Solo en la madrugada El personaje de esta ópera prima de Gabriel Arregui, Uno mismo (2015), vive solo, se cocina, escucha los partidos de Quilmes y ataja en sus ratos de ocio. Sus padres fallecieron y esa casa que habita le queda grande, aunque cómoda. Su mundo interior, o aquello que pasa por su mente, es el cable a tierra para salir de una inercia producto de esa soledad ya aceptada. Uno, nombre del personaje en cuestión, en la piel del “Chino” Darín, divaga en los semáforos y escribe grafitis para trasmitir sus inquietudes y pensamientos, pero se ve seducido por la convivencia con una joven. Es instantáneo el romance, la fogosidad en la cama y el cambio de perspectiva cuando entra en la vida del muchacho, Una, interpretada por María Dupláa, quien rápidamente logra instalarse en la casa por consenso, aunque no alcanza a penetrar en el mundo interior de su pareja. El tono elegido por Arregui, así como la apuesta a recursos distintos, en términos cinematográficos, como la inserción de dibujos animados, o por ejemplo recortes en el encuadre para escapar de un registro realista y generar atmósferas de intimidad durante el desarrollo del relato, hace de esta ópera prima una película interesante y atractiva al espectador. Las actuaciones del “Chino” Darín y María Dupláa resultan convincentes, transmiten buena química entre ellos y logran la credibilidad necesaria para que el espectador participe de las sutiles crisis de pareja o de los momentos íntimos en los que la cámara de Gabriel Arregui encuentra el lugar ideal para no atosigar y acomodarse a los detalles del plano. Uno mismo, entre otras cosas, habla de la soledad y de la difícil tarea de romper esa inercia de no estar dispuesto a un cambio interno, o por lo menos intentar cambiar para volver a arriesgar.
Una película con buenas ideas e intenciones que difícilmente se trasladan a la pantalla. El ombligo del mundo Desde que sus padres murieron, Uno se acostumbro a la soledad y la rutina. Vive solo en un caserón grande, todos los días almuerza salchichas con puré, trabaja durante el día en un empleo sin futuro, juega al fútbol y va a la cancha a ver los partidos de Quilmes, club de sus amores, a los cuales asiste junto con su mejor -y aparentemente único- amigo Bigote. Pero todo esto cambiará cuando Uno conozca a Una, con quien pronto termina conviviendo. Esto termina causando un cortocircuito en la vida Uno, quien se había acostumbrado a la soledad y de repente se siente agobiado por las responsabilidades de una relación seria. Es entonces cuando deberá decidir entre regresar a la soltería o comenzar a planear una nueva vida junto a Una. Siempre se hace difícil el momento de sentarse a escribir sobre una película como Uno Mismo. Bajo la dirección de Gabriel Arregui, y partiendo de un guión propio, el film cuenta con una buena cantidad de elementos que lo vuelven atractivo dentro de las propuestas nacionales que andan dando vuelta por los cines en estos días. El primero y principal quizás sea la presencia de Chino Darín, quien a comienzos de año participó de la divertidísima Voley (aunque mi compañero Fede Cobreros no opine lo mismo), y luego pudimos ver lo mejor de su faceta dramática (hasta hoy) en Pasaje de Vida y la mini-serie Historia de un Clan. Aparte de esto, Uno Mismo es una comedia que apunta al público joven, demografía injustamente olvidada por estos lares, y más extraño aún dentro de la filmografía argentina son su registro y estética, que por momentos nos recuerda a (500) Días con Ella, de Marc Webb, aunque ajustada a sus posibilidades, claro. La película en todo momento se siente como un trabajo artesanal que nace con las mejores intenciones, y en donde cada plano hay un genuino interés de buscar contar una historia, que parece muy cercana a su guionista y director. Pero, como dice aquel famoso dicho, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Estas, al igual que otras interesantes y buenas ideas que nos propone el film, terminan siendo víctima de su propio guión. En las páginas pudo haber parecido simpático