede dormir por las noches porque sueña con sus compañeros de universidad que se volvieron multimillonarios en distintas carreras (uno es cineasta, otro autor, otro empresario) mientras él tiene una vida que, al menos para su específico recorte del universo, es la de un ciudadano de tercera clase. Es decir: tiene una cómoda casa en Sacramento, una pequeña empresa que trabaja conectando donantes con ONGs, un hijo talentoso de 17 años a punto de entrar en la universidad y una esposa en apariencia muy comprensiva. Pero él se compara con sus viejos colegas y sufre: “¿Qué hice mal?” “¿Por qué ellos triunfaron y yo no?”. Uno sabe más o menos de entrada para dónde irá esto, pero lo mejor que tiene para ofrecer este segundo filme como director de Mike White (habitual guionista del director Miguel Arteta, de películas como ESCUELA DE ROCK y creador de la serie ENIGHTENED) es que uno logra meterse en la tortuosa mente de Brad, más que nada porque, en la piel de Ben Stiller, es un tipo de personaje sufrido, pasivo/agresivo y torturado que nos tiende a caer simpático. A partir de su quejosa y constante voz en off, Brad nos da a conocer su visión del mundo y el mayor logro de White y del filme es que, al menos durante una buena porción del relato, lo seguimos tolerando. Hasta que, bueno, ya es imposible de aguantarlo por más carita de perro degollado que ponga Stiller. La película toma como eje el viaje que Brad hace junto a su hijo a Boston a tener reuniones en las más prestigiosas universidades. El hijo es un brillante músico y compositor que podría ingresar a lugares como Harvard gracias a ese talento, lo cual alegra a papá Br9ad pero por motivos puramente egoístas, como para humillar, empatar o alcanzar a sus colegas. Así es que mientras el chico trata de ver qué hará con su vida de una manera mucho más relajada, su padre se dedica a acompañarlo. Con dedicación y cariño, sí, pero más preocupado en su propia crisis que en otra cosa. A lo largo del recorrido, Brad se topará con algunas personas que lo harán reflexionar sobre su situación, en especial dos chicas (una india, otra asiática) que tocan música y son amigas de su hijo, y con las que choca ideológicamente. Es que todo lo que él hace trabajando para organizaciones sin fines de lucro a ellas les parece fascinante, pero su consejo es que no hagan lo que hizo él sino que hagan dinero y a otra cosa. Esto, claro, las lleva a ellas a una decepción y a él a unos replanteos –especialmente a partir de lo que le dice la chica de Delhi– que son muy humanos y comprensibles, pero que acaso estén puestos en el filme de una manera excesivamente obvia y políticamente correcta. Las preguntas que se plantea Brad en el filme tienen sentido en un mundo dominado por la apariencia del éxito a partir de las redes sociales. Es que esa es la ventana por la que Brad ve a sus amigos y la que lo hace sentir un fracasado, aunque uno está seguro que tan bien no les va. Y más de uno, al llegar a cierta edad, se ha planteado si haber seguido ciertas carreras humanitarias o haberse dejado llevar por ciertos ideales de juventud no fue un error ya que, obviamente, no es la mejor manera de ganar dinero. Pero lo cierto, como dirían por ahí, es que a Brad le cabe también aquella frase de “a vos no te va tan mal, gordito”. Como BEATRIZ AT DINNER, película de Arteta con guión de White estrenada en los Estados Unidos hace unos meses, lo que le preocupa al guionista/director es el choque entre los exitosos y los idealistas, entre los que “triunfaron” y los que se dedicaron a “hacer el bien”. Como en ese filme, el debate es más interesante como punto de partida para una conversación que como película en sí. White no consigue armar del todo un filme alrededor del monólogo interior torturado de Brad, pero gracias al talento de Stiller para interpretar a un personaje que va dejando en claro de a poco su nivel de alienación respecto al mundo real –y a su hijo, cuya sola mirada lo baja a tierra–, logra tocar unos puntos sensibles de la crisis de los 40… en su versión estadounidense.
Crítica emitida en "Cartelera 1030" por Radio Del Plata (AM 1030) Sábado 21/10/17 de 20-21hs.