llamar a los personajes principales Uno (Chino Darín) y Una (María Dupláa) y constamente jugar con sus nombres para hablar de generalidades. Pero esto rápidamente se vuelve tedioso, especialmente cuando se ponen en pantalla frases como "UNO hace lo que puede", que sirven como intertítulos pero que al mismo tiempo solo están para subrayar y resaltar todavía más una idea que ya está plasmada en la historia. Y si bien avanza con buen ritmo y hacia un objetivo claro, tiene problemas para resolverlo en el tercer acto, donde termina pisando el acelerador y resolviendo algunos de los conflictos de una forma que se siente un tanto aleatoria. Chino Darín y María Dupláa hacen una dupla con mucha carisma y buena química, y muchos de los mejores momentos son justamente con ellos dos en pantalla. Cuando es el turno de Darín para llevar adelante la historia solo lo hace de forma adecuada, incluso teniendo que ponerle el pecho a momentos y recitar diálogos que no lo ayudan en lo más mínimo. Otro acierto sin dudas es la divertida participación de Martín Policastro como Bigote, mejor amigo de Uno y a quien solo vemos a través de los primeros planos de, justamente, su bigote. Conclusión Uno Mismo es una película atípica para el cine nacional y es para celebrar que se sigan buscando y apostando a nuevas formas de contar una historia. Pero a pesar de sus buenas intenciones, el film parece tener la necesidad de subrayar constantemente sus ideas, y donde el recurso de los intertítulos termina volviéndose redundante, aparte de una resolución poco satisfactoria. Pero si no sos muy exigente y estás buscando una historia con la que te puedas identificar, que hable sobre la soledad, el amor y la vida en pareja, vas a encontrar en Uno Mismo suficiente razones para, por lo menos, pasar un buen rato, pero no esperes mucho más que eso.
UNO DE NOSOTROS Hay una extraña conexión del cine de autor argentino (casi siempre cine independiente) que se emparenta con el costumbrismo y la rutina como contexto que describe la aparente linealidad de la vida del personaje. Generalmente este último es alguien terrenal, normal, una figura empática con la que el espectador pueda identificarse. Esta apaciguada vida de ciclos repetidos se ve rota o alterada por el argumento principal de la película y hará mella las creencias establecidas y redefinirá la vida del protagonista. Es en esa sorpresa donde descansa el costumbrismo de Uno Mismo, y viceversa, es decir, ambas cuestiones se retroalimentan para ser efectivas. Sin embargo, esta descripción no es algo que aplique al género entero sino es más bien la dirección que suelen tomar. Y así se introduce Uno Mismo, la tercera película de Gabriel Arregui, con Uno (el personaje del Chino Darín enfrascado en una rutina respetada a rajatabla casi con milimétrica precisión. Su vida se podría describir en el ciclo trabajo-baile en casa-cena-fumar un cigarrillo-dormir. Los padres de Uno murieron en un accidente de tránsito, y la relación de éste con el hecho es de tristeza, de añoranza, de nostalgia. A partir de ahí es que ese énfasis en lo rutinario comienza a cobrar sentido. La rutina lo hace sentir seguro, es su refugio aunque encuentra en sus sueños una vía de descarga. En estos se puede ver un acertado y simpático trabajo audiovisual en formato de dibujos en donde el protagonista interpreta todo lo que le está pasando. Hasta que llega la rotura del paradigma de Uno, y viene en forma femenina. ???????????????????????????????????? Una (Maria Duplaá) Una es quien rompe las estructuras de Uno. Después de conocerse en un bar, los dos inician una intensa relación en términos sexuales y afectivos que pronto se verá afectada, otra vez, por la rutina y sus pormenores: él no puede dormir por los ronquidos de ella, ella no aguanta su individualidad, etc. Detalles aparte (que no queremos arruinar aquí) del final, Uno Mismo se condensa en una obra simpática en su todo. Si bien en la economía de diálogos a la que apuesta Uno Mismo es donde Darín pierde un poco por su falta de recursos -después de todo recién está empezando su carrera actoral-, la película termina ganando al espectador por la empatía lograda en parte por el atrevimiento en formatos poco familiares al circuito comercial. Uno Mismo está lejos de ser “un delirio” como la calificó el propio Darín, pero sí es por momentos ligeramente atrevida, y por otros, floja por la apuesta excesiva al registro dramático del protagonista. Es decir, la apuesta es sentarnos a ver a alguien que podría ser nuestro vecino cambiar su mundo por amor, con todo lo terrenal que esto representa, a veces le juega en contra por no estar bien desarrollada ni interpretada. Sin embargo, Uno Mismo es un producto fresco y simpático con detalles atendibles que complementan el desarrollo, y Arregui logra ponerle alma a esta historia mínima a la que por un momento queremos creerle. Y esto en tiempos de tanto fordismo cinematográfico, es más que destacable. Por Pablo S. Pons
El amor está en el aire Una tragicomedia romántica correcta, pero de vuelo bajo. Uno (así se llama el protagonista) es un treintañero que vive solo en la casa que antes fuera de sus padres. El personaje que interpreta Chino Darín (en un momento de gran exposición con películas como Vóley y Pasaje de vida o la miniserie Historia de un clan) es un tipo solitario e introvertido que se ha creado un mundo cerrado y autosuficiente que consiste en changas, partidos de fútbol propios (es arquero) y de su equipo favorito (Quilmes), comida elemental (salchichas con puré), bailes desaforados en el living de su casa y algunas salidas nocturnas junto a su amigo Bigote. Entre cigarrillos y cervezas, Uno permanece en una suerte de ensoñación, en un universo propio que aquí se expone muchas veces con imágenes de animación y efectos visuales con estética de cómic. En una de esas esporádicas salidas conoce a la atractiva Una (María Dupláa). Seducciones mutuas, mucho sexo y, de golpe, ambos se encuentran en medio de una relación que crece hasta que deciden convivir. Claro que para un muchacho tan solitario, tan poco habituado a los compromisos y en algunos aspectos fóbicos como Uno las cosas no resultan nada fáciles y las diferencias, contradicciones, rechazos y peleas no tardarán en producirse. Ella se va. El la extraña. Trata de recuperarla. Y así. Hasta que Arregui llega a una resolución que luce demasiado forzada y abrupta. El director de Mataperros y El torcán propone un tono alejado del realismo y apuesta, en cambio, por uno más cercano a la fábula romántica, al cuento de hadas por momentos casi naïf, y a cierta estética publicitaria con una música omnipresente que tiene a quebrar los climas creados. Ese armazón narrativo y visual con mucho de videoclip no permite que el espectador se comprometa del todo con las vivencias de las dos atribuladas criaturas. La película es correcta en términos visuales e interpretativos, pero resulta demasiado superficial (incluso dentro del espíritu leve que anima al proyecto) y sin la fluidez necesaria. No irrita y hasta por momentos se ve con agrado, pero da la sensación de que con un poco más de audacia, sensibilidad, rigor y solidez podría haber sido bastante mejor.
Sencilla historia de amor y soledad Uno es un muchacho que vive solo en la casa que perteneció a sus padres. Se entretiene fumando en el patio, escuchando música y bailando solo con pasos poco ortodoxos. Su trabajo es tan simple como monótono: con un cartel indica, a la salida de una escuela, el paso de peatones y de vehículos. Hincha furioso de Quilmes asiste a cada encuentro con su amigo Bigote, infaltable compañero de juergas. En una de esas salidas nocturnas, Uno conoce a Una y comienzan una relación amorosa. Pronto, Uno comienza a extrañar su soledad y los partidos de fútbol que compartía con sus compañeros. Claro que cuando ella decide abandonarlo, él se da cuenta de que la necesita. El director y guionista Gabriel Arregui logró, con estos pocos pero sabrosos elementos, hacer un film tierno, por momentos humorístico, que cuenta con el buen trabajo del Chino Darín, en el rol protagónico.