Esta es una película que está calificada como comedia, pero tiene más tonos de drama que una comedia típica de Ben Stiller. Nos encontramos con un padre de mediana edad quién sueña despierto e imagina situaciones que no sucedieron. El personaje de Stiller se compara todo el tiempo con sus amigos de la universidad quienes, a criterio de él, son muy exitosos y él no tiene ese éxito que anhela. Con el correr de la película el personaje comienza a poner los problemas en perspectiva (a veces sin quererlo) y se va dando cuenta de lo que tiene. Con razonamientos coherentes y nada forzados. Filmada con una voz en off de este personaje principal que, con flashbacks, nos cuenta y muestra algunas cosas y con una especie de flash forward, nos cuenta las cosas que él se imagina. Bien actuada, Stiller le aporta la comedia necesaria a la película, y genera una interesante relación con Adams, quien interpreta a su hijo adolescente. La banda sonora es bastante interesante, como destaca los momentos de fantasía y como acompaña durante gran parte del film. Mi recomendación: Interesante film sobre los problemas de la llamada crisis de mediana edad, que a más de uno va a dejar pensando, mirala cuando puedas.
En su segundo largometraje, Un papá singular, Mike White presenta un retrato sincero sobre las frustraciones de la mediana edad y junto a la gran interpretación de Ben Stiller consigue el equilibrio justo entre comedia y drama. Brad Sloane (Ben Stiller) es un hombre sumergido en su monólogo interno, escucha una voz que le dice constantemente que es un fracaso. Ahora con 47 años, casado y con un hijo adolescente, observa su vida desde sus frustraciones e intenta ver lo que no funcionó. Le quita el sueño no poder cumplir sus expectativas. Y además piensa que su vida social y familiar es excesivamente común. A pesar de ser un tipo de clase media alta sin necesidades y que dirige su propia organización sin fines de lucro, no puede huir de sus pensamientos y de sus constantes críticas. Su propia percepción se ve nublada por su fijación con compararse con los demás. El fracaso que tanto lo perturba es porque no ha logrado el éxito material y laboral de sus viejos amigos de la universidad. Para él la vida es una eterna competencia y es entonces cuando comienza a sentirse invisible. “El mundo me odiaba y el sentimiento era mutuo”, se lamenta. No se siente revelante, excepto para su esposa Melanie (Jenna Fisher) y su talentoso hijo Troy (Austin Abrams). En medio de su obsesión con el pasado y la búsqueda de un statu quo utópico, logra percatarse de que, a lo mejor, la incursión de su hijo en una prestigiosa universidad sea la situación que necesita para calmar su ansiedad de triunfo. O al menos eso cree. Desde el principio se observa que es una película de crisis de la mediana edad, en este caso masculina, pensada para la reflexión y las risas. White presenta una comedia no en el sentido clásico de la palabra, sino una donde se parodian todos los elementos trágicos. La impecable interpretación de Stiller conmueve y logra que el público se sienta identificado con la frustración de su personaje. La necesidad dramática de Brad se refleja en todos sus pensamientos: confusión, inseguridad y la constante búsqueda de reconocimiento. Pensamientos comunes que rondan en la mente de la mayoría de las personas. Pero lo que Brad no sabe es que su percepción de los demás es, en realidad, una ilusión. Su envidia nace a raíz de hipótesis que él solo se imagina. Y esto lo convierte en un narcisista de su propia mismidad. Porque lo que no entiende es que ese proceso de igualación que tanto anhela es, claramente, un proceso de consumo. Regulado por un mercado que busca la competencia como forma de socialización y de pertenencia. Brad no es más que otro esclavo de este sistema.