Resultado dispar Hay una búsqueda estilística interesante, pero el resultado no termina de ser eficaz. Uno mismo es la clásica comedia romántica de chico-conoce-a-chica, con la obligada secuencia flechazo/idilio/crisis/¿reconciliación? como eje. Pero el director, Gabriel Arregui, emprende una arriesgada búsqueda para diferenciarla, tanto en la forma como en el contenido, de historias ya vistas mil y una veces. El intento es loable; el resultado, dispar. El punto de vista es casi exclusivamente el del personaje masculino: la película está muy apoyada en el Chino Darín, una responsabilidad quizá demasiado grande a esta altura de su prometedora carrera. Es un joven de clase media baja de Quilmes, huérfano, que vive en la modesta casa heredada, sobrevive mostrando carteles de publicidad en los semáforos y se alimenta a base de salchichas con puré. Fanático del cervecero, el fútbol tiene un gran protagonismo en su vida. Una vida que, pese a lo descripto, no parece para nada infeliz. Y menos cuando en un bar encuentra al que parece el amor de su vida. Con pretensión universalista, él es simplemente Uno y ella, Una (María Dupláa, sobrina de Nancy), una manera de decir que ellos pueden ser cualquiera de nosotros. Un chiste que se mantiene a lo largo de toda la película, a costa de que por momentos los diálogos suenen forzados. De todos modos, entre ellos, como en casi toda pareja que recién empieza, hay más sexo que charla: al Chino, parece, siempre le toca pasar por la cama, aunque en este caso en escenas bastante recatadas y sin tomas busca-rating como la de la ducha en Historia de un clan. Para completar el retrato del mundo interior -onírico y mental- de Uno, Arregui apela a animaciones que en algunos casos resultan simpáticas y funcionales al relato, y en otros, superfluas y distractivas, vacuos fuegos artificiales. Que, en definitiva, es lo mismo que le pasa a la película, una suma de buenas intenciones que no terminan de cuajar.
Fábula para treintañeros en los jardines de Quilmes Nadie diría que el violento "Mataperros" de su ópera prima iba a dar paso a la ternura. Primero con "El torcan", sensible evocación del cantor de tangos Luis Cardei admirablemente encarnado por Osqui Guzmán. Y ahora con esta fábula para treintañeros, a medias entre el realismo seco y la ilustración "naive". Tal es la nueva película de Gabriel Arregui, la primera, además, donde el Chino Darín asume un protagónico absoluto. Está casi todo el tiempo en pantalla haciendo un tipo poco expresivo, y se la banca. Su personaje es un muchacho con un empleo callejero algo ridículo para su edad. Pero es lo que hay. Tampoco se exige mucho. Vive solo, en la casita de sus viejos que ya no están, se arregla con cualquier porquería, se descarga con los amigos en el potrero, a veces también en la cancha, cuando juega Quilmes. Todo transcurre prácticamente en Quilmes, un poquito en Berazategui, lugares raramente visitados por nuestro cine, pero que tienen su particular belleza, especialmente perceptible para quienes viven allí. Sobre todo si son hinchas del "Colchonero". Una belleza íntima, como el gesto del protagonista cuando pone la mano sobre el nicho de la Virgencita antes de entrar a casa. Una noche conoce a otra persona solitaria. Rubia, delgada, linda. Se atraen, se juntan. Pero vivir de a dos siempre es difícil para quien está acostumbrado a la soledad y carece de ambiciones. En el fondo, es la historia de siempre. Pero distinta, porque se siente propia de esa parte del conurbano, y porque quien la cuenta se muestra desarmado, con el corazón a la vista. Sin mayor novela, sin almíbar, apenas algo de azúcar para salir del cine con buen gusto en la boca, sabiendo que la vida es más o menos así, y así se disfruta. Pudieron llamarse Juan y María. La fantasía hace que los llamemos Uno y Una. La fantasía también lleva a nuestro personaje por los cielos, gracias a la animación de Walter Hoyos. Pero la mujer es real, y también son realistas las varias escenas de cama. La actriz es María Dupláa, creíble en todo momento. Como una profesora frente al alumno que abandonó hace años aparece Ingrid Pelícori. Martín Policastro y Fausto Collado, partícipes de anteriores películas de Arregui, vuelven a acompañarlo. Dicho sea de paso, los chicos que aparecen también son Arregui.