Con un título como Un papá singular (Brad’s Status, 2017) y una actor como Ben Stiller encabezando el protagónico es muy posible que una comedia sea lo primero que se te venga a la cabeza. Error. Sorprendentemente en esta oportunidad vemos al actor en un rol dramático con pequeños y sutiles tintes cómicos que rompen un poco el hielo. Dirigida por Mike White (Pitch Perfect 3), la película se anima a corromper el rol de padre típico americano, mostrando su lado más humano y miserable como figura paterna y hombre. Brad (Stiller) vive en Sacramento, está casado con Melanie (Jenna Fischer), tiene un hijo llamado Troy (Austin Abrams) y una vida ordenada como jefe de una pequeña empresa que provee asistencia para las ONG que buscan recaudar fondos. Pero todo parece nada cuando compara su vida con el éxito que obtuvieron sus antiguos amigos de la universidad. Mientras acompaña a su hijo a buscar universidades a San Francisco, su mundo ordenado y tranquilo se entremezcla con la vida agitada que llevan sus pares del pasado y la juventud actual. El mundo post 40 suele verse representado como una etapa donde las mayores frustraciones de la vida salen a la luz y lo que podría verse un tanto cliché tiene giros interesantes que permiten al personaje de Stiller incluso plantearse qué pasaría si su hijo tiene éxito en su carrera, es decir, ¿podría sentir celos de su propio hijo? Es una pregunta por demás interesante y que al protagonista y a cualquier padre le aterra. Visualiza el empuje de la juventud a punto de graduarse como el puntapié que el ser humano debería conservar toda su vida, pese a las tentaciones que la fama y el dinero pueden ofrecer. Pero la felicidad no transita necesariamente por estas dos últimas cosas. Ben Stiller hace un rol correcto en un papel que no requiere de grandes esfuerzos, lo mismo Austin Abrams. Y si bien la película lleva un ritmo que no llega a aburrir, algunos tramos pueden volverse más lentos. Sin dudas la premisa con la que tiene que ir el espectador es que la mayores revelaciones del film las hace el mismo protagonista con su voz interior. Un guión interesante pero que no plantea una montaña rusa de emociones, es más bien de las que te puede dejar pensando un rato.
No pensé que Un papa Singular (odio la traducción de Brad´s Status) podría hacerme transitar un tobogán de emociones. Sí Ben Stiller nunca defrauda (banco Zolander II con el corazón, una de sus películas más criticadas), siempre es una fija en las comedias y cuando bordea el drama lo hace con naturalidad. Lo hizo en La increíble vida de Walter Mitti consagrando la película del “bonachón fracasado” como una de las mejores del 2015. Pero la pésima transposición del título a Un papá singular me hizo temer: ¿Stiller se metió en una comedia infantil?, me pregunté. Pero mi prejuicio se derribó con gusto y me depositó ante una de las mejores películas del año. Brad’s Status relata el mundo interno de Brad Sloan (Ben Stiller) un hombre con una vida simple que tiene una mujer encantadora Melanie (Jenna Fischer) y un hijo adolescente (el hijo que todos querríamos tener). A pesar de su vida tranquila y armoniosa, se siente vacio y diminuto. La en off voz que “come el coco” (ese pajarito que no nos deja ser felices) nos incluye en una narración donde el espectador escucha los pensamientos del protagonista, sus frustraciones, sus decepciones, sus miedos. Brad convive con la desazón de no ser un tipo “convencionalmente” exitoso, sus pensamientos fantasiosos hacia sus pares lo mortifican (sus amigos de la universidad han hecho mucho dinero y fama) y su pesimismo lo construyen como un protagonista perdedor (aunque claramente no lo es). Brad es el tipo que ve sólo el vaso medio vacio y ahí es donde todo funciona. La película del director (que también actúa) Mike White (el pelirrojo amigo de Jack Black es School of Rock) reflexiona sobre cómo se siente un indviduo ante las crisis generacionales. Ben Stiller hace un trabajo increíble, digno de una nominación al Oscar. Las caras de Stiller, sus miradas, sus risas irónicas, su llanto sostenido toda la película, logran que uno se involucre y se sienta identificado con el personaje. Un viaje con su hijo a Cambridge lo enfrentará ante sus miedos, además de ponerlo en crisis en su rol de padre. Las miradas con Troy (Austin Abrams) su hijo, y los diálogos con el adolescente, pondrán a padre e hijos en conflicto. Brad retorcido hasta la médula y Troy simple y espontáneo, ambos construirán una película ácida en donde es imposible no sentirse identificado con el personaje del padre. ¿Acaso en la vida no nos sentimos un poco perderdores?. “Brad somos todo”, o al menos casi todos y eso está explicitado en un guión y en una manera de contar que es amarga (hasta la música marca el timing de la depresión del protagonista) que es difícil, pero que emociona. Brad’s status no quiere agradar, no lo pretende, y sus pasos de comedia van de la mano de lo los pensamientos fatídicos del personaje que imagina y se compara con sus amigos de la universidad. Brad’s Satus es una patadón en el alma, y eso la vuelve maravillosa. Stiller es un actorazo. Desde que la ví, no puedo dejar de pensar en Brad’s Status. Ojala les pase.
Conmovedora película vendida en Argentina con un título que se presta a la confusión, sobre todo cuando un actor como Ben Stiller es el protagonista, ya que lo primero que se te viene a la cabeza es que....