ATAJA TODO LO QUE PUEDE Leve, hasta casi rozar la insignificancia, el nuevo film de Gabriel Arregui (“Mataperros” y “El torcan”) retrata un treintañero solitario (Chino Darín), medio huraño, básico, hijo único y huérfano, que vive como puede en una casita de Quilmes y que tiene pocas diversiones: jugar al fútbol, ir a ver a Quilmes y salir cada tanto con su amigo Bigote. Y en una de esas salidas conoce a ella. Y habrá flechazo, besos, convivencia. Pero ni ella altera la rutina de este solitario medio desganado. Hasta que la convivencia empieza a pasarles facturas. Como mucho film nacional de estos días, la historia da más para un corto que para un largo. Cine contemplativo, con poca carnadura argumental, mínimo y moroso. Pero vale la búsqueda de Arregui, sus exiguos trucos para darle otro aire a la historia. El film podría haber llegado más lejos si el libro se hubiera animado a explorar algunas ideas apenas insinuadas: la despersonalización, la soledad, el temor al amor, la violencia, siempre tan a mano. Pero llegó hasta donde quiso. Eso sí, es casi un unipersonal del Chino Darín, que aquí, ama, extraña, piensa, sufre y ataja .
Uno más Una igual a Uno Uno mismo (2015) narra la vida de un treintañero que se ha acostumbrado a la soledad de sus días y hace del individualismo un culto. Planteada en un tono que mezcla diversos géneros, Gabriel Arregui construye un original híbrido donde se destaca la actuación del Chino Darín. UNO (Chino Darín) vive solo en una casa del barrio de Quilmes, sus padres murieron en un accidente (conflicto en el que no se ahonda demasiado) y ese acostumbramiento lo ha convertido en una persona individualista y algo egocéntrica. Disfruta del fútbol, la cerveza, las salchichas con puré, de bailar solo en el living y hablar por teléfono con su amigo Bigote. Va del trabajo a la casa, de la casa a la cancha y esa parece ser su rutina diaria. Es lo que quiere y no la pasa mal. Un día sale a un bar y conoce a UNA (María Duplaá). Se van a la casa, tienen sexo, más sexo y con el correr de los días UNO comienza a sentirse invadido por una situación a la que no estaba acostumbrado. No la de tener sexo casi compulsivamente, sino la de compartir su vida con otra persona. Arregui parte de una premisa atractiva que es la de focalizar el conflicto en una generación que ha hecho del individualismo y la soledad un estilo de vida. Personas de más de 30, que han pasado mucho tiempo sin compartir la vida diaria, y que les cuesta volver a tener una relación en la que hay que ceder para construir algo a futuro. Tema que el cine no ha desarrollado y del que hay mucha tela para cortar. La película trabaja un único punto de vista que es el de UNO, donde hay un gran trabajo del Chino Darín, actor dúctil y carismático que moldea a la perfección tanto el drama como la comedia. Con una fuerte exposición, aparece en casi el total de los planos, en solitario y con diálogos sin un interlocutor presente, logra que la película tome fuerza pese a algunos vaivenes narrativos. Mezclando animación, videoclip, comedia romántica, humor, drama y bastante sexo, Uno mismo tiene una estética que podría definirse como pop barrial donde se bordea el realismo mágico con el absurdo. El resultado final es correcto aunque por ahí la historia daba para un poco más.
Apenas un ensayo de lo que pudo ser Lo que pretende contar Uno mismo es una historia de crecimiento: la de Uno (Chino Darín), un joven que tiene una existencia común, ordinaria, apacible, que vive solo y tranquilo, inserto en una rutina donde sus amigos y su equipo de fútbol favorito, Quilmes, poseen lugares preponderantes. Hasta que sucede lo obvio en la vida de todo hombre: aparece una mujer (María Duplaá) que le sacudirá sus estanterías, obligándolo a repensar y cambiar sus esquemas. No tiene nada de malo abordar este modelo de relato, por más que haya sido transitado una y mil veces: somos miles de millones de hombres en el mundo, todos con experiencias distintas e infinitas de miradas posibles. La mente, el corazón, el alma masculina, aún en sus aparentes simplicidades, siguen siendo en esencia enigmáticas, y más aún lo es su vínculo con la contraparte femenina. El problema es que Uno mismo posee unas cuantas ideas para trabajar las relaciones y cómo acciona el punto de vista del protagonista, pero no dejan de ser esbozos, aproximaciones, piezas sueltas que no terminan de conectar entre sí. Es demasiada patente la sensación a lo largo de Uno mismo que el director y guionista Gabriel Arregui acumula invenciones visuales, temáticas y narrativas, pero el conjunto que arma carece de una estructura general realmente sólida que los aglutine. De ahí que el film avance a los tropezones, de forma despareja y confiando en exceso en el carisma de Darín y en menor medida Duplaá, quienes sólo de a ratos superan con sus actuaciones a una puesta en escena plagada de decisiones que la conectan más con el universo televisivo que con el cinematográfico. Como un borrador que no se terminó de pulir, Uno mismo es una película donde los defectos se imponen a las virtudes, dejándola varada en insinuaciones de lo que pudo haber sido un relato más tangible.
Hay que celebrar la experimentación en el cine. Sí señor. No hay que permitir que algunos errores y huecos en la narración imposibiliten el disfrute de una experiencia que bucea en la materia propia del séptimo arte para afianzar su propuesta, innovadora y transgresora. “Uno mismo” (Argentina, 2015) de Gabriel Arregui, con Chino Darín como “Uno” y Maria Dupláa como “Una”, trabaja sobre la hipótesis de la rutina como vector del espacio protagónico en el que las decisiones que se van sumando, a esa misma estructura, terminan por fijar límites que imposibilitan la libertad de sus personajes. “Uno” es un joven que vive día a día de la misma manera, o al menos así lo refleja Arregui con sus planos contemplativos, casi sin diálogos, de todas las tareas que el personaje realiza durante sus días. Se levanta, se arregla, sale al trabajo, se mantiene firme en su tarea de anunciar en las esquinas del barrio una marca de cigarrillos y por la noche cena siempre lo mismo, puré de papa y salchichas. También habla por teléfono con un amigo, con quien constantemente recibe comunicaciones que terminan en una broma y se lo dota de un universo “masculino” con graffitis que hilan la narración, el sentido quilmeño de pertenencia de la historia y el fútbol como espacio de disfrute y encuentro del protagonista. Y “uno” es feliz en ese contexto, sabiendo que aún en la predecibilidad de sus actos hay un argumento para evitar innovar o desandar otros caminos más que los que él conoce y que lo podrían desorientar. Pero “uno” no sabe que un día, inesperadamente, “una” llegará a su vida, con toda la pasión del amor inicial, aquel que en su desprejuicio y desconocimiento permite desestructurar las tareas y hábitos y se entrega totalmente a él. Pero de a poco el espacio de “uno” se ve invadido, “una” avanza por toda su casa dejando muestras de su femineidad y belleza, por lo que decide perderse en sus propios pensamientos antes que enfrentar a “una” y plantearle lo que realmente debe decirle, ANDATE, de la mejor manera. Pero entre idas y venidas la relación se resiente, y cada uno, en su accionar termina por alejarse aún más del otro. Arregui explora con diferentes texturas, trazos gráficos y la utilización de música (que en muchas veces son el acompañante ideal de cada plano detalle, de cada acción, de cada indicio que se suma al contexto) la vida de un joven que paso a paso intenta progresar o al menos mantenerse en situación en la que se encuentra. Las secuencias oníricas, además, otorgan, junto con la actuación de Chino Darín, cierto aire de realismo mágico al cuento y un vuelo y un aire a la película que claramente termina siendo lo mejor de la propuesta. Cuando el cine mira al cine para crear, cuando un director se para y detalla con holgura un universo (al mejor estilo Martín Rejtman), es cuando una película respira cine en cada fotograma, y pese a tener algunas falencias y vacíos en la historia, terminan construyendo un lugar para reflejarse en muchas de las situaciones que se plantean.
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Muchacho de barrio se enamora Todas las historias de amor se parecen, no la forma de contarlas. Hay historias románticas para jóvenes veinteañeros y para espectadores maduros. Las hay de primeras y segundas oportunidades. Ésta es una historia romántica de iniciación amorosa, al estilo de la comedia juvenil del tipo “500 días con ella”, donde el protagonista se descubre a sí mismo y “madura” luego de la experiencia. Aquí el personaje de Chino Darín (en un momento de gran exposición en varias películas y la miniserie “Historia de un clan”), transita todos los cambios y descubrimientos propios de la primera vez. El protagonista vive en un micromundo propio autosuficiente y confortable, enclaustrado en la vieja casa de Quilmes heredada de sus padres, a los que perdió en un accidente. Ronda los 25, no tiene celular de última generación y escucha partidos de fútbol por la radio, mientras se cocina o lava su ropa, sin conflictos con su vida solitaria. Las secuencias iniciales registran su presente y su pasado en forma ágil y con bastante humor. Solamente con sonido ambiente y una cámara curiosa que cuenta muchísimo, más allá de las palabras o sin necesidad de ellas. Este muchacho del feudo de Quilmes tiene al fútbol y la amistad como el principal motor de sus emociones, hasta que, en una salida casual, aparece una muchacha (María Duplaá) que sacudirá sus esquemas y rutinas. Luego de seducciones mutuas, mucho sexo y poca charla, ambos se internarán en una relación que crecerá hasta decidir la convivencia. Pero para alguien tan poco habituado a los compromisos, las cosas no resultan fáciles. Las diferencias, contradicciones y peleas no tardarán en aparecer y ella se va, él la extraña y trata de recuperarla. Aunque nada será tan fácil en esta historia de crecimiento y transformaciones, que va del ombliguismo inicial a la comprensión de que uno más uno pueden ser tres. Renovaciones y Redundancias Paradójicamente, aunque hay mucho costumbrismo y no puede esperarse menos de un director nacido y criado en Quilmes como Arregui, la forma de mostrar y de contar su historia lo aleja del costumbrismo secular. Intervenida por animaciones y viñetas que la asemejan al lenguaje del cómic, tiene también un montaje videoclipero acelerado, ralentizado o que intencionalmente muestra el momento del cambio de plano, dando un salto hasta la próxima toma. Hasta se incluye un ingenioso lenguaje de sombras chinescas en el permanente fluir de un relato que busca formas nuevas, aunque no todas justificadas. “Uno mismo” es una propuesta libre y espontánea, con mucho trabajo artesanal, que se aleja de los cánones locales de la comedia vernácula. Es otra muestra de que una nueva comedia nacional se abre paso, sumando títulos y jóvenes directores argentinos como “Vóley” de Martín Piroyansky o las particulares películas de Ariel Winograd. También hay muchos ejemplos bien cercanos, en nuestra ciudad, como la recientemente estrenada comedia local “Aunque parezca raro”, del santafesino Ariel Gaspoz. Todas coincidentes en evitar las convenciones del cine argento más fosilizadas, utilizando un humor entre escatológico y naif que sostiene a personajes jóvenes, desacartonados y -precisamente por eso- mucho más creíbles. Entretenida, risueña y con una pizca de melancolía, además de algún que otro momento sorpresivo en que no sabemos cómo puede derivar la historia, la película tiene el plus de una banda sonora original, cuyo leit motiv invita a seguir tarareando la melodía al salir de la sala. Valioso en su apuesta por nuevas formas de contar una historia común, el film parece tener la necesidad de subrayar constantemente sus ideas, y entonces algunos recursos se vuelven redundantes. Sin embargo, más allá de sus limitaciones, la película se ve siempre con agrado y resulta atractiva dentro de las propuestas nacionales que andan dando vueltas por los cines en estos días.